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El sismo no ha pasado, aún lo estoy viviendo
from A Un Año Del Sismo - Nigromante Septiembre 2018
by Nigromante. Revista de la DCSyH, Facultad de Ingeniería, UNAM.
Por Samantha Castrejón

Fotografía: Eduardo Feldman
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Es difícil para mí relatar los hechos de aquel 19 de septiembre de 2017. Sin embargo, al tener una vista retrospectiva de ese día, he decidido escribir el presente artículo de la forma más humana: a través de mi experiencia. Quién diría que el paisaje cambiaría tanto; que el Colegio Rébsamen acabaría totalmente destruido y cobraría la vida de tantas personas; que la plaza Galerías Coapa, donde pasamos tantos buenos momentos, acabaría en ruina total; que tantas estructuras que, para muchos, nos parecían parte del paisaje urbano cotidiano, estarían reducidas a polvo y escombros en cuestión de minutos. Si alguien me lo hubiera dicho, creo que no lo hubiese creído.

Fotografía: Eduardo Feldman
Cuando la tierra se movió
Era un día normal de oficina, todos dábamos nuestro mejor esfuerzo. No hacía mucho habíamos regresado de comprar unas hamburguesas cerca del Metro Ermita cuando, a las 13:14 horas (hora del centro) del martes 19 de septiembre de 2017, la tierra comenzó a moverse sin alerta sísmica que hubiera podido avisarnos con antelación. En ese instante todo cambió. La violencia con la que todo se sacudió y la desesperación que todos sentíamos nos hizo pensar lo peor. Corrimos a la salida y, cuando logramos evacuar las instalaciones, sentíamos que el sismo no iba a detenerse pronto. Las personas salían de los edificios con sus compañeros de trabajo, familias y mascotas cuando un estruendo se hizo presente: un edificio derrumbándose a escasas 2 calles de donde me encontraba. En ese momento todos nos dimos cuenta de la gravedad de la situación.
Claramente no podíamos regresar a nuestras oficinas. Pensar en que a mi familia pudiese haberle pasado algo me llenó de angustia… ninguno de ellos ni yo teníamos datos móviles para comunicarlos, y las líneas telefónicas estaban saturadas. El regreso a casa fue una de las odiseas más complicadas de mi vida (Xochimilco quedaba demasiado lejos) pues Tlalpan se encontraba lleno de gente que trataba de regresar a sus hogares o de encontrar a sus familiares. A pesar de que el gobierno ordenó que el STCM (Sistema de Transporte Colectivo Metro) funcionara de forma gratuita, era imposible abordar los vagones por la cantidad de gente que trataba de llegar a su destino. Los demás transportes públicos estaban igual, solo quedaba una forma de llegar a casa: caminar.
El trayecto fue agobiante, sin embargo, podía apreciarse la diferencia de empatía entre las personas que te rodeaban: personas vendiendo agua y un restaurante regalándola; había quienes te ofrecían llevarte o darte un “aventón” y otras que te ignoraban e incluso te aventaban el carro. Era triste saber que aún en una emergencia de esta magnitud había personas que fuesen tan egoístas mientras otros daban todo lo que podían.
Nada hubiese podido prepararme para observar uno de los escenarios más desoladores de mi vida. Al llegar a la zona de Coapa se observaban edificios completamente destruidos; gente pidiendo a gritos ambulancias; personas saqueando a los afectados y a algunos comercios de la plaza Galerías Coapa; asaltos en plena vía pública sin detenerse por la desgracia a la que nos enfrentábamos; personas pidiendo cuota de, al menos, veinte pesos para dejar pasar a los automóviles.
Al llegar a Xochimilco no había energía eléctrica. El ambiente era muy pesado pues habían asaltos a la orden del día, pero fue un alivio ver que mi familia y mascotas estaban bien (tenía dos gatos, uno falleció unas semanas antes y aquel día la camada de mi gata casi muere aplastada por el ropero) había un poco de luz y paz dentro de toda la catástrofe.
Creíamos que todo había pasado y que todo mejoraría, sin embargo, a las 2:00 am del día siguiente los vecinos comenzaron a gritar que el edificio se estaba abriendo. En ese momento caímos en pánico, tomamos unas linternas y comenzamos a sacar todo lo que podíamos de ese que fue nuestro hogar. Quisimos quedarnos en casa de una vecina pero solo accedió a guardar nuestras cosas (no nos aceptaba con nuestros gatos), por lo que terminamos caminando hasta llegar al albergue Muyuguarda, siendo de las primeras familias en llegar.

©Sopitas
La llama de la ayuda que desapareció rápidamente
El albergue pronto dio asilo a 63 personas (incluyéndonos). Fueron días difíciles porque, a pesar de que había personas y empresas como Bimbo y Office Depot que traían mucho alimento, también se hizo presente gente muy abusiva que se llevaba la ropa, comida e incluso juguetes sin ser damnificados. El DIF no hacía nada para impedirlo, habiendo también peleas por las escasas habitaciones y por el reparto de donativos.
En mi caso, puedo decir que no todo fue completamente malo: consiguieron llevar nuestras pocas pertenencias a una bodega y nos ayudaron a llevar el caso del despido de mi madre debido a que, por el susto tan grande que le provocó el sismo, su salud se tornó delicada. Inclusive, el 23 de septiembre las personas del albergue le organizaron una pequeña fiesta con el fin de animarla un poco. Lamentablemente, ese día nuestra casa fue declarada pérdida total. Sin embargo, un psicólogo nos ofreció prestarnos un departamento en la Colonia Fuentes Brotantes debido a nuestro delicado estado emocional y de salud, además de que me encontraba a mitad de semestre de la carrera de Ingeniería en Computación en la UNAM.
Retomando los días recientes en que ocurrió el sismo, la Facultad de Ingeniería era un caos, centrado en reanudar o no las clases, en lo personal la semana que dio la universidad en paro de actividades (si, solo una semana) era insuficiente: no tenía hogar, cosas fundamentales para vivir (ni siquiera ropa), mi madre estaba delicada de salud y mi hermana aún estaba muy impactada, me encontraba en una situación vulnerable; y aun así mis compañeros se comportaron de forma un tanto egoísta, preocupándose más por reanudar clases que en pensar en aquellos que perdimos todo.
Hice una publicación en un grupo de Facebook llamado “Ingenieros UNAM” con el fin de encontrar algún tipo de apoyo y exponiendo que había muchas personas en mi situación. Recibí muchos mensajes pero, de entre todos ellos, solo tres personas me dieron ayuda real. Un chico me proporcionó útiles escolares que recolectaron compañeros de la Facultad de Ingeniería de los que nunca supe quienes fueron pero que les agradezco de todo corazón.
Los profesores de la Facultad y mis compañeros de la revista Nigromante han sido de gran apoyo hasta el día de hoy. Personal del DIF nos dio despensas para poder subsistir en el departamento que nos había prestado, además de que adoptaron gatitos de la camada y nos ofrecieron una ayuda de tres mil pesos al mes por un año, o quizá dos, para poder recuperar poco a poco todo lo que habíamos perdido.
Lamentablemente, la ayuda no duró mucho tiempo para la población afectada en general. El albergue cerró tres meses después del sismo, al mismo tiempo en que a mi familia y a mí nos pidieron devolver el departamento prestado y nos pidieron trasladarnos a Xochimilco como condición para que el Gobierno nos proporcionara ayuda, pues era nuestra delegación formal de residencia.
Estábamos a expensas de promesas gubernamentales y, para colmo, la señora que “amablemente” se ofreció a guardar nuestras pocas pertenencias nos llamó hace aproximadamente un mes amenazando con tirarlas si es que no íbamos a recogerlas de inmediato (porque le estorbaban). De esas pocas cosas solo salvamos una cuarta parte, pues fue lo que cupo en el uber que pedimos. De los psicólogos no se supo más (solamente hubo el intento de meternos a un negocio piramidal)… al menos teníamos fotos de los gatitos de vez en cuando.

Fotografía: @DAGUILARFOTO
ACTUALIDAD
Mi familia sigue luchando. Día con día tratamos de recuperarnos de esta catástrofe. Nuestros muebles y ropa se perdieron. Pero seguimos con vida y eso es algo muy importante. Hay muchas personas en mi situación y la solidaridad de la gente se apagó dos semanas después, y ni se diga ahora que ha pasado casi un año.
Nuestro gobierno no pudo brillar más por su incompetencia y por su falta de ayuda ¿Dónde están los donativos de las empresas y los extranjeros? Sus promesas de ver por los ciudadanos ¿Dónde quedaron? No solo ellos ignoran y olvidan pronto sino que la misma ciudadanía lo hace. Su solidaridad se apagó pronto, ¿hoy dónde están?