Santiago Castelo, el poeta de la memoria dulce

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SANTIAGO CASTELO, EL POETA DE LA MEMORIA DULCE. (APUNTES BIO–BIBLIOGRÁFICOS, 1948–2015)

RICARDO HERNÁNDEZ MEGÍAS

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SANTIAGO CASTELO, EL POETA DE LA MEMORIA DULCE. (APUNTES BIO–BIBLIOGRÁFICOS, 1948-2015)

RICARDO HERNÁNDEZ MEGÍAS

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Santiago Castelo, el poeta de la sonrisa dulce. © Del texto: Ricardo Hernández Megías. © Del Prólogo: © © De la Edición: ISBN: Depósito legal:

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INTRODUCCIÓN

CAMPOSANTO DE GRANJA A la memoria de Manuel Machado

Nube, sierra, campo, vida, sueño, muerte… Cuando acabe todo aquí está mi suerte. Aquí bajo un viento preñado de luces con el eco tibio de la serranía aquí tengo un huerto sembrado de cruces y un ciprés de sombra y melancolía… Aquí lo más cierto y lo más seguro… Iré por la vida, seré lo que sea. Al final me queda un ancho futuro de habares y lilas, 7


de trigal y azalea… Una rosa al aire y un vencejo al vuelo… Mi cuerpo en mi tierra y mi risa al cielo. Juego de ambiciones echado a esta carta: un corto camino y una estrella alta. Nube, sierra, campo, vida, sueño, muerte… Cuando acabe todo aquí está mi suerte. Santiago Castelo.

Hace tan solo cuatro días que saltó la triste noticia de la muerte del querido y admirado amigo José Miguel Santiago Castelo (viernes, 29 de mayo de 2015), cuando sentimos la necesidad, releyendo algunos de sus versos, de pasar a papel estas notas bio–bibliográficas, seguramente guiadas por el respeto y cariño que todos los que le conocíamos sentíamos por una personalidad tan desbordante y arrolladora como lo era la de Castelo. Su muerte, no por esperada desde hacía algunos meses en que supimos la gravedad de su enfermedad y de su ingreso en una clínica de cuidados paliativos contra el cáncer, deja en nosotros, los que le conocimos y le tratamos con frecuencia, y le quisimos, un regusto de amargura al saberlo definitivamente vencido por la enfermedad. Él era un hombre vitalista, trabajador infatigable, capaz de abarcar múltiples y variadas actividades, incansable conversador, amigo de tertulias (sobre todo literarias), amigo de sus amigos, y, por encima de ellas, enamorado de su profesión de periodista en “su” ABC, así como de la Poesía, que junto con su Extremadura, eran sus otros grandes amores en la vida.

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Hemos estado leyendo detenidamente los comentarios que a su muerte le han dedicado sus muchos amigos del mundo de las letras, así como del periodismo, y sacamos la conclusión de que nuestras observaciones personales sobre su rica personalidad quedan muy menguadas frente a los comentarios y alabanzas que definitivamente quedarán plasmadas en letras de imprenta en los distintos medios de comunicación, ya para la eternidad. De estos comentarios, reseñas sobre su vida y obra, de su bonhomía y trato agradable con todo aquel que se le acercaba, sacamos la conclusión –por nosotros vivida personalmente en tantas ocasiones–, de que Castelo pasará a la pequeña o gran historia de este envidioso y absurdo país de mediocres como lo que realmente era: un hombre bueno y sabio; un personaje fuera de serie que supo aglutinar alrededor de su persona todo aquello que de bueno había en su entorno. Su figura, impoluta en el vestir, caballeresca y, quizás, un tanto decimonónica, la suavidad de su trato sin distinción de clases o méritos, su despacho (el confesionario laico –decía él, y así era conocido por todos los que a él se acercaban–) abierto a toda clase de peticiones y sugerencias profesionales o literarias, habían hecho de él –desde hacía muchos años– un referente en un mundo tan agresivo como es el que desde hace algunos años se vive en España desde las rotativas de los periódicos, o desde el mundo editorial. Hombre de derechas y católico sin tapujos, jamás entró en luchas políticas tribales o ejerció influencias perversas sobre las ideas religiosas de sus coetáneos, por muy estridentes o sectarias que fueran. Vivió y dejó vivir a los demás, con la gallardía y el respeto que todo ser viviente merece, lo que le acarreó ser querido y respetado por todos aquellos que le conocieron, le trataron y le quisieron. Pero sobre todo, Castelo era un hombre de una modestia desconcertante para los tiempos que vivimos en el que se suele confundir muy a menudo oportunismo con inteligencia. Hombre de una formación cultural sobresaliente, llegó a tener un gran poder en los medios de comunicación, que él ejerció con sabiduría y elegancia, sabiendo que la soberbia es la enemiga acérrima de la Verdad; esa verdad que diariamente distribuía desde su posición social el periódico en el que durante cerca de cuarenta años ejerció su profesión y en el que tuvo cargos de relevancia, sin que ello se notara demasiado. Con los años, el trabajo y la lealtad a 9


aquellos que habían confiado plenamente en él, Santiago Castelo llegó a convertirse en la memoria viva de su periódico, como así se le reconoció tantas veces. La otra parte emotiva de su vida estaba dedicada por completo a la Poesía, a la Cultura, donde creemos, sin ningún tipo de dudas, que el tiempo venidero le tendrá reservado un lugar destacado. En su vida estrictamente personal, aquella que compartía con sus amigos más íntimos, como señala Jesús Lillo: Además de poeta, Castelo era extremeño, libertino, tragón, arrevistado, clásico, malasañero, monárquico, zascandil, sabio, arriscado y periodista, oficio al que dedicaba sus ratos libres, que no eran pocos, y que le llevó a acumular confidencias, silencios y traiciones en un ABC del que fue su subdirector y cuyo esencialismo deja como legado… A Castelo se le han reconocido en vida (raro ejemplar) todos los méritos y trabajos emprendidos, tanto en el periodismo como en el mundo de las letras, o en la política regional de su tierra: En el primero, fue nombrado Subdirector de ABC en 1988, periódico del que nunca quiso salir, por fidelidad a sus patrones, pese a haber recibido sustanciosas ofertas de otros medios, así como el haber sido galardonado con el premio Luca de Tena, en reconocimiento a su labor periodística. A su jubilación, en 2010, pasó a presidir el Consejo Asesor Editorial de ABC. En el segundo, en el de las letras, sería interminable enumerar los premios y reconocimientos a su labor de poeta, destacando entre ellos el: Premio Fastenrath, de la Real Academia Española, 1988, por su obra Memorial de ausencias, publicado en 1978. Además de miembro numerario y director de la Real Academia de Extremadura, era miembro correspondiente de la Academia Norteamericana de la Lengua Española y de la Academia Cubana de la Lengua. Premio ABC Cultural & Ámbito Cultural, de manos de sus directores Fernando Rodríguez Lafuente y Ramón Pernas. Además le fueron concedidos, entre otros, los premios Hispanidad y Gredos de poesía y los premios nacionales de periodismo Es Fogueró, 1984, Julio Camba y Martín Descalzo. Hoy, 13 de junio, dieciséis dias después de su muerte, el periódico de sus afanes nos trae la noticia de que le ha sido concedido por unanimidad del jurado el Premio Internacional de Poesía Gil de Biedma, a 10


título póstumo, por su libro, escrito ya en la clínica donde pasó sus últimos días de vida: La sentencia. En el terreno de lo social o político, fue distinguido con la Medalla de Oro de Extremadura, siendo nombrado Hijo Adoptivo de Fontiveros e Hijo Predilecto de Granja de Torrehermosa, que puso su nombre a la calle donde nació, así como con el cariño y el respeto de todas las Asociaciones Extremeñas en el Exterior, donde participó desinteresadamente siempre que se le pedía, como una forma más de manifestar su amor inquebrantable a su querida tierra extremeña y de los distintos Ayuntamientos de la Extremadura interior, donde ejerció su indiscutible magisterio en toda clase de eventos culturales. Muchos e interesantísimos, por su calidad y como muestra de amistad, son los artículos que se publicaron en los días siguientes de su muerte, todos ellos salidos de la pluma de doloridos amigos que lloraban su desconsuelo en las páginas de los periódicos. Como muestra de ellos, vamos nosotros a recuperar el publicado en la sección Cartas al director, del diario ABC, el 30 de mayo, firmado por Carlos García Mera. Dice así: Santiago Castelo La primavera aguarda abrir sus flores. El polvo de la encina en letanía de ausencia sobre el trigal. Caerá la lluvia como el llanto. Te llamaré, y en soledad de azogue titilando la noche tanta pena, querré buscarte y nunca más te podré encontrar. Santiago Castelo era un hombre en peligro de extinción. Dotado por la vida, en posición de hacer milagros, de una extraordinaria sensibilidad hacia lo humano, sin perder esa pátina de religiosidad ferviente y 11


verdadera. Un hombre del que brotaba la amistad sin celo y sin mentiras, porque era tan real como lo era él mismo. Sus manos pertenecían a esa constelación de bendiciones sempiternas y sentenciosas pero al mismo tiempo paternas y leales, recogedoras de una generosidad incalculable; copiosas de amor por los demás y la literatura, a quienes daba tanto de sí que se podría decir que vivía para conferir al mundo esa falta de bondad y cariño desinteresado. Santiago Castelo tenía una mirada clara, tan clara que podías ver el fondo de su alma con solo asomarte al borde de sus ojos, y es que él era un tahúr de lo adivinatorio, esa intuición periodística de vieja escuela sumada a su experiencia lo hicieron un verdadero maestro a la hora de desnudarte el alma sin causar sospechas. Pero en su mirada de poeta consagrado y periodista vetusto por elección propia, le encantaba pertenecer a otro tiempo donde se estilaban las galanterías y los ademanes nobiliarios, aun tenía el recuerdo de su infancia en Granja con las mujeres sentadas en el hogar, contándose chismes y haciendo comidas, o la futilidad de las pelotas de trapo que siempre acababan deshilachadas en las revanchas de algún partido improvisado, dignas de epicidad homérica, donde siempre acaban las rodillas llenas de rozaduras sangrantes que sólo curtía el agua o el yodo. Aquella infancia llena de realidades labriegas y aquel trasunto de magia popular lo acompañarían hasta el final de sus días. A Santiago Castelo siempre le rodeaba una pátina de misterio esbozada con una sonrisa socarrona pero sin malicia, como seguro de gustar –porque gustaba, y lo sabía–, donde se escondía toda la verdad del mundo; pero sin duda su voz, como de tormenta estival, refrescante y tronadora, dictaba sentencias inequívocas o susurraba los consejos más válidos en los momentos más necesarios, o de pronto te acogía en su declamatoria desbordante de anécdotas que adornaba con paréntesis o silencios exactos para mantener la atención de quien le escuchaba. Los que le conocimos sabemos que tras esa pose de lord inglés protocolario, siempre acompañada de un príncipe de Gales con iniciales bordadas en la camisa y fiel a la corbata, gafas de carey, sombrero y sotabarba de noble dieciochesco, se escondía una persona tremendamente humilde y pudorosa, una persona de la que se podría decir que

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verdaderamente era pura bondad. Definir a Santiago Castelo es imposible pues no cabe en él definición alguna. Se nos fue Santiago Castelo, la voz de Extremadura, presidente desde 1996 de la Real Academia de Extremadura y poeta de referencia en la literatura hispanoamerica, un gran periodista, el que fuera subdirector durante más de veinte años en el diario ABC, pero también se ha ido un gran amigo; una vez dijo Juan Manuel de Prada, citando a Rubén Darío, que Santiago Castelo era padre y maestro mágico, liróforo celeste… pues así es, padre, para muchos que nos hemos visto acunados bajo su brazo y ahora nos vemos huérfanos en las letra y en el alma. Quizá no vuelva a reir la primavera; te irás y no se quedarán los pájaros cantando. Un hombre de tal talante y calidad humana como la que ha demostrado a lo largo de su vida, es merecedor de un lugar en el Parnaso, laureado y entrando victorioso ya que, como dijo Juan del Encina “…ejemplo nos deja de vida y de muerte, que muy bien viviendo, murió muy mejor”. Que Dios, ese Dios a quien él tanto amó y a quien en más de una ocasión se atrevió a criticar su silencio desde la fe inquebrantable, le premie por una vida tan generosa como envidiable.

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Capítulo primero

José Miguel Santiago Castelo vino al mundo un 11 de septiembre de 1948, en el pueblo pacense de Granja de Torrehermosa, pueblo perteneciente a la comarca de la Campiña Sur, y al partido Judicial de Llerena. Su padre, don José Santiago, era un hombre dedicado al comercio, preferentemente como agente comercial, y su madre, Encarna Castelo, mujer que mantenía abierto un pequeño taller de costura para ayudar a los siempre escasos ingresos del marido.

Iglesia parroquial de la Granja, con la torre que le da nombre

Don José Santiago, padre, era un extremeño trasplantado a la ciudad, pero sin olvidar nunca a su tierra, amor que mantuvo siempre vivo en sus dos hijos: José Miguel y Lola. En un hermoso libro publicado en Madrid en 2005 que lleva el machadiano título de Camino al andar y que nosotros tuvimos el honor de presentarle en el Círculo extremeño de Torrejón de Ardoz y en la Asociación Cultural Extremeña, del barrio de Campamento, el mismo año de su publicación, con una claridad de ideas asombrosa y buena pluma, don José (él siempre quería que le quitáramos el don y le llamáramos de tú) nos va relatando su vida; una vida de trabajo desde sus 15


años más mozos, sus penalidades en una tierra sin más recursos que el campo o la emigración; los años de la cruenta guerra civil donde tantos extremeños se encontraron con la muerte, el exilio y la pobreza, como fue su propio caso. Paso a paso nos va dando las claves de una vida que como la de tantos otros paisanos nuestros, fue a dar con sus huesos en la capital de España, buscando el personaje unas mejores condiciones de vida para su esposa e hijos. Conocimos a don José los últimos 15 años de su vida, pues hombre inquieto, gran degustador de la vida y de la cultura, nos acompañaba todos los viernes por la tarde a los actos culturales que se celebran en el Hogar Extremeño de Gran Vía 59, o en la sede de la Asociación de Escritores y Artistas de la calle de Leganitos, donde se involucraba en los mismos de una manera absoluta. Don José contaba con el cariño de todos cuantos le conocíamos y le tratábamos, participando en toda clase de reuniones y dándonos su opinión sobre aquellos temas que se tratasen, siendo su palabra escuchada con todo el respeto que se merecía. Cuando en 2009 por un infarto de miocardio muere su hija Lola Santiago, poeta, novelista y pintora, como a ella le gustaba que la llamaran, don José cayó en un estado de melancolía difícil de solucionar; no comprendía que su hija, tan joven y tan llena de inquietudes pudiera haberle dejado solo. Tampoco lo comprendió su hermano José Miguel, quien la amaba entrañablemente y quien le escribiría un libro elegíaco, sereno pero amargo, lleno de reivindicación por la hermana desaparecida, seguramente de lo mejor de su obra poética, titulado La hermana muerta. Aunque volvió al Hogar Extremeño, ya don José no era el hombre feliz y exultante que todos conocíamos. Un día, diez meses después de la desaparición de Lola, nos llegó la noticia de su muerte: una muerte dulce, tranquila, podríamos decir deseada o esperada. Su hijo le había encontrado en la cama dormido para la eternidad; sin una queja, sin una palabra de despedida. Parecía como si él ya hacía tiempo que pensara en el enjalbegado cementerio de su pueblo de Granja de Torrehermosa donde descansaban los restos de su esposa Encarna y su querida hija Lola. Y allá se fue, para ser –como diría el gran Pedro de Lorenzo–, semilla de eternidad o estiércol para una rosa, pero en su tierra,

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Llegan a Madrid en 1964 y con los pocos ahorros de toda una vida se compran un pisito en el popular barrio de Cuatro Caminos, que después de unos años y cuando ya el hijo gane algún dinero, cambiarán por otro más moderno y confortable en el Barrio del Pilar, Colonia de los Periodistas. José Miguel, que había comenzado el Bachillerato en Córdoba, los finalizará en Madrid, para comenzar los estudios de periodismo, en 1968, compaginando las asignaturas con un trabajo de ayudante en unos laboratorios de la zona. Un año después, con 21, ingresa en la redacción del diario ABC, como redactor en práctica, diario con el que mantendrá toda su vida profesional una intensa dedicación y en el que alcanzará, como ya se ha dicho, una de las Subdirecciones, después de pasar por distintos puestos: Menos engrasar las linotipias, yo he trabajado de todo en el periódico, – nos dice el mismo Castelo. En 1972 obtiene el premio Nicolás González Ruiz” al mejor expediente académico de las Escuelas de Periodismo de toda España. Pocos meses después ve la luz el ensayo biográfico que le dedica a su maestro, amigo y gran valedor, el también escritor y periodista extremeño Pedro de Lorenzo, del que fue albacea testamentario.

Un jovencísimo Castelo en la redacción del ABC

Atrás quedaba su etapa de crónicas de Sucesos, una de las informaciones que considera más seria, detallada y rigurosa en su escritura. Tan seria, detallada y rigurosa, que algunos reportajes de ABC han servido de inspiración para el cine y la novela de ficción. Este fue el caso de la crónica sobre el asesinato de Hildegart Rodríguez, muerta a tiros por su madre el 10 de junio de 1933. Un relato que ayudó posteriormente a 17


confeccionar el guión de la película Mi hija Hildegart, de Fernando Fernán–Gómez; o para completar los diálogos de la novela Mi querida Hildegart, de Carmen Domingo. Tampoco hay que olvidar sus crónicas desde Mallorca cubriendo las estancias de la Familia Real en la isla, él que era muy monárquico y fiel seguidor de la Monarquía en la figura de don Juan de Borbón, o sus trabajos como subdirector de Opinión. Por aquel entonces no existía internet, ni falta que le hacía, pues aprovechaba cualquier rato muerto que pasaba en la redacción para buscar en el archivo. Una herramienta que considera “imprescindible para periodistas curiosos” y una “de las mayores joyas que tiene ABC”. “O escribías o te dedicabas a investigar en la hemeroteca de ABC, que era con lo que más aprendías entonces. Era fascinante leer el hundimiento del Titanic desde las páginas del ABC o ver la moda a principios del siglo XX con esas faldas con corsés de ballena que llevaban las mujeres”. Pese a los avances tecnológicos que han permitido agilizar las rutinas, Castelo siempre se mostrará crítico con el papel del periodista multitarea que ahora se exige en las redacciones. El cronista necesita el tiempo suficiente para hacerse una composición de lugar y para escribir con cierta galanura literaria. Ahora las noticias son muy breves y se han perdido los reportajes de 5 o 6 páginas. A su modo de ver, el espacio que se dedica la política es demasiado: Yo reduciría las páginas de política del periódico porque hoy nadie mira en la hemeroteca para ver qué dijo Romanones o Silvela en su momento. Lo que pasa a la posteridad son los sucesos, la moda, las crónicas de sociedad o de viajes. Castelo, en sus cerca de cincuenta años que permaneció en la plantilla del diario ABC, ha sido testigo y cronista de los sucesos más importantes de la convulsiva y desconcertante historia reciente de España. De todos ellos, podemos destacar nosotros la noche del 20 de noviembre de 1975, cuando murió Franco, cuando se cumplieron las previsiones sucesorias, expresión que se utilizaba en aquellos críticos momentos. Como también destacaremos en su curriculum las jornadas del 23–F, en

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que al final, nada fue lo que parecía, o así no lo hicieron creer quienes estaban al tanto de los tristes y amargos sucesos. Pero hay un momento en su diaria tarea profesional en el periódico, que le deja un amargo sabor y una tristeza que recordará toda su vida. Ocurrió en julio de 2009, cuando se ejecutó el ERE en la plantilla del periódico ABC. Según palabras de Castelo: ABC siempre ha sido una gran familia y los despidos trajeron muchos enfrentamientos, fue muy doloroso para todos. Defendió siempre a “su” periódico y trabajó toda su vida profesional para mantener la línea editorial marcada desde su fundación, pero teniendo siempre muy presente la delimitación y separación entre opinión e información. Por una trayectoria admirable en dicho periódico, le fue concedido en 2007 el premio Luca de Tena, que recogió con gran emoción, significando que dicho premio ya cuenta con una pléyade de periodistas e intelectuales desde 1929. Este respeto por la opinión de los periodistas que colaboraban en ABC, lo remarca Castelo en el momento de la recogida de dicho galardón, con estas bellas palabras: Don Torcuato siempre presumió de tener en nómina a gente como Azorín, pero también trajo a Blasco Ibáñez, uno de los escritores enemigos del régimen de Alfonso XIII. Además, ABC alberga los premios Mariano de Cavia y eso que él nunca llegó a escribir en el periódico, sino en los que eran radicalmente opuestos, pero él quería a los mejores. En la primera crónica que escribió en el diario ABC, de Madrid, cuando contaba 22 años y llevaba muy poco tiempo en el diario madrileño, titulado Siete espigas bajo el sol, quiso plasmar en papel y regalárnoslo a los lectores del periódico el recuerdo siempre presente de los campos de su pueblo; un pueblo y unos campos que, como a otros muchos extremeño de la diáspora nunca serán olvidados. Castelo pudo en muchos momentos de su vida profesional volver a su Extremadura –de hecho, y como podemos ver en sus libros, nunca salió de ella del todo. Pudo haber dirigido el diario Hoy de Badajoz, o pudo haber dirigido Radio Nacional en Extremadura, e, incluso, pudo entrar en política desde el puesto de Gobernador de una provincia española, pero firme en su propósito de hacer carrera en el periodismo, nunca la intentó. Fiel a lo que él llamaba la familia ABC, por el 19


que sentía verdadera devoción, permaneció firme en su puesto de trabajo: esta profesión quita muchas horas de tu vida y hay que tener mucha devoción por el periodismo para aguantar, pero merece la pena, y volviendo a su tierra o su pueblo en cualquier ocasión que se le presentaba, o, en los últimos años, presidiendo la Real Academia de Extremadura, con sede en Trujillo. Poco más tarde, en 1973 publicará una biografía sobre su amigo y mentor Pedro de Lorenzo, nacido en Casas de Don Antonio (Cáceres), en 1917 y muerto en Madrid en 2000. Fue doce años profesor de la Escuela Oficial de Periodismo de Madrid. Dirigió El Diario Vasco de San Sebastián en 1942; la revista de poesía Garcilaso en 1943; el diario La Voz de Castilla de Burgos entre l945–46; las páginas literarias de Arriba (1958–61). Fue redactor de ABC y director adjunto de este periódico entre 1968 y 1975. Obtuvo, entre otros premios, el Azorín del gremio de editores y libreros en 1947; Luca de Tena y Álvarez Quintero en 1957; Fastenrath de la Real Academia Española en 1964; Usti de Periodismo en 1964; Nacional de Literatura en 1968; Nacional de Periodismo en 1972, y finalista del Premio Planeta de novela en 1974. En Madrid, al concluir la guerra proclama el manifiesto La creación como patriotismo, clave para la formación del grupo literario La juventud creadora, que se reunía en el Café de Gijón de Madrid. Junto con Jesús Revuelta, Jesús Juan Garcés y José García Nieto crean en 1943 la primera revista poética de la posguerra: Garcilaso. Pedro de Lorenzo dirigió el primer número, dejando el segundo y sucesivos en manos de García Nieto. En ese año de 1943 publica su primera novela, La quinta soledad, escrita en 1939. Aprobada por la censura de la época, es denunciada por ser la novela de un preso no común. Retirada por la Guardia Civil en un primer momento, termina aceptándose su difusión. Pedro de Lorenzo fue también un importante orador de estilo ampuloso y retórico, y autor de cientos de

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artículos en los diferentes medios de prensa del momento: Ya, Arriba, Pueblo, Blanco y Negro y ABC. A Pedro de Lorenzo y a Santiago Castelo, por la personalidad de ambos, y según nuestro criterio, solo le unía su gran pasión por el periodismo. Pero dicho esto, habrá que reconocer que el hombre soberbio y convencido de que la victoria por las armas en el 36 le daba una superioridad moral sobre los vencidos, acogió en sus años de director adjunto del ABC a aquel jovencísimo paisano suyo y apoyándose en sus mucha cualidades para aquel oficio y su desmedida ilusión por el mundo de las linotipias, lo catapultó hasta hacer de él un firme referente del nuevo periodismo. De lo que sí estamos seguros, es de que cuando la obra de Pedro de Lorenzo salga del purgatorio o del infierno a la que los críticos literarios le han condenado –que saldrá sin lugar a dudas y no a mucho tardar–, este garcilasista sin escuela y sin seguidores, este verdadero Robinson de las letras hispanas, alcanzará la gloria que merece y cualquiera que estudie su vida y su obra tendrá que volver a encontrarse y estudiar muy concienzudamente el magnífico ensayo biográfico que en su día escribió Santiago Castelo. El primer comentario a la personalidad de Castelo se la debemos a su amigo y académico Manuel Pecellín Lancharro, cuando en su monumental obra titulada Literatura en Extremadura, tomo tercero, en el estudio introductorio se refería a Castelo como un anarquista de derechas. No obstante, en un magnífico artículo publicado por Juan Domingo Fernández, con fecha 8 de abril de 2012, al hablar sobre el hombre de la memoria dulce, nos dice que: Quienes le conocen bien insisten en que le caracteriza ese espíritu del que prefiere marchar “a su aire”, sin la sujeción a escuelas o modas. Sin embargo, podría decirse que la “rebeldía” de Santiago Castelo es de “traje de chaqueta”, circunscrita más al ámbito estricto de la creación y de la manera que se enfrenta al hecho literario que en el plano social o profesional. Clásico en el vestir, cordialísimo en el 21


trato, entrañable en los sentimientos, del reelegido director de la Academia de Extremadura sostiene uno de sus miembros que es “un académico nato”, decimonónico; en realidad a él le gustaría ser Castelar o Salmerón”, apostilla con humor. El propio Castelo reconoce que cuando todo el mundo ensalza a Antonio Machado, él prefiere a su hermano, Manuel Machado. Se reconoce “profundamente religioso”, ajeno a las modas, enamorado de Cuba y de Grecia, de la copla española (Rafael de León) y del “cante jondo” En su momento hizo oídos sordos al coqueteo de la política. Ha conocido y tratado a algunos de los grandes escritores de nuestra época pero a la hora de inclinarse por un nombre no cita a Borges o a Max Aub, por ejemplo, sino a Luis Rosales.

Santiago Castelo, en Estoril, saludando a S. A. R. Don Juan de Borbón

Para mejor comprender la religiosidad de este entrañable personaje, vamos nosotros a sacar de la entrevista que se le hace con motivo de la presentación del poemario dedicado a la muerte de su hermana Lola y en la que el entrevistador le pregunta: -

¿Qué hay más allá de la muerte?

A lo que Castelo responde: 22


Soy católico y creo. Me duele enormemente pensar en quienes no creen. Debe ser dolorosísimo soportar una muerte sin creencia ni esperanza. Me apenan los que no creen, para ellos la muerte debe ser un capítulo espantoso, de suicidio. Cronista de los veranos de Mallorca de la casa real (Castelo fue un entusiasta de don Juan de Borbón y lo era de los Reyes actuales), cantor de la Virgen de Guadalupe, él fue sin embargo uno de los primeros que reivindicaron en Extremadura la figura de Felipe Trigo, un escritor que representa todo lo contrario que él: socialista, librepensador y suicida, comenta otro compañero académico. El día que recibió la medalla de Extremadura, en su discurso de agradecimiento, señaló algo que nosotros, extremeños de la diáspora como Castelo, asumimos y reafirmamos plenamente siempre que podemos: nosotros pertenecemos a una generación de extremeños que al abandonar nuestra tierra, lejos de olvidarla, volvimos nuestros ojos hacia ella para, desde la distancia, ayudar al vitalismo y empuje regenerador que evitara más emigraciones. Pero esa exaltación a Extremadura la matiza diciendo que: nada tiene que ver con “nacionalismos trasnochados”, porque, “los extremeños somos marcadamente españoles”. Y en un afán de defender su españolidad, de una manera muy socarrona, llega a decir: los extremeños nos sentimos orgullosos de serlo, hasta el punto de que si llega el momento, Dios no lo quiera, en que nadie desee ser de España, Extremadura resignará gozosamente su nombre para que en las escuelas se pueda cantar, España dos, Cáceres y Badajoz.

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Capítulo segundo Santiago Castelo y la Academia de Extremadura

Castelo presidiendo un acto en la Academia rodeado de Naranjo, Pecellín e Iglesias

Antecedentes y origen de la Real Academia de Extremadura

El 29 de diciembre de 1979, en la ciudad de Trujillo, los Srs. Don Antonio Vargas–Zúñiga y Montero de Espinosa, Académico de Número de 25


la Real Academia de la Historia, Don Antonio Hernández Gil, Académico de Número y Presidente de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación, Don Xavier de Salas y Bosch, Académico de Número de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, Don Manuel Terrón Albarrán, Académico Correspondiente de la Real Academia de la Historia y Don Antonio Rubio Rojas, Académico Correspondiente de la misma, iniciaban, formalmente, la constitución de la Academia de Extremadura. Siguiendo las normas del Instituto de España, tras tomar el acuerdo de fundación, fijaron la sede de la nueva Corporación en Trujillo, delimitando su ámbito regional, y suscribieron el Acta correspondiente con la formación de la prevista Comisión Gestora o Preparatoria integrada por Don Antonio Vargas–Zúñiga como Director, Don Manuel Terrón Albarrán como Secretario, Don Xavier de Salas como Tesorero y Don Antonio Hernández Gil como Censor. Destacadas personalidades extremeñas y, entre ellas, los Srs. Presidentes de las Diputaciones Provinciales de Badajoz y Cáceres, Don Luciano Pérez de Acevedo y Amo y Don Jaime Velázquez García, asistían al acto para apoyar la iniciativa. El Sr. Presidente de la Junta Preautonómica de Extremadura, Don Luis Ramallo García, remitía un telegrama de adhesión. Nacía así la Academia como vieja aspiración de Extremadura y su entorno cultural, artístico y literario, puesto ya de relieve en la I Asamblea de Estudios Extremeños celebrada en Badajoz en 1948, y cuya propuesta de creación formuló en ella el poeta extremeño Don Joaquín Muntaner. Los Congresos de Estudios Extremeños, a partir de esta fecha, auspiciaron la iniciativa, principalmente el celebrado en Badajoz en 1968 con la destacada intervención de Don Antonio Rodríguez Moñino, y el de 1970 en Plasencia, donde se tomó el acuerdo de que los congresistas Srs. Conde de Canilleros y Don Manuel Terrón Albarrán preparasen borradores de estatutos y la documentación suficiente para la puesta en marcha de la nueva Institución. Con la insistencia, nunca olvidada, de posteriores Congresos, en mayo de 1979, en el convocado en Trujillo con motivo del Centenario de Francisco Pizarro, cuyos actos presidió la Reina Doña Sofía, se tomó el unánime y urgente acuerdo de crear definitivamente la Academia, como así se hizo unos meses después. Efectuados por la Comisión Gestora los trámites necesarios, al fin, el 6 de junio de 1980, se promulgaba el Real Decreto 1422/1980 de esa fecha, por el cual se creaba la Real Academia de Extremadura de las Letras y las Artes, se aprobaban sus Estatutos, y se regulaba, mediante Disposiciones 26


Transitorias, el procedimiento a seguir para su consolidación definitiva. El 14 de julio se publicó en el Boletín Oficial del Estado. El 2 de septiembre de ese mismo año, con el carácter de electos los cinco miembros de la Gestora conforme a la citada disposición legal, se celebró la primera Junta constituyente en la que tras designarse a los miembros que constituirían la primera Mesa, se acordaron los diseños del escudo y medalla de la Institución, y se nombraron electos a los Srs. Don Enrique Pérez Comendador, Don Juan de Ávalos y García Taborda, Don Pedro de Lorenzo, Don José Álvarez y Sáenz de Buruaga y D. Salvador Andrés Ordax. Inesperadamente fallecido el Sr. Pérez Comendador, se nombró a Don Carmelo Solís Rodríguez para sustituirle. El 3 de diciembre se celebraba la primera Junta pública y solemne de la Academia en Trujillo, en el Palacio de Chávez–Mendoza, en la que, tras la lectura del Real Decreto por el Secretario Perpetuo Don Manuel Terrón Albarrán, leyeron sus discursos de ingreso Don Antonio Vargas-Zúñiga, Don Antonio Hernández Gil y Don Xavier de Salas. A la sesión, presidida por Don Diego Angulo Íñiguez, Director de la Real Academia de la Historia, Don Enrique Lafuente Ferrari, de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, el Marqués de Siete Iglesias, primer Director de la recién fundada de Extremadura y el Secretario Perpetuo aludido, acompañados en el estrado de otros ilustres miembros de las RR.AA. nacionales, asistieron las primeras autoridades de la región, y numerosas personalidades extremeñas de la cultura, ocupando lugar destacado Su Alteza Real la Infanta Doña Pilar, acompañada de su marido, Don Luis Gómez Acebo, Duques de Badajoz. Completada la fase constituyente y leídos por todos los Srs. Académicos anteriormente citados sus discursos de ingreso, la Academia, a partir de la Junta del 8 de mayo de 1982 dio por finalizada dicha fase, quedando ya constituida en forma autónoma, con todas las prerrogativas y derechos legalmente conferidos. La Academia iniciaba su andadura definitiva e institucional. Preocupación de sus miembros, y desde el principio, fue siempre la de disponer de sede propia en la ciudad de Trujillo, y a tal fin confluyeron todos sus esfuerzos. La generosidad del Marqués de Lorenzana, Don Mateo Jaraquemada Guajardo–Fajardo y su familia, propició la donación, por parte de éstos como propietarios, del solar y restos del Palacio de Lorenzana, ubicado en la zona alta monumental de Trujillo, mediante escritura pública otorgada en Badajoz el 27 de marzo de 1982, procediéndose posteriormente a su inscripción registral en pleno dominio. A partir de mayo, con subvenciones del Ministerio de Educación y Ciencia 27


principalmente, se iniciaron las obras de restauración del edificio en su parte exterior, llevada a cabo con dedicación intensa. Tras varios años de inactividad en las obras, en 1998, la decidida y generosa intervención de la Junta de Extremadura, a través de su Consejería de Cultura, hizo posible la continuación y terminación del edificio, su completa reconstrucción interior, adecuamiento y mobiliario, que finalizaron al año siguiente. El 9 de octubre de 2000 fue solemnemente inaugurada la sede por Su Majestad la Reina Doña Sofía.

Santiago Castelo impone la Medalla de de Oro de la Real Academia de Extremadura a S. M. el Rey Juan Carlos I en la Zarzuela

José Miguel Santiago Castelo, uno de los hombres referentes de la cultura extremeña, fue nombrado académico de número de la Real Academia de Extremadura de las Letras y las Artes, en 1989. Un año después ingresó en la Corporación contestando a su discurso de ingreso el entonces director de la Academia, Antonio Hernández Gil. Años más tarde, Santiago Castelo fue por primera vez director de la Academia de Extremadura el 28 de septiembre de 1996, siendo reelegido nuevamente, la última vez y por un período de cinco años, en 2012. Junto a él, componían actualmente la Mesa de la Academia, Francisco Tejada Vizuete, como secretario; Francisco Javier Pizarro Gómez, como Tesorero, y Salvador Andrés Ordax, como censor.

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Capítulo tercero La poesía como terapia

Convendría, a la hora de enjuiciar la obra poética de José Miguel Santiago Castelo, tal y como lo hace el profesor Manuel Simón Viola en su colaboración en el libro homenaje de la UBEx., Poesía para un existir, o en la Introducción a la Antología de su Poesía: La Huella del Aire (1976– 2001), verdadero legado de la obra del poeta pacense a falta de los dos últimos poemarios: La hermana muerta, publicada posteriormente en 2011 y Esta luz sin contornos, que ve la luz en 2013, y el ahora conocido libro póstumo La sentencia, tener muy en cuenta cómo era la Extremadura de la segunda mitad del decenio de los setenta del pasado siglo, para tener una idea clara de quiénes éramos los extremeños y las circunstancias sociales, políticas y culturales en las que nos encontrábamos inmersos. Para comenzar, diremos que en el terreno de los social, por aquellos fatídicos años de los setenta, los pueblos de Extremadura, como consecuencia de la emigración comenzada a finales de los cincuenta y producto de los flecos de la revolución industrial que llegaban a España con un siglo de retraso, habían perdido cerca del cincuenta por ciento de 29


población, preferente los elementos más jóvenes, que tanto daño le iban a causar en el futuro. Extremadura había seguido siendo hasta esos años un inmenso y fértil territorio con unas leyes sobre la propiedad de la tierra que profundizaban sus raíces en la Reconquista, y que el paso de los tiempos había ido enconando y poniendo de manifiesto la tremenda injusticia social de una propiedad en manos de la nobleza, de los terratenientes y de la iglesia, teniendo siempre a su merced a los jornaleros y pecheros. Los distintos avatares políticos, las numerosas guerras políticas y la nula planificación de unos campos que podrán haber dado respuesta a las necesidades del momento, amparados ellos en unas leyes manifiestamente mejorables, hicieron que los campesinos se encontraran sin tierra y sin trabajo para mantener a sus familias. Ni siquiera la llegada de la tan deseada II República, con sus promesas de una nueva Ley de la tierra, tuvo el valor de arreglar una situación que el paso de los años había venido deteriorando, hasta el punto de registrar enfrentamientos sangrientos entre campesinos desesperados y propietarios que para castigar la insolencia de los primeros, dejaban en barbecho o en monocultivos sus enormes propiedades antes de darles trabajos a quienes sólo querían mantener a sus familias. Los años posteriores a su proclamación están llenos de sucesos sangrientos por uno y otro lado, hasta llegar al levantamiento militar de 1936–1939, que tanta sangre campesina se cobró y tanto dolor extendió sobre los pueblos de la España que pretendían liberarse de su yugo inmemorial, sin que hasta el momento se haya puesto remedio al problema. Pero antes de seguir, hagamos un poco de historia sobre nuestra tierra. Extremadura, hasta no hace muchos años, concretamente hasta la proclamación del su Estatuto de Autonomía el 23 de febrero de 1983, había sido para unos y otros un inmenso territorio al límite de las fronteras con Portugal, pero que parécese no había tenido, ni tiene historia, ni mucho menos personalidad propia como pueblo. Cuando se hablaba de Extremadura, siempre venían a la palestra los nombres de los Pizarros y de los Corteses, y no siempre para valorar merecidamente el fundamental aporte que hicieron a la Corona española y al mundo de su época. Nada más incierto. Nuestra tierra, para bien o para mal, es parte importantísima de la Historia de España, y dentro de sus territorios se han dado los 30


acontecimientos más relevantes que han conformado el devenir de su gran historia común como país, tal y como vamos a ir comprobando en estas breves notas que hemos ido confeccionando. Una pregunta se nos viene a la cabeza en esta nueva España de divisiones y revisiones históricas; cuando muchas de las Comunidades Autonómicas reclaman y consiguen lo que han dado en llamar “Deuda Histórica”: ¿Qué es lo que tendríamos que reclamar los extremeños a lo largo de la Historia de España, cuando hemos sido ninguneados, borrados de los planes de desarrollo, expoliados en nuestros inmensos recursos económicos y hasta sentimentales o religiosos, de tal manera que ni tan siquiera somos dueños de nuestra patrona, la Virgen de Guadalupe, cuyo Monasterio, Puebla y toda la riqueza en tierras y ganancias pertenecen al Arzobispado de Toledo? ¿Qué es lo que tendríamos que exigir los extremeños que durante siglos hemos contribuido con nuestros esfuerzo y con nuestra materia prima al enriquecimiento de otras tierras, mientras nuestros feraces campos y nuestros pueblos se vaciaban de su mayor riqueza como son los hombres y mujeres jóvenes? Vamos poco a poco a ir entrando en materia. Pero comencemos sabiendo quienes somos los extremeños, de dónde venimos y qué circunstancias especiales han hecho que nuestra tierra sea la región de España con más emigración y no precisamente, como señalábamos antes, por falta de riqueza, sino por la mala distribución de la misma, en manos de caciques y terratenientes. Las “Extremaduras” es decir las tierras que estaban al extremo del río Duero (y digo “las” porque Extremadura, porque tal y como hoy la conocemos no tiene nada que ver a como se le conocía en la Edad Media, ya que existía una Extremadura dependiente del reino Astur–Leonés, otra Estremadura portuguesa y hasta otra que abarcaba parte de la bética), arranca, como casi todo lo que los romanos llamaron Hispania, con la llamada Reconquista, que no fue ni más ni menos que el último y definitivo impulso de un pueblo acorralado tras las montañas astures por no sucumbir frente a otro pueblo joven y pujante como eran los árabes, quienes durante muchos siglos habían venido ocupando las tierras abandonadas por sus antiguos dueños de medio mundo. Morir o vencer, ese era el dilema.

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Pero los reyes del diminuto reino astur–leonés no tenían riquezas ni hombres para emprender tan importante menester, por lo que recurren a la Nobleza y a la Iglesia para que les ayuden con sus hombres y sus dineros en el alistamiento de ejércitos con los que combatir al enemigo. Estos Nobles, que ya venían haciendo de su capa un sayo, estos verdaderos “Señores de la guerra”, como hoy se les llamaría, ponen a disposición de “sus” reyes los ejércitos bien pertrechado con los que cuentan, a cambio de recibir una parte de la tierra conquistada (las llamadas tierras de señorío), exenciones en la explotación de la misma y reconocimiento social con el nombramiento de nuevos títulos nobiliarios con los que aumentar su brillo en la nueva Corte. Junto a ellos, por otros motivos bien diferentes, pero con el mismo rendimiento económico, la Iglesia, o por mejor decirlo, Las Órdenes Militares, mitad monjes mitad soldados, que tanta importancia tuvieron en las luchas contra el enemigo común, herederas de una tradición nacida con sus hermanos mayores, los Templarios, y que en Extremadura fueron extraordinariamente ricas y dinámicas hasta llegada de los Reyes Católicos que unificaron en sus personas los Prioratos, al darse cuenta que significaban en su reino una semilla de discordia, cuando no de enemistad y división. Tres son las Órdenes Militares que dominan en Extremadura: La Orden de Santiago, la Orden de Alcántara y la Orden de Calatrava. Muy pronto, las tierras conquistadas se irán llenando de castillos, Casas fuertes y, naturalmente, de conventos, en los que se van asentando los nuevos dueños. Nos estamos refiriendo al nacimiento de las grandes propiedades, es decir a los latifundios que de una manera u otra han sobrevivido en parte de la nueva España, marcando el destino, entre otras regiones, de nuestra tierra extremeña. Hemos querido comenzar así este capítulo, porque todo aquel que conozca Extremadura y se interese por su rico patrimonio, habrá visto en sus ciudades restos de otros tiempos, con sus soberbios palacios medievales embellecidos por hermosos escudos heráldicos, en donde podemos leer la historia de muchas de las familias de la más rancia nobleza castellana. Por ello, los primeros nombres de personajes ilustres extremeños llevan los apellidos: Carvajal, Suárez de Figueroa, Golfín, Moscoso, Fernández de Cordova, de Silva, Barrera, Becerra, de Vargas, Hinojosa, Maldonado, Zayas, de la Rocha, Ulloa, Argüello…, y así hasta un interminable número 32


de apellidos ilustres que asientan sus reales sitios en poblaciones como Cáceres, Plasencia, Trujillo, Montánchez, Brozas, Feria, Zafra, Alburquerque, etc. Muchos de estos apellidos estarán unidos a otros nuevos en el gran acontecimiento que significa la conquista de América, por algunos tan denostada y vilipendiada, olvidándose que fue una de las epopeyas más importantes de los siglos XVI y XVII. Cuando se quiera hablar de “la gran España Imperial” no podemos olvidarnos de este gran acontecimiento donde sobresalieron hombres nacidos en nuestra tierras y que llevan los apellidos de Cortés, Pizarro, Orellana, Valdivia, García de Paredes…, etc. Pero toda esta gran historia y estos apellidos de la nobleza española, que en otras tierras tuvieron su importancia a la hora de los nuevos tiempos, en Extremadura significaron una llave que aherrojó sus puertas; un muro con el que tuvieron que enfrentarse, sin éxito alguno, aquellos que quisieron avanzar y crear una sociedad más justa y solidaria. Pasada la cruenta guerra civil de 1936–1939, Extremadura quedó arrasada, con sus campos yertos y su población, bien muerta, o exiliada, o sometida a los nuevos poderes del Estado y sin esperanza de redención. El mundo cultural no existía como tal y solamente algunos miembros aislados o algunas editoriales particulares luchaban por salir del desierto en que se encuentraban. En este campo, acompañando iniciativas privadas como la Editorial Esquina Viva, o Universitas Editorial, nos encontramos con el ejemplar trabajo de pequeñas revistas poéticas o literarias como Capela, dirigida por Bernardo Víctor Carande, o Gayinero, de la mano de Miguel Bolz. El profesor Viola achaca el problema de esta falta de iniciativas culturales a la dispersión geográfica de los creadores que se dan a conocer en estos años, la tradicional falta de sintonía entre las dos provincias, la ausencia de una crítica orientadora, la indiferencia de la Universidad por los escritores jóvenes y la fragilidad de una incipiente infraestructura cultural negaban rotundamente la imagen de efervescencia que los medios informativos, al calor de la notable acogida de público con que se suceden recitales y lecturas, se empeñan en difundir. Así llegamos a los años de la segunda decena de los años 60–70 en que aparece el primer poemario de nuestro biografiado:

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Nos dice al respecto el profesor Viola: Por los años en que Castelo se da a conocer como poeta confluyen en la región dos fenómenos relevantes que condicionarán el perfil de su primera obra. Uno es el prestigio de los poetas mayores en el entorno pacense y, con él, el de la tendencia dominante por entonces en sus trayectorias, una poesía crítica y testimonial, cuyas primeras manifestaciones habían aparecido en la trayectoria de Manuel Pacheco con Todavía está todo todavía (Orense, 1960), mientras que los primeros tonos de poesía social en Luis Álvarez Lencero surgen un año más tarde con el poemario Hombre (Madrid, Trilce, 1961), si bien sería este poeta autor del libro emblemático de la poesía social en Extremadura: Juan Pueblo (Badajoz, 1971). El otro episodio tiene que ver con las específicas circunstancias históricas que España, y Extremadura, vive a mediados de la década de los setenta. Los atisbos del fin de una interminable Dictadura, las expectativas de un cambio social que iba desde actitudes reformistas moderadas a talantes radicales y aun revolucionarios, la denuncia del abandono institucional de la región, se tradujeron en una poesía comprometida con esta transición histórica que tuvo un extraordinario eco público. Es en este entorno de poesía comprometida con el momento histórico de Extremadura y de un escrupuloso respeto a los mayores, en el que cobra su sentido más profundo el primer poemario de Castelo, Tierra en la carne (Madrid, Oriens, 1976). En la elaboración del libro, que reúne composiciones de un amplio tramo temporal (1970-1975), es preciso recordar un episodio biográfico del autor que, nacido en Granja de Torrehermosa en 1948, se traslada con su familia a Madrid en 1964, con dieciséis años, un desarraigo vivido en la radicalidad de la adolescencia que marcará con tanta nostalgia como melancolía (esto es, con un sentimiento de lo perdido que se niega a pactar con la realidad, a situar en otro ámbito el objeto de su afecto) la evocación de la patria de la niñez: Es el libro del sentimiento de Extremadura desde la lejanía. Es el libro del hombre que escribe cuando todo lo ha perdido, y que tiene que recrear lo que ha perdido y vuelve los ojos atrás, y recrea su propia vida. Los primeros años que ha pasado en su tierra, que recuerda con pequeños detalles, o con grandes detalles, porque son su infancia. Y un día se pone a escribirlos, y cuando se da cuenta resulta que todo lo que constituye sus

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recuerdos son su propia vida y su propia muerte dolorida, su propia existencia que va prodigando poco a poco. Todo el libro es una vuelta a la memoria de aquella tierra que vive con él desde que marchó a la gran ciudad y a la que no quiere renunciar. Pero anteriormente Castelo había ido viendo su poesía aparecer en varias publicaciones como Poesía Hispánica, Batarro, Artesa, Bahía, La Estafeta Literaria o Cuadernos Americanos, de México, así como sus colaboraciones periodísticas en varios periódicos de la Argentina, México y Puerto Rico. En el año 2010 tuvimos la oportunidad de publicar en la Editorial madrileña, Sial Ediciones, dirigida por el extremeño Basilio Rodríguez Cañada, la primera parte de un gran proyecto de recuperación de nuestros mejores poetas del siglo XX y primeros años del XXI, titulado: Poetas de la extremadura exterior (1900-2010), en el que está incluido por méritos propios Santiago Castelo, en el que nos adelantábamos a los criterios seguidos por el querido y admirado profesor Simón Viola a la hora de señalar unos de los males de nuestra literatura –la de antes y la de ahora– como es la dispersión de sus miembros por todo el territorio nacional y el amor a su tierra de nacimiento. Decimos la primera parte de un gran proyecto, porque el trabajo está dividido intencionadamente en dos partes perfectamente diferenciadas: la primera, en la que estudiamos vida y obras de 28 destacados poetas que abarcan desde Eugenio Frutos Cortés, miembro tardío de la Generación del 27, nacido en Guareña (Badajoz), en 1903, hasta la profesora cacereña Ada Salas, nacida en 1965, son los poetas que nosotros llamaríamos de la emigración, o por mejor decirlo, de la nostalgia, toda vez que por falta de centros educativos adecuados (recuérdese que la tan deseada y necesaria para nuestra región Universidad de Extremadura fue fundada en 1973), tuvieron que abandonar su tierra para estudiar o trabajar fuera de ella, casi todos ellos para nunca más volver a formar parte de sus miembros productivos, marcándose en su obra una clarísima frustración por la pérdida de de Arcadia perdida. Todos tienen un rasgo común: la nostalgia de su niñez en tierras extremeñas; el recuerdo de sus campos y sus pueblos blancos. Y todos, sin excepción, coinciden en un hecho común: la dedicación de alguna o varias de sus obras (es el caso señalado por el profesor Viola sobre Castelo) a su tierra extremeña, vista desde la 35


desolación de lo ya pedido para siempre. El hombre y el árbol, pertenecen a la tierra que los vio nacer. Si se les trasplantan a otras tierras, aun en el caso de que sea para bien, ya no serán los mismos. Esto lo sabemos quienes hemos sufrido la maldita lacra de la emigración y estamos permanentemente en contacto con las Asociaciones extremeñas en el exterior. El segundo tomo, pendiente de publicación hasta el momento, es la segunda parte del trabajo y abarca la nada despreciable cifra de treinta nuevos poetas antologados. Salvo la recuperación de dos grandes poetas que, seguramente, deberían estar en el primer tomo, pero que nosotros no hemos querido olvidar en este segundo, como es el caso de dos nombres de las dos España política, Antonio Otero Seco (Cabeza del Buey, Badajoz, 1905–Renne, Francia, 1970) y de Antonio Carlos González (Badajoz, 1941–Valencia 1999), todos los demás, por edad y por circunstancias políticas, sociales y culturales que se dan ya en Extremadura, tienen coincidencias que aconsejaban separarlos del primer tomo. La primera es que todos ellos, desde el sacerdote–poeta Benito Acosta García–Quintana, que hace sus estudios en el Seminario pacense de San Atón, y nacido en el año 1937, hasta el placentino Alex Chico, nacido en 1980, son hijos de la nueva España, de la nueva Extremadura, y por tanto, por muy discutible que este término pueda resultar a algunos lectores, beneficiarios todos ellos de unas condiciones culturales que no se daba en los del primer tomo. Mucho de ellos han estudiado y finalizado sus carreras en la ya pujante Universidad de Extremadura 1 y, aunque muchos de ellos tengan que buscar trabajo fuera de la tierra extremeña, las circunstancias sociales que se dan en estos años en España de desarrollo económico, el mejoramiento de las carreteras y de los transportes públicos han hecho que España se haga _______________ 1

Sobre la Universidad de Extremadura queremos resaltar lo ya publicado en nuestro trabajo titulado Luis Álvarez Lencero, desde la memoria, Sial Pigmalión, Madrid, 2013, en la que recogemos la noticia aparecida el día 12 de mayo de 1963 en el Diario Hoy, de Badajoz, en el que anuncia: Los poetas de Extremadura dispuestos a poner ladrillos en una Universidad para Badajoz. Y dice lo siguiente: Todas las Universidades del mundo nacieron porque así lo quisieron los poetas. La decisión fue tomada en un “trascacho” poético celebrado en el Mesón de los Castúos. En ella se da cuenta de los asistentes al acto: Francisco Vaca Morales, Serrano Bulnes, Cienfuegos Linares, Zoido Díaz, García de Pruneda, Naviet, Isauro Luengo, Orio-Zabala, Rodríguez Perera, Lencero, Pacheco, EOLO, etc., a los que habría que añadir la singular figura de Pepe DíazAmbrona, singular personaje que fue el aglutinador y mecenas generosísimo de tantos proyectos culturales en aquellos tristes años de penurias en Extremadura.

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mucho más cercana. En estos nuevos poetas, ya no existe la nostalgia por la tierra perdida, pues la tienen al alcance de la mano y vuelven a ella, siempre que les apetece, sin ese sentimiento de derrota que impregnaba a los primeros. Tampoco en su obra poética o literaria el asunto de la tierra tiene la menor importancia como lo fue en sus hermanos mayores, y pocas veces aparecen poemas de recuerdo o reivindicación de la misma. Pero volvamos nuevamente al comienzo de este trabajo y entremos de lleno en la poesía de Castelo a través de su primer poemario dedicado a su tierra extremeña. Tierra en la carne aparece, ya lo hemos reseñado, en 1976, en la colección “Arbolé” de Editorial Oriens, y sería bueno recordar, para avalar lo anteriormente dicho sobre la dispersión de los elementos más significativos de la lírica extremeña lo siguiente: en el mismo año 1976 aparecen los excelentes poemarios Ceremonia de la inocencia, de Ángel Sánchez Pascual (1946); Antifonario para un derrumbe, de José Antonio Ramírez Lozano (1950), y Noticias infundadas, de Moisés Cayetano Rosado (1951), que no tienen en común más que unas similitudes biográficas al haber nacido los cuatro poetas con una diferencia de cinco años entre el mayor y el menor, pero que nada tiene que ver ni en su forma de hacer poesía, y mucho menos en su contenido y, que, para colmo, solo uno de los poemarios sería publicado en Extremadura, concretamente Noticias infundadas, Badajoz, I. C. Pedro de Valencia. Como nos vuelve a señalar muy acertadamente el profesor Viola, al estudiar los fenómenos circunstanciales que marcan a nuestros poetas del momento: si utilizamos ese mismo año, situado en el centro de la década, como atalaya desde la que contemplar el panorama lírico regional de ese período comprobaremos cómo las características señaladas para estos cuatro nombres se repiten en el conjunto del grupo: la penuria editora y de revistas especializadas, la dispersión de orientación estética, el abandono de la región, y la consiguiente publicación de su obra fuera de Extremadura (un aspecto de interés si se quiere medir la irradiación de una obra en su entorno, especialmente en el caso de la lírica con sus pequeñas tiradas y su siempre deficiente distribución), un desarraigo que afectó a Badajoz (Ramírez Lozano, Santiago Castelo, Vicente Sabido), 37


pero, de modo mucho más llamativo, a Cáceres que perdió en la diáspora a sus mejores poetas: José antonio Gabriel y Galán, Pureza Canelo, José María Bermejo o José Luis García Martín. Y nos sigue explicando el profesor Viola para mejor entender este primer acercamiento poético de Castelo: La fidelidad, tan vehemente como sincera, a la tierra natal, el profundo amor teñido de nostalgia por un espacio “perdido”, asociado en su universo literario a esa patria del hombre que es la niñez, pero también el orgullo de sentirse parte de un lugar preterido por el poder y el dolor por esos destellos históricos sin continuidad seguidos de interminable períodos de postración, ocasionaron una acogida entusiasta del libro en la región. Quienes lo reseñaron no dudaron en señalar como valor singular de la obra su profunda carga de extremeñismo. Así lo vio Medardo Muñiz cuando considera que “cada hombre si es fiel a sí mismo, es expresión y voz de su pueblo y de su raza. Castelo es puro español porque es puro extremeño”, para ver “en el alma del verso, el alma del poeta que es el alama de Extremadura”, mientras que Antonio Zoido afirma, con toda justicia, que “esta poesía […] arranca, se sostiene y nutre, con todo, de la más pura entraña de Extremadura”. Castelo, dice, “no quiso olvidarse nunca del lazo más preciado que no disminuye su obra, sino que la universaliza: de su filiación raigal. Desde fuera de la región, con un tono más aséptico y distanciado, el libro fue enjuiciado como una muestra con variantes personales de “poesía arraigada” (Luis Jiménez Martos), que incorpora “una Extremadura digamos que objetivada bajo especie lírica, con tamiz histórico y proyección en Hispanoamérica; el de una Extremadura personal, viva , directa, del pasado o del presente”, en tato Eduardo Mendicutti ve en el poemario una “crónica poética de Extremadura: el carácter de la tierra y de sus hombres, los vínculos con el Nuevo Mundo, el paisaje, la arquitectura, la estampa popular […] con un lenguaje exaltado, entre la vehemencia y la melancolía. El poemario, que se abre con la composición liminar citada más arriba, se compone de dos apartados de perfil muy distinto: “De polvo fiel de Extremadura” (una formulación procedente del octavo verso del poema reproducido) y “La sierra enamorada”, epígrafes en donde se busca

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intencionadamente la identificación “yo: tierra”, desarrollada en numerosas composiciones. Vamos nosotros, ahora y aquí, a recuperar, a nuestro entender, algunos de los mejores o más significativos poemas de dicho libro:

CARNE DE TIERRA

La mano es tierra y tierra abierta el corazón que late, tierra es la sangre y en el rincón callado del pecho hay tierra como cal hirviente, tierra la carne tierra, y esta sed solitaria me es de tierra hecha de polvo fiel de Extremadura… (En la alforja del alma firme y dura, llevo un trozo de tierra enamorada para siempre saber cómo es mi cuna). 39


CON MI MUERTE NATURAL A Luis Rosales, por las horas de güisqui, alma y ceceo.

Y este dolor de tierra por las venas y las manos soñadas de trigales y la lluvia en los ojos y en el alma un silencio con brillo de metralla. Extremadura en pie, sin pie ni mano, barbechal en el aire y en las cales comidas por los soles asustados. Y este sopor de Extremadura dura, enhiesta, firme y fuerte, y este calor humano de su muerte de tanto amar y revivir sin vida. Vivir es nada, amor, para el morir que es todo. Las encinas lo saben y lo han dicho. Vivir no vale abrir el alma abierta ni sueña abril para calmar el mal. Un duro por un real de poesía y de ternura… ¡qué dolor de piedra y sal! Tú, muerta de muerte oscura, ¡siempre dentro, Extremadura, con mi muerte natural!

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PERCHERO DE LA TIERRA Y DE LA SANGRE A Sebastián Gahete, el patriarca, creador de una dinastía del corazón.

En la pared del alma yo he colgado un pedazo de tierra sorprendida que rezuma silencios… Y en la herida del corazón abierto y desangrado he puesto siete espigas. Tierno lado por donde el trigo se convierte en vida y la sangre en la aurora retenida de todo el peso, ardiendo, del pasado… Perchero dulce por seguir andando, por volver hecho luz hacia los huertos. Perchero triste por seguir amando mi sed de tierra en soles de desiertos. Perchero amargo por seguir llorando la ausencia de mis vivos y mis muertos.

LA CASA QUE TENÍA EMPEDRADO EL SUELO A Ángel Polo

Tenía empedrado el suelo. Los guijarros eran chicos y fuertes. Presumían de aquella nueva y clara limpieza mañanera y el riego cada día en horas de la siesta. Eran los muros anchos, sosteniendo todo mi corazón en desbandada. Las vigas, de madera. Los ladrillos siempre en el beso de la tierra blanca. 41


Aún estaba abierta aquella gran campana en la cocina y la chapa negruzca recordaba al abuelo sentado en el invierno. Había unas camas altas con barandal de hierro donde yo me asomaba, ingenuo, a la retórica y lanzaba discursos a los mudos percheros. La salita de arriba con su cómoda alta y aquellas figuritas de china sobre el mármol, la salita bordada de retratos hechos de historias viejas, amarillas. Los bisabuelos quietos, los padrinos, una olvidada prima que cantaba zarzuelas, el abuelo ya viejo y la abuela muy joven soñando sus lejanas primaveras… Retratos detenidos que explicaban una lección de sangre siempre alerta. Y los sillones grandes y el velador tan débil y aquellas dos hamacas con sus pañitos leves para sentarse al aire de la noche en verano. Aquella casa grande con cortinas de blonda, sus estores morunos, sus vasares, sus orzas y un manantial de curvas llamado cantareras, y aquella alacenilla y el mágico doblado con cuatro baúles mundos que imaginaba América y que cada domingo amaba descubrirlos. Aquellos ojos míos tan abiertos. Los ojos de mi hermana. Libros de religión de un tío seminarista. Unas gafas de orillo. Y aquel otro baúl con la muñeca –tan grande– de mamá. Y enormes tiras de terciopelo y seda de vestidos antiguos. 42


Olor a naftalina y en el mismo rincón, siempre en el mismo, un abanico blanco abandonado… La vieja casa aquella. Mi pecho amigo al aire, de tanto juego al viento, junto al olivo tierno, el que plantó mi padre, lo mismo que la parra, el año que nací, allá en los corralones, Las malvas, los geranios, las piteras y las amplias tinajas de agua clara que llenaba la tita al sol de julio apartando los cónclaves de avispas. El agua soleada en las paneras, el baño de los niños tan desnudos… Y aquel gallo valiente que miraba mientras yo le envidiaba el no ser gallo. Las largas tardes con cestos de costura y el parte por la radio y el gazpacho en la cena y el alma entera a trozos viviendo intensamente. Los ojos infantiles aprendiéndolo todo, sabiendo de escaseces y de antiguas historias. La casa aquella nuestra partida por la guerra brotaba en ilusiones recordando otros años cuando el abuelo era… Y aquel niño escuchaba leyendas amorosas sobre personas muertas y escenas de la guerra que le asustaban siempre. Y fue creciendo a ratos palpando las paredes como si ya supiera la razón de esos muros. Sus muros encantados que perdería más tarde. Y hoy tiene entre los dedos sabor a tierra blanca y el corazón le llora muy suave, muy quedo, porque se está quedando a solas con su vida y la casa ha perdido el aroma de infancia. 43


La casa que tenía empedrado el suelo de tantos sueños como fue hilvanando.

PRONUNCIACIÓN DE ABRIL Nace el agua de abril yo no sé cómo ni sé de qué naciente canal entretejida. Nace de abril el agua adormecida de tu beso y mi beso simplemente. Comíamos el sol en la pendiente clara y sencilla de las tardes tenues y tú estabas allí, y yo allí estaba, cantando una oración de ducha y fuego y todo era una fuente de sonrisas y pompas de jabón. En los cabellos surcaba un arco iris enmarzado y me diste tu mano y con mi mano abrimos un sendero de regajos y juncos luminosos. Cantaban a esa hora dormida de la tarde las ranas encantadas y en el aire y en torso dorado de tu cuerpo brillaban unas gotas encendidas que había puesto mi amor soñando estrellas.

REBELDÍA Yo sé a qué sabe el pecado y, pues, que lo sé lo anhelo… Puede derrumbarse el cielo 44


de mirarme enamorado; que porque ya lo he probado quiero repetir mi suerte y ni me importa la muerte ni lo que me esté aguardando…, porque ya me estoy quemando de no besarte y no verte.

MEMORIAL DE AUSENCIAS, 1979

En 1979 aparece el segundo poemario de Santiago Castelo Memorial de ausencias, publicado en la prestigiosa Colección Álamo de Salamanca, libro que si bien continúa en la misma línea del primero, es decir, la nostalgia por la tierra perdida, o la denuncia por sus condiciones sociales de abandono, creemos nosotros que abre un nuevo y más sugerente e intimista camino como es el del amor, aunque sin olvidar su compromiso con los problemas de la tierra. Obra de una madurez mucho más acusada que el anterior poemario, y lo que será una constate en la futura obra del poeta, de 45


una extraordinaria riqueza métrica, en la que mezcla y alterna sabiamente la poesía culta (sonetos, alejandrinos o endecasílabos) con el de una lírica popular (canciones, romances, etc.) Pero es que Extremadura ha cambiado en estos años, como muy bien nos comenta nuevamente el profesor Viola en su introducción a la obra de Castelo: El otro episodio que tiene que ver con las específicas circunstancias históricas que España, y Extremadura, vive a mediados de la década de los setenta. Los atisbos del fin de una interminable Dictadura, las expectativas de un cambio social que iba desde actitudes reformistas moderadas a talantes radicales y aun revolucionarios, las denuncias del abandono institucional de la región, se tradujeron en una poesía comprometida con esta transición histórica que tuvo un extraordinario eco público: En aquel verano [de 1975] tomó forma una auténtica explosión poética, a partir del Festival de música, poesía y conciencia que se celebró en Badajoz […] Esto sirvió de pausa a diligentes corrillos que prepararon algo inédito en Extremadura: acondicionaron salas de cine, plazas públicas, salas recreativas y hasta corrales y cercados para ofrecer festivales de música y poesía. Ya no se trataba de presentar al triángulo poético (Pacheco, Valhondo y Lencero), o al poeta local, sino que se incorporaron nuevos nombres que fueron enriqueciendo las actuaciones creatividad, tanto estilística como ideológica, aunque insistiendo en la misma razón: Extremadura como argumento, como fuente de inspiración, como grito de reivindicaciones, una Extremadura con sentido de identidad social, y con voluntad de subrayar su inconformismo ante la postración, el abandono socio-político, económico que soportaba. Y la gente acudía en masa, se identificaba con el mensaje y se entusiasmaba. El movimiento llegó a ser tan grande que asustó a las Delegaciones del Ministerio de Información y Turismo, que vetó muchos poemas y aconsejó no seguir en la línea, pero se siguió, y y el movimiento poético de 1975 quedó ahí, con el mérito indiscutible de haber aglutinado a los escritores, y de haberlos acercado al público.

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Ese libro recibiría en el años 1982, el premio Fastenraht, de la Real Academia Española, premio que se concede cada año pero sólo cada cinco años corresponde a un libro de poemas, porque los cinco grandes géneros considerados por la Academia se van rotando rigurosamente. A la pregunta que le hace un periodista acerca de las conexiones y diferencias de la poesía y el periodismo, contesta el poeta: En principio parece que están un poco disociados o divorciados, pero yo creo que en el fondo no tanto. El periodismo es nuestra vocación, nuestro trabajo, nuestra alegría y hasta nuestra pena. La poesía es para mí ese remanso donde me refugio al salir del periódico. En mi caso, las dos actividades se compaginan bien.

SONETO DEL MAR DE EXTREMADURA Para Antonio José González-Conejero

En olas de trigal va el marinero soñando una canción de carabela… Vibra Lisboa y Huelva se desvela de tanto rubio mar. En el velero hay jarcias de encinar con un ligero corazón desplegado por la vela y porque no le falte centinela cien torres dan escolta al mar entero… Oh, mar de Extremadura, mar alado, mar en eterno barbechal de duda, oh, mar en soledades desolado con vocación universal de puerto… Al otro lado, América, desnuda, siempre en la orilla de tu labio abierto.

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PARA MORIRME… Para morirme… Mejor dejar que el viento me lleve y que me desnude el sol. Desnudo de viento, alegre, irme por la jara nueva dejándole mi simiente. Irme para no volver (¡ay! quién pudiera quedarse con corazón o sin él). Corazón que ya no canta lo mismo le da vivir que morir en la garganta… Por eso, al marcharme iré camino de las estrellas con el corazón de pie. Que nada me llevaré si acaso la sed abierta del trago que me tomé. Sí, eso sí, que sentiré… Tantas coplas que sabía y que a nadie regalé… …Sólo a ti… Pero a ti te dejaré lo mejor que de mi tengo: la amargura de querer.

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ROMANCILLO DE LOS SUEÑOS ALTOS (Atardecer en el oasis de Maspalomas)

Soñaba unos altos sueños el niño en el palmeral. Las nubes claras dejaban un ocaso de cristal: violetas que al derramarse llenaban de azul el mar. Los amores que evocaba ¿quién los pudiera acertar? Rumores lleva la arena de un viejo beso que va como la flor del hibisco muriéndose al despertar… El niño tiene los ojos azules de pena y sal… Aquellos labios se fueron y nunca volvieron. Van hechos de brisa suave como sus suspiros van de una nube a la montaña y de la montaña al mar… Los altos sueños no saben en el amor esperar… El niño aprende tristezas… ¡qué solo en el palmeral!

NOSTALGIA DE LA ALCAZABA A Paco Giménez Alemán

Y la pena se hizo carne y la carne hierbabuena ay, la pena 49


tan morena tan tierna de luna llena ay, la pena… Y la carne fue alegría misterio de las cinturas firmes, duras, con tibia luz de amarguras… Y las jarcias encendidas. Carne y vida para la melancolía… Y allá, en el viento, Almería, bañada de eternidades, con sopor de soledades y un clavel de morería…

ORACIÓN DEL VERANO Hoy bajaré al malecón a ver a los niños cogiendo cangrejos-moros al sol.

Estoy en pie, Señor. He levantado mi corazón al sol esta mañana. He respirado fuerte y he sentido tu mano generosas por mis venas. Vivo escuchando el mar. Vivo sintiendo ola a ola el silencio de tu nombre en esta casa antigua y marinera que huele a viento de levante y sal… Desnudo el corazón, veo la mañana diluirse en azules imprevistos (Señor, en la ventana tengo el alma derramada de vida, tensamente). Y las flores de las enredaderas 50


son moradas y saben con tibieza a unos besos lejanos y encendidos que quizás, tristemente, nunca dimos… Miro lejos la sombra de la arena… Esa arena… ¿Existe la arena o es sólo un inútil cantar? ¿o es sólo ese abrazo rubio donde se desangra el mar? Mis pies de arena, Señor, ya no saben caminar. Empieza a hacer calor. Ya no se mueven las palmeras ni cantan los jilgueros. Es verano y te siento paso a paso por cada rama oscura de mi sangre. Gracias, Señor, por darme estos calores, por prestarme esta luz y esta mañana. Por tenerte tan dentro con la ola y la palma y saber que en Ti vivo cuando en mi voy muriendo, dulcemente… Estoy sólo en el aire y la palabra y debiera escribir, pero no quiero… que aunque nadie se lo crea hoy, no tengo más deseo que bajar al malecón a ver los niños cogiendo cangrejos–moros al sol… Estoril, agosto de 1977

VEINTICINCO DE AGOSTO Vino la muerte así tan dulcemente que nadie la sintió meterse en casa… Estaban a esa hora de la tarde las persianas echadas 51


y un sopor de verano se escondía en los tiestos sin flor de la terraza… Vino la muerte así, calladamente, y se fue hasta su cama… Ni una voz, ni un suspiro, ni un murmullo –¡es la muerte que pasa!– La tarde de domingo se perdía borracha de dolor y de nostalgias… Luego, todo acabó… Murió con ella el espíritu entero de la casa.

MONÓLOGO DE LISBOA (1980), EN LA ANTOLOGÍA EXTREMEÑA (1970-1995)

En 1980 aparece en la Editorial extremeña matritense Beturia Ediciones, la Antología Extremeña (1970–1995), en la que se recogen, aquellos poemas que más de cerca se refieren a nuestra tierra en la obra de Castelo. Beturia es un hermoso proyecto salido de la imaginación de un grupo de extremeños residentes en Madrid, del cual participó muy 52


activamente, mientras vivió, el poeta granjeño, y del que se sentía muy orgulloso, tanto del proyecto como de cada uno de los socios que posteriormente nos fuimos incorporando a lo largo de los años. La idea de Castelo y de los demás socios fundadores, al igual que años anteriores habían hecho los poetas mayores de los cincuenta en Badajoz con la revista Gévora (Lencero, Pacheco y Valhondo, junto con Monterrey), era tener un soporte de papel en que poder publicar los libros que la desidia, el abandono a los extremeños del exterior por parte de los gobiernos de Extremadura y la total falta de interés de los organismos competentes en materia cultural dentro de nuestra tierra, como pueda ser la completa indiferencia de la Editora Regional de Extremadura por todos aquellos trabajos que no estuvieran controlados por ellos, fue el origen de esta pequeña, pero dinámica editorial, pagada completamente por los socios, y que ya lleva publicados cerca de dos centenares de trabajos de y sobre Extremadura, preferentemente poesía. Es en este contexto y marcado con el número 10 de la colección Dávila donde aparece la primera Antología de la obra de Castelo, prologada por el profesor, socio y primer presidente de Beturia Alejandro García Galán, quien incisivo él, nos dice sobre el poeta y su obra lo siguiente: Fue, creo, el escritor argentino Ricardo Rojas quien defendía a principios de siglo el determinismo ambiental, como consecuencia del clima, el paisaje y la alimentación –junto a la herencia genética– al impregnar estos factores la formación y su correspondiente caracterología en los distintos individuos. Esta teoría fue recogida en España –entre otros– por Azorín y por nuestro José López Prudencio. Fuese o no tomada esta hipótesis del escritor tucumano por diferentes críticos, nosotros sí creemos en ella. El supuesto, que sin duda podríamos explicarlo a muchos de nuestros coterráneos extremeños –por la misma razón que lo haríamos con los naturales de otras comunidades–tanto vivos como muertos, viene como llave en su abertura al referirnos al poeta y escritor extremeño José Miguel Santiago Castelo, pues si hay alguien en estos momentos en Extremadura que responda a esta cuestión de forma radical, es él. Así, la geografía con su vegetación, la atmósfera envolvente, el mundo de sus 53


paisanos… en concreto, la cultura campesina y urbana de los hombres y de las mujeres de Extremadura marcarían una trascendente huella en el alma y en el corazón de este hombre–poeta, que se remonta a sus primeras vivencias infantiles, así como a sus primeros recuerdos. Por ello, si compartimos la conocida teoría rilkeana de que “la infancia es la patria del hombre”, o la también conocida garciamarqueña, cuando sostiene que “el hombre es de donde tiene sus amores y sus muertos”, inmediato conviene recordar que los primeros dieciséis años de la existencia de Santiago Castelo transcurrieron en su villa natal, Granja de Torrehermosa; que aquí compuso sus primeros poemillas, sin duda llenos de candor y de una cierta ingenuidad, pero en los que ya se vislumbran calidades; y que aquí también experimentó, en sus propias carnes, sus primeros llantos, sus primeras risas, amoríos, sufrimientos y gozos. Y que además, aquí, en este rincón de la geografía extremeña, reposan in eternum los huesos de muchos de sus mayores; y también aquí tiene el poeta su única posesión mundana en suelo granjeño: una sepultura en el camposanto de su pueblo, que le espera para cuando definitivamente parta hacia “el gran viaje”. Este es su último deseo. Retomando aquellos primeros dieciséis años vividos en Granja, éstos van a ser determinantes en aquel presente y en el devenir del poeta beturiense, pues conformarán su extremeñismo futuro; un extremeñismo po lo además aceptado y asumido con orgullo, de forma voluntaria. Castelo, siempre receptivo a cuanto le rodea, fue asimilando todo aquello que estaba a su inmediato alcance, fundiéndose en una simbiosis indisociada del individuo con la tierra. Y una vez que la familia opta por la salida hacia la emigración, el jovencísimo estudiante tiene miedo de quedarse sin raíces propias y por ello se aferrará a la biela del tren de su tierra para no desengancharse ya nunca más. Utilizamos la portada de la antología extremeña para adornar los poemas de Monólogo en Lisboa, por no tener en nuestro poder dicho libro (no venal) y no poder encontrarlo en las librerías de segunda mano, aunque también están contenidos en las otras Antologías.

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BORDÓ UNA “S” Y SE FUE El poeta se sonríe al saber que Lisboa es la capital de la provincia lusitana de Estremadura

No pudo ser de otro modo. Tenía que se así. Lisboa era una chiquilla –rosa al conjuro de abril– que un día le dijo al mar: –Tu amor será para mí. Y la niña quiso ser estrella de mar abierto y con su pulso despierto –ay, noches de luna llena– sobre su nombre bordaba una “ese” de Sirena. ¡Qué fina y dulce su pena! cambiando una sola letra! Seguiría siendo extremeña, seguiría siendo discreta, pero, a cambio, cuánta espuma, cuánta arena y cuánta luna rielando sobre el azul… Y sobre el manto de tul de su nombre Extremadura realizó la travesura de su sueño de mujer… Quiso ser novia del mar, bordó una “ese” y se fue…

PRIMAVERA Lisboa sube y baja. Se diría una paloma que al alzar el vuelo sintiese pena de dejar el suelo por temor a arrancarse la alegría... 55


Lisboa es una barca abierta al día escalonada de la tierra al cielo… Por eso sube y baja en un anhelo de ser nube y ser mar. Su rebeldía se mide en un baremo de colores: aquí rosa, allí azul, aquí las flores y allí una gaviota mañanera. Y bogar entre cúpulas y puentes mientras oye el piropo de las fuentes que al llamarla le dicen Primavera…

PRONUNCIACIÓN Y tú bajo mi piel, altiva y firme. Lisboa de soledad, entre colinas, te alzas bañada de bruma mañanera… ¡Qué blanca y rosa la ciudad! ¡Que llena de color! Desde mi cuarto veo descender la calle emborrachada por cuestas inclinadas hacia el Tajo… ¡Mi Tajo toledano aquí con gaviotas! ¡Mi extremeñado Tajo hecho abrazo salino! Toda Lisboa es como un desangrarse como un ansia encendida por besar tanta historia como el río trae escrita en su memoria de agua… Toda Lisboa es un enorme y hondo riachuelo hacia el Tajo perseguido de nubes, buganvilla y cipreses… (¿Te acuerdas? Me decías: el mar, el mar, el mar. Y yo callaba: el Tajo. Y el Tajo se moría igual que esta mañana 56


con barcos de cristales y sirenas marinas…) Un tranvía amarillo cruza la calle. Lleva somnolencias de ayeres y un traqueteo de auroras… Las campanas me dicen que son las ocho y cuarto y tres viejas despiertan su paso hacia la misa, Tú estarás entre sueños muy lejos de mí mismo y evocarás las playas que dejamos desiertas. No sabes que esas playas se quedaron viudas desde que tú dejaste de poner tu pie en ellas… Yo, sobre la ventana, voy palpando tu nombre mientras Lisboa desnuda su palabra en mi labio.

LA SIERRA DESVELADA, 1982

En 1982, y en la misma colección de su primer poemario, Arbolé, publica Castelo su cuarto libro, La sierra desvelada, tercero de lo que podríamos llamar libros extremeñistas (a los que habría que incorporar Cruz del Sur), con en excelente prólogo del crítico literario y escritor conquense Florencio Martínez Ruiz, quien nos dice que: la verdadera 57


dimensión literaria, la altura lírica de “La sierra desvelada”, hay que buscarla por alusión. Estamos en unas atmósferas ambiciosas y en un desdoblamiento del yo más íntimo del poeta. Santiago Castelo refleja aquí la manera que tiene de estar solo, su forma emocional de subir a Castilla – al igual que Machado a las altas sierras de Soria, o Unamuno a la Peña de Francia– que traspasan las referencias inmediatas. “La sierra desvelada” es un canto libre y puro, estelar casi, creador de amplias expectativas poéticas y espirituales… Santiago Castelo logra traspasar la corteza material y hasta geológica de la Ávila teresiana o de los pétreos Galayos, de la garganta de Chilla, de la Talavera de Niveiro o de la tumba de San Pedro de Alcántara… La identificación con el paisaje humano y lírico es más honda. Hay además de una comunión a cielo abierto, una meditación fundamental, inequívocamente ascética, purificadora. Con una tensión que convierte los poemas en llama interior, en un trasunto de eternidad. Cosa que ocurre tanto en los poemas levitantes de la primera parte, “Sierra sin norte”, con el poeta cerca de las estrellas, atento al “Sirio” unamuniano, como en las ternezas de “Tres villancicos de pinar y nieve” o en las más existenciales piezas de “Otros poemas para un adiós”. “La sierra desvelada” –por decirlo según el verso guilleniano– es “la cima de la delicia”. Aunque quizá haya que advertir que el gran libro que hay en Castelo puede encontrarse tanto en los poemas derramados, excelsos y contempladores como en los más recatados e interiores, “Gredos” o “Galayos” o eso bellísimos “Sonetos que llaman de la Triste Condesa” tiene un contrapunto obligado en “Un sabor a vacío”, “Viña”, “Amarga mar salina” o “En la luz de tu vida”. El poeta transmite la más acezante melancolía. La certeza de que pocos como él saben vendimiar soledades y sentir que Dios está con él, naciendo de su profundo silencio. El libro recibiría en 1980 el Premio Nacional “Gredos”.

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GREDOS Para partir apenas una tierra de otra tierra jamás hubo un cuchillo tan de plata ni de tan fino brillo como esta brava y desnuda sierra. Ávila arriba, castellana vieja, abajo, Extremadura, y en el centro todo ese costurón de piedra adentro disparado hacia el cielo. Ávila deja esta diadema de roca y flor trenzada para el amor de su mejor ventura. Ya vive Extremadura coronada. Todo Gredos es una calentura de pasión y nieve colocada sobre la frente azul de Extremadura.

SONETOS QUE LLAMAN DE LA TRISTE CONDESA A la memoria de doña Juana de Pimentel, viuda del ajusticiado don Álvaro de Luna.

Era joven y bella. Por sus ojos pasaban las palomas de la vida con un hilo de sangre florecida para llenar un campo de sonrojos. Era joven y bella. Cada día se quedaba entre rezos esperando un aliento que se le fue escapando cuando más precisaba su alegría… 59


Era joven y bella. Era viuda. Puso en la lealtad tanta grandeza que bordó en sus silencios una a una todas las sinrazones de la duda por hacer un altar de su tristeza recordando a don Álvaro de Luna. **** Recordando a don Álvaro de Luna cerró ventana, puerta y celosía. Que le mataron lo que más quería, que le robaron su mayor fortuna… Ni un grito azul ni una palabra altiva. Llanto en el corazón, muda la boca, ¡ay, tanto amor, amor, que se desboca y que la tiene del amor cautiva! Se llevaron la flor de sus amores y tiñeron violetas sus pupilas con una ejecución de madrugada. Desde entonces aplaca sus dolores como quien tiene las ojeras lilas en el misterio del amor callada. **** En el misterio del amor callada defenderá derechos y agonías. (ay, la codicia de las aves frías frente a una viuda desterrada). Le quedará el amor siempre guardado; siempre en el pecho, limpio y florecido, 60


le quedará el recuerdo más querido: aquellas noches que pasó a su lado. El filo del dolor le deja apenas pasear el castillo con el alba mientras el aire sus cabellos besa… Y desde entonces quedará en Arenas una melancolía de luz malva por aquella que fue triste condesa…

EN SU PRIMERA SOLEDAD DE PIEDRA En su primera soledad de piedra mirad a don Francisco. Está soñando que en la paleta el fuego va trazando un clavel de cristal, cuchillo y yedra. Aún es joven. Y ya luce arrogante su sello aragonés. Tiene a su lado a un infante gotoso y desdichado que le cuenta una historia entre galante y cruel. Avanzando en la retama irá luego an cazar. Busca colores. La sierra al fondo es una viva joya que destella los besos de una llama. (Para olvidar su soledad de amores hoy en Gredos está cazando Goya.)

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VILLANCICO QUE LLAMAN DEL PERIODISTA Para Laura Herrero.

Y le decía a María –Señora, ¿cuándo nació? –Era hacia la medianoche y hubo un gallo que cantó anunciando madrugadas. (El viento azul se peinaba sobre las penas del mundo.) –¿Y lloró el Niño? –Lloraba lágrimas de amor mezcladas con gotas de desconsuelo. (Sobre Belén dejó el cielo una nevada de miel.) –¿Y esas estrellas? –De hiel serán espinas un día. (Miraba al Niño María y a San José de repente la barba la encanecía.) –¿Y se llamará? –Jesús. (Y aquel joven periodista en su cuaderno de luz quiso poner ese Nombre y solo trazó una Cruz.)

AMARGA MAR SALINA A Lucía Mera

Porque en un beso caben solamente dos lágrimas he apurado a fondo todo el sol de tu sal… Desbordaba mi boca tu sueño adolescente 62


y he llorado contigo sin saber yo llorar. Los años son un grado que sólo Dios conoce y te he visto, tan niña, perdida por el mar que, inútil marinero, de tus penas azules he sido islote y roca… ¡Qué suave pensar que sin saber acaso nadar contra corriente he nadado en tu hondura y he sabido llegar…! Pequeña aguamarina de mis ojos cansados, tímida madreperla de silencio y trigal, por ti he aprendido lo que valen los besos y al sorberme tu llanto me he bebido el mar… Cintura que me clava todas sus primaveras, amarga mar salina de misterio y coral, sin quererlo me has dado tu tristeza de niña y al vaivén de tu llanto he aprendido a bogar. ¡Qué pena que esté escrito en algún libro antiguo que tu amor con el mío no se puede encontrar!

CRUZ DE GUÍA, 1984, EN LA ANTOLOGÍA COMO DISPONGA EL OLVIDO 1970–1985, PUBLICADA EN 1986 (Este libro tiene su origen en un Pregón de Semana Santa en Granja, 1983)

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Al igual que hicimos con el libro Monólogo de Lisboa, y al no poder conseguir el poemario, utilizaremos la Antología publicada en 1986 por Adonáis y prologadas por el profesor y amigo Juan Manuel Rozas, recientemente fallecido, del que recogemos el precioso Villancicos de la soledad de María y el no menos hermoso Romancillo de la Virgen de los Dolores, al pasar por la calle Maguilla, que era el nombre de la calle donde nació Castelo, y que hoy lleva el del poeta granjeño.

VILLANCICO DE LA SOLEDAD DE MARÍA A Isabel de Cubas y Gardizen

–José, tenemos que irnos; si no, nos lo matarán… San José ha mirado al Niño con ojos de lluvia y sal y mientras la Virgen lo mece y va arrullando un cantar: Mi Jesús, yo pondría sobre tu cuna un varal de azucenas, rosas de luna. –¿Y adónde nos marcharemos? –Cuanto más lejos, mejor… Herodes lo está buscando hasta el último rincón. ¿A dónde mi Niño, a dónde te lleva mi corazón? Mi Jesús, yo pondría sobre tu pecho jubón de lana blanca, ristras de besos. –Hay una tierra lejana 64


que llaman Extremadura, solitaria, está de todos olvidada y sin ventura. La Virgen alza los ojos y ha dejado de cantar: –¡Extremadura…! Ese nombre es para la eternidad. El Niño tiene su sino en tierra de Nazaret. No sirve cambiar caminos que están marcados por Él. Mi Jesús, yo pondría sobre tu cara manojitos de aliento, encina clara. –Cuando en todos los rincones den nombre a mi voluntad rezándome de mil formas, nadie me recordará como lo hará Extremadura llamándome Soledad. Soledad para la vida, para el amor, soledad, para la tierra que sufre lágrimas de soledad Mi Jesús, yo pondría sobre tus manos bellotitas muy dulces, lirios morados. –Por eso, José, te digo que allí está mi eternidad. El Niño sabe su sino, yo, mi amargura y mi paz. 65


Mi nombre y el de la tierra nunca se separarán. ¡Soledad de Extremadura! ¡Virgen de la Soledad! María está pensativa sobre la aurora. San José mira al cielo Y el Niño llora.

ROMANCILLO DE LA VIRGEN DE LOS DOLORES A Isabel y Josefina Gahete

La Virgen de los Dolores va por la calle Maguilla… ¡Mocitas, echadle flores que devuelvan los colores al lirio de sus mejillas! Un solo lucero brilla calmando su desconsuelo ¡qué cáliz su desventura, sus lágrimas qué amargura, qué blancura su pañuelo! El manto de terciopelo bordado en hilos de oro como un suspiro sonoro la va arrebatando al cielo miles de estrellas a coro para alumbrar su agonía. Y dice al llorar María: –Aquel Hijo que tenía y ahora sólo esta amargura. La noche avanza, segura, 66


buscando las claridades de un alba de soledades para una Madre llorosa. ¡Mocitas, cortad las rosas más finas de los rosales! Que es Viernes. La Virgen sale con siete blancos puñales sobre su carne morena. Soledad del alma buena, Soledad el negro manto, Soledad de un Viernes Santo hecho de cirio y azucena… Señora, no llores tanto que está pintando la pena sobre tus ojos el llanto de una Virgen nazanera… Madre del Mayor Dolor, enjúgate esa mejilla, ¡mira como está llorando con tu tristeza y tu llanto toda la calle Maguilla! Y vosotras, las mocitas, seguid echándole flores. Que está en la calle Maguilla la Virgen de los Dolores y hay que volver los colores al lirio de su mejillas.

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ORACIÓN AL CRISTO DEL HUMILLADERO A Francisco Tejada Vizuete

Señor, por ser granjeño, Tú mes has dado un ancho corazón y un viejo nombre y, como tantos, Tú me hiciste un hombre que vive de su pueblo desterrado. Pero vivo en su afán enamorado año tras año… Así que no Te asombre que aquel muchacho convertido en hombre siga siendo un granjeño apasionado. Perdí esta luz, los campos, la alegría, perdí mi corazón adolescente… Mi calle la perdí… Sólo quería volver, Señor, volver siempre y estarme como un ladrillo de la torre, hirviente, sabiendo que ya nunca he de marcharme. Sabiendo que ya nunca he de marcharme volveré a ser el niño que se iba silbando al alba por la calle arriba hacia el sol del verano, sin tostarme… Volveré a ser la cal, la campanada que llega al sur en los atardeceres; volveré a ser la risa que Tú quieres si de nuevo llegase a la enramada a subir tapias y escalar paredes buscando nidos o poniendo redes para un redil de copla y armonía. 68


Y cortar los poleos… Si quisieras devolverme, Señor, a mi alegría, con qué poquita cosa… Si quisieras. Con qué poquita cosa… Cada día sería un poco el olor de esa ternura que de la encina sensitiva y pura te llenara de aroma en su porfía. Señor, si Tú quisieras yo sería otra vez una voz sin amargura… Tenerte a Ti, tener a Extremadura y llenar con mis gritos la vacía casa aquella que tuve… Y mirar cielos y correr otra vez por esos suelos mientras el alma se alocaba en sueños… Señor, por tantas cosas que he dejado, arráncame el dolor de desterrado y déjame volver con mis granjeños.

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CUADERNO DE VERANO, 1985 Y 1987

El profesor Juan Manuel Rozas, al estudiar las obras de Santiago Castelo en su Prólogo a la Antología titulada Como disponga el olvido, Adonáis, 1986, al enjuiciar el libro Cuadernos para el verano, nos dice los siguiente: que en el último libro aquí representado, el citado Cuadernos para el verano, tal vez esté naciendo, en lógica evolución, un nuevo poeta. En esta obra se observan nuevos temas y ambientes, pero sobre todo una nueva mirada. Entre el objeto y el poeta es más visible ahora una lenta transformación, ya sea como elemento óptico, ya sea como culturalismo. A lo que le responde el profesor Viola que: no se trata, como señala el prologuista, de un quiebro brusco en una trayectoria literaria, pues su contenido temático, en gran medida, había sido anunciado ya… Y nos sigue diciendo: se nos presenta, por todo ello, como una obra de madurez creadora marcada por un registro de “diario lírico” inserto en las lindes cronológicas de un verano, desde la expectación vitalista con que se saluda su llegada (De nuevo el sur, el mar, el mediodía) hasta la triste consideración final (Pronto vendrá el otoño al corazón) del último poema “Melancolía de septiembre”.

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Tundidor, Ledesma, Castelo, Piedra, Molina y Romualdo en Salamanca, 1998

DE NUEVO… De nuevo el sur, el mar, el mediodía ardiéndome en las venas como un toro; de nuevo es el azul en mis pupilas y tu nombre lejano que florece como una primavera inextinguible. De nuevo el aire de Levante lleva olor a yodo y nace en las palmeras un misterio de siglos… Ya, de nuevo, me asciende por las ramas de la sangre el eco de tu voz que, pregonero, me aviva la color y al sol encela… Junto a la espiga tú, junto a la espiga llegas hasta mi puerto en soledades. De nuevo todo se hace calor. Y ronda mi corazón tu voz… 71


Aquí, yo, solitario, voy trazando tu nombre por la arena por si pudieras convertirte en alma. De nuevo el sur, el mar, el mediodía, y ese ramos de trigo que se dora al pie de una magnolia. Desolada, una lágrima baja repitiendo tu nombre mientras busca su historia en la sal de una ola.

FOTOGRAFÍA EN BLANCO Y NEGRO “Cuando todo termine quedará lo más nuestro” Luis Rosales

Cuando pasen los años y hayas envejecido miraré este retrato y subirán mis ojos por aquella secuencia de una siesta en Castilla en que mordí tus hombros como una fruta fresca… Cuando pasen los años quedará tu sonrisa colgada de mi alma igual que si estuvieras alegre como entonces entre un mar de ilusiones y el aire te rizaba levemente el cabello… Cuando pasen los años anidará en tu pecho un coro de nostalgia. Y dirás: Tuve a un hombre que me hizo un retrato entre bromas y veras una tarde de julio. Una tarde serena en que ardían las mieses bajo un sol de verano mientras iba su boca recorriendo mi cuello y mis dedos guardaban su garganta en mi mano. Aprendimos de pronto que la vida no muere, que siempre habrá una brasa encendida en los labios… 72


Guardamos en el álbum del amor escondido esta fotografía de una siesta en verano… Con todo lo más nuestro quedará esa sonrisa, detenida en el tiempo, cuando pasen los años…

EN MI PRESENCIA Porque apenas si puedo escribir hoy un verso ya que todo poema está impreso en tus labios, quiero dejar constancia de que aún me sublevan tus palabras mejores y no sabré decirlas… Amor que así me llegas y así me recompones el ajedrez de aurora donde escribí tu nombre hoy que estás a mi lado no sé decirte nada sino que el mundo es nuestro y tú lo reconquistas. El verano es azul como los dos queríamos y se duerme indolente junto a tu piel morena mientras me sube agosto por todas tus miradas y sé que habrá un mañana de amor y eternidades. Esta noche que escribo sin soledad al lado; que he llorado de gozo y he besado tu espalda quiero decirte, alegre, que mis versos son hoy la presencia encendida de tu boca en mi sueño. Mañana, cuando acaso te marches y me dejes, quedará en nuestra casa tu sonrisa y tu beso… Y yo iré entretejiendo el labio fugitivo con tantas ilusiones como forjé a tu lado.

EL NARDO DESCLAVADO Aún queda un nardo chico caído del florero como un lagrimón triste sabiendo a soledades… 73


El beso que me diste ¿seguirá florecido o estará ya marchito en tus ojos de otoño? ¿Adónde nos conduce la hondura de lo humano? ¿A esperar que amanezca y me llames y agites mis temores y sepa decirte que he pasado una noche gritando tu nombre a la estrellas por ver si así rompías la distancia y llegabas? ¿Adónde este silencio de callarme un desnudo que me tiene en el fuego de amor atormentado? Viene el alba avanzando. Tengo frío en el alma aunque sé que es agosto y se mece el verano… ¿Adónde irá el amor cuando manda el silencio, cuando escribe su nota la vieja lejanía…? ¿Se quedará dormido como este nardo chico oloroso y caído del florero? ¿O, acaso, regresará mañana borrando soledades a decirme que el cielo es azul y que tengo una cita esperada con unos ojos verdes?

TU CUERPO BUSCO, AMOR Como al cuerpo buscando va la sombra te busco yo, herido de mí mismo, vaga canción de muerte y de lirismo donde en silencio el corazón te nombra. Con besos soterrados, cada día tu cuerpo busco, amor, de tal manera que la sangre se torna primavera cuando grito tu nombre en rebeldía. Te busco, nombro y grito en el misterio de la serena paz y de la guerra. Que a veces ya no sé si vivo o muero, si estoy en libertad o cautiverio, 74


con los pies en el cielo o en la tierra ni si te quiero, amor, o no te quiero.

HOMBRE DE SIEMPRE Elegía a Luis Álvarez Lencero

¿En qué quedó la muerte, Luis, en qué quedó la muerte? Tanto andar por la vida con los ojos ardiendo llenos de amor de paz de mansedumbre… Tanta lágrima presta y el silencio hecho verso caliente y deseable. Nos hemos muerto un poco con tu muerte. Nos hemos hecho más inhumanos, más rudos y más hueros. Sobre todos ponías tus manos apremiantes y no mirabas nunca el dolor que te abría. No es justo, Luis, no es justo que nos faltes, que quede tu palabra perdida por el aire y estemos hoy buscando tus hechuras de pueblo por entre los rincones del viento y de la llama. Nos hemos ido un poco con tu marcha. Miramos el corazón y vemos que el cuarto está vacío. Y faltan esos ojos, enormemente tristes, y ese verso que, al pronto, quizás estremecía. Luego, estaba tu hondura, tu aguijón en la tierra. Eras un hombre entero entre el hierro y la espiga 75


y ahora que te recuerdo me parece tu imagen la de un santo patriarca sacado de la Biblia. Levítico y solemne, hombre de madrugada, tan tierno como un trozo de pan recién cocido, cuando todo empezaba a traer primaveras tú dejaste el cacho de tu siega agostado. Ahora que tú podías ver macerar la tierra o besar los barbechos mojados de septiembre, ahora va y se te abre el pecho como un rojo clavel y te derrumbas fronterizo y lejano ¿En qué quedó la muerte, Luis, en qué quedó la muerte? No eras hombre de ahora. Eras hombre de siempre, por eso te marchaste, guadianero y callado, con esa pena honda navegando en los ojos. Me acuerdo de tu madre con su pelo tan blanco y aquellas largas tardes de nuestras esperanzas. Estoy solo. Me faltas. Tus amigos miramos en derredor y vemos que está en cada minuto la soledad más sola. Nos falta tu palabra, tu corazón, tu mano y esa manera antigua que tú nos enseñaste de hablar a Dios a solas cuando el dolor acecha. Adiós, Luis. No olvides de llamarme un día de estos. Tenemos que aventar unos versos y hablarle al humo del verano, como siempre. Y es tarde. 76


SIUREL, 1988

Siurell, en mallorquín, es el nombre de un pequeño silbato de barro, muy popular por aquellas tierras, usado por los campesinos desde tiempo inmemorial. Castelo, que había visitado por cuestiones profesionales la isla de Mallorca dando cobertura a las vacaciones de verano de la familia real durante muchos años, se quedó prendado de aquella pieza tan sencilla como divertida: Con el significado de “silbido”, pero también con la acepción de figurilla de barro cocido con forma de alfarero, payés, sirena, dragón…) de colores blanco, rojo y verde, típico de la isla, la obra arranca así con una anécdota elevada a categoría de símbolo que pasa a formar parte, en la mitología personal del poeta, de lo popular isleño, subrayando la gracia y la fantasía de estos objetos sencillos: Silbato de suave acento que desde la sierra al mar va desgranando un cantar de almendro y brisa marina. ¡Cuánta canción mallorquina llora en tan dulce silbar.

Sobre este libro nos dice el profesor Viola que: Resulta sintomático de una sensibilidad despierta siempre a las manifestaciones estéticas populares que en un poemario tan marcado por los modelos cultos y los personajes nobiliarios sea este motivo menudo el que inicie la obra y le 77


preste título, en tanto que con la acepción de silbido reaparecerá varias veces a lo largo del libro con distintos valores… El libro, traducido al catalán y prologado por un catalán, Gabriel Camps, tuvo, por este motivo –naturalmente que también por su calidad lírica–, una buena acogida en aquellos círculos donde se estaba debatiendo por aquellos años la inmersión lingüística del pueblo catalán. Sobre el mismo, nos dice el crítico Miguel García Posada en una crónica en el ABC literario que: Santiago Castelo ha elegido esta palabra para convertirla en cifra de un ámbito cultural y geográfico –la isla balear–, en clave que da acceso al universo lírico de este nuevo libro suyo, el sexto de su obra. El catalanismo al frente de un texto castellano (al margen de la condición bilingüe de la edición, es excelente la versión catalana de Gabriel Camps) funciona, en el nivel estrictamente formal, como recurso extrañador, artístico. El Siurell contiene también un símbolo: el de la fidelidad a un paisaje, a un mundo. La isla y el estilo –la plenitud solar sobre un ámbito privilegiado– comparecen en el poemario. Mallorca ha tenido suerte, literariamente hablando, ya desde al irradiación europea de la mítica aventura pasional de George Sand y Federico Chopin. En la lírica de lengua castellana, Rubén Darío la exaltó con júbilo: en ella escribió, entre otros poemas, el magistral “¡Eheu!” de El Canto errante: “Aquí, junto al mar latino, / digo la vedad: / siento en roca, aceite y vino, / yo mi antigüedad”. Y el gran lírico catalán, mallorquín, Bartoméu Roselló-Pórcel, le debe a la isla, junto a otros versos, su mejor composición: ·”A Mallorca durante la guerra civil”. Esta doble presencia de naturaleza e historia se hace realidad también en Siurell: porque la historia es europea, pero es asimismo personal. De ahí la significación del tema amoroso en el libro.

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SIURELL Juguete de blanco viento con luz de arcilla encalada y, en el asombro, adornada de verde y rojo lamento. Silbato de suave acento que desde la sierra al mar va desgranando un cantar de almendro y brisa marina. ¡Cuánta cancion mallorquina llora en tan dulce silbar! Sirena, payés, dragón, canción de niño olvidado que silba, desconcertado, su copla del corazón. Mediterránea canción que al despuntar la mañana en sus colores se afana la más pura fantasía… (Mallorca, azul, se tendía sobre su estrofa temprana). Y siendo, tú, la sirena del barro, cómo decirte que el corazón marcó, al irte un sentimiento de pena. Que todo el aire se llena de siglo y divinidades cuando un hombre de verdades quiso decirte un verano que en el verso de tu mano cifraba sus soledades.

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VIBORNY Era hermoso, era rubio, era joven. Todo era risa para aquel muchacho. Vino de Praga. Su clásica belleza colmaba los almendros de elegancia. Cuando al atardecer bajaba a Palma un suspiro quedaba sostenido y por su adolescencia el aire entretejía un clasicismo nuevo de rosal y genista. Jugó al amor como se debe, fuerte. Y perdió en la batalla. Un mediodía la luz de julio se prendió en su pelo: navegaba buscando los amores prohibidos y el sol, celoso, le nubló la vida. Hoy espera tendido en mármol de Carrara una resurrección de nardos y de besos. Sigue oculto. Hay palabras y nombres que nunca se pronuncian si no median, vigías, un susurro de labios y un despertar de sábanas.

BARCO Nos salva la nostalgia. Cada día hay un trozo de ayer que nos recuerda un vivir. Desde el fondo de los años se alza ese barco sobre el mar antiguo para bogar desnudo en nuestra sangre. Y así navega, entre suspiro y ola, cáliz de la memoria perseguida, con una encina, un beso, una palabra y tanta soledad. Se fue perdiendo el amor, la esperanza, los deseos y se secó la boca enamorada… Queda tan sólo la ceniza. Queda el barco de cristal que cada tarde 80


cruza el pecho. ¡Con cuánta fantasía el viento y la memoria se sublevan y hacen reverdecer todo lo huído…!

AL AIRE DE SU VUELO, 1993

Al aire de su vuelo, vuelve a ser una manifestación de honda religiosidad, como las que impregnaban algunas de las descripciones paisajísticas de La sierra desvelada, donde llevaba inseminado un impulso de trascendencia. Pero también es posible. Nos dice el profesor Viola, encontrar esta “huella religiosa” en los poemas de amor, marcados por una terminología religiosa, en una dirección inversa a la de los poemas místicos que recurrieron al empleo de una imaginería erótica para expresar el ascenso y la unión con Dios (en ambos casos se adivina una misma razón de fondo para estas traslaciones metafóricas: la necesidad de comunicar una experiencia íntima compleja, oscura y, probablemente, inefable). Si en propósito de recreación estética de una figura humana y un paisaje está en el origen del poemario, “el marco circunstancial, de pronto, por la unión de la palabra, ha dejado de ser aquella tierra alta de los páramos de Ávila 81


y se ha convertido en un mundo ya evadido […] La realidad ya no es el niño, ni el sueño ni cuantas contingencias queramos aprehender, sino que gracias a la palabra todo se ha transformado […] El hombre de hoy no crea una doctrina que el santo varón había explayado, pero –desde su limitación– recuerda las palabras de Fray Juan y les va dando el sentido lírico que puede tener para la criatura de nuestros días […] Sabe de la unción que está en esa poesía verdadera, de las pocas poesías verdaderas, y la adapta a sus emociones y vibra gracias a ese diapasón que hace temblar sus versos…

EN EL DESVELO DE LA MADRUGADA Solo. Sobre un manojo de sarmientos. La casa en muda soledad sonora. Larga es la noche y el suspiro llora con sinrazón de nubes y de vientos. Buscó el cabo de vela sus acentos en el sebo que al fuego se devora. Quieta la muerte, el aire se desdora en una madrugada de tormentos. Ay, niño en soledumbre, qué agonía, cuánta duda en la guardia del sinsueño… En qué clara ribera amanecía el sol más puro de tu tierno nido si también entre sombras ya tu Dueño moría en soledad de amor herido.

AUNQUE ES DE NOCHE Supo, desde muy niño, la amargura que toda emigración lleva escondida. Llamar puerta por puerta es una herida 82


de cerrojo y alerta cerradura. Anduvo con su madre, de la mano por rincones de dudas al acecho. Y a tan temprana edad ardió en su pecho un manantial de aliento sobrehumano. Conoció el cierzo muerto, los ejidos, el aldabón callado, los escombros. Y a sus ojos de niño, sorprendidos, se tapiaron los lirios. Ni un reproche, ni una queja, ni un grito. En sus asombros esperaba la Luz, aunque es de noche.

SONETO FINAL POR SI ME PIERDO Cuando el sol en la abierta paramera desnude los trigales de Castilla buscadme en Fontiveros. La sencilla canción de siega hará crecer mi era y no tendré más luz que la quimera de un verso sobre el alma. Dulce astilla que todo lo prendiera en la amarilla candela del amor. ¡Ay, quién pudiera –siguiendo el caminar del frailecillo– hallar a Dios en noches de amargura y hacer arder la flor de los neveros! Si me pierdo, sin manta y sin hatillo, buscadme por la sed de su locura y me hallarás con él en Fontiveros.

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DIARIO DE A BORDO, 1994 COLLIOURE EN LEJANÍA (Memoria de Antonio Machado)

Como queda desnuda la palabra. Como queda sutil el aíre del álamo prendido, así va la pena, desmayada, hacia un nuevo horizonte de mañanas. Como queda desnuda tu palabra. Como queda tan lejana tu voz y tan cercana y ese verso que siempre se acuchilla al filo del dolor serenamente. Como queda, maestro, tu simiente. Como queda luz en el viento y fuego en las arterias por encima del tiempo te engrandeces y nos llenas de auroras. Como queda.

SONETOS DESDE EL MAR PARA DELGADO VALHONDO A Joaquina

Aquí me queda el mar. Desde este hondo corazón de la brisa salinera te va mi mano en flor de primavera, ancho Jesús Delgado y buen Valhondo. Mi nostalgia te va, te van mis penas por no estar junto a ti. Vibra en el viento tu nombre escrito en fuego de alimento, cosechero de versos y azucenas. Volveré por tu vida y por tu historia 84


y apoyado en tu vara de avellano recorreré contigo la memoria que ahora, sin ti, me está negando el mar… Estoy solo, Jesús. Toma mi mano y enséñame otra vez a caminar.

POEMA FINAL DESDE MESINA Vuelvo hacia España. Vuelvo a hallar tu corazón en la firme hondonada de Castilla. Vuelvo a tus ojos y noto que mi sangre se inflama en esta antigüedad hecha de aceite y beso y clámide alertada… Me desnudo en la noche siciliana y despierta desde un suspiro jónico hasta un tirreno anhelo al aire de tu boca que me busca entre lava. El estrecho es oscuro sólo tiene luceros y, al fondo, el mar es limpio y se sabe tu nombre. Siempre estará tu nombre por encima del tiempo y yo iré navegando por la noche y la espuma. Si algún día yo te falto búscame por Sicilia 85


y me hallarás seguro entre el mar y la historia. Aún queda madrugada pero en tus ojos verdes he visto el horizonte que no saben los barcos; por eso ahora que vuelvo grábate entre tus venas el testamento antiguo de mi voz que te llama. Y que nos busquen siempre en el volcán del alba furtivos y enlazados hechos cuerpos de agua. El mar, el mar, tu labio y no pensar en nada…

HABANERAS, 1997

De todos es sabido el gran amor que Castelo profesaba a la Perla del Caribe, y sus continuas escapadas para disfrutar de su sol, sus playas y de su cultura, centrada, normalmente, en la cuidad de La Habana. Hombre siempre abierto a todo cuanto sucediera a su alrededor, mantuvo buenas relaciones con el mundo de la cultura cubana, entre los que era muy 86


conocido, admirado y querido, participando muy frecuentemente en acto de reivindicación cultural y recuperando algunas de sus figuras más importantes de la lírica: Gastón Baquero, Dulce María Loynaz, o de la directora del ballet cubano, Alicia Alonso, con la que mantuvo una entrañable amistad y con la que asistió en más de una ocasión a actuaciones del ballet nacional. En junio de 1994 participó en el homenaje al poeta cubano Gastón Baquero en el libro Celebración de la existencia. (Libro recopilatorio del homenaje en la cátedra “Fray Luis de León”), en la Universidad Pontificia de Salamanca, del que recogemos el poema escrito por Castelo a su memoria:

Baquero y Castelo en la Pontificia en el homenaje que se le rindio al primero en 1993

NOSTALGIA DE GASTÓN BAQUERO Para Alfredo Pérez Alencart

Fue una larga amistad de más de treinta años. 87


Yo era apenas un joven lampiño y veinteañero y él fue mi profesor de amor a Hispanoamérica… Porque era eso: un poeta, un enseñante a amar que deslumbraba a todos con su palabra exacta. Tenía las manos grandes y unos ojos muy tristes. Inmensamente tristes. Y aquel acento suyo que envolvía las cosas de poesía y belleza, bajo el sereno poso de su mirar cansado. Me dio el dulce veneno que da la cubanía y cuando yo más tarde me prendé de La Habana me puso el gentilicio de “habanensis” perpetuo. En los últimos años le traía de Cuba lo que más le colmaba su alma de exiliado: cartas y libros de jóvenes poetas que adoraban su nombre y, a escondidas, cambiaban sus versos manuscritos. Gastón Baquero el grande, el maestro, el amigo. Hoy quiero recordarlo en aquel homenaje que le dio Salamanca donde fue tan feliz. Era abril en las flores con las noches aún frías, y más para aquel hombre que siempre fue cubano. Aquellos ojos tristes se volvieron dichosos y entre las nobles piedras que doran Salamanca el aire se colmó de palmeras reales para enjugar la lágrima que lloraba por Cuba. Recogemos algunas partes de la entrevista que le hizo Santiago Castelo a Dulce María Loynaz con motivo de la entrega del Premio Cervantes, 1992, y recogidas en las páginas del ABC, el 6 de noviembre del mismo año, crónica que le valió el Premio Nacional de Periodismo “Julio Camba.”:

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Habíamos quedado a las doce para almorzar. Desde que llegué a la Habana el pasado 28 de octubre nos veíamos todos los días. Una ligera indisposición la mantuvo a finales de mes en cama: un pescado en malas condiciones tal vez; pero ya se había repuesto. Mientras duró la convalecencia le fui leyendo todas las tardes los artículos del número extraordinario que ABC dedicó al que fuera nuestro común y gran amigo Luis Rosales. Hablábamos de España, de sus viejos amigos Manuel de Aguilar, José María Pemán, Carmen Conde, García Nieto, Joaquín Calvo Sotelo… El viejo palacete de El Vedado es como el decorado de una película de Visconti: arañas de cristal, porcelanas, lienzos, bronces. Allá un biombo o un piano de cola, muebles franceses, bibelots… Pero con ese peso del silencio y el abandono. Toda La Habana es como una sinfonía patética de derrumbamiento y soledad. Las verjas del jardín están oxidadas, los parterres abandonados. En lo que fuera comedor de la casa se extendió un diván para que su convalecencia no fuera tan aislante en los dormitorios de la primera planta, tan solos, tan amplios, tan llenos del recuerdo del esplendor de otros días… Dulce María Loynaz cruza las manos suavemente sobre su regazo. Es una mujer pequeña, suave, delicada, pero firme de carácter, voluntariosa, rotunda. Sus libros son un modelo de riqueza del castellano, con una sensibilidad exquisita, febril y desbordada. En las entrevistas vuelve una y otra vez a recordar a Federico García Lorca, que se alojó en su casa durante su viaje a Cuba: «Era un hombre muy alegre, muy vital, muy simpático. Intimaba más con mis hermanos Carlos Manuel, Flor o Enrique que conmigo. Él y yo tuvimos nuestras peleas políticas, pero era un hombre encantador. En ese piano de ahí tocaba y cantaba y se reía muchísimo. Aquel viaje a Cuba fue definitivo

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para él. Luego, tardé mucho en creerme que lo habían matado. Era un hombre tan sensible y tan bueno…» Y Dulce María evoca a Gabriela Mistral que también vivió en su casa, y a Juan Ramón Jiménez, -«Que era muy difícil y muy extraño»- y aquel encanto de mujer que fue Zenobia… Escurre hábilmente las preguntas que alguien le hace sobre su silencio interior, sobre la postergación sufrida… El premio Cervantes es para mí como una resurrección. Yo era una mujer que había entrado en la noche. Vivía encerrada en mi casa. No había vuelto a publicar desde 1958. Gracias a ABC y a usted, Castelo, yo volví a nacer para los españoles. Y en Cuba empezaron a darse cuenta de que yo no me había muerto. Desde 1986 para acá todo ha ido cambiando. Mis artículos en ABC no sólo me devolvían a la vida sino que me devolvían a mis amigos lejanos. Y cuando mis artículos de ABC consiguieron el premio de periodismo Isabel la Católica, allá en España, me di cuenta de que España seguía siendo –como entonces- generosa conmigo… Y, ay, Dios mío, ahora el Cervantes… Pero, para esta biobibliografía, lo que verdaderamente nos interesa en estos momentos son sus libros. En 1997 aparece una deliciosa edición para bibliófilos (en nuestro poder el ejemplar nº 23) titulado Habaneras, doce composiciones en prosa que incorporan otra tantas estampas de la capital cubana captada en todos los meses del año, pero igual que sucede en su poesía paisajística no nos encontramos ante una descripción costumbrista y pintoresca de la realidad isleña, sino ante la verificación de una de sus más hondas motivaciones líricas (recuérdese su concepción de los espacios culturales: “El propio latir del corazón del poeta, ¿no es acaso sino la pervivencia agitada de amor y paisaje a un tiempo?”. El descubrimiento del entorno antillano, marcado por una maldición bíblica de dictaduras sucesivas, despierta en el poeta una intuición similar a la ya vista en Grecia. (“Hallare n la raíz del mundo una cultura / que enlace con tu sueño y a la que ya conoces”), que pone en marcha un repertorio de motivos familiares: la amistad (Alicia Alonso, Dulce María Loynaz…), el 90


arte culto y popular, la presencia de la España del sur en la vieja ciudad (La Habana es un pedazo de Andalucía, de Extremadura, colocadlo en el corazón del Caribe”), muchos de cuyos hábitos, aherrojados sus habitantes por las contingencias de la historia, son sólo ya recuerdos del pasado.

HABANERA DE ENERO La noche se cerró en vendaval sobre La Habana. En la cercanía del Malecón –bravo el oleaje, acharolada la ciudad– resplandecía el nuevo hotel de lujo. Contrasta el esplendor de su soberbia iluminada sobre barrios enteros en sombras fantasmales, con apagones de varias horas que acaban por fundir las maltrechas piezas de los frigoríficos y tensan los nervios del calor pegajoso. Sin luz, sin ventilación, con el denso sopor de la humedad echando fuego, los ojos se convierten en faros que se balancean sobre la mecedora y los suspiros. La noche se hace aún más noche y la pasión más indolente. Y, en medio, con sus focos azulados y su poderío de dólar insultante, el nuevo hotel, la nueva meca, el sueño de occidente tentador y prohibido. En los alrededores –pese a la lluvia– la carne joven, casi niña, morena de turgencias, acechante. Carne de hembra y de varón, multitudinaria carne nueva, presta a los goces por un leve puñado de billetes. Buscando en la misericordia de los guiños la esperanza de una noche o unos días que pueden solucionar la economía familiar de semanas enteras. Silba suave el viento tropical. La noche avanza. En la primera planta del hotel hay un bar que tiene nombre americano, “Cocktail Blue”. En Cuba hemos vuelto al círculo vicioso. Y eso enerva. Como entonces, todo funciona con dólares; hay un hotel de lujo que concita, como entonces, los deseos; y millares de cubanos que no pueden entrar en él,

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como entonces, si no es del bracero –y camino de la cama– del turista de turno. El bar “Cocktail Blue” está casi vacío, pero encierra, en el lujo de sus maderas nobles, en la discreta penumbra de su cabaret, una joya impagable, inencontrable hoy: Frank Emilio, el viejo, espléndido, ciego, extraordinario pianista Frank Emilio.

Castelo recibiendo el Premio Hispanidad, año 1973

Ya no suelo ir a los cabarés. Y menos en La Habana. Fue Mauricio Vicent quien me alertó: está Frank Emilio. Y no me lo quería creer. Pero sí, allí, rodeado por una barra casi negra donde chorrean los daiquirís y humean los cigarros, con sus grandes gafas oscuras y su dignidad de pianista excelso, el viejo Frank Emilio –a punto de cumplir los setenta y cinco de su edad– desgrana cada noche su trabajo mercenario “porque debido a la crisis he tenido que hacer lo mismo que de joven”. Y, apoyado en la barra, en la discreta soledad de la noche, he conversado con él, entre canción y canción, mientras el maestro –uno de los más grande pianistas de Cuba y América– interpreta melodías de Saint–Saëns o de Gershwin y recuerda a Lecuona o improvisa sobre temas de Duke Elligton y Count Basie –delicia del jazz– o hace un quiebro y se arranca por danzones cubanos… Y habla de España con extraordinario cariño y vuelve por Albéniz y Granados y Falla. Y sus dedos ágiles arrancan notas sublimes al piano. Sonríe dulcemente mientras acaricia el teclado y aviva mi cubanía con “Siboney”, o “La negra Tomasa”. Esta noche se le ve feliz: no hay

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turistas patosos y puede tocar lo que quiere… Lo que le gusta… No todas las noches son iguales. Y yo sigo apurando tabaco cubano y daiquirís helados que dejan caer sobre la madera negra unos goterones tan anchos como las lágrimas de mi corazón. Fuera, en la calle, ya es madrugada. Y también llueve.

HOJAS CUBANAS, 1998

En 1998, publicado por La Academia Cubana de la Lengua y con una breve nota introductoria de la directora del Ballet Nacional de Cuba, Alicia Alonso, sale este nuevo libro que recoge la poesía escrita por Castelo durante sus múltiples viajes a la isla, así como aquellos artículos publicados por el mismo en ABC y que tienen como referencia a la isla. Como tal, el libro conjuga los dos impulsos más profundos del escritor, el periodismo y el poético, en el que están: las siluetas y las sombras vivas y verbales de la cubanidad contemporánea, desde el inamovible José Martí hasta Dulce María Loynaz, cuya casa visitó en decenas de ocasiones Santiago Castelo, un “amador” de Cuba que no pone límites a la pasión por la isla y que se sobrepone intelectualmente, con el alma en cada palabra y la palabra cada 93


página, a las luchas de los cubanos contra sus demonios convertidos una vez más en dioses viejos y excesivos, que no acaban de marcharse para dejar paso a una isla nueva llena de hombres y mujeres capaces de respirar por sí mismos.

DEFINICIÓN Cuba no es una isla ni una flor ni un nombre turbio ni es un lagarto verde desmayado hacia el mar desnudamente… Cuba es sólo un veneno que te envuelve y se adentra en las venas, te recorre, y te sube a la boca, fugitivo del sol, del mar, del trópico, del aire y te llena de una locura extraña de la que nunca ya quieres arrancarte. Por más que te desangres.

LA FLOR DE LOS OJOS NEGROS Tus ojos son tan negros que me asusta mirarlos; en ellos cada tarde la noche se desnuda y se mete en su hondura para morir alegre segura de que nunca habrá una amanecida. Y florecen. Florecen de una manera extraña. ¡Qué hermoso ver los ojos de amores florecidos! Van desde la cintura miles de enredaderas a encontrarse en tus ojos con el mar y la noche convertidos en lirios de caribe y antilla… 94


Y esos lirios me matan, me envenenan, me arden, pero yo no sabría vivir sin esas flores mientras dure esta fiebre de ojos negros cubanos.

ALICIA ALONSO Es la magia que enamora, la luz que al aire detiene, Alicia es la voz que viene despierta y madrugadora. Es el arte que se dora en el sol de la esperanza, llama que al amor alcanza cuando sus brazos de nieve giran un minuto leve y el mundo se vuelve danza. La Habana, otoño de 1986.

CUERPO CIERTO, 2001

Con la publicación por la Editora Regional de Extremadura de Cuerpo cierto, 2001, Santiago Castelo otorga a su trayectoria poética de 95


libros publicados la duración justa de un cuarto de siglo. Prologada por Juan Manuel de Prada (“Díptico sobre un poeta cierto”), la obra se compone, a modo de tableros articulados que configuran una única obra pictórica, de dos bloques que las preferencias formales diferencian de modo perceptible (“Cuerpo cierto”, que da título al volumen, utiliza el verso libre, el blanco, asonancias esporádicas,,,, mientras que “Tiempo de espacio” se decanta por estructuras clásicas: sonetos y sonetillos de cuidada factura, romance, endecha…) y que las predilecciones temáticas emparentan, fiel al poeta, al fin, “a esas obsesiones que la hacen reconocible a primera vista: el amor y su ausencia, la alegría trémula y nada gesticulante, la evocación herida de nostalgia o empañada de una finísima tristeza, la sensualidad panteísta, las ceremonias turbadoras del cuerpo que se hace llama, en su afán de ascenso y comunión con el ser amado”. Ausente Extremadura como problema abierto (no su paisaje, que sigue presente en estos versos), como tierra cuyo pasado resultan doloroso rememorar, los versos de Cuerpo cierto, frente a la diversidad temática de libros anteriores, merodean de modo exclusivo por el territorio de la intimidad y a ella se subordinan las escuetas referencias paisajísticas: “Esta tarde así, bajo la ropa / tendida en la azotea, yo quisiera / diluirme en los malvas y en los ocres / que bajan hacia el mar entre las huertas…” (“Azotea”). Y es que el motivo nuclear de estos poemas es el amor, encarnado en ese “cuerpo” del título que oculta diversas experiencias eróticas distantes en el espacio y en el tiempo, un amor que ofrece al poeta todos sus rostros: el de la tersa espera (“En la mesilla / todo te espera ya. Mi sangre alerta”. “Abril”), es el de la enajenación del amor consumándose, el de la ruptura (“Tú por tu lado / siguiendo un caminar joven de risa… / Yo me encerré en mi noche, desnortado”. “Ocaso”, el del recuerdo (“sólo queda en mi pecho preso de cicatrices / la desnudez de lucha que marcó tu belleza”)… La relación amorosa se convierte así en una imprevisible aventura vital que el poeta se empecina en afrontar con la misma apasionada entrega de la juventud (como con firma la cita juanramoniana que abre el segundo apartado: “Es como si el otoño / quisiera ser la primavera”), de ahí que el primer poema de “Tiempo de espacio”, “Instante”, una nueva elaboración del carpe diem horaciano (o de las posteriores versiones de Ausonio, Petrarca, Garcilaso, Góngora…), 96


a la vez que como una invitación (al ser amado, al lector), permita ser leído como una interpelación del poeta a sí mismo, porque “mañana / sólo habita el cantar lo ya perdido”.

Castelo, en una audiencia real, junto al guardián de Guadalupe

En el prólogo del libro, el novelista, ensayista, poeta y amigo de Castelo, al hacer una breve semblanza del mismo nos lo pinta de esta manera tan generosa como cordial y que viene a tan a cuento para estos apuntes: …El día que Santiago Castelo se nos muera, habrá que encargar a un forense que lo abra en canal, desde la gorja al planetario ombligo, para que halle la víscera donde anida su talante superior; entonces descubriremos que Santiago Castelo padecía hipertrofia en el corazón, y que sus aurículas y ventrículos se habían estado hinchando en vida, hasta convertirse en salones subterráneos, para no estrangular el acceso a ese tumulto de grandezas espirituales que navegan por su corriente sanguínea. Santiago Castelo Camona por la vida como atorado de cordialidad, colgado de esa percha hercúlea que es su corazón hipertrofiado, lleno de abnegación hacia la literatura y hacia los demás, derramando a su paso una catarata de dones verbales, desde el piropo a la mujer bonita al epigrama fulgurante de inteligencia, pasando por el consejo de sabiduría discreta, porque Santiago Castelo, que tiene el don de la palabra exultante, también posee el don de la palabra que acalla la cólera y apacigua las tormentas. Santiago Castelo 97


es una cornucopia por la que se escapa el bálsamo de su saliva y la luz cenital de su hombría de bien… …En Cuerpo cierto, o al menos así me lo parecido a mí, un libro que ahonda en la sustancia trágica del amor, pero no desde la atalaya descreída del escéptico, sino desde ese ímpetu de entrega que caracteriza al poeta vitalista, desde ese pecho “preso de cicatrices! Donde un día se posó la belleza y que, elevando su voz a través de catacumbas donde la soledad crece “con sed de enredadera”, anhela seguir respirando esa “luz de aliento sin palabras” que incendia los labios de quien un día amó, de quien no puede entender el mundo sin seguir amando. En los poemas iniciales de Cuerpo cierto descubrimos a un poeta en plena posesión de sus recursos retóricos; un poeta tan ensimismado en la sabiduría de su arte que no vacila en despojarse de su natural brillantez para susurrarnos lo inefable con palabras escuetas, mínimas, imprescindibles, pero preñadas de una significación a la vez esperanzada y sombría. Hay en estos versos iniciales, quebrados por un aire de discreta tragedia, una vocación de paradoja donde conviven pasión y sosiego, un clima que los hace desasosegantes e imperecederos: aquí se habla de una “oscura esperanza”, de unos “labios como lanzas”, de un “cuerpo sereno” que se asemeja al mar en una “obscena singladura”. Santiago Castelo logra, con un laconismo que sólo pueden permitirse quienes han recorrido el camino d ela perfección poética, alcanzar ese Finisterre donde la fatalidad del amor se convierte en un sacrificio risueño, sonde “la sangre s vuelve tan lozana” que necesita inmolarse, para echar a andar con la sangre de la persona amada.

HOY DE NUEVO HAN BAJADO LAS PALOMAS Hoy de nuevo han bajado las palomas. Quedaba el claroscuro de tu carne en el atardecido del verano. Era un son de mimbrales. Vieja sed que no cesa. El sol en mil violetas desprendido se fue por tus alcores. A lo lejos 98


se colgaba la pena de un lucero en un suicidio lento y zureante. Hoy de nuevo han bajado las palomas.

¿POR QUÉ LE DIJO DIOS…? ¿Por qué le dijo Dios que sí a la rosa? ¿Por qué a tu adolescencia ese rocío? ¿Por qué la alondra desmarcó su norte? Y una espina, ¿por qué, dime, esta espina hora tras hora, así, verde y profunda abierta al aire sin romper en sangre?

PRESENTIMIENTO El dolor de la tierra nos desnuda la boca. Sube desde la angustia del barbecho a la sangre y enarbola trigales y encinares y sombra. Todo va en claroscuro de jaral y de anhelo… (La tierra es un veneno endulzando las venas y una canción antigua en arrullo de muerte). Cuando sólo nos quede el dolor y el silencio volverá a cada instante puntual la primavera a llenar los riachuelos de jacintos y lágrimas. Nosotros estaremos, como siempre, escribiendo la historia de esa tierra hasta que al fin, cansada, nuestra mano se torne en simiente de surco y germine entre el trigo como una flor de ausencia. 99


Mientras tanto los aires se vestirán de azules y no faltará nunca una adelfa florida y en el rincón más triste del patio, aleteante, pondrá guardia a la noche la luz de un jazminero.

INSTANTE Luzca tu juventud en la manera de un pálpito de amor radiante y tenso… Las hojas no conocen otro norte que perderse en un secreto íntimo. Cuando al jardín lo llamen del otoño todo el castillo se vestirá de ocres y no sabrá tu voz. Apura, entonces el torso de tu mármol, nervadura de clara adolescencia, que mañana sólo habita el cantar lo ya perdido.

QUILOMBO, 2008

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Con este titular dieron a conocer el diario ABC y el diario Hoy de Badajoz, la noticia de la presentación del nuevo poemario de su subdirector: Quilombo, el nuevo poemario de Santiago Castelo. La Casa de América acogió anoche (11 septiembre 2008) la presentación de los últimos versos del escritor y subdirector de ABC Santiago Castelo. “Quilombo” (Point de Lunettes) recoge 65 poemas donde el poeta desnuda sus sentimientos y afectos, donde abre su alma. En el acto actuaron como padrinos el que fuera presidente de la Junta de Extremadura, Juan Carlos Rodríguez Ibarra, y el editor del poemario y autor del prólogo, Anselmo Martínez Camacho, ambos grandes amigos del poeta extremeño. Celebraron “Quilombo” y el cumpleaños de su autor, nacido tal día como ayer hace 60 años. Sonetos, coplas, versos libres... Santiago Castelo pone a prueba su pulida técnica y la contradicción se apodera de sus temas: vida y muerte, melancolía e ilusión... Rodríguez Ibarra elogió al “buen hombre y buen poeta”, y resumió la obra en una palabra: amor. Un recorrido vital donde se plantean preguntas, misterios que no se revelan. Tristeza no exenta de esperanza. El autor rinde homenaje con estos versos a quienes más quiere. Nombres propios donde no falta Extremadura, una musa siempre presente en su obra. Director de la Real Academia de la región desde hace más de una década, el periodista se ha convertido en uno de los mejores embajadores de su tierra.

Santiago Castelo, frente a la fachada del Monasterio de Guadalupe en el 50 aniversario de la coronación de la Virgen, en 1978, junto al ministro Marcelino Oreja y el Presidente de las Cortes Hernández Gil

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En la abarrotada Sala Bolívar del antiguo Palacio de Linares se encontraban numerosas personalidades del mundo del periodismo y la cultura, entre otras, el presidente de Vocento, Diego del Alcázar; la presidenta–editora de ABC, Catalina Luca de Tena; el director de ABC, Ángel Expósito, y los columnistas Juan Manuel de Prada y Tomás Cuesta. Al término de la presentación, Castelo recitó con su voz del sur alguno de sus poemas. También el periódico local, Guadiato se hace partícipe de la noticia y, a lo ya publicado en los diarios anteriormente citados añade: Dicho acto se celebró en la Casa América de Madrid sita en la plaza de la Cibeles. La presentación corrió a cargo de Juan Carlos Rodríguez Ibarra, Ex Presidente de la Junta de Extremadura, y Anselmo Martínez, autor del prólogo y editor de Point de Lunettes, editorial que ha publicado el poemario. A la misma asistieron en representación del Gobierno Municipal la Alcaldesa Presidenta del Ayuntamiento de Granja de Torrehermosa la Srta. Dña. María Josefa Tejada Barragán, y el Concejal D. Adolfo Prieto Martínez. En la emotiva presentación, el autor hizo referencia a sus raíces granjeñas presentes en su libros y aludió a un poema dedicado a la calle Magdalena de Granja. Estuvo acompañado el autor por sus familiares y amigos académicos y como es costumbre en el mostró una gran espontaneidad y finalizó agradeciendo a los presentes su asistencia y firmando ejemplares de su obra. Tenemos que señalar, en honor a la verdad, que el libro es una joya de edición, con una magnífica maquetación y una calidad de papel fuera de lo corriente, cuyo mérito corresponde al editor de Point de Lunettes y prologuista Anselmo Martínez Camacho. 102


Intentando dar Martínez Camacho una explicación del “extremeñismo exacerbado” que “circula” y “encorseta” toda la obra de Castelo, nos viene a decir: Nací. Como Santiago Castelo, en una de las “tierras extremas de lo andaluz”, en un pueblo de “violencia bárbara” en el que, según otro cuasi granjeño, “quiebra la vox de los hombres, donde no bastan las palabras como rigor supremo de la ofensiva”. Pero no sólo en su mismo pueblo, más, en su calle, nunca mejor dicho, y como por ,lo demás sus otras peripecias vitales son, o deberían ser, por relevantes, suficientemente conocidas, y como también yo viví, con apenas cinco años de diferencia, su epoca extremeña, a ella, por serme más familiar, me atengo. Abandona el pueblo con quince años y va a Madrid. ¡Qué luminosidad no tendría Madrid para él, adolescente! Ya es sabido que la adolescencia es el fracaso del niño., la época en que todo se enturbia y entristece. Pero la adolescencia extremeña en particular (quizá la española toda) supone, si se alcanzó en los años sesenta, que se vivió la niñez en la Extremadura de los cincuenta, una Extremadura donde todavía no alcanzaba el cielo a ser un hombrecito, ni los buitres que en él volaban eran aún hombres honestos. Quien no vivió en la Extremadura de aquellos años no puede saber cómo dejamos de crecer algunos de los niños extremeños, cómo se nos quedó en palote el diptongo, ni cómo bajamos las gradas del alfabeto hasta la letra en que nació la pena; fue nuestra niñez “ese sobrevivir en el portento de la pena que todo lo anegaba”. Y esa pena es, según creo, lo que vuelve elegíaca transversalmente toda la poesía de José Miguel Santiago Castelo. Ella es lo que lo hace extremeño más allá del color pardo con el que eventualmente se tiñen a veces sus versos, y sólo su acendrada hombría de bien, su carácter liberal y su generoso corazón volcado al exterior le permiten a menudo zafarse de ella, huirle y, con técnica que puede, 103


reencarnarse en el andaluz que todo extremeño del sur lleva dentro y, bajo el patrocinio de su dioses tutelares, captar la alegría de un momento, la intención amorosa de una mirada, cantar o beber con un amigo o llorar con otro. Y no digo más. A Estas alturas de la vida y obra de José Miguel, sería pura redundancia. Los que lo leemos con frecuencia encontraremos en Quilombo todo lo anterior, revestido de la belleza formal que siempre nos depara su poesía.

PALABRA MUERTA De pronto la palabra no sirve, suena a hueca, se ha desmembrado y está sin nervadura. Intentas pronunciarla y en la boca queda un sabor a humo y a vacío. La desnuda palabra tronchada y sin aliento que urgía al corazón… La que tanto alcanzaba. Su nombre, a estas alturas de la vida, a estas altura de la muerte, su nombre no significa nada… Si acaso una sonrisa –amarga y cruel sonrisa– por los años que nos sirvió de apoyo. Ahora es sólo ceniza que se expande, esa palabra, amor, que todo lo podía.

ALMONEDA Aún te puedo decir qué vale la belleza. Cuando se ha amado tanto, cuando aún duele la boca 104


de los besos antiguos, cuando todos los poros corrieron por mis manos y muslos y cinturas cercenaron las noches. Cuando el recuerdo insiste en seguir florecido y la sangre, sin rumbo, se alza sublevada. Cuando se lucha tanto que no vale la pena porque está de antemano firmada la derrota… Sí que puedo soñarlo y escribirlo y llorarlo. Porque en esta renuncia lo que más me ha dolido es perder tantas horas en que amé la belleza. Por eso aún hoy te puedo decir lo que ella vale.

REFUGIO DE PECADORES ¿A qué pecados, Madre, se refieren esos ángeles niños que te cercan? ¿Qué van en sus papeles? ¿Qué te acercan con nombres tan extraños que prefieren casi ocultar? ¿Qué llevan esas notas? ¿Podrías considerar como pecado lo mucho que he querido y he besado? ¿O eso, Madre, tal vez tú no lo anotas?

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¿Qué puedes redimir? ¿Qué más condenas? Aquí me tienes, Madre, en la esperanza de saber que, entre tantas dulces penas, no hay pecado en haber amado tanto. Ya he puesto en tu refugio mi fianza, déjame Tú cubrirme con tu manto.

SONETO PARA UN LIBRO DE AMORES A Íñigo Laula

La sierra está encendida y encelada, el viento se ha hecho azul y en su costado lleva un dardo de amor que se ha prendado del romero y la jara. En la callada soledad de los montes, meditando, queda un hombre que sueña y que recita un verso de pasión. El aire invita a seguir al acecho, vigilando. Y así, entre caza y caza, la porfía se hace lírico amor, dulce revuelo en belleza de halcón y montería. ¡Qué dulce y suave flor de cetrería este libro, neblí de firme anhelo, gerifalte de caza y de poesía!

ARROYO CAMPANERO Arroyito Campanero con ese puente chiquito y agüita para un salero. 106


Que no hay más agua. Que no: un buchito de rocío y en cada palmo una flor. Arroyo, ¿quién te diría que tu campana sin agua repica en Villagarcía? ¿Quién te lo diría? (Villagarcía de la Torre, febrero de 2007)

HUERTO DE CRUCES (Cementerio alemán de Yuste) Para Antonio Gallego y Gallego Tiene la muerte una medida exacta. ÁLVARO VALVERDE

¡Qué silencio en la suave mañana del otoño! El aire se ha parado sin clave de derrota. Canta un pájaro al fondo y en la sierra florece la barba encanecida del César moribundo. Aquí quedan sus nombres en la medida exacta, tan lejos de su tierra, tan cerca de su sino y nadie sabe cómo ni para qué murieron cuando aún eran jóvenes y hermosos y soldados… Héroes desconocidos que quizás nadie evoque en el reloj perdido de la vieja Germanía, aquí habéis encontrado una cuna de olivos con viñedos dorados y castaños de sombra. Que nadie nos pregunte por vuestra historia herida, dormid, rubios soldados, en la paz de este huerto… También hasta aquí vino, al lado de esta tapia, a morir el que fuera Emperador del mundo. Sólo queda el silencio y el pájaro que aún canta 107


y hay un suspiro hondo en la zarza desnuda evocando una Europa que quizás nunca exista… Aunque siempre nos quede vuestra muda palabra.

NATURALEZA VIVA A Pepe Bornoy

La primavera está tan diluida que el alma es pluma que al azar se aviene. ¿Dónde escanciar la luz? Acaso el aire ¿ha escondido su canto? Ave suave de dulce desamparo ¿cómo reinas en mí? En ese juego de jardín florido, ¿dónde muere el estanque del beso que no he dado? Díme tú, ¿dónde muere el estanque?

LA HERMANA MUERTA, 2011

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Dame, Señor, vivir en la esperanza de tu amor que redime y que sosiega. LOLA SANTIAGO

De los quince libros que forman la obra poética de Santiago Castelo, seguramente sea este el libro que más amó el poeta. La hermana muerta es una elegía escrita con lágrimas de fuego a la memoria de su hermana menor, Lola Santiago, poeta, novelista y pintora, muerte acaecida en Madrid por un infarto de miocardio un 22 de mayo (¡ay, mayo, mayo…!) de 2009. Quienes hemos tenido la mala suerte de perder a un hermano menor, podemos decir que no hay experiencia más dramática e incomprensible que un hombre pueda sufrir en su vida. Hay en la muerte de un hombre joven la constatación fehaciente e irremediable de un fracaso existencial. Veamos cómo se ve desde la fuera esta terrible tragedia. En el blog de Miguel Ángel Lama, amigo personal de Castelo y hombre importante en el mundo de la cultura extremeña, podemos leer estas consideraciones sobre la lectura de un libro tan específico: Una casualidad. He leído La hermana muerta, de Santiago Castelo, el Día de Todos los Santos, víspera del Día de Difuntos. No ha sido intencionado. Como tampoco lo es el diseño de las tapas de este libro. (Para el que no lo sepa, la colección Baños del Carmen de Ediciones Vitruvio es así de negra y luctuosa). El libro de Castelo me llegó ayer, con una cariñosa dedicatoria fechada el pasado mes de junio, el 8, el día de la presentación en la sede del Instituto Cervantes en Madrid. No pude estar en aquel acto; pero he podido verlo en la página de Cervantestv. Allí se dijo que este libro que nunca hubiese querido escribir el autor es el mejor de todos los que ha escrito. No sería yo capaz de decir algo así. En primer lugar, porque siempre me parece que una afirmación como esa, tan bienintencionada, puede conllevar menosprecio por lo que hubo. Y luego porque yo creo que nos conmueve poderosamente esta manera de convertir una experiencia radical en literatura; en buena literatura, no lo dudo. Y nuestra conmoción nos lleva a magnificar lo que ya es sobresaliente. Es el caso de esta obra, La hermana muerta, escrita para Lola Santiago (1952-2009), la escritora, la hermana. Pero es el caso también, porque su lectura me los ha traído aquí 109


en donde leo, del maravilloso libro de Ángel Campos Pámpano La semilla en la nieve (2004), escrito a la pérdida de una madre, y de la espléndida elegía "Paisaje con pájaros amarillos" que fue sección del libro No amanece el cantor (1992) de José Ángel Valente, a la pérdida del hijo. Me resisto a creer que fue lo mejor que escribieron, aunque fuese lo más sentido. Hoy, precisamente, trae el periódico el recuerdo de unas palabras de la escritora Meghan O'Rourke sobre obras así, que son "una respuesta orgánica a una pérdida". La de Santiago Castelo, que se le escapa a Jordi Soler, el autor del artículo, supera con creces taxonomías de urgencia y circunstancias.

AMANECE EN SILENCIO Amanece en silencio. En los cristales arde una luz de gris melancolía. ¡Qué sola está la casa! ¿SABÉIS EN DONDE…? ¿Sabéis en donde empieza el dolor? ¿En donde acaba? Vacío de la pena, oscuridad del aire, el dolor se estanca podrido como el agua y ya no hay luz ni hierba que pueda coronarlo.

ES POSIBLE QUE LA SOLEDAD Es posible que la soledad se cifre sólo en esto: 110


ir perdiéndolo todo: ir consumiendo el aire de tu infancia: ir clavando más cruces en la agenda... y que el aire te envuelva cada vez con más pena como si ya supiera que todo tu contorno se ha llenado de ausencias. Y no hay quien las compense.

RELLANO DE LA NOCHE Sentir la muerte así, cercanamente, en el silencio de la casa, cuando el aire parece haberse evaporado, cuando la luz no es más que un parpadeo y el aliento un ahogo que te marca; sentir la muerte así en el rellano de la noche sabiendo que los cuerpos ya no te dicen nada y la carne es tan solo la coherencia de una lejana turbación que no existe… Sentir la muerte así –oh, perdurable noche– palpando que la vida se corta en un instante y la sangre –tu sangre– se ha estancado por siempre en un rellano igual que esta nostalgia.

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LAS ROSAS Ya están secas las rosas, y el color, que es su tiempo, lo han perdido. FRANCISCO BRINES

Siempre regalabas rosas. (a veces injustamente). Pero a cuantas manos, Señor, a cuantas manos las colmaste de rosas… Te gustaba soñar con paraísos cuajados de colores. Tus poemas –lo mismo que tus cuadros– eran una explosión de luz incontenida. Y las rosas, las rosas ofrendadas te llenaban de orgullo: saber que aquella noche esos ojos lejanos, quizás ya sin pasiones, iban a recordarte al calor de unas rosas… Ahora veo las últimas rosas que te han llegado… Empiezan a secarse y aunque es mayo el color lo han perdido… Memoria de la muerte las rosas de tu vida desvelarán a muchos que te amaron. Y será la venganza por sus viejas traiciones. Cada vez que contemplen en silencio una rosa verán que entre sus pétalos aún vive tu sonrisa.

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ESTA LUZ SIN CONTORNOS, 2013

Publicado por La Luna Libros, Mérida 2013, editora que está haciendo un gran esfuerzo por recuperar las grandes figuras de la poesía extremeña del siglo XX, salió al público el último libro del poeta en vida (parécese que Castelo tenía otro libro próximo a su publicación): Esta luz sin contornos. En el artículo que le dedica el profesor Manuel simón Viola Maroto en el Diario ABC.es el 24 de junio de 2013 a la salida de Esta luz sin contorno, que ahora publica De la Luna libros, podemos entresacar lo siguiente: es un poemario diverso que agrupa las composiciones en dos bloques muy contrastados. “Poemillas para las noches de agosto” consta de diez poemas breves (o diez fragmentos de un único poema extenso), que parecen haber surgido de un único impulso lírico, situados todos en las horas de la noche. En versos blancos o con esporádicas asonancias, los textos van hilvanando una meditación sobre el peso de los recuerdos, los destellos luminosos de la lejana niñez (“Quiero volver a ser niño de nuevo”), la impresión de declive y la amenaza de la muerte (ante la cual el poeta levanta la consigna de un autor predilecto, Pedro de Lorenzo, “Ni la llamo ni la temo). Con un tono melancólico, pero sin lamentos ni estridencias, los poemas van ensartando las emociones que fluyen del silencio nocturno y de la soledad: esperanza, amor, desamparo, memoria, misterio y muerte (significativamente situada en el cierre del bloque), para concluir, como reza la cita inicial de Gil de Biedma “que la vida / todavía es posible, por lo visto”).

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“Memorias y otras melancolías” reúne, en marcado contraste con el bloque anterior, composiciones de muy diversa índole, pero que desarrollan motivos poéticos presentes en libros anteriores. Tal vez los que conserven un tono más vitalista sean las estampas viajeras, como “Nostalgia de Buenos Aires”, “Tchaikovski en el San Carlos” (de Nápoles) o “Añoviejo romano”, todos ellos de metros amplios y abundantes referencias culturales. La amistad es otro de los temas recurrentes en su trayectoria y en este poemario hay una nutrida muestra: “Juegos” (a Luis Landero), “A vueltas con Alicia” (Alicia Alonso, bailarina cubana), “A Manolo Pecellín, desde el adarve de Trujillo”, “Tientos para Alejandro García Galán”, “La magia de Juan Valdés”, “Romance de Miguel de Tena” (con una marcada influencia de Manuel Machado), o “Soneto a manera de prólogo a Juana Vázquez”. La religiosidad, otro motivo presente en casi todos sus poemarios, se vierte en composiciones de perfil muy distinto: de un lado, poemas de una notable altura retórica, auténticas oraciones en verso, a la Virgen de la Victoria o a la Virgen de Guadalupe; de otro, los villancicos, de tono y metros populares, como el “Villancico del molinero”, el de la “estrella caminera” o el “Romance casi villancico de la calle Gregorio Armeno de Nápoles”, repletos de ingenuidad y de humor, en los que adivinamos esa nostalgia de la infancia contemplada desde el presente como una Arcadia feliz en que aún no han penetrado el dolor y la muerte. También su amigo Juan Manuel de Prada le hará una estupenda reseña en el Diario ABCandalucía.es Cordoba el 8 de junio de 2013: Castelo nos enseña que también en la convalecencia del dolor la vida nos regala las más consoladoras epifanías EN La hermana muerta, Santiago Castelo nos ofrecía una de las más hermosas elegías de nuestra poesía contemporánea, un libro penetrado de dolor que, tras la sublevación del llanto, se remansaba en una pena aterida y mansa. Ahora Castelo nos sorprende con un nuevo libro, Esta luz sin contorno (De la Luna Libros), que de algún modo es el corolario natural del anterior: si La hermana muerta era la crónica de una zambullida en el dolor, Esta luz sin contorno es la crónica de su convalecencia, donde la palabra viva, en guerra con la amargura, alcanza la victoria. En un soneto que dedica a Juana Vázquez, Castelo se pregunta si la amiga tiene «teñido el corazón de aurora/ para saber reír cuando te llora/ el alma. O si es sólo que vienes// de todas las angustias y entretienes/ la soledad con un juego que aflora/ de tu ansia de vivir». Como siempre 114


ocurre con los poetas verdaderos, Santiago Castelo, al retratar al amigo, se indaga y elucida a sí mismo: de su ansia de vivir aflora el ánimo para seguir cantando, aunque venga de todas las angustias; y de su corazón teñido de aurora ha extraído fuerzas para saber reír cuando le llora el alma. Esta luz sin contorno es un libro de esperanza, no en el sentido ilusorio y espiritualista que postula nuestra época, sino en un sentido carnal, desvelado, con sal de lágrimas y aceptación de la cruz, específicamente católico. No es un libro de poesía religiosa, sino el libro de un poeta religioso que, mientras «se van marchando todos» y la agenda se convierte en «un huerto de cruces», hace de sus días una inmolación serena y agradecida; y, en medio de esa inmolación, cuando ya parece que se ha quemado el camino de la vida, el poeta descubre que en esa vida calcinada aún se esconden amaneceres, aún se cobija el alborozo de la amistad, aún sigue alentando el consuelo de la memoria. Y de todos esos tesoros imprevistos Castelo hace celebración, como si en el hombre acechado por el invierno una luz de primavera resucitase su maltrecha carne. Esta luz sin contorno se inicia en la noche, bajo las estrellas calientes de agosto, que miran las lágrimas del poeta y hacen más leve su duelo; y se corona con una hermosísima oración en alejandrinos, ante los pies de la Virgen negra de Guadalupe. El poeta se confiesa fatigado, habitado de ausencias, con las manos vacías y el corazón cansado; pero en su voz compungida, anhelante del sueño que ya duermen sus seres queridos, resuenan secretamente las palabras del pasaje del Cantar de los Cantares invocado en el título («Nigra sum»): «Levántate, amiga mía, y ven. Ya pasó el invierno, la tormenta se alejó, han aparecido en nuestra tierra las flores». Y su resonancia llena el poema de una exultación callada que triunfa sobre el dolor. Porque el poeta sabe, con ese conocimiento profundo de las cosas que sólo brinda la esperanza, que no quiere apagarse, que quiere seguir celebrando nuevos asombros: los besos que aún las horas no han secuestrado; la juventud tan lejana que sin embargo vuelve y se clava como un hondo suspiro; una medallita de oro extraviada en la infancia que llama otra vez a su puerta; una tarde habanera al lado de Luis Landero, subyugada por el vuelo de su fantasía; un paseo barroco entre belenes napolitanos. Aunque nos vele la muerte, aunque la vida sea un derrumbamiento, aún hay mucha sangre rebelada (y revelada) en esa vida, mucha luz sin contornos —luz gloriosa del crepúsculo— que se niega a extinguirse. Santiago Castelo nos enseña en este libro inolvidable que también en la convalecencia del dolor, entre los escombros del llanto, la vida nos regala las más consoladoras epifanías. 115


Esta luz sin contorno es el libro de una esperanza y una melancolía. Cuando el autor tras pasar unos años de amarguras y soledades se enfrenta, de nuevo, a la realidad diaria y quiere vivirla apasionadamente; pero ya ni la edad ni los sentimientos se lo permiten. Desea que renazca la esperanza, aunque sea al conjuro de la presencia de sus muertos en las quietas noches de agosto y va luchando contra la melancolía que rodea a todo lo que toca y que marca la inexorable fugacidad del tiempo. Poemario agridulce de un escritor vitalista que sigue teniendo la ilusión de viajar y contar aunque ya sienta que la visión de todo está empañada por la presencia, cada día más cercana, del desaparecer.

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Capítulo cuarto LA MUERTE DE UN POETA

Y un día se nos murió el poeta. Incomprensiblemente, aquel hombretón que llenaba con su corpachón de gigante el espacio donde nos encontráramos, el hombre que con su vitalidad nos hacía creer que era invencible, inmortal, aquel que nos acariciaba los oídos con su potente y atronadora pero dulce voz recitando sus poesías, aquel ser a quien tanto queríamos, nos había dejado huérfanos de su amistad. Recuerdo que ese viernes 29 de mayo por la tarde, como en tantas otra ocasiones, me encontraba esperando en el salón de actos del Hogar Extremeño de Gran Vía –su querido Hogar Extremeño– la llegada de los demás miembros de la directiva de Beturia para nuestra reunión mensual, cuando entra con la cara desencajada la presidenta, Maruja Sánchez Acero, y dirigiéndose a mí, como alucinada, exclama con una voz rota por los sollozos: Ricardo, ha muerto Castelo. Tengo que reconocer que no llegué a comprender en aquellos momentos lo que me decía: ¿Qué Castelo?, le respondí, sin llegar a entender que aquella terrible noticia pudiera afectar a la persona del querido amigo. Cuando se hizo firme la noticia y todos comprendimos a quién se refería, una sensación de desvalimiento, de orfandad, cayó sobre los presentes, y una multitud de comentarios sobre su vida, sobre su persona, sobre su poesía, surgió entre los presentes como queriendo rescatar por un 117


momento tantas anécdotas y tantos recuerdos como atesorábamos los presentes. Es verdad que hacía mucho tiempo que todos sabíamos que Santiago Castelo, José Miguel, padecía un cáncer de próstata y que estaba en tratamientos médicos para recuperarse. Pero lo que no sabíamos, por lo menos quien escribe estos recuerdos, es que José Miguel hacía ya algún tiempo que estaba en una clínica de cuidados paliativos sin ningún tipo de posibilidades de salvación.

Funeral por Castelo en la iglesia parroquial de Granja de Torrehermosa

Él sabía que había perdido la batalla. Tan seguro estaba de ello, que coqueto él, como siempre lo había sido, había dejado asegurado cómo habían de ser sus funerales y el traslado de su cuerpo a su añorada y querida tierra extremeña, donde desde hacía no muchos años le esperaban su hermana Lola y su padre don José, además de su querida madre. El ciclo de la vida se había cerrado en él, y con él, para siempre. 118


Estuvimos en el Tanatorio de San Isidro, ese aséptico, impoluto y limpio lugar donde ahora llevan a los muertos. Tenemos la misma edad de José Miguel y hemos nacido en un pueblo extremeño de las mismas características y población que el suyo y hemos visto a lo largo de nuestra ya amplia vida muchas muertes. Demasiadas. Puede que no tengamos razón; seguro que no la tengamos, pero no llegamos a entender la frialdad con la que se tratan a los muertos en este Madrid de conveniencias y de falsos boatos, en estos nuevos “hoteles de lujo para los muertos”, acostumbrados desde nuestra infancia a velar y acompañar a los muertos, bien en las propias casas, o bien en lugares muchos más discretos y acogedores.

Castelo en su despacho de ABC

Mucho debía de haber cambiado la fisonomía de José Miguel durante su larga y terrible enfermedad como para no permitir que se viera su cadáver. La muerte siempre es fea, desagradable, pensaría él, como lo pensamos nosotros, y la caja, rodeada de numerosas coronas de flores… Ahora veo las últimas rosas que te han llegado… Empiezan a secarse y aunque es mayo el color lo han perdido… Memoria de la muerte las rosas de tu vida desvelarán a muchos que te amaron. 119


…permaneció siempre cerrada. Además, a nadie importa, a no ser a los curiosos impertinentes, cómo llegan los restos de un hombre que ha mantenido una dura y personal batalla con la muerte a la hora de ser definitivamente devuelto a la tierra, para ser parte de la misma para toda la eternidad. Había en nuestra alma, como siempre ocurre cuando muere alguien a quien queremos o admiramos, esa sensación de tristeza, de orfandad ante lo incomprensible, lo indeseado, como es la partida definitiva de un ser al que hemos conocido, respetado, y con el que hemos tenido más de una complicidad en campos compartidos. Pero esta vez, lo confesamos, a esa sensación se unía el ver cómo la muerte de un amigo, era pasto de ese sensacionalismo tan bullanguero y sin alma como es el que actualmente se vive. Deambulamos entre figuras del periodismo que deseaban fehacientemente “dejarse ver” por las cámaras de la televisión y dejarse sorprender por los disparos de las cámaras fotográficas. Algunos, muchos, ni se acercaron al féretro, tan ocupados estaban de sus propios asuntos. ¡Qué solos se quedan los muertos!, que diría Bécquer, viendo aquel paseíllo de personajes.

Castelo frente a la Eternidad

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La poca familia que había venido del pueblo, algunos primos hermanos, se encontraban completamente desbordados y fuera de lugar en aquella feria de las vanidades, para ellos desconcertante y fuera de sus modestos conocimientos de la realidad de su familiar. Los compañeros de la “familia ABC”, con su presidenta al frente, cumplieron ampliamente el protocolo oficial del óbito y se retiraron una vez cumplido el compromiso y ensalzar desmesuradamente –¡que bien enterramos en España a nuestros muertos!–la figura del periodista . La noche tuvo que ser muy larga para el difunto y José Miguel, siempre soñador y un poco bohemio, desde su nuevo y definitivo destino, pudo comprobar en toda su cruel realidad las palabras del poeta sevillano. Uno nace y muere en la más triste soledad.

Entrada en la iglesia de Granja del féretro de Castelo

Pero él era un hombre creyente. Un hombre que no se arredraba ante nadie y quiso cumplir, paso a paso, el guión que desde hacia tiempo se había marcado para este su gran acontecimiento de su muerte: a la hora del Ángelus, cuando las campanas de su querida torre de Santa María la Mayor, tan cercana a su lugar de trabajo en Trujillo, sonaban a oración, su cuerpo, por decisión propia, entraba en la sede de la Real Academia de

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Extremadura, donde durante muchos años había soñado con una tierra libre de las trabas culturales que le habían aherrojado durante tantos siglos.

Santiago Castelo, su padre Don José y Francisco Cerro

En el zaguán que sirve de entrada en el viejo palacio de Lorenzana, por él conseguido y ahora reconstruido y reformado para sede de la Academia, se dispuso su capilla ardiente. Bello lugar para tan digno personaje. Su querida amiga Carmen Fernández Daza, marquesa de la Encomienda, académica y amiga, había traido desde su Almendralejo las banderas de España y de Extremadura para cubrir respetuosamente el féretro del hombre que tanto amó a su patria y a su tierra, así como cortó la tarde antes, mientras recordaba los momentos pasados en común, hablando de poesía y de historia de su tierra, las rosas blancas y naranjas que tanto le gustaban al difunto. Para que nada faltara en tan especial momento, llevó ramos de olivos, de parras y de encinas en este tiempo florecidas. Y supo ¡ya lo creo que lo supo!, que José Miguel, al sentir el olor sutil de las plantas, volvió a dibujar en su boca, ya sin el trágico rictus del dolor padecido en sus últimos momentos, la levedad de una amable sonrisa.

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Y oyó las voces amigas de sus académicos, entre las que sobresalía la del “curilla” y gran escritor, Sánchez Adalid rezando un último responso y ensalzando su hombría de bien; como también oyó la voz de su querida “Niña”, ahora convertida en su presidenta–editora, Catalina Luca de Tena, leyendo a los presentes el telegrama de pésame mandado por los nuevos reyes: Hemos sentido mucho el fallecimiento de José Miguel, a quien siempre recordaremos con mucho cariño como una persona excelente y muy leal, así como un periodista y poeta extraordinario. Queremos haceros llegar a todos sus compañeros, y especialmente a su gran familia de ABC, nuestro ánimo y cariño en estos momentos difíciles, que te rogamos traslades a sus familiares y amigos más cercanos. Al recordar las ocasiones que pudimos compartir, os enviamos un abrazo muy fuerte.

Rafael García Plata-Quirós, Santiago Castelo y Francisco Cerros

Cuando salió de la gran ciudad coronada por el castillo fortaleza moro presidido por la imagen de la Virgen de la Victoria, su patrona, supo Castelo de la levedad de su cuerpo ya sin el peso del alma y quiso descansar definitivamente en su pueblo. Cerca de 200 kilómetros separan ambas ciudades y pudo comprobar Castelo cómo la tierra tiene memoria de sus hombres, cuando ésta le fue ofreciendo como un último homenaje a 123


quien había sido su mejor embajador, todo un recital de colores salidos de los pinceles de Jaime de Jaraiz, de Cañamero, con sus campos de trigo recien cortados, de su mejor amigo de tantas aventuras, el inolvidable Eduardo Naranjo, de los pámpanos grises de las viñas de Godofredo Ortega Muñoz, de la alegría pictórica de Barjola , de la serenidad y competencia de Pérez Comendador, todos ellos queridos y admirados amigos, mezclados con la fina y suave esencia de la retama o de la carnosa, sensual y florecida jara de una primavera recien estrenada en unos campos adehesados o fértiles y en plena eclosión, donde las cigüeñas extremeñas parecían pequeñas nubes de algodón caídos del cielo, mientras que los milanos, dueños y señores de los azules cielos extremeños, vigilaban con sus altos vuelos los roquedales trujillanos.

Cuando a lo lejos divisó la arrogante y hermosa figura de la torre de su pueblo, suspiró aliviado al saber que todo estaba finalizado. Escuchó el silencio de una multitud que respetuosamente recibió el féretro y sintió las lágrimas de las mujeres de la calle Maguilla alzando nuevamente una oración a la Virgen de los Dolores, como cuando era chico y esperaba la procesión sentado en el umbral de su casa. ¡Señor, ya estoy aquí de nuevo. Hágase tu voluntad! Exclamó cuando su féretro estuvo expuesto frente al altar mayor de la iglesia de la Purísima 124


Concepción, donde había sido bautizado, y donde jubiloso, había recibido la primera comunión. El silencio se cortaba con uno de los siete puñales que sobre el pecho llevaba una Virgen barroca de la Soledad. El arzobispo de Mérida–Badajoz, vestido para la ocasión dio su último responso y dijo las últimas palabras de consuelo a amigos y familiares. Después, silencio… Dulce serenidad que da la muerte y la oración tranquila, sin palabras, y la gentil figura de las manos levemente enlazadas…

La alcaldesa de Torrejón. Trinidad Rollán, Castelo, Cerro y el autor de estas notas

Homenajes:

Sábado, 10 de agosto de 2013 Un gran poeta: Santiago Castelo

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Hay poetas que por no apuntarse al canon que a veces nos abruma no están en la pomada de las pasarelas literarias tanto como merecen. No han seguido “las modas” porque saben, como me dijo hace años en París Pierre Cardin, que “moda es lo que pasa de moda”. Son poetas que han construido su voz propia desde una dedicación rigurosa, mantenida, siempre dando pasos adelante en una obra que la crítica más estimable reconoce y los lectores –esa minoría juanramoniana– siguen con interés. No se detienen un segundo para mirar atrás. Es el caso de Santiago Castelo. En Santiago Castelo periodismo y poesía han ido unidos de modo que no es difícil descubrir la vena poética en su producción periodística, de primera, y el latir del periodismo en su estimable obra poética. Su “Memorial de ausencias”, que recibió en 1982 el importante Premio Fastenrath de la Real Academia Española, ha sido a través de los años uno de los libros de mi mesita de noche. Su menester se inició en 1976 con un libro que denotaba muchas lecturas bien digeridas y muchas reflexiones: “Tierra en la carne”. A este poemario siguieron casi una decena de libros de gran interés que mostraban una evolución cómplice tanto con el intimismo como con la contemplación de un mundo alrededor en el que los paisajes con alma y el inclemente paso del tiempo ejercían de hilos conductores. Su antología “Como disponga el olvido” da cuenta, en una panorámica aleccionadora, de esta trayectoria ascendente. En 2013 Santiago Castelo publica una de sus obras fundamentales: “La hermana muerta”, un canto elegiaco sobre la pérdida de su hermana, la pintora y poeta Lola Santiago. Conocí a Lola, una intelectual que derramaba sensibilidad en cuanto emprendía, y en el dolor de su ausencia nuestro poeta sembró versos emotivos, conmovedores, en línea con las grandes elegías de nuestra literatura. José Hierro pudo escribir que “toda poesía estimable nace del dolor” y abrió su célebre libro “Alegría”, Premio Adonais en 1947, con el estremecedor soneto que inicia el endecasílabo aparentemente contradictorio “llegué por el dolor a la alegría”. Santiago Castelo acaba de publicar “Esta luz sin contorno”, su primer poemario después de escribir “La hermana muerta”, y, en cierto modo, desde el dolor desemboca en la alegría, en sus temas de siempre, sin eludir los ligeros, el fervor por el arte, por la amistad y, desde ellos, alza su fe en una vida recuperada tras las ausencias y el dolor. Hay en la poesía de Santiago Castelo una raíz de nostalgias, de memorias, de luchas contra el 126


olvido. Un rescate, una porfía y una complicidad con el paso del tiempo que nos hace y nos deshace. La obra de nuestro poeta es un ejemplo de coherencia, sin saltos en el aire. Se ha ido construyendo natural, sencillamente. Sin ampararse en modas perecederas. Santiago Castelo ha sido desde su primer libro, de alguna manera, un francotirador que ha seguido un camino riguroso de compromisos firmes con sus admiraciones poéticas y con su propio yo como creador. Y esto va más allá de sus muchos premios y reconocimientos; se instala en la autenticidad de quien ha sabido y sabe ser él mismo desde una mirada interior que no excluye el reflejo de un mundo exterior, porque lo que ese mundo exterior pueda tener de válido y de enriquecedor lo ha incorporado a su poesía, lo ha hecho suyo, le ha dado su particular sentido. Algo de esto lo expresó bellamente el propio José Hierro, como Santiago Castelo poeta del dolor y de la fe de vida: “Tan vivo y real es lo que se incorpora a nosotros a través de la lectura, como lo aprehendido en la experiencia o lo soñado. Basta con que lo sintamos tan nuestro, que acabemos por no saber si proviene de los libros, de la realidad o del sueño”. La lectura de los poemas de Santiago Castelo es un ejercicio que complace no sólo al lector habitual de poesía, sino también a quienes, sin serlo, aciertan a encontrar en un poema su propia circunstancia derramada con belleza. La complicidad de la lectura se hace quintaesencia en sus versos llenos de vida, desde la cotidianidad de la sencillez, tanto como desde una altura estilística y de mensaje que, sin embargo, llega a todos. En mi reciente libro “Escribo tu nombre” incluyo un soneto dedicado 127


al último libro de Santiago Castelo, cuya lectura me sobrecogió por su profundidad, por su estilo magistral pero accesible, por su autenticidad. Siempre he creído en la suprema –y difícil– sencillez que ha de conseguir la obra bien hecha. Y por su superación –¿superación?– del dolor. El soneto es éste: SANTIAGO CASTELO (Por su libro Esta luz sin contorno). Halla la sed de la palabra viva que deja de ser suya cuando quema. De todos y de nadie es el poema que domina la luz que fuera esquiva. Llegan brasas, cenizas, y él las criba. Gemas para enjoyar una diadema. No hay fórmula, ni atajo, ni sistema. El poeta está solo, y Dios arriba. Y su luz sin contorno nos alumbra, marca la senda que la vida escribe sobre la arena de una incierta playa. Es un fulgor que orienta y no deslumbra, y que, fiel, vive el tiempo y lo desvive Luz hecha voz que ni el dolor acalla.

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Cuando concedieron la Medalla de Extremadura a José Miguel Santiago Castelo (Granja de Torrehermosa, Badajoz, 1948), que falleció ayer viernes 29 de mayo en Madrid, recordé aquí que el profesor y crítico Manuel Simón Viola, editor de su poesía reunida La huella del aire (Poesía 1976-2001) (Mérida, Editora Regional de Extremadura, 2004), había aplicado al escritor las palabras con las que Moreno Villa definió a otro extremeño como Enrique Díez-Canedo: «Fue jovial, animoso y poeta, jugó limpio, vivió en impecable lealtad y ponderación, no dejó un solo enemigo». Sí, José Miguel Santiago Castelo, fue jovial, poeta, animoso, ponderado, impecablemente leal, sin enemigos... Y escribí que Santiago Castelo tenía el don de los pintores venerados, a quienes piden sus pupilos trazos naturales e imposibles: —Maestro, pinte usted una tarde, pero un poquito solo. Y el maestro, entonces: «En esta tarde así, bajo la ropa / tendida en la azotea, yo quisiera / diluirme en los malvas y en los ocres / que bajan hacia el mar entre las huertas...» («Azotea», de Cuerpo cierto). Ahora, en este trance, se me ocurren otros calificativos. Como resistente o luchador. Porque desde el 16 de febrero de este año, cuando me llamó un buen amigo de Castelo para decirme que se nos iba, que estaba muriéndose, hasta ayer, cuando Carlos Medrano me telefoneó para comunicarme la noticia infausta, José Miguel ha estado resistiendo, como si nos dijese: —«¿Y quién os ha dicho que tengo que marcharme ya?». Así ha sido con el final que me anunció un abatido Javier Pizarro el miércoles 20 de este mes, como si le quedasen horas. Y Castelo resistiendo tenaz. Más días. Hasta ayer. Hoy leo en papel su periódico de toda la vida, su ABC, y las palabras cariñosas que le dedican escritores, compañeros y amigos; y rastreo su presencia en estas mis notas de bitácora en los 129


últimos años. Sí, aquel comentario del verano de 2006 sobre la Medalla de Extremadura; pero también otro del verano siguiente por el Premio Luca de Tena a su actividad periodística; o aquel sobre su libro Quilombo (2008); o el del sentido La hermana muerta dedicado a su hermana Lola (1952-2009), y que leí por Todos los Santos; hasta su visita a la Facultad de Filosofía y Letras de Cáceres, hace ahora tres años, en la que cautivó a todos los que le escuchamos. Descanse en paz. Su entierro será mañana domingo en Granja de Torrehermosa, que ha declarado tres días de luto por su muerte, a las 16:30 horas en la Iglesia parroquial de la Purísima Concepción. POR APULEYO SOTO, CRONISTA OFICIAL DE BRAOJOS DE LA SIERRA Y LA ACEBEDA (MADRID)

Señorío, elegancia, cercanía, ternura, voz tronante y mesura, generosa prestancia, enorme sosegancia… toda la Extremadura eras tú, plata pura de fineza y cordura, ruta del bien pensante eficaz y brillante, rimador consonante de los Luca de Tena, y en escritura amena realista cronicón de don Juan de Borbón en su exiliada pena 130


de Estoril. Allí fuiste su atril. Castelo granjahermoso, feliz y fiel reposo te desea en los cielos éste que tus desvelos admiró con pasión. ¡Tendría tanto que contar…! Mas prefiero soñar contigo en el malecón de La Habana junto al mar, corazón con corazón.

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ARTÍCULOS EN ABC, DISCURSOS DE INGRESO EN LAS ACADEMIAS Y HOMENAJES

 El silencio sonoro.- Discurso de ingreso en la Academia Cubana de la Lengua, leído el sábado 28 de octubre de 1989, en La Habana. Contestó al recipiendario, en nombre de la corporación, su directora DULCE MARÍA LOYNAZ.  Gastón Baquero, un cubano universal.- Discurso pronunciado, ante

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Gastón Baquero, en el homenaje internacional que la Universidad Pontificia de Salamanca le ofreció el 28 de abril de 1993. Este texto fue recogido en el libro “Celebración de la existencia” (Salamanca, 1994) Alicia Alonso, la eterna Giselle.- Discurso pronunciado en El Escorial con motivo del homenaje que la Universidad Complutense tributó a ALICIA ALONSO el 25 de agosto de 1993. Siete espigas bajo el sol.- ABC, 26 de agosto de1970 Nostalgia de Foxá.- Publicado en la Tercera de ABC el 17 de mayo de 1983. España vive en La Habana.- ABC, 4 de noviembre de 1986. La negritud, en danza.- ABC, 8 de noviembre de 1988. La Habana es Cádiz.- ABC, 22 de octubre de 1989. Esa luz de La Habana.- Publicado en la revista “Gente y Viaje”, junio de 1992. Dulce María Loynaz, premio Cervantes: Eran las once y media de la mañana, hora habanera.- ABC, 6 de noviembre de 1992. Esta crónica obtuvo el Premio Nacional de Periodismo “Julio Camba”. Memoria den Eliseo Diego.- ABC, 6 de marzo de 1994. Lecuona, ante El Escorial.- ABC, 12 de agosto de 1994. Patrimonio de todos.- ABC, 19 de mayo de 1995. La resurrección de Lecuona.- ABC, 4 de agosto de 1995. Son triste.- ABC, 16 de agosto de 1996. Son danzante.- ABC, 28 de septiembre de 1996. Gran dama de América.- Tercera de ABC, 29 de abril de 1997. Mi maestro.- ABC, 16 de mayo de 1997. Habanera de enero.- ABC, 20 de enero de 1996. 132


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Habanera de febrero.- ABC, 24 de febrero de 1996. Habanera de marzo.- ABC, 23 de marzo de 1996. Habanera de abril.- 20 de abril de 1996. Habanera de mayo.- 25 de mayo de 1996. Habanera de junio.- 29 de junio de 1996. Habanera de julio.- 27 de julio de 1996. Habanera de agosto.- 13 de agosto de 1996. Habanera de septiembre.- 12 de septiembre de 1996. Habanera de octubre.- 15 de octubre de 1996. Habanera de noviembre.- 13 de noviembre de 1996. Habanera de diciembre.- 24 de diciembre de 1996. García Lorca y ABC.- 3 de diciembre de 2009. Un musical llamado ABC.- 11 de diciembre de 2009. De nacimientos y bautizos reales en ABC.- 12 de enero de 2010. Y Alfonso XIII regresó a España… 21 de enero de 2010. El bautizo del Príncipe de Asturias.- 2 de febrero de 2010. Rubén Darío, en ABC.- 9 de febrero de 2010. Una zarzuela olvidada.- 25 de febrero de 2010. Los siempre últimos de Filipinas.- 24 de marzo de 2010. El crimen que conmovió a la República.- 9 de junio de 2010. Celia Gámez y el abuelo de Prada.- 2 de julio de 2010. Una “tentación” de 96 años.- 30 de julio de 2010. Centenario de la Reina de los ojos tristes.- 5 de octubre de 2010. Recordando a Rafael de León.- 8 de noviembre de 2010. El Museo ABC, cita ineludible en Madrid.- 31 de enero de 2011. Los 150 años de Don Torcuato.- 4 de marzo de 2011. La auténtica memoria.- 26 de abril de 2011. Memoria viva de un dibujante genial.- 11 de mayo de 2011. Magia y presencia de Cándido Camacho.- 11 de agosto de 2011. Eran las once y media de la mañana, hora habanera.- 23 de noviembre de 2011. Juan Bazaga, un político al servicio de Cáceres.- 10 de febrero de 2012. Un libro para una voz.- 3 de marzo de 2012. Mingote y ABC.- 16 de mayo de 2012. Gloria y memoria de las esquelas en ABC.- 9 de octubre de 2012. 133


 Carlos Cordero Barroso, el gran luchador por Guadalupe.- 20 de febrero de 2013.  Marifé de Triana: solo me llamo canción.- 28 de febrero de 2013.  España, dos: Cáceres y Badajoz.- 4 de abril de 2013.  Sara Montiel, la española más universal.- 14 de abril de 2013.  Memorias del viejo Rey.- 24 de junio de 2013.  Martín Ferrán, de la mejor estirpe de ABC.- 12 septiembre de 2013.  Esther Borja (1913-2013), la voz más pura y exacta de Lecuona.24 enero de 2014.

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BIBLIOGRAFÍA DE SANTIAGO CASTELO

Obra poética:  Tierra en la carne.- Editorial Oriens, colección Arbolé, 1976.  Memorial de ausencias.- Álamo, Salamanca, Premio Fastenraht de la Real Academia Española, 1979.  Monólogo de Lisboa.- Barcelona, Rondas de Barcelona, 1980. Prólogo de José Jurado Morales.  La sierra desvelada.- Prólogo de Florencio Martínez Ruiz. Editorial Oriens, colección Arbolé, 1982. Premio Nacional “Gredos”  Cruz de Guía.- Alpe, 1984. Pregón de Semana Santa granjeña pronunciada en la iglesia parroquial de la Purísima Concepción de Granja de Torrehermosa (Badajoz), el Domingo de Ramos, 27 de marzo de 1983.  Cuaderno del verano.- Diputación de Badajoz, Colección Alcazaba, 1985 y 1987.  Como disponga el olvido (Antología).- Prólogo de Juan Manuel Rozas, Editorial Rialp, colección Adonáis, 1986.  Diario de a bordo.- Cuadernos Poéticos Kylix, Badajoz, 1994.  Siurell.- Consell Insular de Mallorca, 1988. Traducción al catalán de Gabriel Camps.  Al aire de su vuelo.- (preliminar de Victor García de la Concha). Junta de Castella y León, Consejería de Cultura y Turismo de Valladolid, 1993  Antología extremeña.- Prólogo de Alejandro García Galán, Beturia Ediciones, Madrid, 1995.  Habaneras.- Elena López, 1995. Edición de bibliófilos. No venal. Numerados, 130 ejemplares. En nuestro poder el número 23.  Hojas cubanas.- Proemio de Alicia Alonso. Academia Cubana de la Lengua, Madrid, 1998.  Cuerpo cierto.- Prólogo de Juan Manuel de Prada. Editora Regional de Extremadura, Mérida, 2001.  Catorce sonetos.- Prefacio de Luis García Jambrina. Los cuadernos del Lazarillo. Edición no venal. Madrid, 2002. 135


 La huella del aire (Poesía 1976-2001).- Prólogo, selección y notas de Manuel Simón Viola. Editorial Regional de Extremadura, 2004.  Quilombo.- Prólogo de Anselmo Martínez Camacho (Premio Extremadura a la Creación). Editorial Point de Lunette, Sevilla, 2008.  La hermana muerta.- Ediciones Vitruvio, Madrid, 2011.  Esta luz sin contornos.- La Luna de Poniente, Badajoz, 2013.  La sentencia. Libro póstumo, ganador del Premio Gil de Biedma 2015.

Antologías:  Santiago Castelo, José Miguel.- Jugar con fuego: poesía y crítica. Gráficas Summa, Oviedo, 1978.  Antología poética, III.- Presentación de Jesús Delgado Valhondo. Editorial Esquina Viva, Badajoz, 1979.  Camps, A. y Valverde, A.- Abierto al aire (Antología consultada de poetas extremeños 1971-1984. Editorial Regional de Extremadura, 1984.  Celebración de la existencia.- (Libro recopilatorio del homenaje al poeta Gastón Baquero en la cátedra “Fray Luis de León”), Universidad Pontificia de Salamanca, junio de 1994.  Lama, Miguel Ángel.- Diez años de poesía en Extremadura (19851994). Ayuntamiento de Cáceres, 1995.  Peña Abril, Pascasio.- Poetas de la Granja de Torrehermosa. La Granja Literaria, Madrid, 1989.  Pérez Alencart, Alfredo.- Homenaje a la Generación del 98. Edición, Epílogo y notas bio-bibliográficas de Alfredo Pérez Alencart. Ayuntamiento de Salamanca, Concejalía de Cultura, 1998.  Hernández Megías, Ricardo.- Poetas de la Extremadura exterior, (1900-2010), tomo I. Sial Ediciones, 2010.  “Palabras del Inocente”.- Antología del XVII Encuentro de Poetas Iberoamericanos, a celebrarse los días 15 y 16 de octubre en el Teatro Liceo 2014.

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Narrativa:  Pedro de Lorenzo.- Editorial Epesa, 1973  España, su inmediato futuro político.- Acervo de Barcelona, 1975.  La nostalgia del mar.- Sociedad estatal Lisboa 1998. (Libros Alcaná)  Las terceras de ABC, por Agustín de Foxá (Selección y prólogo de Santiago Castelo), Prensa Española, Madrid, 1977.  Paisaje y poesía.- 1989, (Discurso leído en el acto de recepción pública en la Real Academia de Extremadura. Contestación de Don antonio Hernández Gil). Trujillo. Real Academia de Extremadura, 1989.  El silencio sonoro.- 1989, (Discurso en el acto de recepción pública en la Academia Cubana de la Lengua. Contestación de Doña Dulce María Loynaz). La Habana. Academia Cuban de la Lengua, 1989.

Obras colectivas:  Santiago Castelo, J. M.- Corona poética a Vicente Alexandre (Edición al cuidado de ángel García López y Manuel Muñoz Hidalgo), Madrid, Vox, 1979.  Santiago Castelo, J. M.- Antología de sonetos. La Luna de Mérida, Mérida, 1996.  Santiago Castelo, J. M.- Homenaje a Rafael Alberti. Ánfora Nova, Rute, 1996.  Santiago Castelo, J. M.- Lecturas del teatro (Gonzalo Santoja, Carlos Murciano). Ayuntamiento de Ponferrada, 1996.  Santiago Castelo, José Miguel.- Poemas del claustro (Pablo García Baena, Diego Jesús Jiménez). Ayuntamiento de León, Concejalía de Cultura, 1996.  Santiago Castelo, José Miguel.- La nostalgia del mar (Introducción de Luis Miguel García Jambrina). Sociedad Estatal Lisboa98. Madrid, 1998.  Santiago Castelo, J. M.- Ut pictura poesis. Pintores y poetas desde Salamanca (prólogo de Alfonso Ortega Carmona, edición y notas de Alfredo Pérez Alencant). Editorial Verbum, Salamanca, 2002. 137


 Santiago Castelo, J. M.- Poelia. Poesía en el Gran Teatro. Pacto extremeño por la lectura, Junta de Extremadura. Concejalía de Cultura, Cáceres, 2002.  Santiago Castelo, J. M.- Encuentro en Guadalupe (Prólogo de Leonor López Rabazo, José Manuel Sánchez Rojas y Teresiano Rodríguez Núñez). Badajoz–Guadalupe, Año Jubilar. Junta de Extremadura, 2007.

PRÓLOGOS Y HOMENAJES POÉTICOS:

 Prólogo a: En horas de silencio, de Miguel Pérez Reviriego. Imprenta ángel Verde, 1978.  Prólogo a: Sendas de estío, de Pedro Cordero Alvarado. Madrid, 1982.  Prólogo a: en la carrera, de Felipe Trigo. Universitas Editorial, Badajoz, 1981, y Rox Ediciones, 2003.  Prólogo a: Cultura y política, de Medardo Muñiz, Universitas, Badajoz, 1982.  Prólogo a: Personario, de Jaime Álvarez Buiza, Diputación Provincial de Badajoz, 1987.  Presentación al libro: Versos de la razón, de Francisco Croché Acuña. Rayego, Zafra, 1989.  Homenaje a: Jesus delgado Valhondo. Número extraordinario de “Kylix”, Badajoz, 1993.  Prólogo a: Huir, de Jesús Delgado Valhondo. Del Oeste Ediciones, Badajoz, 1994.  Homenaje a Gastón Baquero: Celebración d ela existencia: homenaje internacional al poeta cubano Gastón Baquero. Universidad Pontificia, Salamanca, 1994.  Prólogo a: Crónica del Rey Pasmado, de Gonzalo Torrente Ballester. Espasa–Calpe, 1994.  Prólogo a: Postales de andar extremeño, de Fernando Pérez Marqués. Caja Badajoz, Badajoz, 1995.  Presentación de la: Exposición de Artistas de la Real Academia de Extremadura. Trujillo, RAEX, 1996. 138


 Prólogo de: Rumores del alma, de Casimiro González Conejo, Menfis, Libretillas Jerezanas, Badajoz, 1997.  Prólogo a: Bodas de antaño, de Eduardo Acero Calderón, Villanueva de la Serena, 1997.  Soneto-prólogo a: Clamor d ela memoria, de José Iglesias Benítez, Asociación Cultural Beturia, Madrid, 1998.  Prólogo a: De las letras y las artes: escritores y artistas de ayer y hoy, de José María Pemán. Edibesa, Madrid, 1998.  Contestación a Eduardo Naranjo: Del arte y otras razones subjetivas, a su discurso de entrada en la Real Academia de Extremadura, Trujillo, 1998.  Salutación al libro: Sonatas de Extremadura, de Asunción Delgado. Asociación Cultural Beturia, Madrid, 1999.  Prólogo a: La quinta soledad, de Pedro de Lorenzo, Unión de Bibliófilos Extremeños y Real Academia de Extremadura, Badajoz, 1999.  Exposición El mito de Occidente, de Francisco Pedraja Muñoz, Badajoz, 2000–2001, Diputación Provincial de Badajoz, 2000.  Colección de Santiago Castelo: Exposición-Homenaje “Juan de Ávalos: 90 años de un clásico”. Almendralejo, 2001.  Prólogo a: Cocina extremeña, de Juan Antonio Pérez Pozo. Everet, Madrid, 2001y Círculo de Lectores, 2001.  Prólogo a: Guía de La Habana, de Moisés Cayetano Rosado. Asociación Extremeño–Alentejana de Solidaridad con Cuba, Badajoz, 2001.  Prólogo a: Del amor y la nostalgia, de Juan Moreno. Madrid, 2001.  Soneto–Prólogo a: Rimas de caza, de Íñigo Moreno de Arteaga, Círculo de Bibliofilia Venatoria, Madrid, 2002.  Prólogo a: Villanueva de la Serena. Estampas para el recuerdo, de María del Rosario Calvo García. Excmo. Ayuntamiento de Villanueva de la Serena, Badajoz, 2002.  Poema–Prólogo a: La espera urgente, Juan Manuel Cardoso. Lusitania Ediciones, Badajoz, 2002.  Contestación académica a Feliciano Correa: Ideario para un humanismo del siglo XXI, en su entrada en la Real Academia de Extremadura, Trujillo, 2002. 139


 Prólogo a: Extremadura, de Alberto González Rodríguez. Everet, León, 2002.  Prólogo a: Momentos para ti, de Lorenzo Medel. Los Cuadernos de Beturia. Beturia Ediciones, Madrid, 2002.  Prólogo a: Aprendizaje d ela mezquindad, de Pedro Víllora. Sial Contrapunto, Madrid, 2002.  Prólogo a: Vida y obra / Jaime de Jaraiz: un clásico del siglo XX, de Jaime de Jaraiz. Real Academia de Extremadura, Madrid, 2003.  Prólogo a: Viaje de los ríos de España: Tajo y Guadiana, de Pedro de Lorenzo, Corporación de Medios de Extremadura, Badajoz, 2003.  Soneto Prólogo a: Nos-otros, de Juana Vázquez. Sial Ediciones, Madrid, 2003.

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PREMIOS Y DISTINCIONES

 Académico de la Real Academia de Extremadura de las Letras y las Artes en 1989.  Director de la Real Academia de Extremadura de las Artes y las Letras.  Miembro de la Academia Cubana de la Lengua.  Premio nacional Julio Camba de Periodismo en 12 de enero de 1993, por el artículo: Eran las once y media, hora habanera, publicado en el ABC el 7 de noviembre de 1992.  Premio Luca de Tena a toda su labor periodística, 2007.  Extremeño del año, 1982 y mismo título por el Diario Hoy, en 1999  Medalla de Extremadura, 2006, junto con el deportista José Manuel Calderón, Concepción Álvarez, dueña del restaurante La Troya y el artesano y escultor Miguel Sansón.  Hogar extremeño de Barcelona puso su nombre al Aula Literaria.  Socio de Honor por la Asociación de Periodistas y Escritores de Turismo, 2006.  Vocal del Club Internacional de Prensa, desde 1991.  Socio de Honor de la Asociación de Periodistas y Escritores de Turismo de Extremadura, desde 2006.  Hijo adoptivo de Fontiveros y Duodécimo miembro de su Academia de Juglares en el IV centenario de la muerte de San juan de la Cruz.  Hijo adoptivo de Villanueva de la Serena (Badajoz), en donde tiene su casa y su bien surtida biblioteca (Casa que perteneció al escritor villanovense Felipe Trigo)  Caballero de Mérito de la Sagrada y Militar Orden Constantiniana de San Jorge.  Socio de Honor del Círculo Ahumada, 2011.  Caballero de la Real Orden de los Caballeros de Yuste.  Presidente del jurado de los premios periodísticos Francisco Valdés, de don Benito, recibió el Escudo de Oro de dicha ciudad.  Pregonero en las fiestas de Don Benito de 2012.  Premio de poesía Hispanidad, por su Meditación de Guadalupe.  Premio nacional de poesía 1980 por La sierra desvelada. 141


 Premio Fastenraht de poesía de la Eral Academia Española, 1982 por Tierra en la carne.  Premio Martín Descalzo de periodismo, diciembre de 2000, por El Papa bueno.  Premio Extremadura a la Creación, 2009, junto al escritor portugués Antonio Lobo Antunes, el arquitecto Álvaro Siza y el escritor pacense Alonso Gil.  Premio de periodismo Vocento.  Premio de Poesía Ciudad de Cáceres.  Premio Alcaraván de periodismo 1999.  Pregonero en la feria de la ciudad de Zafra.  Pregonero del Calvario en la Semana Santa de Huelva, 1987.  Premio Ciudad de Badajoz de Periodismo 2014, por La luz más pura de Leucoma.  Participante de los Segundos Encuentros con la Poesía, celebrados en el Puerto de Santa María (Cádiz), organizados por la Fundación Rafael Alberti.  Presidente–fundador del Centro UNESCO de Extremadura.  Miembro del Jurado de los Premios de novela Corta Juan Pablo Forner, Premio Castilla y León de las Letras, Premio Ciudad de Mérida, Premio Nacional de Poesía Rafael Alberti, Premio Jacinto Guerrero de Periodismo, Premio Mariano de Cavia, Premio Luca de Tena, y Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana.  Premio Gil de Biedma de poesía, por La sentencia, libro póstumo.

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BIBLIOGRAFÍA SOBRE SANTIAGO CASTELO

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Seremos Todos tenemos que morir. Tenemos que irnos acostumbrando a esa partida; todos, sin más, de labio en flor la herida, tierra en tierra de amor, polvo seremos. Abriremos los brazos. Sembraremos nuestras manos de espigas y de vida 144


y otras manos esparcirán la henchida cosecha de los siglos. Viviremos en aquellos que siguen nuestros pasos, el nuevo niño, la boca que en el beso busca morder la niebla y el estío. Viviremos en albas y en ocasos y nadie notará nuestro regreso; la misma agua seremos de igual río…”

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