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DESEOS DE ORO. Pía Contreras Rojas

Deseos de Oro

Pía Contreras Rojas Colegio Suyai - Maule

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En un pueblo vivía una niña de once años llamada Yeni, ella estudiaba en la Escuela Santa María.

Cierto día, yendo como de costumbre a la escuela, se dio cuenta que iba muy atrasada, por eso tomó un atajo por el bosque. En el camino se tropezó y cayó al suelo, cuando miró hacia atrás para ver qué fue lo que la hizo caer, vio dos monedas de oro; las recogió y se fue rápido hacia la escuela.

—Más tarde estando en su casa muy aburrida, a Yeni se le ocurrió que le gustaría tener esa muñeca que salía en la televisión, así que lo deseó con todas sus fuerzas:

—Deseo tener una muñeca con quien poder jugar.

En ese momento, el bolsillo donde tenía las monedas de oro empezó a brillar como el sol, y cuando la luz se detuvo vio que en sus manos tenía lo deseado, y la moneda desapareció.

Al otro día vio a dos granjeros discutir por la escasez de agua que afectaba al pueblo, y cómo los cultivos de la temporada se perderían. Ella pensó, ¿y si los ayudo?, ¿me sentiré mejor?, ¿se cumplirá mi deseo?, y así puso la moneda en su mano y con todas sus fuerzas Yeni pidió:

—Deseo que llueva para que las siembras y los campos tengan el agua necesaria para una buena cosecha.

La moneda que tenía en sus manos empezó a brillar como el sol y poco a poco empezaron a caer gotas desde el Cielo, y el metal desapareció; de pronto empezó a llover muy fuerte, Yeni corrió muy feliz hasta su casa y comprendió que al ayudar a los demás te ayudas a ti también.

VIDA DE HORMIGA

María Jesús Cleary Godoy Escuela Juan Luis Sanfuentes - Talca

Había una vez una hormiga que quería hacerse famosa escribiendo un libro; era un libro muy particular, un libro con todos los secretos de las personas que había conocido, pero sin que ellas supieran.

La cosa era así. Una persona comía y caían diminutos trozos y restos de alimentos en sus ropas, imperceptibles a la vista, pero para la hormiga eran el más bello tesoro. Cuando percibía comida, emprendía su viaje hasta llegar a su alimento. En el camino escuchaba las cosas que las personas hablaban, a veces con alegría, a veces con pena, a veces susurrando; entonces a la hormiga se le paraban las antenitas, y sin quererlo registraba toda la conversación.

Todas las noches la hormiga llegaba a casa y traspasaba los secretos a su cuaderno, con la idea que en algún momento terminaría su libro. Juntó y juntó hojas con secretos, hasta que llegó el día; ya tenía suficiente para su libro.

Se fue con todo lo escrito y mientras corría se dio cuenta que todos esos secretos no eran de ella, que eran de otras personas. Entonces pensó: ¿Será correcto hacer algo así? ¿Y si alguien se entera de cosas que nunca debió haber sabido? Lentamente, se fue dando cuenta de que no podía escribir ese libro que tanto había añorado, porque si lo hacía se haría

famosa a costa de los otros, y eso no correspondía. No debería contar los secretos de otras personas —se decía. No podía contar eso que no era de ella.

La hormiga tomó todas las hojas, las metió en una bolsa y las tiró a la basura; fue al negocio de la esquina, compró un cuaderno y en la primera hoja escribió: Vida de hormiga.

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