Edición 185 Periódico Nexos

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ISSN:2322-74GX | A帽o 27 | Edici贸n 185 | Distribuci贸n gratuita | 14.000 ejemplares | Medell铆n, mayo de 2014 | www.periodiconexos.com.co


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Agosto de 2014

Asociación Cultural Periódico Estudiantil NEXOS

En EAFIT

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Seminario Internacional de Narrativas Susana Galvis Bravo

El evento que se llevará a cabo en la Universidad EAFIT del 11 a 13 de septiembre de 2014 tendrá este año como objeto de estudio la literatura, la historia y el periodismo

Actualidad

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Una feria de inquietudes Redacción Nexos

Voces de los ciudadanos de Medellín se integran para hablar del evento que busca enaltecer las costumbres y tradiciones antioqueñas año tras año. ¿Es la Feria de las Flores un evento pensado para la comunidad, o es, por el contrario, una estrategia mediática para vender la ciudad al mundo?

Cultura

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Cine con alas de libertad Redacción Nexos

Nexos rinde homenaje a la obra cinematográfica del país en el marco de la Semana del Cine Colombiano, celebrada del 25 de julio al 3 de agosto.

En Versalles el tiempo tiene memoria

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Tradición de padres, abuelos, hombres, mujeres, escritores, estudiantes y cientos de personas que recuerdan el pasaje Junín con nostalgia y alegría; Versalles sigue recibiendo, generación tras generación, a un público que se ha mantenido fiel desde el comienzo. Este es un pequeño homenaje a ese lugar “donde siempre son las 12 para almorzar”

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Valeria Zapata Giraldo

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Artesanos de la vida diaria

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Walter Mauricio Paniagua, una cumbia de despedida

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Danielle Navarro Bohórquez

Walter Mauricio Paniagua fue otro de los artistas que han sufrido en Medellín los arrebatos de la violencia y la intolerancia. Una sentida reminiscencia de quien tanto inspiró a otros jóvenes a seguir el camino del arte y de la sensibilidad. Una cumbia para recordarlo y dejar huella.

“Todo tiempo pasado fue mejor” Camilo Montoya Castaño

Rastros del pasado que se resisten a quedarse en el basurero de la memoria se encuentran ahora amontonados en almacenes del centro de la ciudad. Cientos de objetos que hicieron parte de la cotidianidad de nuestros antepasados están a la venta en la calle de las antigüedades, ubicada en la calle Perú a la altura de la Avenida Oriental.

Fondo Editorial

Sanalejo está habitado por historias artesanales. Historias tejidas por artesanos que viajan a través de ferias, ciudades y países construyendo su destino, día tras día, con la destreza de sus manos.

Juan Manuel Flórez Arias

María Camila Cardona Aguirre

Foto-Reportaje

Escenas a la sombra de Berrío El Parque Berrío es un escenario cambiante desde que pega el primer rayo de sol en su pavimento, hasta el último aliento de la luna. Los protagonistas de sus escenas: vendedores ambulantes, hombres canosos amantes del tinto dulzón, transeúntes apresurados, habitantes de calle, variedad de comidas, olores y sabores para todos los gustos.

Patricia Nieto, el altavoz de las víctimas de la violencia El periodismo, según la escritora Patricia Nieto, tiene un compromiso ineludible con los marginados, con las víctimas. De allí, su papel trascendental en la construcción de memoria histórica y su aporte a la polifonía de relatos del conflicto.

Natalia Zuluaga Salazar / Valentina Bustamante Mesa

Punto Crónico

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Encuentros

El arte de disentir Redacción Nexos

El Fondo Editorial de la Universidad y Sílaba editores publicaron recientemente el libro “El arte de disentir”, una compilación de columnas de Alberto Aguirre. En esta edición encontrará una de ellas, a propósito del recuerdo y la nostalgia como formas de embellecer un pasado que se torna más grande de lo que fue.

Sinfónica EAFIT

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Sinfónica EAFIT Redacción NEXOS

Un recorrido por la historia y logros de la Orquesta Sinfónica a través de una infografía. Ilustración Elizabeth Builes / ebuiles en Flickr


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Ante la ley Simón Pérez Londoño

Director / sperezl1@eafit.edu.co

Hace más de dos milenios, Sócrates

se encontraba en prisión esperando apaciblemente para tomar la cicuta que le había impuesto el tribunal ateniense ante los cargos de corrupción de la juventud y no reconocimiento de los dioses de la ciudad. Su espíritu desasosegado, pero profundamente reflexivo, impresionaba a sus más cercanos discípulos. Uno de ellos, Critón, se acercó días antes de cumplirse la condena para ofrecerle opciones que evitaran la aniquilación física de uno de los más grandes pensadores que haya tenido la civilización Occidental. Le ofreció huir, evadir la ley y contemplar la oportunidad de criar personalmente a sus hijos. No obstante, Sócrates se mostró reacio a tal propuesta, argumentando -mediante la voz de su conciencia y las leyes- que huir no sólo era un acto injusto hacia su patria, sino que era desleal y contradecía todas sus antiguas acciones como filósofo. De este modo, el filósofo griego bebió la cicuta y dejó su cuerpo material, para pasar a una existencia milenaria en el pensamiento de Occidente. Si fue injusto el proceso que se le abrió no es precisamente el asunto que hoy nos interesa: simplemente Sócrates respetó la ley que conoció, aceptó y le permitió ser el que fue. Demostró honestidad y prudencia en lugar del “atajo” y la viveza. Se defendió hasta donde la ley lo permitía y fue coherente con su propia vida mientras la historia le daba la razón. Respetó la ley en virtud de que era fruto de un consenso racional entre los atenienses. Esta situación, narrada por Platón en su diálogo Critón o el deber, parece que no pierde vigencia, aunque es claro que las condiciones democráticas de Atenas por aquellos años no son las mismas que las actuales. Más pertinencia toma esta anécdota cuando a los casos de Maria del Pilar Hurtado (cuyo asilo político

venció recientemente en Panamá) y Luis Carlos Restrepo (prófugo de la justicia), se suma la incertidumbre frente al paradero de Andrés Felipe Arias, condenado recientemente por las inconsistencias del programa Agro Ingreso Seguro. Los dos primeros, aduciendo una persecución política, optaron por la deslealtad ante la legislación colombiana, evadiendo un proceso -según las leyes del Estado del que fueron partícipes y el que pudieron cambiar según su participación- en el que tenían pocas probabilidades de triunfar. Del mismo modo como en el episodio socrático dejamos de lado la justicia o injusticia del proceso, para abordar el respeto y cumplimiento de la ley, es prudente recurrir a lo mismo. Tal como le argumentaron las leyes que hablaban a la conciencia de Sócrates, Maria del Pilar Hurtado y Luis Carlos Restrepo pudieron ser lo que fueron, incluso parte activa del Estado y beneficiarios del mismo, gracias a la legislación que permite el funcionamiento en Colombia de un Estado Social de Derecho. Claro que las leyes pueden no ser acertadas, pero de todos modos la Constitución prevé mecanismos de modificación, garantías y defensas para evitar arbitrariedades. Ni Restrepo ni Hurtado, aun cuando pudieron hacerlo como ciudadanos o como miembros del Estado, hicieron nada para modificar elementos sustanciales de la Constitución colombiana. De hecho, tanto la aprobaron que optaron por vincularse al Estado en lugar de exiliarse en otro país. Pero cuando ésta no les mostró una buena cara, optaron por rechazarla y huir –quizá por el consejo de algún “avispado” Critón paisa- ante la sorpresa de muchos socráticos que aún creemos que responder ante la ley, con la argumentación y luchando por la verdad, no sólo es un deber de patria, sino una responsabilidad

adquirida con orgullo. Porque una vez se acepta durante toda una vida, la ley se convierte en el más grande de los compromisos del hombre en sociedad. Y es aún más honroso cambiar la ley y luchar por ello, que evadirla cuando hay alguna contrariedad. Pero eso no es regla general en la política colombiana, y bien demuestra que como en la medicina se encuentra el juramento hipocrático, en política requerimos un juramento socrático de responsabilidad ante la ley. Por ello, con gran acierto, en muchas facultades de Ciencias Políticas del país se sigue leyendo el Critón con el objetivo de promover el respeto y la responsabilidad ante la ley. Tanto Luis Carlos Restrepo como Maria del Pilar Hurtado debieron haber entendido que los errores en un cargo público tienen consecuencias graves en el país; y que así mismo son juzgados de acuerdo a la Constitución. Y que un cargo público no sólo trae honores y para algunos la posibilidad de beneficiar a sus amigos, sino que trae la responsabilidad de actuar con pulcritud y decencia ante la ley. Además, en caso de procesos como los que se presentaron, representa la responsabilidad de responder ante el país del que se beneficiaron. Pero optaron por meterse en el resquicio de libertad que les presentaba la suerte y el derecho internacional, aduciendo una persecución que, aun en caso de existir, no aclara las dudas que se presentaron con su actuación. Ahora los ojos se ponen en Andrés Felipe Arias. A pesar de haber respondido ante la ley en primera instancia, su retiro del país en los últimos días y su desconocido paradero ponen de manifiesto que algo pasa cuando cierta facción del uribismo se enfrenta a este tipo de procesos. Independientemente de que, ad portas de una condena, haya huido o no, la sola

DIRECCIÓN Simón Perez Londoño sperezl1@eafit.edu.co GERENCIA María F. Villafañe García mvillafa@eafit.edu.co

Ideas y Cultura Asociación Cultural

Periódico Estudiantil NEXOS

EDICIÓN Valeria Zapata Giraldo vzapata1@eafit.edu.co Valentina Bustamante Mesa María Camila Cardona Aguirre Susana Galvis Bravo Daniela Navarro Bohórquez Natalia Zuluaga Salazar DESARROLLO HUMANO Gabriela Restrepo Betancur grestr12@eafit.edu.co María Camila Hernández Correa EDICIÓN WEB Y Tatiana Ramírez Gómez SOCIAL MEDIA tramire3@eafit.edu.co Laura Álvarez Llano Sofía Pérez Aristizabal

tentativa demuestra la falta del criterio que le permitió a Sócrates ganarse su lugar en la historia. Si bien el derecho internacional permite tanto el asilo político como diplomático, estos casos muestran en el país una burla a la ley en la medida en que, aún cuando hay pruebas fehacientes de una conducta no adeacuada a la legislación y a la responsabilidad de sus cargos, aducen un etéreo sentido de persecución para salvar sus minutos de libertad. Ponen en duda incluso su honor por un poco de libertad negativa. Por eso nunca alcanzarán la historia como lo hizo Sócrates, por eso siempre serán el inaportante Critón de la narración. Un procesado injustamente, si ese fuera el caso, debe luchar por esclarecer la verdad ante los ojos de su patria. Y eso no se hace, como lo han mostrado los casos de Hurtado y Restrepo, desde la lejanía de un refugio, quizá con la compañía de los suyos y con uno que otro efímero placer mundano, sino que se hace ante la ley, de frente, con los argumentos en la mano y la historia como principal espectador. Arias deberá hacer eso si no quiere seguir el paso de sus colegas en el uribismo. Y el mismo senador Álvaro Uribe debe procurar que así sea, porque no suena concordante su actitud ante procesos como los mencionados con su postura férrea de aniquilación a quien se opone a la ley y a su orden con las armas. Quizá le hace falta entender que tanto daño le hacen a la institucionalidad las evasiones y subterfugios de sus seguidores que el mismo uso de las armas para derrocar la Constitución: en ambos casos la legitimidad queda en duda. Pero si siguen así en lugar de darle la cara al país, estarán bebiendo la pócima que les proporciona una vida sin honores y dudosa en el exterior, en lugar de ganar como Sócrates la oportunidad de la gloria y de la verdad ante su patria.

MERCADEO Carlos Mario Arbelaéz Reyes carbel16@eafit.edu.co Mateo Emilio Saltaren Figueroa PORTADA Juan Esteban Tobón Alzate / juanauj.esteban en Flickr DISEÑO Y MONTAJE Edison Alberto A. Taborda PREPRENSA E IMPRESIÓN Casa La Patria AGRADECIMIENTOS Desarrollo Humano Universidad EAFIT Carlos Mario Correa Soto Elkin Obregón Luis Alberto Arango Café Versalles Fundado el 13 de agosto de 1987 por Jorge Restrepo, Jaime Cadavid, Claudia Patricia Mesa y Gustavo Escobar. Personería Jurídica No. 568 de septiembre de 1993. Carrera 49 No. 7 Sur-50 / Bloque 29 oficina 401 EAFIT Teléfono: 261 93 02 / Fax 261 95 00 ext. 407 nexos@eafit.edu.co / www.periodiconexos.com.co

Los artículos firmados son responsabilidad exclusiva de los autores y no representan expresamente el pensamiento editorial del periódico.


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II Seminario Internacional de

Narrativas Susana Galvis Bravo

susigalvisb@hotmail.com

Del 11 a 13 de septiembre de 2014 llega a EAFIT la segunda versión del Seminario de Narrativas, que para esta ocasión estará centrado en literatura, historia y periodismo. Estos tres aspectos contienen una idea común; la del relato como registro de las experiencias humanas. El evento busca abrir un espacio de reflexión en torno a la manera de narrar, teniendo como temas principales los deslindes, transiciones y sincretismos entre literatura, historia y periodismo; novela histórica; crónica; reportaje; memoria, testimonio y narración; los tropos narrativos y sus efectos en las grafías culturales. Los tópicos anteriores serán discutidos desde perspectivas diferentes como la hermenéutica, historiografía, etnografía de la comunicación, entre otros.

El encuentro contará con la presencia de docentes de la Universidad y conferencistas invitados: Mg. Jorge Iván Bonilla, Dra. Alba Patricia Cardona Z, Mg. Carlos Mario Correa S, Dr. Sergio Villalobos R., Dr. Luis Fernando Restrepo, Dr. Patricia Nieto.

Más información Centro de Educación Continua Teléfono: (57) (4) 261 92 27 Fax: (57) (4) 268 25 99 Correo: cec.eafit@eafit.edu.co Carrera 49 7 Sur - 50, bloque 29 primer piso Lunes a viernes en jornada continua de 8:00 a.m. a 7:00 p.m. y sábados de 8:00 a.m. a 12:00 m.

¡La risa está garantizada! El Cineclub en EAFIT continúa este semestre, esta vez poniendo como protagonista al género de comedia a través de la historia cinematográfica. Se presentarán filmes como La pícara puritana, Luna Nueva y El joven Frankenstein todos los lunes del semestre en el auditorio 103 del bloque 38. Entrada libre para todo público.

Los cien años de Cortázar Desde el 14 de agosto hasta el 11 de septiembre la Universidad conmemorará el centenario del nacimiento escritor Julio Cortázar. El evento será un repaso por su vida contada desde perspectivas, como el jazz, su obra Rayuela, así como por medio de recursos audiovisuales. El coordinador de los encuentros con entrada libre es Mauricio Correa Vásquez.


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Patricia Nieto, el altavoz de las víctimas de la violencia Marìa Camila Cardona Aguirre

mcardo27@eafit.edu.co Ilustraciones: Jonathan Carvajal / carvajaljonathan en Flickr

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ciudad, se halla una mujer de estatura baja, que es grande en sus letras, que da vida a la voz de las víctimas del conflicto armado colombiano en sus narraciones y en sus luchas. Anda de blue jeans y tenis, con el cabello liso y delgado cayendo sobre los hombros, sonrisa despierta y ojos rodeados por una sutil sombra oscura que, probablemente, está ahí debido a las noches que pasa en vela reconstruyendo las historias que encuentra en sus andares. Patricia Nieto utiliza la “poesía como caricia” en un tema tan polémico y doloroso como la guerra en Colombia, la cual ha desangrado nuestros campos y parece haberse ensañado con los más débiles. Hoy esta mujer es un megáfono de la verdad de los oprimidos, de las versiones de quienes fueron pisoteados sin comprender las razones, motivos o justificaciones. La decisión de narrar el conflicto armado colombiano no fue fruto de un acontecimiento único. Fue, más bien, el resultado de múltiples situaciones, de vivir en la Medellín de finales del siglo XX y del ejercicio del periodismo las que la llevaron a ser una férrea defensora y constructora de la memoria histórica colombiana desde la voz de las víctimas. En los años ochenta, Patricia Nieto pisaba todos los días las aulas y pasillos de la Universidad de Antioquia, en la que, cursando sus clases de periodismo, también vivió de primera mano las persecuciones a movimientos sociales, sindicatos, asociaciones y a los propios estudiantes por parte de las fuerzas armadas legales e ilegales. Esta mujer, que hace parte de los denominados Nuevos Cronistas de Indias, atribuye su marca de origen a esas realidades de la ciudad y el país que fueron determinando sus intereses periodísticos. “Fue la época en la que en la Universidad de Antioquia hubo una cadena de asesinatos impresionante. Digamos que el momento culminante fue cuando mataron a Héctor Abad Gómez, pero ya llevábamos un año o año y medio de desapariciones, de muertes. Entonces digamos que eso marca una manera de ver y de aproximarse a la realidad”, afirma Patricia recordado sus años como estudiante, sus primeros pasos en este oficio y en esta universidad de la que hoy también es maestra. Con el pasar del tiempo, se fueron acumulando en el imaginario de esta cronista, muchos otros acontecimientos definitivos para lo que indaga, escribe y enseña actualmente. ¿Cuándo toma la decisión de trascender de la narración general del conflicto colombiano a uno que parte de las voces de las víctimas? Esa no es una decisión instantánea, es una decisión de un periodismo que va a contar la historia y la vida de los más débiles, de los vulnerables, de los que sufren. En ese momento no estaba en mi cabeza la víctima. En Colombia esa no era una palabra que tuviera el significado político y jurídico que tiene hoy. Con el periódico El Mundo recorrí toda la ladera oriental de Medellín. Eran barrios de invasión, hoy son barrios formalizados que pagan impuestos, pero en esa época no lo eran. Ahí encontré muchas historias de víctimas, sin saber para entonces que lo eran. No fue una decisión, sino que después con el tiempo se dijo que son víctimas, pero en el principio no existía ese concepto.


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Agosto de 2014 se distingue del informativo en el sentido de que le permite extenderse al ciudadano que cuenta su historia, sentar su voz, dar su versión generosa. Permite además que esa historia sea contada por sujetos con nombre, apellido, identidad, dudas, olvidos, inseguridades porque la memoria no es la verdad sólida y única sino que cuando se entrevista a una víctima o a un victimario hay olvidos porque el olvido es parte de la memoria. El periodismo narrativo tiene la oportunidad de acoger muchas voces con una alta carga literaria que permite que ese relato sea leído. El informe académico se queda en un lugar, el informe del gobierno se queda en otro lugar, pero este, donde la gente habla, permite poner a los colombianos a conversar entre sí. Es un campesino que le habla a un citadino a través del relato, aunque no haya un diálogo directo, quien lee hace asociaciones en su cabeza y construye conversaciones que se van corriendo de voz en voz y se genera una comunicación muy espontánea dentro de la gente.

Patricia relata la época de su paso por el periódico El Mundo como una moneda en la que, en cada una de sus caras, se pintan los rostros de mujeres que sufren. En primer lugar, en la carretera que de Medellín lleva a la Costa, en el sector de Valdivia, una señora que sale de un rancho de plástico y extiende su mano esperando que en aquel bus de viajeros alguien se compadezca y le brinde algo. En la otra cara, una señora parecida que vive en Medellín y de la misma manera construye su rancho y trata de hacer allí su vida. Lo que ambas tienen en común, es que junto a sus familias salieron del campo huyendo de la violencia y lo perdieron todo. ¿Para qué escribir sobre estas personas? Yo no sé si esto es muy anacrónico pero pienso que sigue siendo la esencia del periodismo. Sueño con un periodismo comprometido con el país y con la región. Ese compromiso es con las personas, no con las empresas, ni con los capitales, ni con los partidos políticos, sino con las personas que viven en ese territorio, con los ciudadanos. Ese compromiso del periodismo se puede encontrar en muchos temas: en la cultura, la divulgación de la ciencia, la reproducción económica. Esos temas tienen un enfoque y sentido social. Pero yo creo que hay una marca que los periodistas no debemos olvidar y es que el compromiso es con las personas más vulnerables, es decir, con los desprotegidos. Para Patricia, el periodismo desde los más frágiles resulta ser un ejercicio por la igualdad, por la inclusión, por la defensa de los derechos humanos, por la democracia. Un periodismo que activa el debate sobre temas que son problemáticas y que señala dónde el Estado y los gobiernos deben poner la atención. “Siento que el conflicto armado y las personas que sufren la guerra y por la guerra son temas centrales y determinantes para el futuro del país”, afirma. ¿Cuál es su concepto sobre el abordaje que dan los medios informativos actuales a los hechos de violencia? Como dice Omar Rincón, con todas

la memoria no es la verdad sólida y única sino que cuando se entrevista a una víctima o a un victimario hay olvidos porque el olvido es parte de la memoria.

las deficiencias, problemas, culpas e irresponsabilidades que el periodismo diario pueda tener en toda esta historia, esos periodistas son los que se han jugado la vida y la reputación haciendo noticias, por ende yo respeto mucho el trabajo de los periódicos. Patricia reconoce que los medios han tenido periodos de lucidez, épocas en las que se han esforzado por hacer visible la lucha silenciosa que se ha librado en el campo y que, muchas veces, es desconocido por los habitantes de las ciudades. Según ella, La Unidad de Paz y Derechos Humanos que tuvo el periódico El Colombiano y los especiales, seriados y abordajes profundos que ha realizado la revista Semana dan cuenta de las decisiones que han tomado los medios de ser actores importantes de la reconstrucción de estas historias. “Esa prensa merece todo el respeto y vale la pena hacer un estudio muy detallado de cómo fue que se hizo esa información”. Actualmente la prensa informa frecuentemente sobre la violencia en Colombia, solo que es muy inestable, es decir, hay como cimas y valles. El periodismo de nosotros parece un obsesivo que toma un tema, lo trabaja y rápidamente lo olvida. Por ejemplo, en el periodo de la campaña presidencial, hubo una decisión muy clara de los medios, no la conozco pero la sospecho, de bajarle la intensidad al conflicto para favorecer la propuesta del candidato que le apostaba a la paz. Esto lo digo no a manera de reproche, es una decisión que la prensa toma como el actor político que es. Después, seguramente, va a haber un periodo en el que se van a alejar de esa ruta y van a volver a contar todo lo que está pasando. La prensa tendrá

que volver a decir que hay unos brotes y unas acciones frecuentes de las FARC y el ELN que están indicando que hay actividad. Es decir, no es que porque hay un diálogo en la Habana aquí hay tregua.

Hay quienes plantean que para que haya perdón debe haber olvido y que, por ende, recordar los acontecimientos violentos es abrir más la herida. ¿Cuál es su concepto sobre el papel del olvido en la realidad del conflicto armado colombiano?

¿Cuál es el papel que el periodismo debe tener en este tiempo de Proceso de Paz o un eventual posconflicto?

Ese es un asunto muy complejo, no recuerdo con exactitud la ocasión, pero creo que Héctor Abad Faciolince, en alguna charla o conferencia planteó el olvido, es decir, pasar la página y continuar. Este proceso se puede dar porque él ya vivió el duelo. La muerte de su padre fue en el año 87 y logró tramitarlo a través de un libro muy importante. Él dejó un testimonio, lo sacó, lo puso en el público. Él puede decir que el dolor cambió a otro estado distinto. Lo liberó. Proponerle eso a una persona que hace dos días fue víctima de la violencia no es solo inoportuno, sino irrespetuoso.

La tarea del periodismo es informar lo que pasa y hacerlo con todos los criterios pertinentes. No la objetividad sino la responsabilidad sobre lo que se informa pues el convencimiento de que un país en el que sus ciudadanos tienen unas condiciones de convivencia armoniosa puede generar mejores condiciones de vida. Pero eso no puede llevar a cegar la mirada, a plantear, por ejemplo, que una negociación se debe realizar sea como sea, sobre los puntos o las agendas que sea. Yo pienso que debe ser una información vigilante y también pienso que cada momento del proceso de paz trae una oportunidad de información. Siento que el apuro de algunos medios o entidades del gobierno por generar una información del posconflicto cuando no ha terminado el conflicto es más propaganda que periodismo. ¿Qué rol cumple el periodismo en la reconstrucción de la memoria histórica? La memoria de un país se construye con múltiples relatos, es decir, con narrativas de diferente índole. El informe “Basta ya” es un ejercicio de dar una información completa, con muchos testimonios, información estadística profunda, trabajo de campo en todo el país y ejes temáticos muy definidos. Es el intento, desde el gobierno y la academia, de dar una versión de lo que pasó. Por su parte, el periodismo tiene la oportunidad de leer, de contar los hechos del conflicto armado y también de las acciones de paz y de reconciliación como un elemento más de esas múltiples narrativas. El periodismo literario, específicamente,

Así como Abad Faciolince, la sociedad tiene que hacer una liberación social. La literatura está para eso y las artes están para abrir esos canales. Yo diría que no es un olvido, sino un momento de la situación particular de quien lo ha vivido que entra en otra etapa. Cada sociedad tiene unos momentos para hacer su duelo, el problema es que aquí todos los días se suman dolor y victimización porque la guerra no cesa. Proponer un olvido tan general y tan inmediato es una propuesta atrevida que hay que mirar con mucha distancia. ¿Es posible una reconciliación social sin una reconstrucción de la memoria histórica? Socialmente no, puede haber una reconciliación entre dos personas que se ofendieron pero, socialmente, mientras no haya verdad, mientras no haya justicia, no va a haber reconciliación. La justicia no siempre es punitiva, hay muchos modos de la justicia. Pero si una víctima no siente que la comunidad política reconoció que fue violentada y que hay un violentador y que éste merece una sanción social simbólica o penal no puede haber reconciliación social en términos políticos.


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Cine con alas de

libertad Redacción Nexos

nexos@eafit.edu.co Ilustraciones: Simón Villegas / @simonvillegasj en Instagram

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ntre el 25 de julio y el 3 de agosto se celebró en el territorio nacional la quinta edición de la Semana del Cine Colombiano. En el evento, organizado cada dos años por el Ministerio de Cultura, se proyectaron las últimas 35 producciones cinematográficas colombianas, así como clásicos del patrimonio fílmico del país. “Todo el cine nacional tiene derecho a existir”, afirmó Adelfa Martínez, directora de cinematografía del Ministerio de Cultura durante la inauguración de la Semana. Agregó que actualmente hay un incentivo a productores y directores para que “hagan lo que quieran hacer bajo un principio de fomento a la libre creación”, a pesar de lo que representa el peso de la competencia de la industria de cine norteamericana, la cual tiene aseguradas muchas de las pantallas de las salas de cine a nivel mundial. Para esta ocasión, Nexos quiso rendir homenaje al talento y los filmes colombianos a través de la ilustración de tres películas con gran acogida en el país, así como en festivales internacionales.

Películas: Paraíso Travel (2008), Sofía y el terco (2012), La cara oculta (2011)


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En Versalles el tiempo tiene memoria

Natalia Zuluaga Salazar Valentina Bustamante Mesa

nexos@eafit.edu.co Ilustraciones: Lorena Zuluaga / limonadadearbol en Flickr

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xiste un lugar en Medellín en el cual el tiempo se detuvo en 1961. Hace 53 años, en el Salón Versalles, restaurante ubicado en el pasaje Junín, el reloj marca las 12:00 del día, una hora que siempre está bien para almorzar. Entrar a este lugar es encontrarse con tantos recuerdos como personas que por allí han pasado. Grandes artistas locales, personalidades de la literatura nacional e internacional y, más significativo aún, muchas generaciones de familias del común que con nostalgia y alegría recuerdan a Versalles como ese lugar

delicioso que al parecer estará ahí eternamente de puertas abiertas para recibir a la enorme cantidad de gente que lo visita de lunes a domingo. Para esta ocasión, reunimos los testimonios de cuatro personajes que han vivido el lugar a través del tiempo desde diferentes perspectivas. Finalmente, todos llegan a la conclusión de que es un espacio que ha sabido guardar la memoria de la ciudad.

leonardo nieto

“A donde fueres, haz lo que vieres”

y si yo, a eso que veo, le puedo mejorar algo, definitivamente debo hacerlo. Cuando llegué a Medellín con esta idea descubrí que la ciudad necesitaba un sitio más popular. En 1961 ya existía el Astor, institución a la cual respeto y admiro muchísimo, pero Junín necesitaba un lugar intermedio; uno donde hubiera espacio para la cultura y donde yo pudiera juntar la gastronomía argentina con la colombiana. Al principio, en el momento en el que implementamos el almuerzo en Versalles, no sabíamos cómo atraer a la gente para que viniera a almorzar acá.

Sin embargo, resultó que para la época había muchos futbolistas argentinos en la ciudad y entonces sin pensarlo mucho les dije: “Muchachos, yo necesito de ustedes. Les voy a dar un precio especial, pero ustedes deben venir a almorzar acá” y todo fue muy simpático porque la gente comenzó a venir a verlos a ellos y fue un gancho maravilloso. También traíamos grupos de teatro de la ciudad para lograr atraer más gente y poco a poco las tertulias de la noche se fueron trasladando a Versalles. Empezamos en el 61. ¡Qué bárbaro! A pesar de los ochenta, llenos de violencia, sobrevivimos y

nos fue muy bien. Durante todos estos años he contado con un equipo de trabajo excepcional. Los empleados de Versalles son empleados de toda la vida y gracias a eso hemos logrado formar un equipo muy fuerte. No podría yo hablar de Versalles sin hablar de lo bonito que es el sentido de pertenencia que tienen los empleados y los clientes por este lugar. Este sitio me hace sentir completamente orgulloso y, sin embargo, parece que yo soy el menos fanático. La enorme responsabilidad ahora es seguir cuidando ese sentir propio que tienen los paisas por Versalles. Hay clientes que vienen siempre, que

vinieron de estudiantes, a quedarse horas haciendo trabajos y que ahora vienen con sus hijos. Hay chicos que llegan al lugar contando que fue aquí donde sus padres se conocieron y algunos hasta se casaron en Versalles. Qué bonito es saber que somos un referente de la ciudad y que, siendo modestos, este es un sitio muy importante, por lo menos en Junín. Desde los chicos nadaístas que venían a pensar el mundo mientras tomaban un café en Versalles, hasta los extranjeros que vienen por recomendación de alguien más, este lugar se ha convertido en una labor de 50 años… ¡Yo nunca pensé que yo iba a durar tanto!


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Luis Alberto Arango Puerta

P

or mi amigo, el fallecido escritor nadaísta Jaime Espinel, supe que Versalles fue fundado por don Roberto Rey, esposo de la cantante Tita Duval, por allá en el año 57 o 58. Fue un salón de té a la inglesa, con puertas de vidrio, como sucede en los países donde hay estaciones. Pero cuando lo tomó don Leonardo Nieto suprimió dichas puertas, y es lo que ha permanecido hasta el presente. Versalles es para mi generación un enorme baúl de evocaciones. Tomando prestado un título sobre Pessoa de Antonio Tabucchi: “Un baúl lleno de gente”. Lo primero que recuerdo es a mi condiscípulo del último año de bachillerato, Adolfo González, quien para sostenerse económicamente trabajó allí como mesero, cuando finalizaba su jornada estudiantil. Allí fuimos sus compañeros a curiosear a

este valiente de aspecto nórdico con su impecable chaqueta blanca. Tal vez fue mi primera incursión allí. Pero hubo un tiempo en el que nos hicimos asiduos, especialmente los domingos. Hacíamos un tour: retreta en el Parque de Bolívar, embetunada, compra de periódicos y Versalles. Cerveza, café o jugo de mandarina, al gusto. Fue así como empecé a sentirme adulto por vez primera. Había grupos diversos que confluían allí a conversar. Era la década del 60. Éramos muy jóvenes, inquietos, contestatarios. Todavía resuena en mi memoria la escandalosa y prolongada carcajada de Andrés de la Torre, empedernido visitante quien sellaba así sus dictámenes. Todavía veo llegar al grupo nadaísta –Amilkar, Barquillo, Malgren Restrepo, Gonzalo Arango y otros–, vestidos algunos a la usanza francesa de la nouvelle vague, con sus

cuellos de tortuga, negros y grises, boinas y gabanes. En Versalles hay que hablar de personas y de viandas. Son inolvidables sus empanadas chilenas y argentinas; su repostería, sus bebidas. Hasta me atrevo a decir que allí se podría hacer la más exacta muestra estadística del consumo de café en Colombia. Es imposible que alguien de mi edad, ligado por alguna razón o cercanía al centro de Medellín, no recuerde a Versalles, y está bien que sea un buen restaurante, repostería, cafetería, una evocación permanente, y es un milagro que la peligrosa mano del hombre paisa que somos, no lo haya demolido para hacer en su lugar un parqueadero y luego un edificio, quizá porque el dueño desde hace 50 años ha sido un argentino: Leonardo Nieto, ante quien me quito el sombrero. ¡Enhorabuena!

íbamos a Versalles a mejorar el mundo; la mejora la hacíamos al calor de sendas Cocacolas y un suculento plato de buñuelos, los mejores buñuelos que ha conocido esta ciudad; y no habla la nostalgia.

Ya no frecuento el lugar, gracias a mi lumbago. Pero hace poco me comí en casa una impecable empanada versallesca, regalo de un amigo. Fue la triste tarde en que perdimos con Brasil; pero lo de Yepes fue gol.

Pensó entonces —les confiesa— en comprar algo para atender en casa a los familiares, pero de inmediato cayó en cuenta que era mejor invitarlos a comer a un restaurante. Y cuando comenzó a llamarlos para reunirse, el sitio escogido fue el de siempre, Versalles, el que por más de 30 años frecuentara.

Luz María le da un sorbito a un café oscuro. Luego cuenta que él, silencioso, fue hasta un extremo de la mesa, se acomodó y puso debajo la cajita.

Elkin Obregón

Mis mejores recuerdos de Versalles

son todos, y son todos lejanos. Fui muy asiduo, como todo el mundo. Pero no puedo olvidar aquellos atardeceres en que, con mis amigos del Instituto de Estudios Generales,

Guillermo Zuluaga

—Ay juemadre, primera vez que

viene y se sienta debajo de la mesa—. Cuando Luz María habla del asunto, no sabe si reírse o llorar. Solo sabe —y se lo recuerda a tres amigas con las que comparte en esta tarde de diciembre en el segundo piso de Versalles— que lo ocurrido aquel día difícilmente se borrará de su mente. Todo comenzó en el funeral de su sobrina. Cuando salieron de la celebración eucarística en el cementerio, se acordó de que en casa no había comida para atender una parentela larga y un listado de amigos que gentilmente había llegado a acompañarlos.

Luz María le sigue contando a sus compañeras Cecilia y Catalina que ese día juntaron tres mesas del centro en la segunda planta. —Y la cajita con las cenizas las traía otro sobrino y él era parado con ellas en la mano y nos miraba a todos, seguramente pensando qué hacía.

—Fue muy curioso: vinimos con ella a donde más le gustaba venir. Dice solemne Luz María, pero inmediatamente, como si descendiera por una ladera resbaladiza su voz firme hace una inflexión, ¡frena intempestiva!: —Ay juemadre— dije en medio de ese silencio-: primera vez que Yaneth viene a Versalles y ¡se sienta debajo de la mesa! Tomado del libro: Camino a Versalles (2011)


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Agosto de 2014

Entrar en las tiendas de antigüedades es atravesar la pared que separa el presente del pasado y penetrar en un refugio anacrónico en el que diversos referentes de épocas de antaño se mezclan en un colorido y polvoriento paisaje de oropel, repleto de vajillas, muñecos, cerámicas, máquinas de coser, de escribir, de fotografiar… de todo.

“Todo tiempo pasado fue mejor” Baratijas, porcelanas, monedas y billetes antiguos, radios de perilla, cámaras análogas, muebles victorianos, relojes de péndulo e incluso armas de chispa y baqueta conviven en el interior de estos baluartes del pasado, en los que se venden y compran antigüedades de todo tipo.

Los objetos que comercian provienen en buena medida de gente que los vende, ya sea para salir de ellos porque necesitan el dinero, porque quieren cambiar la decoración por una más moderna, o porque, en algunos casos, se mudan de hogar y ya no les caben. Precisamente, uno de los episodios más tristes que presenció en su tienda Maria Luigia Bernal, una de las comerciantes del sector, fue el día en que una mujer tuvo que salir con lágrimas del local luego de dejar un escaparate “muy grande y hermoso” que había pertenecido a su familia por generaciones, pues no le era posible acomodarlo en el nuevo el apartamento que había comprado.

“Esto es como una tienda de abarrotes. Unos compran planchas y radios. Otros coleccionan monedas, billetes, otros escaparates, campanas. Aquí se ve de todo”, comenta Luis Alberto, quien lleva 25 años dedicado al comercio de antigüedades, los últimos 12 en su local de la calle Perú. Tampoco existen distinciones de edades: por los almacenes se pasean jóvenes, universitarios, adultos y personas de la tercera edad.


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Para Luis Alberto, por ejemplo, no hay nada como lo antiguo: “ahora, todo lo que venden hoy en día, lo moderno, es desechable. Usted compra un mueble en algún almacén y no le dura ni un año. Lo antiguo en cambio, es bueno. Lo antiguo nunca pasará de moda, lo que pasa de moda es uno. Claro que sí, todo tiempo pasado fue mejor”.

Un paseo por las tiendas de antigüedades del centro de Medellín Camilo Montoya Castañoo cmonto41@eafit.edu.co

Arrumados en almacenes del centro de la ciudad, vestigios del pasado se resisten a perderse en el basurero de la memoria. Objetos que fueron testigo de momentos históricos remotos, que hicieron parte de la vida ordinaria de nuestros antepasados, son rescatados del mar del olvido en el que tantas cosas perecen, y anclados a esos refugios del pasado que decoran los costados de la calle Perú a la altura de la Avenida Oriental, una senda transitada por los fantasmas de la memoria, conocida por algunos como la “calle de las antigüedades”.

Por momentos, algunos curiosos que se pasean por los locales, sobre todo de los que ya exhiben una cabellera blanca como las porcelanas que tantean, dejan entrever en sus miradas un destello de nostalgia.

Recostada sobre un jarrón en una esquina de la mesa y custodiada por utensilios de porcelana y cerámica, una pistola de chispa del siglo XIX destaca entre las antigüedades de la tienda de Luis Alberto. Según él, el arma quizás llegó al local en manos de algún extranjero que coleccionaba cosas antiguas. “Anteriormente era más fácil traer esas cosas que ahora. Antes era común transportar estos objetos en barcos”, comenta.

Los locales ofrecen objetos del pasado que van desde cachivaches de 10 mil pesos hasta esculturas de bronce y mármol, así como otras piezas artísticas que constituyen verdaderas reliquias, que sobrepasan los 10 millones de pesos.


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Una feria

Los eventos que no cambian 1

Desfile de Autos Clásicos y Antiguos La 19º versión de este evento se llevó a cabo el pasado 7 de agosto, día en el que sus visitantes viajaron como todos los años por un momento en el tiempo a través del paso de los vehículos por las calles; eso sí, con el anclaje al presente materializado en la alta temperatura durante el desfile y el calor que se acumula en el ambiente y el pavimento. Y a pesar de ser uno de los eventos más esperados de la Feria, también es uno de los menos innovadores.

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Desfile de Silleteros Lo que hace ubicar al desfile de silleteros en esta lista no es la admirable obra de los campesinos que elaboran sus silletas con esmero para participar en alguna de las categorías del evento. El verdadero motivo es que, año tras año, en la organización del Desfile se refuerza la falta de inclusión con los ciudadanos de Medellín. Mientras unos tienen la fortuna de disfrutar del evento en las graderías patrocinadas por las empresas para las que trabajan, o por haber tenido la posibilidad de comprar una entrada; el resto de asistentes deben buscar sitio –tarea difícil– detrás de las vallas puestas durante el recorrido, o en los puentes de la ciudad desde donde sea posible visualizarlo.

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Del 1 al 8 de agosto rondó por la ciudad una

aureola etérea de aquello que conocemos como nuestra feria local. Y ya culminada, el rastro que dejó a su paso es aun más imperceptible. La feria estaba en las noticias y en los medios; fue inflada allí, ensalzada y engrandecida, como se engrandecen los peces globo. Lo que en primeras planas y titulares se mostró como un gran evento, muchos de los ciudadanos de Medellín pasaron de largo, sin preguntarse, quizá, si la Feria estaba dirigida a todos ellos. Estos testimonios, recogidos durante días de Feria, buscan mostrar algunas de las opiniones de los habitantes de Medellín y zonas aledañas frente a este evento por el que es tan reconocida la ciudad hace ya 57 años. Busca también, en cierta medida, cuestionar por un momento la cantidad de superlativos con la que los oriundos de la región hablan de su tierra.

Pues, es cuestionable desde el principio una feria de ciudad en la que, como puede inferirse en las palabras del alcalde de Medellín en la nota introductoria a la programación del evento, los turistas son priorizados incluso por encima del ciudadano que a diario habita sus calles. En la que se les da la bienvenida a echar un vistazo a los sueños de construir “una sociedad más equitativa, más humana, más libre y más feliz”.

Sebastián Restrepo Correa

Belén Con respecto a la cabalgata, que la quitaron, más que un evento donde se ven borrachos y desfiles de mafiosos en sus caballos, se debería implementar un desfile más cultural y profesional en el ámbito de lo equino. Otro cambio que debería haber es que el desfile de silleteros sea más incluyente, que haya graderías para la gente de menores recursos, pues se ve la gente expuesta al sol todo el día esperando para ver las silletas y la mayoría casi no ven nada por la acumulación de personas.

Fondas de Mi Pueblo El evento en el que por tradición cada municipio de Antioquia muestra sus rasgos típicos exaltados en la gastronomía, vestuario y música se celebró este año en el parque Juan Pablo II y la Carrera 70. Lo que también se volvió tradición en el encuentro es el cobro de la Daniel Herrera entrada para los ciudadanos, Restrepo así como la falta de Belén exhibición de los nuevos desarrollos de cada Me gusta bastante algo de la Feria. Ningún municipio, quedándose evento me apasiona, pero me parece muy solamente en la muestra bonito que la gente celebre una Antioquia de las costumbres de que ya no existe, que se llenen de orgullo con antaño. algo que nunca volverán a ser, porque todo lo de la Feria pertenece a una Antioquia que parece como detenida en el tiempo. Aunque es imposible, a la Feria le cambiaría la mentalidad de la gente sobre ella, porque vuelven los eventos más festivos en una bola de chirretes borrachos, pero la verdad es que eso es en lo que nos hemos convertido.

Ilustración: Juan Esteban Tobón Alzate juanauj.esteban en Flickr

Abre una puerta a analizar la posibilidad de que a Medellín le falte más inclusión en vez de más cartones que la decreten como la ciudad más innovadora, y que quizá esos títulos sean solo eso, meros calificativos con contenidos vacíos. ¿Es esta Feria celebrada para afianzar nuestros lazos sociales o es otro instrumento de la maquinaria en la que últimamente funciona Medellín y su ambición por que su nombre resuene en el mundo?

Mariana Doval ENVIGADO Pienso que la feria de las flores es una oportunidad muy bacana para abrir a Medellín al mundo. Este año me parece que ha tenido mucha más fuerza pues los eventos han sido más grandes y se han cambiado varias cosas, como la eliminación de la cabalgata, una muestra de toma de conciencia con respecto a los animales. Me encanta el desfile de carros antiguos y Sonido sobre ruedas. Yo pienso que hay muchos eventos tradicionales que se deben respetar, aunque deberían empezar a convocar nuevos espacios que llamen más a los jóvenes.

Juliana Pantoja

Ciudad del Río Siempre me han gustado mucho las ferias en la ciudad y los conciertos que se organizan en ellas, pero me parece que son muy costosos. Aquí los eventos públicos a veces tienden a ser peligrosos, entonces no pueden aprovecharse. No digo que se deban hacer más grandes eventos, sino diseñar espacios para ir a tomarse una cerveza en un lugar donde uno se pueda sentir seguro. Además, no siento que haya una identificación de los ciudadanos con la Feria de las Flores, pienso que lo alardean, que les gusta que se celebre en Medellín, pero no siento que sea algo con lo que nos identifiquemos verdaderamente.


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de inquietudes

Eventos que también estuvieron en la feria 1

Fue realizado el 3, 4, 5, 7, y 8 de agosto con conciertos de diferentes géneros musicales como Negra Noche, Músicas del Mundo, Noche de humor, Noche de son y boleros, y Noche tropical.

Lida Patricia Giraldo Rionegro

Laura Blanco Ciudad del Río Me parece que la Feria de las Flores es un evento pensado desde una cultura muy impuesta, diciendo que el paisa tiene que ser así, así y así. La ciudad y las regiones rurales han tenido muchos cambios y esa cultura impuesta ya no la sentimos tan nuestra. Puede que mucha gente disfrute de estas cosas, pero en este momento Medellín y Antioquia tienen mucho más para dar que trovas y caballos.

Yo creo que el desfile de silleteros debería ser más participativo con la comunidad. Deben constituirse eventos donde la gente se involucre directamente con el arte y sea un espacio para compartir con todos lo habitantes de Medellín. Por ejemplo, en el Río, la gente podría hacer una obra grande, dirigida por artistas, o que se den concursos de esculturas en material reciclable en los que participen gente de todos los barrios y que sean estos monumentos los que tracen el camino por donde van a pasar las silletas.

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Guayabal

La Milagrosa No voy a eventos de Feria de Flores pues siempre es lo mismo, es la repetidera de la repetidera…sería bueno tener algo novedoso, algo que marque y sea para beneficio de la comunidad; no sólo que pase el evento y ya, felices y contentos esperando otro año para repetir las mismas cosas. Se necesita algo que en verdad repercuta en el bien de los ciudadanos, pues lo de hoy en día está más dirigido a la gente de afuera.

Santiago Arango Zabala Caldas

Yo creo que lo que le hace falta a la Feria es apropiación, le vendría bien tener una temática cada año, conservando las flores, claro, pero que se cree también un marco en el que cada municipio sea anfitrion de algo. Cada uno podría apropiarse de un mito, leyenda, comida o ritmo, y mostrar los talentos de los cantantes, escritores y artistas de cada localidad

Escenarios artísticos y culturales Para quienes buscan una alternativa diferente a la recurrente música popular y los espectáculos de trova en la Feria, estos espacios, ubicados en diferentes barrios de la ciudad, pusieron como protagonistas a músicos locales en géneros como el reggae, urbano, folclor, rock, entre otros.

Pablo Valencia

Luis Hernán Guzman

La Feria al ritmo de bicicleta Un ciclopaseo que se llevó a cabo por primera vez en el marco de la Feria el pasado 9 de agosto, en el que participaron cerca de 4.000 personas en un recorrido de 14 kilómetros por las calles de Medellín.

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Sería interesante que la Feria de las Flores se renovara, pero desde una perspectiva comercial, para generar dinero, está muy bien montada. Me gustan los eventos a los que asisto, encuentro cabida en uno que otro, pero en términos de reivindicacion cultural les falta todo, pues la Feria es sinónimo de rumba y de guaro. Creo que esto podría cambiar, pero no me parece que esté mal que sea así en este momento.

Parque Cultural Nocturno en el Parque de los Pies Descalzos

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Festival Internacional de Cuentería “Entre Cuentos y Flores 2014” El encuentro ofrece a sus espectadores una muestra de talento local en el ámbito de la narración. Cada historia contada, basada en hechos cotidianos o ficticios, apela al humor, el drama y el suspenso.

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Campeonato de Freestyle Disc 2014 Jugadores de todo el mundo se encontraron del 31 de julio al 3 de agosto en la ciudad para hacer lo que mejor saben: jugar freestyle frisbee, deporte que combina actividades como la danza, las artes marciales y la acrobacia.

Zulay Paniagua 20 de julio En esta feria todo lo cobran. Antes uno podía ir a las fondas a ver lo representativo de cada municipio y ahora si no hay dinero, no podes ingresar. Lo único que me llama la atencion actualmente es el desfile de autos antiguos, es como devolver tiempo para que mis hijos que son niños vean algo que no conocieron. Para mí esta es la feria de los ricos; si no hay plata, no hay feria...Y en las cosas gratis, como va tanta gente, uno no disfruta nada.

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XXVI Concurso de Fotografía de Fauna

El evento anual tiene como objetivo principal la promoción del interés y la protección animal, así como destacar el talento de fotógrafos profesionales y aficionados.

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Mercados Campesinos

Cada domingo, de 8 am a 2 pm en el Parque Lineal La Presidenta, emprendedores locales ofrecen variedad de productos frescos de los diferentes corregimientos de la ciudad.


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Valeria Zapata Giraldo

vzapata1@eafit.edu.co Ilustraciones: Silvia María Triana

Escena 1: Café con chontaduro “Señores, ya que hoy es el día de las ánimas del purgatorio los voy a invitar a todos para acá a que se acerquen, pero no a desayunar, porque el que ya no haya desayunado a esta hora, ¡ya no desayunó!” dice la voz de un hombre amplificada por un micrófono de diadema a uno de los lados del Parque Berrío a eso de las 9:40 de la mañana. A la invitación responden seis curiosos, que miran sorprendidos las imágenes que ha puesto el hombre en el suelo: afiches con la cura para la impotencia y mujeres con zoofilia. “Vengan a conocer, observar y explorar”, repite el de camisa roja a cuadros y gafas oscuras a través del micrófono. De los otros afiches que lleva en sus brazos, el hombre escoge la imagen de un niño de dos cabezas y se la acerca a su público. “Óiganme, yo no quería mostrar esto pero yo fui mandado a llamar hoy, yo no venía para acá, me iba de viaje… cuando ya tenía la maleta lista me van llamando que para que viniera a mostrar a este muchachito otra vez, qué pesar hombre, no se vayan a burlar de este niño que es un angelito”, sigue diciendo el hombre, al que parece no fallarle la retórica. Cerca del grupo de fisgones, una mujer de falda de mezclilla y camisa roja tiene en un carro metálico cerca de 15 termos blancos con tapas de colores. Al acercarme, coge uno de los vasitos plásticos verdes y sirve un café humeante a cambio de trescientos pesos. Con el tinto en la mano, hago lo mismo que los otros visitantes del Parque, sentarme en uno de los muros que lo delimitan salpicado casi en su totalidad con excremento de pájaro, a tomar sorbo tras sorbo el café dulcísimo, bajo la sombra de los almendros. “Esos otros de ahí son guayacanes y el resto palmeras”, dice

uno de los muchos hombres canosos sentados en el muro, señalando los árboles que están distribuidos por toda la plazoleta. Desde sus ramas cantan algunos pájaros, uniéndose a los sonidos provenientes de los buses, taxis y motos que pasan al frente de la cuadra de la Iglesia de la Candelaria, y al eco de un vallenato que suena a lo lejos. Debajo de ellos, se sientan

algunas personas vestidas de sombrero, camisas de botones y pantalones de colores a hablar del clima, parándose de vez en cuando a rondar por el lugar para finalmente volver a sentarse. Estar en el Parque Berrío equivale a dejar de lado la idea de ciudad y empaparse de los ritmos y las costumbres que siguen predominando

en los pueblos antioqueños, donde todos se conocen con todos, donde cantan hombres viejos con sus guitarras, los emboladores lustran zapatos desde sus pequeños butacos y un hecho insólito es un cambio de olor, como el que llega con el paso de una carreta de chontaduros y que hace arrugar las narices de los que estamos allí. Alrededor de la estatua del centro, inaugurada en 1895 en honor a Pedro Justo Berrío (abogado, militar y gobernador antioqueño, máxima figura del conservatismo en el departamento durante el siglo XIX) , transitan decenas de personas. Mujeres y hombres con carteles naranjados y blancos sobresalen entre los transeúntes, vendiendo minutos a $200 a todos los operadores, conversando entre ellos y con los vendedores de golosinas que deambulan, ofreciendo cajas de chicles a $100 a quienes llegan y van caminando hacia el Metro. Afanado, un hombre pasa por delante de los venteros en dirección a las escaleras de la estación y justo antes de pisar el primer peldaño, se agacha y levantándose el pantalón, saca su billetera del interior de una de sus medias; luego sigue su camino. Mientras los vendedores de frutas y jugos fríos apenas abren sus sombrillas arcoíris y empiezan a organizar sus respectivos negocios, las historias del hombre con micrófono de diadema ya han logrado capturar a veinte personas más. Asombrado, el público sigue mirando las fotos que el hombre expone usando altos y bajos en su tono como herramienta para persuadir: “¿Qué es un extraterrestre?, algo venido de otros planetas, ¿qué es un humanoide?...No sé, ¡da igual!, pero estos son casos de la vida real, esto no lo hice yo, ahí si me perdonarán”. En definitiva, este hombre es el protagonista esta mañana del día de las ánimas.


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Escena 2: La huída del “corrientazo” Ser el foco de atención, como lo fue el contador de historias insólitas en la mañana, me hace recordar cómo en ese mismo Parque semanas atrás tuve también mi propio público, y no exactamente por la calidad de mi retórica. Con el sol del medio día que empezaba a calentar y a caer en picada, una mujer se sentaba con un carrito metálico al frente de la Iglesia de la Candelaria. Al frente suyo tenía apilados varios platos de icopor, cada uno con carne, tajadas, fríjoles y arroz envueltos en papel transparente. Era un negocio ambulante de almuerzos que van desde dos mil a tres mil pesos. Al llegar a donde estaba ubicada la mujer, varios habitantes de la calle corrieron a rodear el sitio mirando los almuerzos y esperando que con sus voces de súplica, dirigidas a mí, alguno de esos platos se volviera suyo. De repente, uno de los hombres agarra uno de los almuerzos de dos mil y sale corriendo, a lo que la dueña del negocio lo mira en señal de reclamo y él, mientras se va yendo, me señala gritando “¡ella se lo paga!”. Animados, los demás habitantes de la calle están por hacer lo mismo, de modo que no me queda más remedio que pagar el almuerzo que acaban de robarse y marcharme del lugar antes de que me cobren otros seis.

Escena 3: Fritos con cerveza Superado el asunto del plato robado, vuelvo a meterme en el corazón del Parque Berrío cuando cae la tarde y llega la noche, momento en el que empieza a latir a un ritmo desenfrenado. Se prenden las luces, pero no se abre ningún telón; la obra teatral está en todas partes, cada uno de los caminantes, visitantes y vendedores son los protagonistas principales de una historia en la que abunda el folclor. El Parque Berrío es, en definitiva, un epicentro de flujo en Medellín. Multitudes de gente hacen la fila para comprar un tiquete de Metro, mientras otros van apenas llegando a formar parte del paisaje, eligiendo quedarse sentados en las escaleras de la estación –una decisión tomada por muchos–, integrarse a la vida social, o tomar otra dirección, eso sí, pasando necesariamente por este lugar del que es imposible salir invicto, pues los sentidos capturan inevitablemente los olores, los sonidos y las formas presentes. La escultura del hombre al que el Parque le debe el nombre ya no sólo está acompañada de unos cuantos hombres mayores. A cada lado del muro cuadrado que la rodea hay hombres y mujeres sentados sumergidos en conversaciones que los hacen soltar risotadas mientras comen chuzos y chorizos de los negocios nocturnos de comidas ambulantes que empiezan a abrir. Los olores de los fritos empiezan a aumentar y a pelear entre ellos, yendo de un lado a otro con la brisa, combinándose y dejando en la nariz una sensación de que uno acaba de

comer chunchurria, con chorizo y papas fritas condimentadas con humo de bus. Un niño trepa la escultura situándose a la altura de Pedro Justo Berrío, quedando como el nuevo protagonista del Parque. Desde la altura, el niño iluminado por los reflectores amarillos –casi naranjas– que están en todo el lugar, baila moviendo los brazos y la cintura rápidamente al ritmo del sonido de una guacharaca que toca uno de los hombres sentado en el muro. Justo al frente bailan otras cinco parejas, formadas por hombres canosos y de sombrero y mujeres más jóvenes. Se mueven de un lado a otro dando salticos constantes, animados por cerca de veinte personas que los rodean, aplauden y silvan en ocasiones mientras toman cerveza. Fuera del círculo de baile, los emboladores se sientan en sillas de plástico azules y rojas, esperando aún la llegada de algún cliente, mientras dos mujeres con termos de tinto pasan a su frente y dan vueltas por todo el

espacio deteniéndose en ocasiones, muy sonrientes, para repartir vasitos de ese café caliente y dulzón que ofrecen sin cobrar un peso a sus conocidos. Cerca de ellos, una mujer de pelo muy crespo y café, con un letrero naranjado de “minuto a $200” pegado a la cintura, se abraza y se besa con un mimo de sombrero negro. La minutera lo suelta y empieza a caminar, mirando de reojo su mimo con una sonrisita, a lo que él no se resiste y le alcanza el paso, la detiene y sonrientes, vuelven a besarse.

“Eso ahorita uno va al guardadero del negocio y allá uno le regala todo esto que sobró a los gamines”, explica Jesús Albeiro, mirándome a través de sus gafas de lentes café.

Sin embargo, no para todos los del Parque hay fiesta. Jesús Albeiro, vendedor de jugos en la zona, se para al frente de su carrito blanco, el mismo color de su atuendo y su sombrero, y se limita a observar lo que sucede a su alrededor. “Hoy no se vendió casi nada…” dice, mirando los jugos de guanábana, mandarina y champaña que tiene en recipientes cuadrados y transparentes, de los que le queda aun casi un tercio por cada sabor.

Luego, cambiando súbitamente el tema, señala la Iglesia de la Candelaria y luego la calle 51 (Boyacá), exactamente al lado, diciendo que si uno camina por ahí, encuentra variedad de películas pornográficas y otros DVDs. “Vaya, y si se consigue una bien buena luego me la trae”, me recomienda riéndose y luego se despide de mí a medida que camino dejando atrás un Parque Berrío que a ninguna hora sabe insípido.

Cerca de las 7:30 p.m, Jesús Albeiro advierte preocupado que a esa hora, más que a cualquier otra, empiezan a verse más los robos y los atracos. “A esta hora es que salen los vándalos, a mí me ha tocado ver cómo muchachas bonitas y todo le sacan cosas de los bolsos a la gente, tenga el suyo bien agarrado”.


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Artesanos de la vida diaria Danielle Navarro Bohórquez dnavarr1@eafit.edu.co Ilustraciones: Juliana Arias Ruíz

Sanalejo está habitado por historias

tejidas por personas que viajan a través de ferias, ciudades y países construyendo su destino, día tras día, con la destreza de sus manos. ***

Cuando uno llega al Parque Bolívar desde Junín, lo primero que se encuentra es un pasaje con lustradores de zapatos: cinco casetas alineadas, cada caseta con cuatro puestos, cada puesto para un limpiabotas. Al fondo, hacia el norte, se divisa la Catedral Metropolitana, y hacia derecha e izquierda, respectivamente, las carreras Ecuador y Venezuela. El primer sábado del mes un portón grande en andamios le da la entrada al Parque Bolívar, y desde Junín, se ve una impresión en gran formato que dice “Mercado Sanalejo” y debajo, “Mercado artesanal de ciudad”. Entro. El sentido común de una mayoría sugiere empezar el recorrido

del Parque hacia la derecha y me uno. Aunque Sanalejo no está organizado según los productos, en este lado hay telas de todas las formas y colores: bufandas, bolsos, camisas, pantalones, zapatos, balacas. Me acerco a un toldo y encuentro una mujer con cabello nevado y pequeños pliegues en su cara, que revelan con imprecisión un poco más de 50 años. Viste un overol azul, camisa blanca y collar rojo. Se llama Ángela Ríos. Los últimos 25 años de su vida han tenido que ver con Sanalejo. Allí

se criaron sus hijas, a quienes metía en “cajitas” cuando eran pequeñas y las guardaba debajo de su toldo mientras pasaba el día vendiendo artesanías. Hasta hace más o menos 15 años vivió de esta feria: pagaba arriendo, servicios, comida… Ya no, como dice ella, “esto ha decaído mucho, antes había familias que vivíamos de Sanalejo, pero ya uno tiene que pensar qué va a hacer el resto del mes. Da pena decirlo, pero la mejor época del Sanalejo fue cuando había plata del narco rodando por las calles”. Uno pensaría que en Feria de Flores las ventas aumentan, pero, según Ángela, “eso de que en ferias se vende más se volvió un mito porque ya la gente prefiere, ante todo, la rumba”. Sanalejo empezó en desorden, a mediados de los años setenta, cuando cualquier artesano podía extender su tela donde fuera y sentarse a vender todo el día. Ahora, aunque aún hay muchos “piratas” (así les dicen a los que no pagan

toldo), todo está fríamente calculado y ordenado por Espacio Público. Qué paradoja: lo que surgió como una manifestación de la contracultura hippie, que a lo que menos le apunta es al orden, se ha racionalizado, sistematizado y organizado. Hoy, los artesanos del Sanalejo tienen carnet, un toldo especificado con un número y deben cumplir unas reglas: asistir de 8 a.m. a 6 p.m., ubicarse en el lugar que les corresponde y atender a las exigencias del mercado en cuanto a precios y productos, que deben ser inéditos y hechos a mano. *** En este lado del Parque hay varios puestos dedicados a vender cachivaches de lujo para consumidores de sustancias que suelen alterar el statu quo de la mente. Entre otras singularidades, hay pipas artesanales de varias formas y tamaños, redondas, alargadas, con filtro, sin filtro… y varias de ellas son talladas en madera por indígenas; llaman la atención unas cucharitas plateadas, más bonitas y


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pequeñas que un pitillo, cuya función es “alimentar la nariz”, como dice uno de los vendedores. En el centro del Parque, cerca de la escultura ecuestre de Simón Bolívar, capturó mi atención una mujer vestida de rojo, no por su atuendo, sino porque en su frente tenía un círculo pintado con lápiz del tono de su ropa y tres puntos adhesivos de colores formando una línea. Pensé que era hindú, pero no, es de El Carmen de Viboral, Antioquia, y se hace llamar Nikunja. El círculo en la frente no es cuestión de una moda, sino para activar el chakra de la consciencia: “ahí circula la energía para tomar decisiones, entonces, estimular ese lugar le ayuda a uno a ser capaz de discernir por encima de lo que el cuerpo le pide”, especifica Nikunja. En su mesa tenía dispuestas, entre otras cosas, unas telas bordadas en forma de flor de cuatro pétalos un poco más grandes que mi mano: eran toallas higiénicas, en tela, como las de antes. —¿Por qué en tela? —Le pregunté esperando una respuesta sencilla o banal, como una moda o solo porque sí… sin embargo, recibí una explicación tan mística como ella: “porque la sangre no se bota, sino que se siembra”. Qué bonita metáfora, pensé. Pero cuando me dio las siguientes instrucciones, me di cuenta de que no era precisamente una figura retórica. Tomas la tela después de haber usado la toalla y la dejas toda la noche remojando en una coca con agua tibia. Al día siguiente, la tomas, la escurres, y con el agua que queda siembras un árbol o riegas tus matas, las pone divinas. Y recuerda: la sangre no se bota, se siembra. A mí nunca se me hubiera pasado por la cabeza hacer algún ritual con mi sangre, Nikunja me explicó por qué: En la cultura occidental nos han enseñado que la sangre del periodo menstrual es sucia, que está contaminada; nos han dicho que la mujer está enferma porque sangra y nos han hecho ver nuestra sangre como maldita. Esa explicación me ocupó la memoria todo el día. *** Llegué a un pasaje perpendicular a la carrera Venezuela donde solo hay puestos sin toldo, y donde suelen

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del Tiburón Blanco”, me explicó el joven que lo vendía.

Sanalejo empezó en desorden, a mediados de los años setenta, cuando cualquier artesano podía extender su tela donde fuera y sentarse a vender todo el día

ubicarse personajes con cabello largo, mochos y chanclas; hacen tatuajes pintados, trenzas tejidas y rastas; venden collares, aretes y pulseras con piezas curiosas como restos fósiles de animales que vivieron hace millones de años. Me llamó la atención un collar que tenía algo pequeño parecido a una vértebra. “Es un fósil del desierto del Perú, de cuando esa zona estaba aún cubierta por el mar. Tiene alrededor de 9 millones de años y es de un antecesor

Atendiendo a lo que escucharon mis oídos, el vendedor se llama “Ójcar”. Es argentino, de no más de 30 años, con cabello rubio y ojos claros. Antes de salir de viaje y dejarlo todo, trabajaba en una compraventa de seriales, pero se fue porque se dio cuenta de que iba por el camino equivocado: “tenía un trabajo estable que no disfrutaba, solo para juntar una cantidad de dinero que tampoco iba a disfrutar”, dijo. Cerca de él había una tela en el suelo junto a una mesa, ambas llenas de piedras de todas las formas, tamaños y colores: cuarzo, turquesa, estalactita, esmeralda, cristales... Las vende Luis Rivas, quien hace más o menos cinco años viene a Sanalejo a vender estas piedras místicas que él mismo extrae de una cueva de Boyacá. Una turquesa del tamaño de una falange de mi dedo meñique costaba ocho mil pesos. Hermosa, pero costosa, y según un libro pequeño que tenía Luis con las propiedades y simbolismo de todas, la turquesa fue sagrada en el Antiguo Egipto, Persia, el Tíbet y la cultura Amerindia.

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Casi terminaba la vuelta cuando me distraje mirando a un hombre de baja estatura y no menos de 70 años. Con su cuerpo recto y mano firme en la frente, empezó a dar uno, dos, tres pasos, como si hiciera parte de un pelotón militar en marcha. Me quedé mirándolo y en el curso de su actuación, me di cuenta de que estaba imitando al “Teniente General, Jefe Supremo, Gustavo Rojas Pinilla”. “El viernes 13 de junio de 1953, a las 10 de la noche, todos los colombianos fuimos pinillistas. Yo no soy pinillista, soy liberal hasta la muerte, pero ese día lo fui porque oscureció al ogro más grande que ha tenido Colombia: Laureano Gómez”, expresaba con esmero este hombre, llamado Víctor Daniel Zuleta. A medida que lo escuchaba, empecé a sentirme como inmiscuida en la novela colombiana “Al pueblo nunca le toca”, de Álvaro Salom Becerra. Don Víctor Daniel, si bien no es el Baltasar Riveros de la novela, representa con estilo al típico liberal del siglo XX que se describe en esa historia. Incluso tenía camiseta roja, y en todo el Parque Bolívar, a plena luz de medio día, declaraba sin pelos en la lengua su odio por los “godos hiijjjoss ddee ppuuttaa”, expresión que utilizó más de 10 veces contadas, con un zapateo al final de la frase. Proclamaba también su admiración por Pedro Antonio Marín, alias ‘Manuel Marulanda’ y Guadalupe Salcedo, quienes, según su narración, “empezaron a matar godos en los Llanos Orientales cuando de verdad la guerrilla era guerrilla, y no una manada de bandoleros como ahora”. Y mientras hablaba, acompañaba su discurso con la imitación de alguien que carga un arma. “Tas, tas, tas”, simulaba los disparos y cuando apuntaba con su fusil invisible, parecía como si en realidad estuviera viendo a sus objetivos. Me ausenté de la clase de historia y de repente, me encontraba otra vez en el pasaje de los lustradores de zapatos. Uno pensaría que cuando hay Sanalejo, habría más trabajo para ellos, pero no. Ese día este pasaje se camufla entre los ríos de gente que va y viene buscando artesanías. Me paré en Junín, miré hacia el Parque, y recordé personas que dicen que no vienen a Sanalejo dizque porque el Parque Bolívar es muy inseguro y roban mucho, porque hay prostitutas, porque consumen drogas, porque huele mucho a marihuana, … Y sí, es verdad, pero eso también pasa en el Parque Lleras, en el Parque del Poblado, en Laureles, en las universidades públicas, en las privadas… Pasa en todo Medellín, pero en el Parque Bolívar nadie utiliza máscaras y además, allá todo es mucho más barato. Hay que ir a Sanalejo, hay que conocer el Parque Bolívar.


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Walter Mauricio Paniagua, una cumbia de despedida Juan Manuel Flórez Arias @juanmaexos Ilustración: Daniela López

L

a primera vez que escuché el nombre de Walter Mauricio Paniagua acababa de sonar una cumbia. Era la noche del sábado 21 de junio. Desde la tarima un miembro de la Red de Escuelas de Música invitadas al Jam Latino hizo una pausa y dijo: “Antes de seguir, quiero hacer un homenaje a Walter Mauricio Paniagua, un muchacho que dedicó su vida a la música y fue asesinado”. Hubo aplausos; me sumé a ellos.

Por esa época asumió el cargo como director en la Escuela de San Cristóbal Jorge Alexander López. Entre sus estudiantes destacaba un muchacho con extensiones en el pelo aplanchado, con gorra y pantalones cosidos en la bota, que solo se podían quitar desbaratándolos cada noche. “Él mismo los volvía a coser todos los días para que le quedaran entubados”.

La noticia fue un dato que apenas recordaría al día siguiente. Los medios de comunicación reportaron lo ocurrido cuatro o cinco días después. Era puente de día del padre y nadie parecía tener tiempo para muertos de verdad, solo para cifras. El comandante de la Policía Metropolitana, general José Mendoza, anunció que hubo una reducción del 57% de homicidios con respecto al año anterior, pasando de siete a tres muertos en el puente de padres. Felicitó a la comunidad.

La familia de Caballito está conformada por su mamá, sus hermanos menores y su padrastro. El papá lleva muerto más de una década, “por la violencia”, dice Esteban. Vivían en la vereda La Loma de San Cristóbal; la misma que aparece periódicamente en las pantallas de los televisores, interrumpiendo algún almuerzo familiar para anunciar que hay muertos, que a la gente la matan; que hay éxodos, que la gente huye: 30 familias abandonaron La Loma al tiempo en 2013, 20 siguen sin regresar. Walter regresaba, a media noche, transgrediendo el toque de queda impuesto por los combos cuando tenía concierto. “Ellos me conocen, saben que soy bueno”, le decía a Esteban.

El cuerpo, que fue encontrado a las 3:45 de la tarde del viernes 20 de junio en la vereda La Palma de San Cristóbal, fue reportado como no identificado antes de ser reconocido por sus familiares. Edad: entre 15 y 18 años. Causa de muerte: arma de fuego. Causa de vida: flauta traversa.

Olor a tinto en la mañana Walter llegó como un niño a la naciente Escuela de Música de San Cristóbal hace ocho años. Esteban Peláez, trompetista, comenzó su proceso tres años después y lo vio como un modelo que quería alcanzar. Fue el mismo caso de Steven García, flautista: “Yo le decía que cuándo practicábamos para volverme monstruo como él”. “Póngale perrenque a la partitura”, contestaba a veces Walter; mientras enseñaba una sonrisa grande, gigante, que le valió el apodo de Caballito.

Pero la música no era la única razón que lo llevaba a deambular de

noche. Las “farras” de madrugada eran otra faceta de la vida de Walter. Ni los ensayos de la Orquesta Sinfónica Juvenil los domingos en la mañana le impedían quedarse en la calle hasta las cinco, ver el amanecer desde La Loma; quizá un baño o una cachetada de agua en la cara en su casa; y luego tomar el transporte hasta el casco urbano de San Cristóbal. Cuando Esteban llegaba a las siete y media de la mañana para abrir la Escuela y recoger su trompeta, Walter estaba terminando el segundo tinto. “Si no me olía a café desde antes de llegar, entonces ya no iba a llegar”. Ambos descendían en bus por la montaña hasta el valle, hasta la Casa de la Música. Ya abajo, cuando el mundo de arriba era apenas un espejismo color granate entre las montañas, Walter tomaba su flauta y vivía. “Lo más bonito que él hacía era la música”, recuerda Esteban. Agrega que nunca lo vio llorar, aunque tuviera motivos, nunca lo vio tocado por algo. Walter, extraño en un contexto de músicos, encontraba en la interpretación de la flauta una explicación a la tristeza, a la alegría, a la rabia; una suerte de exorcismo de sí mismo. “Él respiraba música”, resume Nelson Suárez, su último profesor en San Cristóbal. ¿Qué melodía sonaría


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Contra la nostalgia

en su cabeza mientras descolgaba por la vía principal del corregimiento en bicicleta, donde vio morir amigos atropellados por algún carro; o cuando a falta de ropa se puso el jean de la hermanita, un par de años menor, y llegó así a la escuela de música, con los huesos de la cintura al descubierto? Me pregunto y miro a Esteban y Steven sentados frente a mí, como en un interrogatorio. Steven tiembla, Esteban me sostiene la mirada. De allí, la sala de la Escuela de Música de San Cristóbal, donde tres jóvenes de casi la misma edad permanecemos en silencio, pareciese que emanara un olor a tinto.

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“El arte de disentir”, publicado por el Fondo Editorial de EAFIT y Sílaba Editores, presenta una compilación de las columnas periodísticas de Alberto Aguirre, entre los años 1984 y 2009. En ellas se evidencia su mirada valiente y crítica sobre la justicia, la política, la prensa, la cultura y los intelectuales del país. A continuación se reproduce una de las columnas incluidas en el libro como memoria no sólo de un periodista, sino de una época.

Cumbia de despedida El 22 de junio, día del padre, Esteban Peláez llegó a la Parroquia Jesús Nazareno en Prado Centro con la trompeta en la mano. Al interior de la iglesia de columnas blancas estaban de negro amigos, familiares, músicos; y en el centro él. La flauta y la camisa de la Red de Escuelas encima del ataúd. Juan Pablo Noreña, director de la Orquesta Juvenil, le entregó a Esteban partituras solmenes, como para un entierro. Él tomó su puesto entre los cuarenta músicos que rendirían el homenaje. No había tiempo ni de pensar ni de responder a la pregunta general de qué había pasado, de cómo había pasado. Comenzó la ceremonia y por lo bajo se escuchaban conjeturas: “Pero es que con esos amigos de Walter…”; “¿Y ahora cómo le voy a decir que se cuide, hermano, que no salga de noche, ahora también me va a responder que soy muy cansón?”. Hacia el final de la ceremonia, luego de la comunión, un tío de Walter se acercó a Juan Pablo y le pidió que cambiara ese repertorio triste, que recordaran a su sobrino cómo fue, que tocaran una cumbia, Cariñito de Ángel Aníbal. “Vamos a tocar Cariñito, riegue la bola”, escuchó Esteban y no lo pudo creer ¿en una iglesia? Entonces sucedió. La melodía introductoria, la iglesia a la expectativa, suena Cariñito y Esteban suelta su trompeta, no puede, está llorando. Steven desde su banca de espectador se dice a sí mismo, o a Walter, o a todos, en su mente o en voz alta: “Güevón, disculpe, pero no fui capaz. Lo voy a extrañar mucho, pero no soy capaz de tocar”. La mitad de los músicos han soltado sus instrumentos, la canción se sostiene con las cuerdas y aunque no hay voz todos escuchan claramente la letra: “Lloro, por quererte, por amarte y por desearte (bis)…Ay cariño, ay mi vida. Nunca, pero nunca, me abandones cariñito”. El olor a café debió inundar entonces a Esteban Peláez, que en medio de las lágrimas, de esa cumbia eterna, supo, como supo Steven, por qué, por quién quería seguir haciendo música el resto de su vida. Por Walter, Caballito, La Minga; por ese muchacho que vivió todo lo que pudo, todo lo que lo dejaron vivir, y cuya historia quedó reducida a una cifra de un fin de semana positivo para la Policía; almacenada junto a los demás dramas cotidianos y anónimos, que ya son tantos y vienen más, que ya ni nos queda tiempo de detenernos a llorar.

Alberto Aguirre

nexos@eafit.edu.co

Cosa

turbia es la nostalgia. Conduce al ridículo y a la esterilidad. Es virus que paraliza. Esa fijación en el pasado, esa perspectiva hacia atrás, pone al hombre de espaldas al mundo: lo cual constituye una aberración, pues el mundo sólo se concibe como presente, esto es, como perspectiva de futuro. De ahí que la nostalgia sea un anacronismo. Es lo peor que le puede pasar al hombre: estar fuera su tiempo, más aún, fuera del tiempo. Porque el pasado no es tiempo: ya fue ya fue liquidado, agostado, consumido. Sólo es tiempo lo que se está viviendo. Y el hombre es ser en el tiempo, lo saca de la corriente de la vida. Por eso se habla del síndrome de la mujer de Lot: el que mira hacia atrás, el que ponen su alma en el pasado, se estratifica, pierde la savia de la vida. Y habrá de llorar más tarde lágrimas de sal. Es cierto que el hombre es también un ser de memorias, pero el recuerdo no ha de entenderse como reviviscencia del pasado – tarea anacrónica- sino como telón de fondo, música de acompañamiento, algo así como eco distante: el zumo o esencia que, exprimido el suceso, se ha incorporado al ser, a la presencia: al presente. Una vez hecha zumo una experiencia, el bagazo se tira. Eso, el bagazo, es el pasado. El pasado, que se agota al vivirlo, no puede ser restituido.

La nostalgia –empezó de restituir el pasado- es vana empresa.

la alucinación del tiempo liquidado, que le borra el presente.

Dice Carl Sandburg: “hablo de nuevas ciudades y de gente nueva. Te digo que el pasado es un puñado de cenizas. Te digo que el ayer es un viento declinante, un sol caído al occidente. Te digo que en el mundo sólo hay océanos de futuros, cielos de futuros”.

Y como el intento es absurdo, se termina siempre en nuevas frustraciones. El presente se vive como si ya fuera un pasado_ el nostálgico es un estafermo. Ser de alma destemplada y en hilachas. Por algo dice Nietzsche: “el hombre ha de tener la fuerza necesaria para romper con el pasado”.

Es aventajado el hombre que se da a la nostalgia. También es frágil, porque quien no se asienta firmemente en el mundo (en el presente, pues no hay otro mundo que éste que hoy vivo) tambalea como títere. Y es aventajado y estéril el hombre que se deja caer en ese tremendal de la exaltación del pasado. Se hunde, como sol declinante, en esa arena movediza que es la nostalgia. El que se pone de cara al pasado se pone, del mismo movimiento, de espaldas al océano de futuros que es la vida. En la nostalgia se falsifica el mismo pasado que se intenta revivir: se trata siempre de una adulteración, pues, por turbio, el suceso pasado ha de ser cubierto de pátina edulcorante. El pasado, exprimido, es cosa en hilachas. La nostalgia implica una falsificación: sucesos y seres que fueron mediocres se ven revestidos de dignidad. Hay que embellecer el pasado para poder justificar aquella poesía. El nostálgico vive siempre en

El condimento de la nostalgia es el ridículo. En ese reino fantasmagórico se pierde la mesura, por sobrevaloración del yo. Como se instala el hombre en un territorio de cenizas (el pasado), lo único concreto que encuentra es su yo: la hipertrofia para poderse sostener. El nostálgico nos vacía su intimidad: vive el pasado como una prolongación y función del yo. Es impúdico su exhibicionismo. Hay en este país un aire de nostalgias. Dan vascas. Se derraman lágrimas de sal y de bambuco, se magnifican tiempos que fueron chatos, se restituyen casas y cosas insignificantes. La intelligentsia criolla hace coro de ese ritual agónico, y es cómico, aunque lacerante, su pregón de tiempos idos. Es una actitud estanca. *ENERO 4 DE 1993, PUBLICADA EN EL COLOMBIANO E INCLUIDA EN EL LIBRO “EL ARTE DE DISENTIR” QUE RECOPILA LAS COLUMNAS DE ALBERTO AGUIRRE.


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Febrero de 2014


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