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El Matemático

El Matemático

Podría esperar toda la eternidad hasta que estos sucesos quedaran eliminados totalmente de mi mente, sin conseguirlo, y esto me llenaría de felicidad. No se trata de una mala vivencia ni de un evento traumático, el motivo de esta historia es simplemente revivir esa experiencia, apostando a mi cerebro, los recuerdos de aquel día.

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Me llamo Diana. Hace 4 años parecía una persona normal por fuera, estudiante de ingeniería, 19 años, cabello rojo. En mis ratos libres estudiaba danza y vivía una vida bastante banal, a esa edad ¿qué dificultades puede tener una chica como yo?

Podría escribir mil hojas relatando la forma en que la vida me ha puesto retos y la forma en que los he aprendido a superar, pero hay veces en que la gente rota se hace pedazos. Tengo TLP, para algunas personas solo son letras sin sentido, para mí, tiene nombre y apellido: Trastorno Límite de la Personalidad o como yo le llamo a veces “Sofía”. A veces los síntomas y crisis pueden ocurrirte en la comodidad de tu casa o en el asiento de un transporte público, como el metro.

Mi horario diario consistía en ir a tomar clases, ingerir algunos alimentos e irme a mis clases en la academia de baile a la que asistía. De la universidad a mi destino final me tomaba, aproximadamente, una hora de recorrido. Solía tomar el metro de la línea 3 y luego transbordar en Centro Médico. Aprovechaba mi tiempo en el transporte estudiando y enfocando mi vista hacia mis cuadernos, pues mi trastorno, en ese momento, no me permitía mirar a la gente a la cara, esto por miedo a encontrar en sus miradas repulsión de mi físico o mi ser.

Un día como cualquier otro, me encontraba estudiando cálculo integral. Un examen parcial se acercaba amenazadoramente y temía que los nervios me traicionaran, así que le dedicaba más tiempo al estudio y los niveles de concentración a los que llegaba me hacían feliz. Podía desconectarme de mi entorno y sentir paz. Comencé a sentirme mal, los ruidos externos se acentuaban en mi cabeza y parecía que todas las risas y miradas contenidas en ese vagón iban dirigidas a mi cuerpo, sentía el sudor en las manos y la sensación de querer arrancarme la piel con las uñas aumentaba cada segundo. Necesitaba llorar y gritar porque en mi mente solo estaba Sofía y yo, o eso pensaba porque alguien se metió en mi cabeza. Una voz que me parecía tan lejana y al mismo tiempo, tan íntima, ¿quién era? La melodía pertenecía al chico de enfrente, el cual me parecía sumamente atractivo y me hablaba directamente. Los nervios y la burbuja en la cual estaba contenida durante mi viaje fueron destruidos. Comenzó a preguntarme acerca de mí, yo sólo contestaba por inercia, sin entender aún qué estaba pasando. Él, al notar que yo no podía continuar con la conversación desistió conmigo con una cara de decepción que me hundió completamente y de nuevo me encerré en mi cuaderno para tratar de olvidar lo que acababa de pasar. Me sentía mejor, la crisis había pasado gracias al chico desconocido. Pasaron los minutos, las estaciones y llegamos a Centro Médico, el chico se disponía a bajar, pero antes de eso, me entregó una hoja de papel y una pulsera.

Estaba desconcertada, tanto que olvidé que yo también tenía que bajarme en esa estación y seguí sentada. Abrí la hoja de papel y leí lo que decía:

Era un día de cálculo, un momento de límites y el límite del deseo por conocer a la ingeniera de cabellos rojos, que integrando senos y cosenos parecía perderse más allá del límite de mi alcance, solo atiné a escribirle estas líneas, en un tiempo límite.

El matemático ¡Mucho éxito en todo!

Intenté regresar a la estación, buscarlo sin conseguir nada, él había desaparecido para siempre. Eso fue todo, se fue dejándome esas líneas, su pulsera y un vacío en mi memoria. Aún conservo todo, con la esperanza de encontrarlo de nuevo para concluir lo que ese día empezamos, contarle que gracias a sus palabras logró salvarme de mi misma aquel día y que sigo esperándolo.

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