[ Letras ] DE CAMBIO
SUPLEMENTO DE CULTURA DE CAMBIO DE MICHOACÁN | NUEVA ÉPOCA | COORDINADOR: VÍCTOR RODRÍGUEZ MÉNDEZ | 17 DE ABRIL DE 2011 | NÚMERO 3517
José Revueltas A 35 años de su muerte POR MANUEL NOCTIS | PAG. 2
Notas sobre existencialismo ESPERANZA ROMÁN| PAG. 5
El cerebro y la música DANIEL GALILEA| PAG. 4
Los hermanos Dardenne: una persona con cuatro ojos SYLVAIN PROVILLARD| PAG. 8
CREACIÓN LOS OJOS AMARILLOS DE LOS COCODRILOS| PAG. 6
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Un tequila por José Revueltas A 35 años de su muerte POR MANUEL NOCTIS Para Martín Dozal Jottar (por su trabajo inaudito) Se hizo un susurro tan tenue que hasta la batalla de las hojas con el viento calla; Pero aquí pasó alguien sobre la tierra, que la dejó fértil, paso a paso sembró una semilla, paso a paso el polvo se ha convertido en montaña. Brenda Oronoz D. “Una página a José Revueltas”
E
l prolífico escritor, guionista de cine y activista social José Revueltas nació el 20 de noviembre de 1914 en la población de Canatlán (muy cerca de Santiago Papasquiaro*) en el estado de Durango. En este tiempo la familia se encontraba muy bien asentada dentro del marco social del México posrevolucionario. Su padre, José Revueltas, era un minero de la sierra duranguense, mientras que su madre, Romana, asistía a las labores de casa. José
era el octavo miembro de una basta familia de 12 hermanos, entre los que destacaron personas como Silvestre, gran músico de profesión, quien es considerado como uno de los principales compositores dentro de la música mexicana; el caso también de Rosaura, quien se dedicó a la actuación, pero principalmente como bailarina con gran éxito; y el caso de Fermín, que era pintor, igual con reconocimiento dentro de su medio. En 1920 abandonan Durango para instalarse en el Distrito Federal. Ahí estudian en el Colegio Alemán. Su padre muere tres años después, en 1923, cuando José sólo contaba con 9 años. A partir de ese momento pasó a ser un niño de la calle, un vagabundo, habiendo terminando sólo la primaria como soporte educativo. Durante cuatro años estudió en La Biblioteca Nacional, sumergido fantásticamente en el mundo de los libros, desarrollando gran parte de su vida en la sociedad decadente, condiciones paupérrimas
para su corta edad. “José Revueltas se involucra muy pronto, cuando aún era adolescente, en la lucha política; sin embargo, rápidamente la literatura y el análisis teórico se integran, como actividades vitales, a la primera”. 1 José fue un materialista dialéctico, marxista, impregnaba fuertemente el toque filosófico dentro de sus obras literarias y de su vida misma. La familia Revueltas era en general atea, pero con una fuerte espiritualidad interna. José fue miembro del Partido Comunista, uno de los duros dentro de éste, siempre presente en la lucha contra las actividades marginales del poder hacia el pueblo. Fundó y dirigió la Liga Comunista Espartaco; de ambos lugares y partidos fue expulsado por sus certeras críticas al funcionamiento de cada uno de los sectores; José fue uno de los primeros críticos hacia los errores de la izquierda mexicana. Todo ello se fue concentrando en Revueltas de-
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bido a ciertos factores políticos y sociales nacionales como el Cardenismo, la Revolución Mexicana y el Vasconcelismo. Se dice incluso que el Cardenismo fue el despertar para Revueltas hacia las artes, así como también se le reconoce a Fermín, a José y a Silvestre su trayectoria, gracias al Vasconcelismo. Pero José también sufrió y se vio involucrado con la ley, habiendo ingresado a las Islas Marías en dos ocasiones, la primera fue en 1932, por haber participado en una manifestación en apoyo a una empresa tabacalera mexicana y la segunda de igual manera por manifestarse a lado de campesinos en 1934. También estuvo preso en la prisión de Lecumberri –donde conoció a Martín Dozal Jottar, uno de los impulsores incansables de su obra-. Es por estos motivos que principalmente “en vida padeció enormemente por las dificultades que encontró para publicar sus escritos políticos, y de hecho la mayor parte de estos permaneció inédita hasta su muerte”.2 Durante siete años se dedicó a estudiar las críticas que hacían hacia su obra y su persona, dándose cuenta que sólo se trataba de un dogmatismo de los grandes del gobierno y del poder, para su desprestigio. José revueltas también incursionó dentro del cine mexicano, en 1940 inicia su faceta. Fue adaptador y guionista, siempre tratando de revolucionarlo adoptó el cinedrama como fuente principal, llegó a ser líder del cine mexicano, fue director alguna vez pero sin éxito con la película Papaloapan; como adaptador participó con el director y cineasta Roberto Gavaldón, en películas como La diosa arrodillada, La otra, El socio, Deseada, La casa chica, La Escondida y otra más. Alcanzando el reconocimiento del público cuando recibe en 1947 el premio a la mejor adaptación por La otra. En 1949, José publicó Los días terrenales, la obra que fue motivo de apasionadas impugnaciones y polémicas. En ella planteaba los temas de la lucha de clases con una visión introspectiva que, sin dejar de ser fiel a su militancia marxista, ponía en crisis el dogma de “personaje positivo” al presentar personajes con una vida interior en la que se debatían las contradicciones de la condición humana. “Me parece que la de Revueltas, mejor que una obra abierta, lo que autorizaría cualquier clase de lectura, incluyendo las más arbitrarias y subjetivas, es una obra en proceso, inconclusa por la naturaleza misma de su tarea, por más que esté de hecho cerrada de un doble modo por la muerte de su autor y por la publicación, ya consumada, de sus obras completas”. 3 Entre las obras que escribió Revueltas se encuentran tales como Los muros de agua, El luto humano, Los días terrenales, Los errores, El apando, Dormir en tierra, Material de los sueños, México 68: juventud y revolución, Escritos políticos I, II y III, El conocimiento cinematográfico y sus problemas, entre muchos otros más. Teniendo entonces en cuenta que “el compromiso de José Revueltas es uno solo e indivisible: la verdad. En la búsqueda de la realidad esencial humana, invariablemente retratada en su literatura”. 4 Y poniendo de manifiesto que “sí, algo hay de mágico en el espíritu de José Revueltas, por esa indivisible congruencia entre vida y obra; en ambas se refleja la angustiosa lucha de un hombre contra todo aquello que destruye al género humano, sabiéndose simultáneamente destruido a sí mismo”. 5 Hay que recordar también que Revueltas fue el principal defensor del cómico Tin
ma sociedad-autoridad. José Revueltas muere el 14 de abril de 1976, pero hoy en día sigue significando mucho para la literatura, es uno de los máximos exponentes literarios mexicanos –aunque no se le quiera reconocer en demasía oficialmente por su participación social y activista-, principalmente porque Revueltas antes de ser escritor era un humano, una persona consciente del medio de desigualdad y discriminación social en que vivía (y se sigue viviendo), del sufrimiento humano que tanto le aquejaba, es por ello que “hace mucha falta el recuerdo de personalidades como José Revueltas, aunque nos quede grande en todos sentidos, no porque lo idealicemos sino porque le echó ganas a la vida hasta el último momento, contra todo, con todo y por todo, adelantándose a su tiempo, como los grandes artistas, diciendo sus verdades, como todas las verdades, incomprendidas” 6. * Dato curioso es que José Alfredo Cendejas, el poeta infrarrealista y mejor conocido como Mario Santiago Papasquiaro, haya adoptado precisamente ese nombre/seudónimo en homenaje y memoria de José Revueltas.
Notas
Tan, cuando este fue atacado duramente por el entonces pensador nacional José Vasconcelos, quien lo tachaba de antinacionalista –por su figura de pachuco- y por quebrantar al lenguaje, en este caso al español –con el uso tan característico del spanglish que tenía Germán Valdés-. José escribió varios artículos donde mencionaba principalmente que la proyección que tenía Tin Tan con su personaje de pachuco no era una desnaturalización del mexicano, sino una mera representación de un descuido provocado por la mis-
1 Andrea Revueltas, José Revueltas: su obra, su tiempo. 2 Andrea Revueltas, José Revueltas: su obra, su tiempo. 3 Evodio Escalante, Un testamento literario y filosófico. 4 Alfredo Velarde, Efemérides de una ética insobornable. 5 Ángel Mauro, editorial, revista Generación No. 6. 6 Luis Ángel Martínez, La sombra de José Revuelta. Notas tomadas de la revista Generación (No.6, 1996, especial de José Revueltas).
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El cerebro y la música ARTÍCULO :: Estudios hallan que ante sonidos placenteros se libera dopamina. Euforia, tranquilidad, alegría o tristeza son algunas de las emociones que provoca la música. POR DANIEL GALILEA
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onfianza, placer, sensación de unidad con los demás y el mundo, amor por la naturaleza, euforia, tranquilidad, ganas de hacer cosas y acercarnos a otros. También el recuerdo de momentos y lugares bellos, sensaciones de apertura espiritual, elevación del nivel de consciencia, alegría sin causa, lágrimas… Éstas son sólo algunas de las variadas e intensas emociones y sensaciones que provoca en los seres humanos la música, esa singular combinación de melodía, ritmo y armonía, que el filósofo griego Platón decía que era “para el alma lo que la gimnasia para el cuerpo”, y que según el escritor Oscar Wilde era “el arte más cercano a las lágrimas y los recuerdos...” Varios estudiosos se ocupan de analizar los efectos de la música en el comportamiento de las personas. Tal es el caso de expertos del Instituto Neurológico de Montreal y de la Universidad McGill, en Canadá, quienes han descubierto que un neurotransmisor (mensajero químico entre las neuronas y nervios) liberado en el cerebro y denominado dopamina genera las sensaciones placenteras e “incluso los escalofríos” que surgen cuando se escucha una música que resulta agradable al oído. Según la investigación, dirigida por el doctor Robert Zatorre, los sonidos placenteros inducen la liberación de dopamina, una sustancia necesaria para generar las emociones y sensaciones de disfrute que acompañan la ingestión de determinados alimentos y que producen las drogas o el sexo. El estudio cuantificó la dopamina que se libera al escuchar música, teniendo en cuenta la forma en que provocaba escalofríos entre los ocho participantes en el estudio, así como los cambios en el comportamiento de su piel y en la frecuencia cardiaca, la respira-
ción y la temperatura corporal. Gracias a una combinación de técnicas de diagnóstico por imagen, que permite visualizar la actividad cerebral, los expertos descubrieron que los niveles de liberación de la dopamina se correlacionan con el grado de excitación emocional que ocasionaba la música del experimento. De tal moco que ese neurotransmisor cerebral aumenta en respuesta a otros estímulos o actividades de recompensa como lo son la comida, las relaciones sexuales o el hecho de obtener dinero, y que también produce bienestar ante ciertos estímulos, como el hallarse enamorado. En el estudio se comprobó que los niveles de dopamina eran hasta un 9 por ciento más elevados en los participantes cuando escuchaban música que les agradaba. “Esto demuestra que las personas obtenemos placer de la música, una recompensa abstracta, la cual es comparable con la que logramos con estímulos biológicos más básicos”, según los investigadores canadienses.
Una misma sensibilidad Según sea suave, lenta y relajante, o trepidante, rápida y estimulante, la música puede provocar en la persona que la escucha un impacto sentimental tan variado como intenso. Pero las preguntas claves son: ¿provoca el mismo efecto en todas las personas? y ¿la música es verdaderamente un lenguaje universal, como suele afirmarse? De acuerdo con un estudio del Instituto Max Planck de Neurología de Leipzig (Alemania), la respuesta a este último interrogante es afirmativa, ya que los sentimientos expresados musicalmente se entienden igual en todo el mundo y la música logra superar sin mayores dificultades
las barreras entre las culturas. Un equipo de investigadores dirigido por el doctor Max Fritz realizó dos experimentos para analizar la capacidad humana de reconocer la alegría, la pena o el miedo al escuchar piezas musicales pertenecientes a una cultura ajena a la suya. En el primer ensayo, se tocaron piezas breves para piano compuestas según los principios de la música europea ante un grupo de “mafas” (etnia de Camerún que compone su propia música sin haber tenido contacto con la occidental) y otro grupo de control formado por oyentes occidentales. Tras escuchar cada pieza musical, los “mafas” debían relacionarla con una serie de reproducciones de expresiones faciales que ya se sabe que tienen una interpretación universal. Así se comprobó que los “mafa” podían reconocer con éxito las tres emociones expresadas en la música occidental. La música con un ritmo rápido, tiende a ser identificada con la alegría, en tanto que para la tristeza o el miedo el ritmo es menos decisivo que la tonalidad, según explicó el doctor Fritz. En el segundo experimento se investigó si las sensaciones agradables o desagradables se transmiten de forma similar a través de la música “mafa” o de la música occidental. En los países occidentales, las consonancias son percibidas como más agradables que las disonancias, y se quiso determinar si esto era igual entre los “mafa”. Según el doctor Fritz, “los cameruneses también mostraron una clara preferencia por las consonancias, aunque la diferencia entre la percepción de la disonancia y la consonancia no es tan marcada como entre los occidentales. Cuando a un ‘mafa’ le gusta una pieza musical, suele gustarle también una versión disonante de la misma, aunque menos”.
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Notas sobre existencialismo MUTACIONES :: POR ESPERANZA ROMÁN VALADEZ A mis alumn@s, como invitación a leer. Y a pensar. Su mundo libre no es el nuestro. Simone de Beauvoir El que no siente nada es incapaz de escribir. J. P Sartre
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oy profesora de filosofía a nivel bachillerato, y como parte de la evaluación del tercer parcial, las y los chavos tendrán que elaborar un ensayo, tarea nada sencilla si tomamos en cuenta que la mayoría de ell@s, pese a estar a unos meses de ingresar en la universidad, difícilmente saben redactar por escrito sus ideas y pensamientos, me vi en una disyuntiva, o me arriesgaba a proponer una especie de “experimento literario”, o asumía que pasaría gran parte de mis vacaciones leyendo textos bajados de internet, pero que en nada me mostrarían lo que mis alumn@s en realidad piensan. El experimento, consistió en lo siguiente: el tema a desarrollar sería escribir un diario, y debían relacionar su contenido con la corriente filosófica del existencialismo, para ello investigamos un poquito en la biblioteca y otro poquito en la red. Debo admitir que sentí desánimo, pues casi nadie entendía cómo y por qué un diario —el hecho de contar sus vidas— podía ser entregado como un texto con importancia académica, así que me di a la tarea de mostrarles cómo otras y otros habían desarrollado esta propuesta. Para mi sorpresa y mejora de ánimo (hizo que le encontrará sentido a levantarme a las 6 de la mañana todos los días), cuando comenzamos a leer en específico los diarios de mujeres como Anaïs Nin y Simone de Beauvoir, las cosas fueron siendo más sencillas, y aunque ahora tendré que trabajar en la redacción y en la ortografía, el objetivo está logrado: hacerlos reflexionar acerca de sí mismos, de las consecuencias y responsabilidades de sus actos. En fin, agradezco los resultados, pues valoro cada palabra compartida, y a cambio y como ayuda para su examen (sí, lo siento, habrá un examen) les doy este pequeño ensayo acerca de una de las autoras que han logrado transformar mi vida y pensamiento. Ojalá y a quien lea esto pueda alentarl@ a buscar por sí mism@ y en diversos lugares la respuesta a los misterios de la vida.
Simone de Beauvoir Filósofa francesa, es una de estas figuras femeninas a las que hay que recordar, en las que hay que pensar. Nació un 9 de enero de 1908, en Francia, hija de una familia católica, que ordenaba el mundo en bueno y malo. Por supuesto que Simone habitaba la región del bien: durante su juventud hacía un retiro espiritual todos los años para orar, rezar el rosario, meditar y tomar notas sobre los impulsos del alma. Años más tarde está joven formal, que escuchó decir a su padre que “la mujer es lo que su marido hace de ella, es él quien debe formarla” (Simone de Beauvoir, Memorias de una joven formal, Ed. Sudamericana,1999,p. 39), se convertiría en una de las escritoras cuyo pensamiento reaccionario la llevó a escribir El segundo sexo (1949), texto que cuestiona la identidad femenina, y que pone en tela de juicio la esencialidad biológica a la que se ha reducido el ser de las mujeres. La frase “no se nace mujer, uno se hace mujer”, cuestiona los paradigmas no sólo
morales y religiosos, sino también teóricos, tal vez por ello el libro estuvo dentro de la “lista de libros prohibidos” por la Iglesia católica. Beauvoir escribe no sólo desde su ser mujer, sino que lo hace además bajo la perspectiva de una filosofía existencialista, misma que la lleva a pensar más allá de la escuela, traslada la filosofía a los cuerpos concretos, al sexo, a los recuerdos, habla de la vejez, de la muerte. Su obra se relaciona íntimamente con su vida, además de ensayos y novelas escribe libros autobiográficos, e intenta vivir acorde con sus creencias. Bajo el lema existencialista de Libertad, Simone afirma que nunca se sometería a nadie: era y seguiría siendo, dueña de si misma. Renuncia a creer en Dios, pues algo molesto de él es que prohíbe muchas cosas, y afirma que sin él uno se hace plenamente responsable de sus elecciones. Sus ideas se trasladarán también al ámbito de la política, se le considera como una de las precursoras del feminismo dentro de la filosofía política, al afirmar que el sexo femenino está limitado por el conjunto entero del patriarcado, que el mundo masculino se ha apropiado de lo neutro (de lo humano), ocasiona una revolución moral que se verá concretizada en logros como el de la legalización del aborto en Francia. Beauvoir cree que la emancipación de la mujer ha estado unida a las emancipaciones sociales. La época en la que vivió Beauvoir fue sin duda creadora de cambios radicales en la sociedad mundial, los paradigmas se cuestionaban y se proponía el planteamiento de una nueva forma de pensar, de hacer política, de vivir. Simone asume no solamente está actitud crítica ente los valores políticos vigentes, sino que además invita a reflexionar acerca de la situación de las mujeres, sacando de la esfera de lo privado la situación política de desigualdad en la que se encontraban muchos seres humanos, sin otra razón aparente más que la de ser mujeres. De esta forma, al hablar de la construcción social del sexo, lo que más tarde representará el concepto de Género, ella se convierte en clave para entender las transformaciones sociales, producto de los movimientos feministas. Pensarse a sí misma y escribirlo, reflexionar
acerca de la situación concreta del cuerpo femenino (temas como la menstruación, la maternidad, la independencia femenina, son recurrentes en sus escritos), teorizar lo “otro” (lo femenino), quitarle la esencia biológica a su definición, justificaron su existencia; valdría la pena leerla, hacernos nosotr@s también esas preguntas fundamentales: ¿qué significa ser mujer?, ¿qué significa ser el segundo sexo?, ¿qué significa ser el primero? Quien afirme que la lucha de las mujeres por el logro de sus derechos es cosa ya pasada, debería conocer la historia de quienes han ocasionado los cambios sociales -quienes los han producido siempre son quienes incomodan con lo que dicen, y muchas de ellas son mujeres- debería pensar en los problemas que atañen a las mujeres desde una perspectiva distinta, reconocer al “otro” como sujeto, como otro igual a mí, pensar y aplicar la equidad. Simone de Beauvoir esperaba que algún día el argumento de El segundo sexo estuviera perimido, superado, pensado y transformado; que las mujeres al pensarse a sí mismas se autodefinieran desde su ser mujeres. La idea de una nueva definición de lo femenino, que no nos reduzca a madres, esposas, bellas, buenas, tiernas, santas, putas, locas, etc., creemos, es aún un proyecto.
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CREACIÓN
Los ojos amarillos de los cocodrilos Katherine Pancol*
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oséphine dejó escapar un grito y soltó el pelador. La hoja había esbalado sobre la patata produciéndole un gran corte en la piel, en el nacimiento del puño. Sangre, había sangre por todos lados. Se miró las venas azules, la incisión roja, el fregadero blanco, el barreño de plástico amarillo en el que permanecían, blancas y relucientes, las patatas peladas. Las gotas de sangre caían de una en una, salpicando el revestimiento blanco. Apoyó las manos en el borde de la pila y se echó a llorar. Necesitaba llorar. No sabía por qué. Tenía demasiadas buenas razones. Ésta serviría. Buscó un trapo con la mirada, lo cogió y lo comprimió sobre la herida. Me voy a convertir en fuente, en fuente de lágrimas, fuente de sangre, de suspiros, voy a dejarme morir. Sería una solución. Dejarse morir, sin decir nada. Se apagaría como una vela que se agota. Dejarse morir erguida sobre la pila. No morimos erguidos, rectificó enseguida, morimos tumbados o arrodillados, la cabeza dentro del horno o en la bañera. Había leído en el periódico que el método de suicidio más corriente en las mujeres era el de tirarse por una ventana. Los hombres prefieren colgarse. ¿Por la ventana? Nunca podría hacerlo. Pero desangrarse llorando, ignorar si el líquido que sale de una es rojo o blanco. Dormirse lentamente. Entonces... ¡suelta el trapo y mete los puños en la pila! Y aun así, aun así... tendrías que quedarte de pie, y no morimos de pie. Salvo en combate. En las guerras... Y aún no estamos en guerra. Suspiró, se colocó el trapo en la herida, enjugó sus lágrimas y miró su reflejo en la ventana. Todavía tenía el lápiz enganchado en el pelo. ¡Venga! —se dijo—. ¡Pela patatas! ¡Ya pensarás después en lo demás! *** Esa mañana de finales de mayo, en la que el termómetro marcaba 28 grados a la sombra, en el quinto piso, resguardado bajo el toldo del balcón, un hombre jugaba al ajedrez. Solo. Reflexionaba ante el tablero. Para hacerlo lo más verídico posible incluso se cambiaba de sitio y, al hacerlo, se amparaba en una pipa que empezaba a aspirar. Se inclinaba, resoplaba, levantaba una pieza, la volvía a soltar, resoplaba de nuevo, volvía a coger la pieza, la desplazaba, movía la cabeza, soltaba la pipa y se sentaba en el otro lado. Era un hombre de estatura mediana, de aspecto muy cuidado, pelo castaño y ojos marrones. El pliegue de su pantalón caía recto, sus zapatos brillaban como recién salidos de la caja, la camisa remangada dejaba ver unos antebrazos y unos puños finos, y las uñas lucían el pulido y el brillo que sólo se consigue a partir de una concienzuda manicura. Su piel estaba teñida de un ligero bronceado, que se adivinaba permanente, y completaba su imagen de persona rubia. Se parecía a esos recortables de cartón vestidos con calcetines y ropa interior de los juegos infantiles y que podían vestirse con todo tipo de trajes: piloto de aviación, cazador, explorador... Era un hombre de esos que podían meterse en el decorado de un catálogo para inspirar confianza y subrayar la calidad del mobiliario expuesto. De pronto, una sonrisa iluminó su rostro. “Jaque mate —murmuró a su imaginario adversario—. ¡Ay, amigo! ¡Estás perdido! ¡Apuesto a que ni siquiera lo has visto venir!” Satisfecho, se dio un apretón de manos a sí mismo y moduló su voz para dirigirse algunas felicitaciones. “¡Bien jugado, Tonio! Has estado muy bien”.
Se levantó, se estiró frotándose el pecho y decidió servirse una copita aunque no fuera la hora. Normalmente tomaba un aperitivo hacia las seis y diez, por la tarde, mientras veía “Cuestión para un campeón”. El programa de Julian Lepers se había convertido en una cita que aguardaba con impaciencia. Le irritaba perdérselo. A las cinco y media ya estaba esperándolo, anhelando conocer a los cuatro concursantes con los que iba a medirse. También quería saber qué traje llevaría el presentador, y la camisa y la corbata con las que lo combinaría. Se decía que debería tentar a la suerte e inscribirse. Se lo decía cada tarde, pero no hacía nada. Habría tenido que pasar pruebas eliminatorias, y había algo en esas dos palabras que le desalentaba. Levantó la tapa de una cubitera, cogió cuidadosamente dos cubitos, los dejó caer en un vaso y vertió Martini blanco. Se agachó para recoger un hilo sobre la moqueta, se incorporó y mojó sus labios en el vaso, bebiendo a ligeros sorbos como expresión de su satisfacción. Cada mañana, jugaba al ajedrez. Cada mañana, seguía la misma rutina. Se levantaba a las siete al igual que los niños, desayunaba rebanadas de pan integral, tostadas a temperatura cuatro, con mermelada de albaricoque sin azúcar añadido, mantequilla salada y zumo de naranja recién exprimido a mano. Después, 30 minutos de gimnasia: ejercicios para la espalda, abdominales, pectorales, muslos... Lectura de la prensa que sus hijas, por turno, iban a buscarle antes de irse al colegio. Atento estudio de los anuncios por palabras, envío de currículum cuando una oferta le parecía interesante, ducha, afeitado con maquinilla, jabón y brocha, elección de la ropa para la jornada y, por fin, la partida de ajedrez. La elección de la vestimenta era el momento más delicado de la mañana. Ya no sabía cómo vestirse. ¿Con ropa de fin de semana, ligeramente informal, o con traje? Un día en el que se había vestido apresuradamente con un chándal, su hija mayor, Hortense, le había dicho: “¿Ya no trabajas, papá?
* Ofrecemos un adelanto de la novela que es un éxito en Francia y que comenzará a circular en México editada por La esfera de los libros
¿Estás siempre de vacaciones? Me gustas más cuando te pones guapo, con una chaqueta bonita, camisa y corbata. No vuelvas a buscarme al colegio vestido con chándal”. Y después, más dulcemente porque, esa mañana, esa primera mañana en la que ella le había hablado en ese tono él había palidecido, añadió: “Te digo esto por ti, papaíto, para que sigas siendo el papá más guapo del mundo”. Hortense tenía razón, los demás le miraban de forma distinta cuando iba bien vestido. Terminada la partida de ajedrez, regaba las plantas colgadas de la barandilla del balcón, arrancaba las hojas muertas, podaba las ramas viejas, vaporizaba con agua los nuevos brotes, aireaba la tierra sirviéndose de una cuchara y abonaba cuando era necesario. Un camelio blanco le tenía muy preocupado. Le hablaba, le dedicaba una atención especial, limpiándolo hoja por hoja. Todas las mañanas, desde hacía un año, la misma rutina. Esa mañana, sin embargo, se había retrasado con respecto a su horario habitual. La partida de ajedrez había sido dura, debía tener cuidado y no dejarse llevar; resulta difícil cuando no se tiene ocupación alguna. No se debe perder el sentido del tiempo que pasa y que se va sin que nos demos cuenta. Ten cuidado Tonio, ten cuidado. No te dejes llevar, sobreponte. Se había acostumbrado a hablar en voz alta y frunció el ceño al oír su propia recriminación. Para recuperar el tiempo perdido, decidió abandonar las plantas. Pasó delante de la cocina donde su mujer pelaba patatas. Sólo veía su espalda, y notó, una vez más, que estaba ganando peso y que en sus caderas iban acumulándose nuevos michelines. Cuando se mudaron a esa casa de las afueras, cerca de París, ella era alta y fina, sin michelines... Cuando se mudaron, las niñas llegaban a la altura de la pila. Cuando se mudaron... Eran otros tiempos. Él levantaba su jersey, colocaba
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sus manos sobre sus senos y suspiraba “¡querida!” hasta que ella cedía y se inclinaba tirando con las dos manos de la colcha para no arrugarla. Los domingos, ella cocinaba. Las niñas pedían cuchillos “¡para ayudar a mamá!” o los restos de los cazos para “limpiarlos con la lengua”. Las observaban con ternura. Cada dos o tres meses, las medían y marcaban su altura con lápiz en la pared; había numerosas rayitas con las fechas y los dos nombres: Hortense y Zoé. Cada vez que se apoyaba en el quicio de la puerta de la cocina se sentía invadido por una profunda tristeza. El sentimiento de un tiempo perdido para siempre, el recuerdo de una época en la que la vida le sonreía. No le pasaba nunca ni en el dormitorio ni en el salón, sólo en la cocina, siempre en esa estancia que, en otro tiempo, era un oasis de felicidad. Calurosa, tranquila, aromática. Las cacerolas humeaban, los trapos se secaban sobre la barra del horno, el chocolate se fundía al baño maría y las niñas troceaban nueces. Blandían un dedo coronado de chocolate, se dibujaban bigotes que se lamían a lengüetazos, y el vaho de los cristales dibujaba bordados nacarados que le transmitían la impresión de ser el papá de una familia esquimal en un iglú del Polo Norte. En otro tiempo... la felicidad había estado allí, sólida, reconfortante. Sobre la mesa permanecía abierto un libro de Georges Duby. Se inclinó para leer el título: El caballero, la mujer y el cura. Joséphine trabajaba sobre la mesa de la cocina. Lo que, en otro tiempo, había sido un ingreso suplementario, ahora servía para mantenerles. Investigadora en el CNRS, ¡especializada en la vida de las mujeres del siglo XII! Antes no podía evitar burlarse de sus estudios, hablaba de ellos con condescendencia, “mi mujer es una apasionada de la historia, ¡pero sólo del siglo XII! ¡Ja! ¡Ja! ¡Ja!...” Le parecía que aquello tenía algo de aristocrático. “No es muy sexy el siglo XII, querida”, decía pellizcándole el trasero. “Pero si fue entonces cuando Francia se embarcó en la modernidad, el comercio, la moneda, la independencia de las ciudades y...” Y la besaba para hacerla callar. Hoy, el siglo XII les daba de comer. Carraspeó para que ella se girara. No se había peinado y tenía el pelo recogido con un lápiz en lo alto del cogote. —Voy a dar una vuelta... —¿Vendrás a comer? —No lo sé... Hazte la idea de que no. —¡Y por qué no me lo has dicho antes! No le gustaban las peleas. Hubiera sido mejor salir directamente mientras gritaba “me voy, ¡hasta luego!”, y ¡hala! alcanzaba la escalera, y ¡hala! ella se quedaba con sus preguntas en la punta de la lengua, y ¡hala! sólo tendría que inventarse algo cuando volviese. Porque siempre volvía. —¿Has consultado los anuncios por palabras? —Sí... hoy no había nada interesante. —¡Siempre hay trabajo para el que quiere trabajar! Trabajar sí, pero no en cualquier cosa, pensó sin decírselo, pues ya conocía lo que seguiría. Habría tenido que irse, pero seguía pegado al quicio de la puerta. —Ya sé lo que me vas a decir, Joséphine, ya lo sé. —Lo sabes, pero no haces nada para que cambie. Podrías hacer cualquier cosa, simplemente para aportar algo al puchero... Él hubiera podido continuar la conversación, se la sabía de memoria, “socorrista, jardinero en un club de tenis, vigilante nocturno, empleado de una gasolinera...”, pero sólo retuvo la palabra “puchero”. Sonaba extraño relacionado con la búsqueda de empleo. —¡Te parecerá gracioso! —gruñó ella apuñalándole con la mirada—. ¡Debo parecerte muy prosaica cuando te hablo del sucio dinero! ¡El señor quiere una montaña de oro! ¡El señor no quiere cansarse por cuatro perras! ¡El señor quiere estima y consideración! Y, por ahora, el señor sólo tiene una única forma de existir, ¡irse a casa de su manicura! —¿De qué estás hablando, Joséphine?
—¡Sabes muy bien de QUIÉN estoy hablando! Ella le miraba ahora de frente, envarada, con un trapo anudado en el puño, desafiándole. —Si te refieres a Mylène... —Sí, me refiero a Mylène... ¿Todavía no sabes si va a hacer un descanso a la hora de comer? ¿Por eso no sabes responderme? —Jo, detente... ¡esto va a acabar mal! Demasiado tarde. Ella ya sólo pensaba en Mylène y en él. ¿Quién se lo habría contado? ¿Un vecino, una vecina? No conocían a mucha gente en el edificio pero, cuando se trataba de chismorrear, los amigos aparecían rápidamente. Alguien ha debido de verle entrar en el edificio de Mylène, a dos calles
de allí. —Vais a comer en su casa... Ella te habrá preparado una quiche y una ensalada, una comida ligera porque, después, ella tiene que trabajar, ella... Rechinó los dientes para marcar la palabra “ella”. —Y después os echaréis una pequeña siesta, ella cerrará las cortinas, se desnudará dejando su ropa por el suelo e irá a tu encuentro bajo el grueso edredón de bordado blanco... Él escuchaba, estupefacto. Mylène tenía un edredón grueso de bordado blanco. ¿Cómo lo sabía? —¿Has estado en su casa? Ella lanzó una risa sarcástica y se ajustó el nudo del trapo con su mano libre. —Ajá, tenía razón. ¡El bordado blanco va con todo! Es bonito y práctico. —Jo, déjalo. —¿Dejar qué? —Deja de imaginar cosas que no existen. —¿Acaso no tiene un edredón de bordado blanco? —Deberías dedicarte a escribir novelas. Tienes mucha imaginación. —Júrame que no tiene un edredón de bordado blanco. De pronto le invadió la cólera. Ya no podía soportarla. Ya no soportaba su tono de maestra de escuela, siempre con algo que reprocharle, diciéndole lo que tenía que hacer, cómo hacerlo; ya no soportaba su espalda encorvada, su ropa sin forma ni color, su piel enrojecida por la falta de
cuidado, su pelo castaño, fino y lacio. Todo en ella olía a esfuerzo y parsimonia. —¡Prefiero irme antes de que esta discusión vaya demasiado lejos! —Prefieres irte con ella, ¿eh? Ten al menos el valor de decir la verdad, ya que no lo tienes para buscar trabajo ¡holgazán! Esa fue la gota que colmó el vaso. Sintió cómo la cólera le bloqueaba la frente y golpeaba sus sienes. Escupió las palabras para no tener que arrepentirse: —¡Pues sí! Nos vemos en su casa, todos los días a las doce y media. ¡Ella me calienta una pizza y nos la comemos en la cama, bajo el edredón de bordado blanco! Después recogemos las migas, le quito el sujetador, que también es de bordado blanco, y la beso por todos lados ¡por todos lados! ¿Estás contenta? ¡No deberías haberme obligado a decírtelo, te lo advertí! —¡Tú tampoco deberías haberme obligado! Si te vas con ella, no te molestes en volver. Haces tus maletas y desapareces. No será una gran pérdida. Él se separó del quicio de la puerta, giró los talones y, como un sonámbulo, entró en su habitación. Sacó una maleta de debajo de la cama, la colocó sobre la colcha y comenzó a llenarla. Vació sus tres cajones de camisas, sus tres cajones de camisetas, calcetines y calzoncillos en la gran maleta roja con ruedas, vestigio de su esplendor cuando trabajaba en Gunman and Co., el fabricante americano de fusiles de caza.
8 | LETRAS ~ CAMBIO DE MICHOACAN
DOMINGO 17 DE ABRIL DE 2011
Los hermanos Dardenne: una persona con cuatro ojos EL TERCER OJO :: Con su cine de denuncia social y sus guiones emotivos y contundentes, los hermanos Dardenne han logrado conmover a un público amplio y encontrar el reconocimiento de sus pares. POR SYLVAIN PROVILLARD sprovillard@hotmail.com
Q
uizá nunca hayan escuchado sus nombres ni visto una de sus películas. Sin embargo, en 2005, Luc y Jean-Pierre Dardenne entraron al club elitista de los directores que han ganado dos veces la codiciada Palma de Oro. Desde la invención de este trofeo en 1955, solamente Francis Ford Coppola, Shohei Imamura, el danés Bille August y Emir Kusturica han logrado tal hazaña. Fue justamente este último, en calidad de Presidente del Jurado en 2005, quien entregó su segunda Palma a los hermanos belgas por su película El niño. El triunfo ocurrió en un festival de alto nivel, con películas de directores como Lars Von Trier, David Cronenberg, Atom Egoyan, Gus Van Sant, Hou Hsiao-Hsien, Wim Wenders, Jim Jarmusch, Michael Haneke, entre otros. No se puede hablar de suerte cuando sabemos que las cuatro veces que los largos de los hermanos fueron seleccionados en el más prestigioso festival del mundo, siempre han ganado un premio. El éxito y el renombre de los hermanos están vinculados con la Palma de Oro, que recibieron por su cuarto largometraje, Rosetta, en 1999. Fue una sorpresa total: todo el mundo pensaba que Almodóvar iba a ganar por fin el trofeo con Todo sobre mi madre. Muchos críticos encontraron escandaloso que una película con poco presupuesto, de directores casi desconocidos y con una actriz principiante (quien, además, se llevó el Premio a la Mejor Actriz), desbancara al director español, que presentaba ese año una de sus mejores cintas. Esta decisión demostró una tendencia del festival, en los últimos 15 años, de recompensar a un cine con compromisos sociales y políticos. Los cineastas que conforman el jurado están cada vez más conscientes de la misión (¿imposible?) que tiene el cine contemporáneo de retratar la triste realidad de nuestro mundo y evidenciar sus disfuncionamientos. Varios directores con enfoque de denuncia social se han llevado recientemente el premio: Mike Leigh y Ken Loach, los líderes del cine social británico; Michael Moore y su documental Fahrenheit 9/11; Gus Van Sant con Elefante; el rumano Cristian Mungiu con 4 meses, 3 semanas y 2 días, y el francés Laurent Cantet en 2008 con La clase. El cine de los hermanos Dardenne es honesto y directo. El nombre de su productora plantea su perspectiva: Dérives. Las cintas de los cineastas belgas son un espejo de la decadencia de las sociedades occidentales a la deriva, particularmente la de la parte francófona de Bélgica. Los hermanos son originarios de los suburbios populares de Lieja, marcados por el fuerte desempleo, la disgregación del tejido social y la falta de oportunidades para los jóvenes –tema subyacente en todas sus películas. Parece casi surrealista (aunque Magritte ya lo retrataba de esa manera) que un país del primer mundo lleve casi un año sin gobierno, y con una crisis política, social y de identidad nacional sin precedentes. Esta coyuntura se ve reflejada en el cine de este país, sobre todo en el valón o francófono, que es la zona más
La dupla Luc y Jean-Pierre Darsdenne.
afectada por la crisis. Los hermanos proponen mucho más que un simple retrato de la realidad. Es cierto que empezaron su carrera con documentales, pero poco a poco les nacieron las ganas de contar historias fuertes, desgarradoras y cercanas a la vida de la gente humilde, en esto son herederos directos del neorrealismo italiano. Su próxima película se llamará Le gamin au vélo (El niño de la bicicleta), probablemente como un homenaje a la cinta Ladrón de bicicleta de Vittorio De Sica. Su estilo se inspira también de Robert Bresson. El personaje de Rosetta, en la película del mismo nombre, que representa a una joven pobre que no logra integrarse a la sociedad belga, se parece mucho a la Mouchette, que también da nombre al filme, del director francés. Como consecuencia del éxito de la película en Cannes, se aprobó en Bélgica una ley que favorece el empleo de jóvenes sin experiencia laboral para evitar su marginación, tomando el nombre de “Ley Rosetta”. Aunque los cineastas bien saben que la influencia del cine sobre la vida política es mínima, les parece un deber natural retratar la miseria de la ciudad en la cual crecieron. Los hermanos Dardenne tienen la particularidad de trabajar siempre juntos, tanto en la escritura como en la dirección de sus largos. Ellos mismos se definen como una persona con cuatro ojos. La gran ventaja de trabajar en dúo reside en el hecho de lograr una retroalimentación permanente al momento de la creación del guión. Asimismo, en tanto el trabajo del director es demandante (que se comporta como un director de orquesta que
tiene que revisar cada detalle minuciosamente), trabajar en pareja permite un mayor control y una presencia más significativa al momento del rodaje. Al igual que los hermanos Coen, uno de ellos se puede concentrar en la fotografía y la parte técnica, mientras que su alma gemela dirige a los actores. A muchos hermanos les ha ido bien en el mundo del séptimo arte, empezando con los propios inventores del maravilloso aparato que nombraron “cinematógrafo”. De la misma forma, al principio del siglo XX, los cuatro hermanos Alva fueron unos de los pioneros del cine mexicano. Los hermanos Warner también eran cuatro y crearon en 1923 una productora que sigue siendo una de las más importantes a nivel mundial. La fratría de los Marx, por su lado, revolucionó el cine cómico entre los años 20 y 40. Y hay más: desde los hermanos Taviani en Italia y los Wachowski, directores del excelente Bound y la trilogía de los Matrix, hasta los prolíficos Coen y los gemelos Quay, especialistas del cine de animación. Todos éstos formaron una alianza creativa que seguramente no habrían podido lograr con sólo uno de ellos. La noción de divertimiento, que muchas veces se espera del cine, es completamente relativa cuando uno se topa con obras como La Promesa, El hijo, Rosetta, El niño o El silencio de Lorna. Les aseguro que no se van a reír ni un segundo frente a las cintas de Jean-Pierre y Luc, sin embargo, la fuerza de sus historias y personajes no los dejarán insensibles. Los hermanos Dardenne me han enseñado mucho. Amo su cine como amo la justicia, es decir, ciegamente.