EL SITIO DE CASCORRO, CUBA: SUEÑOS DE GLORIA
RICARDO HERNÁNDEZ MEGÍAS
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EL SITIO DE CASCORRO, CUBA: SUEÑOS DE GLORIA
RICARDO HERNÁNDEZ MEGÍAS
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Para Francisco Santos, digno descendiente del tan laureado como hoy dĂa olvidado hĂŠroe de Cuba.
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El sitio de Cascorro, Cuba: Sueños de gloria © Del texto: Ricardo Hernández Megías. © De la introducción: Ricardo Hernández Megías © De la Edición: ISBN: Depósito legal:
© Maquetación y diseño: Arturo Culebras Mayordomo. © Fotografía de la cubierta: Fotografía del capitán Francisco Neila con 34 años. © Las fotografías insertadas son propiedad del autor. Producido por: Edición al cuidado de: Reservados todos los derechos. Esta publicación no puede ser reproducida, ni en todo, ni en parte, ni registrada en o transmitida por un sistema de recuperación de información, de ninguna forma ni por ningún medio, sea mecánico, fotoquímico, electrónico, magnético, o por fotocopia, o cualquier otro sin el permiso previo por escrito de la editorial y del autor.
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PRÓLOGO
La llamada “Guerra de Cuba” es la parte final de una contienda bélica de mayores dimensiones y crudeza con una de las mayores potencias emergentes de finales del siglo XIX, los Estados Unidos de América, por lo que dichos enfrentamientos podemos llamarlos más acertadamente “guerra hispano–estadounidense”, cuyo triste final, la derrota vergonzosa de España en 1898, nos llevó a unos de los momentos más críticos, tanto en lo social como en lo político, de un país que nunca supo defender sus territorios con la solvencia necesaria. La corrupción de la clase política, el abandono de sus deberes con sus ciudadanos –tanto de los de dentro como los de ultramar– y la falta de medios económicos para apoyar a su ejército en los momentos necesarios, hizo posible que en dicho año 98 España perdiera todas sus colonias del mar del Caribe, así como las del Pacífico, en donde se encontraban las Islas Filipinas, las Islas Marianas y las Islas Carolinas. Y no es que dichas potencias no vinieran anunciando sus planes anexionistas. Los mismos Estados Unidos, una vez pacificados sus territorios entre Norte y Sur, ya habían dado pruebas de sus deseos, cuando a mediados del siglo XIX invadió y se apoderó de los antiguos territorios de México, así como, en la Conferencia de Berlín, en 1884, las potencias europeas, con el fin de no enfrentarse entre ellas, necesitando expandir sus economías, decidieron repartirse los enorme territorios del continente africano, con la finalidad de abrir nuevas vías de comercio, tanto como explorar y explotar los ricos yacimientos minerales que desde hacía años se sabía que encerraban sus suelos. Tampoco los territorios asiáticos se salvaron de la codicia de los políticos europeos, siendo China el país más deseado para sus afanes comerciales; sólo el comienzo de la Primera Guerra Mundial aplazaría los deseos de colonización; unos planes que después del desarrollo de la misma guerra, con la desaparición de algunos de los países europeos y con la demarcación de nuevas fronteras territoriales, harían cambiar, que no olvidar la conquista de esos continentes.
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Estados Unidos, ya por aquellos momentos país de grandes recursos económicos y con un buen ejército perfectamente preparado, que no había participado en el reparto africano ni asiático, puso, sin embargo, sus ojos – mejor decir sus intereses– en territorios de la zona del Caribe y del Pacífico, donde su influencia se hacía en sentir en Hawái y Japón, zonas donde España y desde hacía siglos, mantenía su influencia con las colonias de Cuba y Puerto Rico, en la primera, y Filipinas, Marianas y Carolinas, en la segunda. No fue difícil poner en aprieto a las autoridades de los gobiernos españoles, habida cuenta de la tremenda debilidad que la clase política venía padeciendo desde las crisis políticas abiertas y nunca cicatrizadas, en tiempos de Isabel II. Por otra parte, el fuerte valor económico, agrícola y estratégico que significaba Cuba, venía siendo objetivo prioritario de anteriores presidentes americanos, que, incluso, llegaron a hacer ofertas económicas para su compra, si bien nunca aceptadas por los gobiernos españoles, habida cuenta de que Cuba era la “perla” de sus colonias y La Habana, su capital, el centro del tráfico comercial más importante, comparable a muchos puertos peninsulares. A los deseos americanos de posesión de tan rica plaza, hay que sumar el descontento de los habitantes de la isla, enfrentados con las autoridades de la metrópolis por lo que ellos consideraban limitaciones políticas y comerciales impuestas por España a sus productos principales, tales como la caña de azúcar, que veían como era boicoteado su comercio con los EE. UU., y, sobre todo, la insolidaridad de las empresas textiles catalanas, asegurándose el monopolio textil, para lo cual fueron promulgadas la Ley de Relaciones Comerciales con las Antillas (1882) y el Arancel de Cánovas (1891), gravando los productos extranjeros con más de un 40% y obligando a absorber los excedentes de producción, medidas que fueron verdaderas barbaridades económicas que no hacían más que ayudar al hundimiento de la industria cubana. A estos desatinos hay que añadir el nacimiento de una nueva burguesía isleña dispuesta a luchar por todos los medios por la independencia de sus territorios, manejando adecuadamente a la población indígena, cuyos derechos no se respetaban por parte de los hacendados, aun sabedores éstos de que la abolición de la esclavitud en Cuba había sido aprobada en 1880. 10
La primera gran sublevación contra las autoridades españolas sucedió en el decenio comprendido entre 1868 y 1878, acaudillado por el hacendado Carlos Manuel de Céspedes, con grandes pérdidas personales y materiales tanto de una parte como de la otra, situación que terminó con el acuerdo de una paz vigilada que ha pasado a la historia con el nombre de la Paz de Zajón, que, en definitiva, no fue más que la preparación de nuevos y más fuertes enfrentamientos, esta vez dirigidos por un hombre de gran prestigio como lo era José Martí, verdadero impulsor de la independencia de Cuba y creador del Partido Revolucionario Cubano, que a la postre sería el partido vertebrador de todos los levantamientos revolucionarios de aquellos años de finales del siglo XIX. Los niveles de descontento entre los mambises, ciudadanos isleños que habían sido esclavos hasta 1880, dirigidos por dos buenos estrategas como lo eran Antonio Maceo y Máximo Gómez, traían de cabeza a las autoridades militares españolas en la Isla, que veían cómo cada vez eran más frecuentes sus actos de rebeldía, de sabotajes y, sobre todo, de enfrentamientos armados contra patrullas militares y hostigamientos a sus lugares de acuartelamiento, quienes con frecuencia tenían que tomar precauciones en sus desplazamientos y aumentar la seguridad de sus atrincherados lugares de descanso. La primera medida de consideración frente a este aumento de la violencia contra los militares españoles fue tomada por el nuevo Capitán General Wayler, responsable de la Isla, que consistió en el reagrupamiento de los campesinos en zonas vigiladas, pretendiendo con esta medida aislar a los rebeldes y dejarlos sin suministro. El resultado fue muy otro y no favorecedor para los intereses españoles: el cese de la producción de alimentos y bienes agrícolas, así como la muerte de millares de cubanos (se calcula que murieron más de 200.000 hombres a causa de estas medidas), con la consiguiente radicalización del resto de la población, aumentando el odio contra los opresores y el deseo de independencia, llegando a producirse duros enfrentamientos hasta en la misma capital, La Habana, entre independentistas y españolistas. Estos desencuentros entre dos estamentos ya irreconciliables y el aumento de concienciación por parte de personas influyentes cubanas hicieron que se reclamara a Washington ayudas para resolver el conflicto, así como su intervención directa en el mismo. Naturalmente, los EE. UU., 11
con gran visión de futuro para sus intereses, viendo la posibilidad de una victoria por parte de los independentistas, no dudaron en apoyar dichas reclamaciones, poniendo a su disposición armas, dinero y asesoramiento militar. Algunos historiadores consideran la llamada Guerra de Cuba como un episodio menor entre la infinidad de guerras y enfrentamientos bélicos que asolaban por aquellos años el mundo y que irremediablemente conducirían, todos juntos, a uno de los momentos más cruentos y terribles de la humanidad, como es el comienzo de la Primera Guerra Mundial, también llamada Gran Guerra, desarrollada principalmente en Europa, a partir de los enfrentamientos entre la recientemente unificada en tiempos de la guerra franco–prusiana, Alemania (1871) y el Reino Unido, motivada por rivalidades políticas entre ambas naciones, pero sobre todo, por la gran proyección económica que venía desarrollando la segunda, en detrimento, según llegó a creer la propia Alemania, de su nueva política de expansión en un mundo donde ya no había cabida para nuevos proyectos económicos; es decir: Alemania, como nueva potencia militar emergente necesitaba urgentemente crear una red colonial que diera sentido a sus ansias imperiales, pero se encontró que el mundo ya estaba dividido y colonizado por otros países tan poderosos como ella, en la que sobresalía, sin ningún tipo de dudas, la odiada Inglaterra. Dio comienzo el 28 de julio de 1914 y finalizó el 11 de noviembre de 1918, cuando Alemania pidió el armisticio y más tarde el 28 de junio de 1919, los países en guerra firmaron el Tratado de Versalles. En Estados Unidos, en un principio al margen de sus devastadoras consecuencias, originalmente se la conoció como Guerra Europea. Más de 9 millones de combatientes perdieron la vida, una cifra extraordinariamente elevada, dada la sofisticación tecnológica e industrial de los beligerantes, con su consiguiente estancamiento táctico. Tal fue la convulsión que provocó la guerra, que allanó el camino a grandes cambios políticos, incluyendo numerosas revoluciones con un carácter nunca antes visto en varias de las naciones involucradas. Recibió el calificativo de mundial, porque en ella se vieron involucradas todas las grandes potencias industriales y militares de la época, divididas en dos alianzas opuestas. Por un lado se encontraba la Triple Alianza, formada por las Potencias Centrales: el Imperio alemán y 12
Austria–Hungría. Italia, que había sido miembro de la Triple Alianza junto a Alemania y Austria–Hungría, no se unió a las Potencias Centrales, pues Austria, en contra de los términos pactados, fue la nación agresora que desencadenó el conflicto. Por otro lado se encontraba la Triple Entente, formada por el Reino Unido, Francia y el Imperio ruso. Ambas alianzas sufrieron cambios y fueron varias las naciones que acabarían ingresando en las filas de uno u otro bando según avanzaba la guerra: Italia, Japón y Estados Unidos se unieron a la Triple Entente, mientras el Imperio otomano y Bulgaria se unieron a las Potencias Centrales (Triple Alianza). En total, más de 70 millones de militares, incluyendo 60 millones de europeos, se movilizaron y combatieron en la guerra más grande de la historia. Aunque el imperialismo que venían desarrollando desde hacía décadas las potencias involucradas fue la principal causa subyacente, el detonante del conflicto se produjo el 28 de junio de 1914 en Sarajevo con el asesinato del archiduque Francisco Fernando de Austria. Su verdugo fue Gavrilo Princip, un joven nacionalista serbio. Este suceso desató una crisis diplomática cuando Austria–Hungría dio un ultimátum al Reino de Serbia y se invocaron las distintas alianzas internacionales forjadas a lo largo de las décadas anteriores. En pocas semanas, todas las grandes potencias europeas estaban en guerra y el conflicto se extendió por todo el mundo. El 28 de julio, los austro–húngaros iniciaron las hostilidades con el intento de invasión de Serbia. Mientras Rusia se movilizaba, Alemania invadió Bélgica, que se había declarado neutral, y Luxemburgo en su camino a Francia. La violación de la soberanía belga llevó al Reino Unido a declarar la guerra a Alemania. Los alemanes fueron detenidos por los franceses a pocos kilómetros de París, iniciándose una guerra de desgaste en las que las líneas de trincheras apenas sufrirían variación alguna hasta 1917. Este frente es conocido como Frente Occidental. En el Frente Oriental, el ejército ruso logró algunas victorias frente a los austro– húngaros, pero fueron detenidos por los alemanes en su intento de invadir Prusia Oriental. En noviembre de 1914, el Imperio Otomano entró en la guerra, lo que significó la apertura de distintos frentes en el Cáucaso, 13
Mesopotamia y el Sinaí. Italia y Bulgaria se unieron a la guerra en 1915, Rumania en 1916 y Estados Unidos en 1917. Tras años de relativo estancamiento, la guerra empezó su desenlace en marzo de 1917 con la caída del gobierno ruso tras la Revolución de Febrero y la firma de un acuerdo de paz entre la Rusia revolucionaria y las Potencias Centrales tras la célebre Revolución de Octubre en marzo de 1918. El 4 de noviembre de 1918, el Imperio austro–húngaro solicitó un armisticio. Tras una gran ofensiva alemana a principios de 1918 a lo largo de todo el Frente Occidental, los Aliados hicieron retroceder a los alemanes en una serie de exitosas ofensivas. Alemania, en plena revolución, solicitó un armisticio el 11 de noviembre de 1918, poniendo fin a la guerra con la victoria aliada. Tras el fin de la guerra, cuatro grandes imperios dejaron de existir: el alemán, ruso, austro–húngaro y otomano. Los Estados sucesores de los dos primeros perdieron una parte importante de sus antiguos territorios, mientras que los dos últimos se desmantelaron. El mapa de Europa y sus fronteras cambiaron completamente y varias naciones se independizaron o se crearon después de su finalización. Al calor de la Primera Guerra Mundial también se fraguó la Revolución rusa, que concluyó con la creación del primer Estado autodenominado socialista de la historia: la Unión Soviética. Se fundó la Sociedad de Naciones, con el objetivo de evitar que un conflicto de tal magnitud se volviera a repetir. Sin embargo, dos décadas después estalló la Segunda Guerra Mundial. Entre sus razones se pueden señalar: el alza de los nacionalismos, una cierta debilidad de los Estados democráticos, la humillación sentida por Alemania tras su derrota, las grandes crisis económicas y, sobre todo, el auge del fascismo. A finales del siglo XIX, el Reino Unido dominaba el mundo tecnológico, financiero, económico y sobre todo político. Alemania y Estados Unidos le disputaban el predominio industrial y comercial. Durante la segunda mitad del siglo XIX y los inicios del siglo XX se produjo el reparto colonial de África (a excepción de Liberia y Etiopía) y de Asia Meridional entre las potencias europeas, así como el gradual aumento de la presencia europea y japonesa en China, un estado que para entonces se hallaba muy debilitado. El Reino Unido y Francia, las dos principales potencias coloniales, se enfrentaron en 1898 y 1899 en el denominado incidente de Faschoda, en Sudán, pero el rápido ascenso del Imperio alemán hizo que los dos países se unieran a través de la Entente cordiale. Alemania, que solamente poseía colonias en Camerún, Namibia, África Oriental, algunas islas del Pacífico (Nueva Guinea, las Marianas, las Carolinas, las Islas Salomón, entre otras) 14
y enclaves comerciales en China, empezó a pretender más a medida que aumentaba su poderío militar y económico posterior a su unificación en 1871. Una desacertada diplomacia fue aislando al Reich, que sólo podía contar con la alianza incondicional del Imperio austro–húngaro. Por su parte, el Imperio ruso y, en menor medida, los Estados Unidos controlaban vastos territorios, unidos por largas líneas férreas (Transiberiano y ferrocarril Atlántico–Pacífico, respectivamente) Francia deseaba la revancha de la derrota sufrida frente a Prusia en la Guerra Franco–prusiana de 1870–1871. Mientras París estaba asediada, los príncipes alemanes habían proclamado el Imperio (el llamado Segundo Reich) en el Palacio de Versalles, lo que significó una ofensa para los franceses. La III República perdió Alsacia y Lorena, que pasaron a ser parte del nuevo Reich germánico. Su recuperación era ansiada por el presidente francés, Poicaré, lorenés. En general, las generaciones francesas de finales del siglo XIX y, sobre todo, los estamentos militares, crecieron con la idea nacionalista de vengar la afrenta recuperando esos territorios. En 1914 sólo hubo un 1 % de desertores en el ejército francés, en comparación con el 30 % de 1870. Mientras tanto, los países de los Balcanes independizados del Imperio otomano fueron objeto de rivalidad entre las grandes potencias. El estado otomano, al que los comentaristas de la época denominaban el “enfermo de Europa”, no poseía en Europa –hacia 1914– más que Estambul, la antigua Constantinopla. Todos los jóvenes países nacidos de su descomposición (Grecia, Bulgaria, Rumanía, Serbia, Montenegro y Albania) buscaron expandirse a costa de sus vecinos, lo que llevó a dos conflictos entre 1910 y 1913, conocidos como Guerras Balcánicas. Impulsados por esta situación, los dos enemigos seculares del Imperio otomano continuaron su política tradicional de avanzar hacia Estambul y los estrechos que conectan el mar Negro con el mar Mediterráneo. El Imperio austrohúngaro deseaba proseguir su expansión en el valle del Danubio hasta el mar Negro, sometiendo a los pueblos eslavos. El Imperio ruso, que estaba ligado histórica y culturalmente a los eslavos de los Balcanes, de confesión ortodoxa –ya les había brindado su apoyo en el pasado– contaba con ellos como aliados naturales en su política de acceder a “puertos de aguas calientes”. Como resultado de estas tensiones, se crearon vastos sistemas de alianzas a partir de 1882:
La Triple Entente: Francia, Reino Unido y Rusia. La Triple Alianza: Alemania, Austria-Hungría e Italia. 15
A este período se le conoce como Paz armada, ya que Europa estaba destinando cuantiosas cantidades de recursos en armamentos y, sin embargo, no había guerra, aunque se sabía que ésta era inminente. Por contrario, y en contra de los criterios de los historiadores, nosotros consideramos la Guerra de Cuba como el primer paso histórico de la expansión colonialista de unos reforzados Estados Unidos, que había visto como la partición del mundo después de la Gran Guerra le daba alas para asentar sus criterios de expansión y reforzar sus ejércitos, principalmente su marina de guerra, para lo que necesitaba puntos estratégicos en todos los mares, y en el que las antiguas colonias españolas, entre ellas la isla de Cuba en el Caribe y las Filipinas en el Pacífico, constituían verdaderos puntos de referencia de esta planificada expansión. Queremos parar aquí por el momento nuestro relato de las causas que motivaron dicha guerra y entrar de lleno en detalles personales de soldados que en ella intervinieron y que la gran historia olvida con frecuencia. Por otra parte, la Fama, esa diosa tan esquiva y, como mujer, tan voluble, no siempre concede sus favores a quien más los merece, llevándose los honores de los acontecimientos destacables personajes secundarios que lo único que hicieron fue obedecer las órdenes de sus mandos. Señalamos esto, porque de la guerra de Cuba, como en otras tantas guerras que en el mundo han ocurrido, ocurren y ocurrirán en el futuro (el hombre siempre será el mayor enemigo para otros hombres en cuanto haya dinero o poder que conquistar), se dan los más nobles actos de valentía, de amor, de entrega a la Patria por parte de algunos hombres, así como los actos más deleznables que un ser humano pueda cometer. Todo está permitido en una guerra si la victoria es nuestra. Así, si cogemos las amplias crónicas de la Guerra de Cuba, vamos a ver desfilar una serie de personajes, acaparadores de todos los honores, medallas y prebendas concedidas por el gobierno de turno sin haber éstos pisado ni por un instante los campos de batallas, mientras que los verdaderos héroes de las mismas, los soldados que luchan en pésimas condiciones, que pasan hambre y frío, que son heridos sin asistencia sanitaria, que mueren sin saber muchas veces por qué ni para qué luchan, esos hombres anónimos que serán llorados durante años por sus madres y 16
novias o esposas que desconocen sus últimos y fatídicos paraderos, carne de batalla de iluminados “genios de la guerra”, a esos, nadie los nombra, nadie le concede honores, nadie llora sobre sus cuerpos enterrados en intrincadas selvas o en tórridos desiertos de lejanos países. Cuando se habla de la Guerra de Cuba, nos aparece como la figura guerrera principal de la misma el general Valeriano Wayler, (1838–1930), Marqués de Tenerife, Duque de Rubí, Grande de España y Capitán General durante los años finales de la contienda colonial, para nosotros un militar de reconocido prestigio demostrado en multitud de ocasiones, como lo fueran sus actuaciones en la sublevación de Santo Domingo, en 1861, que le valió la Cruz Laureada de San Fernando, pero un mal estratega a la hora de planificar y combatir una sublevación tan intensa como la de los mambises de Cuba, siendo el responsable de unos de los mayores desaciertos, como lo fue su política de Reconcentración de los sublevados en zonas vigiladas por los soldados españoles, que no fue más que un exterminio calculado de la población indígena, motivo de futuras sublevaciones, odios y desencuentros. El tema de la mala gestión de las colonias venía siendo criticada ya de mucho antes: ni España supo nunca administrar adecuadamente su política económica, mucho menos la social en sus territorios coloniales, ni supo estar jamás a la altura que exigían las circunstancias cuando hubo que defenderlos con las armas; la ambición y la codicia desmesurada de unos pocos empresarios españoles que vieron en las explotación de los abundantes recursos naturales de la isla una importante fuente de ingresos, el desentendimiento de las mínimas condiciones de supervivencia de los trabajadores y el desprecio por las mismas vidas humanas de los naturales de la isla que alimentaban sus fortunas, con el consentimiento de las autoridades españolas, fue el detonante que haría explotar las ya de por sí difíciles relaciones que venían produciéndose entre las dos partes. A las ansias de libertad de un pueblo, sabiamente manejadas por los EE. UU., contestaban ciegamente las autoridades de la metrópoli con el envío de más fuerzas militares. Cuando las barbaridades cometidas por el Capitán General de la isla, general Martínez–Campo fueron inasumibles por los políticos de Madrid, la solución que encontraron fue la de mandar a otro general más duro que el anterior y con mayores experiencias en represaliar
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a los insurrectos como lo era D. Valeriano Wayler, héroe de las campañas militares de Santo Domingo. No estamos criticando una política militar que en aquellos tiempos era la única conocida y aplicada en todo el mundo dominado; estamos narrando solamente lo que a nuestro parecer fueron las causas y los motivos que llevaron a muchos pueblos de habla hispana a buscar su propio camino, desligándose por lo tanto de controvertidas, cuando no equivocadas políticas colonizadoras que en nada les favorecían y sí arruinaban su futuro. Tampoco estamos criticando a los militares que llevaron a cabo la política represora contra los pueblos americanos. Ellos eran profesionales de la guerra y cumplían a rajatabla las órdenes que se aprobaban en las Cortes españolas. Por otra parte, dichos militares eran miembros de “castas” privilegiadas, donde palabras como igualdad, respeto, derechos del hombre, etc. no tenían sentido. Ellos obedecían ciegamente a conceptos como “deber” “defensa de la Patria” “obediencia ciega a los mandos” “honor” “victoria” “sacrificio” etc., que a la postre los hacían distintos a los mortales y por los que eran pagados con buenos sueldos, condecorados con importantísimas y bien retribuidas condecoraciones que hacían brillar sus apellidos, o con títulos nobiliarios que los hacían entrar en el círculo más selecto de la alta sociedad española. La llamada Guerra de Cuba o Guerra hispano–estadounidense, podemos dividirla en cuatro etapas perfectamente diferenciadas, tanto en la intensidad de los combates como en las consecuencias militares entre los dos (mejor diremos tres, pues la guerra final se libraría contra los Estados Unidos) bandos enfrentados: la llamada Guerra de los Diez años o Guerra Grande (10 de octubre de 1868–10 de febrero de 1878), la Guerra Chiquita (1879–1880), la Guerra de Independencia cubana o Guerra del 95 (1895 – 1898) y Guerra hispano–estadounidense (1898) La Guerra de los Diez Años, también conocida como Guerra de Cuba (en España) o Guerra Grande (1868–1878), fue la primera guerra de independencia cubana contra las fuerzas reales españolas. La guerra comenzó con el Grito de Yara, en la noche del 9 al 10 de octubre de 1868, en la finca La Demajagua, en Manzanillo que pertenecía al hacendado Carlos Manuel de Céspedes. 18
Terminó diez años más tarde con la Paz de Zanjón o Pacto de Zanjón, donde se establece la capitulación del Ejército Independentista Cubano frente a las tropas españolas. Este acuerdo no garantizaba ninguno de los dos objetivos fundamentales de dicha guerra: la independencia de Cuba y la abolición de la esclavitud. Los antecedentes de dichos enfrentamientos hay que buscarlos en las llamadas “leyes especiales” prometidas en la Constitución española de 1837 nunca cumplidas, que se promulgaron, por lo que la isla de Cuba siguió regida por un Capitán General que ejercía un poder prácticamente absoluto, generalmente en favor de los grandes propietarios de las plantaciones esclavistas de caña de azúcar –la llamada “sacarocracia”–, por ejemplo, tolerando la entrada clandestina de medio millón de esclavos procedentes de África entre 1820 y 1873. Ese estado de cosas se mantuvo hasta que apareció un nuevo grupo de propietarios ligados al comercio y a las empresas tabaqueras, en su mayoría emigrantes españoles de primera o segunda generación. Los gobiernos de la Unión Liberal del general O'Donnell formaron una comisión para estudiar las reformas que se debían aplicar en Cuba pero no llegó a ninguna conclusión. En ese contexto es en el que se produjo el Grito de Yara que inició la primera guerra de la independencia cubana. Causas de la guerra: Causas económicas.
Cuba estaba siendo afectada por las crisis económicas de los años 1857 y 1866. Las regiones de occidente y de oriente tenían diferente situación económica. La región occidental era más desarrollada, tenía más esclavos, mayor producción y más facilidades de comercio que la zona oriental. Esto hacía que muchos hacendados orientales se arruinaran. España imponía altos impuestos y tributos sin consultar con los habitantes de la isla. España sostenía un rígido control comercial que afectaba enormemente a la economía en la isla. España utilizaba los fondos extraídos de la isla para asuntos ajenos al interés cubano, como financiar grandes desembolsos armamentísticos (más de la tercera parte del presupuesto nacional), desarrollar la colonia de Fernando Poo y otros. Estos gastos se hacían en un momento que se necesitaba un fuerte proyecto inversionista para modernizar la industria azucarera, lo cual empeoraba la situación de la colonia. 19
La comprensión de la necesidad de introducir el trabajo asalariado como única vía para hacer avanzar la industria azucarera, algo poco dado en las colonias española. Causas políticas. La revolución española de 1868, La Gloriosa, fue precedida por una amplia conspiración vinculada a los intereses de los criollos reformistas cubanos, emparentados con lo generales Serrano y Dulce. Pero la Gloriosa fue también el detonante de la revolución en Cuba, donde el ambiente estaba preparado psicológicamente desde el abandono de Santo Domingo en 1865 y la Guerra de Secesión Estadounidense. Sin embargo, la revuelta no fue encabezada por negros esclavos o libertos, sino por personajes de las clases medias. Acontecimiento que no habían previsto los criollos reformistas.
España negaba a los cubanos el derecho de reunión como no fuera bajo la supervisión de un jefe militar. No existía la libertad de prensa. Era ilegal formar partidos políticos. Fracaso de la junta de información de 1867 y con esto la agudización de las contradicciones colonia-metrópoli unido a la maduración de un pensamiento independentista con figuras como Félix Varela, José Antonio Saco y otros. Causas sociales.
Marcada división de clases. La existencia de prejuicios raciales. En Cuba existía la esclavitud, que además de ser cruel era un freno para el desarrollo económico de la isla, pues el desarrollo de la tecnología hacía imprescindible el uso de obreros cualificados. De todos los grandes conflictos potenciales, la esclavitud era el mayor. En las Cortes de Cádiz, el abogado español antiesclavista Agustín Argüelles presentó en 1811 una proposición para abolir la trata de esclavos. El diputado cubano Andrés Jáuregui se opuso radicalmente, amenazando con una sublevación contra España si se abolía el tráfico. Las amenazas de segregarse y de pedir la anexión a Estados Unidos marcaron las siguientes discusiones y votaciones, donde los diputados americanos se manifestaron contra la trata de esclavos y los cubanos, tanto los criollos como peninsulares, a favor. Los cubanos integrantes del bloque oligárquico que residían fundamentalmente en las provincias de La Habana y Matanzas, se habían opuesto a la Guerra de los Diez Años, prefiriendo conservar sus esclavos y plantaciones –manteniendo sus negocios– y a la libertad de la Isla. 20
La guerra: La insurrección independentista comenzó el 10 de octubre de 1868 con el llamado Grito de Yara pronunciado por el hacendado Carlos Manuel de Céspedes en su propiedad del oriente de la isla llamada La Demajagua, una finca pequeña, anticuada, pobre e hipotecada por deudas. Previamente Céspedes había liberado a sus esclavos. Sin embargo el Grito de Yara no fue secundado por los hacendados del occidente de la isla, mucho más próspero que el oriente. Por su parte el “partido español” optó por enfrentarse tanto a los insurrectos como a los representantes del gobierno metropolitano que tras la revolución de 1868 pretendía introducir ciertas reformas en la isla, “por más que este programa liberalizador hubiese de ser, por fuerza, harto moderado, si pensamos que el poder estaba en manos de hombres como los generales Serrano o Dulce, asociados por sus respectivos matrimonios a la riqueza azucarera cubana”. Así pues, la guerra comienza cuando Céspedes pone en la libertad a sus esclavos y lee la Declaración de Independencia (o Manifiesto de octubre, como también se le conoce), el 10 de octubre de 1868. En este documento Céspedes explica las causas de la guerra y sus objetivos. Esta guerra tuvo un carácter antiesclavista, anticolonialista y de liberación nacional. Además, desde el punto de vista cultural ayudó a que el sentimiento de nacionalismo se afianzara. Se luchó por el progreso de la economía y sociedad, por lo que tuvo un carácter contracultural. El hito militar más relevante fue la toma de Bayamo por parte de los insurgentes, ciudad que posteriormente incendiarían. Cuando los generales enviados desde la península para combatirles, como el conde de Valmaseda o Valeriano Weyler, utilizaron la política de la tierra quemada, que ya habían usado en Santo Domingo, para dejar sin apoyos ni recursos a la guerrilla insurgente, Céspedes respondió con la misma política y ordenó la destrucción de las plantaciones de caña –“las llamas habían de ser los faros de nuestra libertad”, afirmó– y a pedir que se sublevase a las dotaciones de esclavos: “Cuba libre es incompatible con Cuba esclavista”. Este programa político, a pesar de que contemplaba la abolición de forma gradual e indemnizando a los propietarios, fue rechazado por los propietarios
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azucareros del occidente de la isla y por la burguesía de La Habana de origen metropolitano. El Gobierno Provisional de 1868–1871 envió a Cuba al general Domingo Dulce como nuevo capitán general para que iniciara ciertas reformas que pusieran fin a la sublevación, pero se encontró con la radical oposición de la alta burguesía de La Habana, que controlaba el comercio, la banca, la producción de tabaco, las navieras y otras actividades fundamentales, y que contaba con el apoyo armado de los “batallones de voluntarios del comercio”. El citado “partido peninsular” o “partido español” es el que se hizo dueño de la isla, logrando no sólo echar a Dulce sino a la mayoría de los funcionarios nombrados por los gobiernos del Sexenio Democrático. Es posible incluso que este grupo estuviera detrás del asesinato del general Juan Prim, presidente del gobierno español, que parecía dispuesto a negociar con los insurgentes, y que también fuera uno de los promotores de la Restauración borbónica en España ya que ayudó a financiar el pronunciamiento del general Arsenio Martínez Campos que el 29 de diciembre de 1874 que puso fin a la Primera República Española, seguramente por medio de José Cánovas del Castillo, directivo del Banco Español en la Isla de Cuba y hermano de jefe del partido alfonsino, Antonio Cánovas del Castillo. Que la guerra durara diez años a pesar de los medios con que contaban los que se oponían a los insurgentes independentistas se debió, según Josep Fontana, a la “escasa capacidad de la metrópoli, que hubo de ver cómo se perdía la tercera parte de los soldados llevados a la isla, vestidos con malos uniformes, mal alimentados y pésimamente preparados, de modo que un 90 por 100 de los que murieron lo hicieron en hospitales y por causas naturales”. La ofensiva de la metrópoli: la “españolización” de la isla. España, al margen de su ofensiva militar, emprendió una ofensiva paralela, la civil. Para ello, incrementó el número de contingentes de inmigrantes españoles hacia Cuba, con el objeto de “españolizar” la isla. Desde el año 1868 a 1880, llegaron a Cuba 382.476 españoles, y para el año 1898, cuando Cuba logra su independencia, eran 960.682, de los cuales 449.287 eran civiles y 511.395 eran militares.
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Personajes importantes: Algunas de las figuras más importantes de la guerra fueron:
Carlos Manuel de Céspedes, quien no sólo fuera el iniciador del conflicto, sino que fue uno de los más radicales elementos en todo el proceso. Él fue el primer presidente de la República en Armas y fue también el primer funcionario cubano destituido de un cargo político. En una ocasión las fuerzas españolas detuvieron a uno de sus hijos y lo amenazaron con matarlo si no terminaba la guerra. Carlos Manuel respondió con una negativa que le costó la vida a su hijo. Este hecho le ganó el título de “Padre de la Patria”. El general Máximo Gómez, militar de carrera dominicano, quien había peleado contra sus paisanos anti–anexionistas cuando era un joven militar del Ejército Español y que, después de la derrota de éste en la que después fue la República Dominicana, se trasladó a Cuba, donde años más tarde sería uno de los líderes militares independentistas. El general Antonio Maceo, un mulato liberto que ganó sus grados por su inteligencia estratégica y su valor. El general Vicente García González (el León de Santa Rita), quien fuera el último jefe de los Ejércitos de la República de la Guerra Grande y uno de los generales más temidos y respetados por el ejército colonial español. El mayor Ignacio Agramonte, un aristócrata de la zona del Camagüey, quien renunció a todas sus riquezas y se unió a los insurgentes y fue famoso por varias acciones militares que demostraron su capacidad como líder y sus dotes como estratega. El general Calixto García. El general José Maceo, uno de los hermanos menores de Antonio Maceo. La Guerra Chiquita (1879–1880) fue el segundo de los tres conflictos de la Guerra Cubana de la Independencia contra España. Fue la continuación de la Guerra de los Diez Años (1868–1878) y precedió a la Guerra de Independencia cubana, que logró que los cubanos se independizaran de España. Comenzó el 26 de agosto de 1879, y luego de algunos sucesos menores, la guerra terminó cuando los rebeldes fueron derrotados en septiembre de 1880. El 24 de agosto de 1879 se escuchó el grito: «¡Independencia o muerte! en los campos de las 23
inmediaciones de Rioja, próximo a la oriental ciudad de Holguín y posteriormente se extendió hacia la región de Gibara. Causas de la Guerra Chiquita: La Guerra de los Diez Años (1868–1878) había terminado como un fracaso. El Pacto de Zanjón frustró casi cualquier idea independentista. El descontento, insatisfacción e incumplimiento de promesas llevaron a los cubanos a un nuevo alzamiento. Desarrollo. En Santiago de Cuba, el general Guillermo Moncada apresuraba también el levantamiento, internándose en los montes. En 1878 quedó constituido el Comité Revolucionario de la Emigración Cubana, llamado asimismo Comité de los Cinco que, bajo la presidencia de José Francisco Lamadriz, se encargó de la búsqueda de vías de auxilio a los combatientes que continuaban la lucha en la isla; además de llevar adelante la organización, preparación y dirección de un nuevo período de lucha armada. El fin de la Guerra de los Diez Años se imponía inexorablemente. La contribución de los emigrados fue efectiva. Se incorporó el mayor general Calixto García a su dirección, y asumió como nuevo nombre el de Comité Revolucionario Cubano. La decisión de lucha era fuerte, pero la desunión e innumerables contradicciones lastraban el desempeño conspirativo. El alcance nefasto de estos problemas se pondría en evidencia al iniciarse los alzamientos armados en agosto de 1879. Dentro y fuera de Cuba se crearon clubes secretos en apoyo a la lucha. La lucha en Cuba: No hubo muchos combates en esta guerra. Los pocos efectuados terminaron con reveses para los cubanos. A pesar de la disposición de los mambises, existía escasez de balas y el entrenado ejército español era muy superior. Causas del fracaso: Pero la ausencia en la ínsula de jefes militares de gran importancia para la dirección de la lucha, como Antonio Maceo y Calixto García, la carencia de armamentos y municiones y de ayuda exterior, condicionaban el desaliento y la falta de fe en la victoria. En occidente, los principales dirigentes del levantamiento fueron apresados y en el resto de la nación 24
muchos líderes, entre ellos el propio Calixto García, se vieron forzados a capitular en 1879 y 1880. Inició a Martí como dirigente del pueblo cubano, con lo que ganó experiencia para organizar la Guerra del 95. Importancia histórica para el pueblo de Cuba: Aunque fracasó, la Guerra Chiquita contó con elementos de organización superior a los de guerras anteriores libradas en Cuba y sirvió de experiencia en el difícil camino de alcanzar la necesaria e impostergable unidad en los esfuerzos revolucionarios cubanos. Guerra de Independencia cubana: La Guerra de Independencia de Cuba (o la Guerra de 1895) es el nombre con el que se conoce a la última guerra por la independencia de los cubanos contra el dominio español y se trata de una de las últimas guerras americanas contra el Reino de España. La guerra se inició el 24 de febrero de 1895 en un levantamiento simultáneo de 35 localidades cubanas, en el Grito de Oriente (antes conocido como Grito de Baire) y terminó en 1898 con la rendición del ejército colonial español ante el avance militar estadounidense, con la asistencia y el apoyo de los mambises (miembros del ejército independentista cubano) en la conocida generalmente como Guerra hispano–estadounidense (llamada “Guerra hispano–cubano– estadounidense” dentro de la isla) Antecedentes: El envío de reclutas peninsulares para sofocar la revuelta supuso una fuente añadida de ingresos para la industria textil catalana, gracias a “las remesas considerables que se hacían para el vestuario de los batallones que sosteníamos en combatir la insurrección”. Los proyectos de autonomía para Cuba redactados por los políticos de la metrópoli (Maura, Abarzuza, Cánovas del Castillo) cristalizaron durante el gobierno de Práxedes Mateo Sagasta, con Segismundo Moret en el Ministerio de Ultramar, en una Constitución para la isla que le otorgaba autonomía plena (25 de noviembre de 1897) con la sola reserva del cargo de Gobernador General, más los reales decretos por los que se establecía la igualdad de derechos políticos de los españoles residentes en las Antillas y los peninsulares, y se hizo extensivo a Cuba y Puerto Rico el sufragio universal (25 de noviembre de 1897)
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El primer gobierno autónomo estuvo presidido desde el 1 de enero de 1898 por José María Gálvez Alonso. Ninguna de las iniciativas emprendidas desde el Gobierno central tuvieron éxito a pesar de los claros avances, ya que para los intereses de la oligarquía criolla como los de los intervencionistas de los Estados Unidos de América, la presencia española era un obstáculo a eliminar. José Martí, los preparativos: José Martí, alma incansable y poética del patriotismo cubano, ausente de la isla desde su deportación a la península en 1871, organiza en los Estados Unidos el Partido Revolucionario Cubano cuyo principal objetivo era lograr la independencia de Cuba. Más tarde patriotas puertorriqueños se unieron con el compromiso de que una vez liberada Cuba, las fuerzas independentistas hicieran lo mismo con Puerto Rico. Conocedor de las razones del fracaso de la Guerra de los Diez Años, Martí preparó las condiciones para que las mismas no se repitieran, dándole a la fuerza militar un poder ilimitado en cuanto a estrategia y táctica, pero dejando al poder civil solamente la tarea de sustentar diplomática, financiera y legalmente la guerra y de gobernar en los territorios liberados. Martí viajó a Costa Rica, en donde vivía Antonio Maceo, para convencerlo de la necesidad de su aporte a la gesta de independencia. Lo mismo hizo con Máximo Gómez, quien vivía en la República Dominicana. Fue en este último país en donde se firmó el Manifiesto de Montecristi que expresa la necesidad de la Independencia de Cuba. Embarcando desde Haití al frente de una reducida fuerza militar, desembarcaron en Playitas de Cajo Babo para coincidir con el Grito de Baire y los levantamientos en varias zonas del oriente de Cuba. La guerra: El 24 de febrero de 1895, por órdenes de Martí se levantan 35 aldeas en el Oriente de Cuba en lo que se ha dado en llamar el Grito de Oriente. Las autoridades coloniales lograron descabezar la insurrección en las cuatro provincias occidentales, con la detención de Julio Sanguily y José María Aguirre Valdés. La metrópoli envía a la isla 9.000 hombres, suspende las garantías constitucionales y aplica censura a la prensa. El 21 de marzo Antonio Cánovas envía otros 7.000 hombres y nombra a Arsenio Martínez Campos, artífice de la Paz de Zanjón, Capitán General de Cuba.
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Con la experiencia de la Guerra de los Diez Años, un mayor apoyo de las fuerzas políticas y una mayor conciencia nacional, los libertadores concibieron la campaña Invasión al Occidente que tenía el fin de tomar ese sector de la isla. No fue fácil someter el Oriente de Cuba, en donde las fuerzas realistas tuvieron grandes aprietos para contener a los libertadores. Sin embargo, José Martí y Antonio Maceo murieron en la contienda: Martí casi al inicio de la guerra (19 de mayo del 1895). Maceo pudiera ser que muriera en una emboscada, pero que él mismo tenía preparada al ejército español, según se desprende de la hoja de servicios del subteniente D. José Muñoz Gutiérrez, sargento en aquella época, y cuyas operaciones desde el 22–10–1896 en Artemisa y Heras, y posteriormente en la trocha de Mariel a Majama hasta el 23–12–1896 en Pinar del Río, incluyendo la derrota de Maceo, y que le valieron al citado sargento, la consecución de dos cruces de plata al mérito militar con distintivo rojo. Entre las victorias obtenidas por los soldados cubanos se destaca el cruce de Trocha de Júcaro a Morón en lo que actualmente es la provincia de Ciego de Ávila, casi al centro del país con el objetivo de impedir el cruce de las tropas libertadoras hacia el occidente. La primera era una cadena de fuertes y tropas realistas que se extendía por la comarca. El paso de dicha trocha representaba no sólo una necesidad para el cumplimiento de la Campaña de liberación del Occidente, sino además una victoria que demostraría el desarrollo militar de los insurgentes. Generalizada la rebelión en toda la isla, el gobierno central de Madrid destituyó al general Martínez Campos y decidió enviar a la isla al general Valeriano Weyler. Este último llevaría a cabo una guerra atroz en su afán de derrotar a los independentistas cubanos. Con un cuarto de millón de hombres, el general Weyler se propuso acabar la guerra en un periodo de 24 meses. Una de sus medidas sería colocar a los habitantes rurales en campos de concentración para de esta manera privar a los patriotas del apoyo del campesinado. Se calcula que murieron unos cien mil cubanos en dichos campos de concentración debido al hambre y las enfermedades, en su mayoría ancianos, mujeres y niños. Pero a pesar del incremento constante de tropas españolas, la política de reconcentración y la abrumadora superioridad de su ejército, Weyler fue incapaz de derrotar a los rebeldes cubanos. Estos, conocedores del terreno y movidos por el espíritu independentista llevaron a cabo una eficiente guerra de guerrillas consistente en operaciones ofensivo–defensivas que fueron desgastando al ejército español paulatinamente sin que este pudiera obtener resultados favorables, a pesar de contar con los mejores medios militares como líneas de fortificación, ferrocarriles, vigilancia de las costas y el armamento más moderno de la época. Para finales de 1897, el gobierno español se encontró 27
con las arcas vacías y con un ejército agotado por las enfermedades tropicales y la resistencia de los rebeldes. El presidente Sagasta decidió finalmente destituir a Weyler a favor del general Ramón Blanco y Erenas, tanto por el costo político de su modo de hacer la guerra, como por su fracaso militar al no poder derrotar a los rebeldes. Para comienzos de 1898 el gobierno de los Estados Unidos reclamaba que la guerra afectaba sus intereses y le exigió a España reformas para lograr la paz. El gobierno colonial le otorgó a Cuba la autonomía, e inició una serie de reformas políticas y declaró un armisticio, pero los patriotas cubanos declararon que ya era demasiado tarde para un arreglo pacífico y aseguraron que sólo se detendrían hasta lograr la independencia. El acorazado estadounidense Maine, que estaba de visita en la Bahía de la Habana, explotó. Ante esta situación Estados Unidos acusó a España de agresión y anunció una guerra inminente. Ante la amenaza, el Capitán General de Cuba, Ramón Blanco, le propuso al General Máximo Gómez, líder de los rebeldes, una alianza para enfrentarse a los norteamericanos. El general Gómez se negó rotundamente y recibió órdenes del gobierno rebelde de apoyar al ejército estadounidense para lograr finalmente la expulsión de los españoles de Cuba. La Guerra Cubano–Hispano–Estadounidense. La explosión del acorazado estadounidense Maine significó el ingreso de los Estados Unidos en la contienda. La declaración de guerra a España no se dejó esperar y los combates que antes se centraron en tierra, se trasladaron al mar: Las flotas realistas no pudieron responder a los modernos acorazados estadounidenses. La toma de Santiago de Cuba y la superioridad militar de las tropas norteamericanas, apoyadas en todo momento por las fuerzas cubanas al mando del General Calixto García (jefe cubano del departamento oriental) obligaron a los españoles, que ya estaban virtualmente acabados, a rendirse en 1898. El suceso abrió paso a la ocupación estadounidense de Cuba hasta 1902.
El acorazado Maine entrando en el puerto de La Habana y su posterior hundimiento
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Por el Tratado de París, España renunciaba a su soberanía sobre Cuba, Puerto Rico y Filipinas, lo que realmente significó dejar el campo expedito a la intervención y ocupación por los Estados Unidos. La exclusión de los representantes de las tres colonias en mención, evidenció el ánimo colonialista de los Estados Unidos, aunque las fuerzas independentistas de esos países llevaran el mayor peso de las guerras. El 24 de febrero de 1899, justo cuatro años después del inicio de la guerra, hacía su entrada triunfal a La Habana el Generalísimo Máximo Gómez al frente de su ejército. El viejo general Dominicano había guiado a los patriotas cubanos a la victoria en su guerra de emancipación contra el ejército español con la ayuda norteamericana. Miles de personas salieron a recibir al ejército libertador y Gómez sorprendido le dijo a uno de sus hombres: Si toda esta gente hubiese peleado con nosotros habríamos derrotado a España hace muchísimo tiempo.
Firma del Tratado de París por el que España pierde sus Colonias de Ultramar
Transición democrática: El descontento de los libertadores al ver cambiar su tierra de amo, no se dejó esperar. Si bien Puerto Rico y Filipinas continuaron por más décadas como colonias, ya no de España sino de Estados Unidos, las presiones cubanas por constituir su propio país hicieron que bien pronto Estados Unidos preparara su retirada. Ese descontento propició las condiciones necesarias para ello, aunque dejando abierta la posibilidad de una nueva intervención como garantía de independencia (redacción de una constitución conforme a la llamada Enmienda Platt aprobada por la Asamblea Constituyente cubana el 12 de junio de 1901): el 20 de mayo de 1902 nacería la República de Cuba con la toma de posesión de su primer presidente, don Tomás Estrada Palma. Sin embargo, no será hasta 1909 con la presidencia de José Miguel Gómez (del partido liberal) cuando termine 29
el Gobierno de Intervención norteamericano y no sin antes (2 de julio de 1903) firmar el arrendamiento de la base de Guantánamo aún hoy poseída por los EE. UU. La independencia no mejoró la situación de los más desfavorecidos, produciéndose después de la secesión colonial levantamientos del sustrato poblacional negro, que en 1912 propició otra intervención estadounidense. La Crisis del 98 en España: La pérdida de las colonias, y muy especialmente de Cuba, provocó una profunda crisis identitaria, social, política y cultural en España, dando paso a una época en la que manifestaciones culturales, como la Generación del 98 o el Regeneracionismo, se vieron marcados por la crisis y el contexto histórico, tratando entre otros temas la pérdida de personalidad histórica de España. La independencia de Cuba constituyó un factor clave de la aparición de nacionalismos contemporáneos en España como el vasco, el catalán y el español. La burguesía catalana asociada al textil comenzó a apoyar el sentimiento antiespañol derivado de culpar a España de la pérdida de su ventajoso monopolio textil.
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La Guerra de Cuba, que en España es conocida como el Desastre del 98, encierra multitud de pequeñas y grandes batallas, de prodigiosas hazañas diarias realizadas por un ejército español poco preparado y peor pertrechado, en las que no contaban los hombres (la mayoría de los reclutamientos eran forzosos entre las clases más pobres del pueblo español) y sí los hechos de armas, que valían, como en el caso del general Wayler, para ponerse otra medalla y aumentar su ya de por sí amplia y brillante hoja de servicio. Dentro de estas pequeñas batallas que forman todas ellas juntas la Guerra de Cuba, vamos nosotros a estudiar el llamado “cerco o sitio de Cascorro” y dentro de él la actuación de, principalmente dos hombres: el 30
héroe oficial de la contienda, el santamarteño capitán Francisco Neila y Ciria y el héroe popular y que tanta tinta ha vertido durante el siglo XX, el cabo 2ª Eloy Gonzalo, a quien la ciudad de Madrid le levantó una hermosa estatua y nominó una plaza en su nombre. Nuestra intención, en este trabajo, una vez recopilados los apuntes sobre el desarrollo de la misma, no es hacer una crónica de la ya muy estudiada guerra hispano–estadounidense, sino un intento de novelar actuaciones y personajes que la vivieron y la sufrieron en primera persona. Conoceremos a través de estas páginas a sus principales protagonistas y los motivos que les llevaron a combatir en una guerra que sus mandos consideraban desde hacía tiempo sin la más mínima posibilidad de triunfo, los que les llevaría a combates de exterminio del enemigo y sin ninguna posibilidad de perdón para sus vidas, así como entraremos en sus más íntimos sentimientos para justificar –y hay algo que justificar a la hora de defender su propia vida puesta en peligro– sus excesos, sus vilezas como hombres de guerra, pero también sus grandezas y su valentía a la hora de defender unos territorios que habían dejado de tener la más mínima importancia para sus responsable políticos que vegetaban en la metrópolis ajenos a su sufrimiento y valentía por un sueldo de miseria.
Iglesia de Baler, Filipinas, desde donde se defendieron los soldados españoles
Sí quisiéramos señalar para la pequeña historia de Extremadura, que al igual que sucediera unos siglos antes con la hoy vilmente repudiada y peor enseñada en los colegios epopeya de la conquista de América por un puñado de soldados y hombres de acción nacidos en nuestras tierras 31
(naturalmente también en otras tierra de España), que le dieron a nuestro país los años de su mayor esplendor, tanto en lo económico como en lo militar, los últimos acontecimientos bélicos que se dieron en tierras americanas y que al final resultaron ser los últimos coletazos de la desaparición de un gran imperio, fueron protagonizados por dos hombres, dos militares, dos héroes nacidos también en tierras extremeñas: el Sitio de Baler, que dio nombre al más popular últimos de Filipinas, protagonizado por el teniente segundo Saturnino Martín Cerezo, natural de Miajadas, Cáceres, y un puñado de soldados enfermos y sin munición, y el que estamos relatando en estos momentos, llamado el Sitio de Cascorro, pequeño y aislado poblado situado en lo más profundo y exuberante de la selva en la isla de Cuba, donde el capitán Francisco Neila y Ciria, natural de Santa Marta de los Barros, Badajoz, junto con tres oficiales subalternos y ciento setenta individuos de tropa distribuidos en tres fuertes, denominados “Principal”, “Gracia” y de la “Iglesia”, planeados para resistir el fuego de fusilería, fueron capaces de escribir una de las páginas más gloriosas del ejército español, hoy completamente olvidada por sus compatriotas y hasta en sus mismos pueblos de nacimiento.
Poblado de Cascorro, en la actualidad, lugar de los gloriosos hechos de guerra
De su expediente militar nos queda reflejado el siguiente parte de guerra que por sí mismo nos señala con toda clarividencia las circunstancias adversas a las que se tuvieron que enfrentar: no desfalleció un instante ante la superioridad del enemigo y la desigualdad de elementos, pues no disponía de armas de artillería para contestar a las del adversario; con su serenidad y acertadas disposiciones que obedecían a lo que su espíritu y honor le dictaban en circunstancias tan críticas, no 32
titubeó en continuar defendiendo el puesto que se le había confiado, rechazando con energía las cuatro intimidaciones de rendición que le hizo el enemigo, en las que se le ofrecía saldría con todos los honores de las armas; a pesar de que con la fuerza de que disponía no podía dedicarse más que a la defensiva, sostuvo constantemente las comunicaciones con los fuerte entre sí, disponiendo dos salidas, de un oficial y veinticinco hombres la primera, y de veinte la segunda, para desalojar al enemigo de dos casas cercanas al fuerte “Principal”, consiguiendo el objetivo que se proponía, si bien no tomó parte activa en las expresadas salidas. Las bajas de los atacantes fueron muchas; las nuestras consistieron en cuatro muertos, once heridos y cuatro contusos.
La vida de nuestros soldados en cuba no era muy cómoda
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Capítulo I
La noche ha sido muy calurosa en el hogar de la calle Fuente, nº 17 (años más tarde llevará el nombre del héroe de Cuba) del agricultor pueblo extremeño denominado Santa Marta, en la comarca de los Barros. La casa, de buena construcción, como corresponde a una familia de clase media y buena renta, está construida, a la manera andaluza, girando sobre un pequeño y fresco patio abundantemente decorado en sus paredes por bellos azulejos de la Cartuja de Sevilla, alrededor del cual, y en dos plantas, se distribuyen las habitaciones y el resto de las dependencias del personal de servicio, que se alimentan del aire renovado, enriquecido de oxígeno y del frescor que los arriates de los numerosos macetones donde crecen pujantes y hermosas las plantas de aspidistras, de geranios que exhalan un olor acre y embriagador y donde las hortensias, con sus enormes flores de color rosáceo y azulado ponen un punto de color natural en un decorado de baldosines y retorcidos hierros labrados por las sabias manos del herrero. En el centro del patio, una pequeña fuente de mármol blanco de Macael desgrana día y noche la sinfonía de sus chorros de agua que ayudan a mantener el frescor del lugar y a embelesar con su monótono soniquete a los desprevenidos visitantes que en estos momentos lo ocupan.
Un reducido grupo de hombres están sentados alrededor del pozo y durante toda la noche, entre cafés bien cargados y copas de aguardiente casero han estado expectantes a cualquier movimiento de las mujeres que se afanan por seguir manteniendo en la cocina el agua caliente para el momento de un parto que no llega. A las seis de la mañana, cuando la luz va barriendo las tinieblas y miedos ancestrales de la noche, se oye llegar, 34
acompañando el firme trotar de los cascos de un caballo, el nimio y cantarín sonajero de los campaniles con los que el médico ha adornado el tílburi que usa para sus desplazamientos. Es un hombre joven, guapo, elegante en su vestir y con esa seguridad que dan aquellos que se sienten seguros de su ciencia. También él lleva marcado alrededor de sus ojos las señales de no haber dormido lo suficiente esa noche, pero su sonrisa y buen humor en el momento de atravesar el portal y enfrentarse con los hombres hace que todo recobre la tranquilidad y desaparezca cualquier atisbo de incertidumbre entre los presentes, entre cuyos miembros se encuentra don Manuel Neila y Arias de Paredes, secretario del ayuntamiento y hombre muy arraigado ya en el pueblo, desde aquellos lejanos tiempos en que su familia llegó a estos lugares arrastrados por un buen empleo en las oficinas de las recientemente descubiertas y explotadas minas de vanadio, plomo y plata, descubiertas en la zona llamada de los Llanos, a unos dos kilómetros de la villa, que hizo aumentar la población a finales del siglo XIX en más de 7.000 habitantes, y que su agotamiento de recursos, en 1927 llevó a su abandono y nuevamente a la despoblación de una comarca donde predominaban las labores agrarias.
Visita un día de fiesta a principio de siglo de las ya abandonadas minas de plomo de Santa Marta
Buenos días señores –saluda el médico con jovialidad–, ya veo que han estado ustedes muy ocupados esta noche. Esperemos que la criatura venga bien y no nos haga esperar mucho más tiempo. Doctor –se atreve a comentar el futuro padre de la criatura con un más que incierto resquemor ante un acontecimiento que le supera–, ¿hay peligro para la madre? 35
El médico, con su cartera en la mano, sabe en su ya larga carrera por pueblos como éste, que unas palabras de aliento, de ánimo en momentos de confusión como los presentes, son más importantes para los familiares y presentes que su más que probada profesionalidad en estos cotidianos y siempre bien recibidos eventos. Su sola presencia hace que los enfermos se sientan seguros y que la familia confíe en él, como el creyente cree en Dios en los peores momentos. Por eso, no duda en ampliar su sonrisa y darle unas palabras de ánimo con las que aplacar sus miedos. No tema usted don Manuel –le comenta–, aunque siempre hay algunas dificultades en los partos, doña Dolores es joven y fuerte como una de nuestras encinas y pronto podrá usted escuchar los lloros de la nueva criatura. Y tan seguro como entra en la casa y atraviesa el fresco patio, sube las escaleras para encerrarse en el dormitorio principal de la casa donde se está produciendo, una vez más, el misterio que encierra la llegada de una nueva vida. Son las nueve y treinta minutos del día diecinueve de agosto de mil ochocientos sesenta y dos, cuando el llanto de un hermoso y robusto niño rompe la calma tensa de la mañana y tranquiliza los ánimos de los hombres que esperan, siempre con inquietud, el resultado del parto. Aquel niño, que hoy reclama con sus lloros un sitio en la vida, con el paso de los años llegará a llenar muchas páginas de la historia militar de España. Francisco Neila Ciria Arias de Paredes y Grasos, nace en Santa Marta de los Barros un 19 de agosto de 1862, hijo de don Manuel Neila y Arias de Paredes, natural del mismo pueblo y de doña Dolores Ciria y Grases, natural de Sevilla; fueron sus abuelos paternos, don Antolín Neila, de Neila (Cameros) y doña Carmen Arias, de Zafra; y los maternos, don Mariano Ciria, de Jara, y doña Concepción Grases, de Reus. El niño fue bautizado al día siguiente, en la iglesia parroquial del pueblo, por el presbítero don Francisco Callejo.
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La tarde, septembrina, todavía arrastra el aliento de la calima que como ligero sudario envuelve el caserío. Por entre la juncia, las cardenchas y las crecidas zarzamoras que crecen a ambos lados del arroyo denominado Los Canchales, desafiando al fuerte calor que aún domina el ambiente, un grupo de rapazuelos está enfrascado en sus juegos diarios, al margen del diario acontecer del pueblo, donde los padres viven confiados de los juegos de sus retoños al no haber lugares de peligro. No tienen más de doce o trece años y sus cuerpos espigados y su sangre bulliciosa necesitan del diario ejercicio por entre los campos, ahora en barbecho, o entre los numerosos olivares que adornan con su belleza los alrededores de la población. Su lugar de destino, por esta vez, son las suaves alturas de unos montes que se alzan dando cobijo a las en otros tiempos ubérrimas huertas denominadas del Chovo, hoy semi abandonadas a la muerte de su dueño, donde tienen fabricada una firme cabaña de troncos y cañas, y desde donde dominan todos los caminos que vienen desde Villalba, Aceuchal o Almendralejo. El abandono de las huertas les da la posibilidad de recolectar los frutos de los árboles frutales del entorno, sin que ello signifique ninguna falta por su parte ni motivo de sanción por las autoridades, siempre tan meticulosas en estos temas del hurto. Cuando los muchachos alcanzan visualizar la cabaña, van comprobando cómo, antes que ellos, han estado en el lugar algunos desconocidos y han destruido lo que tanto trabajo y tanto tiempo costó en levantarla. Una sensación de rabia y de impotencia se va apoderando del grupo, que instintivamente se vuelven hacia su hombre más fuerte pidiendo venganza por el atropello. ¡Paco –exclama enfurecido el más vehemente con palabras de corte guerrero–, esto es cosa de la pandilla de la Plaza!; llevan tiempo queriendo resarcirse de los pinchazos que le hicimos en sus bicicletas y ahora se vengan cobardemente hundiendo la cabaña. Hay que darles una lección para que aprendan a respetar nuestro terreno, o de lo contrario, seremos unos enemigos fáciles de vencer siempre que quieran guerra. ¡Sí¡ –comenta un muchachillo de tez pálida y de fuerte pelo moreno y alambrino que no alcanza la altura de los hombros de su jefe– Hay que darles una lección que les recuerde siempre este día. ¡Vamos a por ellos!
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Paco, Francisco Neila, el joven pre adolecente al que miran expectantes y al que todos consideran el más capacitado para dirigir sus ansias de revancha, es un muchacho recio, de fuerte complexión atlética para su edad, de regular estatura al no haber alcanzado todavía todo su desarrollado físico, pero de una inteligencia y una astucia fuera de lo común. Era un estudiante disciplinado y constante en las escuelas nacionales de su pueblo, y ejemplo de los profesores para otros compañeros menos aplicados o con menos posibilidades intelectuales. Sobrino del general Ramón de Ciria y Grases, militar leal a la reina Isabel II, quien combatió en las guerras carlistas y, entre otros muchos hechos de guerra, y fue el vencedor de la batalla de Abadiano, (el 15 de noviembre de 1876 se enfrentaron carlistas y liberales. Es la última acción de importancia registrada en Vizcaya cuando ya la guerra tocaba a su fin. Fueron derrotados los batallones carlistas de Carasa, Cavero y Ugarte por las divisiones liberales mandadas por Loma, Goyeneche, Álvarez Maldonado y Villegas. La retirada se efectuó por el alto de Elgueta con dirección a Zumárraga), y primo hermano del coronel Ramón Ciria y Gómez de la Cortina, perteneciente al Cuerpo de Caballería, quien sería dos veces galardonado con la Cruz de San Fernando, por lo que en su casa, desde muy niño, se vivía con pasión y verdadero interés todo lo relacionado con la milicia, interés seguido por el pequeño Francisco, quien en las noches de invierno, al resguardo de la chimenea en el cómodo hogar familiar, escuchaba atentamente los avatares de una guerras y de unos hechos de armas que le encendían su calenturienta imaginación y le llevaba, tanto en sus sueños como en momentos como el que estamos narrando a poner un punto de reposo y de estrategia en todos sus actos de actividades guerreras en sus juegos infantiles. La tención y el respeto con el que era escuchado por sus compañeros de juegos y sus claras ideas sobre somo resolver asuntos como el presente, hace que se crezca frente al grupo y exponga sus acertadas conclusiones: Sería una equivocación meternos en su terreno, donde por número de contrarios y limitaciones del entorno, saldríamos perdiendo; es necesario atraerlos hacia campo abierto, donde podemos tenderles emboscadas y tomar la iniciativa –le explica con voz pausada y firme.
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¿Y como lo haremos? –pregunta otro de los animosos muchachos que, con el tirachinas en las manos espera poder meterse en el “fregao” de una pedrea y poder ajustar cuentas–. Siempre ellos serán más numerosos que nosotros; dentro del pueblo y en el campo. Es aquí donde las dotes de mando, producto de sus fantasiosas y reiteradas lecturas militares en revistas y Hojas de Sevicio militares de sus antepasados que duermen su sueño eterno y el olvido en los anaqueles que se conservan en la cámara o doblao de la casa y de las que extrae –según cree él– sus conocimientos guerreros, se hacen más que evidentes ante los ojos de sus compañeros de correrías. El número de soldados –les corrige– no tiene tanta importancia frente a la astucia del adversario. Un buen plan de defensa, seguida de un fulminante ataque puede destrozar a las fuerzas enemigas cuyo mayor número muchas veces les sirve de para dificultar su propia defensa, así como para su retiradas. Vamos a intentarlo nosotros con disciplina. Y durante muchos días, en las horas libres de la escuela, se hacen ver una y otra vez por sus adversarios en la restaurada cabaña en lo alto de la colina de la huerta del Chovo, donde también pueden observar sus idas y venidas los confiados padres por entre los troncos de los olivos que crecen hasta llegar al arroyo. Pero no todo es lo que parece. Los muchachos, aleccionados por su jefe, han preparado un estudiado plan que consiste en levantar parapetos que los haga invisibles entre los ramajes que crecen a los lados del camino que sube a la colina, acumular un considerable número de proyectiles en forma de piedras y palos en cada uno de ellos, al mismo tiempo que han procurado no dejarle ningún tipo de armas al enemigo con la que defenderse en el momento del ataque y atraerlos con cualquier excusa hacia la provocadora cabaña. El sábado por la mañana, día no lectivo y con amplio margen en la confianza de los padres en sus juegos por los desmontes del pueblo, hacen un último repaso del plan y se asignan cada uno de los puestos de defensa; todo resulta satisfactorio y a la hora de la comida, como buenos y educados hijos de buenas familias, los muchachos, previa vigilancia de la cabaña, regresan muy formalmente a sus hogares y degustan los sabrosos y humildes platos preparados por las amas de casa, según su saber o sus 39
posibilidades económicas en una región con tantas limitaciones como en esos momentos sufren. Es la hora de la siesta, después de la comida, el momento de mayor peligro, pues los muchachos, todos los muchachos del pueblo, incapaces de descansar como hacen sus mayores, hacen caso omiso de sus recomendaciones y buscan la compañía de sus compañeros de aventura. El plan es tan sencillo como eficaz: consiste, en que mientras los muchachos más fornidos y capacitados para la lucha se resguardan en sus puestos sin dejarse ver, los más pequeños del grupo, tres o cuatro a lo sumo, suben a la recién levantada cabaña, enciendan una escandalosa hoguera que haga ver lo aparatoso del humo a los demás muchachos del pueblo y que éstos, atraídos por el mismo, y comprobando desde la distancia que la cabaña está guardada sólo por un minoritario y frágil número de “enemigos”, poder darles un sonoro golpe de efecto, hundirla para siempre y así poder humillarlos nuevamente en su terreno. La espera es aburrida, pero las órdenes del jefe, que se mantiene acechante a muy corta distancia y en permanente comunicación con los demás puestos, son tajantes y no hay quien se atreva a contradecirlo. Cuando ya más de uno estaba cansado y murmuraba entre dientes que esta vez se había equivocado de estrategia, llega la voz de alarma. Un respetable número de muchachos, provisto de palos y tirachinas, sabiéndose superiores en número a los que confiadamente se mueven en lo alto de la colina, suben confiados por el sendero sin tomar las mínimas precauciones de defensa. Uno a uno, o en grupo, van pasando por entre los camuflados puestos entre cuyos parapetos esperan impacientes la señal por parte de su jefe. Cuando están a poca distancia de la cabaña, en la zona más desprotegida por la falta de arbustos y de los centenarios olivos, suena la voz de ataque. De todas partes, sin dejarse todavía ver, una lluvia de piedras cae sobre el enemigo que no comprende lo que está pasando. Cuando intentan retroceder por al camino recorrido, una nueva lluvia de piedras le cae sobre sus cabeza abiendo más de una brecha entre los asustados muchachos que emprenden una descontrolada huída entre gritos y lloros a causa de sus heridas que, en muchos casos, enrojecen sus camisas y aumentan el miedo entre los que huyen. La dispersión deja en franca minoría a mucho de ellos, 40
que al pasar en su huída cerca de los puestos camuflados reciben inmisericordes una nueva andanada de considerables pedruscos que les hace saltar sobre los terrones de la tierra recién labrada como conejos silvestres. Heridos, maltratados por sus enemigos a los que creían en desventaja, la muchachada busca el refugio de sus casas en las que más de uno tendrá de que dar algunas explicaciones sobre sus descalabros. Esta es la voz de la sangre de un muchacho que estará destinado a verter en otras tierras más de una gota de sangre en sus numerosas batallas.
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Estas guerras de guerrillas son consustanciales con el carácter fogoso de los muchachos de los pueblos extremeños que, con algunas dudas entre sus progenitores –más de una vez han tenido consecuencias graves con la pérdida de un ojo o alguna herida en lugares más sensibles–, son consideradas pequeñas travesuras sin la menor importancia por parte de autoridades e, incluso, entre sus educadores. Cuando la infancia deja paso a la juventud y hay que tomar una decisión para el futuro de los muchachos, los padres de Francisco deciden que siga estudios de Segunda Enseñanza en el Instituto de la capital, Badajoz. Buen estudiante, su futuro estaba encaminado, como venía sucediendo con otros privilegiados jóvenes estudiantes del pueblo, bien a estudios eclesiásticos, o bien a estudios militares, como sucedió en su caso. El 30 de agosto de 1879, es decir con diecisiete años, ingresa en la Academia de Infantería, siendo proclamado Alférez, según R. O. del 10 de julio de 1883 (Suplemento al Memorial de Infantería nº 27, 3er negociado, páginas 152 a 154 y destinado por la misma R. O. como supernumerario en 1º de septiembre, con fecha 1 de agosto al Regimiento de Infantería Covadonga nº 41, al que se incorporó a su debido tiempo en Badajoz, quedando de guarnición hasta fin de septiembre en que según oficio del Excmo. Sr. Director General del Arma de 20 del mismo mes, fue destinado al 2º Batallón del Regimiento de Infantería Granada nº 34, al que se
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incorporó en la misma plaza de Badajoz, hasta fin de año en que con fecha 24 diciembre pasó al Regimiento de Infantería Castilla nº 16)
Badajoz, desde su fundación, ha sido una ciudad guerrera y militar, debido a que ha sido una plaza fuerte al ser una ciudad fronteriza con Portugal. En su ya larga historia ha tenido más de treinta guerras, lo cual explica un poco el urbanismo de esta ciudad, rodeada en su casco viejo por una muralla árabe y más modernamente por un nuevo sistema defensivo llamado, llamado Vauban, que ha permanecido en pie hasta los años sesenta del pasado siglo, para dar solución a la gran expansión de la ciudad. Dentro de este sistema defensivo en forma de baluartes o revellines, había numeros acuartelamiento militares (más de 40), por lo que la ciudad, al margen de ser una ciudad de paso y de gran ambiente comercial, vivía intensamente cualquier alteración en el orden político y militar.
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Capítulo 2
Aquella mujer llevaba el dolor reflejado en el rostro la mañana del 1 de diciembre de 1868, cuando en contra de sus más firmes creencias religiosas, había dejado en la puerta de la inclusa de la calle Mesón de Paredes número 72, sede en Madrid de las Hermanas de la Caridad, el fruto de sus amores con un hombre casado llamado Vicente Gonzalo. Sintiéndose culpable del abandono de su hijo, pero incapaz de soportar en su mísera existencia semejante carga, había envuelto con todo el cariño de su inexperiencia maternal al recién parido en una manta de lana que guardaba como recuerdo de su madre y colocándolo suavemente en una cestita de mimbre, se había encaminado hacia la plaza de Tirso de Molina, donde escondiéndose de los escasos transeúntes que en esa fría mañana de diciembre se atrevían a pasar por la calle, había hecho sonar la aldaba de la puerta y había huido horrorizada ante la gravedad de su acción. Desde el hueco de un portal alejado de la puerta de la inclusa, pudo ver como ésta se habría y unas manos blancas como la nieve y cuidadosas recogían la cestita y la introducía dentro de los fuertes muros de la casa. Junto a la cestita de mimbre, con letra picuda escrita por manos inexpertas, había dejado una nota que decía: Este niño nació a las seis de la mañana. Está sin bautizar y rogamos se le ponga por nombre Eloy Gonzalo García. Si dentro de las lúgubres y enmohecidas tapias de aquel caserón decimonónico quedaba una parte de su vida, fuera de ellas, aún mucho más doloridas, quedaban sus ilusiones frustradas y sin fuerzas para seguir adelante en aquel calvario en que se había convertido su existencia desde que conoció a su amante y padre de la criatura. Luisa (o Eugenia) García López había sido una mujer muy hermosa nacida en el pueblo vallisoletano de Peñafiel, en el seno de una humilde familia numerosa, donde el comer cada día era un verdadero milagro que nadie sabía como se cumplía, cuyos padres se llamaban Santiago (parece ser que era maestro de escuela) y Vicenta. Cuando cumplió los quince años, sus padres la apremiaron a aceptar la oferta de trabajo que un matrimonio de comerciantes ambulantes, residentes en Madrid, le habían hecho de cuidar a sus dos hijos pequeños. Fue la primera vez que su corazón se partió en pedazos al tener que abandonar a sus padres y hermanos, por muchas necesidades y carencias 43
que tuviera que aguatar. La marcha de su pueblo significó para ella un drama nunca resuelto y aunque el tiempo y el conocimiento de una ciudad como Madrid fuera mitigando su dolor, la soledad y la tristeza de una infancia perdida siempre le acompañarían en los largos periodos de viajes de sus caritativos y generosos empleadores. Con ellos fue conociendo poco a poco los alrededores de su barrio, sus pintorescas plazas, el cercano Rastro los domingos por la mañana en que se extasiaba viendo tan numeroso como vocinglero público comprando y vendiendo tan inservibles como desconocidos cachivaches y desechos sin que comprendiera la finalidad de los mismos; y con ellos conoció las populosas verbenas en las que las muchachas en flor jugaban a dejarse ver por los galantes petimetres y libidinosos chulapos capaces de ofrecer el oro y el moro –que no tenían– con tal de conquistar a las coquetas y esquivas “manolas”. Un mundo nuevo de iba abriendo ante sus ojos al mismo tiempo que se daba cuenta de sus limitaciones y de su pobreza en una sociedad en la que parecía que la riqueza era el modo más natural de vivir. Más de una vez quiso escapar de su destino, y más de una vez se sintió engañada y falta de reaños para plantar cara a una vida que le era completamente ajena. Así fue como conoció a Vicente, un hombre guapo, atractivo, mujeriego y galanteador que le sorbió los sesos. Supo que era casado, pues conocía a Juliana Plaza, su mujer, nacida en Málaga del Fresno, y que tenía cinco hijos, como también supo que al mismo tiempo que la enamoraba a ella tenía escarceos amorosos con otras mujeres del barrio, pero ello no fue óbice para que quedara prendada de su labia y, por qué no decirlo, de su generoso dinero, del que hacía gala con bastante desenvoltura y gracejo. Ir a su lado era una aventura a la que ninguna mujer podía resistirse. O cuando menos, ella no pudo ni quiso hacerlo. Sabía que Vicente era un acaudalado agricultor oriundo de la provincia de Guadalajara y que tenía buenas tierras en Malaguilla, de donde era su padre, Francisco Gonzalo, y en Robledillo de Mohernando, de donde era natural su madre, llamada Josefa García. Con abundante capital, se permitía tener abierta casa en Madrid, aunque fuera en un barrio arrabalero como era por aquellos años Lavapiés, en cuya calle de Encomiendas se resarcía de sus limitaciones pueblerinas dándose a la farra y al morapio completamente ajeno a las necesidades de su familia.
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Conoció a Vicente Gonzalo en un baile de la Verbena de la Paloma y desde el primer momento supo que iba a ser su perdición, pero su fuerte atractivo masculino y su total falta de escrúpulos a la hora de beneficiarse a una mujer guapa que se le cruzara en el camino, fueron como la droga de la que sabes que irremisiblemente te va a matar pero que una vez que la pruebas ya no sabes desengancharte. Con él fue la primera vez que hizo en el amor en una sucia y destartalada fonducha de la calle Juanelo y con él sintió los primeros nobles sentimientos que una mujer joven y enamorada pueda sentir antes de envilecerse y arrojarse al fango de la vida. Cuando supo de su embarazo, le pidió ayuda en nombre de su hijo, pero fue rechazada y humillada como si fuera la mujer más sucia y vil de la tierra, por lo que en un gesto noble que la honra se negó a abortar y siguió adelante con aquella vida que ya sentía en el interior de su ser. Quiso volver y solicitar la ayuda de sus padres y hermanos, pero se dio cuenta que no tenía derecho a ensuciar con su poco edificante vida la de aquellos que seguían teniendo el honor como su único tesoro y regresó a la gran ciudad. Nunca más se volvió a saber de ella, una vez entregado el niño al cuidado de las monjas.
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Las inclusas o casas de expósitos eran establecimientos de beneficencia en que se recibía, albergaba y criaba a los niños expósitos, es decir, abandonados por sus padres. La etimología del término proviene del nombre de una imagen de la Virgen: Nuestra Señora de la Inclusa, que presidía la casa de expósitos de Madrid, y que se trajo en el siglo XVI de la isla holandesa de L'Écluse (“la Esclusa”) El objeto de estos establecimientos era evitar infanticidios y salvar el honor de las madres, por lo que daban cabida a todas las criaturas que hubieran nacido de modo ilegítimo hasta una edad determinada. También eran admitidos los niños nacidos de legítimo matrimonio siempre que 45
vinieran por conducto de las autoridades siendo huérfanos de padre y sus madres absolutamente pobres. Para el abandono de los niños de forma anónima, los establecimientos disponían de pequeños tornos con apertura a la calle. Había una persona destinada para recibir los expósitos, que no debía moverse de la pieza inmediata al torno y acudía prontamente al sonido de la campanilla u otra señal para recoger la criatura.
El edificio de la inclusa de la calle Embajadores tuvo que ser trasladado a la calle Libertad
Para preservar la intimidad de los padres, ningún dependiente del establecimiento podía hacer pregunta ni demanda alguna bajo ningún pretexto a los que llevaran los expósitos: si alguno manifestaba querer decir alguna cosa reservada con respecto a la criatura entregada o expuesta, se le dirigía al Director del establecimiento. También se recibía la ropa o dinero que se quisiera entregar libremente para el niño, cumpliéndose la voluntad de quien lo dejó. La persona encargada de la recepción en el dispositivo giratorio anotaba la hora en que se recibía y seguidamente lo llevaba a la pieza destinada para los bautizos. Después de limpiarlo y envolverlo, lo colocaba en la cuna que le correspondiera. Los expósitos recibían cada uno un collar identificativo en el que se indicaba el año de la entrada del expósito y otra en la parte inferior que designa el folio de su partida en esta forma. Las inclusas disponían de algunas amas de leche para dar de lactar a los expósitos. 46
Se procuraba siempre tener el menor número de amas posible dentro del establecimiento, para lo que adoptaba el medio de sacar los expósitos a criar a la ciudad o a los pueblos de la provincia y en caso de necesidad a los de las limítrofes, procurando que fuera lo más cerca posible. Las amas del establecimiento mantenían la obligación de criar los niños expósitos que les distribuían procurando que no tuvieran más que dos. También contribuían a las labores del hogar barriendo, limpiando y aseando la sala de los niños, la enfermería, la pieza de vestir y el dormitorio así como el lavado de ropa de los niños.
Recreación de un Torno de recepción de huérfanos en la Inclusa
Había una pieza destinado para la enfermería de los niños donde pasaban todos los que disponían los facultativos. Para el buen orden y arreglo interior de esta sala, se llevaba un libro donde al tiempo de pasar la visita los facultativos sentaba las dietas, recetas, medicinas y orden administrativo y daba cuenta a los mismos de los efectos que hubieran producido los remedios y las novedades que ha observado en la criaturas. Además del referido libro, había otro donde sentaba las entradas, salidas, muertos, enfermedades de que habían fallecido y hora en que murieron, dando parte de todo inmediatamente a la Dirección para hacer los correspondientes asientos. A fin de evitar todo motivo de contagio, la ropa de los niños enfermos podía lavarse fuera del establecimiento y se tenía separada del resto. En la ropería se llevaba control de todas las ropas del establecimiento, tanto de vestir como de camas y mesa, las que se le 47
entregaban por inventario. Para el buen gobierno de este ramo se llevaba un libro donde se anotaban las clases y calidad de las ropas, las que se adquirían por donación u otro concepto, así como las que se hubieran perdido o hecho inservibles. El Director tenía cuidado de renovar el inventarío y después de anotar las variaciones que hubieran ocurrido. La encargada de la ropería entregaba a las lavanderas la ropa sucia y la recogía después de lavada. Del mismo modo, entregaba la ropa sucia de la enfermería a la lavandera y tenía cuidado de recogerla especificando las piezas y precios para que el Director dispusiera su pago. Existía en las inclusas una cocina procurando en donde se preparan las comidas de los niños y empleados. Algunas amas del establecimiento, alternando por semanas, asistían a la misma para la limpieza y aseo y tenían el cargo de servir a las demás en el comedor.
La lactancia de los niños de la Inclusa era labor de las mujeres de alquiler del pueblo de Madrid
La historia de la Inclusa de Madrid es la siguiente: en 1563, se crea en Madrid, en el convento de la Victoria situado junto a la Puerta del Sol, con una iglesia muy visitada por la familia real y personajes de la Corte, la Cofradía de Nuestra Señora de la Soledad y las Angustias con el fin caritativo de recoger a los convalecientes que salían de los Asilos– Hospitales. En 1572 la Cofradía asume la labor de recogida de los expósitos madrileños y para darles cobijo adquirió en 1579 un grupo de inmuebles próximos al convento situados en la Puerta del Sol, entre la calle de Preciados y la del Carmen. 48
Por esa misma época la ciudad flamenca de Enkuissen era disputada por las tropas españolas de los tercios y los holandeses rebeldes. Al conquistarla los españoles, un soldado encontró en una iglesia profanada un cuadro de la Virgen de la Paz rodeada de ángeles y con un niño a sus pies y decidió unirla a su escueto equipaje militar. Tras su regreso, aquel soldado le regaló al rey Felipe II la imagen rescatada y el monarca, viendo la escena del niño a los pies de la Virgen, decidió donarla a la cofradía. En el convento de la Victoria fue entronizada y pronto fue objeto de una enorme devoción entre los madrileños. Pero éstos no sabían pronunciar el nombre de aquella lejana ciudad flamenca y comenzaron a utilizar para el cuadro la advocación de Virgen de la Inclusa. Poco a poco esta palabra sustituyó en el habla popular al nombre del convento y cofradía pasando ésta a denominarse simplemente Inclusa; la nueva denominación hizo fortuna y de allí se extendió a todas las instituciones españolas dedicadas como ella a la recogida de expósitos. En ese lugar iba a permanecer la Inclusa madrileña durante más de dos siglos. En realidad era una aglomeración de casas, unidas entre sí por pasadizos que se construían según surgía la necesidad por el expeditivo método de derribar un muro. En 1801, ante el deplorable estado de los edificios, se decide su traslado. La primera ubicación elegida fue otro viejo y también medio ruinoso edificio en la calle del Soldado, hoy calle de Barbieri, conocido por el nombre de “Galera vieja” porque había sido anteriormente cárcel de mujeres de la Villa. Sólo tres años más tarde se trasladan a la calle de la Libertad, y por fin, en 1807 la Inclusa se instala en el enorme caserón de la calle Embajadores donde ya se encontraba el Colegio de La Paz, dedicado a recoger a mujeres y niñas menesterosas. En el año 1929 la Diputación Provincial de Madrid, de la que dependen los organismos de Beneficencia, dispone la construcción de un edificio totalmente nuevo para alojar la Inclusa. La elección del sitio no es aleatoria. Se trata de un amplio terreno en la entonces alejada calle de O’Donnell, propiedad de la Junta de Damas que regía la institución y donde muy poco después se construiría la Maternidad Provincial. Abierto al campo que circundaba la ciudad por ese extremo, con amplias dependencias interiores y grandes jardines, con una hermosa galería orientada al sur para que los internos pudieran disfrutar del sol, el edificio supuso un revolucionario avance en el modo de atender a los niños. Un detalle decorativo de su fachada merece la atención del que pasa junto a ella. Se trata de dos relieves, de preciosa cerámica, representando a dos recién nacidos fajados, imitación exacta de los que adornan la fachada del Hospital de los Inocentes de Florencia y que en el siglo XV modeló el artista del Renacimiento Andrea della Robia. La Inclusa perdió ese nombre 49
para pasar a llamarse Instituto Provincial de Puericultura aunque siguió manteniendo sus funciones. A comienzos de los años setenta se decidió el traslado del Instituto, a su actual ubicación del Colegio de San Fernando, en la carretera de Colmenar Viejo, y volvió a cambiar de nombre, ahora por el de Casa de los Niños. Los niños acogidos en la Inclusa tenían diferentes procedencias: 1.- Recién nacidos abandonados en la calle, en las puertas de iglesias y conventos o en los tornos que se habilitaron para ello en la propia Inclusa, en el templo de San Ginés, y un tercero en el Puente de Segovia, junto al tramo del río Manzanares al que acudían las lavanderas. Eran prácticamente siempre de padres desconocidos y los que llegaban en peores condiciones físicas por lo que su índice de mortalidad era casi siempre del 100% en los primeros días. 2.- Desde el Hospital de los Desamparados, donde existían unas camas para atender a lo que se llamaba “paridas clandestinas”, cuyos hijos, nada más nacer, se trasladaban a la Inclusa. 3.- Otros Hospitales de Madrid entre los que cabe destacar el de La Pasión o de Antón Martín, dedicado en especial a enfermedades cutáneas como sarna, tiñas, úlceras y, sobre todo, el mal gálico. Estos niños, en una buena proporción, pasaban al nacer a la Inclusa pero sólo hasta que sus madres eran dadas de alta o, si éstas fallecían, eran reclamados por el padre u otros familiares. 4.- En ocasiones, familias que estaban atravesando graves crisis económicas dejaban a sus hijos recién nacidos y hasta a alguno ya mayorcito al cuidado de la Inclusa, con el compromiso de recogerlo cuando la situación mejorase, cosa que en demasiadas ocasiones no llegaba nunca a suceder. Desde el primer momento, las inclusas quisieron preservar el anonimato de aquellas personas que se veían en la necesidad de abandonar a sus hijos recién nacidos y que por vergüenza lo hacían en plena calle. Con este fin se instituyó un procedimiento de recogida que ha perdurado hasta hace pocos años. Me refiero al torno. El torno llegó a existir en prácticamente todas las inclusas y hospicios y también se instalaron en distintos lugares para de ese modo evitar a las madres largos desplazamientos que pudieran hacerlas desistir de dejar a su hijo en un lugar de acogida. Un miembro del personal hacía guardia permanente al otro lado del rudimentario aparato sin tener contacto directo con el autor o 50
autora del abandono. Sobre ellos campeaban carteles que señalaban claramente cuál era la función de los mismos.
Edificio de la Inclusa u Hospicio de la calle Fuencarral, que ha llegado hasta nuestros días
Los niños llegaban al torno en muy dispares condiciones. La mayoría, desde luego, prácticamente desnudos o sin otra prenda de abrigo que unos trapos viejos o una vieja manta de desecho. Otros, en cambio, llevaban alguna ropilla más cuidada y hasta no faltaba el que mostraba detalles entrañables de cariño materno en forma de algún humilde adorno en la ropa o algún objeto de devoción sobre el cuerpo. Era bastante frecuente que junto a la criatura apareciese una nota, escrita las más de las veces con letra temblona, pero otras con rasgos de una cierta cultura caligráfica. En esas notas se solía decir si la criatura estaba o no bautizada, si, de estarlo, se le había impuesto algún nombre; en raras ocasiones se aportaba algún detalle de su filiación como la clase social de la madre o de los padres, si éstos estaban vivos, si su unión era o no legítima y, siempre se hacía un llamamiento a la caridad de la Inclusa o de sus gestores. Estos datos, junto con los de los objetos que llevasen encima, podían más tarde ser aducidos por la familia para identificar al niño si decidían reintegrarlo al hogar. De todo ello se llevaba un meticuloso registro por escrito de cuya existencia hay constancia en el archivo de la Inclusa de Madrid. En ese mismo registro se anotaban todas las vicisitudes de la estancia del niño hasta que salía de la institución. 51
El primer año del que hay constancia documental, 1.583, se recogieron 74 niños. A partir de 1600, el número de ingresos anuales oscila entre 300 y casi 700. En el tránsito de los siglos XVIII al XIX llega casi a los 1.500 al año. Durante todo el siglo XIX las cifras se mantienen entre 1.600 y 1.800 aunque con algún pico que roza los 2.000. En las dos primeras décadas del siglo XX hay años como 1.915 y 1.916 en que se recogen casi 1700 niños para luego ir descendiendo muy lentamente. No obstante, el estadillo de “Niños entrados y salidos” del período 1.963–1.982 comienza con la todavía sobrecogedora cifra de 568 niños y finaliza ¡en 1.982! con la de 114, lo que demuestra que el problema, habiendo disminuido drásticamente, está aún lejos de desaparecer. La aproximación más fiable apunta a que en sus primeros cuatro siglos de existencia, la Inclusa de Madrid recogió la impresionante cifra de más de 650.000 niños entre los abandonados por completo y los dejados temporalmente al cuidado de la institución por sus padres u otros familiares. La primera fuente de ingresos que tuvo la Inclusa de la Cofradía de la Soledad procedía de los donativos que hacían los fieles a su iglesia de la Victoria. También se utilizaban las mandas testamentarias que hacían muchos madrileños con el fin expreso de ayudar al hospicio de niños o con el de lograr ser sepultados en el recinto del templo o en sus aledaños. Incluso se obtuvieron donaciones de dinero y, sobre todo, de privilegios para comprar alimentos y los materiales de ajuar más imprescindibles, por parte del propio rey. El personal que ejercía un trabajo lo hacía de forma gratuita o, todo lo más, por la manutención y algo de ropa y leña. En 1.651, con la extinción de la Cofradía de la Soledad y las Angustias, quedó la Inclusa a expensas de los bienes y del dinero contante que pudiera obtener de donativos directos. La administración también pasó a ser autónoma y además, por esa época tanto las amas de cría como muchos de los trabajadores exigían, y recibían, una paga económica. Hubo, pues que recurrir a otros métodos de recaudar fondos. El primero fue salir a pedir limosna por las calles y las numerosas iglesias de la ciudad. Se extendieron cédulas, firmadas por las autoridades del Concejo, para que las almas caritativas tuvieran la certeza de que su dinero era para un buen fin. En el siglo XVII se decidió dedicar para la Inclusa una parte de las ganancias que se obtenían de dos espectáculos que siempre han tenido en Madrid una notable afición y, por tanto, unos sustanciosos ingresos para sus empresarios: el teatro y los toros. De los dos principales teatros de la capital, uno de ellos, el teatro del Príncipe, antes célebre Corral de la Pacheca y hoy teatro Español, habría de ceder una parte de sus beneficios para el mantenimiento de la Inclusa. El otro gran teatro, hoy desaparecido, era el de la Cruz, en la calle de su mismo nombre. Los beneficios de éste se 52
repartirán en tercios, de los cuales uno era también para la Inclusa y otro para el Hospital de la Pasión o de Antón Martín. Por último, la plaza de toros de Madrid también debía dedicar parte del dinero obtenido a la Inclusa. La plaza de las Ventas, además de organizar anualmente una corrida importante, la denominada de la Beneficencia en plena Feria de San Isidro, continúa con su contribución.
Niñas incluseras en el colegio de la Paz de Madrid
Las niñas que, una vez llegadas a cierta edad, pasaban al Colegio de La Paz para aprender un oficio, generalmente relacionado con las labores de costura, o para dedicarse al servicio doméstico, eran con su trabajo una importante fuente de ingresos. De ese dinero, un tercio se guardaba para entregárselo a la chica si contraía matrimonio, junto con una dote fija que a principios de siglo XIX era de 1.300 reales a cuenta de los fondos de la institución. Los primeros años fueron los frailes del convento de la Victoria y los miembros de la Cofradía de la Soledad quienes administraron la Inclusa aunque bien pronto obtuvieron el patrocinio real que asignó una renta anual de 10.000 ducados procedentes de algunos impuestos sobre el comercio y la vivienda en Madrid. A partir de ese momento era directamente el rey quien nombraba a los administradores, de manera que la Cofradía fue perdiendo atribuciones hasta su desaparición. Con el advenimiento de lo que se llamó la Ilustración, que en España tuvo su apogeo durante los reinados de Fernando VI y Carlos III, nace entre las clases dirigentes un concepto que venía a sustituir al de caridad vigente en la sociedad hasta entonces. Se crean instituciones públicas que se llamaron de Beneficencia, 53
dirigidas no ya sólo a la ayuda desinteresada del necesitado, sino, sobre todo, al alivio de las penalidades de quienes pudieran de ese modo integrarse en el mundo del trabajo, una preocupación típicamente ilustrada. Fruto de de esta nueva mentalidad, en lo que se refiere a la Inclusa de Madrid y a todas las demás del país, fue la publicación de varios tratados como los de Joaquín Javier de Uriz y el del doctor Santiago García, Académico de Medicina. En 1794 se da un paso muy importante para la consideración social de los niños de las inclusas, al menos sobre el papel, porque otra cosa fue su efectiva puesta en práctica. Por Real Cédula de Carlos IV quedaron legitimados los expósitos de ambos sexos existentes y futuros, que serían considerados en adelante como integrantes “en la clase social de hombres buenos del estado llano general, sin diferencia con los demás vasallos de esta clase” y los expósitos podrían acceder a los oficios civiles que por su condición les habían estado negados. Otra consecuencia de la Ilustración fue la instauración por todo el territorio nacional de las instituciones denominadas Reales Sociedades Económicas de Amigos del País, formadas como foros donde las gentes cultivadas se dedicaban a debatir sobre todos los temas de actualidad y a promover iniciativas culturales, económicas, industriales, científicas y de todo orden. En la Real Sociedad Económica Matritense se creó la Junta de Damas de Honor y Mérito, integrada por mujeres de la nobleza y las capas altas de la sociedad. Una de sus propulsoras, nombrada primera presidenta fue doña María Josefa Alfonso de Pimentel y Téllez Girón, condesa de Benavente y duquesa de Osuna. Sus prioridades se decantaron enseguida por la Inclusa e iniciaron gestiones para que el rey les concediese la dirección del establecimiento, cosa que por fin lograron en septiembre de 1799. Sus primeras medidas consistieron en intentar sanear las cuentas, en contratar nuevo personal como un segundo médico obligado a visitar periódicamente a los niños en periodo de lactancia, y en la construcción de una hasta entonces inexistente enfermería en la parte alta del edificio de Preciados para separar a los niños sanos de los enfermos. La junta de Damas ha estado vinculada desde entonces a la Inclusa de Madrid y al Colegio de la Paz y siguen estándolo en la actualidad. Las funciones ejecutivas de la Junta, sin embargo, fueron pasando paulatinamente a la Diputación Provincial de Madrid que se ocupa desde principios del siglo XX de la gestión administrativa y sanitaria de la institución quedando la Junta con un papel de supervisión y otro, muy importante siempre, de apoyo ante instancias sociales con influencias económicas, políticas y en la opinión pública. En 1800, por directa solicitud de la Junta de Damas, se produjo un hecho que ha tenido enorme importancia en el funcionamiento de la Inclusa 54
madrileña: la incorporación de las Hermanas de la Caridad. Estas monjas dieron un impulso fundamental al establecimiento, tanto en lo asistencial del centro como en lo organizativo, ocupándose de las labores de la enfermería, del torno, de las cuentas diarias de gastos y del ropero. Cuando el niño atravesaba el torno, era registrado en un libro de entradas donde se hacían constar los detalles de la fecha, la edad aproximada según la opinión de la persona que lo recibía, los datos que pudiera aportar en algún papel escrito, y las ropas que llevaba. Luego se le lavaba, se le ponían ropas limpias y se abrigaba con mantas o junto a una lumbre para que entrara en calor pues en la mayoría de los casos llegaban, en palabras textuales de algunos de estos libros, "pasmaos de frío". La siguiente atención era el reconocimiento por un médico que dedicaba un especial cuidado a detectar signos de enfermedades contagiosas y, sobre todo de sífilis, para en ese caso destinar al niño a una sección apartada de los demás en la misma inclusa. Otras veces se le mantenía en observación durante unas semanas por si en ese tiempo desarrollaba síntomas de tales padecimientos. A todos los niños se les ponía, como seña de identificación, una cinta al cuello de la que colgaba una medalla que en el anverso llevaba una imagen de la Virgen y en el reverso un número y la fecha de ingreso. Esta medalla la llevarían hasta su salida definitiva de los establecimientos de acogida. De 1809 poseemos una estadística de las causa de muerte de los 889 niños fallecidos ese año dentro de la Inclusa. Por orden de frecuencia son éstas: el 18,7% mueren por “extenuación”, término impreciso que parece aludir a un conjunto de síntomas consecutivos a muchas dolencias, entre ellas las derivadas del estado en que son abandonados; el 14,8% son los que denominaban “nacidos inconservables”, entre los que el mayor número hay que suponerlo compuesto por graves malformaciones congénitas o gran prematuridad; de “fiebre”, palabra que engloba, como sabemos, una gran cantidad de enfermedades infecciosas entonces no identificables y desde luego incurables mueren el 14,6%. Luego siguen los “trastornos digestivos”, seguramente gastroenteritis en su mayor parte; “fatiga” que hace referencia a procesos respiratorios; “encanijados”, es decir, depauperados y faltos de fuerzas y de defensas; el “mal venéreo”, la sífilis, tan frecuente en aquella sociedad, causa la muerte del 8%. Otras enfermedades mortales descritas en ese documento son de muy difícil identificación, pero podrían corresponder a sarampión, escarlatina, difteria o tos ferina, para muchas de las cuales aún no existía ni nombre a esas alturas del siglo y cuya difusión se facilitaba enormemente por las condiciones de hacinamiento y falta de higiene ambiental y personal que reinaban en el recinto. En cambio, cuando se conoció la vacuna contra la 55
viruela a partir de finales del siglo XVIII, todos los niños eran vacunados contra esa enfermedad cuando todavía no lo eran los hijos de muchas familias por el rechazo a dicha técnica entre una buena parte de la sociedad. La fracción más importante entre el personal de una inclusa era la formada por las nodrizas. En algunas ocasiones eran las propias madres las que se quedaban a vivir allí para poder seguir alimentando a sus hijos a cambio de su propia manutención y los pocos servicios que la Inclusa pudiera darles, ofreciendo a cambio su trabajo en las labores domésticas de la Institución, ahorrando a ésta un gasto añadido. La mayoría de los casos, sin embargo, había que recurrir a la contratación de nodrizas externas. No era tarea fácil conseguir mujeres lactantes dispuestas a amamantar a varios chiquillos ajenos y por los cuatro escasos cuartos que los regidores de la inclusa podían pagarles. En un principio se exigían varias condiciones a las mujeres aspirantes al cargo: salud contrastada, que fueran robustas, jóvenes, madres de más de un hijo y de menos de seis para garantizar la riqueza de la leche, que no hubiesen abortado, que sus senos fueran anchos y de pezones prominentes, que no tuvieran mal olor de aliento y hasta que sus propios hijos hubiesen sido concebidos dentro de un matrimonio legítimo y cristiano. A la hora de la verdad, sin embargo, ante la escasez de candidatas y la necesidad de ellas, se aceptaba prácticamente a cualquiera: prostitutas, madres solteras o amancebadas, enfermas etc. La única precaución era la de separar a las que tenían el mal gálico o ciertas enfermedades de la piel o poca leche para ocuparlas en la alimentación de aquellos niños en peores condiciones. A partir del siglo XVIII se comenzó a promover la idea de que los niños expósitos fueran acogidos en el ámbito rural por familias a las que se compensaría económicamente por ese trabajo. A las nodrizas que se hacían cargo de los niños se les pagaba una parte en dinero y otra en especie, sobre todo en forma de alimentos como legumbres y carne. Los administradores de la inclusa tuvieron que habilitar un cuerpo de inspectores que recorriesen aquellos pueblos para poner coto a la serie de irregularidades que se venían cometiendo. Algunas nodrizas daban a beber a los niños jugo de adormidera para que no las molestasen, o restregaban sus mejillas con polvos rubificantes para hacerles parecer sonrosados y sanos ante la visita de un inspector o frente a la curiosidad de los vecinos. Otras veces vendían la carne que les había suministrado la inclusa para la dieta de los niños. Por último, en un elevado número de casos, si el niño fallecía, se ocultaba su muerte para seguir cobrando el estipendio; y así durante años si había suerte de que no llegase por allí la inspección o se podía burlar ésta alquilando para la ocasión el niño de otra familia. 56
Aunque ya en el siglo XVIII consta la presencia de médicos pagados a cargo de los fondos de la institución, fue desde principios del siglo XIX cuando fueron contratados médicos en exclusividad o haciendo compatible su trabajo allí con sus menesteres en otros hospitales madrileños. Entre estos médicos, cuya relación pormenorizada consta en los meticulosos archivos de la Casa, figuran durante ese siglo personalidades como Mariano Benavente, fundador luego del Hospital del Niño Jesús en la capital. Ya en el siglo XX hay que destacar a Juan Bravo Frías, impulsor de mejoras para los niños y del cambio de ubicación del Centro, Juan Antonio Alonso Muñoyerro, director desde 1.920 hasta 1.936 y posteriormente desde 1.939 hasta su jubilación y responsable, junto con el citado Bravo, del traslado de la Inclusa al nuevo edificio de la calle O’Donnell y de la creación del Instituto Provincial de Puericultura. Enrique Jaso Roldán que dirigió la Inclusa durante la Guerra Civil y años más tarde crearía en la Ciudad Sanitaria La Paz un pionero servicio de pediatría que sirvió de pauta a todos los existentes en la actualidad. El último director fue Javier Matos Aguilar hasta la desaparición en los años ochenta del Instituto como tal.
Sala dormitorio de la Inclusa madrileña de la calle O´Donnell
En la Inclusa o con las nodrizas contratadas en los pueblos, los niños permanecían el tiempo que duraba la lactancia, por lo general 18 meses, y la llamada crianza que se extendía hasta los siete años. La lactancia, si faltaba la leche humana se hacía a base de leche de burra, la más parecida a la humana en sus cualidades alimenticias, o de cabra. Una vez transcurrido ese tiempo, los niños debían abandonar la Inclusa. A partir de ese momento se hacía un reparto a otros centros de acogida. Las niñas pasaban al Colegio de La Paz, fundado en 1.679 expresamente para niñas expósitas, donde aprenderían un oficio y podrían permanecer de por vida o hasta que contrajeran matrimonio.
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Los niños varones, llegada la edad de salir de la Inclusa, eran remitidos al Hospital de los Desamparados, en la calle que hoy lleva ese nombre, donde compartían edificio con pobres y enfermos adultos de ambos sexos allí recogidos. En otros casos el lugar de destino era el Hospicio, un magnífico edificio en la calle Fuencarral, adornado años después de su construcción con una maravillosa portada de Pedro de Ribera. En el Hospicio estaban recluidos chavales de muy distinta procedencia y, sobre todo, muchos condenados por la comisión de delitos y que por su corta edad no podían ser encerrados en las cárceles de la ciudad. En ambos centros, Hospicio y Desamparados, se enseñaban oficios manuales hasta los catorce años y luego la propia Institución buscaba acomodo laboral para esos adolescentes que de esa manera salían de allí con el porvenir más o menos resuelto. Durante la Guerra Civil se vivió en la Inclusa madrileña un episodio que por sí mismo merecería un estudio aparte por los componentes que tuvo de epopeya sin que faltaran los tintes dramáticos. Con la aproximación de los frentes de combate a la capital se hizo conveniente la evacuación de los niños acogidos. El entonces director, doctor Jaso Roldán, tomó personalmente las riendas del asunto con conversaciones con las autoridades civiles y militares y se dispuso la creación de Colonias Escolares en zonas de la península lo más alejadas posible de la crudeza bélica. Se eligieron las regiones levantina y manchega y se dispusieron asentamientos en varios pueblos de Valencia, Castellón, Alicante y Ciudad Real no sólo para los niños sino asimismo para las nodrizas, las madres internas con sus hijos y el personal sanitario y auxiliar. Sin embargo, el interés de la Inclusa fue siempre conseguir familias que adoptaran a los niños. La adopción no era ni mucho menos una práctica habitual en la sociedad de los primeros siglos de la Institución. Las familias que tenían hijos propios los tenían en gran número –aunque muchos muriesen en edades precoces por las infinitas plagas que entonces se cebaban en la edad infantil–, y quienes no tenían hijos no solían considerar la posibilidad de adoptar a uno de esos niños expósitos que vegetaban sórdida y precariamente en las inclusas. Durante mucho tiempo las únicas adopciones que constan en los archivos fueran las solicitadas por algunas de las amas de cría externas que se habían ocupado de cuidar al niño a lo largo de sus primeros años de vida. Los administradores de la Inclusa solían concederlas con facilidad en esos casos que demostraban que la mujer y su familia se habían encariñado con la criatura y serían capaces de ofrecerle un porvenir beneficioso.
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Actualmente la situación ha cambiado mucho y para bien. Hoy existen “más padres sin hijos que hijos sin padres”, como explicaba muy gráficamente un veterano médico que prestó sus servicios en la Inclusa madrileña de la posguerra. La legislación ha ido adaptándose a la realidad, pero aún así, adoptar un niño en España es complicado, requiere un proceso largo durante el cual el niño está en una situación ambigua entre el régimen de acogimiento, que no garantiza la satisfactoria resolución del procedimiento, y la definitiva filiación a todos los efectos. Por otro lado, es cierto que el número de niños en situación de total abandono, requisito que exige la ley para poder ser entregados en adopción plena, es hoy muy pequeño y el de solicitudes de adopción no hace sino crecer. Así se ha desatado en los últimos años una marea de las llamadas “adopciones internacionales”. De cualquier modo, la infancia más desvalida, la que sufre el abandono familiar, merece cualquier esfuerzo individual e institucional. Así lo entendió la Inclusa desde hace más de cuatro siglos y, con todas las vicisitudes a las que me he venido refiriendo, ha hecho una labor extraordinaria a la que es justo rendir un homenaje cuando repasamos la historia de la Pediatría española.1 El destino del pequeño Eloy ya estaba marcado de antemano. La inclusa servía para eso, para recoger niños abandonados por sus madres, de modo que nadie se escandalizó y su pequeña y triste historia no fue dada en los noticieros del día siguiente. Las monjas se encargaron de pedirle a don Antonio Vilaseca, cura párroco de San Lorenzo bautizara al pequeño con el nombre y apellidos que venía en la nota adjunta y le buscaron una madre de alquiler a la quela propia inclusa pagaría mensualmente por hacerse cargo del infortunado muchacho. Tuvo la suerte de dar con la mujer de un guardia civil, Braulia Miguel, mujer de Francisco Díaz Reyes, de la 4º compañía del Primer Tercio de la Guardia Civil, avecindados por aquel entonces en San Bartolomé de Chavela y a puto de ser traslado el marido a Chapinería –pequeña villa de donde eran naturales Braulia y Francisco, quienes acababan de perder un hijo y se encontraba la mujer en lo que se llamaba “actitud de lactar” y que fue, creemos por su biografía, lo único parecido a una madre que tuvo el desdichado Eloy, aunque obligado a vivir en casa cuarteles, sintiendo, si no el rechazo, sí la prevención de los demás muchachos, donde comió poco y obedeció mucho. Cuando fue alcanzando la pubertad y la inclusa dejó de pagar los _________________ 1.- Datos tomados de: Historia de la Inclusa de Madrid, del doctor José Ignacio de Arana Amurrio.
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gastos de manutención del chiquillo –según estudio de Enrique Pardo Canalís, Braulia estuvo cobrando una media de 268 reales al año y en diciembre de 1879 recibió los últimos 60 reales–, la buena mujer tuvo que pedirle con todo el dolor de su corazón que se independizara, dado que sus recursos no llegaban para mantener a su propia descendencia, que ya iba por el cuarto miembro, por lo que tuvo que buscarse las habichuelas, como tantos otros jovenzuelos de la época, en diferentes oficios, tales como aprendiz de albañil, labrador, carpintero, y hasta probó el oficio de barbero,2 aunque ningún oficio le terminara por convencer. Al final, como último recurso, en 1889 se alistó como quinto en el Regimiento de Dragones de Lusitania, 12 de Caballería, acantonado en Alcalá de Henares, en donde no llegó a estar ni dos años, para pasar al Instituto de Carabineros del Reino, dependiente del ministro de Hacienda.
La Virgen de la Paz estaba en la capilla de la primera Inclusa madrileña
Cuentan las malas lenguas, queriendo hacerle un homenaje al llamado popularmente “héroe de Cascorro”, que el joven cabo Eloy Gonzalo por aquel entonces tenía “el pelo castaño”, “las cejas, al pelo”, “los ojos azules”, “la nariz, regular”, “de barba, poca”, que su boca y su frente son también “regular”; y medía un metro setenta y cinco centímetros de estatura y que gozaba de un “buen color”, siendo su aire “marcial y su “producción, buena”. La vida le sonreía, o eso creía él, cuando la mala suerte, o el destino ya marcado de antemano, le jugarían una mala pasada. En julio de 1984, viéndo que su vida había sufrido un considerable cambio ________________ 2.- Profesiones que figurarán en su expediente castrense.
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y que hasta la diosa Fortuna parecía darle una bien merecida recompensa a sus siempre frustrados anhelos de salir de la miseria, a la que había sido condenado desde su nacimiento, solicita permiso para contraer matrimonio. Tarda en casarse, y el 19 de febrero del año siguiente sobreviene el desastre: se encuentra preso en Algeciras y a punto de ser juzgado por un Consejo de Guerra, acusado de haber mostrado tendencia de ofender, de obra, a un superior. La realidad de los hechos, según se puede constatar con datos reales, es el siguiente: El cabo Eloy Gonzalo se encontraba de guarnición en El Cahón de Jimena, y al regresar de ese destino se enfrentó con un oficial, un teniente de su mismo cuerpo, haciendo ostensible gestos de coger el machete o el fusil que llevaba. Según Pardo Canalís, y en base a testimonios de antiguos compañeros (el sargento Gregorio Tropel y los soldados Segundo Roig y Eugenio Marín Vacas), la violenta reacción del Cabo Gonzalo estaría fundada en la actitud de su prometida a la que sorprendió en flagrante infidelidad con un superior, el señalado teniente, aunque otros testigos afirman que el incidente tuvo su origen en el maltrato del mencionado oficial sobre su subordinado. Como quiera que en la Causa Sumarial no se menciona el origen del delito, nosotros dejamos constancia de ambos, para así no herir el honor del soldado. De lo que sí nos podemos hacer cuenta, es del enorme drama que se le viene encima a un hombre tan maltratado por la vida, a quien nuevamente se le cierra su futuro profesional, el abandono de la novia y el ingreso en la cárcel de Valladolid, después de haber recibido el documento de la condena en el que se le señala que su pena se extinguirá el 5 de mayo de 1907, además de la expulsión del cuerpo, tiempo más que suficiente para meditar sobre su infortunado destino en esta maldita vida que tan malas jugadas le estaba pasando desde su nacimiento. Ese verano, sin embargo, un gran acontecimiento militar estaba sucediendo a miles de kilómetros de su celda de reclusión que cambiaría su triste destino para siempre. El estallido de la guerra de Cuba, tras el grito de Baire, obligó al Gobierno a efectuar un reclutamiento extraordinario, al que podían concurrir todos aquellos militares convictos de faltas leves, por lo que Eloy Gonzalo se apresuró a inscribirse buscando la deseada libertad, mandando a través de una instancia de 3 de noviembre de 1895, dirigida al ministro de la Guerra, Marcelo Azcárraga, en el que el solicitante dice mostrar promesa formal y solemne de enmienda y arrepentimiento del delito que le apena y le acarrea tanto mal y tanta ruina, por lo que desea lavar vertiendo su sangre por la nación en los campos de la isla de Cuba.
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En 22 de noviembre del año 1895 partió del puerto de La Coruña a bordo del vapor León XIII, cumpliendo los 27 años durante la travesía pues llegó a La Habana un 9 de diciembre. Nada más poner pie en la isla, y después de haber sufrido durante la travesía un ataque agudo de sarna que le tuvo postrado durante parte del viaje, le enviaron al interior, a la provincia de Camagüey, con el Regimiento de Infantería María Cristina nº 63. El tipo de guerra que los españoles se encontraron en Cuba era desconcertante para el soldado de a pie. Los insurgentes no tenían frentes fijos y hacían guerras de guerrillas, apareciendo y desapareciendo después de dar certeros golpes. Por el contrario, la estrategia del ejército español, según las ideas del general Wayler, Capitán General de la Isla, era a de dividir la misma en varios sectores, que, aislados entre sí, se controlaban con fortificaciones o blocaos dotados de artillería y guarniciones de infantería.
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Capítulo 3
El Regimiento de Infantería Castilla n.º 16 es una unidad de infantería del Ejército de Tierra de España. Se creó por iniciativa del XIII duque del Infantado, Pedro de Alcántara Álvarez de Toledo y Salm–Salm, que fue su primer coronel. El 3 de abril de 1793 se cursó la petición de la creación del Regimiento al rey Carlos IV, el cual contestó afirmativamente el 15 de abril de ese mismo año. Su primera denominación fue la de “Regimiento de Voluntarios de Castilla” según notificación del Ministro de la Guerra de fecha 25 de abril de 1793, en la que le transmite el deseo del rey de que se le imponga el citado nombre. En el momento de su fundación el Regimiento constaba con tres batallones de cuatro compañías de fusileros por cada batallón.
Jefes y Oficiales 1º Regimiento Castilla 16 en el acuartelamiento de San Francisco, 1888
Su escudo está formado por un castillo de oro, almenado, donjonado de tres torres y ornado de sable en campo de gules y pendiente de la punta inferior la Cruz de San Fernando con piezas armeras; el castillo recuerda la región de su denominación. Tiene el sobrenombre de “El Héroe”, mote alcanzado por el heroísmo mostrado frente a los franceses en el segundo sitio de Zaragoza especialmente en la toma a bayoneta del monte Torrero y en la defensa del Convento de Jesús el 21 de diciembre de 1808. Según citó el capitán de infantería D. Antonio Gil Álvaro en 1893, “ese mote es 63
debido a la actuación del Regimiento durante el segundo sitio de Zaragoza”. La Junta Suprema, situada entonces en Cádiz, decretó que estas fuerzas fueran denominadas como “Beneméritas de la Patria” por su “grado heroico y eminente”. El 26 de julio de 1852 la reina Isabel II concedió la Cruz Laureada de San Fernando al Regimiento y a título colectivo pudiendo lucir la “corbata” correspondiente en su bandera por su “mérito heroico” en las acciones sostenidas el 23 de mayo de 1839 en las canteras de Utrilla contra las fuerzas carlistas. El Regimiento de Voluntarios de Castilla fue el origen del posterior Regimiento de Infantería Castilla n.º 16 y éste, una vez llegaron a su acuartelamiento de Badajoz los primeros carros de combate y demás medios mecanizados, lo fue del actual Regimiento de Infantería Mecanizada Castilla n.º 16, del cual fue su primer jefe desde el 17 de febrero de 1966 el teniente coronel Adolfo Rovira Recio.
Misa de campaña en el Paseo de San Francisco, Badajoz
Cuando en enero de 1793 guillotinaron al rey de Francia Luis XVI – suceso culminante de la revolución iniciada en Francia cuatro años antes– y dado que aquél era pariente de Carlos IV, rey de España en esa época, el sentimiento de horror hizo presa en todos niveles de los estamentos sociales, políticos y religiosos españoles. Dentro de la clase política había, sin embargo, posiciones bien distantes: algunos como el conde de Aranda, antiguo ministro del rey Carlos III, no eran partidarios de la injerencia en los asuntos internos del país vecino; mientras que otros eran totalmente partidarios de declarar la guerra a Francia. El nombramiento en mayo de 1793 del pacense Manuel Godoy, miembro de la segunda facción, como Capitán General y por tanto responsable político y militar de la guerra, fue el hecho que movió el equilibrio inestable de opiniones hacia la intervención. La estructura del ejército en aquella época era totalmente atípica, ya que tenía un gran número de mandos y unos efectivos de clase inferior y 64
escasos soldados, situación que se define como “macrocéfala”, pues a cada Teniente General le correspondían unos 150 soldados de los 50000 efectivos totales. Al entrar el ejército en campaña, se manifestó palpablemente la escasez de recursos materiales y humanos de aprovisionamiento de municiones, víveres e impedimenta para que pudieran atender a la artillería e infantería Cuando terminó la guerra dinástica, el “Regimiento Castilla n.º 16” estaba acantonado en Vitoria. El 16 de julio de 1876, festividad de la Virgen del Carmen y Patrona del Regimiento, se bendijeron y entregaron a los batallones las nuevas banderas adquiridas. Desde esta fecha hasta el año 1883, el “Castilla n.º 16” desarrolló todo tipo de operaciones de organización y abastecimiento tanto del propio regimiento como de los demás regimientos, compañías, etc. Una parte de sus jefes y oficiales participó en distintos cursos y ejercicios de perfeccionamiento de técnica y táctica militar como el ejercicio llamado “Agua, arena y hacha” que tuvo lugar en los campos de Aranguir junto a otros regimientos, también de caballería y artillería. Asimismo efectuó otras misiones que fueron las que se presentaron de forma imprevista por desastres naturales que afectaron a personal civil, acudiendo a su auxilio. Entre otras misiones que llevó a cabo estaba la de proporcionar un porcentaje determinado de sus efectivos para la Guerra de Cuba, concretamente el 20 % de ellos. Participó igualmente en labores de apoyo y cooperación de la formación del censo de la población que se llevó a efecto a finales de 1877. Con la nueva reorganización del Ejército se crearon veinte batallones nuevos y con la fusión de los batallones de reserva “Sevilla n.º 3” y “Málaga n.º 23” se constituyó el “Regimiento de Infantería Covadonga n.º 41” que tuvo su primer acuartelamiento en Badajoz y cuyo primer jefe fue el Coronel Pedro Ruíz Martínez. Debido a una serie de normas que disgustaron a los militares, los republicanos –al mando de Ruiz Zorrilla que era su máximo dirigente– crearon una asociación secreta llamada “ARM” (Asociación Militar Republicana) que captó a muchos militares descontentos. Concretamente en Badajoz se sumaron a este movimiento las fuerzas de caballería, artillería y el “Regimiento de Infantería Covadonga n.º 41”. Para que este pronunciamiento hubiese tenido posibilidades de éxito, deberían haberse sumado diversas guarniciones de todo el país, pero en unas horas se produjeron movimientos de distinto signo y cuando el “Regimiento de Infantería Covadonga n.º 41” se dio cuenta de que estaban solos, ya era tarde. Más de 900 mandos y soldados huyeron a Portugal mientras el General Blanco, nombrado capitán general de Extremadura, se hizo con la 65
plaza sin derramamiento de sangre. Hubo un Consejo de Guerra donde se condenó a los golpistas, algunos de ellos a pena de muerte, si bien más tarde les fue conmutada esta pena de muerte por la de prisión en fuertes militares. Cuando estaba el “Castilla n.º 16” de guarnición en Leganés llegó la Real Orden de 10 de diciembre de 1883 por la que se destinaba al regimiento a Badajoz. El “Castilla n.º 16” partió el 16 del mismo mes y empleó seis días para la organización completa del traslado por ferrocarril. Las primeras fuerzas llegaron a Badajoz al día siguiente y ocuparon el acuartelamiento de San Francisco el Grande, que estaba vacío por haber sido disuelto el “Regimiento Covadonga n.º 41” que lo ocupaba. A partir del 17 de diciembre de 1883, el “Regimiento de Infantería Castilla n.º 16” estará ligado durante más de cien años a la ciudad de Badajoz que lo acogerá con agrado. Muchas generaciones de extremeños, y en particular de pacenses, se formaron en sus filas, ya que entonces los reclutas iban destinados a los regimientos más cercanos. Campaña del 98 Con la Constitución de 1812 la mayoría de los conventos y monasterios del país –incluidos los de Badajoz– se convirtieron en cuarteles y sus huertas en jardines o eriales. La Revolución de 1868 expulsó a los pocos religiosos que quedaban en Badajoz. Por esta razón el Convento de San Francisco, que fue en primer lugar cementerio, luego pasó a ser cuartel, donde empezaron a estar acuarteladas las tropas el 17 de diciembre de 1883. A principios de 1884 la totalidad del regimiento se encontraba acuartelada en el ya citado antiguo convento franciscano y en su huerta adjunta al que se llamó “Cuartel de San Francisco el Grande”. La huerta pasó posteriormente a ser el actual “Paseo de San Francisco”, parque cuadrangular con un templete central para conciertos y música popular, centro de paseo y recreo de la juventud de la postguerra durante varios decenios. Tragedia en el puente sobre el río Alcudia En abril de 1884 se produjo un hecho que causó más bajas en el “Castilla n.º 16” que en muchas de las batallas en las que participó. De vuelta a sus lugares de origen por haberse licenciado los veteranos del reemplazo de 1881, iniciaron el viaje de regreso el domingo 27 de abril por ferrocarril. Al llegar al km 279 de la línea Madrid–Badajoz a las cuatro de la mañana, cuando atravesaban el puente metálico de tres pilares sobre el Río Alcudia, este se derrumbó cayendo el tren al río desde unos ocho metros de altura. En esta catástrofe murieron cincuenta y dos militares. Los funerales y actos en honor de los difuntos se celebraron en Badajoz, a los 66
que asistieron todas las autoridades, tanto eclesiásticas como políticas y militares y una gran cantidad de pacenses. También se llevaron a cabo iniciativas a efectos de recaudar fondos para los familiares de estos soldados fallecidos, la gran mayoría de escasos medios económicos. La relación completa de los fallecidos, así como su graduación, lugar de procedencia, etc. están registrados exactamente en los libros de actas del regimiento.
El puente de la tragedia militar sobre el rio Alcudia
Fallecimiento de Alfonso XII y nacimiento de Alfonso XIII El 25 de noviembre de 1885 falleció de tuberculosis el rey Alfonso XII y se nombró Reina–Regente a María Cristina de Habsburgo–Lorena, segunda esposa de Alfonso XII, que estaba embarazada y se deseaba que el hijo que esperaba fuera un varón. El 17 de mayo de 1886, la Reina Regente Dª María Cristina dio a luz a un varón que, al cumplir los dieciséis años, fue nombrado rey con el nombre de Alfonso XIII. Todo esto ocurrió mientras el regimiento desarrollaba sus actividades con destacamento de algunas compañías en Olivenza, Mérida y Cáceres. El coronel jefe del regimiento Leonardo Fernández Ruiz, después de 40 años de servicio en la carrera militar, que empezó de soldado, llegó al grado de coronel, ya que en la tercera guerra carlista, donde fue herido, se le había ascendido a dicha graduación; un hecho digno de recordar. Se le concedió el retiro a finales de marzo de 1887. Siempre se le recordó como el jefe que mandaba el regimiento cuando este llegó a Badajoz. Le sucedieron sucesivamente en el mando los coroneles Manuel Ortega y Sánchez–Muñóz, José Márquez Torres y Joaquín Gutiérrez Villuendas. El Coronel Márquez fue ascendido a este grado por rechazar a los insurrectos cantonales después de un duro combate donde recogió un gran botín de armamento y municiones. Permaneció diecisiete años en el empleo hasta que en 1890 ascendió a general de Brigada.
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Visita de los Reyes de Portugal y proclamación de la Patrona de la Infantería Española En 1892 se celebró el IV centenario del Descubrimiento de América, acontecimiento que el regimiento y la ciudad de Badajoz celebraron como el hecho merecía. El 7 de noviembre de este mismo año, el Ministro de la Guerra ordenó que una compañía del regimiento se desplazase a Valencia de Alcántara con objeto de rendir honores a los Reyes de Portugal que iniciaban su visita a España. Fue la “4. ª Compañía” del “1. º Batallón” quien recibió el encargo de realizar este cometido. Hay que reseñar que formaba parte de esta compañía el Teniente Francisco Neila Ciria, que años más tarde recibió la Laureada de San Fernando por aguantar el cerco y defensa de Cascorro, localidad cubana, frente a las fuerzas insurrectas durante trece días, donde también se distinguió por sus actos de guerra el soldado Eloy Gonzalo. Poco tiempo después, el 12 de noviembre de 1892, por Real Orden que publicó el Diario Oficial n.º 248, se declaró como patrona única de la “Infantería española” a la Inmaculada Concepción. Sucesos en Marruecos Debido al ascenso del coronel Gutiérrez el 11 de marzo de 1893, fue nombrado nuevo coronel Francisco Salinero Bellver. En ese mismo año España quiso llevar a cabo uno de los protocolos del Tratado de Wad-Ras, o de paz con Marruecos, de 26 de abril de 1860 por el que se le cedía a España una mayor zona en las proximidades de Melilla, e inició una fortificación en las proximidades de un cementerio bereber, cosa que no gustó a los nativos, que hostigaron a los trabajadores y la tropa que los defendía. Hubo conversaciones diplomáticas entre los dos países para solucionar el conflicto, pero hasta que el Ministro de la Guerra no envió a 22000 soldados a Melilla bajo mando del general Arsenio Martínez Campos, los bereberes no cesaron los ataques y aceptaron los nuevos límites. En los sucesos de Melilla destacó un militar que adquiriría renombre décadas después, el teniente Miguel Primo de Rivera, que consiguió ese mismo año la Cruz Laureada de San Fernando. A finales de 1893 fueron licenciados los reservistas del “Castilla n.º 16”, que
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siguieron de servicio en el “Regimiento de Infantería Castilla n.º 16” en Badajoz. Primer Centenario del Regimiento y Guerra de Cuba El rey Alfonso XIII asistió a unas maniobras militares que llevaron a cabo entre el 19 y el 24 de febrero de 1894 el regimiento y otras unidades militares en los denominados Altos de Galache, lugar probablemente situado en la zona de Santa Engracia, donde el rey inauguró una granja agrícola en una visita que hizo a Badajoz. En julio de 1894 el “Regimiento de Infantería Castilla n.º 16” cumplió su primer centenario. Al ser ascendido a general de brigada el coronel jefe del regimiento, lo sustituyó en el mando el coronel Gabriel Gelabert Vallecillo. En febrero de 1895 el revolucionario cubano José Martí, al grito de ¡Viva Cuba libre!, ordenó el levantamiento en la localidad de Baire, con lo que estalló la Guerra de Independencia cubana. El “Regimiento Castilla n.º 16” contribuyó a la creación de las primeras unidades y que tenían a Cuba por destino. Los acontecimientos en las Antillas preocupaban mucho en España, y el 18 de octubre de 1895 se dictó una Real Orden, publicada en el Diario Oficial n.º 232, por la que la Reina regente en nombre del Rey
Jefes y oficiales del “Castilla n.º 16” expedicionario en Cuba.
disponía que se destinasen a Cuba veinte batallones en pie de guerra. El “Castilla n.º 16” organizó uno de los batallones expedicionarios, que salió de Badajoz con destino a Cádiz el 23 de noviembre por ferrocarril al mando del coronel Gabriel Gelabert Vallecillo y que embarcó en el vapor Ciudad de Cádiz al día siguiente. En Badajoz quedaron el resto de la plana mayor y el 2 º batallón.
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Los insurrectos cubanos, con el apoyo decisivo de los Estados Unidos, habían declarado una guerra sin cuartel y fusilaron a colaboradores y simpatizantes de España y su ejército. España envió al general Martínez Campos, de talante dialogante y conciliador, aunque al ver la situación en la isla pidió el relevo y recomendó al general mallorquín Valeriano Weyler, al que consideraba más idóneo para este tipo de guerra. El batallón expedicionario del “Castilla n.º 16” pasó tres días de aclimatación y después se trasladó por ferrocarril hasta Cienfuegos y Santa Clara. El primer encuentro con el enemigo se produjo el 14 de enero de 1896. El 7 de abril un destacamento de soldados del “Castilla n.º 16”, después de haber sufrido un cerco de dieciocho días, rechazó a las fuerzas del cabecilla insurrecto Antonio Maceo, por lo que el general Weyler los premió por su valentía. Los enfrentamientos con los insurrectos fueron constantes en las lomas de San Bartolo, la Loma de Toro, Ceja de Herradura, Guadalcanal, Consolación del Sur y Lomas de Descanso. En este último resultó herido en el fémur del muslo derecho el coronel Gelabert, que fue ascendido a general de Brigada y se retiró a Valencia de Alcántara, donde murió a consecuencia de las heridas de guerra. El 10 de febrero de 1896 desembarcó el general Weyler para hacerse cargo de la Capitanía General y publicó de inmediato varios bandos y normas para la reorganización del ejército. Junto al “Batallón de la Reina”,
Oficiales y soldados del “Castilla 16” en un blocao cubano
el “Castilla n.º 16”, con caballería y algunas piezas de artillería, formaron una columna al mando del coronel Cándido Hernández de Velasco, de gran experiencia en combates en Cuba, y marcharon hacia Pinar del Río. Dispersaron al enemigo en Arroyo de San Felipe, Rosario y Charnuzo el 27 de julio, y dos días después derrotaron a la partida de Perico Belén, 70
destruyeron varios campamentos enemigos y se adueñaron de gran cantidad de armas y animales, hechos que mencionó el general Weyler en sus escritos. Del 6 al 11 de agosto de 1896 el regimiento sorprendió a los insurrectos acampados en Cruces y Rivera y mantuvo combates con las partidas de Payaso, Perico Belén y Rodolfo en Acrimonias, Punta de Palmas y Caobilla. Pocos días más tarde los encontraron cruzando del río Isabela. El 27 de septiembre del mismo año tuvo lugar uno de los combates más duros de esta campaña, el de las Tumbas de Toriño, por lo que el general Weyler envió un telegrama al Ministro del Ejército donde puso de manifiesto la “intrepidez y bizarría” de estas tropas. El 9 de octubre de 1896 fue una de las fechas más recordadas por el “Castilla n.º 16”: estando sitiada la columna del general Adolfo Jiménez Castellanos por 5000 mambises de los líderes insurrectos Máximo Gómez y Calixto García, el soldado Eloy Gonzalo se lanzó contra ellos con una lata de gasolina atada a su cuerpo, acción que permitió liberar a sus compañeros sitiados y por la que se le pidió la Cruz Laureada de San Fernando. También es digna de reseñar la gesta que protagonizó el capitán Neila: cuando estaba sitiado, y ante los constantes mensajes de propuestas de rendición que les mandaba el enemigo, éste reiteró en nombre de sus fuerzas y en la de él mismo que “Todas mis fuerzas están dispuestas a defenderse y a morir, antes que entregar sus armas y faltar a su honor militar”. Debido al ascenso del coronel Hernández de Velasco, el teniente coronel Recio se hizo cargo del batallón expedicionario del “Castilla n.º 16”. Su recorrido por toda la isla fue amplísimo, ascendió a coronel de las mismas fuerzas y se ganó de tal modo la confianza del general Weyler que él mismo quiso tomar el mando del “Batallón del Castilla n.º 16”. El coronel Recio marchó a la península para curarse de una enfermedad que padecía y se quedó en Badajoz como coronel jefe del regimiento. En estas fechas sucedió el tan debatido acontecimiento de la explosión y hundimiento del acorazado estadounidense Maine, que había recalado en el puerto de La Habana el 25 de enero de 1898 y tres semanas más tarde explotó causando la muerte a doscientos sesenta y seis marineros estadounidenses. Estados Unidos culpó a España de esta acción y le declaró la guerra. Derrotada militarmente España por el ejército estadounidense, el 10 de diciembre de 1898 se firmó el Tratado de París por el que España reconocía la pérdida de sus últimas colonias de ultramar. El 21 del mismo mes fue repatriado el “Batallón Expedicionario del Castilla n.º 16” y llegó a Cádiz el 6 de enero de 1899. El 1 de mayo del mismo año, el general Adolfo Jiménez Castellanos arrió por última vez la bandera española del Castillo de los Tres Reyes Magos del Morro en La Habana. 71
Capítulo 4º
Para aquel joven de 21 años, de rostro atenazado por el sol de Castilla y vestido escrupulosamente con el glorioso uniforme de soldado de infantería en cuyas bocamangas brillaban como dos brillantes luceros las estrellas de Alférez, el 10 de julio del año 1883 iba a ser uno de los más importantes de su vida. Mucho había dudado durante aquella primavera de 1879 sobre qué destino darle a su azarosa vida. Y muchas las razones por las que elegir el ejército como la mejor solución de cara a un futuro tan incierto como en su pueblo se le presentaba. Después de haber dejado su ciudad y su familia a la edad de 17 años y haber ingresado en la Academia de Infantería de Toledo siguiendo los pasos de sus laureados familiares, había conseguido alcanzar el primer objetivo de lo que iba a ser una carrera militar llena de gloria, pero también de peligros, incertidumbres y heridas de guerra. Su tío el general Ramón Ciria y Grases fue director del Colegio Militar, no sé si coincidieron en el tiempo, y compañeros de curso fueron Primo de Rivera y Berenguer, tal vez también Sanjurjo. La Academia de Infantería (ACINF) es un centro de formación militar del Ejército de Tierra español situado en la localidad de Toledo. El centro se encarga de ofrecer formación básica, especialización y formación de oficiales, suboficiales y tropa del Arma de Infantería.
En Toledo, donde la Historia sale a nuestro encuentro a cada paso, la Academia nace en el año 1846, aunque con la denominación de Colegio General Militar, la Academia de Infantería, que al día de hoy se ha integrado plenamente en la ciudad. El 17 de octubre de 1875, tras haber sido trasladada temporalmente a Madrid, se instaló en el Alcázar de Toledo. Desapareció en 1882 al ser absorbida por la recién creada 72
Academia General Militar, pero volvió a constituirse como Academia de Infantería cuando la Academia General Militar fue disuelta en 1893. Entre los alumnos más destacados de la Academia de Infantería durante los primeros años del siglo XX, etapa en la que era coronel director José Villalba Riquelme se encuentran los que serían los máximos jefes militares de los ejércitos enfrentados en la Guerra Civil Española: Francisco Franco, Generalísimo del Ejército sublevado y Vicente Rojo Lluch, Jefe del Estado Mayor Central del Ejército Popular de la República. Tras la creación de la Academia General Militar en 1927, la Academia de Infantería se convierte en Academia de Aplicación de Infantería. Disuelta la Academia General Militar en 1931, la Academia de Infantería se fusiona con las Academias de Caballería y de Intendencia. En octubre de 1939, terminada la Guerra Civil, la Dirección General de Enseñanza Militar restablece las Academias especiales de las Armas. El primer director en la nueva etapa sería el Coronel de Infantería habilitado Santiago Amado Lóriga. En 1974 la Academia se fusionó con la Escuela de Aplicación y Tiro de Infantería, que tenía su sede en Madrid, al igual que lo hicieran las demás Academias de las armas con las respectivas Escuelas de Aplicación. La sede histórica del Alcázar de Toledo ya había sufrido un incendio en 1887 y resultó completamente destruida durante la Guerra Civil. Al acabar la guerra, la Academia de Infantería estuvo instalada provisionalmente en Zaragoza, en el edificio de la Academia General Militar, y en Guadalajara, en la sede de la Fundación de San Diego de Alcalá. A partir del curso 1948–1949 regresó a Toledo, a un edificio de nueva construcción, obra de los ingenieros militares Teniente Coronel Manuel Carrasco Cadenas, Teniente Coronel Arturo Ureña Escario y Teniente Coronel Julio Hernández García. El edificio, de estilo neorrenacentista, armoniza bien con el Alcázar, situado justo en frente.3 El nuevo oficial, con 21 años y muchas ilusiones puestas en su carrera, es destinado a la capital de la Baja Extremadura, Badajoz, ciudad a la que llega el 1 de septiembre de 1883, cuando todavía la ciudad no se ha recuperado de las convulsiones producidas por el pronunciamiento republicano que pocos días antes ha tenido lugar. _________________ 3.- Notas sacadas de Isabel Sánchez, José Luis. La Academia de Infantería de Toledo, 1991.
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La intentona, el levantamiento de casi toda la guarnición y numerosos civiles, fracasó estrepitosamente por falta de coordinación con el resto de las guarniciones comprometidas con el ilustre prócer Ruiz Zorrilla. Después de dos días de controlar la población, visto el nulo apoyo recibido del exterior y con la amenaza de las fuerzas lealistas que se aproximaban, toda la fuerza rebelde se adentran en Portugal donde deponen sus armas. En Badajoz no hubo el más mínimo desorden, ni víctima alguna, durante el pronunciamiento. El joven Neila va destinado en primer lugar al Regimiento de Infantería Covadonga nº 41; el levantamiento y posterior exilio había dejado esta unidad prácticamente en cuadro y el día 20 de ese mismo mes pasa al Regimiento Granada nº 34 que acudió a ocupar la plaza. En diciembre de 1883, el día 17, entra en la ciudad el Regimiento de Infantería de línea Castilla nº 16 “El Héroe” haciéndose cargo inmediatamente del control de la ciudad.
Seminario de San Atón, en la plaza de San Francisco, Badajoz, utilizado como cuartel de Infantería
Normalizada la situación abandonan la ciudad las fuerzas que en ella se asentaban y queda este último Regimiento como único destino para la plaza. Neila se incorpora al Regimiento Castilla el 4 de diciembre de 1884. Durante los siguientes once años la vida de guarnición envuelve al joven oficial. Es la calma que precede a la tempestad. Los conflictos todavía no alcanzan niveles preocupantes, la vida cuartelera es rutinaria y no hay ocasión de ascensos extraordinarios. 74
Para un hombre joven como él, que soñaba con las glorias guerreras que con tanta pasión se contaban en su casa en los crudos inviernos al calor de la chimenea familiar, podemos comprender que en más de una ocasión y en la soledad de su cuchitril cuartelero, se le pasara por la cabeza la peregrina y desafortunada idea de que se había equivocado de profesión. Ni siquiera su ascenso al grado de Teniente, por R. O. de 14 de octubre de 1887, podrá calmar sus sueños guerreros y entra en un estado de decaimiento que le llevará a solicitar la baja por enfermedad y volver por unos meses a tomar fuerzas en Santa Marta, su pueblo de nacimiento.
El rápido crecimiento de la ciudad de Badajoz hizo que los antiguos cuarteles fueran reemplazados por nuevas y modernas instalaciones como lo fue el Cuartel de Menacho, hoy también desaparecido
Por su hoja de servicios sabemos que en 1885 realiza un curso de tirador que supera con la calificación de “bueno”; en 1886 pasa con licencia por enfermo a su localidad natal por un período de dos meses; en febrero de 1887 pasa con su unidad destacado a Cáceres y en octubre de ese mismo año asciende a Teniente; nuevamente es destinado al Regimiento Castilla; en 1889 le son concedidos otros dos meses de licencia médica para Santa Marta; en 1882 es uno de los oficiales de la “compañía de honores” que cumplimenta, en Valencia de Alcántara, a los reyes de Portugal en su visita oficial a nuestro país. Parece que su vida militar va a cambiar cuando por R. O. de 22 del mes noviembre (B.O. nº 257) de 1892 fue destinado en su empleo al distrito de Filipinas, aunque posteriormente se anula la orden y permanece en la ciudad en expectación de embarque hasta finales de año. En los dos años siguientes, bastante desilusionado, se traslada, siempre con su Regimiento, a Cáceres y Ciudad Rodrigo para 75
efectuar diversos servicios relacionados con destacamentos en la frontera. Todas sus angustias y sus ansias de aventuras militares quedan cubiertas cuando por R. O. de 18 de mayo de 1895 (B. O. nº 109) fue destinado al distrito de Cuba, embarcando en el Puerto de Cádiz a bordo del vapor correo Ciudad de Cádiz, el día 31 del mismo mes, arribando en el puerto de La Habana el 15 de junio, siendo destinado por disposición del Excmo. Sr. Capitán General del Distrito con fecha 18 y oficio de la subinspección nº 724 de 20 del mismo mes al primer Batallón del Regimiento de Infantería Tarragona nº 67, al que se incorporó el 1º de julio en la Plaza de Puerto Príncipe, donde quedó prestando servicio de operaciones y en emboscadas.
Otra bella imagen del convento de San Francisco, donde estuvo enclavado el Regimiento Castilla nº 16, antes de ser traslado al Cuartel de Menacho y ser éste derribado para hacer la amplia y concurrida plaza de San Francisco (se sacó de los terrenos de la huerta conventual) en el centro de la capital pacense.
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Capítulo 5
Durante los 18 días que el nuevo soldado Eloy Gonzalo aguantó como pudo el mareo en las lúgubres entrañas del vapor León XIII, tuvo tiempo suficiente para repasar lo que había sido hasta esos momentos su vida y sobre el destino que le esperaba en tierras desconocidas y peligrosas como eran las colonias españolas en el Atlántico, toda vez que las noticias que de ellas llegaban a la península y que se infiltraban entre los muros de su prisión vallisoletana, denunciaban cómo los errores políticos de unos gobiernos incapaces de comprender la realidad social, política y económica de unos territorios que hacía mucho tiempo habían perdido la confianza en la metrópoli. ¿Pero qué pensaba de la Guerra de Cuba la inmensa mayoría, los que no podían hacerse oír, los que costeaban la guerra con su sangre y su dinero? Aun ateniéndonos a los grupos políticos organizados, sería preciso tener en cuenta las evoluciones que, desde el principio de la guerra, en febrero de 1895, hasta la derrota de Santiago el 3 de julio de 1898, imponen los acontecimientos y particularmente la intervención de los Estados Unidos, que levanta una amplia oleada de nacionalismo. Los partidarios de la guerra a ultranza, en un principio sobre todo los conservadores, son los que, por conservadurismo cerrado o porque tienen intereses en la Isla (v. gr., Romero Robledo,...) o porque están relacionados de un modo u otro con el partido español cubano, la Unión Constitucional, quedan aferrados a las recetas del colonialismo asimilacionista. Son, poco más o menos, los que hicieron caducar en 1893 la, sin embargo tímida, reforma descentralizadora de Maura, que a la sazón hubiera satisfecho algunos sectores de la burguesía criolla agrupada en el Partido Liberal Autonomista. Son los que, muy lógicamente, apoyan a Weyler cuando reemplaza a Martínez Campos a fines de 1895 y aplauden sus métodos radicales. Lo que cabe subrayar es que, cuando se ve claramente que los insurrectos piden la independencia de la Isla, la mayoría de los que combatían el status quo defendido por los colonialistas a la antigua, y que abogaban por la autonomía, consideran que la guerra es necesaria para mantener la “integridad de la patria”. A partir de entonces, con respecto a la guerra, hay sólo diferencia de matices entre los ultraconservadores y los demás, incluso los republicanos; sin que se borren los antagonismos entre los varios grupos políticos, el común denominador entre todos es la necesidad de conservar la unidad indestructible entre España y América. 77
Innumerables declaraciones sobre dicha unidad se podrían sacar de la prensa republicana; por ejemplo, en La Publicidad del 28 de marzo de 1896 leemos la siguiente nota de la Unión Republicana, firmada por Salmerón, Azcárate, Pedregal, Blasco Ibáñez, Labra, Esquerdo: “Es de interés supremo el mantener a toda costa y sin reserva la integridad de la patria”. Este criterio, que en nada difiere del de Cánovas, que declaraba el mismo año que el conflicto “es una guerra de conservación de nuestro territorio, es una guerra de integridad de la Patria”, es también el de Castelar, más opuesto aun que los demás republicanos a la concesión de libertades a las “provincias de Ultramar”. Sin embargo, el mismo año Castelar define su posición de una manera menos épica y más al nivel de las circunstancias: “Entreguemos a los hijos de ambas Antillas toda la parte del gobierno que pueda corresponderles en la democracia más amplia, sin detrimento de la integridad nacional”. Si la primera cláusula no fuera tan ambigua, muy digna del gran tribuno, la frase podría resumir la posición de la mayoría de los republicanos: conceder todas las libertades que se pueda, pero sin perjudicar la “integridad de la patria”. En cuanto al Partido Republicano Progresista de Ruiz Zorrilla, no se queda en zaga, ni mucho menos, como revela la muestra que sacamos entre muchas, de El País cuando era todavía el órgano del partido: Sagasta es «un reformador liberal, capaz de curar la terrible llaga del separatismo cubano con unos proyectos inoportunos y en esta sazón antipatrióticos»... También los intelectuales españoles toman partido sobre el conflicto de los territorios de ultramar: “No hay diferencia ninguna entre las gentes de El País y las de El Correo Español”, periódico carlista, exclama Unamuno, que añade: “Con esto de las guerras de las colonias, ha salido a lo exterior el espíritu reaccionario que llevan escondido los republicanos más turbulentos”. El caso más significativo de esta “salida del espíritu reaccionario”, bien escondido hasta aquí bajo el manto de la retórica obrerista, revolucionaria y hasta socialista, lo ofrece El Progreso cuyo director es Alejandro Lerroux a partir del 31 de octubre de 1897, y que cuenta entre sus redactores al joven anarquista intelectual Martínez Ruiz. De una actitud antimilitarista y antibélica pasa brutalmente, después de la declaración de guerra con los EE. UU., a una postura ultranacionalista, increpando al pueblo americano que “presta sus fuerzas y su aliento a las hordas separatistas”. Weyler es considerado como el posible salvador de España; y se eleva con violencia contra tal medida. 78
En resumidas cuentas, se ve que entre los que no quieren conceder nada en la Isla y mantener el status quo, y los que abogan por reformas y hasta por la autonomía, hay un punto común: mantener la integridad de la Patria y salvaguardar el honor de España; así para un amplio sector político, que parece abarcar todas las capas de la burguesía, la guerra contra el separatismo es una necesidad que no se puede poner en tela de juicio, aunque haya diferencias sobre la manera de conducirla y de terminarla. La conclusión que se impone, y que podría explicar el olvido ulterior, es que las campañas lanzadas contra la guerra desde El Socialista, de Madrid, o La Lucha de Clases, de Bilbao, no encontraron eco suficiente en el país. Lo que salta a la vista cuando se lee el conjunto de los escritos socialistas relativos a la cuestión colonial, es la ignorancia casi absoluta de la realidad revolucionaria cubana, y pasa lo mismo en toda la prensa española. Parece que las únicas fuentes de información son los partes militares o las declaraciones oficiales. La existencia del Partido Revolucionario Cubano, el nombre de José Martí, son totalmente desconocidos, y eso tanto en la prensa socialista como en los artículos de Clarín. P. Iglesias alude, a principios de 1897, a “las aspiraciones muy legítimas de los habitantes de Cuba” y a la necesidad de “concluir la paz a todo trance con los habitantes de la Isla; la vaguedad de la alusión a “los habitantes de la Isla” deja suponer que no se sabe quién lucha allá, y cuáles son las reivindicaciones del pueblo cubano. Esta ignorancia de ciertos aspectos de la realidad cubana da al conjunto de los textos socialistas sobre la guerra un carácter más bien teórico, más patente aun en los artículos de Unamuno, los cuales en su conjunto vienen a ser más un brillante requisitorio marxista contra la guerra en general que una denuncia precisa de las causas del conflicto cubano. Partiendo del fundamental principio marxista según el cual las causas hondas de las guerras son de tipo económico, Unamuno procede esencialmente por deducción, lo que da lugar a muy exactas y brillantes demostraciones, siempre que se mantienen un punto encima de las realidades concretas y circunstanciales: véase, por ejemplo, el análisis de las relaciones entre deuda pública y patriotismo, en La Lucha..., 9 de mayo de 1896 (O. C., 601-602) y 26 de octubre de 1985 (O. C., 541-542). Pero también es evidente que el no integrar en la demostración ciertos elementos de la realidad cubana, que, al parecer, no conoce, le conduce a veces a conclusiones si no equivocadas, por lo menos incompletas. Un solo ejemplo: en febrero de 1897, nota que por todas 79
partes se grita: “¡paz, paz, paz!”; y explica que si “ahora se pide paz es porque está ya hecho el negocio de la guerra”. Por una parte, los sindicatos de los azucareros norteamericanos que proporcionaban la mayor parte del dinero a los insurrectos han conseguido su objeto: la destrucción de la cosecha de la Isla y “una vez logrado el interés de su negocio, la continuación de la guerra es una pérdida para ellos”. Por otra parte, también en la metrópoli “ha resultado el negocio”, porque merced a la guerra, “ha aumentado la deuda pública, y, por consiguiente, los tenedores de ella: Una vez colocado el patriótico empréstito; una vez redondeados los negocios de las comillas, […]; una vez enrarecidos los brazos y puestos fuera del mercado los hombres que estorbaban; […]; una vez encauzado todo esto, no se oye sino gritar: ¡Paz, paz, paz!
Al parecer, según Unamuno, en febrero de 1897, la guerra ya no tiene razones objetivas para continuar, pues en todos los sectores “ha dado su negocio”. Ya vemos –y dicho sea de paso– los peligros de una práctica meramente deductiva del marxismo, cuando no considera todos los aspectos de la realidad. Además, la óptica exclusivamente económica en la que Unamuno sitúa su argumentación, le conduce a poner en el mismo plano el honor nacional español y la independencia que piden los cubanos: son “monsergas” que ocultan “el negocio de la guerra” (Ibid.). Sin llegar a tanto, el hecho de considerar la guerra exclusivamente como la lucha de intereses de dos burguesías explica la poca diferencia que el Partido Socialista hace entre la autonomía y la independencia, ya que el verdadero problema, incluso en Cuba, es el de la lucha entre explotadores y explotados. Lo que importa ante todo y cuanto antes es, para P. Iglesias, poner fin a la guerra, concediendo la independencia si la autonomía no tiene eficacia para producir la paz; pues, “terminado de un modo o de otro la cuestión que allí preocupa al elemento burgués, y que distrae la atención de aquellos trabajadores, quedará despejado el terreno para que en Cuba se plantee abiertamente lo que existe en los demás países: la lucha entre asalariantes y asalariados...” Lo que ignora el Partido Socialista Español es que exista un Partido Revolucionario Cubano, que la lucha de clases ha 80
empezado allá, y que no todos los trabajadores de Cuba se dejan engañar por la burguesía isleña. Entre la autonomía, y la independencia, no es del todo exacto decir que el Partido Socialista se muestra indiferente. Está claro que preferiría la solución autonomista (¿Falta de conocimiento de la realidad cubana, otra vez? ¿Peso de la opinión pública? ¿Resabios de patriotismo?...): “lo que desea [el pueblo trabajador] ardientemente es que cesen las hostilidades en Cuba, aunque para ello se reconozca la independencia de la isla”. De todas maneras, el Partido Socialista parece pensar que para Cuba es una cuestión secundaria, ya que “en lo fundamental –en la cuestión económica” los Estados Unidos tienen seguro el mercado “con la independencia de la Isla”. Paralelamente a su lucha contra la guerra –conflicto entre dos grupos capitalistas–, la base de la propaganda del Partido Socialista es la denuncia de la injusticia que permite a los ricos redimirse del servicio militar. El tema “o todos o ninguno” de la campaña mantenida durante toda la guerra, parece, en cierto modo, contradictorio con la lucha por la paz, y en lo absoluto, lo es; pero en la medida en que las fuerzas de oposición a la guerra no son suficientes, ni mucho menos, para imponer la paz, el insistir sobre la suprema injusticia que manda a la manigua únicamente a los hijos de los trabajadores, debe de tener singular impacto en la conciencia del pueblo, a no ser que, y es lo más probable, la lucha por la igualdad ante las obligaciones militares sea impuesta por las masas obreras. La cuestión fundamental a la que quisiéramos dar clara respuesta es la de saber cuál fue la opinión de las masas populares sobre la guerra. El tema requeriría investigaciones precisas a nivel de la prensa regional y nacional. Lo cierto es que hubo manifestaciones callejeras de oposición a la guerra. Fernández Almagro señala, que en Zaragoza, Barcelona, Valencia, Logroño, el descontento popular se exteriorizó “en franca protesta contra el envío de tropas a Cuba y contra la redención en metálicos. ¡Que vayan los ricos también!, clamaban las mujeres...” Varios autores coetáneos señalan la impopularidad de la guerra. Royo Villanova escribía en 1899: “La nación no quería la guerra. La campaña de Cuba no fue nunca popular [...] no se hubieran lanzado a la calle, las mujeres de Zaragoza protestando contra los embarques”. Según Macias Picavea, la guerra desde el principio al fin “ha sido impopular, rotundamente impopular”. Nos dice que en todas partes ha encontrado la misma condena: “que la guerra de Cuba era un desastre; que los insurrectos tenían la razon (sic); que la isla debía venderse a todo trance...” 81
Uno de los intelectuales españoles que más se destaca en sus artículos sobre la Guerra de Cuba, es Leopoldo Alas Clarín, cuya principal fuente de información es la prensa que cada día consulta Alas en el Casino de Oviedo; pero también observa cómo vive las consecuencias de la guerra la gente de su tierra, y particularmente la gente humilde del campo. Esta idea le llega tan hondo a Clarín, que la sociedad española le parece dividida en dos partes: los que van a Cuba y los que se quedan. Los primeros se llevan todas sus simpatías, porque son ellos únicamente los verdaderos patriotas. A veces, Clarín se deja arrastrar por su exaltación, hasta incurrir en contradicción con lo que ha dicho antes y con lo que dirá unos cuantos días después. El 7 de julio de 1896, afirma que sólo en la apariencia va el pueblo a morir a Cuba en forma pasiva; en realidad va “por amor a España, porque la voluntad nacional quiere de veras, en serio, callada, elocuente con la sangre, defender nuestro dominio en Cuba”. Estos arranques algo poéticos que hacen implícitamente del pueblo el depositario de los valores auténticos de la raza, no están muy lejos de la concepción intrahistórica de Unamuno, y ya tienen ciertos acentos Machadianos. El pueblo da su sangre, pero también “acude en masa” con su dinero cuando El Imparcial organiza, en septiembre de 1896, una gran suscripción en favor de los heridos. Y Clarín, otra vez, se entusiasma al ver la “inagotable caridad” del pueblo: “no hay cosa más rica que el bolsillo de los pobres... que tienen grande el corazón”. Pero esta exaltación patriótica del pueblo, a veces se ve contradicha por los hechos, por ese “vulgo desengañado que declara, que no cree en idealismos y se alegra de que no aparezcan voluntarios”. Sentimos que el autor no nos revele qué sector social cubre, para él, la palabra “vulgo”; el hecho es que, ante su actuación negativa frente a la guerra, la fe de Clarín en la España honda vacila: tal vez España “no es la de siempre”. A principios, de 1898, cuando Segismundo Moret presenta el proyecto que concede, por fin, una verdadera autonomía a Cuba, alude 82
Clarín por primera, vez a la resistencia popular a la guerra. El país está ya cansado de la guerra, y “no quiere hacer más esfuerzos en grande”; hasta tal punto que la política de Moret es la “de los quintos que no quieren ir a Cuba; es la de las madres que no quieren que vayan”. Clarín nos revela aquí, a fines de 1897, indirectamente y casi a pesar suyo, que existía un movimiento de oposición popular a la guerra; pero ya sabemos que esta oposición se manifestó mucho antes. Verdad es que Clarín utiliza el hecho como un argumento más para pedir que los republicanos apoyen al ministerio Sagasta sobre la cuestión de la autonomía. Después de la derrota, cae en una visión más realista, pero cargada de un pesimismo que, en la escala sentimental, es el extremo opuesto de la exaltación de los años 1895–96: El pueblo se deja llevar a la guerra como se deja arruinar por los tributos, como se deja robar el sufragio, como se deja gobernar por la ineptitud y la inmoralidad: el pobre campesino que aguanta una abrumadora jerarquía de cacique, va a servir al rey, porque sí, porque el rebelarse es peor… El mísero recluta, el pobre siervo del terruño, discípulo in partibus de un maestro a quien el Ayuntamiento no paga, cuando coge el chopo, ni es un patriota ni es apenas una conciencia.
A finales de 1897, cuando está claro que, a pesar de la autonomía concedida, la guerra va a continuar, y más aun en el primer semestre de 1898 con la guerra con EE. UU., se hacen necesarios más y más recursos. Entonces Clarín propone que se decrete un impuesto directo, “no proporcional” sino “progresivo, limitado sobre utilidades”; este impuesto, sin arruinar a los ricos, permitiría repartir las cargas de manera más equitativa. Sería interesante ahondar el porqué de lo propuesto por Clarín: revelaría que, cuando el liberalismo carece del imprescindible sentido moral que lo justifica a los ojos de Clarín, se debe corregir por medidas autoritarias. Pero dicho impuesto, claro está no se ha instituido, y los ricos “no han renunciado a un día de puchero”. Frente a tal ineptitud moral, y con el frenesí patriótico que en él despierta la guerra con los Estados Unidos, Clarín se desata con suma violencia. En esta cuestión de la guerra, como en otras, la Iglesia española da la espalda a lo que ha de ser su misión; y Clarín, durante toda su vida, ha luchado contra esa Iglesia que se ha olvidado del Evangelio, se ha hecho institución, y desconoce la tolerancia y la caridad del corazón. Es obvio que sobre este punto, como sobre todos los evocados en esta parte, hubiera mucho más que decir si el enfoque no se hiciera sólo a partir del problema cubano.
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Pero la guerra que para Clarín es la necesaria respuesta al separatismo, como vamos a ver, pone de relieve los vicios latentes de una sociedad corrompida por un sistema político y social que ha institucionalizado la inmoralidad. Hay que repetirlo, en efecto, el criterio de Clarín es ante todo ético; nunca pone en tela de juicio la sociedad liberal, pero ésta exige de todos sus componentes, tanto a nivel político como económico, tanto a nivel social como religioso, sentido de las responsabilidades, conciencia del bien público, o sea, comunión en un ideal colectivo de todas las conciencias morales individuales. Cabe analizar, ahora de modo explícito, la posición de Leopoldo Alas frente al problema cubano. «Cuba es España»; para Clarín es un hecho y un derecho incuestionable, afirmado y repetido desde el principio de la guerra, hasta la derrota y... aun después. En eso, el criterio de Clarín no se aparta de la línea general del republicanismo español, y está muy cerca de la posición de Castelar, pero si el gran tribuno, su «jefe político», defiende muy tímidamente su punto de vista, lo que le vale cierto reproche velado por parte de Clarín éste, con la sinceridad que le caracteriza; no teme luchar abiertamente por lo que considera la verdad y la justicia; y la verdad y la justicia le imponen decir ciertas cosas que van en contra de la política oficial y en contra de ciertas tendencias que dominan en la opinión pública, como ya se deduce del estudio anterior.
Para Clarín hay razones objetivas para afirmar que “Cuba es España”, aun cuando el lema encierre para él indudable carga sentimental; ante todo, Cuba está poblada de españoles: los cubanos “somos nosotros mismos, son –somos– los Pérez, Fernández, González, castizos que fueron –fuimos– a Cuba hace cuarenta, doscientos, trescientos años”. Cuba es, pues, una provincia española, como Cataluña o Asturias, “un pedazo de la península que tenemos allende el Atlántica”, y la historia ha consagrado “el derecho de España a la soberanía de sus dominios”. Durante la guerra de la Independencia toda la Nación luchaba, porque “teníamos derecho a la independencia”, pero “los cubanos no lo tienen”, como no lo tenían los catalanes cuando emprendieron su guerra separatista, ya que Cuba, como Cataluña, es una provincia española. Los insurrectos son, para Clarín, españoles extraviados que “cometen un crimen de leso patriotismo no queriendo ser españoles”. Y al respecto, distingue dos categorías: por una parte, “los que pueden ser cuerpos extraños que, luchando por la independencia de Cuba, pretenden sencillamente robarnos un pedazo del territorio”, y por otra “los que son tan españoles como nosotros, aunque extraviados por la locura del separatismo”. ¿Pero qué son esos “cuerpos extraños”? ¿Quiere decir Clarín 84
que hay injerencia extranjera? ¿Se alude con esa expresión a los exiliados cubanos (entre los cuales figura José Martí hasta 1895) a quienes, tal vez, la prensa personal oficial designa así por razones de propaganda? La segunda hipótesis es la más plausible; y en tal caso, esta mentira produce efecto, ya que para el mismo Clarín, los “no españoles que se metan en nuestra lucha actual son sencillamente ladrones” y “con los ladrones, con los infames, no se transige”; entonces viene justificada una guerra a ultranza contra los que son enemigos de España. Lo que dejaría pensar que Clarín ha sido engañado por cierta propaganda es que, después de noviembre de 1895, no vuelve a distinguir dos categorías de insurrectos. Hasta, y es muy de subrayar porque no lo repite, al hablar de “las relaciones de los insurrectos con gran parte del pueblo cubano”, reconoce, casi a media palabra, como se ve, que la insurrección recibe apoyo de la mayoría del pueblo de la Isla. Pero ya desde aquella fecha de 1895, y sin conceder importancia a esos “cuerpos extraños”, considera que la guerra de Cuba es una guerra civil, como lo era la guerra de Cataluña, “aunque era separatista”. Desde luego, se equivocan gravemente “cuantos predican el exterminio del enemigo, y quieren que se le coloque poco menos que fuera del derecho de gente”. Clarín dice eso en noviembre de 1895, y en febrero de 1897 nos revela que, en la prensa cubana y en el mismo periódico en que tal escribía, en el Heraldo, se atacó esta idea de guerra civil “como antipatriótica”. Se entiende que los partidarios de la guerra a ultranza, y los que piensan que el honor nacional exige una victoria total de las armas españolas, consideren antipatriótica la idea defendida por Clarín, y de manera firme y constante durante toda la guerra. En efecto, si los cubanos son españoles, la primera consecuencia que se deduce atañe a la manera de conducir la guerra: “el sistema del terror, lo de la guerra con la guerra exclusivamente” es una monstruosidad, siendo los cubanos españoles también. Es una condena vigorosa de los métodos radicales y sangrientos de Weyler: “la sangre española, aun la insurrecta, debe economizarse cuanto se pueda”. Compárese, por ejemplo, con las declaraciones del republicano revolucionario Alejandro Lerroux sobre las 85
“hordas separatistas” o las de El País, según el cual la opinión espera de Weyler “medidas salvadoras y radicales” (18-V-1896). La segunda consecuencia es que se debe siempre buscar el final de la guerra por la transacción, que nunca podrá ser deshonrosa para España, ya que son españoles los cubanos. Así se explica que, a fines de 1895, se adhiera a Martínez Campos, a pesar de la poca simpatía que le tiene “al general de las corazonadas”, cuando éste afirma que desea la paz, “una paz digna de España, honrosa, compatible con el incólume derecho de la patria”, y que apoye sin reserva el decreto elaborado por Moret y que, por fin, el 25 de noviembre de 1897, concede verdadera autonomía, aunque teme que sea demasiado tarde: “es probable que la guerra siga a pesar de la autonomía”. Ya, desde 1895, Clarín se afirma claramente partidario de la autonomía, o mejor “de la autarquía para Cuba, lo que el progreso exige a la larga o a la corta”. Pero, ¿qué entiende por autarquía? Es de suponer que quiere decir que Cuba debe tener libertad total en materia económica y comercial. Clarín debe de repetir aquí un concepto difundido en la prensa, –tal vez– a propósito del problema catalán, pero sin sentido claro aplicado a Cuba. En 1897 exclama, desafiando al Partido Constitucional: “Cuba será española aunque se le deje la autonomía, y, lo que importa más, la autarquía más completa”. Porque si Cuba se ha lanzado a la “locura separatista”, es por culpa de los egoísmos conjugados de los reaccionarios de allá y de acá. En 1895, cita una frase de Bentham que le parece resumir todo el error de la política colonial tradicional: “La palabra de madre–patria ha creado muchas preocupaciones y muchos falsos razonamientos en todas las cuestiones sobre las colonias y las metrópolis. Se imponían deberes a las colonias y se les imponían delitos, todos igualmente fundados en la metáfora de su dependencia filial”. Y Clarín comenta: “Sí, ese es el error; los cubanos no son nuestros hijos, son nuestros hermanos”. No lo entienden así muchos incondicionales, entre los cuales los miembros de Partido Constitucional y la mayoría de los conservadores españoles, para quienes “Cuba no es España sino de España”, o sea, un dominio español, que es de los españoles de acá, y para los españoles de acá”. Todos entienden por integridad de la patria las ventajas que “sacan los indianos de que se considere a Cuba como país conquistado”. La culpa del conflicto la tienen pues, para Clarín, los políticos reaccionarios, y particularmente Cánovas, ese Bismark pour rire, que “ya está chocho”, y a quien combatió Clarín durante toda su vida de periodista, 86
porque además del nulo talento que le reconoce, le considera en gran parte responsable del sistema corrompido que gangrena el cuerpo de la nación. Clarín cree firmemente que si, en vez de “gobernantes caducos, de ánimo despótico y reaccionario, y en vez de incondicionales que quieren conservar privilegios y canteras de oro”, hubieran actuado “políticos liberales de veras, almas caritativas capaces de ver, en los habitantes naturales de un territorio español, españoles como nosotros, otro sesgo hubiera tomado el conflicto cubano hace mucho tiempo”. A principios de 1897, piensa que es posible una solución que ponga fin a la guerra, con tal que “liberales de veras” (que podrían llamarse Castelar, Moret...) sustituyan a los conservadores, ya que ellos podrían entenderse con “la parte civilizada y no criminal de los insurrectos”, o sea con los miembros, del Partido Liberal Autonomista, a quienes en otra parte designa como la “parte inteligente y honrada de los insurrectos”. Después de Cavite, afirma otra vez que si España está en un callejón sin salida, la culpa la tienen los políticos reaccionarios, pues está convencido de que, si “España fuera una República con un hombre de garantía a la cabeza, Castelar supongamos, nuestras cuestiones con los insurrectos, y aun con los yankees, hubieran tomado sesgo muy diferente”. Así, a nivel retórico, la concepción de Clarín coincide con la ideología de la burguesía liberal; en realidad, hay cierta discontinuidad entre el idealismo de Clarín y las fuerzas reales, de naturaleza económica, que, en última instancia, sustentan ese ideal, y nuestro autor puede aparecer como un intelectual integrado que no quiere ver todas las implicaciones que supone su integración en la pequeña burguesía. Antes de que estalle la guerra con los EE. UU., Clarín se da clara cuenta de la potencia real del adversario, y combate la campaña patriotera de la mayoría de la prensa, que engaña otra vez peligrosamente a la opinión pública. Varias veces ridiculiza el burlesco furor bélico de los españoles: “Para reducir a cenizas a Nueva York, ¡Oh!, españoles, necesitabais haber sudado mucho oro, trabajando todo un siglo”. Sabe que la guerra con la potente república sería un suicidio para España; y denuncia por loca la fórmula “hasta el último hombre; hasta la última peseta”.
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La primera experiencia que vive el soldado Eloy Gonzalo en tierras cubanas, una vez que atraca el viejo barco, será ingresar en el hospital militar para curarse de un brote de sarna agudo, como consecuencia del hacinamiento de soldados en sus poco cómodas y lúgubres bodegas, la falta de oficio de unos hombres que era la primera vez en su vida que se subían a un barco y que durante toda la travesía se la pasaban vomitando, a lo que hay que sumar las malas condiciones de salubridad del buque León XIII, de la Compañía Trasatlántica, que hacía regularmente la travesía del Atlántico como buque correo de vapor. Cuando recuperado vuelve al servicio, el 28 de abril de 1896 es destinado a Cascorro, donde el 1 de agosto se encontrará por primera vez con don Francisco Neila, cuando este oficial recibe el mando de los fuertes de Cascorro y la orden de asegurar su defensa.
En 1986 fue comprado por la compañía Trasatlántica y rebautizado con el nombre de León XIII
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Capítulo 6
También el teniente Francisco Neila Ciria había sufrido las consecuencias de su inexperiencia en viajes marineros, cuando embarcó en el vapor correo Ciudad de Cádiz, de la ciudad gaditana, el 31 de mayo de 1895. Hombre de la España interior, había conocido la mar en unas vacaciones juveniles, junto a sus padres, como premio a sus buenas notas en el instituto, y se había bañado muy plácidamente en las playas de Nuestra Señora de Regla, en Chipiona.
Vista de la Iglesia parroquial de Santa Marta de los Barros (Badajoz)
Sin embargo, a los oficiales se les permitía en los transportes marítimos privilegios que no se le permitían a la tropa, entre las que estaban el poder estar en cubierta el tiempo que quisieran y dormir en camarotes muy cerca de la misma, y no en las bodegas, junto a las calderas, donde el aire se enrarecía a las pocas horas de la travesía y la limpieza de los dormitorios era algo bastante deficiente por no decir inexistente. Sabemos, por las declaraciones de algunos soldados que embarcaron con el teniente Neila que éste era un oficial muy preocupado por sus hombres y que durante los dieciséis días que duró la travesía hasta el puerto de La Habana (15 de junio), procuró que la tropa estuviera lo más cómoda posible y que los suministros de comida, agua y tabaco fuera lo más abundante posible, dadas las precariedades de los dineros disponibles en estos casos, así como de que la disciplina fuera lo menos severa posible. En los días que duró el viaje por mar, en más de una ocasión comió con la 89
tropa, muchos de los cuales, fechas más tarde serían soldados a sus órdenes en Cascorro, y solicitó al servicio médico las mayores atenciones con aquellos que lo necesitaran, que no fueron pocos. En cuanto llegó a Cuba ingresó en el servicio activo, para pasar a finales de julio a la Guerrilla del 2º Batallón del mismo Regimiento, por disposición del Excmo. Sr. Capitán General del Distrito de fecha 18 del citado mes, incorporándose a la misma en el Ingenio “El Lugareño”, siguiendo en operaciones hasta el 19 de octubre en que con toda la fuerza de la guerrilla regresó a Puerto Príncipe y el 21 salió formando parte de la columna mandada por el General de Brigada Don Emilio Serrano Altamira conduciendo un comboy para los poblados de Sibanien, Cascorro y Guaimaro, hallándose el 26 del mismo en los encuentros tenidos con el enemigo en la alturas del Salado y Arroyo Hondo. Si en más de una ocasión, como hemos indicado anteriormente, Francisco Neila había soñado con un ejército de acción, en los pocos días que llevaba en la Isla de Cuba pudo resarcirse ampliamente y de manera harto peligrosa de los años de aburrimiento y abulia en los cuarteles peninsulares. La revuelta de los amotinados había comenzado el 24 de febrero del año en que el teniente Neila llega a la Isla, como consecuencia del llamado Grito de Baire, y sus primeras acciones de guerra las pudo sufrir nada más llegar a su destino en el Regimiento de Infantería Tarragona nº 67 de guarnición en la provincia de Puerto Príncipe, actual Camagüey, lindando con Santiago de cuba, cuna del movimiento independentista, pues los mambises sabían que esta zona de la isla era paso obligado para extender la revolución y en ella se disputaron frecuentes y sangrientos combates.
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En la Cuba rebelde se fueron creando poderosas agrupaciones de mambises (guerrilleros), bien abastecidos por buques corsarios procedentes de las costas de Florida y Alabama, que acosaban sin tregua a los ejércitos coloniales. Los ejes de la resistencia española se extendían a lo largo de las trochas (senderos que cortaban el territorio), apoyados en una retícula de blocaos. El director de estas defensas era el general Valeriano Weyler, quien dirigía sus columnas con puño de hierro. Frente a él y con el mismo ardor guerrero estaban las fuerzas de Maceo, Gómez y García, quienes sostenían en Camagüey su implacable campaña circular, acciones de actividad concéntrica con las que acosaban a las rígidas líneas de bastiones españoles. En agosto de 1895 acude con un destacamento en ayuda del fuerte Ramblazo donde el sargento Manuel Domínguez y quince soldados resisten los ataques de los rebeldes que ven cómo sus compañeros llegan cuando ya todos esperaban e final de su enorme esfuerzo. Tres muertos y el resto de los asediados heridos los hacen acreedores a la Cruz de San Fernando. En octubre del mismo año, escolta un convoy para los poblados de Cascorro, Guaimaro y Sibanicú, siendo la primera vez que se acerca y entra en el lugar que poco tiempo después le dará la gloria a él y a sus hombres. Cuando llega la fecha del 27 de febrero de 1896, es decir: poco más de siete meses desde que puso el pie en tierras americanas y es ascendido al empleo de capitán (R. O. de 12 de febrero, D. O. nº 35, pág. 562) con la efectividad de 22 de enero, en su hoja de servicios figuran treinta y cuatro combates victoriosos con una fuerza muy inferior a la del enemigo. Entre este número tan considerable de hechos de armas podríamos entresacar algunos momentos gloriosos para los ejércitos españoles, pero a modo de ejemplo, vamos a señalar las acciones de los potreros Embeleso (dia 2), San Agustín (día 6), Caridad de Pimentel y México –los potreros podríamos compararlos con los cortijos extremeños o andaluces–, cuando el 7 de enero del 98 fueron atacados por fuerzas guerrilleras muy superiores a la compañía de la que formaba parte y se ve obligada a formar en cuadro como último recurso defensivo, después de hora y media de combate de los insurrectos, no consiguiendo vencer a los españoles y viéndose atacado por estos a la bayoneta poniéndolos en fuga, continuando en operaciones hasta el día 9 en que regresaron a Puerto Príncipe. Neila resulta herido pero no abandona la columna continuando la misión. Por esta acción será recompensado con la Cruz del Mérito Militar de 1ª clase con distintivo rojo (R. O. de 18 de mayo, D. O. nº 109, pág. 683), a la que hay que añadir la que por resolución del Excmo. Señor General en Jefe de 30 de junio le fue concedida por las operaciones practicadas y fuego sostenido contra los insurrectos de Sibanien, Tarmaguán San Miguel y otros, los días del 25 de 91
abril al 7 de mayo, siendo aprobada dicha concesión por R. O. de 2 de septiembre de 1896, D. O. nº 197, págs. 1014-1017. Podríamos decir, en un claro e indebido elogio panegírico, que el capitán Francisco Neila es un valiente que no conoce el miedo. Nada más alejado de la realidad. El miedo es para cualquier soldado que entra en combate el fiel de la balanza que le permite mantener el equilibrio y superar los momentos de pánico. Neila es solamente –y no es poco– un buen oficial que conoce muy bien su oficio y todo lo derivado de ello. Él sabe porqué y para qué está en la lucha. Como también sabe –y esto es y será muy importante durante toda su carrera militar– que conoce profundamente a sus soldados y suboficiales. Hombre culto y de buenas lecturas –en su casa de Santa Marta había una gran biblioteca hoy desgraciadamente desaparecida– era asiduo a hechos de guerra durante toda la Historia del hombre, de las que saca las conclusiones de que para ser un buen oficial tiene que haber una gran simbiosis entre ambos; que el soldado español, hombre temperamental y de gran arrojo y valentía cuando está motivado, es al mismo tiempo un mucho anárquico y rebelde al mando, necesitando del ejemplo del guía para culminar cualquier hecho de armas. También es conocedor de las circunstancias e injusticias en que han sido alistados muchos de los hombres que hoy combaten a su lado, por los que siente un gran respeto y admiración a la hora de combatir, sabiendo que carecen de cualquier tipo de experiencia y entrenamiento militar, y a los que intenta proteger con sus conocimientos militares en cualquiera de las continuas refriegas en las que diariamente participa. Es la prudencia y el arrojo personal del oficial lo que hace que la tropa le siga sin vacilación, sabiendo que en las buenas y en las malas, en los campos de batalla, comparte con ellos la gloria y reconoce el valor de sus hombres. Él será el que en muchas ocasiones proponga a aquellos que se han hecho merecedores en el campo de acción de una recompensa, y él será el que nombre e imponga los 92
galones o estrellas entre los suyos a sus futuros oficiales y suboficiales, haciendo una piña a la hora de combatir. Según Orden de la Plaza de Puerto Príncipe del 19 de marzo de 1896, será destinado a mandar interinamente la 1ª Guerrilla de Exploradores de Alfonso XIII, de la que se hará cargo el día 20 en dicha plaza, según oficio de la Subinspección del Arma nº 415 de 17 del referido mes, para dirigir a final del mismo y oficialmente el 4º Tercio de Guerrillas, continuando las operaciones que diariamente se le asignaban en defensa de los destacamentos. A finales de junio y por orden del Excmo. Sr. Capitán General del 15 del citado mes, sería destinado al 1er Batallón del Regimiento de Infantería María Cristina nº 63 (al que nos hemos referido y estudiado meticulosamente en otro capítulo por estar tan enraizado en la ciudad de Badajoz), continuando las mismas operaciones de apoyo y ayuda a los distintos fuertes. El día 29 de junio salió de Puerto Príncipe y el 31 de Minas, formando parte de la columna a las órdenes del General de Brigada Don Juan Godoy, escoltando un convoy para Cascorro y Guaimaro, hallándose el 1º de agosto en los encuentros tenidos con el enemigo en el río Arenillas y en el potrero La Marina, quedando el mismo día de Comandante de Armas en Cascorro, donde fue sería hostilizado diferente veces por grupos insurrectos hasta el 22 de septiembre que, iniciado un vivo fuego de cañón y fusilería por numerosas fuerzas rebeldes reunidas del Oriente y del Camangüey capitaneados por el titulado Generalísimo Máximo Gómez y otros cabecillas de significación, sostuvo valiente y heroicamente la defensa del referido poblado contra los repetidos ataques dirigidos al mismo, no logrando el enemigo rendirlo, a pesar de las brechas abiertas en los Fortines que lo guarnecían, resistiendo 219 granadas que durante 13 días de cerco y asedio disparó la falange insurrecta hasta el 4 de octubre en que la proximidad de una columna al mando del General de División, Don Adolfo Jiménez Castellanos, obligó a los insurrectos a levantar precipitadamente el sitio, continuando en el mismo destacamento.4 Este hecho, uno más de los gloriosos hechos de armas sostenidos por los soldados españoles en tierras americanas será recordado para la Historia como el Sitio de Cascorro, donde se vivieron acciones de guerra y de compañerismo como nunca se han descrito por cronista alguno. _______________ 4.- Hoja de Servicios del Ministerio de Guerra correspondiente al General de Brigada Don Francisco Neila y Ciria.
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Capítulo 7
El fortín denominado Cascorro estaba situado a unos 63 kilómetros al Este de Camagüey, en la confluencia del río homónimo y el curso de su hermano el río Sol. La posición se componía de tres fuertes, denominados Principal, Gracia y de La Iglesia; enlazados por unas trincheras. La guarnición la formaban lo 170 hombres del Primer Batallón del Regimiento de María Cristina nº 63, bajo el mando del capitán Francisco Neila y Ciria y entre los que se encontraban muchos soldados cuyos nombres y hazañas han llegado hasta nosotros y que hoy, como un homenaje a su heroísmo, vamos nosotros a ponerles nombre.
Cascorro era un villorrio de unos 400 habitantes, en el que había un par de tiendas que abastecían a los campesinos del entorno con ropa, cacerolas conservas, etc. Los guajiros acudían a vender al vecindario (y a la guarnición española) quesos, leche y carne de vaca. Había cuatro o cinco casonas de piedra, con cubierta de buena teja; y el resto era bohíos de madera con techo de guano. Los habitantes tomaban el agua de media docena de pozos y en el río Cascorro. La evacuación de aguas sucias y residuos domésticos era dejada a la discreción de cada cual, lo que asombró a los aventureros estadounidenses que lucharon en aquella guerra: nunca comprendieron la dejadez de cubanos y españoles en cuestiones de higiene. Desde un año antes el perímetro del pueblo estaba cercado por una alambrada. Los españoles vigilaban el entrar y el salir de los guajiros, aunque con un control poco estricto. La guarnición llevaba una vida tranquila, sin otro cuidado que el de no alejarse demasiado del caserío. Nunca patrullaban los alrededores, y sólo a veces se producía algún tiroteo con un mambí borracho. 94
Puerto Príncipe (hoy Camagüey) era la capital de la provincia, en la que residían unos 40000 de los 80000 habitantes de la provincia. Era el centro de un inmenso vacío de potreros y pastizales, con sólo unos pocos ingenios de azúcar y campos de maíz. Los españoles no la dominaban; los insurrectos tampoco. Aquéllos se limitaban a mantener guarniciones a lo largo del ferrocarril de Nuevitas y sobre el Camino Real que conducía a Ciego de Ávila, por el oeste, y a Las Tunas por el este. También ocupaban Santa Cruz del Sur, en el litoral del Caribe.
Camagüey era un oasis de paz en medio de una isla en llamas: tanto en Oriente (Santiago de Cuba) como en las provincias occidentales (Las Villas, Matanzas, Habana y Pinar del Río) se libraba una guerra implacable. Pero en Camangüey ambos bandos contemporizaban. Las habilidades del gobernador, general Adolfo Jiménez Castellanos, un montillano casado con una camagüeyana y muy querido en Puerto Príncipe, no eran ajenas a esta componenda. Ninguna tropa española patrullaba el interior de la provincia. Las operaciones de Castellanos se reducían a abastecer las guarniciones aisladas, lo que hacía con convoyes enormes, de 50 a 60 carretas y medio millar de bueyes. La escolta era también formidable: dos o tres batallones, algunos escuadrones de caballería y guerrilleros, y un par de cañones. El trayecto a Cascorro y la inmediata Guaimaro (a 15 km al sudeste) costaba tres días de marcha y tiroteos esporádicos. Sabían que si estaban bien organizados, eran invencibles. A finales de mayo, Máximo Gómez regresó de Las Villas, dispuesto a activar las operaciones. El “Generalísimo” Gómez y su gente atravesaron la Trocha por la zona de los manglares y ciénagas que se extiende entre Morón y la Laguna Blanca. Aún no estaban construidas las alambradas y blocaos que harían también infranqueable aquel lugar. 95
Durante los tres meses que siguieron, “Chino Viejo” Gómez recorrió Camagüey y Oriente como un torbellino: destituyó a los prefectos timoratos, ahorcó a varios comerciantes y guajiros, fusiló a algún “plateado” (propietario rico) y puso cepo a todos los “majases”. El estado de gracia en que vivía la provincia se desvaneció; nadie tenía derecho a permanecer al margen de lo que aquel personaje atroz consideraba como “guerra total”. El 16 de agosto, el “Dauntless”, uno de los buques filibusteros más activos durante toda la guerra, desembarcó cerca de Nuevitas, 35 hombres, un cañón Hotchkiss de 12 libras y 500 proyectiles, además de 2500 fusiles y 850000 cartuchos. Entre los expedicionarios figuraban tres aventureros americanos y dos ingleses, que iban a convertirse en los primeros artilleros de la República de Cuba. El cañón, de los llamados de dinamita, suponía un salto cualitativo importante en la estrategia del “Generalísimo”. Hasta entonces, los mambises carecían de capacidad para tomar ninguna ciudad o fortín, salvo que contaran con complicidades en el interior. Los tiroteaban esporádicamente, pero corriendo riesgos: los guerrilleros acostumbraban a emboscarles. Ahora, con el Hotchkiss, podrían expurgar los fuertes y ciudades aisladas. Antes que nada, para abastecerse en ellos, Cascorro era el objetivo más cercano y asequible. O así lo creía “Chino Viejo”. Su inexperiencia le causaría una mala trastada: la plaza estaba bien defendida. Desde la Guerra Larga contaba con una tradición heroica. Entonces la rodearon de seis pequeños fortines, especie de garitones de 4 x 4 metros, como el llamado Palmarito, junto a las escuelas. Por tres veces habían intentado tomarla los mambises, sin lograrlo. En marzo de 1894 lo pretendió, a título casi individual, el teniente coronel Miguel Maceo, el más cabezota de los hermanos del “Titán de Bronce”. Cayó muerto ante el fuerte principal cuando lo atacó al galope, sin otro apoyo que una docena de insurrectos. Una hazaña inútil, muy propia de la familia Maceo. En 1896 la guarnición la formaban 170 soldados del Regimiento María Cristina n.º 63, que ocupaban tres reductos: el cuartel, la iglesia parroquial, que hacía de hospital, y la taberna de un tal García, dueño también de un tejar cercano. Los tres edificios, de sólida piedra, distaban
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entre sí unos 500 metros y se comunicaban por una red de trincheras protegidas con alambradas.
El cuartel era el reducto más importante, con un grueso muro de mampostería, de 70 metros de longitud, reforzado con un parapeto de sacos terreros. Entre éste y el muro los soldados habían cabado un foso que albergaba un centenar de hombre y el almacén de víveres y munición. Quedaban pocos vecinos en el poblado. La mayoría habían marchado a Puerto Príncipe o al campo. Al conocer que se aproximaba “Chino Viejo” escaparon los más, por temor a las represalias. Entre los que permanecieron guardando su patrimonio, había una docena de españoles, dueños de las tiendas, con sus familias y dependientes, también peninsulares. El almacén de telas, vinos y loza de los hermanos Manuel y José Fernández Cabrea sería el escenario de la hazaña de uno de los soldados que componían dicha guarnición a las órdenes del capitán Neila: Eloy Gonzalo. Decíamos anteriormente, que muchos de los nombres de los soldados de aquella gesta heroica han quedado reflejados en los distintos partes de guerra y crónicas periodísticas. Además del ya mencionado Eloy Gonzalo, que pasaría a la Historia popular como el “Héroe de Cascorro”, quien se había prestado voluntariamente a romper el cerco incendiando una casa ocupada por el enemigo, y como creyese segura su muerte, mandó le atasen una cuerda para que tirando de ella sus compañeros impidieran que el enemigo profanase el cadáver, figuran nombre tan importantes o más que este héroe popular, tales como el burgalés Ruperto Martín Sanz, natural del Barbadillo del Mercado, de 20 años, quien había salido unos meses antes del puerto de Santander, a bordo del Montevideo, junto con otros 5000 inexpertos soldados de levas, Mariano Gómez Hiniesto, de Navalmorales, 97
Toledo, quien en el fragor de la contienda, viendo a un compañero enloquecido por un fuerte golpe en la cabeza, no dudó en salir a cuerpo descubierto a rescatarlo y regresar con él sanos y salvos a las trincheras; Carlos Perier, primer teniente ascendido al empleo inmediato por su heroico comportamiento durante el sitio. Cuando más apretado estaba el cerco, y los rebeldes hacían mucho daño al poblado desde unas casas próximas que acababan de tomar, el teniente Perier, al frente de veinte hombres salió de uno de los fuertes e incendió la casa, desalojando de ella al enemigo; Luis García Muñoz segundo teniente de Infantería, ascendido al empleo inmediato por su bravura y resistencia ante los repetidos ataques de los mambises. El Teniente García Muñoz era comandante del fuerte García, de Cascorro, y lo defendió heroicamente, resistiendo el incesante fuego de cañón y de fusiles que hacían los insurrectos; Carlos Clement, de Algemesí, Valencia, uno de los heroicos soldados que mandaba el capitán Neila. Una de las granadas disparadas por los rebeldes hirió en la cabeza a un soldado, que enloquecido, instantáneamente, impedía con sus actos la defensa ordenada del caserío. El soldado Carlos Clement fue quién, echando sobre sus hombros al soldado herido y loco, lo llevó a lugar seguro bajo el fuego mortífero de los rebeldes; Teniente Rodríguez: era jefe del destacamento que guarnecía uno de los fuertes de Cascorro, y resistió el asedio hasta que el general Jiménez Caballeros logró levantar el cerco. El teniente Rodríguez, ya ascendido a capitán, siguió guarneciendo dicho fuerte, y resistió el segundo asedio de Cascorro; Francisco Cutilla Perea, de Abanilla, Murcia, quien moriría de viejo con el grado de teniente, así como los soldados del mismo pueblo Joaquín Martínez Tenza, Juan Rubira Ruiz y José Ramírez Marco, muertos en acciones de combate en Cuba. Gómez pensaba tomar la plaza de forma fulminante. Contaba con la sorpresa que iba a dar el Hotchkiss. Éste funcionaba como un mortero actual: lanzaba cartuchos de dinamita a más de 500 metros, mediante la deflagración de una pequeña carga de pólvora lenta. Era de poco peso y fácil de transportar. Tenía el montaje sobre ruedas y un solo mulo era suficiente para tirar de él. Pero se encabritaba a cada disparo y, además del peligro que corrían los artilleros, éstos tenían que volver el cañón a suposición, trabajosamente, en cada ocasión.5 __________________________
5.- Notas tomadas de El héroe de Cascorro, de Santiago Perinat.
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Capítulo 8
Los ánimos de aquel soldado no eran los más adecuados para la dura misión a la que iban a ser destinados en cuanto llegaran a su destino en tierras americanas. Eloy Gonzalo sabía que el haber aceptado ser enrolado en el ejército que luchaba en Cuba, era la forma más rápida y sencilla de terminar con todas sus miserias e infortunios. No buscaba la muerte, pero tampoco la vida que había llevado hasta esos momentos le atraía lo suficiente como para estar contento con su suerte. Desde la cárcel en Valladolid hasta el puerto de La Coruña había hecho el camino como si fuera un vil asesino, pues una fuerte escolta militar le acompañaba. Toda la travesía en aquel incómodo barco de vapor, la suciedad de sus cochambrosas bodegas donde los soldados dormían hacinados como borregos, la absoluta falta de higiene, la mala comida y el abusivo trato de los oficiales y suboficiales que los mandaban, ponía un punto de reflexión en la clarividente sesera de aquel forzado recluta que durante meses había soñado con la ansiada libertad y que esperaba la menor ocasión para conseguirla o morir en el intento. Con otros muchos voluntarios o reclutas forzosos obligados a salir de los campos españoles, se embarca el 22 de noviembre a bordo del vapor León XIII, rumbo a La Habana. Los soldados no aguantan el vaivén de las olas y vomitan todo cuanto han comido en los mismos camarotes donde duermen o descansan, toda vez que se les tiene prohibido salir a cubierta más que en las horas de la anochecida, por lo que el ambiente que se respira dentro del barco es infernal y no hay forma de remediarlo. En los diecisiete días de travesía, muchos hombres perderán el sentido, enflaquecerán a consecuencia de no aguantar sus organismos la bazofia que le dan por comida, ni soportar el agua contaminada de las cubas, teniendo que ser mal atendido por los servicios médicos que le acompañan. La llegada a las islas Canarias y el repostar de nueva y limpias aguas parece que alivia un poco lo que ya parecía un mal endémico. Eloy Gonzalo, más acostumbrado a los malos hábitos en los suministros del ejército, donde ha servido unos años y se ha ganado el empleo de cabo, ahora anulado, parece que aguanta mejor que sus 99
compañeros las arremetidas del mar y la falta de unas condiciones mínimas de supervivencia para unos hombres que, seguramente, van a morir en cuanto toquen tierra y se enfrenten con un enemigo mejor pertrechado y experimentados en estas lides. Mira con un poco de falta de consideración a aquellos muchachos que aún llevan las señales del sol de los campos de sus tierras, pero entiende que su primer objetivo es su propia supervivencia, por lo que trata de pasar inadvertido entre aquel amasijo informe de hombres que no saben el porqué se les ha sacado de su entorno y se les ha separado de sus familias, cuando muchos de ellos acaban de salir hace poco tiempo de la primera juventud. Cae en la depresión cuando nada más llegar a tierra y en la primera revisión médica, antes de ser enviado a su primer destino, le diagnostican un brote agudo de sarna que le llevará por unos días al hospital, rememorando una vez más su mala suerte, y el día 28 es destinado a Cascorro, donde conocerá por primera vez al capitán Neila, su superior y más tarde partícipe directo de su gloriosa aventura. El fuerte de Cascorro, como los dos restantes que formaban la defensa del poblado, estaba siendo atacado día y noche y durante meses por los mambises, y hasta esos momentos había sido un enclave irreductible e insultante para los mandos rebeldes. Eloy se incorporó al Regimiento y desde el primer día participó de forma valerosa en los distintos enfrentamientos con que a diario tenían que vérsela las fuerzas españolas siempre al mando del capitán extremeño. El grado de tensión que sufrían los acosados era tal, que Eloy Gonzalo, en una carta mandada a un amigo suyo del pueblo de Chapinería le comenta: lo de Cascorro no es para contarlo por escrito y hacer alarde de lo que allí pasó. No te puedes figurar lo que es, siempre pegando tiros, y ya cae un amigo, ya el compañero, en fin, desde que Dios amanece hasta que anochece, estamos confesados… La defensa de Cascorro por parte del capitán Neila y sus hombres será motivo de admiración desde el primer momento por parte de los asaltantes y el día 7 de noviembre de 1896 el capitán Neila había respondido con un exabrupto a la invitación del Generalísimo Máximo Gómez de que se rindiese. También el coronel cubano Bernabé Boza, en
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Mi diario de Campaña, le trata con respeto, cuando dice que: éste fue el verdadero héroe y no Eloy. Las fuerzas enemigas, los sitiadores, cuenta el periodista Fermín Valdés Domínguez en Diario de un soldado, formaban el Tercer Cuerpo del Ejército, pomposo nombre para una institución pintoresca, tenía sólo 182 soldados. Y también un “Generalísimo”, un mayor general, una docena de generales y brigadieres, medio centenar de coroneles y tenientes coroneles, además de los capitanes, que eran un buen puñado, a los que había que sumar a los asistentes, a la gente de impedimenta (muleros, cocineros y guajiros movilizados) y a los escoltas de cada general: rara vez eran menos de 30 hombres, los mejor armados de todos. Tampoco incluyó la multitud de pacíficos armados que acudieron con sus prefectos, para transportar el cañón Hotchkiss de nueva adquisición por parte de las tropas rebeldes, así como la munición, y que quedaron luego como escoltas. Unos y otros sumaban 800 mambises. Aunque los partes españoles señalan unos 5000 sitiadores, esa cantidad era imposible, porque no habrían podido alimentarse en la manigua y bohíos cercanos. “Chino Viejo” obviaba cualquier aparato logístico. Sus hombres tenían que buscarse la comida en el tiempo libre que le dejaba el servicio de las armas. Lo que suponía enormes batidas en busca de boniatos, yuca, malanga, etc. Y caza, pero sin disparos: la munición era tan escasa que no hacían ni tiro ni instrucción. El 20 de septiembre Funston y el general Javier de la Vega se arrastraron ante Cascorro para estudiar el asalto. Vega fue la verdadera alma del sitio. Era Jefe del Estado Mayor de Gómez, pero no un incondicional suyo. Hombre aguerrido y honesto, siempre fue tratado con respeto por sus propios correligionarios, aunque fuera camagüeyano, no muy bien visto por otros nativos. En la madrugada del 22 situaron el cañón en un emplazamiento incorrecto, de cara a machacar el fuerte García, pero los preparativos y la inexperiencia en el manejo del mismo pusieron en guardia a los españoles. A las seis de la mañana comenzó el tiroteo y el cañón hizo su primer disparo, haciendo que los habitantes de la casa García sintieran la desolación, al oir el fuerte estampido, pero pudieron comprobar que el disparo no había causado grandes desperfectos en las paredes de la casa, y tampoco los siguientes, aunque sí sobre los tejados, sin que causaran daños a los defensores. El 101
resultado del ataque fue que sólo 4 de los 57 disparos explosionaron y que, a la postre, el intercambio de disparos de fusil entre ambos bandos favoreció de una forma considerable a los españoles, más duchos y mejor equipados en sus defensas. Durante muchos días continuó el cerco a Cascorro y ni la llegada de nuevas tropas fueron capaces de avanzar en su conquista. El 25, el “Generalísimo” Gómez accede a enviar un parlamentario a Neila: una simple invitación a rendirse con todos los honores, tras las protocolarias loas a la bravura de los defensores. Los cubanos sabían que no tendría respuesta favorable, pero sentían que legitimaban su causa cumplir todo el ceremonial de la guerra. El “Generalísimo” era quien disfrutaba con aquellas pantomimas de sable, arma presentada y músicas marciales: era un histrión. El teniente Pedrito Gutiérrez solicitó ser el mensajero. Pidió prestado un caballo al general Vega; el suyo era un penco y no quería desmerecer ante el enemigo. Apenas asomó con su bandera blanca, recibió una rociada de balas: Vega no había ordenado alto el fuego. Gutiérrez se retiró y, al poco, volvió a intentarlo. Otra andanada de Máuser le dio la bienvenida: los mambises proseguían el fuego. Inopinadamente, un corneta español tocó alto el fuego. De la taberna salieron cinco hombres con el fusil listo. El teniente se acercó. Le hicieron desmontar y volverse de espaldas. Un sargento entrado en años le interrogó amistosamente: le había tomado por uno de los desertores andaluces que combatían en las filas de los mambises. Pedro saboreó un buen tabaco que le dio el otro. Alguien le llevó el mensaje al capitán Neila, quien astuto, comprobó si había noticias de las tropas de Castellanos: venía por la carretera de Guaimaro con dos cañones y carretas. Aun con este refuerzo (que no llegaría hasta el día 23 de octubre), los cubanos desesperaban de tomar la plaza. El día 27 el “comandante” Gutiérrez volvió a avanzar con su bandera blanca y otra misiva. Gómez recurría a la vieja astucia de desesperar a los sitiados: jamás les llegarían auxilios, porque de Puerto Príncipe habían partido tropas hacia Filipinas. Neila respondió que había aceptado al parlamentario en la creencia de que los cubanos se presentaban a indulto, acogiéndose a la generosidad de España. Y anunciaba que no toleraría ninguna bandera blanca más: Cascorro no se rendía. El sargento andaluz recomendó a Pedrito que se deshiciera de los artilleros americanos: no acertaban nunca ¡Todo un rosario de bravuconerías! Eloy Gonzalo seguía siendo un soldado distinto –o eso creía él– a todos aquellos palurdos pueblerinos que no sabían ni mantener el fusil entre sus manos. Su retraimiento y su falta de tacto habían hecho que los demás 102
compañeros se fueran apartando de él y tenerlo por un caso perdido de insolidaridad y ayuda mutua, tan necesaria en momentos de apuros como a cualquier hora se presentaba. Sin embargo, después de unos días de acciones de guerra de desgaste en aquellas selvas exuberantes y traicioneras, se dio cuenta de que aquellos a quien él criticaba, actuaban con una osadía y un desparpajo del que carecían los soldados profesionales, entre ellos él mismo. Su valentía ante lo desconocido les impulsaba a acciones de supervivencia desconocidas para aquellos que no estuvieran al tanto de sus ya acreditados ejemplos de disciplina y de generosidad frente al enemigo. El más claro ejemplo y el que le abrió los ojos sobre su estúpida postura con sus camaradas fue, cuando el soldado Carlos Clement, con quien había mantenido no hacía mucho tiempo agria disputa y le había reprochado su falta de prestancia con el uniforme llamándole destripaterrones, en unos de los enfrentamientos más duros con la guerrilla de mambises, al ver como un compañero quedaba herido y a merced del enemigo, saltó de la trinchera y con peligro de perder su vida ante los disparos que recibía de las casas cercanas, cargó a hombros al compañero necesitado de ayuda y lo recuperó sin el más mínimo rasguño. Fueron minutos de angustia, pero también de reflexión por parte del soldado Gonzalo, quien a partir de ese momento cambió radicalmente de actitud. Y también el momento de gloria para un hombre que estaba condenado a ser un completo desconocido. No sabemos si esto es verdad o leyenda, pero lo cierto es que en ese mismo combate nuestro hombre salió catapultado como uno de los héroes del sitio de Cascorro. Veamos cómo nos cuenta Juan Pando los combates de Cascorro: El 22 de septiembre, a las seis de la mañana, “y sin notarse antes señal que pudiera hacerlo suponer, rompió el enemigo el fuego de cañón contra los tres fuertes… Neila y los suyos habían quedado cercado por unos dos mil quinientos mambises, dirigidos por Máximo Gómez y Calixto García. Tres cañones modernos de 70 mm. empezaron a demoler las defensas de Cascorro. Neila pudo cursar varios despachos heliográficos: “Cascorro sitiado por grandes fuerzas enemigas”. El general Adolfo Jiménez Castellanos, jefe de la circunscripción de Puerto Príncipe, advertido del suceso, alista una columna de socorro 103
fuerte de 1800 hombres, 300 jinetes y artillería. Weyler autoriza la operación. Pero los cubanos, que preveían dicha maniobra, comienzan a hostigar con fiereza a los españoles. Los combates se encadenan: ocho en diez días. Y el avance vacila y al fin se detiene, entre el 4 y el 5 de octubre, no lejos de su objetivo. Cascorro parece perdido. Los cubanos han construido seis baterías, y han logrado ocupar primero una casa y luego otra, próximas al fuerte “Principal”, desde las que fusilan a los españoles. Las defensas lanzan un ataque por sorpresa, que lleva a cabo el teniente Perier con 25 de sus hombres, logrando desalojar a los mambises de la primera casa. Un total de 195 disparos de cañón han sido disparados sobre los fortines, y aunque sólo 35 de ellos han hecho blanco en su objetivo, éstos se encuentran medio reventados. El día 2 de octubre, los cubanos ponen en fuego otros dos cañones, y lanzan otros 19 cañonazos, de los que diez impactan en el fuerte “Gracia”, el más castigado. Pese a estos acosos, el número de bajas es mínimo: cuatro muertos, once heridos y seis contusos. Los enfermos sí forman legión: toda la guarnición está afectada por la disentería, hay bastantes casos de malaria y tifus, y no falta la insufrible sarna. Sólo persiste un alivio: la posesión del agua, que está cerca y se defiende a ultranza. Pero los víveres se han acabado, las municiones escasean, y, si se llega a la rendición, sólo queda esperar que los cubanos no hagan una degollina. Neila ha rechazado hasta cuatro intimidaciones por parte de Máximo Gómez: los días 25, 27 y 28 de septiembre. En el primero de esos mensajes, Gómez se dirigía así al capitán: “No necesitáis hacer mayores sacrificios. Vuestro valor y vuestra resistencia inspiran simpatía y respeto. Rendíos como queráis, que mi palabra responde de vuestro honor”. Y Neila contestó: “He admitido al parlamentario que me envía Vd. porque creí que, habiéndose desvanecido todas vuestras ilusiones de triunfar, y aprovechando la bondad de España, venís a acogeros al indulto. Nosotros no nos rendiremos nunca”. Gómez no ceja, y aporta copia de telegramas capturados a correos españoles, donde el ministro de Ultramar, Tomás Castellano, dice “no poder enviar refuerzos a Cuba, pues éstos hacen falta en Filipinas”. Y Gómez concluye, tajante: Somos vencedores, ríndase”. A lo que Neila responde: “Diga Vd. que no me envíen más recados, o haré fuego sobre el emisario”. Desde entonces se combate sin tregua. Una casa, la del hacendado Manuel Hernández, se ha convertido en un volcán de fusiles. Situada a cincuenta metros del fuerte “Principal”, es 104
una obsesión: o se conquista o acaba con la defensa de Cascorro. Neila reúne a sus hombres. Pero cuando está a punto de pedir voluntarios, un soldado, de complexión fuerte, se adelanta de entre las filas y dice estar convencido de poder cumplir el temerario empeño. Sólo pide una cosa: una larga cuerda atada a la cintura, porque “está seguro de morir” y anhela que sus compañeros rescaten su cadáver. Los españoles dicen que ante el incremento de los disparos provenientes de unas casuchas que se levantaban a unos 50 metros de donde se parapetaban los españoles y viendo el peligro que ello suponía para la integridad de los mismos, Eloy Gonzalo solicitó a su capitán permiso para intentar incendiar aquellas casas, pese a que tenía que salir a descubierto. No estuvo muy de acuerdo el capitán Neila sobre las intenciones de aquel soldado del que tenía malas referencias, pero la necesidad se hizo virtud y después de razonarle el peligro que corría si de verdad quería llevar adelante su alocada aventura, le dio permiso para intentarlo. Se nos sigue contando (en el parte del día del capitán Neila no aparece este hecho de guerra), que una vez aceptadas las condiciones del soldado para que se le suministrara la lata de 10 litros de petróleo; un fusil Máuser para su defensa y una antorcha, pidió, sabedor de que tenía muchas posibilidades de morir, le fuera atada una larga soga a la cintura con el fin de que sus compañeros pudieran rescatar su cadáver para que no fuera objeto de profanación: Al anochecer, Eloy se desliza, cuerpo a rastra, pasa las avanzadillas y se pierde en la maleza. Los defensores no ven nada. Del enemigo sólo se escuchan las conversaciones: las líneas están muy próximas. En los fuertes, donde se sabe el atrevido intento, se teme el fracaso. Y el persistente silencio parece confirma la muerte del voluntario, acuchillado por los centinelas enemigos. Sin embargo, la cuerda se mueve: el retador de los mambises está vivo. Una pequeña ascua aparece en medio de la negrura. De pronto, la marca rojiza describe un arco y cae en las tinieblas del campo sitiador. Un surtidor de llamas revienta. La casa enemiga es un infierno. Los gritos se mezclan con los disparos. La confusión hace de segundo incendio: los mambises se disparan entre sí. En los fuertes de Cascorro, los españoles vitorean a su héroe, sin verle. El teniente Perier se decide: reúne un grupo animoso –un cabo de su confianza y veinte 105
soldados–, y todos se lanzan a la acción. Encuentran a Eloy, en lucha cerrada con los mambises. Juntos dispersan a la partida de Larrosa, que acudía a la refriega. Todos regresan al fuerte, sanos y salvos. Un cabo de caballería, testigo de estos aprestos bélicos, los graba en su memoria: se llama Hermenegildo Álvaro Moreno y García. Doce años más tarde, sus familiares intentarán cambiar su personalidad por la de Eloy. Desmoralizados los cubanos, ceden el campo, que ocupan las tropas de Jiménez Castellanos. Es ya el 6 –el día 9 según algunos partes de operaciones– de octubre de 1896. Weyler felicita al capitán Neila, pero en su telegrama del 18 de octubre ni menciona al soldado Gonzalo García ni al teniente Perier. “Cascorro” se convierte en el referente de la guerra de Cuba, el icono de la pasión militar hispana. Pero el legítimo titular de esa gloria – según la leyenda– pasa a un plano tan secundario en la Administración, que apenas aparece en ella. La gloria oficial es para su capitán, quien reclamará la laureada para sí el 10 de noviembre de 1896. La condecoración le será concedida a Neila en La Habana, el 11 de marzo de 1898, y entregada tres meses después en Matanzas. Mientras tanto, el soldado de la tea recibía la Cruz de plata al Mérito Militar, “pensionada con 7,50 pesetas mensuales”. Neila recibirá el ascenso a comandante por méritos de guerra y una pensión de 375 pesetas anuales por su Laureada. A Neila, tal señal de valor le permitirá llegar a general en 1919. Perier figura entre “los distinguidos, los olvidados. El país, todavía bajo la rígida vara de Cánovas, quiere un héroe humilde, un caudillo por y para el pueblo. Pues ya lo tiene. Pero si todos saben que Eloy es un hijo de la Inclusa madrileña, poquísimos conocen que es un ex convicto. Nadie se atreve a divulgar tal hecho.6 Según lo que cuentan los guerrilleros mambises sobre este “hecho heróico”, es que el dependiente Ramón Fernández logró atajar el incendio derramando una barrica de vino encima, lo que contradice la versión de Boza. La prensa española también atribuyó a Eloy la captura de Leonardo Torres, que fue dado por muerto por los cubanos. De una nota de un diario cubano que tenemos en nuestro poder pero __________________ 6.- Juan Pando Despierto: Cascorro, “hombre” y estatua.
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del que carecemos de referencia y fecha, sacamos la siguiente noticia: Al regresar de Oriente el general en Jefe, tomó enérgicamente la ofensiva para obligar á las tropas españolas á salir de la ciudad de Puerto Príncipe y poder batirlas, atacó y puso sitio al pueblo de “Cascorro” que estaba fortificado y defendido por una guarnición de 170 soldados de línea al mando de un oficial. De resultas de esta operación, los españoles han forjado una novela y de un soldado de dicha guarnición, han hecho un héroe, inventando una hazaña que no realizó. La acción llevada á cabo por dicho soldado no tiene mérito ninguno; quemó una casa de donde hacía más de tres horas que se habían retirado los soldados y de la cual no salió un solo tiro para obligarlo á desistir de su propósito. Sin embargo, no será extraño le den por su imaginaria heroicidad una gran cruz, cuando al general Jiménez Castellanos le han dado la “gran cruz roja del mérito militar” por haberse dejado derrotar y haber huído de un enemigo ¡cinco veces menor en número…! El verdadero, el único, el legítimo héroe de Cascorro fué el oficial español Francisco Neila, jefe de aquella guarnición. Todos los honores que le tributen, todas las recompensas que le den, son pocas para premiar el valor, la energía y abnegación con que defendió la plaza á él confiada y que no tomamos por su heroísmo…7 La guerra de Cuba fue, en muchos momentos, una guerra de banderías difusas: había cubanos dentro de Cascorro a quienes no interesaba la causa que defendía Máximo Gómez, dominicano. Y muchos españoles combatían al lado de los mambises. Durante los mismos días de la lucha llegaron cuatro desertores procedentes de la Trocha. España trataba mal a sus hijos, que escapaban, antes que nada, para no morir de hambre. Sería un chorro de dos o tres deserciones diarias durante toda la guerra. Los insurrectos habían perdido la última oportunidad para tomar Cascorro. Y 500 cartuchos se habían mal tirados. Vega sólo pudo reponer a Valdés con 200. “Doce días cumplidos hoy de sitio, y con pocas diferencias estamos como el primer día” (Valdés) El día 4 de octubre llegó la orden de levantar el sitio: el general Castellanos venía por fin, pero desde Minas. Fue un momento de alegría y no sólo por la euforia que precede al combate: estaban todos agotados, _________________ 7.- Bernabé Boza: Mi diario de la guerra, desde Baire hasta la intervención americana (1858-1908).
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hambrientos y sucios. Los aguaceros no les habían perdonado un solo día. Y los mosquitos, ni una noche. Desde los fuertes les vieron partir y sonaron las burlas más feroces que nunca. Valdés miró hacia atrás y contempló, desafiante, la bandera española. Pero también la cubana a pocos metros y esto le consoló. Un destacamento quedaba de vigilancia. Se habían reunido 1500 mambises, según la estimación de Funston. Éste no supo impedir que Gómez agotara la munición del Horchkiss el día anterior. Sugirió reservar algunos proyectiles para castiga a la columna de Castellanos, pero el “Generalísimo” era de ideas fijas y tenía en aquel momento la de enviar el cañón bien lejos, para que no cayese en manos del enemigo. La columna española estaba formada por los batallones Tarragona y María Cristina, con el apoyo de dos escuadrones de caballería y otro de guerrilleros, y dos cañones Krupp de 75 mm. Total: 1800 soldados. El convoy lo formaban 60 carretas y más de 600 bueyes. Pero no era un convoy, era una tormenta. Cada 15 o 20 pasos los soldados se detenían y hacían una descarga cerrada contra el monte. Ningún mambí fue capaz de aguantar aquel huracán de plomo. Los que no echaron a correr fue porque no se atrevían a levantarse del suelo. Los hombres de Fernando Valdés, otro tanto. Éste perdió las gafas y el machete en la carretera, y no supo siquiera dónde encontrar su caballo. Castellanos permaneció en Cascorro hasta el 6 de octubre. Reforzó los fuertes y los repuso de víveres y munición. Emprendió el regreso al día siguiente. El “Generalísimo” preparó cuidadosamente las emboscadas, pero el español le preparó una tremenda jugarreta: salió por la carretera de Guaimaro, simulando ir a socorrer esta guarnición. No había andado mucho, cuando la columna española torció rumbo y marchó hacia San Miguel de Nuevitas, por un sendero paralelo de poco uso. Fue una fina faena: Gómez había llevado apresuradamente a sus hombres a copar el camino a Guaimaro, cuando se enteró que el enemigo se alejaba en dirección contraria. Su gente estaba agotada de hambre y no pudo seguir la andadura. Castellanos se les escapó sin otro incidente que un combate de retaguardia en El Desmayo. La acción de Cascorro tuvo una acogida favorable en la prensa española. Se hizo público que habían sido consumidos 18380 cartuchos de fusil en la defensa del pueblo, y 53411 en levantar el sitio. Pero causó pesimismo el que los insurrectos tuvieran artillería y dispararan 219 granadas contra los fuertes. Muchos militares se asombraron de que Neila no intentara ninguna salida, ni cuando tuvo el cañón de dinamita a 250 metros. También causó extrañeza la pasividad de Máximo Gómez. Y hubo 108
críticas, en fin, a la permisibilidad de Castellanos. Se instó a no dejar reposar al enemigo, como hacía Weyler en las demás provincias. Aquella forma de concebir la guerra no fue comprendida por muchos españoles. Y por ni uno solo de los cubanos.
En esta magnífica foto de los soldados que combatían en Cuba y Filipinas, podemos observar en sus caras y en sus enflaquecidos cuerpos el miedo y el hambre de unos hombres que fueron mandados a morir en circunstancias poco loables para los gobernantes españoles.
Naturalmente, también la prensa extremeña se haría eco de los acontecimientos bélicos desarrollados en Cuba. El resumen de la hazaña lo pone el Nuevo Diario de Badajoz en su publicación del 17 de octubre de ese año: El valiente capitán (sic) que mandaba la escasa guarnición que durante trece días ha defendido el poblado de Cascorro contra 5.000 (¿) insurrectos mandados por su generalísimo Máximo Gómez y su segundo Calixto García era D. Francisco Neila, natural de Santa Marta en esta provincia. El bravo Neila era teniente del Regimiento de Castilla y estaba destacado en Salamanca cuando se dio el “grito de Baire”, siendo uno de los primeros a quienes la suerte hizo machar a Cuba con los batallones peninsulares. Durante la campaña se ha distinguido notablemente por su arrojo en varias acciones en que ha tomado parte y la heroica defensa que ha hecho del poblado de Cascorro, y que más detalladamente verán nuestros lectores en las siguientes noticias telegráficas que tomamos de “El Imparcial”, acreditan a Paco Neila como uno de nuestros más bravos y heroicos oficiales, demostrando que es digno descendiente de los Cortés, Pizarro y tantos otros valerosos extremeños… 109
En La Habana se abrió una suscripción para premiar a Neila con un sable de honor, ya ascendido a Comandante y Jefe de Columna. Eloy y Mariano Gómez reciben premios en metálico, pues se supone –y con razón– que los soldados españoles son pobres y lo que necesitan es dinero y no cruces. La Junta Patriótica Española de la Guaira (Venezuela) le enviará a Eloy Gonzalo 210 pesos (duros) en plata, y Eloy firmará el oportuno recibí por esa suma el 14 de marzo de 1897. Y la Lonja de Víveres de la Habana le donará otros mil pesos –una fortuna para la época–, a la par que costeaba la Laureada para Neila, concedida por R. O. de de 16 de febrero de 1898, D. O. nº 36 página 804. Por R. O. de 20 de julio del mismo año (D. O. nº 161, página 403), se le concede la Cruz de 2ª clase del Mérito Militar con distintivo rojo, por las operaciones de campaña por la provincia de Matanzas, a donde había sido designado en operaciones de servicio de vigilancia de las costas y el de guarnición de la misma, hasta finales de año, ciudad en la que se mantendría hasta el día 7 de enero de 1899, en que con motivo de la repatriación, embarcó en el puerto de dicha capital a bordo del vapor alemán “Julda”, con rumbo a Cádiz, a donde llegó el día 20.
Los generales Sanjurjo, Berenguer y Neila, en África
Destinado en Zafra, por R. O. de 20 de marzo (D. O. nº 66), se le concede la Cruz sencilla de la Real y militar Orden de San Hermenegildo (la Real Placa de la misma Orden le sería concedida el 25 de octubre de 110
1911), con la antigüedad de 20 de julio, concediéndosele el empleo de teniente coronel de Infantería y destinado al Regimiento Castilla nº 16 en Badajoz. Después de algunos años destinados en Badajoz, pasa a dirigir la 1ª Brigada de Infantería en África, donde alcanzaría el grado de general de Brigada, para pasar después a Tenerife, donde permanecerá hasta que, enfermo, regrese a la península, para morir en su tierra extremeña.
Foto histórica de la guerra de África: marqués de Cavalcanti, Neila y Sanjurjo en la Comandancia General de Melilla, 1921
El héroe popular de Cascorro haría mal uso de su nuevo “estado de gracia”. Siguió en el servicio activo, operará con su compañía por tierras de la Habana, para luego trasladarse a Matanzas, donde se vio obligado a reingresar en el hospital. Es el 9 de junio. Eloy está seriamente enfermo. Murió el 17 de ese mismo mes de 1897. Según parte médico, que firma Benito A. de Lage, a las diez de la noche, por enterocolitis ulcerosa gangrenosa” De él también se dijo: Alguien vio con indiferencia al oscuro soldado y permitió que siguiera siendo un número en las filas de nuestro ejército y rodara en el torbellino de la guerra hasta morir en el oscuro rincón de un hospital. Eloy había vuelto a ser pobre de solemnidad. Le entierran en el cementerio de San Carlos, en un nicho sin número y sin lápida. Este triste destino de un hombre que ha sido proclamado héroe de Cascorro, llama la atención del marmolista de Cárdenas Carlos Huguet, quien decide hacerle una, lo cual comunicará a la Comandancia, pero las circunstancias por las que atraviesa la Guerra de Cuba después de la explosión del Mainer y la 111
entrada en el conflicto de los Estados Unidos, hacen que no pueda ponerse dicha lápida. Sin embargo, por decisión del General Blanco, dictada en Orden General del Ejército el 22 de noviembre de 1898, se ordena exhumar tres señales heroicas que no pueden quedar atrás: los restos de los generales José de Santocildes –muerto en Peralejos, en 1895, al evitar que Martínez Campos fuese hecho prisionero–; Joaquín Vara del Rey –el defensor de El Caney–; y el rompedor del asedio de Cascorro, Eloy Gonzalo García. El cuerpo de Eloy fue trasladado por ferrocarril desde la Quinta de los Molinos, en La Habana, donde le aguardaban una Comisión de Generales –Álvarez Chacón, Maroto, Ruis, Solano y Tejada–, “con una compañía sin armas pero con música, y un oficial y veinte hombres por cada uno de los Cuerpos existentes en la Plaza”; pasando al cementerio de Colón. Y en 27 de diciembre de 1898 los restos de los héroes eran desembarcados en Santander e introducidos “en el tren correo a Madrid”, a donde llegaron a las 8,30 horas del día siguiente.
Un jovencísimo Alfonso XIII con sus oficiales en Vila Viçosa, 1909. Es curioso que sitúen a Neila en el lugar de honor después de Alfonso XIII, al otro lado del anfitrión Manuel II. Izquierda Enrique Segura Otaño, marqués de Torrecilla, princesa Braganza, Reina viuda Dª Amelia de Orleans, Alfonso XIII, Manuel II, Francisco Neila.
A los cuerpos de los héroes esperaban, en la estación del Norte, algunos generales –Cordón, Villar y Villarino–, el hijo del brigadier Santocildes, la familia de Vara del Rey, el alcalde de la ciudad, Alberto 112
Aguilera y “un millar de curiosos”. A Eloy Gonzalo no lo esperaba nadie: era el héroe sin familia. Por eso sería el héroe del pueblo. De las cajas – tres, una de cinc, otra de plomo y una última de acero, se dijo que eran “de madera riquísima” cuando estaban revestidas de pasta de caoba. Habían sido adquiridas (según nuestras notas) en Nueva York y costado 300 pesos de oro. Los restos de los últimos de Cuba quedaron en depósito, al no haberse recibido a tiempo “las tres cajas de madera solicitadas” para depositar los cadáveres en “sarcófagos privilegiados”. El ayuntamiento madrileño, que había decidido erigir una estatua a Eloy Gonzalo, aceleró sus trabajos, pero estos derivaron hacia pronta parálisis, para desesperación del escultor Aniceto Marina (1866–1953). Gracias a la Maestranza de Artillería, que donó el bronce, se pudo terminar la obra.
El General Neila en la campaña de África, en el centro de la foto el marqués de Cavalcanti junto a una infanta.
¿Qué hay de verdad y cuánto de leyenda en toda esta historia que les venimos contando sobre las heroicidades de un soldado en el sitio de Cascorro? Nosotros, queriendo agradar a todos aquellos que creen firmemente la historia contada del bravo soldado, hemos recogido todos aquellos datos que nos han parecido importantes a la hora de ensalzar la figura del soldado Eloy Gonzalo. Pero mucho más importante nos parece el parte oficial emitido por el mismo capitán Neila referente a la defensa del poblado, y publicado en la Revista de Historia Militar, Madrid, nº 57, de 1984, página 117: …en la madrugada del treinta se posesionaron, con gran sigilo, de la casa que, a cincuenta metros del fuerte principal, posee don Manuel Fernández en la que residían los vecinos que quedaban del 113
poblado y desde la que, con aspilleras que abrieron, hacían nutrido fuego al referido fuerte e imposibilitaban su comunicación con los demás, por lo que se intentó quemar dicha casa por medio de botellas de petróleo que no dieron resultado, visto la cual se presentó voluntario el soldado Eloy Gonzalo García para dar fuego a aquella con tal de que lo atasen con una cuerda para tirar de él y no quedar en poder del enemigo en caso de morir, pero como el incendio tomase poco incremento, dispuse la salida del Primer teniente don Carlos Perier con un Cabo y veinte soldados quienes, tomada la casa y dispersado el enemigo, hicieron prisionero al paisano Leonardo Torres… En la guarnición ha habido cuatro muertos, once heridos y seis contusos, según relación que se acompaña. Durante el asedio, en que toda al fuerza ha dado relevantes pruebas de disciplina, valor y resistencia, se han distinguido: El primer Teniente don Carlos Perier que, secundando mis órdenes y ayudándome en todo, hizo las dos salidas de referencia; los primeros y segundos don Silverio Rodríguez y don Julio Muñoz que en sus fuertes han rivalizado en energía y acierto. Los Sargentos José López, Juan Marín y Gregorio Tropel que han secundado con acierto a los Comandantes de sus respectivos fuertes. Merecen especial mención por su comportamiento el Cabo Agustín Madagán Guerrero, que siendo furriel, no descuidó un momento el suministro de toda la fuerza estando casi constantemente en la trinchera tomando parte en la primera salida, así como el soldado Eloy Gonzalo García, quién, además del hecho que arriba se menciona, fue voluntario en las dos salidas de referencia…
Neila al frente de sus hombres en una acción de guerra. En la segunda caseta, 13 de agosto 1921.
Como se verá por este escueto escrito oficial, dicta mucho la cruda realidad de unos hechos que se producían a diario, con el relato novelesco con el que le ha querido magnificar la gesta de Eloy Gonzalo. 114
En contraposición de tan altos honores a un hombre que luchó (vamos a considerarlo así) bravamente en Cuba, están los que se le rindieron al verdadero héroe de aquella contienda: el General Neila. Natural de Santa Marta de los Barros, Badajoz, en donde tenía su familia, allí llevó vida de guarnición, placentera y siempre ascendente por años de antigüedad. Ascendido a brigadier, los trágicos sucesos de Melilla de 1921 le arrastraron hacia África, como jefe de la 1ª Brigada de Infantería. Neila asistió a aquel célebre Consejo de Guerra del 6 de agosto, en Melilla, donde se decidió que la columna de Navarro quedase abandonada a su suerte. Debió costarle lo suyo participar de esa decisión, penosamente unánime, al ser él un hombre con fama de resistente.
Don Francisco Neila y su esposa Cándida en edad madura, seguramente en su casa de Badajoz, (c/ Arco Agüero)
Agotado por una larguísima campaña, fue nombrado segundo jefe del Gobierno Militar de Tenerife, a donde llegó en octubre de 1922. En precarias condiciones de salud, solicita dos meses de licencia en la Península, y a poco de regresar fallecería en Badajoz el 9 de diciembre de 1923. La prensa apenas se ocupó de su óbito. Casi nadie sabía que su Laureada era la de Cascorro. Para finalizar estos apuntes, vamos a recuperar la noticia de su muerte aparecida en el Noticiero Extremeño, del martes 11 de diciembre de 1923. Ha muerto Don Francisco Neila. Desde que se conoció en la capital 115
la triste noticia del fallecimiento del laureado general D. Francisco Neila, un sentimiento grande se exteriorizó entre las muchísimas personas que querían y admiraban al heroico jefe, que siempre gozó de tanto prestigio entre nosotros. Las autoridades y personalidades de la capital desfilaron por la casa mortuoria, testimoniando su sentimiento a la familia del finado. Desde mucho tiempo antes de ser sacado de la casa mortuoria el cadáver, el público se estacionó en la calle Arco Agüero para presenciar el paso del cortejo fúnebre. Al pasar el féretro por San Juan la multitud llenaba todo el espacio de la plaza y sus alrededores. Abría la marcha el clero Catedral con cruz alzada; Seguían el féretro; el cadáver iba encerrado en una rica caja adornada con bronces y exornada con terciopelo labrado; el féretro fue conducido a hombros por soldados de ametralladoras y paisanos, recordando, entre otros, a don José Díaz, D. Pedro Rodríguez y don Juan Toro. Las cintas eran llevadas por amigos íntimos del finado, figurando entre ellos el comandante D. Juan Ignacio Medina Togores, el alcalde de Santa Marta, D. Juan Bueno, el concejal y representante del Círculo de Cascorro del citado pueblo, don Antonio González y D. Tomás González representante de la Cámara Agrícola. Sobre la caja iba colocad una magnífica corona, de flores naturales, que ofreció el Ayuntamiento de esta capital. Presidían el duelo los sobrinos del finado, capitán D. José Rebollo Neila, D. Manuel Neila y otros parientes. En la representación oficial figuraban el gobernador militar accidental señor López Cerezo, el alcalde accidental D. Antonio del Solar, el provisor de la diócesis en representación del Cabildo Catedral, D. José Velardos Parejo y algunos jefes de la guarnición. También asistieron al entierro representaciones de la Audiencia, Instituto, Ateneo, Cámara de Comercio y otras muchas personas. Seguía un numerosísimo acompañamiento.
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Para tributar los honores al cadáver, según disponen las Ordenanzas, asistió al sepelio un batallón del Regimiento Castilla con bandera arrollada y corbata negra, escuadra, banda de música, y un escuadrón del regimiento de Villarrobledo con estandarte. Todas las fuerzas iban mandadas por el señor coronel del regimiento de Castilla D. Juan Urbano, mientras que al mando de las fuerzas de Caballería iba un teniente coronel. Después del batallón de Castilla marchaba una camioneta Ford del regimiento de Gravelinas arreglada a carroza fúnebre y capilla sencilla, con Cristo grande por dentro, servida por la agencia funeraria dl Sr. Correa. En la camioneta iban colocadas cuatro magníficas coronas: una en la parte posterior, regalada por el Ayuntamiento de Santa Marta con la siguiente dedicatoria: “El ayuntamiento de Santa Marta a su hijo predilecto”. Dos en la parte de la izquierda, de los jefes y oficiales de la guarnición y del comandante de Infantería de Castilla D. D. Juan Ignacio Medina Togores, llevando, respectivamente, las siguientes inscripciones: “Los jefes y oficiales de la brigada y Zona a su querido General”. “Al más bueno de los hombres y heroico general Neila su ex ayudante Juan Medina Togores”. La corona de la derecha, donada por el Círculo Cascorro de Santa Marta llevaba esta dedicatoria: “El Círculo de Cascorro a su presidente honorario”. Al llegar la comitiva fúnebre a la capilla de San Sebastián se colocó a la puerta el féretro y, después de cantar un responso el clero, las tropas desfilaron ante el cadáver. Después se despidió el duelo. Fuerzas del regimiento de Castilla se dirigieron al baluarte de San Vicente, en la muralla, haciendo tres descargas, según corresponde a los generales de división y está dispuesto en las Ordenanzas en el artículo 48, título 5º, tratado 3º, de conformidad con el artículo 2º del reglamento de 5 de julio de 1920. Terminados los actos oficiales en Badajoz, el cadáver fue trasladado a Santa Marta, su pueblo natal. Desde mucho antes de las tres de la tarde, 117
hora en que estaba anunciado llegaría a este pueblo el cadáver del heroico general Neila, un inmenso gentío había salido a más de dos kilómetros para esperarlo, al frente del cual se encontraban las autoridades y la banda de música que había de acompañar al entierro. A la entrada del pueblo se encontraba todo el vecindario en masa, el clero y representaciones de todas las asociaciones religiosas y civiles con estandartes y banderas. Una vez organizada la comitiva se dirigió a la iglesia principal, donde se rezó un responso que fue escuchado con religioso silencio. Poco tiempo después fue trasladado el cadáver al Círculo Cascorro donde sus socios esperaban al fúnebre cortejo con velas encendidas. El salón de fiesta de esta sociedad había sido convertido en capilla ardiente y en él fue depositado el féretro, cantándose otro responso por el alma del valiente General. Terminada que fue esta ceremonia religiosa desfilaron antes el cadáver los niños y niñas de las escuelas, arrojando flores y, por último, ante las insistentes peticiones de todos, fue levantada la tapa del ataúd y el pueblo entero pasó ante el cadáver para rendirle el último tributo de admiración y simpatía. El espectáculo resultó imponente y emocionante en extremo, habiendo muchas personas que lloraban desconsoladamente. Después, fue trasladado al cementerio del pueblo. En las calles del tránsito por donde había de pasar el entierro se colgaron de luto todos los balcones y en algunos, además de esto, había banderas con los colores nacionales, con crespones negros. Al salir del Casino, y precediendo al cadáver, marchaban más de 600 hombres con cirios encendidos. El féretro era llevado en hombros por mozos del pueblo. El comercio cerró sus puertas en señal de duelo, habiéndose congregado todos los trabajadores del campo para esperar la llegada del cadáver, ya que durante todo el día de hoy se había suspendido las faenas agrícolas. Hasta el 118
cementerio, situado a bastante distancia del pueblo, fue un inmenso gentío es testimonio de las grandes simpatías que gozaba el señor Neila. Francisco Neila, cuyo mayor enemigo fue su propia modestia, pudo, si hubiera tenido otro carácter haber sido el hombre a quien aclamara España entera ante el monumento que en Madrid se levanta en las esquinas del Rastro, para conmemorar la más que discutida acción heroica de Eloy Gonzalo en el fuerte de Cascorro, que mandaba él. De haber sido otro, Francisco Neila hubiese ocupado altos cargos, haciendo valer su prestigio como militar y, sin embargo, la llaneza de su trato, la sencillez de su vida, la modestia de sus pretensiones le hizo preferir Extremadura; el convivir con sus paisanos y con sus amigos al pretencioso ambiente oficial, lleno de embustería, de disimulo y de doblez. He aquí la historia de un hombre que pudiendo ser todo cuanto un hombre puede ambiciona, prefirió ser extremeño; y a todos los títulos y a todas las preeminencias prefirió la de ser santamarteño.
Importante fotografía del Teniente coronel Neila con sus oficiales en Matanzas, poco después del asedio a Cascorro. Se nos hizo notar, por Álvaro Meléndez que lo probable es que el rápido ascenso le sorprendiese sin guerrera de comandante, y pidió una prestada a un teniente coronel para la foto.
***** A la altura de estos tiempos, nada importa de aquellos heroísmos individuales o colectivos de unos hombres que dieron su sangre o sus vidas 119
por defender a su Patria. Todo queda borrado por la pátina del olvido de una nación que nunca ha sabido respetar la memoria de sus muertos. Eloy Gonzalo es solamente un nombre a quien en el mayor de los desatinos, el nombre del lugar de su hazaña bélica le ha robado su propio nombre. Hoy día, cuando uno se acerca a la estatua que el Ayuntamiento de Madrid levantó en uno de sus barrios más populares y observa el monumento obra del escultor segoviano Aniceto Marina, pocos madrileños podrían decirnos el nombre de aquel valiente soldado que luchó en la guerra de Cuba, reemplazado el mismo por el de Cascorro. Así es y así será recordado en el futuro el hecho heroico refrendado por tanta sangre derramada en aras de unos intereses tan espurios como inútiles para los intereses de España. No mayor suerte tuvo la memoria del otro héroe de Cascorro. España, que nunca fue generoso a la hora de honrar a los vivos, no iba a hacerlo con sus muertos, por muchos méritos que en ellos concurran. Después de las últimas salvas de la fusilería y de los últimos responsos por parte del clero, una vez que su cuerpo bajó a confundirse con la tierra de sus antepasados, le cubrió una espesa capa de olvido del que todavía no ha podido sacudirse.
Homenaje en el “Círculo Cascorro” de Santa Marta al General Neila, en 1920
Si Extremadura ha adjurado de la memoria de sus grandes hombres que conforman lo más granado de su historia. Si reniega del heroísmo de unos conquistadores que con su valentía y esfuerzo consiguieron elevar a 120
esta nación a las más altas cotas de honor y esplendor en su ya larga historia con la conquista y evangelización del imperio americano, no iba a hacer una excepción con aquellos bravos soldados que, frente a la cobardía y la iniquidad de sus gobernantes, dieron lo mejor de sí mismo, cuando decadente y enferma, la misma nación fue perdiendo una a una y de manera harto vergonzosa girones de su imperio. Seguramente otras regiones, otros pueblos, más sensible ante la valentía de estos hombres, hubieran ensalzado la memoria de aquellos que tanta fama le dieron a sus lugares de origen. Extremadura, siempre fiel a sí misma, a su trágico y triste destino, los olvidó para siempre. Si en algún momento y por necesidades de promoción política de algunos de sus vecinos en contiendas electorales se les concedió el honor de figurar en alguna de sus calles, sus contrarios esperaron su turno para quitarlo en las próximas elecciones. Y en vez de levantarle un merecido monumento, se le premió con el más ruin de los olvidos. Pero nunca es tarde para reparar las injurias del pasado. España, nación más grande que el siempre truculento egoísmo de sus ciudadanos, le debe un merecido reconocimiento a quien dio su vida por ella. Desde aquí pedimos que la figura de Neila sea, cuando menos, recordada a los alumnos en las escuelas de su pueblo y le pueda ser concedida el honor de homenajear su memoria con un monumento que nos recuerde las hazañas del valeroso soldado. Menos suerte habían tenido los soldados que combatieron en dicha guerra de Cuba. Entre 1895 y 1898 acarreó la muerte para un número, todavía indeterminado, de españoles que no baja de cincuenta mil. De ellos, poco más de tres mil fueron los muertos en combate, alrededor del 7%, el resto, el 93% restante murió por las enfermedades, producto en general de la incuria y la despreocupación de una España en plena decadencia que no supo ocuparse de sus mejores hombres.
Algunas pertenencias del General Neila
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Breves conclusiones personales sobre la Historia real y la Leyenda del Sitio de Cascorro.
En estos acontecimientos históricos de reconocido derroche de valor por parte de todos los miembros de la guarnición de Cascorro, sin distinción de clases de tropa, y en el transcurso de uno de los numerosos rifirrafes de la contienda armada, según la leyenda (por cierto muy interesada por parte del los políticos madrileños), se produjo un acto de valentía personal en la figura de un soldado llamado Eloy Gonzalo, que, curiosamente, ha eclipsado los méritos del colectivo y, nosotros diríamos que el de los de los mismos jefes que le mandaban, que dieron su aprobación a la acción y que se responsabilizaron del éxito o del fracaso del mismo.
Fotografía de la familia Neila y Ciria a finales del siglo pasado en su casa de Badajoz. De pie, de izda a dcha: Ricardo Ruiz, Manuel Neila Ciria, Julia Berjano Forte, Manuel Rebollo-Alor, Francisco Neila Ciria. Sentadas, de izda a dcha: Carmen Neila Ciria, Dolores de Ciria y Grases, Josefa Neila Ciria (2ª esposa de Manuel Rebollo-Alor). Niñas mayores de izda a dcha: Paca Ruiz Neila, Ángela Ruiz Neila, Carmen Rebollo-Alor Neila. Esta última casó con Alejandro Murga (padre) viudo y con un hijo de igual nombre Alejandro Murga, en manos éste señor acabó la antigua casa de los Neila, y la malbarató por 9 millones de pesetas. Fue derribada y en su lugar se levantó un edificio feo y anodino. Niñas sentadas delante: De izda a dcha: Vicenta y Concha Ruiz Neila
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¿Por qué sucede este curioso fenómeno?, nos preguntamos con un mucho de asombro. Creemos que los pueblos, así, en general, no sienten como suyo los problemas, por muy importantes que estos sean, hasta que no se les hace partícipe directo de los mismos. La guerra de Cuba, como cualquier otra guerra, era una desgracia para los hombres comunes que veían como sus vidas quedaban marcadas por unos acontecimientos que les eran completamente ajenos y de los que sólo sacaban como “provecho”, la ruina para la familia, la enfermedad, la mutilación o la muerte para el soldado. La palabra Patria era un concepto asimilado nada más que por las clases políticas o militares, que hacían “carrera” en los conflictos armados, enriqueciéndose a costa de ellos.
Carmen, Concepción, Josefa y Manuel, hermanos del general Neila y Ciria
Tenemos un ejemplo demostrativo de lo que venimos diciendo: de la terrible y sangrienta guerra del 2 de mayo, tan desconocida en sus interioridades como comentada a niveles de tertulias públicas, hasta que el pueblo llano español no la hizo suya vertiendo su sangre por la libertad y los derechos reales de unos reyes que no lo merecían, no podemos decir que ésta existiera. Ni la entrada concertada por el gobierno de fuerzas francesas por la frontera española, ni la cobarde marcha de los reyes, ni la abdicación de éstos en la figura trágica de su hijo Fernando, ni mucho menos la entrega de los derechos reales de este traidor personaje al todopoderoso Napoleón, incitaron a la rebelión de las masas populares contra los intrusos. Fue la violencia de los invasores contra el pueblo de Madrid lo que levantó al pueblo, que desde ese momento hizo suya la guerra contra el despotismo, y quien con el derramamiento de su sangre por pueblos y ciudades a la llamada de sus líderes populares consiguieron parar la ofensiva e infligir una severa derrota a los bien organizados y pertrechados ejércitos franceses. 123
Y la leyenda hace su aparición de nuevo sobreponiéndose a la historia real de los hechos. Si hoy día hiciéramos una encuesta a los ciudadanos españoles sobre la guerra de la Independencia, pocos sabrían nombrarnos a sus mandos militares, muchos de ellos excelentes estrategas y convencidos patriotas y sí nos darían pelos y señales de actuaciones más o menos reales llevadas por el pueblo llano, en los que “majas” y “chisperos” son los protagonistas de actuaciones valerosas, recogidas magistralmente por los pinceles del genial Goya en sus “Fusilamientos del 2 de mayo”. Cada pueblo, cada ciudad tuvo su héroe local en esta guerra con los franceses, pero pocos rinden honores a los militares profesionales que también dieron sus vidas por la defensa de su Patria.
Dª Concepción Grases, abuela materna del general Neila
Vamos nosotros ahora a estudiar este fenómeno de héroes populares en la figura del ya mencionado Eloy Gonzalo, que ha pasado a la historia como el verdadero héroe de Cascorro, hasta el punto de ser el único soldado de la misma que ha merecido el honor de ser recordado en una plaza madrileña en la que se levanta una hermosa estatua que conmemora dicho acto de valentía. Y vamos a hacerlo desde los dos campos posibles, uniendo para ello la realidad y la leyenda que es como ha llegado hasta nosotros. Para comenzar, el nacimiento de Eloy Gonzalo está rodeado, debido a la pluma de interesados escritores, de todos los recursos necesarios para 124
la fabricación de un héroe popular: la noche del 1 de diciembre de 1868 su madre, Luisa García, después de cubrirle la cara de besos y abrazarle mil veces contra su pecho, se alejó llorando Mesón de Paredes abajo después de tirar del llamador de la puerta de la inclusa madrileña. Entre las ropas que abrigan al niño, Luisa ha dejado una nota rogando a las monjas que, cuando lo cristianen, le pongan de nombre Eloy Gonzalo García. Primer punto para la leyenda (no queremos nosotros decir con esto que no sean reales los datos): “pobre niño huérfano abandonado en una inclusa”.
Una familia dedicada a la milicia: D. Ramón de Ciria y Gómez de la Cortina, D. Ramón de Ciria y Grase y D José Rebollo-Alor Neila.
Poco tiempo estuvo el pequeño en aquel albergue. Pasados nueve días fue recogido por Braulia Miguel, esposa de Francisco Reyes, un buen hombre de profesión guardia civil. Pasa sus primeros años de vida en la casa-cuartel del puesto de San Bartolomé de Pinares y su adolescencia en Robledo de Chavela y Chapinería, posteriores destinos del cabeza de familia. En diciembre del 89, cumplidos los veintiuno, el mozo es llamado a filas causando alta en el Regimiento de Dragones “Lusitania” número 12. De carácter reservado y muy trabajador, en pocos meses luce en la manga los galones de Cabo. Seguramente influido por el ambiente familiar, decide encauzar su futuro como agente del orden y en 1892 ingresa en el Real Cuerpo de Carabineros, siendo sus primeros destinos las Comandancias de Estepona y Algeciras. Todo parecía transcurrir con normalidad en la vida del joven guardia que, ilusionado, comienza los preparativos para contraer matrimonio. Pero le llegan ciertos rumores que le hacen desconfiar de su novia y, puesto en alerta, descubre que ella le es infiel con 125
un Teniente. Segundo punto para la leyenda: buen hijo, hombre trabajador, buena persona, ha encarrilado su vida al servicio del bien de la sociedad, pero es engañado por la novia cuando preparaban el terreno para casarse. ¿Y con quien le engaña? ¡Ah!, desde luego con un superior que abusa de su posición y que no le permitirá defenderse. Muy por el contrario su enfrentamiento con dicho oficial en lo que podíamos llamar un duelo de honor entre jefe y subordinado será penado por un tribunal militar con dura pena de cárcel para el inferior: por enfrentarse a este Oficial es encontrado culpable de un delito de insubordinación y sentenciado a la pena de doce años de reclusión en un presidio militar. En noviembre de 1895, acogiéndose a un Real Decreto que suspende las condenas de aquellos que marchen a la guerra que España sostiene con Cuba, Eloy Gonzalo embarca hacia la isla caribeña. Una vez allí, es encuadrado en el Regimiento de Infantería “María Cristina”, número 63, de guarnición en la Plaza de Puerto Príncipe. Tercer punto para la leyenda: la justicia solo atiende a la razón de los poderosos. Por el contrario, los humildes, aunque sean dueños de la misma, por enfrentarse con el poder, siempre serán castigados. Vamos a seguir nosotros, ahora de manera real, los acontecimientos vividos por el cabo Gonzalo en la isla de Cuba hasta el momento del hecho histórico que lo convertiría en héroe nacional. El ex–preso Eloy Gonzalo llega a la isla en el momento de máxima tensión en los enfrentamientos del ejército español y el pueblo cubano que luchaba denodadamente por su independencia, liderados por Antonio Maceo y Máximo Gómez, a la muerte en mayo de 1895 del verdadero líder e ideólogo de la revolución José Martí. Hemos contado detalladamente cómo los mambises atacaban constantemente a las tropas españolas a lo largo de todo el territorio cubano poniéndolas en verdaderos aprietos a causa de su escaso número y de la falta de medios militares para contener la sublevación, lo que había hecho abandonar el mando de la plaza al general Martínez Campos, siendo éste sustituido por otro general en 1896, Valeriano Wayler, hombre de gran prestigio, de reconocido valor, pero también de inusitada dureza para con el enemigo como había demostrado en los hechos de Santo Domingo. A partir de su incorporación al Regimiento María Cristina, la vida y los hechos de armas de Eloy Gonzalo podemos seguirlos, si hemos seguido 126
las actuaciones del capitán Francisco Neila, capitán–comandante de las fuerzas que actuaban destacadas en Puerto Príncipe. Va a ser con el batallón comandado por Neila y en la noche del 26 y madrugada del 27 de septiembre de 1896, cuando se encontraban defendiendo el puesto de Cascorro, una pequeña e insignificante aldea a corta distancia de Puerto Príncipe, que servía de guarnición y apoyo con sus tres fortificaciones, cuando se desarrollen los hechos heroicos de la guarnición cercada por más de 3000 insurrectos cubanos. Son 170 hombres al mando del oficial extremeño los que contengan valientemente y durante 13 días el asedio de los hombres de Maceo sin que decaiga el ánimo de los mismos ni, mucho menos, atiendan a las peticiones de rendición que desde el otro lado enemigo se les venían solicitando con la oferta del perdón para sus vidas. Las tropas españolas están rodeadas y son tiroteadas contínuamente desde posiciones enemigas amparadas por unas casuchas que les sirven de improvisado y bien guarnecido parapeto. Neila ha contestado a los tiroteos ordenando un contraataque, pero son rechazados haciendo estragos entre los esforzados soldados. El 26, la defensa en insostenible y si no se destruyen las casas desde donde se disparan las granadas y las cargas de fusilería, el resto del batallón que queda sucumbirá antes de que lleguen los prometidos refuerzos. El capitán Neila, que ha combatido brillantemente en el cuerpo de guerrillas, oficial experimentado en acciones de sabotaje y buen estratega, sabe que la única solución, de momento, es destruir las casas y solicita voluntarios para la acción. Eloy Gonzalo, un joven cabo del batallón, también es consciente del peligro que corren y se presenta voluntario para emprender tan arriesgada misión. El capitán le pone al tanto del peligro, pero Gonzalo acepta enfrentarse al mismo convencido de poder realizarla. La noche es oscura, lo cual puede ayudar en sus maniobras; la humedad se adhiere a la ropa de los soldados y el miedo reseca sus bocas. Son muchas las noches sin dormir y el cansancio embrutece los sentidos. El capitán Neila ha ayudado al soldado a colocarse el fusil a la espalda para que no le estorbe cuando se arrastre, ofreciéndole un bidón de gasolina, mientras que el Sargento furriel le ata una larga cuerda a la cintura. Gonzalo ha pedido expresamente que si le matan, rescaten su cuerpo. Desde las posiciones más alejadas de donde se encuentran y con el fin de distraer al enemigo, el 127
Teniente Perier ordena a sus hombres abrir fuego. Un abrazo de su capitán y el cabo sale serpenteando hacia su objetivo. Pasan los minutos y el silencio se apodera del entorno. La angustia hace presa de los que esperan el resultado de la suicida empresa. De pronto, una humareda sobrepasa los tejados de las casuchas mientras crecen los gritos de los que en ellas se parapetan. Entre la confusión, un hombre salta por entre las piedras y regresa sano y salvo con los suyos mientras que el cielo se ilumina por el furor de las llamas. El objetivo ha sido alcanzado y los enemigos, al encontrarse sin protección, batidos por un fuego ahora directo, se dispersan dejando atrás numerosos muertos y heridos. Al día siguiente, la columna de refuerzo del General Jiménez Castellanos contacta con los hombres de Neila y terminan juntos por apaciguar el terreno y recuperar el armamento abandonado. El puesto de Cascorro ha sido salvado por la acción de unos hombres que no han dudado en dar sus vidas antes que entregarse o rendirse. Cuarto punto para la leyenda: la acción solitaria de Gonzalo le será reconocida por su superior, siéndole concedida “La Cruz del Mérito Militar” con distintivo rojo. Un mucho de valor y un poco de suerte en un acto realizado por un joven desconocido, hace olvidar el valor colectivo de unos hombres que han estado defendiendo el puesto de Cascorro durante trece días con sus noches, con un hostigamiento brutal por parte de los insurrectos, y en donde se han dejado las vida otros compañeros: la acción de Eloy Gonzalo impactó en la sociedad. Eloy era un soldado, no un oficial y a la gente común le era más fácil identificarse con él, la gente de la calle será la que ensalce más la figura del que será conocido como héroe de Cascorro. La Guerra de Cuba necesita de héroes que dieran confianza al pueblo de que la victoria era posible y subir así la moral de la sociedad, en unos tiempos en que los políticos y la sociedad estaban profundamente divididos por el conflicto. Pero esta fama no le llegará sólo en el momento de producirse los hechos narrados. Eloy Gonzalo, como el resto de la tropa, siguió peleando en otros frentes con el mismo valor que el demostrado en Cascorro. “Los dioses quieren a sus elegidos jóvenes y bellos” hemos leido en alguna parte. Y joven muere Eloy Gonzalo en un hospital de Matanzas un 18 de junio de de 1897 a consecuencia de una hemorragia digestiva. Ni la muerte del valiente soldado ni la de otros muchos jóvenes españoles anónimos sirvió para nada. Maceo había muerto, los rebeldes estaban vencidos y sin armamento. El 5 de febrero del año de su muerte, es decir, 1897, se había 128
decretado la autonomía de Cuba, no aceptada por los insurrectos, que contaban con el apoyo de los norteamericanos y la guerra continuó, esta vez contra un nuevo enemigo que aprovechó la coyuntura para declararle la guerra e España: los EE: UU. No es lugar éste para comentar los acontecimientos que siguieron en fechas posteriores. Solamente señalar que en 1898, tras una trampa fabricada por quien tenía muchos interese que ganar, como lo fue la explosión del un buque americano anclado en las dársenas del puerto de la Habana, EE. UU. haría culpable de la misma al gobierno español y le declararía la guerra, venciendo a un ejército que, si bien valeroso, estaba en franca desventaja frente al todopoderoso ejército americano, apoyado desde sus bases cercanas y sus barcos de guerra. Cuba pasaría desde esos momentos a ser controlada por otra potencia, hasta su final independencia muchos años después.
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¿Qué queda en la historia y en la leyenda de estos dos grandes soldados? En el mismo año de su muerte, 1897, el Ayuntamiento de Madrid, quiso homenajear a este héroe nacido en la ciudad y le dedicó una calle, así como le levantó junto al popular “rastro madrileño” una estatua esculpida por el segoviano Aniceto Marina, inaugurada por el mismísimo rey Alfonso XIII en el año 1902. Es la estatua en la que todos los madrileños conocen y reconocen en el soldado a uno de los suyos llevando un fusil en bandolera, un bidón de gasolina y una tea encendida. Poco más tarde, el pueblo que lo había aclamado solicitó y obtuvo que la plaza en que se encontraba la estatua pasara a llamarse oficialmente Plaza de Cascorro. Sus restos, repatriados, reposan en un mausoleo del Cementerio de La Almudena junto a los de otros soldados muertos en Cuba y Filipinas. El héroe de leyenda y la leyenda del héroe se habían consolidado. No sucedió lo mismo con el verdadero héroe de la guerra de Cuba y de tantas otras contiendas. Finalizábamos sus apuntes biográficos señalando que una vez cubierta brillantemente su etapa cubana, aunque con la desilusión de ver cómo el esfuerzo y la sangre de tantos hombres no 129
había valido para mantener en manos españolas tan hermosos como queridos territorios, había vuelto el 7 de enero de 1899 a la península, desembarcando en Cádiz, y que durante dos meses volvió a Santa Marta de los Barros con una bien merecida licencia junto a su esposa y familia. Su pueblo de nacimiento lo recibió como a un gran héroe, aun dentro de la modestia del personaje que no gustaba de estos homenajes populares. Tampoco terminó aquí su carrera militar y siguió cumpliendo con su deber de soldado al margen de la alta consideración que mereció entre sus mandos y tropa por sus brillantes servicios de armas. Vivió algunos años en Badajoz capital donde alcanzó los grados de Teniente Coronel y Coronel, para, en 1921 y al mando de una Brigada, incorporarse a las misiones militares en tierras africanas.
El, por entonces, teniente coronel Francisco Neila con sus oficiales, en Cuba, 1898
Murió sin descendencia en la capital pacense el día 9 de Diciembre de 1923, siendo trasladados sus restos a su pueblo, en donde su esposa Cándida González Salgado le erigió un sepulcro en su cementerio.
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Recuerdo que en mi infancia, con la curiosidad lógica de los pocos años, cuando iba con mis familiares al cementerio de Santa Marta, mi pueblo, siempre que pasaba delante de aquella hermosa sepultura de mármol blanco muy cercana a la de mi padre, me quedaba mirando la figura esculpida en la lápida frontal del soldado luciendo la Cruz de San Fernando. Los muchachos no sabíamos quién era aquel hombre ni mucho menos sus méritos ganados en desconocidas batallas, ni recuerdo que en la escuela, ni en casa, nadie nos hablara de él, seguramente porque la cercanía en el tiempo de otra guerra mucho más cruel que la de Cuba había borrado, momentáneamente, el recuerdo del general. También recuerdo claramente que los muchachos nos asomábamos al gran salón del Casino “de los señores”, llamado en aquellos años como ahora, aunque con diferente percepción de su cometido social, “Circulo Cascorro”, que entonces estaba en los bajos de las Escuelas Nacionales, a donde yo asistía, y veíamos a los hombres adinerados del pueblo jugando sus partidas de ajedrez o leyendo el periódico (preferentemente el ABC, diario al que estaba suscrito oficialmente el Círculo). El salón del vetusto edificio tenía un aire decadente y pueblerino, pero era el punto de reunión y mentidero de la población, por lo que en realidad, en aquellos años sin televisión se convertía en el verdadero centro de las pocas noticias que se producían en el pueblo, o las que matizadas por las mentes conservadoras de los “señores” se transmitían de boca a boca. Y dentro del salón, entre cornucopias y farolillos decimonónicos, como presidiendo la gran sala, un retrato de un soldado vestido de gala, con casco de acero y un frondoso penacho, atravesado su pecho por una hermosa banda azul en el que colgaban numerosas condecoraciones entre la que destacaba la Cruz de San Fernando. Sí. Era el cuadro del general don Francisco Neila y Ciria, hijo predilecto del pueblo. Y junto al cuadro, llamando nuestra atención, colgaba la espada del general y algún objeto personal del mismo que ahora no recuerdo. Pero aún más llamativo era, que el conjunto de lo descrito estaba presidido por una copia a tamaño mediano (supongo que de bronce) de la estatua que le dedicó Madrid a su héroe, Eloy Gonzalo, dando nombre todo ello al Casino: “Círculo Cacorro”. ¿No habría sido más adecuado –me pregunto– que la escultura del círculo fuera la del verdadero héroe de 131
Cascorro, el general Neila? Misterios de una sociedad ingrata que exige sacrificios a sus soldados para luego olvidarlos. Tendrían que pasar muchos años, muchas lecturas y mi marcha del pueblo a otras tierras, para saber quién era mi célebre paisano. Tampoco recuerdo que en ningún momento de esta larga ausencia (he vuelto muchas veces a mi tierra de nacimiento) desde instancias culturales o políticas se hayan iniciado ningún acto de reconocimiento al hombre de más mérito nacido en su seno. No se hizo durante el franquismo, con gobiernos con más sensibilidad hacia lo militar, ni mucho menos ahora que en Democracia y con unos gobiernos (también municipales) que sufren de urticaria cuando se les habla de temas militares o patrióticos, vamos a ver cumplido el deseo de un reconocido homenaje a nuestro paisano. Por otra parte, señalábamos anteriormente, que cada pueblo tenía su héroe de Cuba… menos, curiosamente, Santa Marta. La hermosa tumba del general, si no abandonada, que afortunadamente no lo está, sí está olvidada por la gente del pueblo y por sus autoridades. El 1 de Diciembre de este año de 2014, como vengo haciendo casi todos los años por estas fechas, me acerqué al cementerio de mi pueblo a rendir muestras de cariño y respeto a mis muertos. Todas las tumbas, como es costumbre, estaban engalanadas con flores para la fecha. La de Neila, cercada por hermosas rejas metálicas, sólo lucía un polvoriento y descolorido ramo de flores artificiales, ya antiguo, haciendo aún más patente su inmerecido, lastimoso y triste olvido. Yo, ese día recé una oración y puse una rosa roja sobre la tumba del soldado valiente y desconocido de mi pueblo.
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