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Maya Hawke de casta le viene al galgo
Maya Hawke
Aunque resulta inevitable pensar que los hijos de las estrellas de Hollywood lo tienen fácil en la vida -desde luego más que tú y que yo, loser!- no debe resultar sencillo ser la hija de Uma Thurman e Ethan Hawke. Ella, la diva de Tarantino que avanzó el apropiacionismo cultural con mono amarillo y a katanazo limpio; él, el tipo sobre el que Richard Linklater construyó el arquetipo romántico en la década de los noventa, para demolerlo años después protagonizando Boyhood y Antes del anochecer sin perder por ello una pizca de su encanto. Así creció Maya, hija de padres separados -otro arquetipo generacional- para poco a poco introducirse en el mundo de las pasarelas, la interpretación y el de la música. Quién puede culparla por ello... Frente a las cámaras encontró su espacio de la forma más inesperada, dando vida a uno de los nuevos personajes de la 3ª temporada de Stranger Things, Robin Buckley, y robando el corazón al singular fandom de la serie. Y en ese momento despegó: papeles importantes en películas de Wes Anderson, Gia Coppola o Bradley Cooper. Mientras tanto, en paralelo iba desarrollando una carrera musical con muchas menos pretensiones pero que igualmente no ha dejado de dar pasos ascendentes. Se estrenó con Blush (Mom+Pop, 2020), disco de folk-pop íntimo y contemplativo con el que Hawke se mira en el espejo de una gigante como Joni Mitchell. No estuvo mal como piedra de toque, pero los dos temas de avance de MOSS (Mom+Pop, 2022), su nuevo álbum a estrenarse el 23 de septiembre, apuntan a una inédita madurez compositiva e interpretativa. A pesar de su aparente ligereza, canciones como Sweet Tooth o Thérèse resultan conmovedoras.
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THEO WENNER FOTO:
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Tirar la copa
Por: Ángelo Néstore
En Lecce, la ciudad sureña en el tacón de la bota italiana donde me crié, perdura una tradición secular en Nochevieja que se transmite de generación en generación: para darle la bienvenida al año nuevo hay que romper algo antiguo, sacrificarlo a cambio de buena suerte. Recuerdo elegir con parsimonia el plato o el vaso, cerrar los ojos, pedir un deseo y estrellarlo contra el suelo ante la mirada cómplice de mi madre, que observaba con orgullo cómo su hijo heredaba de ella la superstición. Mientras un niño italiano de diez años estaba agarrando con alegría un vaso para oficiar un ritual, en España la mezzosoprano, pintora y escultora Manuela Trasobares en el programa Parle vosté del valenciano Canal Nou en 1997 también estaba tirando al suelo una copa tras apelar a la unión entre las personas del colectivo LGBTIQ+ y rebelarse contra la represión y el estigma que han sufrido y siguen sufriendo las personas trans. Detrás de ese gesto icónico, un canto a la libertad que muchos llevaron a parodia sin entender lo revolucionario que fue, se esconde una declaración de intenciones aguda y afilada que nos interpela a todes. Trasobares puso sobre la mesa de una forma cruda temas y debates que siguen encendiendo la sociedad de los hashtags y de los tuits (y, metafóricamente, los desplazó hasta el suelo, donde todes podemos verlos y tocarlos). Pienso en lo visionario y en lo político que fue ese acto de finales del siglo pasado y, a la vez, tan de 2026. Me gusta fantasear que Manuela, republicana, primera concejala trans de España por el partido ARDE (Acción Republicana Democrática Española), en ese momento estuviera a mi lado, en una templada noche de invierno italiano, un 31 de diciembre. Me pregunto cómo habrían cambiado mis deseos si hubiera visto esa escena, si la hubiera relacionado con la inocente costumbre de mi familia. Nuestras acciones moldean nuestra forma de desear, por eso pienso que se nace a la vez material y políticamente. Y hay un extraño vínculo maternal que une el rito de mi madre y el de Manuela. Sus palabras y su arrojo sonaron como un despertar. Miro a mi alrededor e imagino a mis compañeres, a todas las bolleras, maricas, travelos, migrantes, trans, no binaries de España haciéndole caso a Manuela, saliendo de sus hogares, llegando a un punto exacto, arrojando con ímpetu la copa al suelo al mismo tiempo, generando un estruendo que activara las alarmas de todas las casas, las tiendas y los coches, poniendo de repente el mundo entero en estado de alerta. Se formaría una suerte de montaña de cristal y, encima de ella, Manuela. Nos imagino trepando por esas laderas punzantes y bellas, transparentes y brillantes, capaces de atrapar la luz para rebotarla. ¿No nos veis? Ahí estamos, juntes, observando el mundo desde una posición incómoda, pero profundamente hermosa, agarrándonos las manos, limpiándonos las heridas el une al otre porque, como decía el poeta alemán Gottfried Benn, “mi amor solo sabe pocas palabras: / se está tan bien junto a tu sangre”.