Juan martín el empecinado

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JUAN MARTÍN “EL EMPECINADO” Y SUS LUCHAS EN LAS PROVINCIAS DE GUADALAJARA Y CUENCA Para mi amigo Arturo Culebras Mayordomo

La denominada “Guerra de la Independencia” (1808-1814), fue uno de los episodios más interesantes de la Historia de este país que aún llamamos España. La crueldad de la invasión del territorio nacional por parte de los franceses (primeramente de forma pacífica y con la excusa de conquistar el territorio portugués, aliado de su enemiga Inglaterra) y después ya de manera descarada en un intento por parte de Napoleón de construir bajo su mandato un gran imperio que abarcase gran parte de Europa; la calamitosa actuación de los reyes españoles, quienes pusieron a disposición del Emperador, perjurando de la defensa de los intereses de la Corona y del pueblo español; la vil y cobarde actuación por parte del Príncipe de Asturias y después rey Fernando VII, apoyando y aplaudiendo desde territorio francés –donde vivía protegido por el mismo Emperador– el avance y las victorias del ejército francés sobre las reducidas y mal pertrechadas fuerzas con que contaba el ejército español que defendía su derecho a reinar; el saqueo de los pueblos y ciudades por donde pasaban las tropas napoleónicas y las terribles venganzas sobre los civiles que, ansiosos de mantener su independencia y deseando la vuelta de su rey, hizo que en estos largos años de enfrentamientos se dieran episodios y actuaciones de valentía y grandeza por parte de los españoles, como así ha sido reconocido por prestigiosos investigadores e historiadores de todo el mundo, quienes, asombrados ante la diferencia del potencial bélico de uno y otro ejército, 1


nos han narrado cada uno de los numerosos episodios que se dieron durante la contienda. La mala administración de los ya menguados recursos económicos que provenientes de las colonias españolas en Hispanoamérica se dilapidaban de manera harto censurable por parte de los gobiernos totalmente alejados del pueblo, el dislate de los gastos de la Corona y los enfrentamientos constantes desde el siglo XVIII entre los mismos españoles, habían dibujado un panorama poco halagüeño a la hora de comenzar con garantías el nuevo siglo que alboreaba. El ejército español, si bien había tenido en siglos postreros una gran relevancia en Europa, y España había sigo poseedora de la mayor flota de barcos de guerra con los que defender su privilegiado comercio y transporte de oro y plata desde los territorios americanos, a estas alturas era un verdadero desastre, sin jefes que entusiasmaran a la tropa, sin armamento adecuado a los nuevos tiempos que corrían, ni mucho menos, pertrechado de ropa y cobertura para enfrentarse a un ejército disciplinado y bien armado como lo era el francés, cuando quiso dar el paso de conquistar el continente europeo. Esta gran diferencia de hombres bien armados, bien alimentados, mejor pagados y en perfectas condiciones de entrar en batalla, frente a unas tropas faltas de moral, mal remuneradas y sin oficiales que supieran conducirlas, hizo que los franceses –en un principio– se pasearan por el territorio español con todas las garantías de victoria. Tuvo que ser, una vez más, el pueblo civil español, el que pusiera de su parte, no ya sus escasos bienes, sino hasta su propia vida, para ganar una guerra que desde el principio estaba perdida. Otra vez, hombres y mujeres de todas las edades y de todos los estamentos sociales salieron en defensa de su libertad frente al invasor, como vamos a ir viendo en estos breves apuntes. Y se va a dar en España un fenómeno, que si bien era conocido desde tiempos prehistóricos, va tomar carta de naturaleza y nombre propio en esta nueva amenaza contra la legitimidad del pueblo español: la llamada “guerra de guerrillas”, hoy en día tan bien conocida y estudiada por los especialistas en temas bélicos y tan desarrollada en otros paises a partir de este momento. 2


Cuando el ejército no puede proteger la seguridad y la vida de los ciudadanos, serán estos mismos ciudadanos quienes, cubiertos de valor y amparándose por el medio en que viven, se enfrenten en pequeñas partidas, atosigando, persiguiendo y “cazando” a los soldados franceses en sus numerosos desplazamientos por el territorio nacional.

Juan Paralea “El Médico”, Jaime Alfonso, “El Barbudo” y Francisco Xavier Mina

Al contrario de la misión que tiene cualquier ejército convencional de asegurar el dominio de un terreno o de un puesto una vez ganado, la guerrilla, una vez dado el golpe preciso y desalentador a su enemigo, amparándose en el conocimiento del terreno por donde deambula y se esconde, desaparece como un fantasma sin preocuparle la conquista de dicho puesto o terreno por el que ha peleado. Su misión, la de tener siempre en vilo al enemigo, conseguir el mayor número de bajas sin arriesgar a sus escasos hombres, robarles ropas y armamentos y, sobre todo, causar el pánico entre el enemigo, quien no sabe quién, cuántos y dónde será el próximo ataque. Muchas son las guerrillas que se forman en España para combatir al enemigo, y muchos los nombres gloriosos de guerrilleros que alcanzan la fama y la gloria combatiendo de esta forma a ejércitos bien aguerridos. Da igual que esas guerrillas las dirijan hombres del pueblo, antiguos soldados ya retirado e, incluso, miembros de la iglesia que han colgado sus hábitos y se ha puesto al frente de sus hombres para vencer a los franceses. Podríamos señalar, entre estos últimos a nombres tan famosos como el cura Mora, el cura Merino, el cura de Tamajón, el tuerto de Armiñán, etc., todos

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ellos bien estudiados por historiadores y de fácil acceso para los lectores curiosos.

El cura Merino, Díaz Porlier y el cura de Dallo

Mucho más importantes fueron las partidas guerrilleras formadas por personajes civiles, algunos de los cuales llegaron a ser reconocidos como parte del los mismos ejércitos convencionales, premiados con cargos oficiales, condecorados y nombrados posteriormente con importantes cargos civiles, una vez terminada la contienda. Bien es verdad, que otros muchos de estos héroes, fieles a sus ideas de libertad, y otra vez de nuevo al frente de la monarquía absolutista, volvieron a rebelarse contra Fernando VII, denominado como “El ángel de la muerte”, siendo víctimas de su venganza y muriendo de forma ignominiosa, bien en la horca o frente a un pelotón de fusilamiento, como pago a su entrega y valor frente a los franceses. Son tantos los nombres que podríamos rescatar del olvido, que sería demasiado largo para los fines que nos proponemos en estas notas. No obstante, rescataremos los del general Lacy, el general Clavijo, el general Riego, Espoz y Mina, Díaz Porlier, López Baño, Julián Sánchez “El Charro”, Mariano Renovales, Milans de Bosch, Manso, etc., entre centenares de otros nombres que quedan en el olvido. Pero hoy, para este trabajo, nos vamos a adentrar en la vida y luchas del guerrillero más importante, por sus muchas escaramuzas y batallas libradas al enemigo, por su ascenso a brigadier y por el lugar en que en un momento determinado de su historia peleó bravamente contra los franceses: Guadalajara y Cuenca. Y dentro de la provincia de Cuenca, Priego y sus alrededores. Nos estamos refiriendo a Juan Martín, llamado “El Empecinado”, sobre el que se han escrito infinidad de biografías y estudios, 4


mereciendo el honor de que Benito Péres Galdós le dedicara unos de sus mejores trabajos de los Episodios Nacionales.

El “Cura Mora”, el general Lacy y el general Riego

Juan Martín nació En Castrillo de Duero, provincia de Valladolid, un 2 de septiembre de 1875, hijo de Juan Martín y Lucía Díez, según consta en su partida de bautismo: En cinco días del mes de Septiembre de mil setecientos setenta y cinco y en la parroquia de esta villa de Castrillo de Duero, yo, el infrascrito cura propio de ella, bauticé solemnemente a Juan, hijo legítimo de Juan Martín y Lucía Diez, vecinos de esta villa y en ella casados y velados, él natural de Castro de Fuentidueña y ella natural de esta villa; sus abuelos paternos Juan Martín y Micaela Sancristobal, naturales de dicho Castro de Fuentidueña; los maternos Andrés Díez y Lucía González, vecinos de esta villa, el natural de Olmos y ella de esta villa, fue su padrino Gregorio González, vecino de esta villa, a quien advertí del parentesco espiritual y demás obligaciones: nació el dicho niño el día dos de dicho mes y año y para que conste lo firmo ut supra. Don José de Subirán. A los naturales de Castrillo se les llamaba con el mote de “empecinados”, por un arroyo, llamado Botijas, lleno de pecina (el cieno verde de aguas en descomposición) que atraviesa el pueblo y se cree que de ahí le venga el apodo a este personaje.

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Casa donde nació en Castrillo de Burgo y placa homenaje

Desde muy joven tuvo vocación militar. A los 18 años se enroló en la campaña del Rosellón (Guerra de la Convención, de 1793 a 1795). Esos dos años que duró la contienda fueron para él un buen aprendizaje en el arte de la guerra, además de ser el comienzo de su animadversión hacia los franceses. En 1796 se casó con Catalina de la Fuente, natural de Fuentecén (Burgos) y en este pueblo se instaló como labriego hasta la ocupación de España por el ejército de Napoleón en 1808, suceso que le decidió a combatir a los invasores. Se cuenta que la decisión la tomó a raíz de un hecho sucedido en su pueblo: una muchacha fue violada por un soldado francés al que Juan Martín dio muerte después. A partir de este suceso, organizó una partida de guerrilleros compuesta por amigos y miembros de su propia familia. Al principio su lugar de acción estaba en la ruta entre Madrid y Burgos. Más tarde combatió con el ejército español en los inicios de la Guerra de la Independencia Española: en el puente de Cabezón de Pisuerga (Valladolid) el 12 de junio de 1808; y en Medina de Rioseco (Valladolid), batalla que se libró el 14 de julio de ese mismo año. Fueron estas batallas perdidas y en campo abierto las que le hicieron pensar que obtendría mejores resultados con el sistema de guerrillas y así comenzó con éxito sus acciones bélicas en Aranda de Duero, Sepúlveda, Pedraza y toda la cuenca del río Duero.

Afortunadamente, nuestra Guerra de la Independencia fue una guerra tan apasionada como caótica. Caótica. La visión va calando conforme se profundiza en estudio. Caótica en su planteamiento y en su ejecución. Fuera de los modos del Arte de la Guerra como entonces se concebía o como se concibe hoy día.

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Afortunadamente fue así. De haberse adaptado nuestros ejércitos a los modelos europeos, Napoleón se hubiera enseñoreado de nuestra patria con la misma rapidez con que venció, una y otra vez, a Prusia o Austria; o como hizo aquí en su fulgurante campaña de Somosierra. La guerra extendida, como mancha de aceite, en el tiempo y en el espacio, en lugar d ela guerra reñida en sólo uno u otro punto, en combates de tiempo definido y acotado. Con los modelos oficiales el ejército convive la guerrilla, que es más que una autodefensa, aunque tenga por ámbito los parajes cercanos a los lugares de origen, y que acabará reglamentándose y regularizándose, para dar origen a las figuras de El Empecinado, Merino, El charro, Mina, Paralea, etc. Riñen la guerra anárquica, pequeña y grande a la vez, emocional: la única efectiva cuando no puede hacerse otra cosa. Nació guerra improvisada por el pueblo sólo, que no quería limitarse al papel de simple espectador, pero la otra, la de los ejércitos regulares, en la que acabaron integrándose los más famosos guerrilleros, también fue del pueblo. Pero no hay que olvidar que los primeros años de la guerra fueron un rotundo fracaso para nuestras fuerzas. En 1820, el inspector general de caballería, don Ramón de Villalba, desempolva sus viejos recuerdos de 1811 y dice: El amor a la patria, que como chispa eléctrica se halló difundido en el corazón de todos los españoles, y que se manifestó en mayo de 1808 de un modo admirable en el simultaneo y universal impulso e las provincias, que a una misma hora clamaron por su independencia, resueltos a morir primero que a desistir de su heroico empeño, no fue poderoso a impedir en los primeros años de la sangrienta lucha la superioridad que el enemigo consiguió sobre nosotros: nuestros ejércitos llenos del valor natural que les caracteriza, pero desorganizados, cedieron el terreno al enemigo; y aunque nuestra constancia y los errores del usurpador, nos proporcionaron algunas ventajas, que no pocas veces inclinaron a los corifeos del tirano a desistir de su temeraria empresa, muy luego se reanimaron de su desmayo e incertidumbre a la vista de nuestra indisciplina e impericia, siendo ésta la única causa de haberse dilatado tanto tiempo la feroz lucha que con tanto entusiasmo sostuvimos…

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Juan Martín, impulsado por el odio a los franceses, comenzará su particular batalla, aún antes del 2 de mayo, cuando acompañado de dos muchachos amigos suyos, a quien hizo sus camaradas, interceptó un correo militar francés junto a Honrubia, sobre la carretera de Burgos a Madrid por Somosierra. No contento con su éxito, pocos días después repite la hazaña, dando muerte al conductor que se le resistió. Después estableció su base de operaciones alrededor de Aranda de Duero, alcanzando sus partidas los pueblos de Fuentenebro, Honrubia y Castillejo, en Cuenca, y alcanzado hasta el pueblo de Gumiel de Izán, en el norte de la provincia de Burgos, y por el sur hasta el pueblo de Carabias, ya en la provincia de Guadalajara, pero lugares relativamente cercanos a su lugar de nacimiento, y por lo tanto conocedor de su orografía. En 1809 fue nombrado capitán de caballería, o mejor dicho, ya que los cargos oficiales nunca fueron del todo reconocidos por los ejércitos oficiales, se le asigna un sueldo con esta categoría. En la primavera de ese mismo año su campo de acción se extiende por las sierras de Gredos, Ávila y Salamanca, proveniente de Valencia de Alcántara, Cáceres, para seguir después por las provincias de Cuenca y Guadalajara. ¿Qué hace El Empecinado? La guerra pequeña, la propia de la unidad que ha formado y para la que tan excepcionalmente, se encuentra dotado. La sorpresa, el ataque impetuoso y la veloz retirada antes de que se produzca la reacción de fuerzas enemigas superiores, robando a los franceses la paz de su retaguardia. Ataques a convoyes, a pequeñas unidades enemigas, a correos. Acciones reñidas siempre en condiciones de superioridad allí donde ha elegido llevar a cabo su fugaz combate, porque El Empecinado, como a los otros guerrilleros, no les importa ser pocos, si siempre son más donde se pelea. El cometido principal de estas guerrillas era dañar las líneas de comunicación y suministro del ejército francés, interceptando correos y mensajes del enemigo y apresando convoyes de víveres, dinero, armas, etc. El daño que se hizo al ejército de Napoleón fue considerable, de tal manera que nombraron al general Joseph Léopold Sigisbert Hugo como “perseguidor en exclusiva” del Empecinado y sus gentes. El general francés, después de intentar su captura sin conseguirlo, optó por detener a la madre del guerrillero y algún familiar más. La reacción de Juan Martín 8


fue endurecer las acciones bélicas y amenazar con el fusilamiento de 100 soldados franceses prisioneros. La madre y los demás fueron puestos en libertad. Pero no todo fueron victorias en la hoja de servicio del famoso guerrillero, mucho menos, cuando se normaliza la situación de estas partidas guerrilleras y son absorbidas por los cuerpos del ejército. La nula preparación de los oficiales y la inadecuada intervención en actos de guerra de las Junta Superior de Gobierno, unida a la falta de armas, municiones y de caballos (además de ropa adecuada y pertrechos de guerra), hacen que dichos cuerpos de ejércitos sean presa fácil para los bien aguerrido cuerpos franceses. El 28 de marzo de 1809, tiene lugar la batalla de Medellín (Badajoz), donde de una manera indirecta interviene El Empecinado, siendo con sus hombres la vanguardia o cobertura de las tropas del general Cuesta, y fue una victoria francesa. Las pérdidas españolas fueron más de 10.000 vidas y 20 piezas de artillería y las francesas casi 4.000 soldados. Los franceses habían prometido no hacer prisioneros, y durante todo el día fusilaron a los que se rindieron. El ala derecha española fue totalmente rodeada, siendo masacrados los soldados atrapados. Al menos 8.000 españoles murieron, aunque la cifra podría elevarse a 16.000, que fue el número de cuerpos que los enterradores enviados por los franceses sepultaron en el campo de batalla. No muchos días más tarde, los restos de este cuerpo de ejército español, en franca retirada, se une a los hombres de Wellington que, aunque con pareces contrapuestos, atacan y vencen a los franceses en la batalla de Talavera la Real, con un saldo de muertos muy significativo para ambos bandos. Finalizada esta contienda, vemos a El Empecinado camino de Ciudad Rodrigo, en cuyo territorio sostiene varios altercados con el enemigo, a quien vence según sus métodos personales, arrebatándole armas y caballos, bien necesarios para fortalecer a su partida guerrillera. Cumplida esta misión recibe la orden de trasladarse a la zona de Valladolid-ArandaSegovia, siendo herido de gravedad cerca de Villalar. Una vez recuperado, vuelve a tomar el mando de sus hombres y toma posiciones en tierras de Guadalajara, donde en distintos y bien situados lugares mantiene a sus guerrilleros dirigidos por sus más fieles hombres de guerra, aunque su fama y su independencia le hacen mantener graves enfrentamientos con los miembros de la Junta Superior de dicha provincia, siempre dividida en 9


enfrentamientos personales, más dados a la codicia que a la defensa del territorio. En 1810 tuvo que refugiarse en el castillo de la ciudad salmantina de Ciudad Rodrigo (hoy es Parador de Turismo), al que pusieron sitio los soldados franceses.

Monumento a El Empecinado en Burgos

¿Qué hace Juan Martín al llegar? El conde de Toreno nos cuenta en su Historia que: buscado en septiembre por la Junta de Guadalajara, acudió gustoso al llamamiento. Comenzó aquel caudillo a recorrer la provincia, y no dejando a los franceses un momento de respiro, tuvo ya en los meses de septiembre y octubre choques bastante empeñados en Cogolludo, albares y Fuente de la Higuera. Aunque también sabemos bastante más por las protestas que generaron sus acciones iniciales. En Guadalajara se le incorporaron a Juan Martín sus principales colaboradores, como Nicolás Isidro, quien alcanzaría el empleo de coronel dentro de la guerrilla; Vicente Sardina, quien había formado su partida en agosto de 1808 para atacar a los franceses en el tránsito de Zaragoza a Madrid; Mondedeu, veterano soldado de caballería en la guerra de Portugal y en la batalla de Bailén, quien fue hecho prisionero y escapándose, se pudo a las órdenes de El Empecinado, Jerónimo Luzón, que fue coronel segundo jefe de su división, quien había recibido el despacho de teniente de infantería del general Palafox por su valor en el sitio de Zaragoza; o 10


Saturnino Abuín, quien se había incorporado con su partida en los inicios de 1808, y a quien el mismo Juan Martín le había entregado el despacho de alférez. Las tierras alcarreñas van a ser testigos durante estos años de los buenos oficios guerreros de nuestro hombre. Fuente la Higuera, Mohernando, Abares y Torrija, son escenarios de nuevos combates, todos ellos siguiendo el valle del Henares, al norte de la provincia, presionando a las fuerzas enemigas desde Sigüenza, donde tiene su base de operaciones. Para marzo de 1809 contaba ya El Empecinado con 250 caballos, que dividió en cuatro escuadrones, poniéndoles a las órdenes de Mondedeu, Sardina y Abuín, y contando con un numeroso ejércitos de voluntarios que se habían unido a él como consecuencia de su bien ganada fama de valiente y hombre justo. Frente a él están los hombres del general Hugo, gobernador militar de Guadalajara, quien domina con un fuerte contingente de tropas la capital alcarreña, Sigüenza y Brihuega, además de contar con el apoyo de las tropas de Alcalá de Henares y Torrelaguna. El 14 de junio, el Batallón de Tiradores se encontraba en Trillo, de donde fue desalojado y perseguido por los franceses hasta las Tetas de Viana, donde lograron rehacerse, cargando don Nicolás Isidro al frente de sus tropas y recuperando nuevamente la ciudad. El 29 de junio ocuparon los franceses Sigüenza y Brihuega. Pese a la dificultad que entrañaba, el 30 ya estaba atacando El Empecinado con 400 caballos y 600 infantes, apoyados por otros 600 que aportó don Francisco Palafox, ocasionándole al ejército enemigo un desgaste sin precedentes. Al replegarse las tropas francesas y encerrarse en su fortaleza y no teniendo cañones las tropas atacantes, desistieron por el momento de su toma, aunque le sometieron a un riguroso asedio. El 18 de agosto acude Juan Martín a Cifuentes, enterado de que desde Brihuega ha salido una columna enemiga a recorrer la Alcarria. Bate a la columna y hace algunos prisioneros, pero al día siguiente es atacado por fuerza más importantes que le obligan a replegarse al otro lado del Tajo. Volvió a cruzarlo por el puente de Trillo, desplegando a sus hombres en las Cuestas de Mirabueno, entre Guadalajara y Sigüenza, uno de los escenarios favoritos para sus andanzas. Con él están Sardina, Mondedeu e 11


Isidro. El combate entre los dos ejércitos es muy fuerte, pero El Empecinado logra capturar 100 caballos y hacerle 125 bajas al enemigo. El 14 de septiembre, es el general Hugo quien al frente de una importante columna decide marchar sobre Cifuentes, donde le esperaba El Empecinado. La acción fue muy sangrienta y los franceses lograron entrar en la ciudad. Cuando al día siguiente Juan Martín se disponía a recuperarla, comprobó que el enemigo la había abandonado después de incendiarla. Cuentan las crónicas que las pérdidas de los franceses en estas acciones fueron tan elevadas que se vieron obligadas a encerrarse en sus guarniciones, por lo que Juan Martín se dedicó a estrechar a la guarnición de Sigüenza, impidiendo la entrada de víveres, hasta que fue abandonada el 29 de septiembre, tomando posesión de ella el guerrillero. Ya en 1810 y después de numerosas escaramuzas y combates con los franceses en tierras de Guadalajara, Juan Martín pasa a tierras de Cuenca para dar descanso a sus hombres y conseguir raciones. Los franceses habían establecido fuerte guarniciones en Molina, Jadraque, Auñón y Sacedón, formando un círculo defensivo que obligara a los guerrilleros a no intentar internarse en la provincia de Guadalajara, pero Juan Martín cruzó el Tajo y atacó a Molina, que no tuvo más remedio que encerrarse en sus fuertes. Dejó éste hostigándola con la mayor parte de su infantería, pero con el resto y la caballería corrió a presionar a los franceses en Brihuega. Los franceses cortaron los puentes de Pareja y Trillo y quemaron el de Valdetablada, dejando sin destruir sobre el Tajo sólo el puente de Auñón, defendiéndolo con una buena guarnición, con el fin de que El Empecinado no pudiera ir desde Cuenca a Guadalajara o viceversa. Poca defensa para un hombre tan obstinado: Juan Martín reunió a sus hombres y se dirigió a Sacedón y Auñón, en cuyo camino se encontró con los hombres de Villacampa, a quien convenció para que apoyara su acción contra los franceses. El resultado fue la derrota del enemigo en Sacedón y la entrada de sus hombres en Auñón donde cogieron 156 prisioneros haciéndole al enemigo, entre muertos y heridos otras tantas bajas. Nuevamente se interponen los miembros de la Junta de Guadalajara en las acciones de guerra, haciendo mover a las tropas a su antojo, atacando Jadraque sin éxito, y abandonando a los desarmados y a los componentes 12


del Batallón de Voluntarios de Madrid en el lado izquierdo del Tajo, donde los franceses capturaron a un grupo numeroso de ellos, e igual pasó en Valdeolivas, donde sorprendieron a los guerrilleros en la iglesia. La situación se le complica a El Empecinado, quien ve como sus hombres eran dispersados sin que sus mandos puedan hacer nada para retenerlos, cuando no, son presa fácil para los franceses que hacen numerosos prisioneros. En marzo de 1910, frente a órdenes contradictorias por parte de los miembros de la Junta que desobedecieron las llamada de ayuda del ejército de Valencia, El Empecinado de encuentra nuevamente sin mando y sin hombres. No obstante, para contener los efectos del desorden producido, ordenó a los rebeldes que por El Recuenco se dirigieran a Sigüenza. El miembro de la Junta, Zayas, no aprobó esta orden y dispuso que la caballería a las órdenes de Abuín, bajasen por la izquierda del Cigüela, y que la infantería que estaba en Priego pasase a Sacedón, lo que supuso ponerlos al alcance de los franceses, que les atacaron destruyendo prácticamente a los batallones de tiradores de Sigüenza y de voluntarios de Madrid. El 27 de julio cambió la Junta, que fue sustituida por otra que, desde un principio se abstuvo de intervenir en operaciones militares, recibiendo El Empecinado el real despacho de coronel del regimiento de Caballería de Cazadores de Guadalajara, conservando el mando de su división y el empleo de brigadier. Volvió a la provincia, recuperó desertores, encuadró a los prisioneros fugados y reunió a las unidades dispersas. El 1 septiembre desarmó en Turégano a la partida llamada Castilla, que solo se dedicaba a robar. Reorganizadas sus unidades en Sigüenza, envió a la infantería y a la Caballería del regimiento de Guadalajara, junto con los tiradores de Sigüenza, contra la guarnición francesa de Molina, a la que consiguió hacer prisionera, en su mayoría. No obstante lo anteriormente detallado, Juan Martín tuvo que rendir cuentas a la nueva Junta Superior de Guadalajara, debido a las numerosas denuncias que sobre él se venían vertiendo de insubordinación a los miembros de la misma, así como, por acciones de guerrillas que no 13


contaban con el visto bueno de tan “expertos” funcionario en temas de guerra. Existen numerosas cartas dando cuenta a S. A. de dichos “desmanes” por parte de tan aguerrido personaje, como también existe respuesta de El Empecinado a las representaciones de la Junta de Guadalajara, en la que de forma muy bien estructurada y desarrollada a lo largo de 46 puntos, no solamente se defiende de las añagazas de sus enemigos políticos, sino que de forma muy dura, pero humorística, desarma uno a uno los argumentos de dichos personajes, quienes no tienen más mérito en el desarrollo de la guerra contra el francés que el medro y el ansia de cargos oficiales con los que distinguirse. En 1811 estuvo al mando del regimiento de húsares de Guadalajara y contaba en ese momento con una partida de unos 6.000 hombres. En 1812 , tras abandonar Torija (Guadalajara) decidió dinamitar el Castillo de Torija para que las tropas francesas no pudieran hacerse fuertes en el recinto. En 1813, el 22 de mayo, ayudó en la defensa de la ciudad de Alcalá de Henares y en el puente de Zulema, sobre el río Henares venció a un grupo de franceses que le doblaban en número. Más tarde, Fernando VII daría su consentimiento para que la ciudad de Alcalá levantara una pirámide conmemorativa de esta victoria. Pero en 1823, este mismo rey ordenó su destrucción por ser símbolo de un “liberal”; aunque en 1879 los alcalaínos volvieron a levantar otro monumento al Empecinado, al que percibían como su liberador. Dicho monumento ha llegado a nuestros días. En 1814, Juan Martín es ascendido a Mariscal de campo, y se gana el derecho a firmar como El Empecinado de forma oficial.

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Durante el denominado periodo de los Cien Días (entre el regreso de Napoleón de su destierro en Elba y su derrota en Waterloo y segunda abdicación), El Empecinado se mantuvo al mando de diferentes fuerzas situadas en los Pirineos, entre ellas, las compañías del Regimiento Infantería Burgos nº 2 desplegadas en el valle de Broto (Huesca), localidad donde residió en julio de 1815 y en donde, entre sus costumbres, se encontraba la caza del oso en el cercano valle de Bujaruelo, en la localidad de Torla. Cuando el rey Fernando VII regresó a España y restauró el absolutismo, tomó medidas contra los que consideraba enemigos liberales, entre otros el Empecinado, que fue desterrado a Valladolid. En 1820 tuvo lugar el pronunciamiento del militar Rafael de Riego y el Empecinado volvió a las armas, pero esta vez contra las tropas realistas de Fernando VII. Durante los años siguientes, el Trienio Liberal, fue nombrado gobernador militar de Zamora y finalmente, Capitán General. Al parecer, el rey Fernando VII intentó que el Empecinado se adhiriese a su causa (a pesar de previamente haber jurado la Constitución de Cádiz) y se uniera a los “Cien Mil Hijos de San Luis”; ofreció otorgarle un título nobiliario y una gran cantidad de dinero, un millón de reales. La respuesta del Empecinado fue: “Diga usted al rey que si no quería la constitución, que no la hubiera jurado; que el Empecinado la juró y jamás cometerá la infamia de faltar a sus juramentos”. En 1823 acaba el régimen liberal. Juan Martín marchó entonces al destierro en Portugal. Decretada la amnistía el 1 de mayo de 1824, pidió un permiso para regresar sin peligro, permiso que le fue concedido. Pero Fernando VII no estaba dispuesto a someter sus odios a la benevolencia del decreto y el 23 de mayo había ordenado: “Ya es tiempo de de coger a Ballesteros y despachar al otro mundo a Chaleco y el Empecinado”. Volviendo El Empecinado a su tierra con unos 60 de sus hombres que le habían acompañado como escolta a Portugal, fue detenido en la localidad de Olmos de Peñafiel junto con sus compañeros por los Voluntarios Realistas de la comarca.

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Llevados los presos a Nava de Roa, fueron entregados al alcalde de Roa, Gregorio González Arranz, que lo trasladó a esta localidad, “...a pie, delante de mi caballo y llevando yo el cabo de la cuerda con que tenía amarrados los brazos”. Al llegar, el populacho, sin haber recibido orden de superior alguno, había montado en la Plaza Mayor un tablado y el preso fue subido allí, donde fue insultado y apedreado. Fue encerrado con sus compañeros en un antiguo torreón donde, según Gregorio González, “...no me olvidé de buscar una persona que se encargase de preparar los alimentos para los presos, encontrando una que se ofreció a facilitarlos a razón de trece reales por la comida del Empecinado, y de trece cuartos — cuantía de la ración de etapa militar— por la de cada uno de los demás. Este arreglo no fue cosa de poco tiempo, duró hasta que al Empecinado se le quitó la vida”. La causa debería haber sido llevada a la Real Chancillería de Valladolid, donde el militar liberal Leopoldo O'Donnell habría conseguido que fuese juzgado con benevolencia, pero el corregidor de la comarca Domingo Fuentenebro, enemigo personal del preso, dio parte al rey que lo nombró comisionado regio para formar la causa en Roa que quedó concluida el día 20 de abril de 1825. La cual “...puesta en manos de su Majestad... aprobó la sentencia dictada en la que se condenaba al Empecinado a ser ahorcado en la Plaza Mayor de Roa...”. La ejecución se llevó a cabo el 20 de agosto de 1825. Murió ahorcado en lugar de ser fusilado. El alcalde de Roa, que llevó a cabo los preparativos de la ejecución y fue testigo de la misma, dice que el Empecinado: “Cuando se dio cuenta de que lo iban a subir por la escalera del cadalso, dio tan fuerte golpe con las manos, que rompió las esposas. Se tiró sobre el ayudante del batallón para arrancarle la espada, que llegó a agarrar; pero no pudo quedarse con ella, porque el ayudante no se intimidó y supo resistir. Trató de escapar entonces en dirección a la Colegiata y se metió entre las filas de los soldados. La confusión fue terrible. Tocaban los tambores, corrían despavoridas las gentes sin armas y las autoridades; los sacerdotes y el verdugo se quedaron como paralizados... Por fin, los voluntarios realistas pudieron sujetarlo y lo colocaron en el mismo sitio donde estaba cuando rompió las esposas, esto es, junto a la escalera de la horca... Entonces, para evitar forcejeos y trabajos, se trajo una gruesa maroma y se ató por medio del cuerpo y así se 16


le subió hasta el punto donde tenía que hacer su trabajo el ejecutor de la sentencia... Se dio la última orden y quedó colgado con tanta violencia que una de las alpargatas fue a parar a doscientos pasos de lejos, por encima de las gentes. Y se quedó al momento tan negro como un carbón”. Bibliografía

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Presentación del libro: Fugitivas del mar, de Laura Olalla. Presentacion del libro: Amor sin medida, de Francisco Cerro Ramos. Revista Digital Raices de Papel, Enero de 2014. Reseña al libro Escritores Extremeños en los Cementerios de España, III. Crónica de Las Brozas: Un homenaje a Diego Muñoz Torrero. 15 diciembre de 2012. V Encuentros de Estudios Comarcales. La Siberia, La Serena, Vegas Altas: Extremeños en las cortes de Cádiz. Castuera, Cabeza del Buey, Campanario, del 16 al 18 de marzo de 2012. El Periódico de Extremadura: El escritor Ricardo Hernández Megías pregonero de las fiestas patronales de Santa Marta de los Barros. 27 julio de 2011. Hoy.es: Libre con Libros, Manuel Pecellín Lancharro: Luis Álvarez Lencero. 7 julio 2013. Cadena Ser, Madrid: El escritor Ricardo Hernández Megías presenta su última recopilación de poesía en la Casa de la Cultura de Parla. 15 enero 2014. ParlaHoy.es: Ricardo Hernández presentó su última recopilación de poesía extremeña en Parla. 26 junio de 2012.

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El buzón.es, de Parla: Presentación del libro Luis Álvarez Lencero, desde la memoria. 13 diciembre 2013. ABC: 2 mayo 2007: Homenaje a Jaime de Jaraíz. Digital Extremadura: Monago se reune con asociaciones d emigrantes en Madrid. 6 octubre 2010. Ediciones Aache, de Guadalajara. 3 de marzo de 2012. Entrevista a Pedro Lahorascala. Revista de la Casa de Extremadura de Parla. 21 septiembre 2013. Real Academia de Extremadura: Nuevo Consejo asesor de Guadalupex. 8 marzo de 2011. Esliteratura.com: Presentación del Libro de Luis Álvarez Lencero desde la memoria en el Círculo Extremeño de Torrejón de Ardoz. 11 octubre 2013. Dleganés: La Casa de Extremadura celebró la XXXIII Romería de la virgen de Guadalupe. 10 septiembre 2013. AbsolutBadajoz: Ferias y fiestas en Santa Marta de los Barros. 25 julio de 2009.

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