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Luis Emilio Pascual Molina La buena noticia del Perdón La buena noticia del Perdón

LA BUENA NOTICIA DEL PERDÓN

Luis Emilio Pascual Molina | Consiliario de la cofradía

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Se van a cumplir 20 años del 11-S, con la consiguiente masacre en las Torres gemelas de Nueva York; se han cumplido también más de 25 años del conflicto de los Balcanes; 17 años de la masacre terrorista de Atocha... Cada día nos despertamos con nuevos enfrentamientos, conflictos y guerras en Palestina, en Irak, en Siria… Violencia destructora por todos lados: entre países, al interno de una nación, en las calles, en los centros de enseñanza, en las familias… Cuando Juan Pablo II siendo Papa pudo visitar la antigua Yugoslavia –partida en mil pedazos– nos dejó estas palabras: “El instinto de venganza debe dejar paso a la fuerza liberadora del perdón” (aeropuerto de Sarajevo, 12-abril-97). “Para que sea estable entre tanta sangre y odio, el edificio de la paz deberá apoyarse sobre el coraje del perdón; es imprescindible pedir perdón y perdonar” (a los líderes políticos de Bosnia-Herzegovina, 13-abril-97).

“Antes de celebrar los sagrados misterios reconozcamos nuestras virtudes…”, quisieran escuchar algunos asistentes a la Eucaristía. Así iniciaba el comentario litúrgico para un determinado domingo del Año Litúrgico un gran amigo. Se lo tomo prestado, pues me parece muy acertado. Sin embargo, lo primero que hacemos los cristianos al encontrarnos para la Fracción del Pan es “reconocer nuestros pecados”, es decir, tener la conciencia de que no somos dignos, por nosotros mismos, de estar ante misterio tan sublime, sino que somos invitados y aceptados al mismo sólo y en virtud del amor, de la misericordia de Dios. Ante la mesa del altar… ¿de qué podemos presumir? Dios nos conoce, y porque nos conoce nos ama, y porque nos ama se vuelca en dones, y nos regala su perdón, su propio ser y la participación en su mismo amor.

Si Dios es todopoderoso no es porque lo pueda todo –de hecho se ha limitado frente a nuestra libertad, contra la que desde la misma creación decidió no actuar–, sino porque lo puede perdonar todo. ¿Acaso tú, querido lector, que cada día -como yo muy a menudo- te enorgulleces de lo que eres capaz, de lo que has conseguido por tus méritos y tus esfuerzos…, acaso tú puedes amar siempre, puedes perdonar siempre todo y a todos? Aquí está la Buena Noticia que la Iglesia lleva al mundo, enviada por Jesucristo: un Amor diferente, un Amor que es misericordia, un Amor que se hace carne en cada criatura, que olvida y recrea, que eleva y promociona. El Rey David no será juzgado por su pecado, no cargará con las consecuencias, y sólo porque “lo reconoce”. La pecadora pública que menciona el evangelio besando, lavando con sus lágrimas y perfumando los pies de Jesús, es alabada por éste: “… sus muchos pecados están perdonados, porque tiene mucho amor; al que poco se le perdona poco ama”.

Si en la Eucaristía, a modo de ofrenda, pudieran recogerse en una bandeja todos los odios, los sentimientos encontrados, las venganzas y recelos... el espectáculo sería impresionante. No es fácil liberarse de tal tendencia pero tampoco es hora de acusar. Es momento de proclamar con gran fuerza la Buena Noticia del Perdón: Dios ama a esta humanidad pecadora y violenta, y cada uno de nosotros cuenta con el Amor del Padre, sea cual fuere la deuda de sus delitos. Noticia, porque es mensaje original y realidad nueva que irrumpe cada día. Buena, porque libera al hombre de complejos de culpabilidad y genera condiciones para que una corriente de aire puro penetre esta atmósfera humana envenenada de violencia.

Perdonar no anula el dolor, pero evita caer en el odio y en el afán de venganza. Pedir perdón no elimina el remordimiento, pero saca de la amargura y lo convierte en estímulo moral positivo. Perdonar y pedir perdón exige enorme humildad. El perdón tiene su propia dinámica: es gratuito, nace de la misericordia de Dios, que es siempre amor regenerador del ser humano. Su aceptación y su disfrute se verifican en la capacidad de perdonar que aporta.

Somos cristianos porque existe el perdón; es más, somos cristianos porque Dios nos ha perdonado. Esto es lo que celebramos cada día en la Eucaristía; éste es el “misterio hecho arte” que cada mañana de Viernes Santo se nos ha encargado sacar a las calles de Murcia para que todos lo puedan “ver” y les lleve a querer “experimentar en sus vidas”; ésta realidad del “amor misericordioso y perdonador” de Dios es la clave para entender su Pasión y su Muerte; y ésta es la bendita razón de que cada año, el 14 de septiembre, solemnicemos en la privativa Iglesia de Jesús la Fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz. La cruz era signo de maldición y muerte… Después de Jesucristo es signo de vida y de salvación. La cruz es el “cayado” que nos guía por la senda de la verdad y la justicia. La Iglesia nos invita a contemplar en silencio

el misterio de la Cruz Redentora, nos invita a configurarnos con ella y adorarla con fe y amor, porque ella nos salva. Os dejo, a modo de oración, este bellísimo texto: “La cruz gloriosa del Señor resucitado es el árbol de la salvación; en él yo me nutro; en él me deleito, en sus raíces crezco, en sus ramas yo me extiendo…. Lecho de amor donde nos ha desposado el Señor… Árbol de vida eterna, misterio del universo, columna de la tierra. Tu cima toca el cielo y en tus brazos abiertos brilla el amor de Dios”.

Cuando Kim Phuc, aquella niña quemada por napalm en el 60 % de su cuerpo y que huía, con rostro de pánico y con enorme dolor, de su aldea en Vietnam –fotografía que impactó al mundo entero y fue premio Pulitzer–, se encontró en un acto en Nueva York ante al piloto americano que descargó las bombas, tras abrazarlo y perdonarlo en público, acertó a decir: “El perdón es el arma más poderosa del mundo”. ¡Qué gran verdad!

Y el Papa Francisco nos ha dicho: “Dios no se cansa nunca de perdonarnos; somos nosotros los que nos cansamos de pedirle perdón”. Precisamente, en el mensaje de Cuaresma del año pasado, el Papa recordaba el texto de San Pablo a los cristianos de Corinto, que hoy, y siempre, es actual para nosotros; el apóstol, nos recuerda: “Porque Dios mismo estaba en Cristo reconciliando al mundo consigo, sin pedirle cuenta de sus pecados, y ha puesto en nosotros el mensaje de la reconciliación”; y –casi suplicando– concluye: “En nombre de Cristo os pedimos que os reconciliéis con Dios”.

Y como “uno no puede dar de lo que no tiene”, y la experiencia del amor y el perdón es difusiva, busquemos sin tardanza el perdón de Dios para luego perdonar a nuestros hermanos, como repetimos cada día en la oración del Padrenuestro.

Sin miedos, con esperanza… no esperemos más, ¡comencemos hoy!

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