LA MUERTE DE UN HOMBRE JOVEN
Parroquia de La Asunción en Albalate de las Nogueras
Salgo temprano de Madrid para intentar llevar mi humilde aliento de consuelo a un amigo que está pasando por momentos de angustia al haber perdido a su hermano menor. La mañana es luminosa, espléndida, completamente al margen del drama al que nos vamos a enfrentar unos kilómetros más adelante; los rayos del sol, incisos y desafiadores para el conductor, nos señalan que estamos en los primeros días de este ardiente verano. El viaje, que lo hago solo, me da tiempo para pensar sobre lo anteriormente expuesto: la soledad del hombre frente a su destino. Vienen a mi memoria durante el largo trayecto los años en que siendo un niño de siete años, ví morir a mi padre, aún más joven que Santos, el hombre que ahora espera en el tanatorio conquense el momento de ser trasladado a su pueblo, para recibir sepultura en lo que será su última y eterna morada. ¿Por qué Señor, uno vuelve siempre al seno de la tierra en que nos vió nacer? ¿Qué extraña e incomprensible fuerza telúrica ejerce la tierra como para querer volver de nuevo a su seno y desear ser en ella semilla de eternidad o estiércol para una rosa? 1