NOTAS SOBRE LA BOHEMIA MADRILEÑA
Si nos limitásemos a aceptar lo que la Real Academia Española nos dice sobre La Bohemia, nos encontraremos con esta breve nota: La Bohemia literaria española fue un desdibujado movimiento asocial1 que tuvo su desarrollo y agonía en la España del último tercio del siglo XIX y el primero del XX. Bohemia, como nombre o definición de un grupo o movimiento cultural (o subcultural), aparece en el siglo XIX en la obra del romántico Henri Murger “Scènes de la Vie de Bohème” (1847–1849), una especie de novela–ensayo o ficción biográfica de escaso valor literario y sociológico, pero que sirvió de pauta e inspiración a grandes obras posteriores en diversos campos del arte. Así por ejemplo, la ópera “La Bohème” de Giacomo Puccini o incluso la Louise de Gustave Charpentier y la "Carmen" de Georges Bizet. Se considera a la ciudad de París como escenario original del fenómeno socio–literario Aunque Antonio Espina consideraba que el prototipo del bohemio siempre ha existido en Occidente2 el concepto literario de “bohemia” o “vida bohemia” parece originarse en el París del Segundo Imperio, siendo su heraldo el escritor Henri Murger3, un epígono del Romanticismo que llegó a ser secretario de Tolstoi, cuya obra Escenas de la vida en bohemia (1847–1849), contiene una descripción de la vida de los hambrientos escritores y artistas de tercera fila en el Barrio latino de la capital francesa, haciendo un canto de la mugre, marginación, deudas, frío, alcoholismo, prostitutas, exaltación y depresión en las que sobrevivieron dichos personajes. La obra tuvo un éxito impresionante, que de poco le sirvió al autor cuya avanzada tuberculosis le llevaría poco después de su publicación al cementerio de Père Lachaise, pero creó un modelo y llegó a inspirar en otros ámbitos y géneros del arte obras como La bohème de Puccini.4 __________________________
(1) Definición asocial en el DRAE. (2) ESPINA, Antonio (1995). Las tertulias de Madrid. Alianza Editorial. pp. 244 a 254. (3) Murger, hijo de un portero y sastre, pasó su juventud entre los 'bebedores de agua', un conjunto de paupérrimos artistas del Barrio latino de la capital francesa, llamados así por carecer de dinero para los buenos caldos. La obra por la que alcanzó la celebridad es Scènes de la vie de bohème, Escenas de la vida bohemia, cuya versión teatral (La vida bohemia) estimuló la creación de dos importantes óperas con el título La bohème, una de Giacomo Puccini (1896) y otra de Ruggiero Leoncavallo (1897).
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En la España del último tercio del siglo XIX y el primero del XX, como grupo auto–marginado de "Edad de Plata de la literatura española", se reunió en Madrid –y con una identidad propia, en Barcelona– una bohemia artística y literaria adicta a los cafés y el noctambulismo, cuyos integrantes (en gran medida desintegrados por definición) convivieron con las grandes figuras del realismo, el naturalismo, la Generación del 98, el Novecentismo y la Generación del 27. Espina explica que la bohemia madrileña de la época romántica nació intelectual y política. En los días de la Revolución de Septiembre de 1868 el individuo bohemio “tan pronto estaba en las barricadas como en la cárcel” (así por ejemplo, en el Café Imperial de la Puerta del Sol se reunía una tertulia literaria conocida como antesala del Saladero, haciendo referencia a la cárcel madrileña de ese nombre).5 En el contexto histórico de la capital de España, unos y otros dejaron su huella y su legado en los periódicos y editoriales de ocasión de un Madrid "brillante y hambriento". Con diferente fortuna, el destino, como escribió Ramón del Valle–Inclán, fue una diosa ciega e inmisericorde con las ilusiones literarias de los rebeldes bohemios.6 La base de aquella bohemia la formaron escritores del decadentismo modernista, como Francisco Villaespesa, Emilio Carrere, Alejandro Sawa, Armando Buscarini,7 Ernesto Bark, Pedro Luis de Gálvez, Dorio de Gádex, Ramón Prieto, Alfonso Vidal y Planas, Eliodoro Puche, Zamacois, Nakens, Pujana, Dicenta y en sus periodos juveniles Rubén Darío, Ramón María del Valle–Inclán, Manuel Machado y Pío Baroja, entre otros muchos8 que en otra parte de este estudios señalaremos más detenidamente. El tema de la bohemia está presente en muchas obras literarias de la época, destacando entre ellas Luces de bohemia de Valle–Inclán y Aventuras, inventos y mixtificaciones de Silvestre Paradox, de Baroja.9 Una fuente importante —aunque parcial— para el conocimiento de esta época y sus personajes son las memorias de algunos escritores contemporáneos, ________________ (4) Antonio Espina, pág. 246. (5) Jaime Álvarez Sánchez: Bohemia, Literatura e Historia (Bohemiam, Literature and History) Cuadernos de Historia Contemporánea 2003. (6) Allen W. Phillips: “Apuntes para el estudio de la bohemia en algunas novelas modernas (1880 1930)”, en Anales de Literatura Española, nº 6, 1988 (7) I Jornadas sobre Buscarini en la Bohemia Literaria de la Universidad de la Rioja. (8) Allen W. Phillips: “Treinta años de poesía y bohemia (1890 -1920)”, en Anales de Literatura Española, nº 5, 1986-1987.
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muchos de ellos bohemios o descarnados detractores como Rafael Cansinos Assens (La novela de un literato o su novela autobiográfica Bohemia)10 En los finales del siglo XIX y, seguramente, como consecuencia de los grandes avances que se vienen produciendo en Francia en los campos de las libertades individuales, sociales y políticas, que cambiarían la faz de Europa y nos atrevemos a decir que del mundo, va a surgir un movimiento literario, principalmente en el mundo de la poesía, conocido por los poetas malditos, nombre de un ensayo de Verlaine, publicado en 1884, al que le da nombre un poema de Boudelaire publicado en su libro Las flores del mal, titulado Bendición. Los comentarios de los autores que dio Verlaine, que conoció personalmente a la mayoría, tratan sobre el estilo de su poesía y de anécdotas personales vividas con ellos. Verlaine expuso que dentro de su individual y única forma, el genio de cada uno de ellos había sido también su maldición, alejándolos del resto de personas y llevándolos de esta forma a acoger el hermetismo y la idiosincrasia como formas de escritura. También fueron retratados como desiguales respecto a la sociedad, teniendo vidas trágicas y entregados todos ellos con frecuencia a tendencias autodestructivas; todo esto como consecuencia de sus dones literarios. El uso de esta expresión y del término malditismo se generalizó luego para referirse a cualquier poeta (o a un escritor de otros géneros o incluso a un artista plástico) que, independientemente de su talento, es incomprendido por sus contemporáneos y no obtiene el éxito en vida; especialmente para los que llevan una vida bohemia, rechazan las normas establecidas (tanto las reglas del arte como los convencionalismos sociales) y desarrollan un arte libre o provocativo. En realidad, y según nuestro criterio, el término maldito utilizado para definir a un grupo de “intelectuales” franceses como después se utilizaría el de bohemios en Madrid y Barcelona, en España, al margen de los reconocidos méritos literarios de algunos de sus componentes, no en– _________________________ (9) Sobre la primera, consultar: Alonso Zamora Vicente, La realidad esperpéntica (Aproximación a «Luces de bohemia») (Madrid, Gredos, 1969); Baroja, por su parte reunió buen número de anécdotas en su libro de memorias Desde la última vuelta del camino. Y como estudio más general: Andrés Amorós, Vida y literatura en “Troteras y danzaderas” (Madrid, Editorial Castalia, 1973) (10) Posteriormente se han hecho varios intentos de recrear el mundo de la bohemia, entre los que se puede citar la novela Las máscaras del héroe, de Juan Manuel de Prada.
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encierran más que a un grupo de personajes que hicieron de sus reconocidas y estudiadas mediocridades literarias un arma de lucha contra una sociedad y unas normas de convivencia a la que ellos, en su soberbia, no estaban dispuestos a aceptar, significándose muchos de ellos por una vida disipada, violenta, amoral, cuando no claramente dentro de la más pura delincuencia. El resultado final de estas vidas desordenadas lo podemos ver si nos detenemos a estudiar sus consecuencias finales, en las que bien por suicidios, muertes por sobredosis, alcoholemia o muertes violentas en peleas callejeras (también como consecuencia del hambre y las precariedades sufridas como consecuencia de sus fracasos), muchos de estos personajes no llegaron a alcanzar la edad de treinta años. Veamos algunos ejemplos de lo que estamos diciendo: Thomas Chatterton: se envenenó con arsénico en una buhardilla de Londres el 25 de agosto de 1770; Gérard de Nerval: aparece muerto en la nieve de París, un 26 de enero de 1865; Antero de Quental: muere de dos disparos. Su mano apretó el gatillo en Punta Delgada, un 11 de septiembre de 1891; José Asunción Silva: se dispara un tito en el pecho sobre el que hizo dibujar un corazón a su médico, el 14 de mayo de 1896; Ángel Ganivet: se lanza dos veces al río Duina; la primera lo sacan del agua. En Riga el 29 de noviembre de 1898; Vladimir Maiakovski: se dispara un tiro en Moscú el 14 de abril de 1930; Leopoldo Lugones: quema sus libros y muere por ingestión de cicuta en la isla del Tigre, el 18 de febrero de 1838; Alfonsina Storni: se interna despacio en las aguas del Atlántico en Mar de Plata, el 25 de octubre de 1938; Cesare Pavese: ingiere dieciséis envases de somnífero y muere en Turín el 27 de agosto de 1950; Paul Celan: se arroja a las aguas del Sena a su paso por París el 30 de abril de 1970; Mariano José de Larra: de suicidó de un pistoletazo en la sien derecha. Tenía 27 años; Paul Verlaine, el príncipe de los poetas muere en París, a los 51 años, en la tristes de las miserias; Charles Boudelaire, el poeta del mal, muere en París el 31 de agosto de 1867, víctima de la sífilis; Edgar Allan Poe, muere en Baltimore, Meryland, a los cuarenta años, víctima del alcoholismo; Oscar Wilde, murió en París un 30 de noviembre de 1900, a los 46 años, víctima de los excesos de todo tipo… etc. Pero la semilla ya estaba plantada. Estas vidas truncadas en plena juventud dieron su corrompido fruto en una parte de la juventud europea que los acogió como nuevos heroes, sobre todo por una izquierda radical y anarquista, así como por todos aquellos “artistas” fracasados, quienes continuaron con sus excesos y con sus reivindicaciones creyéndose el ombligo de los nuevos movimientos culturales, al mismo tiempo que se RICARDO HERNÁNDEZ MEGÍAS
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alejaban de su verdadero cometido como lo era –o debía de ser– la creación de nuevas obras de contrastado interés para el lector. Esta sinrazón de estos privilegiados personajes o personajillos del mundo de la “cultura” los hemos tenido que sufrir –o lo seguimos sufriendo– en la España actual, donde no hay premio literario que se precie sin un jurado de figuras netamente izquierdosas, dándose el caso lamentable que aún con gobiernos alejado de sus postulados y en una clara muestra de complejos de culpa nunca superados, se sigan premiando una y otra vez, con el indeseado espectáculo de negarse a recibir el premio por ser “gobiernos fascistas”, a autores sin una obra de relevancia y sin otro mérito conocido que el de su compromiso político. Igualmente sucede con un cine o un teatro ramplón y claramente politizado, subvencionado por un estado que se olvida, por otra parte, de apoyar la verdadera cultura que la sociedad les está demandando. Por otra parte, todos aquellos que amamos el mundo de las letras sabemos que, durante muchos años y hasta podríamos decir que la actualidad, Madrid –y en cierto modo también Barcelona– se convirtió en el foco de atracción para todos aquellos artistas y literatos de provincias que querían triunfar en el mundo de las artes; todo aquel que tenía inquietudes culturales y deseos de triunfo, abandonó los siempre encorsetados límites de sus provincias para buscar en la capital del reino, por aquellos años en ferviente ebullición en el mundo de la cultura a través de las innumerables tertulias y cafés literarios, un hipotético triunfo que en muchos casos, bien por falta de calidad de sus obras, o bien por falta de oportunidades a la hora de editar, nunca llegó, dejando a sus autores en la más triste indefensión al haber gastado todos sus ahorros en la más que arriesgada aventura, al no querer darse por vencidos y regresar con las manos vacías a su tierra de origen. Madrid, la ciudad de la farándula y de la vida licenciosa, con sus cafés literarios y sus teatros de variedades en plena efervescencia y derroches, vería pasar por sus calles las figuras fantasmales de unos hombres vencidos, a la espera de una gloria que les estaba prohibida. Malviviendo en fonduchas de mala reputación, sableando a los amigos y conocidos, mientras sus estómagos vacíos reclamaban el más mínimo alimento. Muchos de ellos siguieron fieles a sus principios; otros, menos firmes en sus convicciones fueron capaces de vender su alma al diablo por unos renglones de efímera gloria en cualquier periodicucho o por un café con que alimentar sus desnutridos cuerpos. Eran el caldo de cultivo más propicio para un mundo de delincuencia y dejaciones de unos hombres que estaban llamados a los más altos designios de las letras españolas. RICARDO HERNÁNDEZ MEGÍAS
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Hemos querido estudiar a fondo el tema de los llamados poetas malditos, o por mejor decirlo, del llamado malditismo literario francés, porque será una herencia, que aunque con matices claramente distintos y peculiares, llegará a nuestro pais y llenará durante muchos años todo el panorama cultural de nuestra sociedad, agravado en muchos caso por el estallido de la incivil guerra del 36–39, donde podremos ver a muchos de estos personajes revolcarse en la ignominia y aprovecharse de la oportunidad que se les ofrece para sacar de sus supurantes conciencias sus malas artes y aprovecharse en beneficio propio, aún a costa de sus propios conmilitones. Veamos cómo nos describe Allen W Phillips estos tiempos de entre siglos en nuestro país para mejor entender lo que venimos diciendo: En la España de la Restauración comienzan a respirarse aires de desaliento y cansancio. Pronto se iniciará otro decenio en que hay poca posibilidad de ser efectuadas las necesarias reformas político-sociales, y, a raíz de la Guerra de 1898, se perderán por supuesto las últimas colonias de ultramar. Ese período de veinticinco o treinta años (1890-1920) poco más o menos se caracteriza sobre todo por su complejidad ideológica y estética. Se cruzan y se confunden las más variadas corrientes de pensamiento; nacen y mueren las escuelas literarias; y apenas se cotizan en el mercado internacional los valores artísticos de los españoles, con la notable excepción de Galdós, hasta la consolidación algo posterior de los escritores de la generación del 98 y del modernismo que llega desde América en la persona de Rubén Darío. Todo esto a caballo entre un siglo que acaba y otro que comienza. Pero en todas partes se siente un clima de abatimiento, y caducan cada día más las venerables tradiciones institucionales del país. El realismo y el regionalismo en la novela serán pronto superados por la publicación en 1902 de obras como La voluntad de Azorín, Camino de perfección de Baroja, Amor y pedagogía de Unamuno y la Sonata de otoño de Valle-Inclán; el fuerte naturalismo zolesco de López Bago, Sawa y algunos más no produce obras de suficiente calidad para sobrevivir; y queda muy atrás el teatro decimonónico, sentimental y declamatorio, hasta la aportación vitalizadora de Benavente. La crónica periodística, sin embargo, alcanza ahora verdadera altura artística en manos de infatigables escritores como Azorín, Gómez Carrillo, Bonafoux y algunos más, de cierto talento. Desde luego, el ensayo empieza a adquirir nuevo brillo con Ganivet, Unamuno y Maeztu, así como en época bastante posterior a través de la meritoria labor de Ortega y los que rodeaban al filósofo. De igual fecundidad es la renovación realizada en la poesía lírica: los poetas se alejan del prosaísmo de Campoamor y la sonoridad RICARDO HERNÁNDEZ MEGÍAS
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hueca de Núñez de Arce, pero los mejores no se olvidan de la herencia intimista de Bécquer y Rosalía de Castro. Una generación comienza a buscar otras modalidades poéticas (Reina, Rueda) antes de que aparezcan al filo del siglo y bajo el magisterio de Darío las grandes figuras de los hermanos Machado, Juan Ramón Jiménez y otros poetas de reconocida excelencia. En todos los géneros los autores se renuevan y, dueños de nuevas técnicas, alcanzan cimas artísticas no igualadas, con pocas excepciones, desde la época barroca del siglo XVII. No obstante suele olvidarse que hacia 1885 empezó a formarse en Madrid una generación levemente anterior a la más sonada de 1898. Los miembros de esa agrupación, menores en capacidad literaria y apenas recordados hoy en su mayoría, gustaban de denominarse a sí mismos gente nueva. En aquella época esa designación correspondía a modernista en sentido peyorativo. De ese grupo precursor e iconoclasta salió cronológicamente la primera oleada de bohemios españoles: Manuel Paso, Alejandro Sawa, Nakens, Bonafoux, París, Silverio Lanza y otros menos conocidos. A esa nómina heterogénea hay que añadir algunos nombres más (Barrantes, Palomero, Delorme, Fuente) y destacar la figura más señalada de la promoción: Joaquín Dicenta, cuyo estreno de Juan José (1895) provocó cierto revuelo por sus avanzadas ideas sociales y políticas, recibidas con entusiasmo hasta en la prensa conservadora. Ese grupo intermedio de simpatías progresistas vivía los momentos de desaliento nacional y tenía ya el presentimiento del fracaso eventual; demostraba sus conocimientos de la literatura extranjera; y en su inquietud levantaron las banderas de protesta y se agruparon en las redacciones de periódicos radicales. Cabe enfatizar siempre la estrecha relación entre la bohemia y los centros de convicciones socialistas. Los del 98 y los modernistas coincidieron al fin y al cabo en un odio a los burgueses y en el culto de un personalismo propio. Sobre el extravagante modo de ser del bohemio y el lugar que ocupa en la sociedad ha escrito certeras palabras Aznar Soler: …La verdadera bohemia no es una forma de vida, forzosa en la mayoría caracterizada por una extrema penuria, sino una manera de ser artista, una condición espiritual sellada por el aristocratismo de la inteligencia. La vida bohemia se asume porque para el artista bohemio no hay arte sin dolor [...] La verdadera bohemia se vive, por tanto, como experiencia de libertad en el seno de una sociedad voluntariamente marginal, en donde el tiempo no es oro, sino ocio artístico, alcohol, búsqueda de paraísos artificiales, de alucinaciones mágicas, de belleza y falso azul nocturno. Esa actitud provocadoramente antiburguesa del RICARDO HERNÁNDEZ MEGÍAS
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escritor bohemio le conduce a una pose de anarquista literario, o una condición de maldito que se relaciona con los marginados sociales (homosexuales, prostitutas, delincuentes), a experimentar el placer de demoler ideas y valores establecidos por medio de boutades con el objetivo expreso de épater le bourgeoi. El gran santón de la bohemia madrileña de finales del siglo XIX – entre otros muchos que iremos estudiando en estos apuntes– es Alejandro Sawa, escritor y periodista sevillano nacido en un 15 de marzo de 1862. Alejandro Sawa era de origen griego, hijo de un comerciante que importaba vinos y productos ultramarinos de toda clase. Tras estudiar en el colegio de San Sebastián o del Seminario, de Málaga (donde, lejos de lo que se afirma en determinadas fuentes, no ingresó movido por ninguna clase de vocación religiosa, puesto que se trataba tan sólo de una institución docente de carácter privado), acabaría convirtiéndose con el tiempo en un exacerbado anticlerical y estudiará Derecho en Granada durante el curso 1877–1878. Llegado a un Madrid “absurdo, brillante y hambriento” (Valle Inclán: Luces de Bohemia) por primera vez en 1885, vive la pobreza de la vida bohemia y marginal: Mis primeros tiempos de vida madrileña fueron estupendos de vulgaridad –¿por qué no decirlo?– y de grandeza. Un día de invierno que Pi y Margall me ungió con su diestra reverenda, concediéndome jerarquía intelectual, me quedé a dormir en el hueco de una escalera por no encontrar sitio menos agresivo en que cobijarme. Sé muchas cosas del país Miseria; pero creo que no habría de sentirme completamente extranjero viajando por las inmensidades estrelladas. Viajó a París en 1889 atraído por la vida artística de la metrópoli. Allí viviría lo que siempre consideró sus “años dorados”. Durante algún tiempo trabajó para la famosa casa editorial Garnier, que editaba un diccionario enciclopédico. En ese periodo tuvo ocasión de entablar amistad con los principales literatos franceses del Parnasianismo y del Simbolismo, aunque él fue un gran lector del romántico Víctor Hugo. Tradujo a los hermanos Goncourt y vivió entonces la etapa más feliz de su existencia. Se casó con una borgoñona, Jeanne Poirier, y tuvo una hija, Elena. En 1896 regresó a España entregándose febrilmente al periodismo. Fue redactor de El Motín, El Globo y La Correspondencia de España, y colaboró en ABC, Madrid Cómico, España, Alma Española etcétera. Sus últimos años fueron trágicos: se quedó ciego y perdió la razón. No sin RICARDO HERNÁNDEZ MEGÍAS
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ironía, se inicia en esos años finales con el modesto triunfo de su adaptación escénica para el Teatro de la Comedia de Los reyes en el destierro, de Alphonse Daudet, en enero de 1899. Como escritor, se dedica exclusivamente al periodismo; colabora con los diarios más prestigiosos de la época El Liberal, El País, Heraldo de Madrid, España o el El Imparcial. El derrumbamiento físico y moral es progresivo. Escribe: “Yo no hubiera querido nacer; pero me es insoportable morir”. Murió el 3 de marzo de 1909 loco y ciego, hundido en la miseria en su humilde casa de la calle del Conde Duque número 7 de Madrid, donde se puede leer una placa que dice: “Al rey de los bohemios, el escritor Alejandro Sawa, a quien Valle–Inclán retrató en los espejos cóncavos de Luces de bohemia como Max Estrella, que murió el 3 de marzo de 1909, en el guardillón con ventano angosto de este caserío del Madrid absurdo, brillante y hambriento”. Poco antes, el gran bohemio había dicho: ¡Irme, irme! Ya no sueño sino con eso. Irme a una tierra cualquiera donde la villanía no sea el estado social de la gente, donde a lo menos las afirmaciones y negaciones tengan el sentido filosófico que todos los léxicos les prestan, donde el honor se asiente en las almas y no en los labios. ¡Irme, huir de aquí, por dignidad, por estética, por instinto de conservación! ¡Es que yo me noto aún sano en esta sociedad de leprosos! Algunos novelistas de la Generación del 98 lo evocaron en algunas de sus obras, como Pío Baroja en El árbol de la ciencia y Valle–Inclán en Luces de bohemia. Max Estrella, personaje central de la comedia de Valle, está inspirado en él. Aunque se le suponía una escasa cultura, poseía un fuerte temperamento y un estilo donde son frecuentes los resabios de una apasionada lectura de Víctor Hugo y Verlaine, de quienes decía haber sido amigo. También decía haberse honrado con la amistad de Alphonse Daudet; conociéndosele su amistad con Rubén Darío y Manuel Machado. Éste último le dedicó un espléndido epicedio en verso. Con motivo de su muerte, Valle–Inclán escribió a Rubén Darío: He llorado delante del muerto por él, por mí y por todos los pobres poetas. Yo no puedo hacer nada, usted tampoco, pero si nos juntamos unos cuantos algo podríamos hacer. Alejandro deja un libro inédito. Lo mejor que ha escrito. Un diario de esperanzas y tribulaciones. El fracaso de todos los intentos para publicarlo y una carta donde le retiraban una colaboración de sesenta pesetas que tenía en El Liberal, le volvieron loco durante los últimos días. Una locura desesperada. Quería matarse. Tuvo el fin de un rey de tragedia: murió loco, ciego y furioso. ******
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Sin embargo, creemos que el verdadero aglutinador de esta corriente modernista fue el escritor y político español Antonio Espina García (Madrid, 29 de octubre de 1894–12 de febrero de 1972), hombre de talante progresista y vanguardista. Rechazó haber formado parte de la llamada Generación del 27, por lo que se le clasifica entre los escritores del Novecentismo. Hijo del pintor y grabador Juan Espina y Capo. Hizo la enseñanza media en el Instituto de San Isidro de Madrid. Entró en la Facultad de Medicina por tradición familiar (nieto y sobrino de ilustres doctores y académicos), abandonándola cuando ya estaba en cuarto curso. Tras hacer el servicio militar en África, se consagró a la literatura y el periodismo. Fue redactor de Vida Nueva, Heraldo de Madrid y El Sol, y en las revistas de Nicolás María de Urgoiti Crisol y Luz. Desde pronto se señaló como autor polifacético que practicó la novela, la poesía y la crítica literaria y de arte. Escribió además biografías y se mostró amante de las Vanguardias estéticas, frecuentando la tertulia del Café Pombo en torno a Ramón Gómez de la Serna, si bien no fue bien recibido por la crítica pese a que Juan Ramón Jiménez (en sus Españoles de tres mundos) y otros autores destacados reconocieron siempre su talento; le perjudicó, sin duda, su independencia, pues nunca quiso ser encasillado ni dejó que se le adscribiera a corriente alguna; se relacionó, sin embargo, con autores como Mauricio Bacarisse y Juan José Domenchina, cercanos a veces al ultraísmo, al creacionismo y al surrealismo, sin llegar a adherirse a ninguna de estas escuelas. En la década de los veinte escribió varios artículos contra el dictador Miguel Primo de Rivera y apoyó la postura contestataria de Miguel de Unamuno, por lo que rompió con La Gaceta Literaria, donde llevaba la crítica de arte, a causa de discrepancias ideológicas con su director, Ernesto Giménez Caballero, cuyas simpatías por el fascismo le repugnaban. Viajó por Francia, Portugal y Marruecos, colaboró en las revistas España, La Pluma y Revista de Occidente y dirigió con José Díaz Fernández y Adolfo Salazar (más tarde se añadiría Joaquín Arderius) la revista Nueva España desde el mismo día en que cayó la dictadura de Miguel Primo de Rivera, el 30 de enero de 1930, hasta que desapareció en 1931. En 1934 publicó la colección de ensayos El Nuevo Diantre. Escribió además las biografías del bandolero Luis Candelas y el famoso actor decimonónico Julián Romea y tras la guerra hará las de Baldomero Espartero, Antonio Cánovas, Francisco de Quevedo, Ángel Ganivet. Compilará una antología de oradores decimonónicos españoles y entre sus ensayos destacan El alma Garibay, publicado en Renuevos de Cruz y Raya de José Bergamín y El Genio Cómico. Póstumo se imprimirá su Las tertulias de Madrid. RICARDO HERNÁNDEZ MEGÍAS
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En 1935 fue denunciado por el cónsul alemán y procesado por publicar en El Liberal de Bilbao, El caso Hitler, un artículo que entre otros muchos atacaba el fascismo, y fue condenado a un mes de reclusión pese a las protestas de Pío Baroja y otros destacados autores. El triunfo de la segunda República le animó a entrar más en política y militó en el partido de Manuel Azaña, Izquierda Republicana; fue gobernador civil de Ávila y más tarde se trasladó con el mismo cargo a Baleares, pocas semanas antes del levantamiento del 18 de julio de 1936, siendo sustituido en Ávila por el también periodista y escritor Manuel Ciges Aparicio, fusilado al poco tiempo; se le apresa en las Baleares y es encarcelado en Palma; a mediados de 1937 se intenta cortar las venas para escapar de su penosa situación; el juez alegó enajenación mental y ordenó su ingreso en el psiquiátrico provincial, donde permaneció hasta 1939, concluida ya la guerra civil; fue condenado a muerte y conmutada su pena. Hacia 1944 se halla en Madrid. Sus amigos están en el exilio y frecuenta el Instituto Británico, donde su director Walter Starkie ha creado un oasis liberal, y, a partir de 1945, la tertulia de la Revista de Occidente, donde encuentra a sus amigos Fernando Vela y Valentín Andrés Álvarez. En 1946, tras algunos intentos furtivos fallidos, consigue salir clandestinamente de España con la ayuda de unos contrabandistas. En París toma contacto con la organización del exilio republicano y colabora en La Nouvelle Espagne; comienza a escribir para la prensa mexicana gracias a la ayuda del antiguo secretario de Azaña, Santos Martínez Saura. Termina exiliado en México con su familia a fines de 1948; allí colaboró en las revistas literarias del exilio republicano: Realidad/Revista de ideas, Las Españas, Los Sesenta, Cabalgata, Comunidad Ibérica y La Novela Española. Fue nombrado secretario de literatura del Ateneo Español de México. Vuelto a España en 1953, trabaja para la Editorial Aguilar, como otros ilustres intelectuales y periodistas republicanos depurados, entre ellos Rafael Cansinos Assens; para ella realiza biografías de personajes célebres destinadas a un público juvenil y edita la famosa autobiografía dieciochesca Vida de Diego Torres y Villarroel. En esta editorial publica además El cuarto poder. Cien años de periodismo español (1960). Vivió el exilio interior y colaboró, gracias a la ayuda de su amigo Luis Calvo, en ABC, bajo el seudónimo de “Simón de Atocha”, aunque terminan echándole de ahí, y en la segunda época de la Revista de Occidente. En mayo de 1968, se ve obligado a presentarse ante el Tribunal de Orden Público, denunciado por Gregorio Marañón Moya, hijo del famoso doctor y reconocido franquista, por publicar artículos contra el sistema franquista en periódicos hispanoamericanos. No se le procesa, pero el régimen quiere que le sirva de amenaza y se asuste, algo que Espina ya sabía. Frecuentó la tertulia del Café Lyon, a la que acudían a veces sus amigos Francisco Ayala y José Bergamín. Falleció en Madrid el 12 de febrero de 1972. RICARDO HERNÁNDEZ MEGÍAS
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Un personaje imprescindible para entender el mundo de la bohemia es Rafael Cansinos Assens (Sevilla, 24 de noviembre de 1882– Madrid, 6 de julio de 1964) fue un escritor, poeta, novelista, ensayista, crítico literario, hebraísta y traductor español perteneciente a la Generación de 1914 o Novecentismo. Nació en Sevilla en 1882 y con quince años, en 1898, fallecido su padre, se traslada con su familia a Madrid, ciudad que ya nunca abandonaría. A su familia, muy modesta y de recursos económicos escasos, pertenecía también la actriz y bailarina norteamericana Margarita Carmen Cansino, más conocida como Rita Hayworth. Su educación fue profundamente cristiana de la mano de su madre, ferviente católica, y de las de sus dos hermanas mayores, que llegaron a ser novicias. La rama paterna, “Cansino”, era consciente a mediados del siglo XIX de su herencia conversa, lo que llevó a un jovencísimo Rafael a investigar el origen de su apellido, encontrando evidencias de un pasado familiar marcado por la expulsión de los españoles de religión judía en 1492 y que dividió a las familias sefarditas. Es a partir de este momento cuando comienza en él el proceso de asimilación al judaísmo, que ya le acompañará, con no pocos contratiempos, hasta el último minuto de su existencia. Su primer cuento aparece en la revista literaria El Arte hacia 1898 y también colabora en Vida Nueva, revista de la generación del 98 dirigida por el gaditano Dionisio Pérez Gutiérrez, y en el periódico El País. Un pariente le hizo conocer a los redactores de El Motín, pero José Nakens y sus amigos son antimodernistas, y Cansinos se siente ya perteneciente a la nueva sensibilidad. Hacia 1901 Pedro González–Blanco le pone en contacto con el Modernismo que le cautiva y conoce a Francisco Villaespesa; con él y otros jóvenes innovadores pasea por las calles madrileñas y recala en ciertas tertulias. Colabora en Helios (1903), Revista Latina y Renacimiento (1907). En esos años de comienzo del nuevo siglo participa activamente con el senador Ángel Pulido Fernández en una campaña filo–sefardí que tuvo por finalidad recuperar la memoria judía española. Escribe salmos. Frecuenta el Colonial y otros cafés de tertulia. Se hace periodista e irá relacionándose con el citado Villaespesa, Juan Ramón Jiménez, Emilio Carrere, Felipe Trigo, Rubén Darío, Rafael Lasso de la Vega, Gregorio Martínez Sierra, Carmen de Burgos, Ramón Gómez de la Serna, Antonio Machado y Manuel Machado, etcétera. RICARDO HERNÁNDEZ MEGÍAS
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Publica su primera obra, El Candelabro de los siete brazos (salmos), en 1914, modernista, pero publicada tardíamente, cuando ya esta estética empieza a periclitar. Por entonces tiene su propia tertulia en el Colonial, donde es animador de las vanguardias; tras venir a España el poeta chileno Vicente Huidobro en 1918 y fundar el Ultraísmo, cuando este se va asume la jefatura, liderato y patrocinio del movimiento en España a través de las revistas Cervantes y Grecia, aunque la verdadera portavoz del movimiento será la revista Ultra (enero de 1921–febrero de 1922). Al mismo tiempo mantiene una relación muy estrecha con la incipiente comunidad judía de Madrid, que en aquel entonces gira en torno a la figura de Max Nordau. En 1919 abandona el periodismo para dedicarse por completo a la literatura. Dirige la revista Cervantes, y colabora en otras como: Grecia, Ultra, Tableros, etc. Su obra de aquellos años, excepto algunos textos que firmó con el seudónimo de Juan Las, no tiene nada de vanguardista, sino que hunde sus raíces en textos bíblicos. Es la época en la que se relaciona con Guillermo de Torre, Adriano del Valle, Xavier Bóveda, Vicente Huidobro, etc. También con Jorge Luis Borges, que desde ese momento se referirá a él como su maestro. En 1919 pone por vez primera en español, traduciendo del inglés y francés, una antología talmúdica con el título de Bellezas del Talmud. Su prestigio como traductor irá en aumento basado en sus versiones de obras de Juliano el Apóstata, Iván Turguéniev, Lev Tolstói, Máximo Gorki, Max Nordau, etc. En 1921, en El movimiento V.P., hace un retrato irónico de los protagonistas de las Vanguardias españolas, y en especial de la disolución del Ultraísmo. Reconocido crítico literario, sus artículos, aparecidos fundamentalmente en La Correspondencia de España y en La Libertad, periódico este de tendencia republicana en que entra en 1925 y en que escribe hasta la Guerra Civil. Publica también importantes ensayos de crítica literaria como Poetas y prosistas del novecientos (1919), Los temas literarios y su interpretación (1924) y los cuatro tomos de La nueva literatura (1917–1927). Otros ensayos como El divino fracaso (1918), España y los judíos españoles (1920), Salomé en la literatura (1920), Ética y estética de los sexos (1921), Los valores eróticos en las religiones: El amor en el Cantar de los Cantares (1930) y La Copla Andaluza (1936) desarrollan de modo original los temas que enuncian sus títulos. Escribió, entre otras, las novelas La encantadora (1916), El eterno milagro (1918), La madona del carrusel (1920), En la tierra florida (1920), El movimiento VP (1921), La huelga de los poetas (1921), Las luminarias de Hanukah (1924).
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Durante la Guerra Civil redacta unos Diarios principalmente en inglés, pero también en francés, alemán y árabe aljamiado, lo que hacía para practicar las lenguas que conocía; de idéntica manera están escritos los diarios a partir de los que redactó la Novela de un literato, que alcanzan hasta el principio de la contienda; los Diarios siguen todavía inéditos. Después de la Guerra Civil española, en la que había tomado partido por los derrotados, fue depurado por el régimen de Franco y privado del carné de prensa bajo la única acusación de ser judío, e inicia un largo exilio interior, dedicándose casi por entero a traducir para la Editorial Aguilar. De su firma irán apareciendo la obra completa de autores como Dostoievski, Schiller, Goethe, Balzac, Andréyev... Todas estas obras las acompañaba de amplias biografías y estudios. Especial importancia tuvo también la primera traducción directa del árabe al español, y completa, de Las mil y una noches, en tres tomos en papel biblia, con una monumental monografía introductoria. De los años 50 es Mahoma y el Korán, biografía crítica y estudio y versión de su mensaje, publicado en una editorial bonaerense minoritaria, que acompaña de la traducción del Korán, nuevamente por primera vez en español en versión directa, literal e íntegra, y que fue publicada repetidamente hasta los años 60 por Aguilar en Madrid; ambos títulos los difunde actualmente su Fundación. También hay que reseñar en su haber una Antología de poetas persas. Desaparecida la comunidad judía española después de la Guerra Civil, su relación con el judaísmo y sus publicaciones es a través de la Hebraica de Buenos Aires y de su íntimo amigo César Tiempo. En esos años también escribe un ensayo sobre el antisemitismo, (Soñadores del galut, conservado en la Biblioteca Nacional Argentina) y La novela de un literato (1982–1995), que forma parte de una colección de diarios y memorias que todavía permanecen inéditos, conservada en la Fundación– Archivo Rafael Cansinos Assens (ARCA). En 2002 la fundación editó su novela póstuma Bohemia, mientras que otra serie de obras fue reeditada en el año 2006. En 2010 entró en el patronato de la Fundación el Ayuntamiento de Sevilla. La vida que llevó en el Madrid de posguerra fue fundamentalmente nocturna, ya que dormía hasta bien entrada la mañana, cuando empezaba a trabajar; fallecida en 1946 su compañera sentimental, Josefina Megías Casado, y su hermana Pilar en 1949, con la que había convivido toda su existencia, en 1950 entró a trabajar en su domicilio de Menéndez Pelayo, Braulia Galán, que se convertiría años después en su esposa, cuidándole hasta el fin de sus días. En 1958 tuvo un hijo, Rafael Manuel, quien está al frente de la Fundación que lleva el nombre del escritor. Gracias a su viuda se conservó el archivo literario del escritor, formado por más de sesenta mil RICARDO HERNÁNDEZ MEGÍAS
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documentos y una de las piezas más importantes, si no la que más, de la llamada Edad de Plata de las letras españolas. Su biblioteca, cuya donación fue despreciada por instituciones franquistas, se conserva, junto con la de Juan Ramón Jiménez, en la Sala Zenobia–Juan Ramón Jiménez de la Universidad de Puerto Rico. Poco antes de morir finalizó la traducción de las Obras completas de Balzac. Fue correspondiente de la Academia sevillana de Buenas Letras y de la Goethiana de Sao Paulo (Brasil); en 1925 la Real Academia Española de la Lengua le concedió el premio “Chirel” y al año siguiente era distinguido con las Palmas Académicas francesas. Una calle de Sevilla lleva actualmente su nombre. La labor traductora de Cansinos Assens fue extensa y muy variada, y se remonta a los inicios de su carrera literaria. Desde 1914, traslada para las editoriales América, Renacimiento, Calleja, Fe, Mundo Latino, Hernando o La España Moderna distintas obras de Max Nordau, Alexandre Dumas (hijo), una antología del Talmud, Gorki, Pirandello, Maquiavelo, Claudio Flavio, Lombroso y Emerson, entre otros. La versión de La Atlántida de Pierre Benoît, en la década de 1930, es su primera colaboración con el editor Manuel Aguilar, para cuya editorial, como ya se ha citado más arriba, traduce en versiones directas, cotejadas con versiones en otras lenguas, las Obras Completas de Goethe, Dostoievski y Balzac, así como obras escogidas de Schiller Turguénev y Andréyev. Realiza también para este editor, las primeras versiones directas, también cotejadas con las principales ediciones extranjeras del momento, de Las Mil y Una Noches o El Corán. Todas son ediciones precedidas de extensos prólogos en los que lleva a cabo un minucioso estudio de la vida de los autores y de los textos, además de trazar la historia de su traducción al español. Cansinos Assens, consciente de todas limitaciones que una traducción tiene, fue un traductor preocupado por la literalidad de los textos, buscando siempre vocabulario y expresiones en castellano que se ajustaran al tiempo vivido por el autor para una mayor verosimilitud literaria. Sus traducciones siguen circulando hoy en día al tiempo que son revisadas por su Fundación. Rafael Cansinos Assens es uno de esos autores andaluces en los que la añoranza de su tierra natal y de Andalucía dejó amplísimo y profundo surco en su obra. Aunque abandonó Sevilla con quince años, en 1898, y se instaló de forma definitiva en Madrid, pocos escritores extrañados de su tierra le han dedicado tanta atención y obra al lugar de su natalicio, infancia y juventud. Cansinos Assens, “Correspondiente” desde 1915 de la Academia Sevillana de Buenas Letras, es autor de novelas como En la RICARDO HERNÁNDEZ MEGÍAS
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tierra florida o La santa niña catalina, que transcurren en Sevilla, u otras, como Los sobrinos del diablo y Las luminarias de Janucá, donde la evocación andaluza es permanente. En novelas cortas como El manto de la Virgen, El hechizo del Sur lejano, La casa de las cuatro esquinas, y en numerosos cuentos, poemas, artículos, lo andaluz y sus gentes son protagonistas. En sus memorias, La novela de un literato, hay más de cien referencias a Sevilla, y, entre sus inéditos, quedan por difundir novelas autobiográficas con títulos tan sugerentes como Los Escolapios, Desencanto y Childhood, en las que nos encontraremos con la Sevilla de finales del s. XIX. Como no podía ser menos, buena parte de su obra crítica presta especial atención a los autores del sur de España o escribe libros completos como Sevilla en la literatura: Las novelas sevillanas de José Más, o La copla andaluza. Pedro Luis de Gálvez (Málaga, 1882–Madrid, 30 de abril de 1940) De todos los personajes de los que vamos a hablar en relación con la bohemia, quizás sea Pedro Luis de Gálvez el que mejor encarne en su persona lo bueno y lo menos bueno de esta llamada generación de plata del 98: poeta de reconocida calidad, hampón y delincuente más que probado en muchos momentos de su vida, fusilado por sus más que conocidos excesos durante la guerra civil española, figura de leyendas casi inverosímiles, todo ello contribuye a hacerlo el personaje más llamativo y literario de su generación. El escritor Juan Manuel de Prada, su verdadero descubridor y biógrafo ha publicado sobre él y sobre su gran amigo y compinche Buscarini numerosos trabajos de recuperación de su ajetreada vida e importante obra literaria hasta esos momentos perdida. Hijo de un general carlista muy religioso, ingresó tempranamente y a la fuerza en el seminario de Málaga, dirigido entonces por jesuitas, pero se fugó del mismo; la Guardia Civil lo trajo de nuevo a casa. Tras corta estancia familiar en Albacete (su padre había sido llamado a administrar la finca de un terrateniente, viejo amigo suyo), la familia recaló en Madrid en 1898. Opositó a alumno de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, sacando el número 2 e ingresó en la misma, pero sus relaciones con las modelos, a las que pretendía echar mano y seducir, motivaron su expulsión. Su padre le ingresó entonces en el Correccional de Santa Rita, donde, hostigado por la crueldad de la disciplina, empieza a escribir poesía y se vuelve anarquista. Decidido a buscarse la vida, sale del correccional y empieza a trabajar como actor en el Teatro de la Comedia, pero su padre RICARDO HERNÁNDEZ MEGÍAS
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subió al escenario y le sacudió una paliza con su bastón, por lo cual le expulsaron también del teatro madrileño. Cerrada esa puerta, huye de su padre a París, donde mendiga, y vuelve luego otra vez; en 1905 inicia una serie de conferencias sobre Anarquismo en Andalucía. En Pueblonuevo del Terrible, localidad minera al norte de Córdoba, es detenido por la Guardia Civil por “peligroso revolucionario”. Juzgado en Cádiz por un consejo de guerra, éste le declara “reo de lesa majestad y culpable de injurias al Ejército” y es encerrado en Ocaña. Allí escribe un librito de narraciones, En la cárcel, que envía al cuarto concurso nacional de cuentos del periódico El Liberal, y lo gana. Posteriormente, cuando el jurado descubre la condición de presidiario del autor, sus miembros –Pedro de Répide, Alberto Insúa, Armando Palacio Valdés y Ramón Gómez de la Serna– airean el asunto y consiguen el perdón del Gobierno. Con esto su popularidad es enorme y le abre muchas puertas. El periódico El Liberal le ofrece su corresponsalía en Melilla, pero los escándalos que arma le obligan a dejarlo y vuelve a Madrid. Su primer amor formal fue una madrileña, Carmen, con la que tuvo un hijo que les nació muerto y del cual escribió Pío Baroja en su La caverna del humorismo que iba por los cafés con el niño muerto en una caja pidiendo dinero para enterrarlo. Sin embargo, el propio Gálvez atribuyó esa mentira a Emilio Carrere y asegura que fue el aragonés Benigno Varela quien pagó los derechos de enterramiento, una cajita de madera y algunas flores. Según su versión lo único que le pidió a Carrere fue algo de dinero para alquilar un coche en el que llevar a su madre hasta el cementerio de la Almudena. Casó después con la malagueña Teresa Espíldora Codes, con quien tuvo dos hijos. Los mantiene asaeteando económicamente a todo el mundo y deja fama de sablista consumado (llegó a escribir hasta un tratado, El sable. Arte y modos de sablear) y una gran ristra de anécdotas. En pleno Madrid frente populista, y pese a su militancia ácrata, albergó en su propia casa al escritor Ricardo León y salvó la vida a Ricardo Zamora, guardameta internacional español y alertó a varios escritores, entre ellos Emilio Carrere, Pedro Mata Domínguez y Cristóbal de Castro, con lo que evitaron su detención. Al finalizar la guerra, Enrique Larreta quiso llevarse a Gálvez a la Argentina y Rufino Blanco Fombona insistió en que se exiliase a Venezuela. Gálvez se negó a salir de España, pues no tenía nada que temer puesto que no había cometido ningún delito. Víctima sin embargo de anónima delación y olvidado por muchos de los que ayudó en momentos difíciles en el complicado Madrid de los años 1936–39, que no fueron a testificar en su favor, fue condenado a muerte por un Consejo de Guerra el 5 de diciembre de 1939 por “conspiración marxista y otros cargos más” entre los que se contaba “la muerte de varias decenas de monjas”, sin RICARDO HERNÁNDEZ MEGÍAS
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especificar, y no se le comunicó la sentencia, de forma que cuando tanto León como Zamora intentan intervenir en su favor ya es demasiado tarde y muere ante un pelotón de ejecución en la cárcel de Porlier el 20 de abril de 1940. El novelista Juan Manuel de Prada le hizo protagonista de su novela Las máscaras del héroe. Fuera del interés que suscitó siempre su biografía, como poeta no deja de ser de una rara originalidad y calidad, poseyó no poca inspiración y destacó como un gran sonetista, cualidades literarias heredadas por su nieto Pedro Gálvez Séneca (Málaga, 1940), traductor del alemán al español de más de una cincuentena de títulos y autor, además, de las siguientes novelas en español: “Historia de una hormiga”, “El duende”, “Desarraigo”, “Hypatia”, “Yo”, “Nerón”, “El maestro del Emperador” y “La Emperatriz de Roma”. Siguiendo la estela literaria de su abuelo ha participado, también, en numerosas antologías de prosa, tanto en alemán como en español. Antonio Armando García Barrios, más conocido como Armando Buscarini (Ezcaray, 16 de julio de 1904–Logroño, 9 de junio de 1940) fue un poeta bohemio español. El escritor Juan Manuel de Prada, su verdadero descubridor y biógrafo ha publicado sobre él y sobre su gran amigo y compinche Pedro Luis de Gálvez numerosos trabajos de recuperación de su ajetreada vida e importante obra literaria, hasta esos momentos desconocida. Poetas muy mediocre, buscón y hombre de vida más que licenciosa, cuando no tenía dinero para comer (vivía normalmente en los jardines de Sabatini) se prostituía por unas pocas pesetas, lo que le llevaría a contrae la sífilis, con la que convivió toda su vida y hasta su muerte, Fue hijo de Asunción García Barrios, madre soltera que volvió a su pueblo Ezcaray desde Argentina (a donde, al parecer, emigró buscando una vida mejor) para dar a luz a su único hijo. A la temprana edad de cinco años viajó a Madrid de la mano de su madre y pronto manifiesta su deseo de ganarse la vida –o simplemente dedicarla– a ser escritor, para lo cual adopta el heterónimo de Armando Buscarini, supuesto apellido de su padre, a quien nunca conoció.
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Después de haber escrito algunos relatos sobre su pueblo natal y algún que otro canto ripioso a su prima, publicó algún relato en la revista juvenil Los muchachos editada en Madrid. En 1918 publica Emocionantísimas aventuras de Calck-Zettin. Emperador de los detectives –hoy desaparecido– y, un año después, la plaquette de poemas en prosa y verso titulado Ensueños. A este opúsculo siguieron otros tantos cuadernos de poesía, obras dramáticas y narrativas como Cancionero del arroyo (1920), Dolorosa errante (1921), Rosas negras (1921), Yo y mis versos (1921), La venganza de la gitana (1921), Sombras (1922), Por el amor de Dios (1922), Sor Misericordia (1923, obra teatral escrita junto a Mario Arnold), El aluvión (1924), Maruja la de Cristo (1924), Mis memorias (1924), El rey de los milagros (1924), La reina del bosque (1925), Baladas (1926), Los lauros (1926), La cortesana del Regina (1927), Los dos alfareros (1927), El rufián (1928)... que Buscarini vendía como podía en su puesto ambulante. Cuando las ventas iban mal, acababa la jornada entre los contertulios del madrileño Café Pombo, donde acudían escritores como Ramón Gómez de la Serna o Rafael Cansinos Asséns. A otros, como a los hermanos y dramaturgos Serafín y Joaquín Álvarez Quintero, Buscarini les amenazaba y chantajeaba con suicidarse tirándose desde el Puente de Segovia, viaducto que ha sido puerta hacia la muerte habitual en Madrid para los suicidas. Su propia madre le ingresó en el Hospital Psiquiátrico de Madrid, desde donde fue trasladado a Valladolid (donde escribió su testamento) y, finalmente, murió enfermo de esquizofrenia y sífilis en el manicomio de Logroño el 9 de junio de 1940. Enterrado en un nicho del cementerio local, el 10 de agosto de 1970 sus restos fueron trasladados al osario común. La vida de Buscarini ha sido reconstruida por Juan Manuel de Prada a partir de las crónicas de César González Ruano, Ramón Gómez de la Serna y Cansinos Asséns, así como de lo escrito por el psiquiatra logroñés Alberto Escudero Ortuño en Los caminos de Hipócrates. En 1981, el psiquiatra Alberto Escudero Ortuño, director del hospital psiquiátrico de la Beneficencia “La Bene”, de Logroño, incluyó en su libro de memorias Por los caminos de Hipócrates la semblanza “Armando Buscarini, el poeta maldito”. Aunque Buscarini falleció en La Bene, Escudero Ortuño no le trató como paciente pero tuvo contacto con José M.ª Villacián, el psiquiatra que atendió al poeta en Valladolid; de la relación epistolar entre ambos surge la información que volcó en su libro. RICARDO HERNÁNDEZ MEGÍAS
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En 1995 Juan Manuel de Prada tomó a Buscarini como personaje secundario en su novela Las máscaras del héroe, que repasaba la vida bohemia de algunos escritores de principios del siglo XX, paralelos a la Generación del 98. Además le dedicó la semblanza Armando Buscarini o el arte de pasar hambre, con la que ganó el Premio Café Bretón de los Herreros de Logroño y que está dedicada al psiquiatra Alberto Escudero Ortuño; corregida y aumentada, la publicó conjuntamente a otras semblanzas de escritores raros en Desgarrados y excéntricos. El actor albaceteño Miguel Ángel Gallardo ha adaptado a la escena el monólogo teatral Armando Buscarini o el arte de pasar hambre, basando en el texto de Prada. En 1996 éste publicó una edición del libro Mis memorias. En 2006, los hermanos Rubén y Diego Marín A. crearon la página web www.armandobuscarini.com, dedicada a su vida y obra. Además, ese mismo año publicaron el epistolario inédito titulado “Cartas vivas”, con cinco cartas cruzadas por el bohemio riojano con Rafael Cansinos Asséns y Andrés González Blanco. Por primera vez, toda la poesía de Armando Buscarini se ha reunido en un sólo volumen: “Orgullo, poesía (in)completa de Armando Buscarini” publicado en Logroño con introducción de Juan Manuel de Prada y edición a cargo de Rubén y Diego Marín A., fundadores de la Editorial Buscarini. En la colección La imprenta de Armando de este sello editorial se ha publicado “Epístolas líricas. Correspondencia con Antonio de Lezama”, libro que reúne los poemas dedicados por Buscarini al periodista de Laguardia, redactor–jefe de La Libertad, Antonio de Lezama. La obra “El Rufián. Teatro, narrativa y memorias” completa la edición de sus obras, al reunir toda su producción literaria no poética, ya publicada en el volumen “Orgullo”. El cantaor flamenco Juan Pinilla ha versionado algunos poemas de Buscarini por tangos y tonás y suele interpretar dichos temas en sus espectáculos. El Grupo de Teatro Crítico Universal (TECU) de la Universidad de La Rioja estrenó el montaje de su obra El rufián el 27 de septiembre de 2012 en La Gota de Leche (Logroño). Homenajes:
La Universidad de La Rioja celebró su I Centenario en 2004. Los actos comenzaron el 16 de julio con una conferencia de Juan Manuel de Prada. RICARDO HERNÁNDEZ MEGÍAS
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Ese mismo año, el Ayuntamiento de Ezcaray, su villa natal, decidió cambiar el nombre de la calle José Antonio Primo de Rivera, poniéndole el de Armando Buscarini. En su libro El rufián, en 1928, publicó el siguiente poema premonitorio:
A una clara avenida, con frondoso arbolado / darán mañana el nombre de quien tanto luchó. / Mi corazón entonces se hallará agusanado. / En el estrecho nicho que la piqueta abrió. / En un bello crepúsculo, tranquilo y perfumado / resonarán canciones que no escucharé yo. / El amor de los niños habrá purificado / la memoria de un hombre que por amar, pecó. / ¡Avenida soleada de un futuro lejano! / ¡En mis sueños te veo surgir esplendorosa! / ¡Tú has de ser en las noches cálidas de verano / vía abierta a la dulce confidencia amorosa, / cuando crucen los novios cogidos de la mano / y se alejen las almas un poco de la prosa...! (“Avenida Armando Buscarini”. El rufián, 1928)
El Ayuntamiento de Ezcaray también ordenó colocar una lápida en la casa natal del poeta en la calle Mercedes de Mateo nº 1, que contiene la siguiente leyenda:
En esta casa nació el poeta / Antonio Armando García Barrios / "Armando Buscarini" / 1904-1940/ "...Es verdad que yo sufro, pero oídme: ¿Qué me importa sufrir si soy poeta?". Ezcaray, septiembre de 2004.
El director de la Banda Municipal de Música de Ezcaray compuso en 2006 el pasodoble–marcha Armando Buscarini, que fue estrenado, frente a su casa natal, el 2 de julio de ese mismo año. Acto seguido se presentó en la Biblioteca Pública de Ezcaray el libro Orgullo. Poesía (in)completa. La partitura fue entregada a los autores de este libro, los hermanos Rubén y Diego Marín A., en octubre de 2010, tras ser interpretada en la Plaza Conde de Torremúzquiz. El Instituto de Estudios Riojanos (IER) patrocinó en 2006 y 2008 el estudio sobre su vida y obra. El bodeguero riojano Gonzalo Gonzalo Grijalba, propietario de Thewinelove.com ha nombrado uno de sus vinos Orgullo, título del más famoso poema de Armando Buscarini, y que elabora con variedades de uva tinta y blanca. Habitualmente ha colaborado en catas literarias, maridando su vino con la obra del poeta, en eventos como el Festival de Jazz de Ezcaray y en el Festival Mariquitina's Day. Ha dado nombre a la Editorial Buscarini, una iniciativa cultural y literaria, nacida en La Rioja y dirigida por los hermanos Rubén y Diego Marín A., de ascendencia ezcarayense.
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Pedro Barrantes (León, c. 1863–Madrid, 1912) fue un escritor y periodista español de la bohemia. Valenciano para unos, leonés para otros, amigo del escritor Eduardo Zamacois, quien en su libro de memorias Años de miseria y de risa dejó un puñado de anécdotas del poeta, llevó una juventud bohemia y descreída, durante la cual colaboró en la famosa revista anticlerical, dirigida por Ramón Chíes, Las Dominicales del Libre Pensamiento. Sufrió procesos y cárceles por sus violentos e ingeniosos artículos contra la religión, la monarquía y las instituciones sociales de gobierno y justicia; no siempre los escribía él, ya que trabajaba por un duro diario como “hombre de paja” del periódico El País, firmando artículos que nadie quería asumir y haciéndose responsable de aquellos peligrosos y denunciados. En uno de sus encarcelamientos fue duramente torturado y, dado por muerto, depositado en un carro con otros cadáveres. Despertó en la fosa común, antes de ser enterrado, y logró salvarse. Hacia 1895 abjuró de sus ideas y se reconcilió con la Iglesia Católica, pasando a colaborar en 1897 en El Movimiento Católico y La Ilustración Católica; a esta etapa corresponde su libro poético Tierra y cielo, 1896. Publicó versos, cuentos y artículos en Vida Galante (1899 a 1901), dirigida por su amigo Zamacois, en Pluma y Lápiz, Barcelona Cómica, Madrid Cómico, La Ilustración Española e Hispanoamericana etcétera. Como poeta fue un modernista algo prosaico. En su libro más célebre, según Barreiro “un saco de demasías” escrito para escandalizar, Delirium tremens (1890; 2.ª ed., 1910), escribió unos famosos versos a un asesino llamado Muñoz que estaba preso en la cárcel de Sevilla: “Soy el terrible Muñoz/ el asesino feroz/ que nunca se encuentra inerme/ y soy capaz de comerme/ cadáveres con arroz”. Recitados estos versos ante Pío Baroja, éste le dijo: “esto no tiene nada de particular y menos para un valenciano”, pues Baroja, como Julio Cejador, lo creía valenciano, aunque nuestro hombre era leonés. Y cuando Barrantes pregunta por qué Baroja le contesta: “porque los cadáveres con arroz es lo que constituye la paella”. Antonio de Hoyos y Vinent, marqués de Vinent (Madrid, 1884–íd. 1940), fue un periodista y narrador español, perteneciente a la corriente estética del decadentismo.
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De familia aristocrática recibió una esmerada educación en Viena, Oxford y Madrid. Heredó el mayorazgo, pero su homosexualidad, que no se ocupó en ocultar, y sus defectos, que hoy pasarían por virtudes, le convirtieron en una oveja negra para la parte menos tolerante de la buena sociedad (su madre le retirará el saludo por haber colgado en el salón su colección de retratos de jóvenes púgiles), aunque no para su amiga e introductora en el mundillo literario, Emilia Pardo Bazán, cuya tertulia casera frecuentaba. Este bondadoso contertulio sordo de nacimiento (que obligaba o los demás a hablar por señas), provisto de monóculo y vestido como un dandy, de quien dijo su amigo César González Ruano que “era un ser impresionante y tenía una casa más impresionante aún” dirigió la revista Gran Mundo Sport e hizo crítica literaria para El Día y artículos para ABC. Era amigo de la bailarina Tórtola Valencia, del dibujante y figurinista José Zamora, de su tía Gloria Laguna y del pintor Antonio Juez. Le interesaban los efebos de clase obrera y fue visto a menudo con ellos en salones y cafés literarios. Mira afirma que la homofobia no afectó de forma brutal la vida de Hoyos, su clase social y su fama le daban una cierta inmunidad, tal como relata Rafael Cansinos en una de sus viñetas: Antonio pasea impunemente la leyenda de su vicio, defendido por su título y su corpulencia atlética. Porque este degenerado tiene todo el aspecto de un boxeador [...] Antonio de Hoyos es una estampa, ya aceptada, del álbum de la aristocracia decadente [...] Pero cuidado, que ya vienen pisando recio las alpargatas socialistas de Pablo Iglesias [...], con una gran escoba dispuesta a barrer todo eso [...] Rafael Cansinos, op. cit. Alberto Mira (2004)
El decadentismo (de autores como Lorraine y Rachilde), el género erótico y su militancia anarquista caracterizaron su literatura, que difundió en colecciones baratas de novelas cortas (compuso más de cincuenta) como Los Contemporáneos, La Novela Semanal, La novela de Hoy, La Novela Corta... sin olvidar el cuento, que desarrolló en la revista La Esfera; solamente en un par de novelas suyas aparece explícita la homosexualidad. En ellas tiene papel la represión social, encarnada en una religión institucionalizada. La homosexualidad aparece, no como mera perversión, sino como disidencia. Antes de estallar la Guerra Civil, desde 1934, militó en la Federación Anarquista Ibérica (FAI). Este hecho, y sus artículos combativos publicados en El Sindicalista (órgano del Partido Sindicalista), le llevaron a la cárcel de Porlier al terminar la Guerra Civil, y en ella murió pobre, ciego, sordo, casi paralítico y abandonado por sus viejos conocidos y su familia. En este periódico tuvo una sección con el rótulo “Modos y maneras” en la que publicó cientos de artículos. Entre otros, fue significativo “El secreto RICARDO HERNÁNDEZ MEGÍAS
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de saber esperar” (8 de julio de 1937), en el que aborda la actitud para salir de una guerra: En una guerra como la que padecemos, guerra civil en que además de los imponderables de tales contiendas se mezclan elementos extraños; en que juegan codicias, ambiciones, rivalidades, “incluso temores egoístas”, no pueden resolverse las cosas de la noche a la mañana, con un gesto, una acción o un aislado intento. Mucho más, que no se trata aquí de una lucha por supremacía, dominio, influencias territoriales, comerciales o políticas, sino de fórmulas fundamentales de vida. (...) Para ello hemos de mirar esta guerra inicua a que la rebeldía, contra el Gobierno legítimo nos arrastró, como un entrenamiento penoso, como esos trabajos extraordinarios que en las leyendas se imponían a los héroes, como prueba de su temple, antes de entrar en posesión del poder supremo. De aquí, precisase que salgamos fortalecidos, curtidos, entrenados, para entrar en la posesión de nuestro bien.
Julio Monteverde ofrece el siguiente retrato de Antonio de Hoyos durante la guerra civil: Antonio de Hoyos y Vinent se convierte así en militante anarquista y la llegada de la Guerra Civil no hará sino multiplicar su actividad. Colabora incansablemente en el periódico El sindicalista, mientras la casa y los coches personales, otrora testimonios de posición social, son colectivizados por iniciativa propia. No obstante, su naturaleza no se desvanece por completo. Hoyos, junto con su prestigio y su capacidad, llevó también consigo la elegancia al corazón de la revolución, y una imagen casi mitológica nos llega a través del testimonio de los que le frecuentaron en aquel tiempo; atravesando la Puerta del Sol vestido con un mono azul de obrero –confeccionado especialmente para él con fina seda azul– pistolón al cinto y monóculo. Existen dos retratos de Hoyos por Federico Beltrán Massés y otro por uno de los Zubiaurre. Junto a Ronald Firbank, Hoyos y Vinent es el protagonista de un cuento, “Capriccio” de Luis Antonio de Villena, en su libro de relatos “El tártaro de las estrellas” (1994). El escritor aparece asimismo como personaje en la novela de Luis Antonio de Villena “Majestad caída” (2012). El escritor fue incluido como uno más de los personajes de la novela de Almudena Grandes Las tres bodas de Manolita (2014). Marqués esteta y dandy, aspiró a ser el antihéroe decadente que tantas veces plasmó en sus novelas. En su obra narrativa pueden distinguirse tres fases, marcadas desde el punto de vista temático por el “escándalo aristocrático” (1903–1909), el erotismo de tonos decadentistas (1910–1925) y las aspiraciones filosóficas (1925–final). RICARDO HERNÁNDEZ MEGÍAS
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En una entrevista realizada por José María Carretero en 1916, éste le preguntó a Antonio de Hoyos y Vinent qué era lo que más le inquietaba e interesaba a lo que contestó el autor: El pecado y la noche es el leitmotiv de mis libros. Hay tres cosas en la literatura que me han obsesionado: el misterio, la lujuria y el misticismo. Dicen que mis libros son inmorales. ¡Pero si en ellos no hay voluptuosidad ninguna, en mis libros el amor es una cosa horrenda y escalofriante!
El gran crítico Eduardo Gómez de Baquero, Andrenio, escribió sobre su obra lo siguiente: Sus novelas ofrecen riqueza de invención, sagaz empleo de los recursos de interés y un atildamiento de estilo que se contiene en ese límite en que el preciosismo no es afectado ni ha perdido la soltura.
Su temática oscila entre el cuento de terror, lo erótico y lo social. Escribió unos 140 títulos. Acertó a veces plenamente con sus satinados relatos cortos (“El maleficio de la noche”, “El destino”, “El crimen del fauno” o “El hombre que vendió su cuerpo al diablo”) y con algunas novelas (La vejez de Heliogábalo o El oscuro dominio). Especuló también con imposibles teorías históricas y sociopolíticas (El primer estado, América). En su obra hay ecos de una amplia y extensa cultura. Le influyeron sobre todo autores post simbolistas y decadentes tocados por el Naturalismo como Joris–Karl Huysmans, Jean Lorrain, Madame Rachilde, Octave Mirbeau, y en cierta manera, Pierre Louys, Paul Verlaine y Jean– Marie–Mathias–Philippe–Auguste Villiers de l’Isle Adam. El Gustave Flaubert de Las tentaciones de San Antonio y los simbolistas Edgar Allan Poe y Charles Baudelaire. La obra de Antonio de Hoyos y Vinent ha intentado recuperarse últimamente gracias a Luis Antonio de Villena, quien lo incluyó en su ensayo Corsarios de guante amarillo, además de escribir varios artículos sobre él y haber prologado en 1989 la reedición de su novela “La vejez de Heliogábalo”. Joaquín Dicenta Benedicto (Calatayud, Zaragoza, 3 de febrero de 1862–Alicante, 21 de febrero de 1917), periodista, dramaturgo del neorromanticismo, poeta y narrador naturalista español, padre del dramaturgo y poeta del mismo nombre y del actor Manuel Dicenta. Hijo de un teniente coronel del ejército, nació por pura casualidad en Calatayud cuando RICARDO HERNÁNDEZ MEGÍAS
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su familia se trasladaba de Alicante a Vitoria. En la guerra carlista cayó herido en la cabeza su padre, que a consecuencia del daño cerebral perdió la razón, y la familia volvió a Alicante, donde todavía vivió algunos años el padre enfermo hasta que murió, pues su mujer no quiso hacerlo internar. En esta ciudad pasó su infancia el futuro escritor; allí estudió la educación secundaria junto a Rafael Altamira y Carlos Arniches, aunque otros afirman que en realidad estudió en Madrid con los escolapios de Getafe. El caso es que ingresó en la Academia de Artillería de Segovia, pero fue expulsado de la misma 1878, a causa de su vida bohemia y su afición al alcohol y a las mujeres. Malvivió entonces en los arrabales y ambientes marginales de Madrid, frecuentando aquel tabernáculo de los bajos fondos llamado “La Estufa”, intentando estudiar derecho e introduciéndose en los círculos republicanos y demócratas, y experimentó el influjo del socialismo utópico y del Krausismo, y en concreto de Francisco Giner de los Ríos. En Madrid, asimismo, conoció al que sería su gran amigo, el desdichado poeta y periodista Manuel Paso, que fallecería alcoholizado en plena juventud. Colaboró en el periódico El Liberal y publicó sus primeros poemas en la revista Edén. Estrenó su primer drama en 1888, gracias a la protección de Manuel Tamayo, y escribió numerosas novelas, cuentos y piezas de teatro en prosa y verso. También escribió poesía, aún por recopilar y estudiar, y en su poema Prometeo de 1885 declaró ya su ateísmo. Tras un breve y frustrado matrimonio, la sociedad le marginó a causa de haberse unido a una mujer gitana, la bailaora andaluza Amparo de Triana, que abandonó la profesión para vivir con el altivo, independiente y pendenciero poeta. El resonante éxito internacional de su drama Juan José, rechazado anteriormente por la compañía de Ceferino Palencia y María Tubau, y una de las obras más representadas en España antes de la Guerra Civil, le sacó del arroyo. A resultas de ello recibió poco después un homenaje por parte de los literatos y periodistas madrileños el 11 de noviembre de 1895. Fundó con Ruperto Chapí, en 1889, la Sociedad de Autores, entidad precursora de la Sociedad General de Autores y Editores. Dirigió el semanario Germinal (1897), que agrupaba a bastantes autores del Naturalismo, o más bien un grupo ecléctico de utopistas honestos, republicanos y anticlericales independientes que se autodenominaba Gente nueva, disconforme con la sociedad española de entonces: Ricardo Fuente, Antonio Palomero, Rafael Delorme, Ernesto Bark, Jurado de la Parra, Ricardo Yesares, Miguel y Alejandro Sawa, Manuel Paso, Eduardo Zamacois, Urbano González Serrano, Nicolás Salmerón, Rotuney, A. de Santaclara... A estos se añadieron otros autores más conocidos, como Ramiro de Maeztu, Ramón María del Valle–Inclán, Pío Baroja y Jacinto Benavente. La revista publicaba ensayos, poesía y literatura de contenido social. RICARDO HERNÁNDEZ MEGÍAS
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Germinal salió a la luz el 30 de abril de 1897 y prolongó su vida dos años; Dicenta fue el redactor jefe hasta el número 24; después lo sustituyó Nicolás Salmerón y García. En 1903 volvió a publicarse como diario de la tarde, pero muy alejado ya del contenido y de los intereses iniciales, que se resumieron en los siguientes puntos del primer número:
1. Sistema democrático; 2. Justicia gratuita; 3. Autonomía administrativa del municipio; 4. Obligación de todos los ciudadanos de servir a la patria con las armas; 5. Renovación del código civil para la nacionalización de bienes por muerte intestada; 6. Instrucción primaria gratuita y obligatoria; 7. Fiscalización del Estado en el régimen del trabajo industrial y agrícola; 8. Reversión al Estado de todo capital improductivo por voluntad del dueño o por carencia de medios de explotación; 9. Derecho a la vida y a los medios para que sea digna; 10. La pena como reparación del daño y medio de corrección del culpable; 11. Creación del Ministerio del Trabajo, como centro de las reformas sociales; 12. Derecho al trabajo.
Dicenta dirigió también el más importante de los diarios republicanos españoles de su época, El País. Volvió gravemente enfermo a Alicante y murió poco después; como ateo confeso, fue enterrado en el cementerio civil de San Blas. En la actualidad descansa en el cementerio alicantino de Nuestra Señora del Remedio, muy cerca de su buen amigo Antonio Rico Cabot. Tuvo un gran adversario en Julio Camba, que escribió en muchas ocasiones contra el bilbilitano; por el contrario, Ramiro de Maeztu y su amigo Pedro de Répide le elogiaron. Azorín y Miguel de Unamuno le censuraron su vida disipada y frecuentar los bajos fondos y los hampones. Aunque salió de apuros económicos merced al éxito de Juan José, tuvo una vida turbulenta. Eduardo Zamacois, gran amigo suyo, le recuerda el día del estreno: “Llegó sangrando: alguien le había atizado un par de bastonazos en la cabeza”. Añade que a Dicenta le gustaba reñir. “En su biografía hay puñaladas, un rapto, un suicidio”. Era, dice, “vanidoso, informal, ilógico, esquivo y cordial. Era la juventud”. Parece que Dicenta, en una de tantas RICARDO HERNÁNDEZ MEGÍAS
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francachelas nocturnas, le cortó a Valle las melenas y el genial gallego hubo de afeitarse el cráneo y esperar al crecimiento natural. La más importante de sus obras dramáticas es la ya citada Juan José, estrenada con gran éxito en el Teatro de la Comedia de Madrid en 1895; con esta pieza inaugura el drama social en España, pese a que se trata de un melodrama sobre los celos, ya que se desarrolla en una tasca frecuentada por albañiles y contiene denuncia social; se representó habitualmente todos los primeros de mayo en Alicante. Sin embargo, una pieza de drama social más genuina es Aurora, estrenada en 1902, que constituye un auténtico teatro revolucionario y progresista. Los diálogos de Joaquín Dicenta intentan reproducir el habla normal del proletariado madrileño; en ese sentido resulta castizo, aunque su casticismo es mucho más realista que, por ejemplo, el estilizado que se encuentra en la obra dramática de Arniches. Eduardo Zamacois y Quintana (Pinar del Río, Cuba, 17 de febrero de 1873 – Buenos Aires, 31 de diciembre de 1971), fue un novelista español. No hay que confundirlo con su tío, el pintor del siglo XIX Eduardo Zamacois y Zabala, nacido en Bilbao y amigo de Mariano Fortuny. Fue hijo único de don Pantaleón Zamacois y Urrutia, un vasco que, tras estudiar piano y composición, emigró a América, y de doña Victoria Quintana, oriunda de Cuba. Tuvo nada menos que veintiún tíos por el lado paterno, casi todos consagrados al arte: Ricardo fue actor, el citado Eduardo y Leonardo pintores de renombre; Elisa fue cantante de zarzuela; Niceto, historiador; Adolfo, artista de circo... A los dos años la familia pasó de la isla de Pinar del Río a Marianao, un pueblo cercano a La Habana. A los cuatro años se trasladó con su familia a Bruselas, donde pasó un año, y luego a París, donde estuvo cuatro y llegó a dominar a la perfección el idioma francés. Aún adolescente marchó a Sevilla (1883), donde cursa la segunda enseñanza, y luego, con quince años ya, a Madrid, donde frecuentó la Universidad, primero matriculándose en Filosofía y Letras, terminando un año, y luego en Medicina, en que llegó a cursar tres y, al parecer, según declaró, con mucha vocación; pero al empezar a ejercer la clínica su vocación se desvaneció y terminó por volver a su inicial RICARDO HERNÁNDEZ MEGÍAS
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vocación tentado por el periodismo (pasó tres años colaborando en la revista de ateos, krausistas y republicanos Las Dominicales del Libre Pensamiento, dirigida por Ramón Chíes, ganó su primer duro en DemiMonde y también participó en el anticlerical El Motín de José Nakens) y la literatura; ya había publicado su primera novela con diez y ocho años, La enferma, y luego otra, Punto negro. En 1894, el impresor José Rodríguez de Madrid publica Amar a oscuras, una novela corta de 82 páginas, género que Zanacois cultivó con asiduidad a lo largo de su carrera, al principio siempre de tema galante, por no decir erótico, y con un argumento frívolo. Sus primeras obras fueron de tema erótico, aunque en estilo realista y naturalista, siguiendo la tendencia española de la época. Su madre, alarmada, le hizo casarse en 1895 con una modistilla, Cándida Díaz Sánchez, pero tuvo además numerosas aventuras galantes, en especial con su amante Matilde Lázaro, que le inspiró su segunda novela Punto-Negro (1897). Con el dinero que obtuvo por esta obra volvió a París y allí, fallecida en Madrid Matilde Lázaro, llevó una vida pobre y bohemia trabajando como traductor para las casas Garnier y Bouret y envuelto en todo tipo de aventuras galantes con sus amigos hispanoamericanos Rufino Blanco Fombona, Enrique Gómez Carrillo y Felipe Sassone. Vuelto a Madrid en 1898, y para mantener a su familia, agrandada con dos hijas, Gloria y Elisa, se entregó al periodismo, colaborando con el semanario Germinal antes de desplazarse a Barcelona para trabajar en El Gato Negro y ¡Ahí Va! y fundar y dirigir junto con el editor Ramón Sopena La Vida Galante, a la que se encuentra vinculado hasta 1905, realizando en esos años varios viajes a París. Por entonces le nace un tercer hijo, Fernando. En enero de 1901 se edita el cuento o novela corta Horas crueles como tomo 51 de la "Colección Regente" en la Editorial Sopena, que dirige también, formando un volumen conjunto con Amar a oscuras. Desvinculado ya de Ramón Sopena, emprende la creación de la editorial Cosmópolis para difundir la literatura española en Francia, en especial la obra de Galdós y la suya traducida al francés; pero el proyecto fracasa; sin embargo funda El Cuento Semanal, con lo que logra un éxito formidable, hasta el punto de que muchas otras colecciones ulteriores de novela corta imitarán este modelo descaradamente. Dirige, además, otra colección de novela corta, Los Contemporáneos. A partir de 1905 se había abocado a una temática más comprometida y social, coincidiendo con su proximidad a las ideas republicanas, ya manifiesta en sus colaboraciones para Las Dominicales y El Motín. En 1910 marchó a América y recorrió varios de sus países; en 1912 volvió a España y, durante la I Guerra Mundial, fue corresponsal en París del periódico La Tribuna. En 1917 volvió a Hispanoamérica, donde ofreció RICARDO HERNÁNDEZ MEGÍAS
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una serie de conferencias, luego extendidas al norte de África y a Europa. De nuevo en España, siguió escribiendo profusamente hasta hasta el comienzo de la Guerra Civil Española. Fue cronista en el frente de Madrid hasta 1937, trasladándose luego a Valencia y Barcelona. En esta última ciudad edita, en 1938, su novela El asedio de Madrid. Poco antes de la caída de Barcelona en manos nacionales, se exilió en Francia. Vivió en México y Estados Unidos antes de recalar en Argentina, donde moriría. Felipe Sassone Suárez, (Lima, 10 de agosto de 1884–Madrid, 11 de diciembre de 1959), fue un escritor y periodista peruano de origen italiano que vivió casi toda su vida en España. Destacó sobre todo como dramaturgo acertado y prolífico, aunque también abarcó con solvencia el género poético, el narrativo y el ensayístico. De notable oratoria, se destacó como conferencista ameno y fluido. Incursionó también como tenor de ópera, torero, comediante y actor de cine. Hijo de Egidio Sassone (napolitano) y Delfina Suárez (sevillana). Sus estudios escolares los cursó en el Colegio Santo Tomás de Aquino. En la Universidad Nacional Mayor de San Marcos cursó dos años de Filosofía y Letras y uno de Medicina (1902–1905). Abandonó sus estudios movido por su inclinación a las letras y la música; en algún periódico limeño popularizó su seudónimo El Nene, que utilizaba para publicar crónicas taurinas. Bohemio empedernido, sus aventuras amorosas escandalizaron a un sector de la tranquila sociedad limeña de su tiempo, por lo que decidió abandonar su país. Tenía veinte años cuando empezó a viajar por todo el mundo, deteniéndose en especial en Italia, donde se aficionó a la ópera y se dedicó al canto como barítono; frecuentó las tertulias literarias de París y Madrid, donde terminó por afincarse (1906). Colaboró en múltiples diarios (ABC sobre todo), y revistas (Blanco y Negro, La Esfera, Nuevo Mundo, Mundo Gráfico) y participó en colecciones de novela corta como La Novela Semanal, La Novela de Hoy y El Cuento Semanal. En 1909 retornó a Lima y al año siguiente pasó a Buenos Aires, para nuevamente volver a España en 1914. En 1936, al estallar la Guerra Civil española, se refugió en el consulado peruano en Madrid y en agosto de ese RICARDO HERNÁNDEZ MEGÍAS
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año salió clandestinamente de España con el apoyó del embajador Óscar R. Benavides. Durante los años de la guerra civil española (1936-1939) vivió en el Perú, donde hizo campaña en favor de Franco, y finalizada aquella, retornó a Madrid. En 1950 nuevamente pasó a Lima, pero al año siguiente fue nombrado agregado cultural en España, permaneciendo en la capital española hasta sus últimos días. Se casó con la tiple sevillana de zarzuela y actriz María Palou (1891–1957), con la cual creó una compañía teatral que dirigió y representó muchas de sus obras. Acaso su obra maestra sean unas excelentes memorias, escritas con muy particular gracejo, La rueda de la Fortuna (1958), que se complementa con las notas autobiográficas de España, madre nuestra (1939). De ideología profundamente consevadora, tradicionalista y católica, su teatro se desarrolló a partir del propuesto por Jacinto Benavente y como tal posee una gran calidad de página. Es característico suyo cierto toque sentimental, nostálgico y provinciano, como en ¡Calla, corazón! (1923), donde hace hablar a un marqués escandalizado por la europeización de Madrid: Madrid entero se acuesta a sus horas...; es decir, a sus horas, no. A las horas de los países civilizados y fúnebres. Y así está Madrid, que ya no es mi Madrid En su prolífica obra teatral (más de medio centenar de comedias) destacan especialmente las farsas metateatrales Noche de amor (1927) y ¡Sí señor, se casa la niña! (1928), que ponen en entredicho el pretendido papel de representación social en clave realista de la comedia burguesa más adocenada. La primera se subtitula "disparatada y antiteatral, inverosímil y pateable" y propone un teatro que se aparte de las convenciones veristas, sesatando su envenenada pluma contra los diversos sebores del universo teatral, desde los críticos, narcisos incorregibles a quienes nadie entiende, hasta el público de rectas costumbres. Otras obras destacables son El intérprete de Hamlet (1915) y La canción de Pierrot (1912), "fantasía lírica" con música del maestro palacios y aire decididamente valleinclanesco: "Su musa se sintió funambulesca / y urdió esta farsa trágica y grotesca / ya sin lógica alguna / borracho del ajenjo de la Luna"
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Su ideología conservadora se expresa especialmente en las comedias escritas en la posguerra, como Un minuto... ¡y toda la vida! (1944), Preludio de invierno (1947) y Un rincón... ¡Y todo el mundo! (1947).
Adriano del Valle Rossi (Sevilla, 18 de enero de 1895 - Madrid, 1 de octubre de 1957), poeta español. Adscrito a la generación de 1927, la mayor parte de sus obras permanece dispersa en periódicos y revistas. Ganador de numerosos juegos florales. Recibió el Premio Nacional de Poesía en 1933 por Mundo sin tranvías. Adriano del Valle Rossi nació en Sevilla, de padre asturiano y madre sevillana. Sus abuelos maternos, los Rossi, emigraron de Córcega a París. Abandonó los estudios a la edad de dieciséis años para ayudar a su padre en su empresa de fabricación de juguetes. En 1916 conoce a Federico García Lorca y en 1918 funda la revista “Grecia”', órgano oficial del ultraísmo en Sevilla, junto a Isaac del Vando y Luis Mosquera. En esa época conoce a Eugenio d’Ors a quien siempre llamará maestro. D’Ors, a su vez sentiría una gran admiración por el joven poeta a quien calificó como buhonero de la primavera. En 1923, se casa en Huelva con Pepita Hernández y se instala en esa ciudad. En el viaje de novios a Lisboa, encuentra a José Pacheko director de la revista Contemporânea, a Judith Teixeira, Raúl Leal y Fernando Pessoa. Con éste último comienza a traducir en ese mismo año a Mario de Sá–Carneiro, que se había suicidado. En 1927 funda en Huelva junto a su íntimo amigo Fernando Villalón, y Rogelio Buendía, la revista Papel de Aleluyas, en la que colaboraron entre otros: Alberti, Cernuda, Ayala, Altolaguirre, Gerardo Diego, Gómez de la Serna, Eugenio d’Ors... Su pasión por el arte le llevó a frecuentar la amistad con pintores como Daniel Vázquez Díaz a quien acompañó en 1929, cuando comenzó sus trabajos en los murales del monasterio de La Rábida, y que le hizo varios retratos, como “Adriano del Valle en Itálica” (citado por Ana María Preckler en Historia Del Arte Universal de Los Siglos XIX Y XX, Volumen 2) o el retrato cubista que forma parte de la colección de retratos del Museo provincial de Huelva “Adriano del Valle vestido de monje mercedario”; José Caballero, con quien realizó tres RICARDO HERNÁNDEZ MEGÍAS
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murales en el Ateneo de Sevilla; Francisco Mateos, con quien colaboró con las revistas La Esfera y Nuevo Mundo; y también mantuvo contactos frecuentes con Salvador Dalí, Joan Miró, Cristino de Vera y Rafael Canogar. En 1929 introdujo el collage, al estilo Max Ernst, en España. Fue también gran aficionado a la música y cultivó su amistad con Joaquín Turina, Miguel Fleta, Manuel de Falla, Jacinto Guerrero, Joaquín Rodrigo y Ernesto Halffter, entre otros. Entusiasta de los toros, fue amigo de Ignacio Sánchez Mejías, Luis Miguel Dominguín, Manolete... Con fecha 20 de octubre de 1931 recibió una carta de Gerardo Diego en la que le comunicaba que había sentido mucho no haberle incluido en su Antología y se disculpaba por ello. Su ausencia fue muy criticada, entre otros, por Camilo José Cela que la consideró "notoriamente injusta". Primavera Portátil, un libro que le solicitó García Lorca, fue escrito en Écija, entre 1920 y 1923, el no haberla podido publicar por falta de recursos económicos, le acarreó muchos problemas a Adriano. En 1927, Papel de Aleluyas anunció su publicación, que no pudo llevarse a efecto porque la revista desapareció inesperadamente. El libro no vio la luz hasta 1934. En 1933, el poeta sevillano resultó galardonado con el prestigioso Premio Nacional de Literatura, que venía a premiar su obra titulada Mundo sin tranvías (luego incluida como cuarta sección en la citada primera edición de Primavera portátil). Tras el estallido de la Guerra Civil, Adriano del Valle tomó partido en favor de la causa nacional y prodigó sus colaboraciones en la revista Vértice, órgano de expresión de Falange Española y de las JONS. Acabada la guerra, dio a la imprenta otra recopilación de antiguos poemas, esta vez escritos tras la recepción del mencionado Premio Nacional. Se trata del poemario titulado Lyra sacra, obra a la que siguieron otras dos colecciones de versos: Los gozos del río y Arpa fiel. Muchos años después de su muerte, Guillermo Díaz–Plaja sacó a la luz una edición póstuma con la poesía que Adriano del Valle escribiera entre 1941 y 1957, y, finalmente, en 1977 la Editora Nacional ofreció un volumen con la práctica totalidad de la producción lírica de Adriano del Valle, titulado Obra poética. En 1942 fue nombrado director de la revista Primer Plano. Desde ese puesto inició el Festival de Cine de Punta Umbría, y uno de los promotores del Festival Internacional de Cine de San Sebastián. En 1943 le fue otorgado el premio Mariano de Cavia por Stella matutina, un texto en prosa inspirado en la Semana Santa sevillana. En 1946 representa a España RICARDO HERNÁNDEZ MEGÍAS
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en la Exposición del Libro de Lisboa. En 1952 participa en el Primer Congreso Internacional de Poesía, celebrado en Segovia, junto con numerosos poetas nacionales y extranjeros, entre otros: Camilo José Cela, Vicente Aleixandre, José Hierro, Dionisio Ridruejo, Manuel Díez Crespo, el maestro Rodrigo, el Padre Federico Sopeña o el sudafricano Roy Campbell. Falleció en Madrid, el 1 de octubre de 1957. En 2006 su hijo, Adriano del Valle Hernández, publicó Adriano del Valle, mi padre, una amplia biografía ilustrada del poeta y traductor, en la editorial Renacimiento. Su extensa obra, es fundamentalmente poética. Sus artículos para revistas y periódicos son, en realidad, poemas en prosa. Publicó artículos en periódicos y revistas literarias como Cervantes, Ultra, Reflector, Proa, Helios, Centauro, La Esfera, Nuevo Mundo, Mediodía y Prisma. Sus libros de poemas, con cierta preferencia por motivos andaluces, oscilan entre formas populares y metros clásicos, a menudo adornados con imágenes de gusto barroco. Inéditos en vida del autor, aparte el poemario Mundo sin tranvías, quedaron El jardín del centauro, poesías de 1916–1920; el auto sacramental La divina pastora (1923) y Musa–Omnibus, poemario de 1934–1937.
Dório de Gadex, pseudónimo literario de Antonio Rey Moliné, (Cádiz, 24 de septiembre de 1887–Madrid, 23 de septiembre de 1924) fue un escritor y periodista español. Fue inmortalizado por Ramón del Valle Inclán al convertirlo en personaje de su esperpento Luces de bohemia, cuya puesta en escena coincidió con su muerte física. Bautizado 37 años después por ValleInclán como “epígono del Parnaso Modernista”, Antonio Rey Moliné nació en el seno de una familia de la burguesía gaditana en 1887. Diecisiete años después está localizado en el Madrid bohemio, en contacto con Gregorio Pueyo, el librero y editor aragonés que, como a la mayoría de los jóvenes autores modernistas, editó el grueso de su menguada obra (con Pueyo llegaría a dirigir años después la “Colección Ánfora”). RICARDO HERNÁNDEZ MEGÍAS
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Olmet, compañero de bohemia y avatares, lo describió de “cuerpo enclenque, su faz cribada por la viruela, sus ojillos menudos y taimados, su voz gangosa, sus ademanes dislocados… ...bufón de rancia estirpe española, preclaro sucesor del gran Pablillos de Valladolid, sarcástico y satírico, despiadado e indómito”. Por su nombre o más a menudo por su seudónimo, tan evocador de su ciudad natal (la “Gádir” fenicia y romana), Dorio de Gádex fue retratado por otros escritores contemporáneos entre los que pueden citarse Pío Baroja, Rafael Cansinos Assens, Felipe Sassone, Alberto Insúa, Eduardo Zamacois, Alfonso Vidal y Planas o el citado Luis Antón del Olmet. En 1910 Dorio se casó con María Gervasia Plaza, una joven de Mombeltrán (Ávila), con la que tuvo tres hijos, dos niñas, Mercedes y Nieves, y un varón, Carlos. Lejos aún de alcanzar algún reconocimiento literario y agotado por la tuberculosis, el escritor murió en Madrid el 23 de septiembre de 1924, un día antes de su 37 aniversario con la vida. El obituario que le dedicó Eduardo Andicoberry en El Imparcial, el 21 de octubre de 1924, dibujó así la escena final: “En un tabuco miserable, sobre un mal jergón, ha fallecido, víctima de la tuberculosis, Antonio Rey Moliner (sic). Muy pocos le conocían con esta cédula. En cambio, por su seudónimo “Dorio de Gádex” fue popular. No era ni más torpe ni más listo que muchos de los escritores triunfantes pero Mürger y Baudelaire envenenaron su vida y le convirtieron en un pelele grotesco”.
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Para los curiosos del mundo de la bohemia que se acerquen a estas notas, vamos nosotros a recuperar los nombres de otros personajes de menos fuste en este campo de la literatura que los anteriormente reseñados, o que participaron de su filosofía durante poco tiempo: Emilio Carrere (Madrid, 18 de diciembre de 1881–30 de abril de 1947); Pío Baroja (San Sebastián, 28 de diciembre de 1872–Madrid, 30 de octubre de 1956); Ramón del Valle–Inclán (Villanueva de Arosa, Pontevedra, 28 de octubre de 1866–Santiago de Compostela, 5 de enero de 1936); César Ruano (Madrid, 22 de febrero de 1903–5 de diciembre de 1965): Luis Buñuel (Calanda, Teruel, 22 de febrero de 1900–México D. F., 29 de julio de 1983); Salvador Dalí (Figueras, Gerona,11 de mayo de 1904–22 de enero de 1989); Pepito Zamora (1899–1971); Ramón Gómez de la Serna RICARDO HERNÁNDEZ MEGÍAS
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(Madrid, 3 de julio de 1988–Buenos Aires, Argentina, 13 de enero de 1963); Enrique Jardiel Poncela (Madrid, 15 de octubre de 1901–18 de febrero de 1952); Edgar Neville (Madrid, 28 de diciembre de 1899–23 de abril de 1967); Agustín de Foxá (Madrid, 28 de febrero de 1906–30 de junio de 1959); Eugenio Montes (Vigo, 24 de noviembre de 1900–Madrid, 1982); Rafael Sánchez Maza (Madrid, 18 de febrero de 1894–octubre de 1966); Ernesto Giménez Caballero (Madrid, 2 de agosto de 1899–15 de mayo de 1988); Rafael Alberti (Puerto de Santa María, Cádiz, 16 de diciembre de 1902–28 de octubre de 1999); Maruja Mayo (Vivero, Lugo, 5 de mayo de 1902–Madrid, 6 de febrero de 1995); Enrique Gómez Carrillo (Ciudad de Guatemala–París, Francia, 29 de noviembre de 1927); Miguel Moya (Madrid, 1856–1920); Carmen del Burgo “Colombine” (Rodalquilar, Almería, 10 de diciembre de 1867–Madrid, 9 de octubre de 1932); Ernesto Bark (Estonia, 1858–Madrid, 1922); Dorio de Godex (Antonio Rey Moliné) (Cádiz, 24 de septiembre de 1887–Madrid, 23 de septiembre de 1924); Alfonso Vidal y Planas (Santa Coloma de Farners, 1891–Tijuana, 1965); Eduardo Zamacois (Pinar del Río, Cuba, 17 de febrero de 1873– Buenos Aires, Argentina, 1971); Alberto Insúa (La Habana, Cuba, 22 de noviembre de 1883–Madrid, 8 noviembre de 1963); Alfonso Hernández Catá (Aldea Dávila de la Ribera, Salamanca, 24 de junio de 1885–Río de Janeiro, Brasil, 8 de noviembre de 1940); Pedro Mata Domínguez (Madrid, 17 de enero de 1875–27 de diciembre de 1946); Joaquín Belda (Cartagena, 5 de octubre de de 1883–Madrid, 1935); Eugenio Noel (Eugenio Muñoz Díaz) (Madrid, 6 de septiembre de 1885–Barcelona, 26 de abril de 1936); Pedro Muñoz Seca (El Puerto de Santa María, Cádiz, 21 de febrero de 1879–Paracuellos del Jarama, 28 de noviembre de 1936); Xavier Bóveda (Gomesende, Lugo, 31 de enero de 1898–Madrid, 31 de octubre de 1963); Eliodoro Puche (Lorca, Murcia, 5 de abril de 1885–13 de junio de 1964); Fernando Villegas Estrada (médico y poetas); Luis Antón del Olmet (Bilbao, 1866–Madrid, 1923); José María Vargas Vila (Bogotá, Colombia, 23 de junio de 1860–Barcelona, 23 de mayo de 1933); Jorge Luis Borges (Buenos Aires, Argentina, 24 de agosto de 1899–Ginebra, Suiza, 14 de junio de 1986); José Gutierrez Solana (Madrid, 28 de febrero de 1886–23 de junio de 1945.
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