3 minute read

El perro que salvo Alaska

Next Article
La Netflix

La Netflix

Por Sergio Colín

Alaska es uno de los cincuenta estados que forman los Estados Unidos de América, donde en 1898 empezó la fiebre de oro, esto se refiere a una gran inmigración después que fueran descubiertos grandes cantidades de oro, a lo largo de los años se extrajeron alrededor de 12.5 millones de onzas de oro. El sueño de ir a Alaska encontrar una buena mina y hacerse rico, trajo a miles de extranjeros, aquí contaremos la historia de uno que junto a su perro cambiaría la historia.

Advertisement

Nome, una localidad fronteriza construida sobre el comercio de oro y pieles. En 1925 una enfermedad empezó a afectar a los niños del pueblo, se trataba de difteria, una infección bacteriana altamente contagiosa que ataca el tracto respiratorio superior y provoca inflamación de los tejidos de la garganta, en muchos casos llegar a ser letal. A finales de diciembre ya dos niños habían muerto bajo esta enfermedad y muchos más estaban contagiados, para el 24 de enero cuatro niños más habían fallecido, para este punto el doctor del pueblo mandó un telegrama a Anchorage solicitando todas las unidades de suero pues la epidemia era inevitable.

Los problemas solo iban en aumento al presentarse una de las peores condiciones invernales, las temperaturas disminuyeron a niveles récord, lo que hizo imposible mandar el medicamento por mar pues el puerto estaba congelado y por aire era demasiado inseguro e imposible de lograr un aterrizaje exitoso.

Por lo que solo quedaba una opción, el trineo jalado por perros. Un viaje de 1085 kilómetros donde la parte más peligrosa del viaje sería el cruzar por un estrecho congelado plagado de vientos intensos y témpanos de hielo. El trayecto fue hecho por varios hombres que hacían relevos para poder llevar la medicina a su destino.

Pero hubo un hombre y un perro que sobresalieron en esta historia. El entrenador se llamaba Seppala, había viajado a Alaska en busca de oro. Empezó trabajando en una mina sin embargo al poco tiempo, decepcionado por su trabajo fue a encontrar su verdadera pasión y vocación, la cual era entrenar perros de trineo. Seppala comenzó a ganar carreras de trineo que lo hicieron ganar renombre y ser conocido como el “rey del sendero”. En 1913 en su granja nació un perro, el más pequeño y travieso de toda la manada “Togo”. En un principio Seppala jamás se imaginó que serviría para jalar trineos, de hecho, en varias ocasiones regaló al cachorro, pero este siempre lograba escapar de sus dueños para volver con él.

Un día decidió incluirlo con sus perros de jale y para su sorpresa fue el mejor de todos. No tardó en convertirse en el líder de la jauría. Cuando Togo tenía 12 años, fue que ocurrió esta pandemia, junto con su entrenador salieron al rescate.

Las temperaturas descendían hasta -35 grados y con una sensación térmica de -65, fue Togo el que muchas veces tenía que guiar a todos pues la visibilidad era nula: fue un camino arduo y extremadamente peligroso pero finalmente lo lograron. No obstante, debido al agotamiento tuvieron que parar a 125 kilómetros de la meta, donde otro equipo relevo el suero.

Charlie Olsen transportó el suero a unos 50 kilómetros de la línea de meta donde Gunner Kaasen esperaba con un equipo de 13 perros liderados por Balto. Fue el perro que lideró la etapa final a Nome y permitió a su dueño entregar la medicina, por esto Balto se llevó todo el mérito. Solo basta con mirar los kilómetros recorridos para darle a Togo el reconocimiento que merece. Balto recorrió poco más de 160 kilómetros, mientras que Togo recorrió 420 kilómetros. Desafortunadamente esto no se supo hasta muchos años después. Hoy en día en Nueva York se encuentra una gran estatua de Balto como honor por su gran hazaña. No fue hasta 2001 que en Seward Park, Nueva York se colocó una estatua de Togo.

Sin duda alguna de no ser por estos grandes héroes caninos, Alaska no sería lo que es hoy. Tomemos un segundo para apreciar a estos grandes compañeros de vida, con sus orejas paradas y un gran corazón, sin duda alguna darían su vida por nosotros: en sus ojos solo hay espacio para la lealtad y el amor.

This article is from: