Boleada fatal en Loreto
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XVIII ENCUENTRO DE HISTORIA REGIONAL Venado Tuerto, 3 de Octubre de 2009
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BOLEADA FATAL EN LORETO El 20 de octubre de 1872, una gran expedición formada por gauchos y vecinos de los pagos de Pergamino llevaba a cabo una de las habituales boleadas de ñandúes (avestruz americano) en los campos de Loreto, en el sur santafesino. Escoltados por una milicia al mando del comandante Bengolea, quienes hallándose fuera de servicio formaban parte del propósito de la tradicional aventura, fueron sorprendidos por una enorme invasión de indios en proximidades del antiguo Fuerte de Loreto. Como resultado del encuentro se producen importantes bajas entre los entusiastas boleadores, cayendo algunos cautivos y otros murieron, sufriendo además el robo de alrededor de mil caballos. “Debo hacer presente a V.E. que el Comandante Bengolea á que se refiere el Coronel Benavides, no está en actual servicio y que se encontraba en el Desierto al frente de una espedicion de individuos que periodicamente salen á hacer boleadas” 1.
Las boleadas de avestruces Las boleadas representaban para el gaucho, hacendados y vecinos de centros poblados, una gran distracción y la posibilidad de algún beneficio económico. Por entonces, Junín era un importante núcleo de población y de fuerzas militares, y en él se organizaban las boleadas mas destacadas de la época. El gran radio de acción que requería una empresa de esta naturaleza (leguas y leguas) para rodear y atrapar al ñandú, significaba la necesidad de adentrarse en terrenos donde acechaba el peligro inminente del contacto con el indio, razón por la cual se invitaba a participar del evento a la milicia del lugar, en este caso era típico que participaran los lanceros de Junín. Generalmente se requería del concurso de personas conocedoras de los lugares a transitar, es decir eximios baqueanos y que exhibiera una fuerte personalidad de mando y de respeto. En este sentido descolló en mas de una oportunidad el capitán Pablo Bargas, de la Guardia Nacional de Junín. 2
Estanislao Zeballos nos describe magníficamente el procedimiento de las boleadas: “Se trata de la caza de avestruces para vender su pluma, cuyo precio es subido. Al efecto, y en épocas dadas del año, generalmente en primavera y en el otoño, reúnense los paisanos de toda una comarca fronteriza, con sus armas y con los mejores caballos. Van dirigidos por algún vecino respetable, que suele ser el comandante militar del distrito. Constituían antes verdaderos regimientos, desde 150 hasta 300 hombres, en previsión de ataques de los indios de la pampa, y una vez reunidos se internaban en el desierto y abrazaban zonas extensas, consultando su relación a un punto estratégico donde debe haber agua y buen pasto para acampar; este paraje era indicado como punto de reunión. La gente sale, pues, de madrugada a formar el cerco, es decir, el regimiento reunido en un punto dado, se abre a derecha e izquierda de a uno en fondo, describiendo una circunferencia de varias leguas, de suerte que abarque un área considerable. Los que van a la cabeza formando el cerco, son denominados punteros, los que les siguen son los boleadores y además van con ellos grupos de paisanos llamados batidores. Veremos luego las delicadas funciones que a cada cual corresponden. A medida que los punteros avanzan, los boleadores van ocupando su puesto en la circunferencia, y unos quedan separados de los otros por grandes distancias. Cuando los punteros se juntan, dan fuego al campo, con lo que avisan a toda la cuadrilla, a la vez que la dirección que llevan, que el cerco está cerrado. Entonces de todos los puntos de la circunferencia se levantan humos contestando a los primeros. Es ésta también la señal de un nuevo e importante movimiento, el de cerrar el cerco. Cerrado éste, todos mudan caballos, ensillando los parejeros, con recados livianos, y cada boleador se ata a la cintura dos, tres, cuatro, seis pares de ñanduceras, nombre que dan a las boleadoras de avestruces, compuestas de dos o tres bolas de marfil, piedra o metal atadas a las extremidades de sogas de cuero torcido. Estas sogas tienen generalmente 1m80, y desde la mitad se dividen en tres ramales: dos
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para las boleadoras propiamente dichas y el tercero para la manijera, o bola que el paisano toma para revolear las otras y lanzarlas. Preparado todo, empieza la marcha, estrechando el cerco, es decir, convergiendo todos los jinetes por su respectivo radio hacia el centro. El campo se pone en movimiento, los avestruces (Rhea americana), los charas o charavones, o sea los avestruces pequeños, las gamas y venados (Cervus campestris), los gatos pejeros (Felis pajero) y las perdices empiezan a retirarse de todas direcciones hacia el mismo centro de la circunferencia. Cuando las boleadoras distan 500m unos de otros, es decir, cuando el diámetro de aquella es ya reducido y la caza encerrada desconfía, se agita y se apresta a abrir brecha, se desprenden los batidores del cerco, lanzando los hermosos y ariscos corceles a la desesperada carrera atronando los aires con sus alaridos y agitando las boleadoras. La turba azorada de avestruces, que es su punto en blanco, recibe los primeros tiros de bola, y los que no caen escapan abriendo sus alones y describiendo graciosas y rapidísimas gambetas. Los boleadores esperan firmes en su puesto del cerco, boleadora en mano y espuela en los ijares del noble y voluntario caballo. Los avestruces ganan los claros entre boleador y boleador y éstos los acimeten a toda la furia de los caballos, boleando uno y después otro y otro, en el vértigo de la carrera, pues el avestruz boleado se le deja y se sigue la corrida hasta que están bien o mal empleadas las boleadoras que cada cual lleva. De esta suerte los campos se cubren de jinetes que vuelan en pos de la caza aterrada y fugitiva, hasta que terminada la corrida empieza la reunión de la presa y la pesquisa de las bolas perdidas en tiro infructuoso, y tiene lugar la reconcentración y campamento a la tarde. Entonces se comen los alones y la picana (rabadilla) del avestruz, el uno cuenta sus proezas, el otro sus defraudadas esperanzas, éstos pelan y guardan la pluma, más allá otro gime dolorido con una pierna o brazo sacado o fracturado en una rodada, caídas frecuentísimas del caballo en la vertiginosa carrera, no siendo raro tener que lamentar uno o varios muertos. A la
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madrugada siguiente se repite la misma escena, y después de uno o dos meses de iguales correrías diarias, los boleadores vuelven triunfantes a su pago, las mujeres celebran con orgías la corrida, realizan la pluma, que les da para vivir de holgazanes hasta otra boleada, y en las pulperías, bailes y velorios, las proezas de los más hábiles gauchos durante la jornada dan tema a payadores inspirados, a disputas peligrosas y a celos y sangrientos episodios. No pocas veces ha sucedido que los boleadores fueran sorprendidos e inmolados por los indios; pero ha acontecido también que los primeros sorprendieran e inmolaran a los segundos” 2.
Boleando avestruces de Federico Reilly 5
Boleada fatal La boleada que se llevaba a cabo en los Campos de Loreto se encontraba en pleno desarrollo y seguramente, la disposición táctica de separarse a grandes distancias facilitó el sorpresivo ataque de los indios. Si bien los partes militares de este hecho no arrojan cifras precisas de víctimas, dejan entrever que fueron significativas, y por los animales robados se deduce la magnitud de la derrota. “Tengo el honor de dar cuenta á V.S. que en este momento cinco de la mañana recibo abiso del Comand te Bengolea que se encontraba caminando el campo, que ayer como á las ocho de la mañana habia sido sorprendido en el antiguo “Fortin Loreto” por una invacion de indios; Hasta este momento no puedo dar á V.S. un parte exsacto del numero de individuos que han sido muerto, por no saberlo. Los indios permanecen haun en ese punto, y su numero es de 400 á 500 indios” 3. Este lamentable suceso ocurrido movilizó a las fuerzas acantonadas en el fuerte de Melincué, al mando del comandante Antonio Benavídez quienes se dirigen al lugar del hecho. “Hasta este momento 7 de la mañana no he recibido noticia alguna de la Ynvasion qe apareció en direccion al antiguo “Fortin Loreto”, ni tampoco las descubiertas que he mandado han podido descubrir rumor alguno en el campo. En este momento me pongo en marcha con 150 hombres en esas direcciones ó el antiguo “Fuerte las Tunas” porque me supongo que los Yndios al no hacerse sentir hasta hoy en esta Frontera deben de haberse rescostado á la Frontera de Cordoba, y tengo plena seguridad de que estos Yndios con la Caballada que han quitado al Comandante Bengolea, que haciende al Nº de 800 á 1.000 caballos de cogote (“flor de caballada”), no se retiren sin robar”4. Sin embargo el intento de movilización de Benavídez se ve frustrado al recibir la noticia de que los indios se habían retirado del lugar, lo que comunica horas después de la nota anterior al inspector y comandante general de armas Rufino Victorica. “... me permito abisar á V.S. que he suspendido mi marcha, en razon que en este momento se me presenta
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un individuo perteneciente a la gente del Comand te Bengolea que se ha escapado de los indios; y este me aseguró que la indiada se ha retirado para afuera el mismo dia que los pelearan á Bengolea”5.
Mapa de la zona donde se desarrolló el episodio, indicando además elementos de la geografía actual como localidades, parajes, caminos y rutas, con el objeto de una precisa localización.
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Citas documentales y bibliográficas 1. Servicio Histórico del Ejército. Buenos Aires. Campaña contra los Indios. Caja Nº 34. Documento del 24 de octubre de 1872. Nota de Rufino Victorica a Martin de Gainza. 2. Zeballos, Estanislao S. Viaje al país de los Araucanos. Ediciones Solar. Buenos Aires. 1994. p. 93, 94, 95. 3. Servicio Histórico del Ejército. Buenos Aires. Campaña contra los Indios. Caja Nº 34. Documento del 21 de octubre de 1872. Nota de Antonio Benavídez a Rufino Victorica. 4. Servicio Histórico del Ejército. Buenos Aires. Campaña contra los Indios. Caja Nº 34. Documento del 22 de octubre de 1872. Nota de Antonio Benavídez a Rufino Victorica. 5. Servicio Histórico del Ejército. Buenos Aires. Campaña contra los Indios. Caja Nº 34. Documento del 22 de octubre de 1872. Nota de Antonio Benavídez a Rufino Victorica.
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