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José Ignacio Ruiz Rodríguez. Doctor en Historia Moderna (UAM). Decano de Filosofía y Letras (UAH). Estancias en la Maison de Pays IbériquesUniversité Bordeaux III; en la Universidad de California (Santa Bárbara) y desde 2003 hasta 2007 en la Universidad de Viena. Autor de libros: La administración política y económica de la Orden de Santiago en el siglo XVII (1993); Las Órdenes Militares en la Edad Moderna (2001); Disputa y consenso en la administración fiscal castellana en el siglo XVII (2005); coautor de Historia Monetaria y Financiera de la España (1996); manual, Historia Universal Moderna (2002) e Historia de España que edita ISTMO; coeditor de Política y cultura en la Edad Moderna (2004); HISPANIA-AUSTRIA III, Der Spanische Erbfolgekrieg-La Guerra de Sucesión española. Autor del Diccionario biográfico de la Real Academia Española. María Dolores Delgado Pavón. Doctora en Historia, Universidad de Alcalá. Profesora colaboradora en el Departamento de Historia II de dicha Universidad. Como investigadora se ha dedicado a la Historia Social, Cultural y Religiosa de los siglos XVI al XVIII. Colabora en el proyecto de la Gran Enciclopedia Cervantina como autora de numerosas voces. Es miembro del grupo de investigación estable de la UAH que dirige el Doctor J. I. Ruiz Rodríguez y que estudia los fenómenos de protonacionalismo y confesionalización en Europa en los siglos XVI. Libros publicados: Reyes, nobles y burgueses en auxilio de la pobreza (UAH, 2009). Pierluigi Nocella. Laurea in Gurisprudenza, Universidad La Sapienza (Roma). Doctor en Historia, Universidad Alcalá. Artículos científicos: «Cambios dinásticos en los dominios de la Italia del Sur» en HISPANIA-AUSTRIA III, Der Spanische Erbfolgekrieg-La Guerra de Sucesión en España , München, 2008. «Conflitti giuridici nella nascita di Paceco. Voces en Gran Enciclopedia Cervantina. Libros publicados: Tradición, familias y poder en Sicilia (siglos XVIII-XX) (2007); «Donec in cineres». Un lignaggio attaverso sette secoli di storia siciliana (2009), Ed. La Koinè della Collina, Sicilia.
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Manual para el estudio de las historias nacionales de Europa Volumen I Inglaterra y Francia, el difícil camino para hacerse naciones (Condados, ducados, reinos, monarquías y naciones)
TEXTOS UNIVERSITARIOS HUMANIDADES
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Manual para el estudio de las historias nacionales de Europa
José Ignacio Ruiz María Dolores Delgado Pierluigi Nocella
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Volumen I Inglaterra y Francia, el difícil camino para hacerse naciones (Condados, ducados, reinos, monarquías y naciones)
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El contenido de este libro no podrá ser reproducido, ni total ni parcialmente, sin el previo permiso escrito del editor. Todos los derechos reservados. © Universidad de Alcalá, 2010 Servicio de Publicaciones Plaza de San Diego, s/n. 28801 Alcalá de Henares www.uah.es ISBN: 978-84-8138-823-7 Depósito Legal: M. 12087-2010 Realización: Gráficas/85, S.A. Gamonal, 5. 28031 Madrid Impreso en España - Printed in Spain
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AGRADECIMIENTOS Queremos mostrar nuestro especial agradecimiento al licenciado José Manuel Marchal por la ayuda prestada en algunas revisiones del texto, mapas y elaboración de la cronología. A la Profesora Doctora Doña Rita Rios del Área de Historia Medieval en el Departamento de Historia I de la Facultad de Filosofía y Letras de la UAH, por la revisión del texto y las anotaciones introducidas, que sin duda han corregido errores y han mejorado el texto definitivo. Por último al Director del Departamento de Geografía de la misma Facultad, Profesor Doctor Don Joaquín Bosque por facilitarnos el acceso al laboratorio de cartografía donde han elaborado los mapas que acompañan al texto, con el material técnico y humano. Cuyo responsable es el Dr. D. José Sancho Comins y elaborado técnicamente por D. Francisco José Jiménez Gigante.
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ÍNDICE
I. PRESENTACIÓN DE LA OBRA ............................................ 13
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II. NOTAS SOBRE LA CRISIS DE LA CULTURA CLÁSICA Y EL ORIGEN DEL SISTEMA FEUDAL ...................... 19 PRIMERA PARTE III. FECUNDACIÓN DE LOS EMBRIONES REGNÍCOLAS: BRITANIA (SS. I a.C.-XIV) .................................................. 29 1. La romanización de Britania ................................................ 31 2. La colonización anglosajona y su nueva cristianización (s. V)...................................................................................... 37 3. Los vikingos: una nueva fecundación .................................. 42 4. Alfredo el Grande. Interculturalidad y pugna por el predominio entre sajones y daneses: El Danelaw .............................. 44 5. Predominio y unificación anglosajona: el sometimiento danés y la sumisión Noruega .................................................... 46 6. El efímero imperio marítimo nórdico (c. 990-1035) ............ 49 7. Eduardo el confesor: entre normando y sajón (1042-1066).. 51 8. La conquista normanda y el control del reino por Guillermo.... 53 9 Ruiz, José Ignacio, et al. Manual para el estudio de las historias nacionales de Europa, Servicio de Publicaciones. Universidad de Alcalá, 2010. ProQuest Ebook Central, http://ebookcentral.proquest.com/lib/binaessp/detail.action?docID=4760239. Created from binaessp on 2017-12-19 12:01:27.
9. Enrique I y el Exchequer (1100-1035)................................ 58 10. Matilde vs. Esteban de Blois; de la anarquía al auge nobiliario y eclesiástico.................................................................. 61 11. Acceso de la casa Plantagenet/Angevina. Enrique II. Las Constituciones de Clarendon y los derechos monárquicos .. 64 12. Juan sin Tierra y los límites al poder real: la Carta Magna.. 70 13. Las provisiones de Oxford y las atribuciones del Parlamento: El reinado de Enrique III (1216-72)........................ 76 14. Eduardo I y la nueva rebelión nobiliaria ............................ 78 15. Eduardo II, los «Lords Ordainiers» y Eduardo III: el control real y el papel del parlamento ............................................ 82 SEGUNDA PARTE IV. FECUNDACIÓN DE LOS EMBRIONES REGNÍCOLAS: FRANCONIA Y OTROS DOMINIOS (SS. II-XIII) ............ 89
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11. Predominio franco en un mosaico de pueblos bárbaros y el nacimiento del reino (s. V al VIII) ...................................... 93 12. El florecimiento carolingio. Mecanismos institucionales .. 97 13. Carlomagno y la expansión del reino de los francos: luchas con sajones, lombardos y eslavos .............................. 102 14. La capitular de Quiercy, año 877 ........................................ 109 15. Nueva oleada de invasiones. Los magiares ........................ 110 16. El nacimiento de Normandía .............................................. 112 17. Límites del poder monárquico: principados, ducados y condados; de Gascuña a Flandes y de Bretaña a Borgoña........ 115 18. Los orígenes ducales de la monarquía capeta y su desarrollo ........................................................................................ 117 19. Autonomización de condados e importancia de las castellanías; Gascuña y la crisis de los principados meridionales .. 120 10. Consolidación de la monarquía capeta. Los apanages ........ 121 11. Incremento territorial por mecanismos feudales y compras.. 124 10
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12. Afirmación monárquica y autoritarismo de Felipe IV .......... 128 13. Felipe IV y la «nacionalización» de la Iglesia francesa........ 130 14. La sucesión de Felipe IV y la nueva dinastía Valois ............ 131 EPÍLOGO V. UN BALANCE DEL PERÍODO .............................................. 135 ELENCO DE REINADOS.............................................................. 146 CRONOLOGÍA .............................................................................. 148 ÍNDICE DE MAPAS ...................................................................... 159
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BIBLIOGRAFÍA ............................................................................ 160
11 Ruiz, José Ignacio, et al. Manual para el estudio de las historias nacionales de Europa, Servicio de Publicaciones. Universidad de Alcalá, 2010. ProQuest Ebook Central, http://ebookcentral.proquest.com/lib/binaessp/detail.action?docID=4760239. Created from binaessp on 2017-12-19 12:01:27.
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I
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PRESENTACIÓN DE LA OBRA
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El presente libro forma parte de una obra más amplia, que pretende dar a entender el difícil proceso por el que han pasado algunas de las diferentes y permanentemente cambiantes formaciones políticas (en este caso, lo que hoy entendemos por, Inglaterra y Francia) hasta llegar a conformarse como lo que generalmente se denominan naciones. Por tanto, partimos de la premisa que las naciones no son construcciones que han existido desde la noche de los tiempos, sino que todas ellas han sido creaciones humanas derivadas de un devenir histórico en el que se fueron conformando unos valores culturales que después han permitido que sea lugar común denominarlas así. Por otra parte, adoptamos el término nación, que es confuso y polisémico. Nosotros al utilizarlo conscientemente, queremos darle un sentido preciso, el que es más comúnmente aceptado y que se presta a menor confusión. Lo utilizamos para definir un modelo de organización política determinada y es la que se deriva de la construcción estatal que, apoyada en las doctrinas del liberalismo, levantaron determinadas élites políticas, muchas procedentes del antiguo régimen y que la adjetivaron como nacional. Es lo que se suele llamar el Estado-Nación o Estado-Nacional. De aquí se ha derivado el uso de naciones para todas aquellas realidades políticas y culturales levantadas sobre los grupos sociales determinados que acabaron así nacionalizados. Ahora bien, el propio liberalismo ha distinguido bien los términos. El Estado es la construcción política que se levanta por encima de la sociedad. Los primeros Estados nacionales venían de un pasado, normalmente las llamadas monarquías absolutas, en el que la organización política era corporativa, de cuerpos políticos o estados (también se les llama brazos), que se correspondían más o menos con los estamentos. Y todos ellos tenían su propio poder, derivado de los distintos fueros o derechos que los amparaban; por tanto, el poder estaba distribuido y radicado en estos cuerpos, mientras que las monarquías detentaban fundamentalmente la soberanía y, en la medida de sus posibilidades, algún que otro poder (más en unos casos, menos en otros). Por tanto, hay que separar muy bien lo que es autoridad (la auctoritas) de lo que es estrictamente hablando poder (la 15 Ruiz, José Ignacio, et al. Manual para el estudio de las historias nacionales de Europa, Servicio de Publicaciones. Universidad de Alcalá, 2010. ProQuest Ebook Central, http://ebookcentral.proquest.com/lib/binaessp/detail.action?docID=4760239. Created from binaessp on 2017-12-19 12:01:27.
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potestas). División ésta muy importante porque la sociedad estamental era de poder y el soberano tenía, sobre todo, la auctoritas, que no necesariamente suponía la capacidad de mandar o poder ejecutar el mando; lo que tenía era la legitimidad; cosa bien distinta es que desde su autoridad pugnara con los demás poderes para hacer crecer su poder, que fue lo que hicieron la mayor parte de las monarquías denominadas absolutas con mayor o menor fortuna. Lo que hace el Estado liberal es invertir los términos. Se apropia del poder. Es decir, a la sociedad le quita el poder y lo ejerce el estado en régimen de monopolio. Naturalmente, simplifica la sociedad y la reduce a una; suprime los derechos particulares y establece el principio de ciudadanía para los individuos que componen esa sociedad y consagra la igualdad de derechos de todos ante la ley, a la vez que convierte a esa ciudadanía hecha nación en soberana. La verticalidad anterior, en cuya cúspide se hallaba establecida la soberanía, estaba encarnada por un monarca, que recibía precisamente ese atributo de soberano, fue trastocada en una horizontalidad que fue definida por pueblo. Por tanto, el Estado se queda con el poder; la legitimidad de ese poder y su apropiación le viene por traspaso del pueblo, que en un artificio se identifica con la nación, y a la que convierte en soberana; una soberanía delegada, que se radica en los parlamentos donde queda como depositaria. Esta transformación jurídica, política y social tuvo más implicaciones, por cuanto sus proyecciones calaron en el ámbito económico. El principio de ciudadanía y de igualdad se derivó de un valor que se abrió camino lentamente, cual fue el de la libertad. Todos los ciudadanos, se decía doctrinalmente, debían ser libres e iguales. Esto en el plano económico se tradujo en la libertad de los factores de producción: libertad de trabajo y libertad de capital: liberalidad de los factores que abrían el camino al capitalismo y, por ende, a un nuevo modelo de crecimiento económico enmarcado por lo que desde entonces sería el mercado nacional. Todo se nacionalizaba, la cultura, la política, la sociedad y la economía. Esta fue, básica y sucintamente, la aportación histórica del estado-liberal-nacional. Un nuevo modelo de organización política, nuevo modelo de organización social y económica y nuevos valores culturales. Éstos últimos, como siempre, fueron mucho más lentos, pero era la amalgama necesaria que debía cimentar el resto. Y a eso se dedicó la nueva ideología que habría de empeñar muchísimos esfuerzos: nacionalizar, hacer nación y hacer nacionales. Por tanto, la construcción de lo que llegarían a ser los estados nacionales fue en la realidad un larguísimo proceso que se acabó levantando por encima de la sociedad como decíamos antes y separando bien claramente lo que era por un lado la sociedad y por otro el 16 Ruiz, José Ignacio, et al. Manual para el estudio de las historias nacionales de Europa, Servicio de Publicaciones. Universidad de Alcalá, 2010. ProQuest Ebook Central, http://ebookcentral.proquest.com/lib/binaessp/detail.action?docID=4760239. Created from binaessp on 2017-12-19 12:01:27.
estado, en una bipolaridad muy distinta de la multipolaridad de la construcción política que le precedió.
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¿Quién tendría la preeminencia en valores y cultura, el estado o la sociedad? La pregunta resulta tautológica y la dejamos para el lector. Lo cierto es que, desde que se levantaron los primeros Estados nacionales, procesos históricos más o menos largos según los casos y característicos de la Europa occidental, antes o después, todas las elites de los países europeos, y extraeuropeos también, han pugnado por construir realidades políticas homologables a esos estados y, desde luego, con el soporte material correspondiente de un sistema socioeconómico capitalista y de mercado nacional. No tardaría mucho en establecerse como verdad incontrovertida y dominante la existencia de pueblos y naciones, unas referencias a genealogías bien pretéritas que remitían a unos orígenes virginales de carácter tribal o étnico. ¿Dónde se hallaban? En la Historia. A la Historia hubo que nacionalizarla para que explicara la «verdad» de aquellos pueblos soportes de los nuevos estados y valores. Sin embargo, otras realidades políticas se mantuvieron tozudas y contrarias a estos principios, el Imperio Austro-Húngaro, por ejemplo, al que se ha denominado con demasiada frecuencia, después de la nacionalización cultural, como realidad política «plurinacional», sentando ya las bases de la existencia previa de naciones, y éstas vinculadas con genealogías de pueblos. Pues bien, este Imperio de carácter dinástico y patrimonial (más acorde, al menos en sus fundamentos, con el modelo de antiguo régimen) se mantuvo en el siglo XIX mientras se levantaban los edificios nacionales; el fin de la I Guerra Mundial dio al traste con él, y los «estados nacionales» vencedores aprovecharon el momento para establecer el principio de un pueblo, una nación; una nación, un estado. De aquí se derivó la doctrina del «Derecho de los pueblos a la libre autodeterminación», principio del que todavía se están valiendo, digamos que determinados grupos políticos, para reivindicaciones de carácter nacionalista cuyos frutos vemos que han llegado hasta nuestros días con el establecimiento de nuevos estados que se han salpicado por algunos ámbitos de Centro Europa, la Europa del Este y en buena parte de los Balcanes. Toda la anterior explicación teórica justifica el punto de llegada de la obra que ofrecemos. Pretendemos explicar breve y sencillamente el largo proceso de construcción de los Estados Nacionales y de donde se derivan culturas que nos explican el fenómeno nacional. El punto de partida no es el inicio de la Historia, y nuestro planteamiento no pretende excluir la importancia del estudio de toda la historia; es el momento en el que determinadas comunidades, unas, establecidas, 17 Ruiz, José Ignacio, et al. Manual para el estudio de las historias nacionales de Europa, Servicio de Publicaciones. Universidad de Alcalá, 2010. ProQuest Ebook Central, http://ebookcentral.proquest.com/lib/binaessp/detail.action?docID=4760239. Created from binaessp on 2017-12-19 12:01:27.
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otras, porque ocuparon y sometieron a las que se consideran establecidas, fecundaron un mestizaje cultural que devendría en pueblos donde el elemento étnico estaría muy condicionado por las correspondientes construcciones políticas y culturales cambiantes, con resultados socioeconómicos variables también, y del que surgió un sistema complejo que la historiografía ha denominado feudal. Desde aquí hemos puesto nuestra atención en las grandes transformaciones estructurales, hasta llegar al gran cambio que marcó el camino del surgimiento del sistema capitalista y su correspondiente forma política de la que antes hemos hablado. El resultado es la obra que ahora presentamos, y que tendrá continuidad con el estudio de otros países, tanto del occidente europeo como de la parte central y oriental. Esta primera obra estará compuesta por tres libros. El primero tiene un alcance temporal que va desde las invasiones bárbaras de los dominios que previamente fueron romanizados hasta la crisis de la baja Edad Media. Por tanto, abarca desde el proceso de formación de reinos y las grandes monarquías que los ampararon hasta el final de la Guerra de los Cien Años y el resto del siglo XIV. El segundo comprende desde el fin de la Edad Media y llega hasta la Paz de Westfalia (1648). Es el periodo que se conoce, en lo político y cultural, como la época del «Absolutismo», o también, más modernamente, como la época de la confesionalización de la política y la cultura; cuando tuvo lugar la ruptura de la cristiandad y la aparición de múltiples confesiones que sentaron los cimientos de las individualizaciones de las entidades políticas y buscaron la autonomía soberana; esto fue especialmente notable en el Imperio; en lo socioeconómico este periodo podríamos caracterizarlo como la etapa del nacimiento del «capitalismo mercantil». El tercer libro se centra en el último periodo de lo que fue el Antiguo Régimen. Desde Westfalia a lo que tradicionalmente se ha denominado las revoluciones ius liberales. Por tanto, el periodo inmediato a la conformación de los Estados Nacionales, etapa que algunos han calificado del mercantilismo, y donde se desarrollan notablemente la relaciones capitalistas hasta alcanzar el fenómeno que se conoce como revolución industrial y la subsiguiente industrialización que tendría lugar a lo largo del siglo XIX. Los tres libros forman parte de una colección ambiciosa por su amplitud, pero sencilla en sus pretensiones. En ella se aborda el nacimiento de las naciones de otros países o entidades políticas de Europa y muy posiblemente de América. La finalidad que pretende no es otra que poner al día una problemática que afecta de forma directa al mundo de hoy, en el que una Europa transnacional pugna por abrirse camino sobre los ya en crisis Estados nacionales. 18 Ruiz, José Ignacio, et al. Manual para el estudio de las historias nacionales de Europa, Servicio de Publicaciones. Universidad de Alcalá, 2010. ProQuest Ebook Central, http://ebookcentral.proquest.com/lib/binaessp/detail.action?docID=4760239. Created from binaessp on 2017-12-19 12:01:27.
II
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ALGUNAS NOTAS SOBRE LA CRISIS DE LA CULTURA CLÁSICA Y EL ORIGEN DEL SISTEMA FEUDAL
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Valga, para empezar, recordar la caída del Imperio Romano, expresión que procede del célebre título del libro de Edward E. Gibbon: «Decadencia y caída del Imperio…» Ciertamente aquello fue eso, un desmoronamiento de sus estructuras en un proceso que tuvo una duración de siglos. No fueron los bárbaros los que lo derribaron. Fueron sus propias estructuras las que quedaron caducas y carcomidas y la historia acabó haciendo su trabajo en un largo proceso de sustitución, que supuso el fin de lo que había sido el Imperio Romano. ¿Significó que aquel mundo se paró? No. Todo lo contrario. Continuó y bien activo. Sólo que la relativa estabilidad social y orden productivo anterior se fue transformando en algo novedoso e impredecible, pero que iba dando respuestas, al margen de las instituciones, a las necesidades perentorias del momento que se vivía. De esa forma, que no fue sino un auténtico marasmo en el que ni las estructuras sociales, ni las económicas, ni las políticas, ni las culturales respondían a criterios conocidos. Todo se tornó novedoso. Al no ser operantes las instituciones que había levantado el Imperio, todo se vino abajo. Hunos, alamanes y burgundios, anglos y sajones, francos, lombardos, godos y ostrogodos, suevos, vándalos, alanos…, con sus estructuras sociales, o mejor dicho tribales, muchos de ellos mantenidos hasta entonces a raya en los limes imperiales, se introdujeron en los dominios romanizados y fueron transformando el orden que había estado vigente allí hasta entonces. ¡Adiós a los estatutos de ciudadanía romana, el bienestar de los romanos y todo aquel sistema que fue capaz de ordenar un bastísimo territorio! El caudillaje, la conquista, el reparto, el botín y el saqueo se constituyeron en los elementos del nuevo crecimiento para estos pueblos, mientras que las florecientes ciudades levantadas por todo el orbe romano se convertían en centros de inseguridad, decadentes, donde el aprovisionamiento empezaba a ser imposible. Muchas se hubieron de abandonar; otras decaían hasta niveles ínfimos. Esto les sirvió a los nuevos conquistadores en un primer momento, pero enseguida hubo que reproducir aquel sistema: o se conquistaban nuevos dominios con población autóctona que produjera, o se consolidaba un modelo reproductor. Así, en unos casos, cuando se acababa el pillaje, se trasladaban a otros lugares, o bien se enraizaban creando organizaciones más estables y permanentes en 21
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las que los grupos conquistadores se convertían en los dominantes y los sometidos en dominados. En aquella inseguridad que se convirtió en endémica durante siglos, los primeros asumían la defensa de todos y procuraban la seguridad, los segundos se convertían en productores y mantenían al conjunto. Esto daba lugar a un nuevo orden social establecido por una aristocracia guerrera y política que correspondía a los dominadores y la servidumbre de los sometidos. Naturalmente, en la realidad esto resultó muy complejo, como trataremos de mostrar, dando lugar a situaciones variables, y en las que la mezcla, mestizaje y fagocitación de viejos grupos por las nuevas aristocracias se daban por doquier. En cualquier caso, entre los siglos IV y X nada era seguro. Todo estaba sometido a cambios permanentes: de las primitivas oleadas de invasores de los dominios romanizados a las últimas del siglo IX de los llamados vikingos, pasando por las de los musulmanes (estas con características bien diferentes). Finalmente, todo se fue decantando y se encontró la forma de constituir entidades políticas (reinos) más o menos estables por todo el occidente, sustentados en relaciones de vasallaje y servidumbre, y en las que el concurso del elemento cultural cristiano fue de una importancia extraordinaria, por cuanto reinterpretó todo el pasado cultural de occidente a la luz de la idea de un hombre nuevo que se inscribía en un proyecto universalista común de hermanos en Cristo. Este proyecto universal devino en expansión y, a no tardar, pronto acabaría por chocar con otro proyecto igualmente ecuménico y expansivo como fue el Islam. Podríamos concluir que la famosa caída del Imperio Romano fue el resultado de una profunda crisis de las estructuras, en la que confluyeron además circunstancias externas, y que desembocó en momentos especialmente difíciles, que se tradujeron en destrucción, muerte y cambio en una dirección que nadie podía prever y que habría de durar muchos siglos, hasta que se volvió a encontrar un determinado orden capaz de estabilizar la situación: el sistema feudal. El sistema feudal podemos decir que se levantó con los escombros del sistema imperial anterior, que fueron fecundados por la nueva sabia que aportaban los pueblos bárbaros y una nueva cultura común para todos que aportó el cristianismo. Así se fue gestando un feudalismo que se articulaba sobre una base de relaciones sociales de dependencia personal. Dependencia, que quiere decir relación dialéctica entre ambas partes y, por tanto, entrada en funcionamiento de un principio vertebrante de aquella sociedad que era la lealtad. Lealtad que era de ida y vuelta. Sin esa cualidad, que acabaría siendo dominante, no podía prosperar el modelo. Esto es lo que se ha denominado vasallaje, el cual permitió tejer una amplísima red de relaciones, desde su base más simple en las aldeas y en el campo, a través de la 22
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servidumbre, ascendiendo hasta una cúspide bicéfala que la coronaban el papa y el emperador —o los monarcas feudales— (soberanos respectivos de los ámbitos espirituales y temporales). Con una división de funciones se ordenó una estructura socioeconómica y política, que dio lugar a la famosa teoría de los tres órdenes, el de los laboratores, el de los bellatores y el de los oratores: los que trabajaban y mantenían a la totalidad; los que guerreaban, que garantizaban la seguridad del sistema, a la vez que contribuían a su expansión; y los que oraban, que aseguraban la salvación de las almas de todo aquel universo y, por tanto, la conquista del más allá (trascendencia); un modelo armónico que satisfacía a aquellas comunidades que tantos siglos les costó reproducirse bajo el yugo de la muerte. Un sistema, por tanto, corporativo, y que conocemos como estamental (cada estamento o cuerpo tiene una función de la que se deriva un derecho, con el resultado de derechos diferenciados), complejo y de múltiples derechos privativos, que el liberalismo político decimonónico calificó, con intencionalidad política, de privilegiados (el privilegio en las sociedades de antiguo régimen tiene un valor diferente al de la sociedad liberal). Con el tiempo, la consolidación y expansión del sistema se tradujo en más producción, mejor alimentación, aumento de la población, ensanchamiento del sistema y expansión del mundo cultural occidental, que ahora se identificaba con la cristiandad. El cristianismo hay que decir que fue el cemento que dio unidad a aquel «pluriverso» de reinos y pueblos que se asentaron sobre las ruinas de lo que otrora fuera romanización. Sin embargo, la expansión enseguida chocó con los límites que le imponía otra cultura igualmente ecuménica y expansiva como fue el Islam. Las Cruzadas son la máxima expresión de ese choque entre culturas expansivas. Bástenos decir, y esto es importante para entender lo que ocurre en nuestros días, que todas las culturas, cuando nacen, lo hacen con vocación de hacer trascender lo particular y hacerse universales. Así pues, el mundo medieval y feudal nació con vocación de universalismo. De ahí, entre otras cosas, que mantuviera la idea de Imperio en lo político y, desde luego, en lo religioso y cultural, con la construcción de ese espacio que no era ajeno para nadie, que fue la cristiandad. ¿Cómo se resolvió el problema de la individualidad de las partes con la unidad del todo? Desde el punto de vista cultural la idea arranca de San Pablo con la idea e imagen que proclamara del cuerpo: todos los miembros y partes del cuerpo forman una unidad que está regida por una cabeza. Así, los cristianos serían la Iglesia o el cuerpo místico de la cabeza que es Cristo. Un cuerpo, un espíritu y un solo Dios. Por tanto, el medioevo supo integrar elementos de la cultura tradicional de occidente (lo greco-romano) con lo nuevo (el cristianismo con su bagaje judaico y monoteísta), lo que en23 Ruiz, José Ignacio, et al. Manual para el estudio de las historias nacionales de Europa, Servicio de Publicaciones. Universidad de Alcalá, 2010. ProQuest Ebook Central, http://ebookcentral.proquest.com/lib/binaessp/detail.action?docID=4760239. Created from binaessp on 2017-12-19 12:01:27.
tonces era la modernidad, dotando al resultado no sólo de la sabia nueva sino de lo decantado a largo plazo por el valor de la tradición.
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De esta forma, no sólo crecía y se consolidaba el nuevo sistema feudal sino que se multiplicaba al ensancharse por oriente y occidente. En aquel lo impulsaban los caballeros teutones que incorporaban nuevos dominios a la cristiandad; por éste último, en la Península Ibérica, poco a poco cedían los musulmanes al empuje imparable de los reinos cristianos. El resultado fue la configuración de una cultura occidental enraizada en la tradición, que se identificaba con la cristiandad. En el ámbito de esta cultura o «civilización» como la llaman todavía muchos, las estructuras materiales crecían sin parar, lo que trajo enseguida excedentes y con ellos su comercialización. Esto no era ninguna novedad. El comercio no llegó a desaparecer por completo aunque la época de invasiones lo redujo a niveles mínimos. Además, en origen se partía de niveles de producción bajos y orientados a la subsistencia, no al mercado, y mucho menos al mercado a gran escala. Por otra parte, el sistema de dependencia básico hacía que el productor directo (son economías de base agropecuaria) derivara una parte de la renta total producida (renta feudal) a su señor temporal, por la protección que le proporcionaba; otra parte (el diezmo), a su señor espiritual por el cuidado del alma: el obispo, si estaba dentro de la jurisdicción eclesiástica ordinaria (probablemente el caso más generalizado), el resto era para el productor directo, que lo dedicaba a su mantenimiento y la reproducción del sistema. Este sistema originalmente era practicamente autosuficiente: casi todo se producía en la unidad familiar, y si acaso se destinaba una pequeña parte a un comercio de carácter local. Sin embargo, a medida que la producción aumentaba (fundamentalmente de origen agrario o primario) lo hacía también el excedente en todos los estratos sociales. Lo mismo el campesino, que el caballero, que el clérigo, todos acumularon renta y, por tanto, con esa demanda efectiva se hizo posible la generalización de los intercambios. Es este el momento, precisamente el de la plenitud medieval (siglos XII y XIII), en el que se suele situar el nacimiento del capitalismo, como consecuencia de la generalización de los intercambios internos (dentro de la cristiandad) y asociados a éstos, los externos también. Primero se hicieron a escala local, después regional y de inmediato se traspasaron estos límites para extenderlos por toda la Europa cristiana occidental, expandiéndose por el oriente hasta conectar con el Imperio Bizantino. Casi desde los Urales hasta el Atlántico y desde el Báltico al Mediterráneo, los productos fluían buscando ser intercambiados. Por todos los grandes ríos que vertían sus aguas, o bien al Báltico y Atlántico Norte, o bien al Mediterráneo y mares menores —el Volga, y el Dvina; el Dnieper y el Niemen, el Vístula y el Danubio; 24 Ruiz, José Ignacio, et al. Manual para el estudio de las historias nacionales de Europa, Servicio de Publicaciones. Universidad de Alcalá, 2010. ProQuest Ebook Central, http://ebookcentral.proquest.com/lib/binaessp/detail.action?docID=4760239. Created from binaessp on 2017-12-19 12:01:27.
El Oder, el Elba, el Rhin, y el Ródano; el Garona y el Ebro— navegaban las barcazas cargadas con todo tipo de productos: maderas, pieles, lana, metales, minerales y también productos alimenticios. Normalmente, los llevaban a las desembocaduras, para desde allí reembarcarlos con destino a otros puertos salpicados por el orbe cristiano —Riga, Gdansk, Amberes, Barcelona, Marsella, Génova, Venecia… e incluso Constantinopla, entrada y salida del Mar Negro, capital del Imperio Bizantino hasta su conquista definitiva por los Otomanos en 1453, circunstancia ésta que cambiaría las cosas hasta límites insospechados, como se verá.
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También conviene recordar que el comercio de especies y artículos de lujo procedía del mundo islámico y que llegaban a Europa a través del Mediterraneo. Por tanto, durante la época que decimos de plenitud medieval, en el interior de la cristiandad y en espacios mucho más limitados, crecían sin parar los intercambios. Los había de productos primarios, especializados en bienes de lujo y hasta financieros. Aparecían por doquier los mercados locales y regionales y también las ferias, referidas a ámbitos más amplios, e instituidas con una frecuencia regular. Fueron éstas las que articularon los grandes espacios mercantiles y especializaron las actividades hasta desarrollar con enorme éxito las financieras. Paralelamente, surgían, crecían y se desarrollaban las ciudades sin parar. Es la época del desarrollo de la arquitectura gótica y en general del arte de este nombre, que ha quedado reflejado en numerosos edificios civiles y eclesiásticos. Así quedó expresado el desarrollo urbano posibilitado por un crecimiento económico, proveniente en buena medida del mundo rural y, no menos, de los sectores secundario y terciario, del que la actividad comercial era el reflejo. Ahora bien, como es conocido, la transacción comercial más elemental se basa en el trueque: una mercancía se cambia por otra. Obviamente esto limita mucho el intercambio, pues depende de la convergencia interesada de dos partes. Muy pronto la generalización de intercambios y el desplazamiento de grandes volúmenes de mercancías en la plenitud medieval, obligaron a garantizar que las transacciones tuvieran lugar, lo que generó la demanda de una mercancía asociada, el dinero, que de inmediato tomó la forma amonedada, la moneda. El peso garantizaba el valor metálico que a veces aparecía reflejado en una de las caras de la moneda, etc. Pues bien, con el uso del dinero, fundamentalmente en forma de moneda, las transacciones pasan de ser simples (trueque) a complejas: la moneda intermedia entre los productos y hace más ágil los intercambios. En éstos, la ventaja es del dinero, que en todo intercambio cobra un plus del «premio» 25 Ruiz, José Ignacio, et al. Manual para el estudio de las historias nacionales de Europa, Servicio de Publicaciones. Universidad de Alcalá, 2010. ProQuest Ebook Central, http://ebookcentral.proquest.com/lib/binaessp/detail.action?docID=4760239. Created from binaessp on 2017-12-19 12:01:27.
que aporta sus ventajas sobre el resto de las mercancías. El resultado es que el dinero, por el premio que conlleva, crece y se acumula. Genera un plus. Su reproducción y ampliación en las transacciones mercantiles ha permitido denominar este proceso como «capitalismo mercantil». Fue así como se inició un camino de formación de capital originario que provenía de las transacciones mercantiles surgidas en el seno de unas estructuras productivas de dependencia, las del feudalismo, y donde el sector principal de aporte de renta era el primario.
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Por tanto, el aumento de la producción devino de la estabilización de un sistema que se abrió paso tras las invasiones bárbaras, y que puso en marcha un nuevo orden social y económico basado en la dependencia personal, y el que, básicamente, venía expresado en la apropiación de los espacios bajo un régimen de condominio o posesión compartida, mediante el cual, tierra (forma predominante de capital) y trabajo estaban asociados. La dependencia pues, atravesaba toda la estructura social del occidente cristiano dando lugar a la imagen difundida de la pirámide social medieval. Señores y vasallos. Una vasta red tejida entre los siervos y los señores. Así se sancionaban las relaciones sociales básicas y de producción en aquel sistema. Sin embargo, durante la etapa de esplendor, muchos cambios se introdujeron en aquel ordenamiento. Para empezar, la dependencia personal fue paulatinamente cediendo frente al empuje del crecimiento. La relación personal sancionada con el servicio en persona fue sustituida (impulsada por la presión demográfica y la ocupación de la reserva señorial), primero por la prestación en especie, lo que obligaba al señor a cambiarla en el mercado por dinero; luego el crecimiento hizo que el señor acumulara mucho excedente, hasta que llegó un momento en el que juzgó que era ventajoso para él que el campesino, en vez de entregar parte de lo producido, pagase con dinero. Se estableció así un canon que tasaba el precio de la cantidad del producto de lo que debía entregar. Así la renta en especie se tornó en dineraria y con ella vinieron una serie de cambios en cascada que harían, a más largo plazo, transformar la naturaleza de la relación. Para empezar, la introducción de un canon dinerario fijo dio una ventaja al campesino, por cuanto suponía que la inflación de todo crecimiento operaba a favor suyo (cada vez le resultaba menos onerosa la carga), como ocurrió por todo el occidente cristiano: cuando habían transcurrido cincuenta o cien años, el canon o renta que debía pagar tenía un valor simbólico. Paralelamente, y esto fue más importante aún, la primitiva relación personal se volvió económica, con lo que se dio al traste con las lealtades y otros valores. Ni protección, ni mantenimiento, ni nada, el 26 Ruiz, José Ignacio, et al. Manual para el estudio de las historias nacionales de Europa, Servicio de Publicaciones. Universidad de Alcalá, 2010. ProQuest Ebook Central, http://ebookcentral.proquest.com/lib/binaessp/detail.action?docID=4760239. Created from binaessp on 2017-12-19 12:01:27.
vínculo se transformó y, con él, la esencia de la articulación social, aunque perduraría por inercia todavía unos siglos. Podemos colegir que la relación personal fue disolviéndose lentamente por la acción del dinero. El dinero actuaría a largo plazo como disolvente de las relaciones personales.
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Pero a pesar de aquella realidad, que afectaba como una carcoma a los pilares del sistema, éste, a principios del siglo XIV, mostraba todavía su mejor cara, aunque el crecimiento económico daba síntomas de fatiga. De repente, todo aquel proceso fue violentamente interrumpido por la llegada desde latitudes extraeuropeas, a consecuencia de los intercambios, de la tristemente conocida como «Peste Negra», y que, desde mediados del siglo XIV (1348), abrió una crisis profunda que haría variar algunos de los fundamentos de aquel sistema tras la pérdida de la mitad de la población de Europa. Naturalmente este desastre demográfico trajo como consecuencia la desestructuración del modelo socioeconómico, que tan buenos resultados había propiciado, y del orden político establecido. Así pues, el gran auge de la plenitud medieval y el consiguiente mayor grado de integración económica, propiciada por el occidente cristiano, produjo una profunda crisis. Primero tuvo una manifestación demográfica; después acabó por afectar a los fundamentos de todo el sistema: social, económico, y político-cultural europeo. El resultado fue que murieron millones de personas, de todos los estamentos, lo mismo ricos que pobres; los campos se despoblaron; la renta cayó; los intercambios se contrajeron y la inercia que todo lo mantenía se tornó en freno y acabó por poner en evidencia todos los problemas que se habían desarrollado en la anterior etapa de crecimiento. Así por ejemplo, la mortalidad catastrófica redujo el número de productores y con estos la renta feudal que percibían los señores se redujo notablemente; al caer tan significativamente la renta de los señores, hasta el extremo de que algunos no podían ni sostenerse, se volvió a la situación anterior a los pagos de los cánones dinerarios, lo cual, desde el punto de vista del campesino, no era aceptable, y reclamando el cumplimiento de los contratos, incluidos los que fueran de naturaleza consuetudinaria; pronto se transformaron las exigencias de unos y el cumplimiento de la costumbre por otros en conflictividad social, enfrentamientos y guerras campesinas, luchas y motines en las que llegaban a cuestionar el derecho de los señores, lo que ponía al sistema contra las cuerdas. En suma, los campesinos no estaban dispuestos a volver atrás. Estas circunstancias son características de todas las crisis: cuando éstas se manifiestan se pretende el retorno al pasado, pues inconscientemente se quiere volver a la historia anterior, que daba satisfacción a la mayoría. Pero como llevamos explicado, la Historia no tiene vuelta. El tiempo histórico es irrepetible. 27 Ruiz, José Ignacio, et al. Manual para el estudio de las historias nacionales de Europa, Servicio de Publicaciones. Universidad de Alcalá, 2010. ProQuest Ebook Central, http://ebookcentral.proquest.com/lib/binaessp/detail.action?docID=4760239. Created from binaessp on 2017-12-19 12:01:27.
Por tanto, todo lo que aconteció desde la llegada de la peste y lo que con ella arrastró fue una auténtica hecatombe, como la que reflejaron en sus obras escritores como Petrarca y Boccaccio y que la realidad dejó constancia. Con los numerosísimos conflictos sociales y políticos que se sucedieron a lo largo de lo que restó del siglo XIV y durante buena parte del siguiente, aparecían mezclados persecuciones y matanzas de judíos, guerras campesinas, manifestaciones populares de flagelantes, motines de subsistencia, conflictos civiles, guerras dinásticas, etc. Todo manifestaba la crisis del sistema. La que ha quedado denominada como Crisis Bajo Medieval.
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¿Quiere esto decir que el sistema se colapsó? ¿Qué fue una crisis de estructura como la anterior que hemos visto del Imperio Romano? No. La crisis con toda su profundidad fue de coyuntura, y como todas las de este tipo, según llevamos explicado, introdujo modificaciones de la estructura. ¿Qué quiere decir esto desde el punto de vista histórico? Pues sencillamente que como la realidad histórica crea contradicciones entre los distintos planos de la vida de los hombres, hace que surjan disfunciones entre lo económico, lo social, lo político y lo cultural. Dicho de otro modo: lo que vale para un momento de la historia no vale con el paso del tiempo, porque cada plano de la vida del hombre se mueve a ritmo distinto. ¿Cómo se salió de la profundidad de la crisis? Pues no en toda la Europa Occidental se dieron los mismos pasos. En unas latitudes respondieron de una forma y en otras de manera muy diferente. Desde el punto de vista geográfico podemos decir, grosso modo, que la parte oriental de la Europa cristiana se mantuvo, más o menos, en el feudalismo clásico, mientras que en la parte occidental se produjeron notables transformaciones. En lo político, surgieron con fuerzas renovadas unas monarquías que se sacudieron los límites que les venían imponiendo sus aristocracias: las monarquías de España, Francia e Inglaterra, son los ejemplos. En lo socioeconómico, se mantuvieron las estructuras feudales, pero sin retroceder a los orígenes, lo que supuso una mayor liberalidad para los productores, mientras crecían con fuerza nuevos grupos de carácter urbano que contribuían al aumento de la renta desde los sectores productivos secundarios y terciarios, al mismo tiempo que se iban liberalizando los factores de producción. En lo cultural, es el momento del humanismo y del Renacimiento, con un cambio importante en la concepción del mundo y del hombre, que consigue mayor protagonismo: del teocentrismo se pasó al antropocentrismo. Por tanto, notables cambios que vinieron a apuntalar las estructuras históricas. Pero esto es otra historia que recogeremos en el siguiente libro. 28 Ruiz, José Ignacio, et al. Manual para el estudio de las historias nacionales de Europa, Servicio de Publicaciones. Universidad de Alcalá, 2010. ProQuest Ebook Central, http://ebookcentral.proquest.com/lib/binaessp/detail.action?docID=4760239. Created from binaessp on 2017-12-19 12:01:27.
III PRIMERA PARTE
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FECUNDACIÓN DE LOS EMBRIONES REGNÍCOLAS: BRITANIA (siglos c. I a.C.-XIV)
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1. La romanización de Britania En el verano del año 55 a. C., Julio César desembarcaba con más de 10.000 hombres en la gran isla de Britania, situada al norte de la recién conquistada Galia. La playa a la que arribaron sus barcos formaba parte del territorio de los cantii, de donde deriva el nombre de la actual región inglesa de Kent.
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Las legiones romanas permanecieron muy poco tiempo en suelo británico, ya que Cesar solo pretendía un reconocimiento preliminar del terreno. En el verano del año siguiente, el 54 a.C., volvía César, esta vez con la firme decisión de incorporar aquellas tierras y a sus habitantes a la República de Roma. Le acompañaban cinco legiones y un pequeño cuerpo de caballería. Poco pudieron hacer las tribus autóctonas ante este ejército bien organizado. Aunque lejos de someterse dócilmente, lo hostigaron en una fatigosa sucesión de continuas escaramuzas. Sin embargo, los romanos siguieron avanzando y pronto cruzaron el Támesis y se adentraron en el interior de la isla. Gradualmente, y uno tras otro, los jefes tribales acabaron por someterse a Roma, lo que se materializó mediante el pago de tributos y las entregas de esclavos a los dominadores. Tras la capitulación del último de los líderes, el poderoso Casivelaunos, César pudo volver al continente y declarar al mundo que Britania era ya una nueva conquista romana. En realidad la Britania romana sólo llegó a ocupar dos tercios de la isla mayor del archipiélago británico, la zona central y la meridional, Las otras regiones, conocidas hoy como Irlanda (Hibernia era su nombre latino), Gales y Escocia (Caledonia) nunca fueron controladas por los romanos ni por los otros pueblos que se sucedieron en el dominio insular. La incorporación de estas regiones a lo que luego sería la corona inglesa, se produciría siglos después. Pero eso no quiere decir que desde el punto de vista étnico y antropológico mantuvieran una absoluta independencia. Los diversos pueblos y las culturas que intervienen en el proceso históri31 Ruiz, José Ignacio, et al. Manual para el estudio de las historias nacionales de Europa, Servicio de Publicaciones. Universidad de Alcalá, 2010. ProQuest Ebook Central, http://ebookcentral.proquest.com/lib/binaessp/detail.action?docID=4760239. Created from binaessp on 2017-12-19 12:01:27.
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Mapa I: La Romanización de Britania Ruiz, José Ignacio, et al. Manual para el estudio de las historias nacionales de Europa, Servicio de Publicaciones. Universidad de Alcalá, 2010. ProQuest Ebook Central, http://ebookcentral.proquest.com/lib/binaessp/detail.action?docID=4760239. Created from binaessp on 2017-12-19 12:01:27.
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co británico se mezclan y solapan de modo continuo a lo largo del tiempo, y las fronteras son cambiantes y permeables, viéndose modificadas en función de las circunstancias; sirva como ejemplo el mismo mar de Irlanda, que lejos de ser una barrera entre dos grandes territorios insulares, representó en algunos períodos un factor de integración entre Irlanda y Escocia. Se sabe poco de los pueblos allí establecidos, a los que genéricamente se denomina «britanos» o «bretones». Estaban organizados en estructuras tribales, y se cree que a la llegada de los romanos eran doce las tribus, posiblemente de origen celta y vinculadas con los celtas asentados al otro lado del Canal, en la Galia, de donde probablemente procedían en el extremo sudoccidental, lo que hoy es Cornualles, se asentaban los Dumnonii; al este de estos, a lo largo de la costa meridional, se sucedían los durotriges, asentados en la actual Wessex; los regnenses, en la región que hoy es Sussex; sobre ellos, y al sur del Támesis los cantii, en la región de Kent. Al norte del Támesis, los trinovantes ocupaban Essex —la región de Londres—, sobre ellos los catuvellauni, fronterizos por el noreste con los icenii y los coritanii al noroeste. Además de estas tribus había otras como los brigantes, que dominaban gran parte de los Peninos y la llanura colindante, y otras que habitaban en el norte o en la región de Gales. Estos pueblos se habían instalado en suelo británico, sustituyendo o entremezclándose con los habitantes originarios, el pueblo constructor de los grandes círculos de menhires y piedras talladas, como el famoso de Stonehenge. Aquellas tribus se asemejaban a las sociedades rurales y pastoriles que en esa misma época poblaban la Europa continental. En unas y otras, la estructura familiar básica estaba formada por una unidad conyugal a la que se añadía, algún pariente aislado y esclavos; todas ellas se dedicaban al cultivo de cereales y al cuidado del ganado. Al núcleo familiar se superponía un grupo más amplio: el clann, palabra gaélica que designaba a todas las personas a las que alcanzaba algún vínculo de parentesco y por ello obligadas a una recíproca protección y solidaridad. Era una estructura jerarquizada, cuyo mayor rango, por encima incluso de los guerreros, estaba reservado a los druidas, sacerdotes y jueces a la vez, depositarios de las tradiciones orales e intérpretes de las normas y de la voluntad de los dioses. Este era el sustrato social sobre el que había recaído el peso del pago de tributos que César había establecido antes de abandonar la isla. Casi un siglo después de la expedición de Julio César, los soldados romanos volvieron a Britania. Era el año 43 d. C., en época del emperador Claudio, quien falto de glorias militares y deseoso de un triunfo bélico, or33 Ruiz, José Ignacio, et al. Manual para el estudio de las historias nacionales de Europa, Servicio de Publicaciones. Universidad de Alcalá, 2010. ProQuest Ebook Central, http://ebookcentral.proquest.com/lib/binaessp/detail.action?docID=4760239. Created from binaessp on 2017-12-19 12:01:27.
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ganizó un ataque de represalia contra las tribus de la isla que habían dejado de pagar los obligados impuestos. Como había ocurrido un siglo atrás, aquella nueva penetración romana fue infructuosamente combatida por los britanos. Solo hubo un episodio de verdadero peligro para las tropas invasoras, el de la rebelión que en el año 61 capitaneó la reina Boadicea, viuda de un jefe aliado de los romanos y a quien el gobernador residente en la isla había tratado de arrebatar la jefatura por la ausencia de un heredero varón al fallecer su esposo. La reina logró aunar las voluntades de diversas tribus descontentas y formar un ejército capaz de destruir una de las cuatro legiones romanas presentes en la provincia. Recuperó una parte del territorio ocupado por el ejército imperial, incluido Londres, que ya por entonces era un importante centro comercial, y las huestes romanas se vieron obligadas a reorganizarse para apagar la revuelta, que finalmente acabó con la derrota de los insurgentes, el suicidio de la reina y la huida de buen numero de guerreros rebeldes hacia las regiones septentrionales de la isla, donde los romanos no habían llegado. Tras esta revuelta, en el sur y en el centro de Britania comenzó un período secular de dominación pacífica y provechosa bajo el mando de sucesivos gobernadores, romanización interrumpida ocasionalmente por las incursiones de los pueblos del tercio superior de la isla, o sea, de la región de Caledonia (la Escocia actual). La necesidad de poner fin a esa continua amenaza, así como el deseo de completar la conquista, fomentaron nuevas campañas militares como las famosas del gobernador Agrícola, bajo cuyo mandato la Britania romana alcanzó su mayor expansión territorial. La presión ejercida por las legiones empujó, siempre más arriba, hacia las llamadas «Tierras Altas» (Highlands), a grupos numerosos de guerreros procedentes de las tierras medias (Midland y bajas Lowland) que ya habían ido retirándose progresivamente hacia el norte a medida que se consolidaba la dominación. Hacia el año 83, el choque entre los rebeldes y las tropas imperiales se hizo inevitable. La confrontación tuvo lugar en campo abierto, en el denominado Monte Grapius, cuya ubicación exacta todavía hoy se desconoce. En esa gran batalla, las legiones romanas se enfrentaron con un ejército rebelde muy numeroso, cuatro veces superior en número de efectivos, formado no sólo por los guerreros exiliados sino también por una etnia, residente en el área septentrional, cuyos miembros recibían en lengua latina el nombre de «pictos», posiblemente por las pinturas y tatuajes que lucían. La superioridad técnica, no obstante, se impuso a la numérica, y el choque se cerró con una masacre donde al parecer, según crónicas de Tácito, perdieron la vida más de 10.000 pictos-britanos frente a tan sólo 360 soldados romanos. 34 Ruiz, José Ignacio, et al. Manual para el estudio de las historias nacionales de Europa, Servicio de Publicaciones. Universidad de Alcalá, 2010. ProQuest Ebook Central, http://ebookcentral.proquest.com/lib/binaessp/detail.action?docID=4760239. Created from binaessp on 2017-12-19 12:01:27.
A pesar de esta rotunda derrota infligida a los nativos, los romanos no ocuparon los territorios del norte. Se atrincheraron prudentemente en los valles más fértiles del sur y el centro de la isla y dieron por concluida la conquista y pacificación de Britania. Una nueva provincia se incorporaba al Imperio. Tan sólo las tierras altas de Escocia y Gales quedaron sustraídas al poder imperial, lo que en siglos posteriores ocasionaría no pocos problemas.
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El dominio romano duró más de 300 años. Fue un período de orden, de prosperidad y de desarrollo económico. En primer lugar, Roma impuso un mando único centralizado, lo que comportaba organización y eficacia en la marcha de los asuntos civiles. El buen funcionamiento de la provincia descansaba en una burocracia racional y alfabetizada, compuesta por un número creciente de funcionarios procedentes de las elites locales, lo que sin duda contribuyó a integrar a los grupos dirigentes autóctonos dentro del sistema imperial. Por otra parte, la división territorial establecida tuvo el acierto de respetar la mayoría de las antiguas divisiones tribales. Una segunda contribución importante para la unificación de la provincia de Britania fue la implantación de una vasta red de comunicaciones, las calzadas romanas, hechas con fines militares pero que servían también para el comercio de mercancías, los intercambios de personas, de ideas y de información entre las diferentes regiones. A esto se añadió la construcción de numerosos puentes, muelles, canales y acueductos en todo el territorio dominado. Pese a todo, la larga permanencia del dominio imperial sólo fue posible por la presencia continua de un ejército que llegó a contar con 60.000 hombres. Naturalmente, después de algunas generaciones muchos de estos efectivos fueron reclutados localmente. El ejército fue, pues, instrumento de integración social, pero también de crecimiento económico, al abrir un mercado interno importante y favorecer la fundación de ciudades que crecían alrededor de las guarniciones establecidas en los distintos territorios (Exeter, Lincoln, York) y de las colonias de veteranos (Colchester, Bath). Estas ciudades disfrutaban de un cierto grado de autonomía; tenían un consejo elegido por los ciudadanos, y éste a su vez designaba a dos magistrados que se encargaban de la administración pública. En muchas de ellas había acueductos y en casi todas baños públicos, lavadero, mercado y tiendas. Mientras tanto, en el campo, las villas construidas por los equites (caballeros) britano-romanos (existen vestigios de al menos seiscientas), cambiaron sus estructuras anteriores de madera por otras de piedra y añadieron el hipocausto; revelando la su35 Ruiz, José Ignacio, et al. Manual para el estudio de las historias nacionales de Europa, Servicio de Publicaciones. Universidad de Alcalá, 2010. ProQuest Ebook Central, http://ebookcentral.proquest.com/lib/binaessp/detail.action?docID=4760239. Created from binaessp on 2017-12-19 12:01:27.
perioridad técnica y de calidad de vida que vino de la mano de la dominación romana. La romanización empezó a ser completa a partir del año 212, cuando se permitió a los britanos adquirir la ciudadanía romana. No obstante, determinadas raíces de la cultura celta, en lo referido a los ritos y el uso de la lengua celto-britana, hablada por la mayoría de la población, permanecieron, lo que quizá pueda explicar, en parte, porqué en la isla no pervivió el latín vulgarizándose y transformándose en una lengua romance, como en otras posesiones de la Roma imperial. Durante la dominación romana, los celto-britanos mantuvieron sus tradicionales prácticas agrícolas y mineras, y si se incrementaron los cultivos y se exportaron al continente minerales como el plomo y el estaño fue debido a la mejor organización de la producción y, desde luego, al cese de las guerras tribales, no a técnicas más eficaces introducidas por los colonizadores.
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Otro tanto cabe decir en materia religiosa. El paganismo perduró en las áreas más rurales incluso hasta el final de la dominación romana. Sin embargo, la inmensa mayoría de los britano-romanos de las urbes fueron cristianizados aunque bajo formas y ritos propios —el rito celta, precisamente—, en paulatina divergencia con los de la Europa continental. El cristianismo había entrado en la isla ya en el siglo II, de la mano de las guarniciones allí destinadas, y consiguió un rápido desarrollo; en el Concilio de Arles del 314 participaron los obispos britanos de York, Londres y Lincoln, lo que indica que en la zona colonizada por Roma ya existían por entonces al menos tres sedes episcopales. De estas diócesis partieron misioneros a predicar más allá de los confines del territorio sujeto a la dominación imperial, hacia Escocia y sobre todo Irlanda, cuya evangelización, según cuenta la tradición, se debe a la actividad desarrollada en el siglo V por el britano San Patricio, un hito en la historia de la Iglesia. Hubo una región de la isla a la que la romanización no llegó, la más septentrional. En Escocia las legiones romanas fueron atacadas una y otra vez, y hasta llegaron a sufrir alguna derrota, como la ocurrida en el año 118. Esto obligó a la erección, entre los años 122 y el 127 d. C., de un importante muro de contención denominado «Muro de Adriano», de 117 kilómetros de largo y entre dos y tres metros de ancho. Además, la edificación estaba reforzada por diecisiete fuertes y mantenía ocupados en él alrededor de 20.000 hombres. Su éxito hizo que años después, en la época del emperador Antonino Pío, los romanos intentaran adelantar la frontera hacia el norte, con la construcción de una nueva muralla a través del istmo Forh-Clyde. Pero este intento fracasó, y las legiones hubieron de volver a confinarse tras la línea de Adriano. 36 Ruiz, José Ignacio, et al. Manual para el estudio de las historias nacionales de Europa, Servicio de Publicaciones. Universidad de Alcalá, 2010. ProQuest Ebook Central, http://ebookcentral.proquest.com/lib/binaessp/detail.action?docID=4760239. Created from binaessp on 2017-12-19 12:01:27.
El dominio romano de Britania terminó por resentirse ante la continua sangría de efectivos, cuando durante el siglo V las tropas tuvieron que ir retirándose gradualmente de la isla, para hacer frente en el continente a las invasiones de vándalos, alanos y suevos que desde el norte y el este de Europa, intentaban atravesar las fronteras y penetrar en los territorios del imperio. A medida que cedía la presencia del ejército imperial en la isla, la estructura política y administrativa del territorio dominado iba perdiendo consistencia, hasta prácticamente desaparecer. Así ocurrió que la provincia romana más septentrional, a pesar de que durante tres siglos de ocupación había sido un territorio pacífico, ordenado, cristiano y civilizado (Roma introdujo incluso el valor de la propiedad privada), con la retirada quedó abandonada a su suerte. Otras zonas europeas corrieron una suerte parecida.
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2. La colonización anglosajona y su nueva cristianización (s. v) La dominación romana como hemos visto no resultó siempre tan pacífica. Desde antiguo, grupos de rebeldes procedentes de Hibernia (Irlanda) y de Caledonia (Escocia) habían protagonizado incursiones navales, para mediante el saqueo, hacerse con un botín de mercancías procedentes de todos los rincones del imperio. A partir del siglo IV las menguantes fuerzas romanas, afectadas, además, por conflictos internos, se mostraron cada vez menos eficaces y más impotentes para frenar no sólo este tipo de piratería tradicional, sino también las incursiones que empezaban a llegar desde otro frente, el del litoral norteuropeo. Tras la retirada definitiva de los contingentes imperiales, en el siglo V, las incursiones de los nuevos invasores adquirieron un carácter arrollador y permanente. El fenómeno, que puede encuadrarse dentro de los movimientos migratorios protagonizados por diversos pueblos germánicos a través de lo que había constituido el Imperio Romano de Occidente, revistió en Britania características de una auténtica invasión y ocupación, muy diferente de la romana. Si aquella había sido principalmente militar —los desplazados eran soldados—, ésta tenía el propósito de convertirse en el establecimiento permanente de pueblos enteros. Los tres grandes grupos que ahora llegaban a la Isla —los anglos, los jutos y los sajones— lo hacían acompañados de sus grupos familiares y clanes, con la finalidad de asentarse en las más fértiles tierras del sur y del este. Se trataba, por tanto, de una migración de pueblos germanos, aunque sus raíces resultan controvertidas. Parece que los sajones procedían de lo 37 Ruiz, José Ignacio, et al. Manual para el estudio de las historias nacionales de Europa, Servicio de Publicaciones. Universidad de Alcalá, 2010. ProQuest Ebook Central, http://ebookcentral.proquest.com/lib/binaessp/detail.action?docID=4760239. Created from binaessp on 2017-12-19 12:01:27.
que hoy es el norte de Alemania, la actual Holstein, mientras que los anglos ocupaban la actual Dinamarca y los jutos las tierras situadas al oeste del Rhin. En todo caso, los dos primeros pueblos (anglos y sajones), presentaban ciertos rasgos y costumbres comunes, así como una lengua similar; algo parecido con lo que sucedía entre los jutos y los francos.
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El largo período, casi un siglo, durante el cual estos nuevos invasores consolidaron su asentamiento en territorio británico, derrotando y sometiendo a sus habitantes, se suele llamar «la Edad Oscura», por cuanto apenas se conocen los datos, y porque los sucesos que de la misma se narran proceden de leyendas, como la del Rey Arturo. Parece posible que los habitantes de la isla presentaran resistencia, pues se conoce por ejemplo la victoria de los britanos en la batalla de Mount Badon. En todo caso no evitó que los invasores se fueran asentando, poco a poco, en los territorios que previamente habían sido ocupados por los romanos. Esto produjo un desplazamiento importante de buena parte de los pueblos celto-británicos: unos se establecieron en las regiones del suroeste, hoy Cornualles y Devon, desde donde muchos mantuvieron la resistencia durante generaciones; otros se refugiaron en las colinas galesas, baluarte insuperable; el resto atravesó el Canal de la Mancha y se asentó en la región de Armorica, lo que hoy constituye la Bretaña francesa. No ha sido todavía bien explicado cómo pudo desaparecer tan rápidamente una cultura como la britano-romana. Puede que buena parte de los guerreros britanos, y con ellos la cultura cristiana, se refugiara en las zonas no ocupadas por los invasores paganos, es decir, en Gales y en las Tierras Altas, donde el culto había llegado con las tribus de escotos, procedentes de la Irlanda cristianizada; se dice que San Columba, enviado desde Irlanda, convirtió a los pictos en el año 563. En cuanto a los invasores, sabemos que los jutos se establecieron en Kent. Los anglos y los sajones por su parte fundaron unos «protorreinos» de fronteras poco estables: Mercia (en el valle del Trent), Northumbria y Anglia oriental los anglos, y los de Wessex, Essex y Sussex, los sajones («heptarquía anglosajona» hasta la invasión vikinga del s. VIII). No obstante, en el oeste y norte subsistieron comunidades celto-britanas. Es probable que ese desmembramiento en una multiplicidad de pequeños «reinos» fuera el resultado de luchas entre varios señores de la guerra, que se llamaban a sí mismos reyes, aunque habían sido electos. En todo caso, las alianzas y los enfrentamientos se sucedieron, y los conflictos armados entre ellos para afirmar la hegemonía de uno sobre los restantes nunca cesaron. 38 Ruiz, José Ignacio, et al. Manual para el estudio de las historias nacionales de Europa, Servicio de Publicaciones. Universidad de Alcalá, 2010. ProQuest Ebook Central, http://ebookcentral.proquest.com/lib/binaessp/detail.action?docID=4760239. Created from binaessp on 2017-12-19 12:01:27.
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El año 597 representa la fecha de retorno del cristianismo romano a la isla ocupada. Otro cristianismo, el que se había difundido en época imperial y predicado en Irlanda, subsistía entre los britanos y los escotos de las tierras altas (los ritos eran algo diferentes, los símbolos —la cruz celta— y sus obispos habían perdido largo tiempo atrás el contacto con Roma). Hasta entonces, los nuevos invasores no sólo eran paganos, sino que sus ideas y tradiciones chocaban con las cristianas. Cuando el rey de Kent, Ethelbert, contrajo matrimonio con una princesa franca y cristiana, Bertha, el Papa Gregorio Magno juzgó propicias las circunstancias para enviar a un reducido grupo de monjes benedictinos con la doble misión de convertir a los anglosajones de Britania y de llevar nuevamente a la obediencia romana a los cristianos de rito celta. Entre los enviados estaba Agustín, que consiguió bautizar al rey y fundó el monasterio de Canterbury, ciudad de la que sería reconocido arzobispo en el año 601, con facultad para designar nuevos obispos. Sin embargo, el propósito de reconducir a la obediencia a los representantes de la iglesia celto-britana no se vio coronado con el éxito. Partían de recíprocas suspicacias. Los cristianos de rito celta se negaban a admitir la jerarquía del nuevo arzobispo sobre el resto del clero de la isla, y aunque finalmente las partes llegaron a un principio de acuerdo, ciertas cuestiones controvertidas (la tonsura o la fecha de la Pascua...), forzaron posteriores encuentros y desencuentros y amenazas del arzobispo, apoyado por las autoridades de Kent. En cualquier caso, pasadas dos décadas, un nuevo matrimonio, esta vez entre el rey anglo Edwin de Northumbria con la princesa católica de Kent, abrió las puertas de los otros reinos insulares a la religión cristiana. El año 633 el rey Oswaldo enviaba a los monjes de Dowe a predicar el Evangelio entre sus súbditos y fundaba el monasterio de Lindisfarne. Gracias al empuje misionero y evangelizador de los cristianos celtas, se convirtieron las comunidades de Northumbria, los reinos de Mercia y Anglia Oriental, es decir, todo el territorio de los anglos, y en rápida sucesión el resto de reinos paganos. La Iglesia ofrecía enormes ventajas a los monarcas anglosajones, en cuanto predicaba la sacralización del poder y del reino, de modo que la cristianización de los súbditos los hacía más pacíficos y vinculados al poder real. A mediados del siglo VII prácticamente toda la isla estaba recristianizada. En el sínodo de Whitby del año 664, convocado bajo los auspicios de Oswin de Northumbria, ambos ritos quedaron unificados. Este sínodo trajo consigo la unificación de la Iglesia de Britania bajo el primado del arzobispo de Canterbury y la aceptación de la observancia eclesiástica ro39 Ruiz, José Ignacio, et al. Manual para el estudio de las historias nacionales de Europa, Servicio de Publicaciones. Universidad de Alcalá, 2010. ProQuest Ebook Central, http://ebookcentral.proquest.com/lib/binaessp/detail.action?docID=4760239. Created from binaessp on 2017-12-19 12:01:27.
mana; tan solo algunos britanos de Gales junto a los pictos y escotos del norte mantuvieron las prácticas de la primitiva Iglesia romano-británica y de la celta-irlandesa, según relata Beda el Venerable (673-735) en su obra más famosa, La historia eclesiástica del pueblo de los anglos, escrita en latín (Historia Ecclesiastica Gentis Anglorum).
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La afirmación del cristianismo tras el sínodo de Whitby se debió, en gran parte, a la llegada a Canterbury de un nuevo arzobispo de origen griego, Teodoro de Tarso, y de su ayudante, el africano Adriano (669). Estos, en unos veinte años de actividad, crearon una sólida estructura diocesana y territorial que se mantendría durante varios siglos. Teodoro aumentó las sedes obispales (de cuatro pasaron a doce), fortaleció la supremacía de Canterbury, y estableció una normativa clara en materia de derecho eclesiástico, disciplina, calendario, coro y liturgia, aunque hubo de emplear tres sínodos además del de Whitby. Mientras tanto, las rivalidades y las guerras entre los reinos anglosajones se sucedieron durante los siglos VII y VIII. Ya hemos destacado, anteriormente la supremacía de Northumbria durante parte del siglo VII (de Etelfrico a Esfredo en 685); supremacía que probablemente acabó debido al fracaso de su pretendida expansión por los territorios escoceses del norte. En aquel momento, entre los dominios sajones, tomó el predominio Wessex, gracias a la politica agresiva y expansiva promovida por su jefe y señor, Ine, que entre 688 y 725 amplió sus fronteras, incorporó Londres, el centro comercial más importante, que pertenecía a Essex, y consiguió que reconocieran su primacía sus vecinos de Sussex (a estos señores o reyezuelos, que llegaron a dominar los reinos colindantes, se les conocía con el nombre de «Bretwaldas»). La hegemonía de Wessex no sobrevivió a Ine y a su muerte pasó al «protorreino» anglo de Mercia, bajo los reinados de los reyes Ethebaldo y Offa. El primero de ellos (716-757) no sólo derrotó al expansionista reino de Wessex, sino que devastó extensas áreas pertenecientes al reino de Northumbria. Por su parte Offa (752-795) consolidó el predominio merciano. Hizo tributarios suyos a reinos como Wessex; incorporó otros, como Anglia Oriental y Kent, aunque éste por un corto período; estableció alianzas matrimoniales de sus hijas con otros reyes, e incluso negoció matrimonios con Carlomagno. De esta forma, logró dominar gran parte de la Inglaterra central, desde las costas del Mar de Irlanda hasta el Atlántico. Solo sufrió un revés contra los celtas-britanos de Gales, lo que le hizo levantar un muro defensivo y de contención (Offa’s Dyke) de más de 200 kilómetros de longitud. Además de la organización militar, dotó al territorio de una estructura administrativa, estableció leyes escritas, fijó im40 Ruiz, José Ignacio, et al. Manual para el estudio de las historias nacionales de Europa, Servicio de Publicaciones. Universidad de Alcalá, 2010. ProQuest Ebook Central, http://ebookcentral.proquest.com/lib/binaessp/detail.action?docID=4760239. Created from binaessp on 2017-12-19 12:01:27.
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Mapa II: La colonización anglosajona.
puestos y aduanas, acuñó monedas —fue el creador del penny—. A su muerte, la supremacía de Mercia entre los reinos anglosajones decayó y fue sustituida, de nuevo, por Wessex. El rey Offa fue el primero en ser denominado rey de los ingleses (Rex Anglorum) y con él se da por terminada la denominada época oscura. Treinta años después, Egberto, rey de Wessex, se consolidaba como señor de la Heptarquía, tras derrotar a Mercia en el 825 y someter a los 41
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otros territorios. Se producía así la definitiva fusión de anglos y sajones y el consiguiente nacimiento del Reino de Inglaterra en 827. Siendo muchos los logros de Egberto, ya que incluso llegó a vencer la última resistencia de los celtas, refugiados en Cornualles durante más de tres siglos, su reino nunca llegó a alcanzar la expansión territorial ni la supremacía política que había conseguido Offa. 3. Los vikingos: una nueva fecundación
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A comienzos del siglo IX otro peligro mayor que el de los tradicionales conflictos entre señores locales amenazaba la frágil estabilidad de Inglaterra. Nuevamente, esta vez desde el Mar del Norte, se anunciaban rapiñas, muertes y conquistas. El primer aviso llegó en enero de 793 cuando el monasterio de Lindisfarne, fundado en tiempos de Oswaldo de Northumbria, fue saqueado por grupos violentos de «daneses». Empezó aquel día la leyenda negra de los vikingos, nombre genérico de los pueblos septentrionales. Hasta que empezaron sus correrías por las costas del noroeste europeo, poco se sabía de esta gente que poblaba los litorales de las actuales Dinamarca, Noruega y Suecia. Las hipótesis sobre las causas de estos movimientos apuntan a la superpoblación de algunas sus tierras de origen y las difíciles condiciones de vida que el clima nórdico imponía a sus habitantes. A pesar de sus habilidades navales, de su fuerza física y, al parecer, de la ferocidad que mostraron en sus asaltos, impresiona el fácil éxito alcanzado en sus primeras incursiones. Como narran los cronistas monásticos, numerosos establecimientos y asentamientos ricos y prósperos padecieron el saqueo, pillaje y brutalidades de estos grupos, desde la Europa septentrional hasta el Mediterráneo, y de Sevilla a Constantinopla. Esta actitud de rapiña la mantuvieron hasta mediados del siglo X. A partir de esa fecha, abandonaron tales prácticas en favor de un asentamiento territorial permanente en el noroeste europeo. En principio, fueron Irlanda y las islas del Atlántico norte —Hébridas, Orcadas y Feroe—, luego Normandía y, finalmente, la costa oriental britana. Es muy posible que la estructura social y cultural de los vikingos fuera similar a la originaria de los de los pueblos germánicos que pretendían saquear. Como aquéllos, estaban organizados en grupos familiares extensos, representados por un caudillo. Sin embargo, sí parece que entre los nórdicos se evidenciaba una mayor idealización de la violencia y culto al guerrero. En todo caso, la historia volvía a repetirse cuatro siglos 42 Ruiz, José Ignacio, et al. Manual para el estudio de las historias nacionales de Europa, Servicio de Publicaciones. Universidad de Alcalá, 2010. ProQuest Ebook Central, http://ebookcentral.proquest.com/lib/binaessp/detail.action?docID=4760239. Created from binaessp on 2017-12-19 12:01:27.
después en Britania. Un pueblo de características parecidas a las de los anteriores conquistadores anglosajones, en el lenguaje, en las costumbres y en el paganismo, atacaba ahora a los descendientes de aquéllos, ya sedentarizados, alfabetizados, cristianizados y de superior cultura.
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Los grupos de asalto vikingos estaban habitualmente compuestos por una docena de embarcaciones —los drakkar— que constituyeron una de las fundamentales bazas de sus hazañas marítimas. Eran barcos cuyas peculiares características de velamen, remos y timón, les dotaban de agilidad y facilitaban su manejo en las pavorosas tempestades atlánticas. Con esas embarcaciones livianas, de pequeño calado, aptas también para penetrar en los ríos y fondear en pequeñas calas, consiguieron penetrar en el interior de Inglaterra. Primero vinieron pillajes e incursiones esporádicas en el litoral más septentrional de Inglaterra; después, al aumentar su frecuencia, los vikingos pudieron encontrar los puntos más protegidos de la costa, para pasar el invierno con sus familias, clientes y siervos, y aquello concluyó, al cabo de un tiempo, en una auténtica migración. Finalmente, el año 865, bajo el mando de los líderes daneses Ivar y su hermano Halfdan Ragnarsson, una importante flota desembarcó en Anglia Oriental con el propósito de establecerse permanentemente. A partir de entonces, y durante los diez años siguientes, ocuparon y colonizaron una extensa porción del reino de Northumbria, casi toda Mercia y Essex. En la antigua ciudad de origen romano de York (Jörvik), fue establecida la capital vikinga. Tan sólo quedó el reino de Wessex libre y con fuerza para hacerles frente, como venía haciendo desde hacía tiempo. Esta fue la primera migración vikinga, a la que siguieron otras posteriores durante casi dos siglos, hasta la definitiva conquista normanda. La historiografía clásica inglesa ha minimizado la importancia de la presencia danesa, resaltando la continuidad anglosajona hasta la conquista normanda. La historiografía más reciente, en cambio, evidencia cambios sustanciales en las estructuras sociales y políticas de la isla a consecuencia de estos invasores. Hoy sabemos que en las tierras conquistadas —más tarde conocidas como Danelaw— los invasores se establecieron como colonos y agricultores junto con las comunidades autóctonas. Es muy posible que convirtieran éstas últimas en grupos sociales de segunda clase y les obligaran a cederles sus mejores tierras. A los vikingos, por su parte, les movía el deseo de obtener y conservar unas tierras más fértiles y mejores que las que habían abandonado en los países nórdicos. En cualquier caso la cristianizada cultura anglosajona fue sustituida, al menos en esos territorios ocupados (parte de Northumbria y Anglia Oriental, los boroughs de Lei43 Ruiz, José Ignacio, et al. Manual para el estudio de las historias nacionales de Europa, Servicio de Publicaciones. Universidad de Alcalá, 2010. ProQuest Ebook Central, http://ebookcentral.proquest.com/lib/binaessp/detail.action?docID=4760239. Created from binaessp on 2017-12-19 12:01:27.
cester, Nottingham, Derby, Stamford y Lincoln), por otra cultura, nuevamente pagana y con vínculos en Escandinavia. Estas nuevas zonas de predominio danés acabaron desarrollando una nueva estructura socio-económica de carácter más comercial —los vikingos estaban dotados para el comercio, y de hecho la piratería está más vinculada a la distribución que a la producción—. En ellas había un mayor número de hombres libres, agricultores con armas, que no admitían relaciones de vasallaje. Según algunos autores, esta Britania sometida al danelaw (es decir, a la ley de los daneses, que prevalecía sobre las normas anglosajonas) fue más próspera y estuvo más poblada que otras zonas de la isla, debido a la flexibilidad de su estructura social, frente al modelo anglosajón de mayor sometimiento.
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Sin embargo, los nuevos sistemas no se mantuvieron por mucho tiempo. Los anglosajones no tardaron demasiado en recuperar los territorios colonizados por los vikingos, aunque sin restablecer por completo la autoridad cultural y política anteriormente disfrutada. Ello se debió, en buena parte, a la interculturalidad que supuso la influencia danesa, que siguió aportando características propias a la estructura social de esta zona de la isla. 4. Alfredo el Grande. Interculturalidad y pugna por el prodominio entre sajones y daneses: el Danelaw Durante la invasión vikinga, en tiempos muy difíciles para los reinos anglosajones que se oponían al invasor, surgió una de las figuras más trascendentales de la historia inglesa: Alfredo de Wessex. Era el quinto hijo del rey sajón Ethelwulfo de Wessex. A la muerte de este, en 858, le habían sucedido varios de sus hijos: Ethelbaldo, Ethelberto, después, y finalmente Ethelredo (840-871). Fue durante el reinado de este último cuando comenzó la mayor presión vikinga, y cuando Alfredo, junto a su hermano y al frente de sus ejércitos, reveló sus dotes guerreras. En el año 867, los dos hermanos se enfrentaron a los daneses en Nottingham, aunque sin éxito. De nuevo en el año 869, tras ser vencido el rey Edmund de Anglia Oriental por los vikingos, los dos hermanos sufrieron una nueva derrota en la batalla de Reading. Finalmente, en enero del 871 consiguieron la primera victoria en Ashdown. Muy poco tiempo después, en el mes de abril, murió Ethelredo (871), y le sucedió Alfredo, que ya había sido designado sucesor desde tiempo atrás por el Witenagemot (asamblea de notables vigente entre los siglos VII-XI). 44 Ruiz, José Ignacio, et al. Manual para el estudio de las historias nacionales de Europa, Servicio de Publicaciones. Universidad de Alcalá, 2010. ProQuest Ebook Central, http://ebookcentral.proquest.com/lib/binaessp/detail.action?docID=4760239. Created from binaessp on 2017-12-19 12:01:27.
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Alfredo, como monarca de Wessex y consciente de su debilidad militar, pactó con el caudillo danés Ivar un acuerdo de paz por el que debía pagarle un tributo (llamado Danegeld, literalmente «dinero danés»). Este acuerdo le proporcionó unos años de tregua. Los daneses aprovecharon para seguir expandiéndose hacia Mercia, para asentarse y convertirse en agricultores. Alfredo, por su parte, empleó el tiempo en reforzar su ejército. La tregua fue rota al final por parte vikinga en el año 876 cuando el sucesor de Ivar, Guthrum «el Viejo», no respetó el acuerdo de su padre y pretendió anexionarse el reino de Wessex. Sin embargo, la suerte se alió con los sajones cuando una tempestad aniquiló buena parte de una flota danesa que acudía en ayuda de Guthrum y éste se vio obligado a firmar una tregua. Duró pocos meses, porque en enero del año 878 las tropas danesas sorprendieron y aplastaron a las fuerzas de Alfredo en Chippenham, donde pasaban el invierno. Alfredo necesitó dos años para recomponer su maltrecho ejército y para volver a enfrentarse a los daneses, a los que finalmente derrotó en la batalla de Edington. Guthrum el Viejo se convirtió al cristianismo y durante seis años se mantuvo la paz. El año 884 tendría lugar una nueva derrota danesa a resultas de la cual se firmaba entre los contendientes un nuevo acuerdo de paz por el que dividían el territorio en dos partes: una bajo dominio danés y otra sajona, fijando por tanto los límites de aplicación de la Danelaw y del autogobierno danés. A partir de entonces se conoció como Danelaw o Danelagh no solo el ordenamiento jurídico de este pueblo —la ley danesa— sino también el territorio por ellos ocupado y en el que dicho ordenamiento se aplicaba. A raíz de ese acuerdo, Alfredo recibió la sumisión de la parte de Mercia que había resistido a la conquista vikinga, y que estaba representada por Ethelredo de Gloucester y el obispo de Worchester. Mercia dejaba de ser así un reino independiente y se vinculaba al reino de Wessex. Ethelredo de Gloucester pasaba a ser titulado earl (duque) de los mercianos y se convertía en vasallo de la Corona de Wessex. El vínculo fue más tarde sancionado con el matrimonio entre el duque y la hija mayor del rey Alfredo, Ethelfleda. Tras estos sucesos, de los que el rey Alfredo salía confirmado como único rey inglés (de ahí su apodo de «el Grande»), el soberano inició una profunda reforma de su reino. En lo militar, construyó una flota naval; dividió el Fryd —la leva militar— en dos grupos, que debían alternarse para posibilitar que los campesinos guerreros pudieran ocuparse de sus labores; construyó treinta y cinco plazas fuertes en posiciones estratégicas, que debían ser mantenidas por los distritos que defendían. En materia ci45 Ruiz, José Ignacio, et al. Manual para el estudio de las historias nacionales de Europa, Servicio de Publicaciones. Universidad de Alcalá, 2010. ProQuest Ebook Central, http://ebookcentral.proquest.com/lib/binaessp/detail.action?docID=4760239. Created from binaessp on 2017-12-19 12:01:27.
vil, editó una compilación de leyes que se remontaban, no sólo a las antiguas de los reyes Ine y Offa, sino también a las del reino de Kent, incorporado a la Corona de Wessex. Promovió el saber y reunió a estudiosos tanto de la zona danesa como de otras partes de Inglaterra; que tradujeron al inglés obras clásicas como la Historia Ecclesiastica Gentis Anglorum, de Beda, la Cura Pastoralis de Gregorio Magno, De Consolatione philosophiae de Boetio, además de la compilación de la famosa Crónica Anglosajona. Todo esto fue posible gracias a un largo periodo de paz de diez años durante los cuales incorporó a su dominio la ciudad de Londres (886). Sin embargo, la paz se rompió hacia el año 892, cuando tuvo que enfrentarse a un nuevo intento de invasión vikinga. Una nutrida flota —cerca de 800 barcos— procedente de Boulogne (tierra de los francos), recalaba en Britania, sus ocupantes tenían la pretensión de asentarse en Kent después de haber sido rechazados en el continente. Desde sus bases costeras y durante tres años devastaron amplias zonas de las regiones centrales de Inglaterra. Finalmente el rey Alfredo consiguió derrotarlos y expulsar a una parte hacia Francia, mientras la otra se establecía en la zona danesa.
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Superado este conflicto, en octubre del 899, moría el rey Alfredo. Dejaba un reino pacificado y el trono pasaba a su hijo Eduardo. 5. Predominio y unificación anglosajona: el sometimiento danés y la sumisión noruega Los mayores peligros a los que tuvo que enfrentarse Eduardo al ceñir la corona procedían de su propia casa. Uno de sus primos, Etevaldo, descendiente del rey Ethelredo (hermano mayor y antecesor de Alfredo en el trono), se opuso a la línea de sucesión establecida, y con la ayuda del rey danés de Anglia Oriental trató de invadir Wessex atravesando Mercia. El conflicto duró casi tres años. Finalmente, todo acabó con la muerte en batalla del pretendiente al trono, Etevaldo, y del rey danés que le había apoyado, Eric. Superados los conflictos sucesorios, Eduardo, apodado «el Viejo», se empeñó en la reconquista de los territorios bajo dominio danés. Consolidó sus victorias mediante la creación de burgos fortificados, que repobló con gentes de origen sajón. La expansión más importante fue la que consiguió en las tierras que los daneses habían ocupado en el este de Mercia. Con la ayuda de su cuñado Ethelredo, duque de Mercia, y su hermana Ethelfleda, the lady of the Mercians, llegó a controlar toda la Inglaterra que 46 Ruiz, José Ignacio, et al. Manual para el estudio de las historias nacionales de Europa, Servicio de Publicaciones. Universidad de Alcalá, 2010. ProQuest Ebook Central, http://ebookcentral.proquest.com/lib/binaessp/detail.action?docID=4760239. Created from binaessp on 2017-12-19 12:01:27.
quedaba al sur del río Humber. Durante el cuarto de siglo que duró su reinado (899-924), Eduardo consiguió agrandar territorialmente su reino, unificarlo y someter a los señores de la guerra daneses, aunque respetó y mantuvo sus leyes y costumbres. El hijo y sucesor de Eduardo, Athelstan (925-939), continuó la expansión. Conquistó Northumbria (927) y llegó a dominar toda la Britania romana, lo que le valió para inscribir el título de Rex Totius Brittaniae en las monedas de nuevo cuño. También hubo de enfrentarse a un intento de invasión desde el norte de un ejército formado por escotos y vikingos procedentes de Irlanda, a los que infligió una contundente derrota. Tras la batalla de Brunanburg (937) el peligro de las invasiones cesó, aunque persistían los problemas derivados del sometimiento de una numerosa población danesa que continuaba en contacto con los pueblos de sus territorios de origen.
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Sin embargo, los sucesores de Eduardo, Edmundo (939-946) y Edredo (946-955) tuvieron problemas para mantener la integridad de los territorios heredados. Sabemos que un señor de la guerra de Noruega, Erik Hacha sangrienta conquistó, aunque por poco tiempo, parte de Northumbria. Pero fue una ocupación pasajera. Ahora se hacía preciso dotar a los dominios de una organización administrativa, que vendría de la mano de sus descendientes. La herencia de Edredo dio lugar, de nuevo, a conflictos sucesorios. Sus sobrinos, Eadwig o Edwi (955-959) y Edgardo (959-975), hijos del rey Edmundo, encabezaron, cada uno, facciones nobiliarias y eclesiásticas enfrentadas, y marcaron el inicio del ocaso de la dinastía sajona. Este fue uno de los problemas, y no el menor, por el que pasaron las monarquías electivas, y del que muchas saldrían por la vía de las monarquías hereditarias y posiblemente de origen divino. Edgardo fue coronado rey en 959 y fue el primer monarca que abordó el asunto de la sucesión y de la organización administrativa. Transformó el sistema de monarquía electiva por el de hereditaria y dinástica, y dotó a los dominios ingleses de una administración renovada, si bien el auténtico artífice de los cambios fue el arzobispo de Canterbury, Dunstán, apoyado por Osvaldo, obispo de Worcester, y por Ethelvoldo, obispo de Winchester, muy vinculados al poder real. Con su concurso, entre los años 959 y 975, se llevó a cabo una reforma profunda de la estructura clerical y, con ella, también del sistema social y político inglés, al socaire de lo que estaba ocurriendo en el continente. Las reformas se orientaron, en primer lugar, hacia el clero, imponiéndole un celibato que en el pasado no había respetado, y obligando igualmente a los monjes a cumplir sus votos 47 Ruiz, José Ignacio, et al. Manual para el estudio de las historias nacionales de Europa, Servicio de Publicaciones. Universidad de Alcalá, 2010. ProQuest Ebook Central, http://ebookcentral.proquest.com/lib/binaessp/detail.action?docID=4760239. Created from binaessp on 2017-12-19 12:01:27.
de pobreza, castidad y obediencia. Asimismo se limitó el poder que los grupos de parentesco local y oligárquicos ejercían sobre los monasterios y las parroquias. El propósito no era otro que, a través de la aplicación de la regla benedictina y de la reforma cluniacense, conformar un clero más integrado y dependiente de los poderes centrales.
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De esta manera, la reforma se constituía en baluarte para el reforzamiento del poder real. Una vez reforzado, el apoyo real servía a su vez para acallar protestas, mediante el establecimiento de nuevos monasterios (más de una treintena se fundaron en este reinado), dotados con tierras de concesión real y por tanto, independientes de la nobleza local. Así los abades y obispos reformados no sólo convergieron en sus intereses con los de la monarquía, sino que prestaron su apoyo al rey, se erigieron en defensores de sus prerrogativas y, en última instancia, apoyaron la sacralización del poder real. Los monasterios reformados obtuvieron una jurisdicción privativa y administraban sus tierras cediéndolas por contratos similares a la enfiteusis (plazos muy largos de 99 años). Por otro lado, se realizó una ordenación administrativa del territorio, dividido en condados (shires), cada uno de ellos con un magistrado nombrado por la corona (Shire-reeves, sheriffs), con competencias para imponer contribuciones, levantar levas e impartir justicia; iniciaba con ellos su andadura una jurisdicción suprema, la justicia real. Los condados se dividían a su vez en secciones llamadas hundreds (wapentakes en el Danelaw), con sus propios magistrados y tributos. Finalmente, se estableció una asamblea en la que tenían presencia los obispos, los earl y los sheriffs; asamblea que asistía al rey en sus decisiones. La división territorial en condados prácticamente se ha mantenido hasta nuestros días. Esta organización instauraba en Inglaterra un sistema socioeconómico con vínculos de dependencia, cuya cúspide temporal era la monarquía. Naturalmente se trataba de un sistema feudal con características propias y aspectos diferentes de los del continente. En el año 973, Edgardo asumía la corona imperial, por una parte como respuesta a las aspiraciones universalistas de Otón I, y por otra como afirmación de la superioridad inglesa sobre Gales y Escocia. Esta última región se había constituido en reino a consecuencia de las invasiones vikingas y su consolidación vino cuando los monarcas Malcolm I y Malcolm II absorbieron los reinos independientes de Cumberland y Lithian. Las reformas propugnadas por Edgardo no fueron asumidas sin una fuerte contestación que se manifestaría en el siguiente reinado. A su muerte (975), surgieron reacciones por parte de los grupos nobiliarios locales, que se tradujeron en tensiones sucesorias entre Eduardo, hijo de su 48 Ruiz, José Ignacio, et al. Manual para el estudio de las historias nacionales de Europa, Servicio de Publicaciones. Universidad de Alcalá, 2010. ProQuest Ebook Central, http://ebookcentral.proquest.com/lib/binaessp/detail.action?docID=4760239. Created from binaessp on 2017-12-19 12:01:27.
primer matrimonio, y Ethelredo, hijo habido con su segunda mujer, ambos encabezando opuestas facciones nobiliarias. Ante tal situación, el arzobispo Dunstan se apresuró a coronar a Eduardo como hijo mayor. Pero las otras facciones nobiliarias reaccionaron asesinando al rey en 978. Tras esto fue coronado Ethelredo, a pesar de sus 10 años. Esto significó la consiguiente pérdida de poder político por parte del obispo de Canterbury Dunstán, que fue sustituido por el poderoso earl Elfere, y la facción reformadora.
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6. El efímero imperio marítimo nórdico (c. 990-1035) Durante el largo reinado de Ethelredo (978-1016), los daneses sometidos se rebelaron y se sucedieron las incursiones vikingas. Esta vez la procedencia no era exclusivamente escandinava, sino que los atacantes venían también desde Irlanda y desde la Isla de Man, una punta de lanza en el Mar de Irlanda para estos invasores. Desde el año 980 atacaron Chester y Southampton, y continuaron sus correrías por Devon y Cornualles. Pero el verdadero problema se presentó en 991, cuando una invasión procedente de Noruega y Dinamarca y que llegó en ayuda de los sublevados, devastó Leswich y los saqueos llegaron hasta las puertas de Londres. Finalmente, los invasores acabaron imponiendo un rescate (Danegeld) al reino de Inglaterra para abandonar el territorio ocupado. Es probable que la pérdida de control de la Corona sobre la nobleza y el deterioro de la autoridad regia complicasen la organización de una defensa eficaz. Por otra parte, el que la población de las regiones septentrionales del reino fuera predominantemente danesa no debió inspirar en el monarca la confianza de que mantuvieran su lealtad. Así, determinó pagar los rescates que periódicamente le venía imponiendo el rey de Dinamarca, Svend, acrecentados en cada incursión entre el 1003 y el 1011. Llegado el año 1013, viendo el rey danés la poca oposición que encontraba, decidió una conquista en toda regla. Acompañado de su hijo Canuto y al mando de una flota poderosa arribó a la desembocadura del Humber y llegó a conquistar Londres. Contaba con el apoyo mayoritario de los hombres del Danelaw, y desde aquella base acometió una campaña de expansión sin grandes resistencias sajonas. Así las cosas, Ethelredo hubo de huir y refugiarse en la corte del duque de Normandía, Ricardo, hermano de su segunda mujer. De esta forma, el danés Svend quedaba como rey y señor de toda la Britania sajona. Pero su repentina muerte en febrero de 1014 quebró su destino. Su hijo Canuto, preocupado por la sucesión y los conflictos que de ésta podían derivar regresó a Dinamarca. Este vació lo 49 Ruiz, José Ignacio, et al. Manual para el estudio de las historias nacionales de Europa, Servicio de Publicaciones. Universidad de Alcalá, 2010. ProQuest Ebook Central, http://ebookcentral.proquest.com/lib/binaessp/detail.action?docID=4760239. Created from binaessp on 2017-12-19 12:01:27.
aprovecho Ethelredo, que, convocando a la nobleza sajona, recuperó el trono hasta su muerte en 1016. Pero de nuevo aparecieron las luchas sucesorias y de facciones nobiliarias: entre los partidarios del hijo de Ethelredo, Edmundo, y los partidarios de Canuto, hijo de Svend, que había vuelto para recuperar su herencia inglesa, una vez que a su hermano mayor le había correspondido el reino de Dinamarca. Tras una serie de choques armados y la victoria final danesa de Ashington (1016), se llegó al acuerdo de dividir el reino. Sin embargo, a las pocas semanas y a consecuencia de la muerte del sajón, Canuto era reconocido heredero y proclamado rey de toda Inglaterra (10171036). Para legitimar su nueva posición se casó con la viuda de Ethelredo, Emma. Se creaba así una nueva situación que ponía obstáculos a las pretensiones de los hijos que aquélla había tenido con el difunto rey sajón.
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Una serie de circunstancias hicieron de Canuto el señor del Mar del Norte. En 1018 su hermano mayor, el rey danés, murió dejando libre la corona danesa. Diez años más tarde, después de una victoriosa invasión de Noruega, Canuto ocupó también el trono noruego. De esta forma, Inglaterra entró a formar parte, como núcleo principal, de un vasto dominio o «imperio nórdico» que se extendía por todo el Mar del Norte y llegaba hasta Noruega. Canuto fue un rey conciliador. Respetó las leyes y usos sajones; para la administración territorial mantuvo a buena parte de la nobleza local, como fue el caso de Godwine, conde de Wessex (protagonista relevante de los sucesos posteriores), y como ferviente católico se apoyó en los eclesiásticos reformadores que, de esta forma, adoptaron el papel de evangelizadores con la misión de cristianizar los reinos escandinavos. Su imperio, sin embargo, no le sobrevivió. En 1035, su hijo Svend, el primogénito de su primer matrimonio, perdió rápidamente su herencia de Noruega. El segundo, del mismo matrimonio, Haroldo, que había sido designado heredero de las coronas danesa e inglesa, consiguió tras difíciles acuerdos entre la nobleza inglesa que el Consejo Real (Witan) le confirmase en el trono con preferencia a su hermanastro Hardicanuto. Sin embargo, la muerte de Harold en 1040 llevó a éste último a la Corona de Inglaterra, que mantuvo por dos años hasta su fallecimiento. Godwine, el earl de Wessex, el hombre más poderoso entre la nobleza insular sajona, promovió entonces con éxito al hijo supérstite del viejo rey Ethelredo y de Emma, Eduardo, que pasó a la historia con el sobrenombre de «El Confesor», y permaneció en el trono de Inglaterra hasta la invasión normanda. 50 Ruiz, José Ignacio, et al. Manual para el estudio de las historias nacionales de Europa, Servicio de Publicaciones. Universidad de Alcalá, 2010. ProQuest Ebook Central, http://ebookcentral.proquest.com/lib/binaessp/detail.action?docID=4760239. Created from binaessp on 2017-12-19 12:01:27.
7. Eduardo el Confesor: entre normando y sajón (1042-1066) La figura de Eduardo ha sido controvertida, atribuyéndole calificativos tan dispares como inepto o culto y piadoso. Lo más probable es que fuera un hombre de mediana valía, tranquilo, más aficionado a la cultura monástica que a la guerra (no en vano había pasado gran parte de su vida en monasterios franceses), y a quien le tocó lidiar con unas circunstancias especialmente difíciles.
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Su largo reinado (1042-1066) se caracteriza por las luchas nobiliarias y el poder que adquirió la nobleza territorial. En el año 1041, Eduardo llegaba a tierras inglesas, y un año más tarde, era elegido Rey. Descendiente directo de Alfredo el Grande, se había criado en Normandía, donde habían transcurrido los años de su juventud y primera madurez. Por educación y vía materna era más normando que inglés, pensaba en francés y odiaba las groseras formas y costumbres de la nobleza anglosajona, que por su parte le consideraba ajeno a los usos ingleses y creía poderlo manejar. Sin embargo, tan pronto ascendió al trono, empezó a rodearse de normandos, flamencos y bretones, muchos de ellos clérigos, que poco a poco ocuparon los puestos claves en la administración del reino y de la alta jerarquía eclesiástica, menguando con ello la influencia cortesana de la nobleza local, empeñada en estériles enfrentamientos, por ambiciones territoriales y de dominio social y político. Eduardo aprovechó las tensiones señoriales en beneficio propio. Muy especialmente intentó contener las aspiraciones del mayor terrateniente entre los nobles ingleses, el earl de Wessex, Godwine, a pesar del apoyo que éste le había prestado para hacerse con el trono, y no dejó de alimentar las ambiciones de los earls de Mercia y Northumbria (el anglo Leofric, y el danés Siward), principales adversarios de aquel (que era sajón). Godwine desplegó su estrategia en distintos planos: en lo social, consiguió casar a su hija Edith con el propio rey, con lo que alcanzó gran distinción entre los nobles; en lo económico, incrementó sus dominios territoriales; en lo político, su primogénito Svend fue nombrado earl del valle del Severn, Harold, el segundo, earl de Anglia Oriental, y su sobrino Beorn adquirió otro señorío en Midland. Este creciente poder de Godwine limitaba el ámbito de influencia del rey, que para contrarrestarlo hacía ocupar los cargos de designación regia a personas afines, que eran fundamentalmente extranjeros y clérigos, lo que generó el rechazo de los poderes locales. Sin embargo, la posición de Godwine empezó a debilitarse, en gran medida por el comportamiento de su hijo Svend, que tras violar a una abadesa y asesinar a su primo Beorn, provocó el desprecio y animadver51 Ruiz, José Ignacio, et al. Manual para el estudio de las historias nacionales de Europa, Servicio de Publicaciones. Universidad de Alcalá, 2010. ProQuest Ebook Central, http://ebookcentral.proquest.com/lib/binaessp/detail.action?docID=4760239. Created from binaessp on 2017-12-19 12:01:27.
sión de la Iglesia y de buena parte de la nobleza. El apoyo del padre hacia su hijo, sin considerar el malestar de los grupos ofendidos, acabó por pasarle factura. El rey aprovechó la corriente de opinión contraria al earl de Wessex Godwine y su familia, e intentó que rindiera cuentas ante la justicia. Godwine no se sometió y recurrió a las armas contra su rey, que hubo de pedir auxilio a Leofric de Mercia y Siward de Northumbria. La superioridad militar real hizo huir a Godwine y a dos de sus hijos (Svend y Tostig) a Brujas, mientras el otro, Harold, lo hacía a tierras irlandesas. La reina, Edith, era recluida en un convento de clausura. El rey, proscribía la presencia de los «Godwinsons» en el reino.
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Fue éste un triunfo de corto alcance. El rey premió con los beneficios y oficios de Godwine a sus allegados, casi todos extranjeros, con lo que se aseguraba sus lealtades. Pero con esta actitud no hizo sino irritar a la mayor parte de la nobleza inglesa, ya de por sí suspicaz por la importante presencia francófona en altos cargos de la Corte, lo que provocó una reacción en contra del rey. Buena parte de los bretones y de los normandos se apresuraron a huir abandonando al monarca. Un nuevo Consejo Real prohibió la presencia de muchos extranjeros en tierras inglesas y permitió a Godwine volver y recuperar sus propiedades. El rey, en definitiva, quedó en manos de la nobleza y de la familia del duque de Wessex, cuyo poder aumentó de forma considerable. Así las cosas, y con Eduardo envejeciendo sin descendencia, empezaron a tomar posiciones los pretendientes al trono, dos de ellos extranjeros: Guillermo de Normandía y Harold Hardrada, rey de Noruega. Por otro lado, con respaldo legitimista, Edward, hijo de Edmund Ironside, que se encontraba en Hungría, y al poco de regresar murió. Por último, Harold, el hijo de Godwine, aunque no era de sangre real, sí tenía un auténtico poder por los dominios que concentraba a la muerte de su padre. Cuando murió Eduardo en 1066, los partidarios de Guillermo de Normandía sostenían que el rey, antes de morir, había ofrecido la corona inglesa a Guillermo. Por su parte, los partidarios de Harold Godwinson, afirmaban que el rey en su lecho de muerte había nombrado heredero a éste para preservar el reino en manos inglesas. Finalmente, el Consejo Real designó a Harold Godwinson, evidentemente el poder más efectivo del reino, y que después de su exilio supo granjearse la confianza de la nobleza y muy especialmente la del earl de Mercia. Aunque no todos los poderosos pensaron lo mismo. Su propio hermano Tostig, nombrado por el rey Eduardo earl de Northumbria a la muerte de Siward, no sólo estuvo en su contra sino que llegó a apoyar las pretensiones al trono de Harold de Noruega. 52 Ruiz, José Ignacio, et al. Manual para el estudio de las historias nacionales de Europa, Servicio de Publicaciones. Universidad de Alcalá, 2010. ProQuest Ebook Central, http://ebookcentral.proquest.com/lib/binaessp/detail.action?docID=4760239. Created from binaessp on 2017-12-19 12:01:27.
Así las cosas, tres facciones se hallaban enfrentadas a la muerte del rey. Harold Godwinson, sospechando que Guillermo desembarcaría desde Normandía, preparó a su ejército para este eventual encontronazo. Sin embargo fue Harold Hardrada, el rey de Noruega, quien dirigió su armada hacia Inglaterra, contando con la ayuda de Tostig. Los hermanos Edwin y Morcar, earls de Mercia y Northumbria respectivamente, se ocuparon de la defensa, pero fueron derrotados por las fuerzas escandinavas. Hardrada prosiguió su avance hacia el sur hasta encontrar al ejército de Harold en el Yorkshire. En la batalla de Stamford Bridge murieron el rey noruego y Tostig, lo que puso fin a las aspiraciones noruegas.
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Días después de aquella batalla, las fuerzas normandas de Guillermo desembarcaban en la bahía de Pevensey, y Harold se vio obligado a regresar hacia el sur y a recomponer su ejército para enfrentarse con él. A pesar de una cierta superioridad numérica de los sajones, el ejército de Guillermo, compuesto por normandos y mercenarios francos y bretones, estaba mejor pertrechado y disponía de caballería armada. El 14 de octubre de 1066, en Hastings, se encontraron así los dos contendientes. Allí murieron Harold y buen número de nobles anglosajones. El triunfo de Guillermo fue el último caso, en la Historia de Inglaterra, en que un ejército invasor alcanzaba una victoria en suelo inglés. 8. La conquista normanda y el control del reino por Guillermo (1066-1087) Con enorme esfuerzo, Guillermo se lanzó a la conquista de Inglaterra. Había que superar las dificultades de trasladar a dos mil caballeros de un lado a otro del Canal de la Mancha, con más de dos mil quinientos caballos, con escasas estructuras portuarias para el embarque y el desembarque y con barcos, en su mayoría, y a pesar de ser construidos para la ocasión, inadecuados; en cada uno apenas cabían más de una docena de cabalgaduras. Por otra parte, tuvo que convencer a un buen número de caballeros para que participaran en semejante empresa: el derecho feudal no permitía que el duque de Normandía impusiera de modo coercitivo a sus barones la prestación del servicio de armas fuera de los dominios territoriales del señor. En cualquier caso, el ansia de botín y conquistas territoriales prometidas por Guillermo debió mover a los caballeros a participar en la empresa de conquista de Inglaterra. Más de un tercio de las tropas que desembarcaron procedían de Flandes, Bretaña e incluso del sur de Italia y de otras regiones habitadas por normandos. Sea como fuere, a finales del verano de 1066, Guillermo llegaba a Inglaterra con una fuerza expedicionaria compuesta en gran parte por caballería pesada y por eficaces ba53 Ruiz, José Ignacio, et al. Manual para el estudio de las historias nacionales de Europa, Servicio de Publicaciones. Universidad de Alcalá, 2010. ProQuest Ebook Central, http://ebookcentral.proquest.com/lib/binaessp/detail.action?docID=4760239. Created from binaessp on 2017-12-19 12:01:27.
llesteros, composición ésta que se revelaría de una gran eficacia y decisiva en el resultado final de la batalla que hubo de librarse. El ejército de sus adversarios, siendo más numeroso, resultó ineficaz y retrasado, no sólo en medios y recursos, sino en técnicas y tácticas militares. Guillermo consideraba que la razón, el derecho y la justicia amparaban sus pretensiones. El viejo rey Eduardo de Inglaterra le había prometido en herencia el reino y además había recibido la bendición papal para su empresa frente al considerado usurpador sajón Harold. El papa Alejandro II le hizo llegar un estandarte consagrado para sus tropas, de lo que se deduce que veía en Guillermo la oportunidad de lograr una mayor influencia sobre el clero de la isla de la que le habría proporcionado un rey inglés. Cualesquiera que fueran las motivaciones del pontífice, lo cierto es que el día 14 de octubre de 1066, cuando el duque de Normandía, Guillermo «El Bastardo», se enfrentaba a Harold Godwinson en la pugna por el trono inglés, su campaña tenía la unción de una guerra santa.
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El escenario de aquella batalla fue Hastings, en la costa meridional. La confrontación ha sido muy estudiada por historiadores y militares, pese a la ausencia de innovaciones en las tácticas de combate, por sus perdurables consecuencias políticas. El ejército sajón estaba formado por siete mil hombres, de los que cinco mil procedían del fyrd, la milicia de leva sajona, y los dos mil restantes eran huscarles (housecarls), y componían la infantería pesada, los soldados de elite del rey, provistos de armaduras y grandes hachas. Los normandos en cambio, apenas llegaban a los cinco mil, pero formaban un ejército especializado, donde a los tres mil infantes de a pie, gran parte de los cuales estaban provistos de arcos y ballestas, se unían los bien pertrechados caballeros, que inclinaron definitivamente la balanza hacia el lado normando. En un primer momento la posición estratégica de las fuerzas autóctonas, situadas en lo alto de una colina, impidió el uso provechoso de la caballería. Pero, tras un día entero de escaramuzas, los sajones sucumbieron ante la más manida de las estratagemas, la retirada fingida de los asaltantes. Mientras los entusiasmados sajones perseguían a los infantes, la caballería normanda cargaba contra ellos y causaba verdaderos estragos entre los efectivos enemigos desprotegidos. Fue el inicio de la derrota para las fuerzas inglesas, que culminaría poco después con la muerte de Harold, y que otorgaría a Guillermo el sobrenombre de «El Conquistador». Pero, sobre todo, fue también el comienzo de una nueva etapa en la historia de la isla: la del predominio normando, período durante el cual Inglaterra se vería casi continuamente inmersa en conflictos bélicos, tanto dentro de su propio territorio como 54 Ruiz, José Ignacio, et al. Manual para el estudio de las historias nacionales de Europa, Servicio de Publicaciones. Universidad de Alcalá, 2010. ProQuest Ebook Central, http://ebookcentral.proquest.com/lib/binaessp/detail.action?docID=4760239. Created from binaessp on 2017-12-19 12:01:27.
frente a sus vecinos continentales. A la vez, irían naciendo instituciones tan importantes para el futuro como el propio parlamento y tendría lugar la consolidación del derecho común. En suma, con esos sucesos se abre una etapa de importancia trascendental para la comprensión de la historia insular.
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Guillermo, tras el triunfo de la batalla de Hastings, no pretendía introducir en Inglaterra cambios importantes, ni desde el punto de visto legislativo, ni desde el gubernativo. Más bien, al contrario, lo que deseaba era revestir su reinado de una imagen de continuidad y legitimidad dinástica. Así lo hizo cuando, el día de Navidad de 1066, fue coronado rey de Inglaterra, en Westminster, en el mismo lugar y con similar ceremonial al que habían utilizado los monarcas que le habían antecedido en el trono. No obstante, con ello no logró acabar con los recelos que su persona suscitaba tanto entre la población local como, sobre todo, entre la aristocracia establecida. Desde el año 1066 hasta el 1071 continuaron los enfrentamientos armados entre facciones rebeldes y opuestas al nuevo monarca. Para poner fin a esta situación fue necesario armar una poderosa expedición militar y enviarla al norte del río Humber con el propósito de reducir a los últimos opositores a su conquista. Guillermo aprovechó esa rebeldía para expropiar las tierras y demás posesiones de los nobles rebeldes. Fue así como, poco a poco, a lo largo de veinte años, consiguió confiscar buena parte de los territorios que anteriormente habían pertenecido a los grandes señores ingleses, trasfiriéndolos a sus seguidores como recompensa por la lealtad y los servicios prestados. Con este reparto, de carácter típicamente feudal, nacía una nueva aristocracia vinculada al nuevo monarca. Aunque hubo propiedades adjudicadas a la Iglesia y en concreto a algunas órdenes religiosas como cistercienses y benedictinos, la mayoría de los beneficiados, los nuevos señores de la tierra inglesa, eran guerreros normandos, que en los feudos recibidos por concesión regia erigían castillos para defenderse de la hostilidad de los habitantes de su distrito. Esas fortalezas, tan raras en la campiña inglesa en épocas anteriores, contribuyeron a fijar la imagen de un ejército invasor y a mantener viva una desconfianza, por parte de una población mayoritaria y autóctona, ante los nuevos señores normandos que traían distintas costumbres e incluso distinta lengua. Los normandos hablaban francés, el clero latín, y la población local innumerables dialectos ingleses. Los nuevos conquistadores no solían residir de modo permanente en sus nuevos feudos, bien porque ya eran poseedores de otros feudos en el continente, o bien porque le habían sido asignados dominios dispersos en distintas regiones de la isla. En lugar de asentarse de forma permanente y 55 Ruiz, José Ignacio, et al. Manual para el estudio de las historias nacionales de Europa, Servicio de Publicaciones. Universidad de Alcalá, 2010. ProQuest Ebook Central, http://ebookcentral.proquest.com/lib/binaessp/detail.action?docID=4760239. Created from binaessp on 2017-12-19 12:01:27.
dedicarse a la explotación agropecuaria de sus dominios, como había sucedido con otros conquistadores de épocas pasadas; optaron por formas indirectas de explotación de los fundos, consolidando así un nuevo panorama feudal en cuanto a la propiedad y la tenencia de la tierra.
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Al cabo de veinte años, casi todas las propiedades fundiarias valiosas de la isla estaban en manos del propio rey o de sus más allegados y lugartenientes. Estos señores, vasallos del rey, que ocupaba la cúspide, eran el segundo escalón en una pirámide social; ellos, a su vez, cedían porciones de sus feudos a otros caballeros, que se reconocían por ello vasallos suyos y les juraban fidelidad y servicios. Por debajo del grupo de los señores estaba un conjunto heterogéneo de hombres libres, propietarios o no de tierra, arrendatarios y aparceros, y finalmente siervos, personas sin libertad. Los feudos formados como consecuencia de la asignación regia están perfectamente descritos en una extraordinaria encuesta censal que el rey normando ordenó en 1086, el llamado Domesday Book. Este documento constituye el primer registro catastral hecho en la Europa medieval. Aunque los datos recogidos no abarcan a todo el reino (quedaron fuera cuatro condados septentrionales y algunas ciudades importantes como Winchester, entonces capital de Inglaterra, o Londres), lo cierto es que lo recopilado resultó bastante exhaustivo. El Domesday Book relacionaba los dominios fundiarias y el régimen de propiedad; establecía primero los de dominio regio, luego los pertenecientes a la Iglesia, siguiendo el orden de la propia jerarquía eclesiástica, de mayor a menor; y finalmente los de los señores feudales y los de los que se habían vinculado con éstos últimos por vasallaje, siempre en rango decreciente. Los dominios que correspondían a cada uno se indicaban en hundreds, división de la tierra que ya se había utilizado en tiempos de los sajones con fines fiscales, y que comprendía hides, una unidad de medida de tamaño variable desde 40 a 120 acres, con la que se designaba el terreno capaz de mantener a una familia campesina. Desde el punto de vista del señor feudal, la unidad básica, sin embargo, era el manor, equivalente al feudo de menor tamaño, esto es, la más pequeña propiedad territorial detentada por un lord, que normalmente incluía una sola aldea pero podía eventualmente comprender varias, si bien los terrenos de una aldea podían estar vinculados o no a un señor feudal. En el libro se indicaban también los derechos de uso de terrenos y pastos comunales, los mercados locales y naturalmente el valor de la renta de los distintos manors. En la elaboración del catastro se emplearon cuatro años (se acabó en 1090), y resultó un documento extremadamente valioso, tanto como base 56 Ruiz, José Ignacio, et al. Manual para el estudio de las historias nacionales de Europa, Servicio de Publicaciones. Universidad de Alcalá, 2010. ProQuest Ebook Central, http://ebookcentral.proquest.com/lib/binaessp/detail.action?docID=4760239. Created from binaessp on 2017-12-19 12:01:27.
de las ulteriores exacciones fiscales como porque garantizaba a los poseedores de la tierra la legitimidad de su titularidad.
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El régimen feudal instaurado por Guillermo en Inglaterra guardaba bastantes semejanzas con el que se aplicaba en su lugar de origen, en Normandía. El feudo se conceptuaba como la concesión transitoria y reversible, por parte de la Corona, de un territorio. Obviamente no quedaba éste de libre disposición, y sólo la descendencia masculina directa podía reclamarlo al momento de la sucesión de su titular. Eso sí, pagando un impuesto de investidura al soberano y subrogándose en los mismos deberes que habían sido impuestos al difunto. La investidura feudal comportaba la jurisdicción sobre el territorio y los vasallos y la posibilidad de organizar a su arbitrio los cultivos, la situación y tipo de los arrendamientos y también la subdivisión de la tierra para su ulterior cesión a otros guerreros, vasallos suyos, para defender las posesiones obtenidas. Un sistema como el que establecieron los normandos trajo consigo un aumento en el número de los campesinos que estaban vinculados servilmente a la tierra y la consiguiente disminución de los agricultores con estatuto de hombres libres. Los campesinos libres continuaron existiendo en número apreciable en determinadas regiones, como las sometidas al fuero danés (el Danelaw). Esos campesinos libres, propietarios de haciendas, junto con el patriciado urbano y la nobleza rural menor darían lugar a un grupo social heterogéneo que acabaría siendo denominado como el de los «comunes». Aunque Guillermo confiscó tierras y estableció nuevos feudos para recompensar a sus fieles, en lo demás, respetó el anterior status quo y el sistema administrativo que venía funcionando desde el tiempo de los sajones. Como ya hemos señalado se mantuvo la división territorial en hundreds. La atribución del poder gubernativo y de la justicia real estaba representado por los sheriffs, especie de alguaciles o jueces de distrito, de nominación regia, que aplicaban la justicia real. Tampoco fueron modificados el sistema de leva militar (fyrd) y la recaudación de algunos tributos, en definitiva, todas las instituciones consolidadas por el tiempo, que, gracias a la eficiencia de los funcionarios a quienes estaban encomendadas, proporcionaban a la Corona un mecanismo para el mejor control del reino y un instrumento de contención frente a los eventuales avances y abusos de poder de los más ambiciosos señores feudales. Junto a la nobleza, mucha de origen normando como acabamos de señalar, el otro gran poder que podía suponer un peligro para el nuevo monarca era la jerarquía eclesiástica. En Inglaterra, los obispos eran por tradición celosos defensores de la autonomía e independencia de sus de57 Ruiz, José Ignacio, et al. Manual para el estudio de las historias nacionales de Europa, Servicio de Publicaciones. Universidad de Alcalá, 2010. ProQuest Ebook Central, http://ebookcentral.proquest.com/lib/binaessp/detail.action?docID=4760239. Created from binaessp on 2017-12-19 12:01:27.
rechos. Uno de los primeros objetivos del rey fue contrarrestar su influencia en un equilibrio de fuerzas más favorable a sus intereses. Por ello posibilitó la entrada a nuevas órdenes religiosas, como la benedictina y la cisterciense fundamentalmente, y procedió a la sustitución de los viejos prelados por otros más afines a sus intereses. Con ayuda de un reconocido teólogo italiano, Lanfranco, buen amigo suyo, consiguió ir colocando en las sedes obispales y abadías más significadas a nuevos prelados, generalmente extranjeros, a medida que sus anteriores titulares iban dejando vacantes sus puestos. De esta forma un poder tan importante como el de la Iglesia se vinculaba con el poder real.
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9. Enrique I y el exchequer (1100-1035) Guillermo, duque de Normandía, se había convertido en rey de Inglaterra, pero no podía descuidar sus feudos continentales. A su muerte, que tuvo lugar precisamente en Francia, en 1087, se planteó la cuestión de si debía o no continuar la unión dinástica entre estos dos dominios, el reino de Inglaterra y el ducado de Normandía, que originaban problemas muy diferentes. El propio rey debió plantearse estos problemas dinásticos cuando determinó que, a su muerte, el ducado francés pasase a su hijo mayor, Roberto Courteheuse, con el que había estado enemistado muchos años, y los dominios insulares a Guillermo, apodado «Rufus», «el Rojo». Su descendencia era mucho más amplia, contaba con muchas hijas y un tercer varón que le sobrevivía, Enrique, que quedaría sin título ni dominio, pero con una buena cantidad en metálico. Este reparto no satisfizo a ninguno de los herederos, y lo que era peor, tampoco gustó a muchas nobles familias con intereses y posesiones en ambos lados del Canal. Muy pronto estallaron las desavenencias fraternas y con ellas los conflictos faccionales derivados de incompatibles vínculos de fidelidad y lealtades de servicio con dos señores recíprocamente enemistados: ¿a quien debía obedecer el vasallo de dos señores que recibía de estos órdenes contradictorias? La situación se fue deteriorando y dentro de la misma Inglaterra y en la propia Corte, el ambiente se tornó enrarecido entre los partidarios del duque Roberto, que querían a este como cabeza de un único reino unido, y los partidarios del designado como heredero por el propio rey Guillermo, su homónimo Guillermo «el Rojo». La situación presagiaba el comienzo de una guerra civil y la población local, abiertamente proclive a la separación de ambos dominios, aceptó de buen grado su incorporación a filas con tal de hacer fracasar las pretensiones unitarias del duque Roberto y de sus seguidores. 58 Ruiz, José Ignacio, et al. Manual para el estudio de las historias nacionales de Europa, Servicio de Publicaciones. Universidad de Alcalá, 2010. ProQuest Ebook Central, http://ebookcentral.proquest.com/lib/binaessp/detail.action?docID=4760239. Created from binaessp on 2017-12-19 12:01:27.
Así estaban las cosas cuando la Primera Cruzada (1095-1099) vino a posponer las ambiciones del duque Roberto al trono británico. El fervor desatado por la mística caballeresca y las llamadas de los predicadores a participar en una empresa de fuerte calado ideológico y religioso le hizo desistir de ese empeño. Falto de los medios económicos suficientes, pactó con su hermano Guillermo un préstamo de elevada cuantía, que garantizó empeñando sus derechos feudales en Normandía, y se fue a Tierra Santa.
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De esta forma, Guillermo quedó como rey indiscutido en la isla. No obstante, su carácter violento, la presión tributaria que ejerció y, en general, su modo despótico de gobernar no le granjearon la estima popular. En cualquier caso, su reinado no duró demasiado tiempo. En el año 1100 el azar o la premeditación calculada dirigían la flecha que, en una jornada de caza en la que participaba su hermano menor Enrique, provocaba su muerte. En cualquier caso, carente el difunto de herederos directos, la sucesión fraterna no tropezó con demasiados obstáculos. Enrique se hizo primero con el tesoro real, y después, casi sin oposición, consiguió ceñir la corona. Ya como nuevo rey, Enrique, para granjearse la consideración de sus súbditos, emitió un bando, conocido como Charter of Liberties, por el que reducía la presión fiscal, abolía las disposiciones de su hermano que más resistencia habían encontrado entre la nobleza y el clero, y prometía aplicar la justicia y el derecho consuetudinario sajón, costumbre que a partir de él adoptarían todos los reyes ingleses. Puede que esa misma pretensión de ser aceptado como legítimo continuador de la dinastía y de las tradiciones insulares fuera la razón última de su matrimonio con Matilde, descendiente directa de la línea de los monarcas sajones. El apoyo mayoritario de sus vasallos le fue muy útil cuando su hermano Roberto volvió a Normandía al regreso de la Cruzada, momento en el que de nuevo se reanudaron los conflictos faccionales con los partidarios del duque normando, liderados en territorio inglés por la poderosa familia Montgomery. El monarca necesitó unos cuantos años para reducir a la obediencia feudal a la nobleza más recalcitrante, lo que no resultó empresa fácil. Hubo de emplear todo tipo de medidas desde, las confiscaciones, hasta las penas de exilio y deportaciones, pasando por los enfrentamientos armados con sus oponentes. En el año 1105 y una vez consolidada su posición en la isla, Enrique atravesó el Canal para llevar el conflicto, al continente, con el argumento de proteger los intereses, los derechos feudales y los patrimonios que sus vasallos más fieles poseían en territorio normando. Muchos habían sufrido la revancha de los partidarios de Roberto, con quebrantos y hasta verdaderos expolios de sus 59 Ruiz, José Ignacio, et al. Manual para el estudio de las historias nacionales de Europa, Servicio de Publicaciones. Universidad de Alcalá, 2010. ProQuest Ebook Central, http://ebookcentral.proquest.com/lib/binaessp/detail.action?docID=4760239. Created from binaessp on 2017-12-19 12:01:27.
propiedades. Por su parte el duque Roberto, manifiestamente falto de autoridad, no pudo prestar el auxilio que necesitaban sus defensores, ante las enormes deudas que había acumulado. El conflicto armado que se desencadenó dio lugar a la decisiva batalla campal de Tinchencrai, el 28 de septiembre de 1106, en la que resultaría triunfador el rey Enrique. Roberto fue hecho prisionero y posteriormente encarcelado en un castillo inglés. El trono inglés y el ducado normando quedaban reunidos nuevamente por la fuerza militar.
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Se inauguraba así un período de cierta tranquilidad para Inglaterra. Durante casi veinticinco años, hasta la muerte de Enrique I en 1130, no se produjeron nuevas rebeliones en sus dominios insulares. El rey logró incluso un entendimiento con la Iglesia, después de las tensiones generadas por la elección de los altos cargos eclesiásticos. Un acuerdo pactado y definitivo estableció que los obispos y abades debían ser elegidos conforme a las normas eclesiásticas vigentes, sin que manos laicas —ni siquiera las del rey— pudieran hacer entrega de los símbolos del cargo (el anillo y el báculo); ahora bien, una vez nombrados, estos prelados se convertían en vasallos del rey, y como tales debían rendirle pleitesía y juramento de fidelidad, al igual que el resto de los titulares de feudos en las tierras del reino. La ausencia de conflictos bélicos y el establecimiento de una concordia prolongada con los demás poderes del reino —los nobles y la Iglesia—, dio la posibilidad a Enrique de diseñar una estructura gubernativa eficaz. Contó para ello con la ayuda destacada de su capellán y hombre de confianza Roger, obispo de la diócesis de Salisburyk, y nombrado por el soberano iusticiarius totius Angliae, o lo que es lo mismo, su apoderado general y permanente para la justicia de Inglaterra. Esta institución, semejante a la figura de un regente, tuvo una eficacia inmediata ante las continuas ausencias del soberano, ocupado en las batallas y problemas de sus feudos continentales. Hasta entonces, el único aparato central de gobierno había sido la Curia Regis, organismo de difícil definición, porque no estaba compuesta por un número fijo de asistentes, sino que participaban en ella los barones invitados a criterio del monarca junto con algunos funcionarios regios, quizá con competencias específicas. Las funciones de la Curia eran las de un órgano consultivo, de mero asesoramiento y sin capacidad jurisdiccional. El apoderado Roger, que había acumulado al cargo de «justicia» y el de tesorero, instituyó dentro de la Curia Regis una oficina compuesta por representantes de la nobleza menor, nombrados con carácter permanente, y a quienes se encomendaba de modo específico que se ocupasen de las 60 Ruiz, José Ignacio, et al. Manual para el estudio de las historias nacionales de Europa, Servicio de Publicaciones. Universidad de Alcalá, 2010. ProQuest Ebook Central, http://ebookcentral.proquest.com/lib/binaessp/detail.action?docID=4760239. Created from binaessp on 2017-12-19 12:01:27.
relaciones con los sheriffs, así como de juzgar las causas relativas a los impuestos regios. Esa oficina fue conocida con el nombre de Exchequer, término alusivo al tablero a cuadros (ajedrez) que se empleaba para facilitar los cálculos. Una de las tareas de los «Barones del Exchequer» —así se llamaban sus miembros— era la de registrar en rollos de papel — Pipe Rolls— todas las operaciones financieras efectuadas, documentando los datos e informaciones que obligatoriamente habían de presentar los sheriffs y el resto de funcionarios reales para obtener la aprobación de sus actuaciones.
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10. Matilde vs. Esteban de Blois; de la anarquía al auge nobiliario y eclesiástico Al final del reinado de Enrique I, el problema más acuciante que hubo de acometer el monarca fue el de su propia sucesión. Después de la muerte accidental de sus dos vástagos en 1120, quedaban otros dos pretendientes con ciertos derechos: de un lado su hija Matilde (Maud para los ingleses), única descendiente legítima, viuda del emperador del Sacro Imperio Enrique V, y del otro, su sobrino Esteban, conde de Blois, nieto de Guillermo el Conquistador por parte de madre. Este último, titular de grandes posesiones en la isla, era el favorito de la nobleza. Pero el rey, argumentando que el derecho normando no contemplaba la Ley Sálica, se dedicó a promocionar la causa de Matilde ante sus barones más fieles, a los cuales impuso el juramento solemne de que apoyarían a su hija. Esta por entonces se había vuelto a casar con el conde de Anjou y ya tenía un heredero, bautizado con el nombre de su abuelo, Enrique. Como era previsible, a la muerte del monarca en 1135 se desató otra vez la pugna hereditaria y faccional nobiliaria. Para muchos nobles, el juramento prestado a Enrique I en favor de su hija era inviolable y debían respetarlo; otros, los más dolidos y afectados ante la disminución de sus privilegios por la reforma administrativa de Enrique, aprovecharon la ocasión y se pusieron de parte del conde Esteban. Éste, inmediatamente después de la muerte del rey, se había presentado en Inglaterra con el apoyo del clero, entre cuyas figuras más señaladas se encontraba su hermano, Enrique de Blois, por entonces obispo de Winchester. Muy pronto se hizo con el control del tesoro regio y contó incluso con el reconocimiento del Papa Inocencio II y del rey de Francia Luís VI, quien le invistió además como duque de Normandía. Esteban fue coronado rey en la Catedral de Westminster a las pocas semanas de la muerte de su tío, en una ceremonia poco numerosa porque los barones del reino, con su ausencia, quisieron mostrar la disconformidad con el procedimiento. 61 Ruiz, José Ignacio, et al. Manual para el estudio de las historias nacionales de Europa, Servicio de Publicaciones. Universidad de Alcalá, 2010. ProQuest Ebook Central, http://ebookcentral.proquest.com/lib/binaessp/detail.action?docID=4760239. Created from binaessp on 2017-12-19 12:01:27.
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La coronación, sin embargo, no detuvo a Matilde, sostenida por la fuerza militar que, desde el continente, le proporcionaba su esposo, Godofredo de Anjou, y por el auxilio prestado dentro de la isla por su hermanastro Roberto, hijo ilegítimo del difunto rey y potentísimo señor de Gloucester. La buena gestión de sus alianzas insulares, por un lado, y algunas decisiones equivocadas de Esteban, por el otro, erosionaron paulatinamente la ventaja conseguida inicialmente por éste, que incluso llegó a perder el apoyo eclesiástico. Fue entonces cuando Matilde decidió poner proa hacia Inglaterra. Desembarcó con sólo ciento cuarenta caballeros, que fueron suficientes para desencadenar la guerra en la isla. Se inició así un período de enfrentamientos y guerra civil sin ganador claro durante un tiempo: los barones y los miembros más representativos del clero cambiaban de bando continuamente. Ambos ganaban batallas, pero ninguna de ellas inclinaba decisivamente la balanza hacia uno u otro lado. En una ocasión fue capturado el rey Esteban, y en otra lo fue el conde de Gloucester, sin decidirse por ello el resultado de la contienda. Por poco tiempo, incluso, Matilde llegó a ejercer el papel de reina, pero la muerte de Roberto de Gloucester en 1147 debilitó sus aspiraciones personales y a partir de entonces su hijo Enrique sería el pretendiente a la Corona inglesa. La posición del Rey Esteban, entretanto, estaba lejos de estar consolidada. Había perdido el ducado de Normandía en favor de su adversario, Enrique, y prácticamente carecía de todo control sobre los condados rebeldes del suroeste de la isla. Así estaban las cosas cuando, en Eeero de 1153, Enrique, duque de Normandía, conde de Anjou, señor maritalis causa de Aquitania, señor también de Bretaña, Poitou, Maine y Guyena, desembarcaba en la costa británica para reclamar el trono. La enumeración de títulos no es superflua; el joven señor reunía en su persona un enorme poder territorial, ya que no sólo había obtenido de Luís VII de Francia la investidura formal en el ducado de Normandía y en las tierras angevinas, heredadas de su padre, sino que además, al casarse con Leonor de Aquitania, la ex-mujer del mismo rey de Francia, cuyo previo matrimonio había sido anulado por lazo de consanguinidad, había obtenido el señorío sobre aquel importantísimo feudo que acompañaba al apellido de su mujer. El riesgo de una nueva guerra civil en la isla fue evitado por la repentina muerte de Eustaquio, el hijo del rey Esteban y su único heredero. Esteban había perdido el motivo para seguir luchando. Firmó aquel mismo año un acuerdo con Enrique, por el que lo nombraba hijo adoptivo y lo designaba sucesor. Esteban murió el año siguiente, en 1154, y Enrique Plantagenet ceñía por fin la corona británica dando, comienzo a una nue62 Ruiz, José Ignacio, et al. Manual para el estudio de las historias nacionales de Europa, Servicio de Publicaciones. Universidad de Alcalá, 2010. ProQuest Ebook Central, http://ebookcentral.proquest.com/lib/binaessp/detail.action?docID=4760239. Created from binaessp on 2017-12-19 12:01:27.
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Mapa III: La expansión de los Plantagenet.
63 Ruiz, José Ignacio, et al. Manual para el estudio de las historias nacionales de Europa, Servicio de Publicaciones. Universidad de Alcalá, 2010. ProQuest Ebook Central, http://ebookcentral.proquest.com/lib/binaessp/detail.action?docID=4760239. Created from binaessp on 2017-12-19 12:01:27.
va dinastía insular. En realidad el nombre recibido por ésta, Plantagenet, fue acuñado posteriormente; se derivó de la planta de la ginesta o retama (planta genesta), que se utilizó como emblema de su linaje paterno. 11. Acceso de la casa Plantagenet/Angevina. Enrique II, las constituciones de Clarendon y los derechos monárquicos
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El nombre del rey Enrique II de Inglaterra ha quedado indisolublemente vinculado con el de Thomas Becket, el santo y mártir arzobispo de Canterbury. Su historia es sobradamente conocida y debe interpretarse a la luz del durísimo conflicto de poderes entre la jerarquía eclesiástica y el orden secular, personificado principalmente, pero no en exclusiva, por el emperador del Sacro Imperio; fue el conflicto conocido como «Guerra de las Investiduras», al que no fueron ajenas otras monarquías y poderes seculares de la cristiandad. En origen, las relaciones de este monarca con la Iglesia fueron satisfactorias. En el año 1155, incluso, un papa de origen inglés, Adriano IV, le había concedido a Enrique II, por medio de la bula Laudabiliter, el derecho de gobernar Irlanda tanto a él como a sus sucesores; un dominio que, sin embargo, tardaría siglos en consolidarse. Algunos años después, en el 1162, Enrique II imponía como nuevo arzobispo de Canterbury a Thomas Becket, un hombre de su máxima confianza tanto en el ámbito privado como en el público, y que anteriormente había venido desempeñando el cargo de canciller en la Corte. Quizás Enrique esperaba repetir la afortunada elección que había hecho Guillermo I con Lanfranco, aquel primado que en tan perfecta sintonía con el Rey había defendido los intereses regios. Pero, en este caso, el resultado estuvo lejos de lo que el rey esperaba; el canciller cortesano y fiel amigo, al asumir su responsabilidad eclesiástica, se transformó en un asceta y obstinado defensor del papel que debía jugar la Iglesia en aquel entramado político. Becket empezó reivindicando las concesiones feudales que correspondían a la sede obispal de Canterbury, así como todos sus privilegios, incluso los obsoletos que habían caído en desuso; y, desde luego, rechazó la aplicación de la jurisdicción temporal ordinaria sobre el clero y sus posesiones, defendiendo a ultranza el fuero particularista y propio, incluso en casos dudosos y asuntos criminales. La tensión entre el poder real y el arzobispal creció a partir del año 1164, a causa de la promulgación de las conocidas como «Constituciones de Clarendon», una recopilación de antiguas costumbres y ordenanzas, que pretendían integrar los derechos particularistas eclesiásticos en el sistema 64 Ruiz, José Ignacio, et al. Manual para el estudio de las historias nacionales de Europa, Servicio de Publicaciones. Universidad de Alcalá, 2010. ProQuest Ebook Central, http://ebookcentral.proquest.com/lib/binaessp/detail.action?docID=4760239. Created from binaessp on 2017-12-19 12:01:27.
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jurisdiccional de la monarquía. Esas constituciones la debía firmar Becket, como primado y arzobispo de Canterbury, pero en el ejercicio de su función se negó a validar con su sello dichas normas. Las relaciones se hicieron tan tensas, que Becket, amenazado por el propio rey de ser enjuiciado por la justicia real y desamparado por los demás obispos del reino, no tuvo otro remedio que optar por el exilio. Se refugió en el continente bajo la protección del rey francés y allí permaneció durante seis años. En su destierro no rebajó ni un ápice sus reclamaciones, convirtiéndose en una figura incómoda incluso para el propio papa. El pontífice Alejandro II, inmerso a su vez en un enconado conflicto de competencias con el emperador Federico Barbarroja, deseaba evitar otro choque similar con el monarca británico, y rechazó manifestarse de modo tajante en favor del arzobispo; sin embargo, procuró que ambas partes llegaran a un acuerdo; y finalmente, en 1170, el monarca y el arzobispo escenificaron una pacificación aparente y forzada por las circunstancias, que no resolvió los problemas de fondo. Cuando el arzobispo estuvo de nuevo en su sede, las posturas, lejos de acercarse, se radicalizaron hasta hacerse irreconciliables. El desenlace del conflicto ha sido motivo de diversas interpretaciones. Según cuentan algunas crónicas, alguien en la Corte contaba ante el Rey una de las habituales diatribas del arzobispo, y éste, exasperado, exclamó: «pero es que nadie me va a librar de este fastidioso clérigo!», expresión que fue interpretada por cuatro caballeros de su séquito como una auténtica orden real, y que les indujo a asesinar al arzobispo Becket en su catedral el 29 de diciembre de 1170. El resultado del conflicto a partir de ese momento tomaba otra dirección. La fama de los hechos y dichos de Becket se extendió rápidamente entre el pueblo británico, que muy poco tiempo después de su muerte acabó venerándolo como a un santo y mártir. Sólo tres años más tarde el papa Alejandro III lo canonizó. Naturalmente todas esas simpatías, crecientes entre el pueblo y el clero, se traducían en abierto encono y animadversión hacia el rey. La situación se hizo tan grave que Enrique II llegó a arriesgarse a un interdicto papal, que sorteó con diplomática habilidad. Finalmente, en 1172 tuvo que hacer un acto público de sumisión y contrición para recibir el perdón del pontífice. Sin embargo, con aquel gesto renunciaba definitivamente a aplicar las normas más polémicas de las famosas Constituciones de Clarendon, con las que tiempo atrás había comenzado la disputa. El asesinato del arzobispo Becket, lejos de zanjar el conflicto o volcarlo a favor del poder real, resultó que lo inclinó del lado eclesiástico. Poco tiempo después, superados estos conflictos, surgiría otro nuevo, esta vez en el mismo seno de la familia del rey aunque con extensiones 65 Ruiz, José Ignacio, et al. Manual para el estudio de las historias nacionales de Europa, Servicio de Publicaciones. Universidad de Alcalá, 2010. ProQuest Ebook Central, http://ebookcentral.proquest.com/lib/binaessp/detail.action?docID=4760239. Created from binaessp on 2017-12-19 12:01:27.
externas. En 1173 se conjuraron contra el rey Enrique II su propia mujer, Leonor de Aquitania, y sus hijos Enrique, Godofredo y Ricardo, con los apoyos explícitos de los reyes de Escocia y de Francia —Guillermo el León y Luis VII respectivamente— y de cierto número de barones. El rey había procurado satisfacer a sus descendientes asignándoles importantes títulos. El primogénito, Enrique, era el heredero del trono británico; Godofredo había sido investido como señor de Normandía; y Ricardo era ya duque de Aquitania. Sin embargo, los títulos eran meros honores nominales, carentes de poder efectivo, porque el ejercicio de los derechos jurisdiccionales de esos señoríos se lo había reservado el monarca para sí.
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A ambos lados del Canal, la conjura familiar se tradujo en auténticos levantamientos en armas no siempre exitosos. En el continente, aunque los rebeldes atacaron los dominios más septentrionales de Enrique II, sus castillos lograron resistir la embestida y en un corto espacio de tiempo Bretaña quedó bajo el dominio del soberano inglés. Tampoco el rey de Francia consiguió avances notables; saqueó el pueblo normando de Verneuil, pero evitó enfrentarse al ejército inglés y optó por retirarse. La herida abierta no llegó a cerrarse con la derrota rebelde en Normandía, porque ni Enrique estaba dispuesto a perder el control de sus territorios ni los hijos a contentarse con menos; así las cosas, la contienda se trasladó al otro lado del Canal, al propio territorio inglés. Los primeros focos de rebelión se situaron en el centro de la isla, en las Midlands, y en el norte, cerca de donde se encontraban los ejércitos del rey escocés. En realidad no hubo grandes batallas campales, sino más bien una sorda y larga serie de asedios a castillos y de escaramuzas seguidas de saqueos. Finalmente, los conflictos terminaron poco más de un año después, en 1174, cuando las fuerzas leales al rey Enrique consiguieron hacer prisionero al monarca escocés. Aquel mismo año, en Francia, el rey galo Luís VII abandonaba el asedio de Rouen y firmaba con Enrique una paz que duraría hasta su propia muerte. Después de esto, se dieron otros intentos de revueltas por parte de los hijos del rey, todas inútiles y destinadas al fracaso; ni siquiera la muerte del primogénito, ni la posterior de Godofredo, pusieron fin a las rencillas familiares. En el continente, Ricardo, aliado con el nuevo rey de Francia, Felipe Augusto, volvió a atacar las posesiones de su padre y en 1188 consiguió ganar una batalla al viejo rey. Las narraciones populares cuentan que cuando Enrique II supo que también su hijo pequeño, Juan, había participado en la conjura, no pudo sobrevivir al dolor. Esa sucesión de enfrentamientos y conflictos no constituye sin embargo el rasgo principal del largo reinado de Enrique II. Este monarca dejó un gran legado en materia legislativa, judicial y administrativa. 66 Ruiz, José Ignacio, et al. Manual para el estudio de las historias nacionales de Europa, Servicio de Publicaciones. Universidad de Alcalá, 2010. ProQuest Ebook Central, http://ebookcentral.proquest.com/lib/binaessp/detail.action?docID=4760239. Created from binaessp on 2017-12-19 12:01:27.
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Las transformaciones comenzaron con el personal al servicio de la administración regia. Hasta entonces, la importancia del curialis, persona que formaba parte de la Curia Regis, dependía más de su proximidad al rey que del tipo de cargo que ocupaba. A partir de la segunda mitad del siglo XII, se produjo la especialización de un grupo de curiales que, sin poseer altos títulos nobiliarios, en cambio desempeñaban funciones y tenían atribuciones detalladas y concretas, como el condestable (puesto preponderante dentro de la corte real), el canciller (especie de secretario que ponía el sello real a los documentos) o el senescal (otro miembro de la corte de la máxima importancia); al mismo tiempo, la figura del justiciario adquiría gradualmente mayor relieve: era de hecho el encargado de gobernar el reino en ausencia del soberano, y a sus prerrogativas en el orden político y militar se añadían las facultades en materia económica y jurisdiccional como presidente del Exchequer y de la Corte de Justicia del rey en Westminster; además, era el único funcionario que tenía capacidad para utilizar el dinero del Tesoro regio. La atribución de estas responsabilidades a personas determinadas, con cargos de alto nivel dentro de la administración, supuso un cambio radical en el gobierno del reino. El rey no estaba solo en la toma de decisiones. Era asistido, según las circunstancias, por distintos consejeros, y disponía de unos órganos estables y permanentes, de mayor profesionalización y preparación para los asuntos del reino. Se puede decir que, cuando Ricardo I sucede en el trono a su padre, recibe una administración en la que se aprecia el germen de una burocracia gubernativa avanzada. El papel de Enrique II en la sistematización de un poder jurisdiccional «centralizado» fue todavía más importante. Con una serie de disposiciones, entre las cuales se encuentra las ya conocidas Constituciones de Clarendon (1164) —las que motivaron sus desavenencias con Thomas Becket— logró que la justicia penal fuera administrada en virtud de normas de igual vigencia en todo el reino, y que tratándose de delitos y crímenes graves, los imputados fueran juzgados desde el inicio por los jueces por él designados. Crecía así su poder frente a los demás poderes del reino, lo que suponía un avance notable hacia un Estado gradualmente tendente a la centralidad. No resultó esta una medida de fácil aplicación. En la isla coexistían, desde siglos atrás, derechos consuetudinarios diferentes según las regiones, que los reyes, cuando eran coronados, juraban respetar. No se podía acabar abruptamente con instituciones tradicionales en materia penal como ordalías, duelos o venganzas familiares consentidas. Para lograrlo, Enrique II tenía que hacer valer el Derecho del rey, lo que significaba un nuevo De67 Ruiz, José Ignacio, et al. Manual para el estudio de las historias nacionales de Europa, Servicio de Publicaciones. Universidad de Alcalá, 2010. ProQuest Ebook Central, http://ebookcentral.proquest.com/lib/binaessp/detail.action?docID=4760239. Created from binaessp on 2017-12-19 12:01:27.