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SUSU, EL LOBO. Carolina Aguilera Amaya

Susu, el lobo

Carolina Aguilera Amaya Escuela El Edén - Talca En una manada de lobos las crías para ser reconocidas como mayores, debían hacer una serie de pruebas que le permitirían habitar en medio de su comunidad, como aprender a defender su comida de carroñeros, y matar a su primer oponente que sería un tigre de su misma edad. Los que salían intactos se convertían en lobos adultos, pero lo más lamentable era que los que no lograban la meta eran desterrados de la manada.

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Había un lobito de cinco meses que se llamaba Susu, y era algo inmaduro para esas exigencias; estaba a punto de pasar a los seis meses, pues llegando a los siete tenía que hacer las pruebas que imponía su familia. Su fiesta de cumple mes era el 4 de junio y ya se estaba aproximando.

El lobito cada noche le aullaba a la luna con desesperación, porque tenía mucho miedo de las pruebas mortales.

Había llegado el gran día, y la primera prueba era cazar su presa. Lo logró. Al igual que las siguientes, y también la última, aunque ésta con un poco más de dificultad, la que consistió en derrotar al tigre con un mordisco.

Susu fue el mejor de todos, y su madre, una lobita blanca de ojos azules, llamada Luna, le dijo:

—Te felicito. Mereces ser el próximo líder.

Se alegró tanto que se fue a aullar en forma de agradecimiento a la luna.

Después de un par de meses, se convirtió en el jefe de la manada, eliminó el destierro de los lobos y la lucha a muerte con el tigre. Y fue reconocido como el líder más bondadoso de todos los tiempos.

La cascada mágica

Isidora Mejías Urra Colegio Integrado San Pío X - Talca

Había una vez una niña llamada Caren, que fue a visitar a su abuela para almorzar. Al terminar salió a caminar y se internó en el bosque; encontró una cascada donde todos los animales iban a beber agua. Justo Caren se sentía un poco sedienta, se acercó, bebió un sorbo y de inmediato se convirtió en un conejo. Al mirarse se asustó mucho, no sabía que pasaba. Luego miró la cascada, se acercó y miró detrás del agua que caía; entonces se encontró con una puerta de su tamaño, la abrió y vio un mundo sin igual, era un mundo fantástico.

—¡Esto no tiene comparación! —dijo Caren.

De repente una reina apareció, y le dijo:

—Bienvenida al reino fantástico.

La reina la llevó a su castillo, pero Caren sólo quería volver a su casa. Le pidió a la reina que le ayudara a regresar, pero ella le dijo:

—¡Todo aquel que entra aquí, se queda aquí!

La reina la envió al calabozo. Caren estaba sola y muy triste, pero de pronto escuchó a un soldado tocar la trompeta anunciando que la princesa Angélica se acercaba.

La princesa pasó al lado de Caren, y le preguntó:

—¿Qué hace un lindo conejito en esta jaula? —Me capturaron, y extraño mucho a mi familia. —Mmmmmmm. No te preocupes, yo te ayudaré.

La princesa escondió a Caren en su vestido y la llevó a la puerta del castillo para que pudiera huir. Corrió muy rápido, lejos de ahí, hasta llegar a la salida del reino. Cruzó la puerta y se convirtió en la niña de antes. Cuando encontró a su familia se alegró mucho, y todos vivieron felices para siempre; excepto la reina.

JUANITO Y LUCIA, SU SALVADORA

Amanda Soto Oyarzún Instituto Andrés Bello - Talca

Había una vez una carta llamada “Carta Juanito”, que le pertenecía al Mago Alfredo. Un día en uno de sus espectáculos, antes de desaparecer a Juanito, un niña gritó:

—¡Noooooooo, no lo hagas desaparecer! —ella ya sabía que Alfredo maltrataba a Juanito, cuando entraba en el carro.

La niña (que se llamaba Lucía) subió al escenario y sacó a Juanito de las manos de Alfredo, y se lo llevó muy lejos, a una casa muy bonita que estaba en el bosque; lo dejó en un cojín mientras le hacía una cama. Así se hizo de noche.

Al otro día, cuando Juanito despertó, Lucía tenía preparado el desayuno con un vaso de leche y galletas; al recibirlas, Juanito exclamó:

—¡Gracias! —¿Por qué? —preguntó Lucía. —Gracias porque me sacaste de las manos de ese horrible hombre y me trajiste a esta hermosa casita. —Aaaaaaaah. No hay de qué. Yo siempre veía los espectáculos y también te veía a ti por esa pequeña ventanita del carro de Alfredo. Bueno, para qué recordamos malos tiempos. Ahora vivamos mejor en este hermoso hogar.

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