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Soy un snob o no?, Enrique García-Máiquez
AHORA BIEN Enrique García-Máiquez
¿Soy un snob o no? de trabajo de la Diputación de la Grandeza. Esto es, sabiendo que los alumnos con los que voy a tratar son personalidades importantísimas. Como almas inmortales, merecen la más rococó de mis reverencias. La hago crípticamente cuando me agacho a recoger el borrador de la pizarra. El espléndido John Keats definió al poeta como aquel «hombre que, en presencia de otro,/ se sentirá su igual, sea este el rey/ o el más pobre de los mendigos». Es verdad que otra pregunta aparejada que me hago a menudo es la insoslayable del insigne Lorenzo Stechetti: «Io sonno un poeta o sonno un imbecile?». Pero, en cualquier caso, como poeta o como lo otro, sintiéndome muy importante y aplicando al pie de la letra la ley Keats, tendré a mis alumnos en la más alta de las consideraciones. Más reyes que iguales. Estoy hablando, además, de pedagogía. Nada agradece el alumno tanto como un trato exquisito. Es la primera lección. El esnobismo puede tratarse por homeopatía, Y, aunque parezca extraño, sorprende a muchos. No están acostumbrados, fuera del amor (¡Dios bendiga la fuerza de la superando un elitismo tonto gracias a un elitismo sangre!) de su madre y de su padre y de los abuelos. No digo que universal. no los hayan tratado bien antes los demás profesores, que por C ONOCIÉNDOME, TEMO que no les extrañará que, cuando me invitaron a una cena en la casa de playa de la marquesa de Tacochuelo (el título está cambiado para no interferir en la intimidad de los supuesto que sí; pero, como eran muchísimo menos snobs que yo, se les notaban poco las formalidades, los aspavientos en las delicadezas y las hipérboles sutiles. Juan Ramón Jiménez afirmaba que nunca había puesto poesía en el trato con los otros sin que estos no se la hubiesen grandes de España), a la que asistía, además, un duque rimbom- devuelto con creces. Mi esnobismo, igual: los encuentra extrabante, yo encontrase la ocasión sumamente atractiva. Y que no ñados, primero; curiosos, después, y luego, en cuanto captan perdiese la ídem de dejarlo caer (dropping names) el resto del las reglas implícitas del juego, entregándose como el que más. verano a diestro y siniestro; y todavía hoy, como se ve aquí mis- Pondré un ejemplo para concretar. Les hago saber que para mí mo (quod erat demostrandum). Diría, sin embargo, que eso no es su palabra será una palabra, naturalmente, de honor, de manera una prueba definitiva de mi esnobismo. que, salvo una flagrante prueba en contrario, les creeré siempre.
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La prueba de fuego viene ahora, sin ir más lejos. Empieza el Es posible que al principio alguna vez se aprovechen, pero, de curso y daré mis clases de Derecho del Trabajo a un buen pu- ver cuánto les creo, terminan siendo sinceros por un prurito de ñado de muchachas y muchachos que estudian su Formación pundonor. Luego tendrán que aprender algo de la asignatura, Profesional. Ellos no saben que son la piedra de toque de mi pero les confesaré a ustedes que cuando veo esa chispa de amor esnobismo o no. ¿Seré capaz de ilusionarme por conocerlos y propio e incluso de orgullo brillar en los ojos de mis alumnos de tratarlos tanto como al duque de Marras? En- FP ya sé que he cumplido. Nada menos que tonces no sería snob, aunque sea por el méto- John Henry Newman decía que el fin de la do homeopático de un esnobismo universal. LA PREGUNTA DEL AUTOR educación superior es forjar caballeros. En
Que es el que me gusta. Cito mucho a mi caso, tampoco es puro altruismo, porque Chesterton, en general; y, en particular, ¿Es posible mejorar así consigo ir a mi trabajo con la ilusión del cuando dijo que el problema de la democracia a la gente con el que acude a una fiesta de campanillas. Con es que se ha empeñado en que el duque de método de tratarla la tranquilidad de conciencia de que mi esNorfolk sea como todo el mundo en vez de excepcionalmente bien? nobismo no es esnobismo (porque es descoque todo el mundo sea como el duque de Nor- munal). folk. Por mí no va a quedar que la democracia (y el sistema de enseñanza pública) se que- Enrique García-Máiquez [Der 92] es poeta y ensayista. den tan tranquilos con su problema intrínse- @EGMaiquez co de concepción práctica de la dignidad de egmaiquez.blogspot.com.es la persona humana. Además de dar mis clases con toda seriedad (aparente), y ajustándome @NTunav Opine sobre este asunto en Twitter. Los mejores tuits se (en la medida de mis posibilidades) a la pro- publicarán en el siguiente gramación oficial, yo entro en mis aulas como número. quien acude a una cena de gala o a una sesión
Cuando las series empezaron a mirar al pódcast
El éxito de Serial en Estados Unidos en 2014 marcó un antes y un después en el consumo sonoro. Al mismo tiempo se empezó a experimentar en España con las series transmedia y ahora, por primera vez, comienzan a grabarse series de televisión basadas en los universos narrativos del pódcast.
texto Manuel de La-Chica [Fia Com 19] ilustración Alberto Aragón
hae min lee, una joven surcoreana residente en Estados Unidos, desapareció el 13 de enero de 1999 en Baltimore. Tenía diecisiete años. Como un día cualquiera fue al instituto, estuvo con amigos…, pero no recogió a su hermano pequeño a las 15:15 horas como solía hacer y eso despertó las alarmas. El 9 de febrero de ese mismo año, un hombre paró en medio de la carretera junto a un parque, avanzó cuarenta metros entre árboles para orinar y descubrió el cuerpo. Las autopsias revelaron que había muerto estrangulada.
Tres días después, dos llamadas anónimas a la Policía de Baltimore aconsejaron empezar a investigar a Adnan Syed, su exnovio y compañero de clase, estadounidense de padres pakistaníes. El 28 de febrero lo arrestaron. Según confesó su amigo Jay Wilds, él había ayudado a Adnan a enterrar el cuerpo de Hae Min el 13 de enero. Adnan fue condenado a cadena perpetua por homicidio en primer grado.
Este asesinato levantó la expectación mediática en 2014, cuando This American Life, un programa de radio de la NPR, publicó el pódcast Serial, producido por Ira Glass. Semana a semana, la presentadora Sarah Koening iba contando cómo había investigado durante un año dónde estuvo Hae Min Lee los veintiún minutos en los que se le perdió la pista. ¿Por qué confesó el crimen Jay, que además había cambiado de versión en varios interrogatorios? ¿Por qué el hombre que encontró el cadáver paró en un bosque a solo cinco minutos de su casa? ¿Cómo fue el noviazgo de Adnan y Hae Min? ¿Y su ruptura? Koening descubrió, entre otras cosas, el testimonio de una persona que aseguraba haber hablado con Adnan en la biblioteca en el momento en que Hae Min desapareció, pero no la llamaron a declarar en el juicio.
Miles de estadounidenses se sumaron a la investigación de Koening a lo largo de doce semanas. Serial se convirtió así en el primer pódcast en conseguir más de un millón y medio de descargas por episodio (más de diez millones en sus primeros tres años de vida) y nacieron otros pódcast e hilos en la plataforma Reddit, donde los usuarios analizaban el caso e intentaban dar con una solución. La prueba de la testigo no utilizada en el juicio sirvió para que un fallo de la Corte de Apelaciones de Maryland en 2015 declarase «deficiente» la defensa de Adnan Syed y se aprobara un nuevo proceso. No obstante, en 2018 la Corte de Apelaciones cambió de opinión alegando que el veredicto no sería diferente. Y a finales de 2019 el Tribunal Supremo estadounidense también cerró la puerta a una reapertura del caso.
Alberto N. García [Com 00 PhD 05], crítico audiovisual, cree que Serial pudo haber abierto camino en la consolidación del true crime en el mundo del entretenimiento. El estreno del pódcast coincidió con éxitos como Making a Murderer (Netflix, 2015) o The Jinx (HBO, 2015), que aprovecharon el tirón del pódcast para dirigirse a una audiencia atraída por los crímenes. «El éxito es muy promiscuo, y, si hay algo que funciona, es muy lógico que la gente intente replicarlo», dice. García apunta dos factores que han podido contribuir al auge del true crime durante la última década: resulta más barato producirlos y, por otra parte, es normal que se busquen posibilidades de entretenimiento en la propia realidad cuando hace tiempo que se han cruzado las líneas de separación entre información y entretenimiento.
La buena acogida de Serial provocó que HBO produjera en 2019 el documental The Case Against Adnan Syed, para contar en cuatro episodios los avances en el caso. Pero este no ha sido el primer pódcast en dar el salto a la pantalla. En noviembre de 2018 Netflix estrenó Dirty John, una miniserie de ocho capítulos basada en el pódcast del mismo nombre, producido por Wondery, y Amazon lanzó Homecoming, una miniserie de ficción, protagonizada por Julia Roberts, que es una adaptación del pódcast de la productora Gimlet, y Lore, una serie de terror a partir del pódcast homónimo que en cada capítulo cuenta una historia independiente.
Precisamente estas dos producciones del gigante de Jeff Bezos han hecho posible que en España se pueda ver en 2022 la primera serie de ficción televisiva que nace de un pódcast. María Jesús Espinosa de los Monteros, directora de PRISA Audio, reconoce que cuando estrenaron El gran apagón (Podium Podcast, 2016) sabían que era «una historia muy visual y potente, pero no nos podíamos imaginar lo que vendría después». Lo mismo le pasó a Ana Alonso, directora de la ficción: «No teníamos muchas expectativas, porque no habíamos hecho nunca una serie de varias temporadas. Fuimos los primeros sorprendidos».
Escrita por José Antonio Pérez Ledo y dirigida por Ana Alonso, El gran apagón es una distopía en la que una tormenta solar de clase X9 alcanza la Tierra y deja sin energía eléctrica a todo el planeta. A los pocos días, la comida y el agua potable comienzan a escasear, lo que da lugar a disturbios en las grandes ciudades. Las calles se vuelven peligrosas. Empieza el caos.
Durante el pódcast, que, como insiste Ana Alonso, «no es ni una radionovela ni radioteatro, sino ficción en audio», se van contando distintas historias ambientadas en ese mundo narrativo: la de un abuelo y su nieta encerrados en una pequeña aldea de Galicia, la de un periodista que intenta demostrar que las autoridades sabían lo que iba a ocurrir, la de una secta pseudocristiana que entiende que la oscuridad en la que se ha sumido el mundo es una señal de una nueva venida del Mesías, la de un guardia atrapado en una cárcel colombiana con más de ocho mil presos… «Se creó una comunidad extraordinaria en torno al pódcast», resume Espinosa de los Monteros. A lo largo de las tres temporadas, alcanzó seis millones y medio de descargas, con oyentes hispanoparlantes de diversos rincones del mundo. Alonso confiesa que desde el principio tuvieron esa vocación de llegar a una audiencia heterogénea y por eso utilizaron acentos distintos.
el resurgir del audio. Roberto Maján, que nunca antes había hecho ficción, fue el encargado de la realización técnica de la serie. Cuenta que para intentar explicar qué es un pódcast a gente que nunca había oído hablar de eso partía del concepto del radioteatro clásico, «pero con tramas que se cruzan, con finales de capítulo en tensión que hacen que quieras escuchar el siguiente». También les decía que los pódcast son algo que se cuelga en internet y uno puede escucharlo cuando quiera.
Aunque las nuevas formas de consumo ligadas al móvil han permitido que el pódcast se afiance, Maján piensa que una de las claves del éxito de la serie fue el guion y el empeño del equipo por elaborar tantas versiones como hiciese falta hasta que sonara bien. Manejaron referencias muy variadas: películas, canciones, series de televisión, otros pódcast… «Todo lo que tenía sonido servía de inspiración, pero nada era igual», comenta. En la comunicación audiovisual predomina la imagen, pero lo sonoro posee un lenguaje propio y no basta con poner solo lo que escucha-
ríamos en una película. Mayca Aguilera, realizadora de ficción en RNE desde 1998, explica que «en un proyecto de este tipo pierdes toda la información que aporta la imagen: cómo se mueven los personajes, sus expresiones, los decorados... Y debes transmitir con elementos sonoros eso que la imagen comunica con un vistazo». Para empezar, señala Aguilera, los diálogos tienen que ser más descriptivos y llevar mucha más carga informativa. Pero el trabajo también afecta a la realización en el estudio y a la grabación, en la que los actores deben interpretar de forma distinta. Aguilera fue, junto con Benigno Moreno, de las primeras en trabajar en un pódcast de la mano de una serie de televisión: El Ministerio del Tiempo (2014). Aguilera recuerda cómo para dar vida a este producto visual en un medio diferente contaban con «mucha ventaja» porque los personajes ya estaban creados y el oyente los conocía. Esos espectadores, además, también les aseguraban una audiencia ganada.
Sobre esta primera incursión en las sinergias entre pódcast y televisión, Aguilera reconoce que en la primera temporada, escrita en clave de diario, infravaloraron lo sonoro. Sin embargo, en la segunda dieron un giro, con piezas muy breves y dos personajes con una carga humorística
Breve historia del pódcast
Podríamos definir pódcast como un archivo de audio creado para su consumo y distribución en internet. Es decir, a diferencia de la radio, el producto no se capta en directo sino a demanda del oyente, que lo busca y escucha, parando y siguiendo cuando quiere.
La palabra pódcast se acuñó en 2004. Ben Hammersley, periodista de The Guardian, escribió entonces un artículo en el que pronosticaba una revolución en el mundo de lo sonoro gracias al avance de internet. Hammersley destacaba que los pódcast que habían comenzado a hacerse en 2001, cuando fue posible indexar archivos de audio mediante sistemas RSS, tenían en común tres características: la intimidad de la voz, la interactividad de los blogs y la portabilidad que permitía la descarga de esos archivos en MP3.
El siguiente empujón lo dio Steve Jobs el 6 de junio de 2005 durante la presentación de iTunes y del iPod. «Cualquiera, sin mucha inversión de dinero, puede hacer un pódcast, ponerlo en un servidor y obtener una audiencia mundial para su programa de radio», dijo. Además, Jobs anunciaba que gracias a iTunes no solo podías descargarte los pódcast para consumirlos cuando quisieras, sino que podías suscribirte a ellos y, así, que los nuevos episodios de tus programas favoritos se descargasen solos cuando estuviesen disponibles.
Para su consolidación fue clave Serial (2014), pero su éxito no habría sobrevenido, según Erik Nuzum, uno de los mayores expertos mundiales en pódcast, si dos semanas antes no se hubiera lanzado el sistema operativo iOS 8. En esta actualización, Apple promovió enormemente el consumo de pódcast otorgándoles una aplicación propia, separada de la de la música. Además, simplificó su descarga: de nueve clics para poder escuchar el programa se pasó a dos. importante que conseguían enganchar al oyente. Eso propició que RTVE volviese a confiar en ellos para extender los universos narrativos de la serie Carlos, rey emperador con el pódcast Carlos de Gante en 2015.
Estos experimentos sirvieron de impulso para Movistar+, que en 2017 apostó por una estrategia transmedia en sus series La zona (2017) y La peste (2018). Como explica Miriam Lagoa [Com 01], responsable de transmedia de producción original de Movistar+, cayeron en la cuenta de que «el universo narrativo de La zona podía extenderse a otros formatos que sirviesen como motivo para recomendar la serie, pero también para contentar a los fans que tenían ganas de saber más y de atraer a una nueva audiencia potencial».
Esos formatos podían ser de todo tipo: desde crear una página web o montar un restaurante ambientado en la Sevilla del siglo xvi como se hizo en la segunda temporada de La peste, pero ahí también entraban los pódcast. Movistar se los encargó a El Cañonazo Transmedia, una productora-estudio especializada. Roger Casas-Alatriste, su CEO, cuenta que en ambos casos pudieron experimentar y en cada una de las series optaron por dos pódcast, uno de corte más narrativo que ampliara algunas líneas de la trama y otro más conversacional y pegado al making of para dar valor a la producción. «Gracias a eso descubrimos que el pódcast tenía muchas ventajas», afirma.
Para Casas-Alatriste la principal es la intimidad que genera. «Escuchar un pódcast es incluso más íntimo que leer un libro —señala—. Porque, a fin de cuentas, si estás leyendo en un sitio público te expones a que la gente vea qué libro es. Pero eso no pasa con el pódcast: con tus auriculares puedes ir por el metro escuchando sobre canibalismo y nadie más lo sabe».
En este sentido, Mayca Aguilera sostiene que una de las grandes virtudes del sonido es que «no te lo da todo hecho
«No es cierto que en el audio no haya pantallas, porque tenemos la más importante: la de nuestra mente», dice María Jesús Espinosa de los Monteros, de PRISA Audio.
Grandes temas En compañía del narrador Hay series de televisión que se plantean ampliar su universo con contenidos transmedia, entre ellos los pódcast, pero también algunas productoras intentan el camino inverso.
La era de la audificación
Vivimos rodeados de pantallas y, sin embargo, la producción y el consumo de audio no paran de crecer. Según Listennotes.com, una de las páginas de referencia a nivel mundial sobre pódcast, solo en 2020 se crearon más de un millón de nuevos programas. En septiembre de 2021 esta web contabilizaba ya 2,6 millones de pódcast distintos y un total de 115 millones de episodios. Para poner estos datos en contexto, IMDB contiene 7,7 millones de títulos de películas, el catálogo de Spotify 70 millones de canciones y Audible 445 000 audiolibros.
De los 324 000 pódcast en castellano, solo 42 000 están producidos en España, uno de los países europeos que mejor ha acogido este formato. Según el Digital News Report 2021, el 38 por ciento de los internautas españoles escucharon pódcast con regularidad en el último mes, una cifra por encima de Noruega (37 por ciento), Estados Unidos (37), Australia (31), Francia (28), Alemania (25), Japón (25) o Reino Unido (22).
En cuanto al público nacional, el 54 por ciento de los jóvenes de entre 18 y 24 años escuchan pódcast con regularidad, un dato que va descendiendo conforme avanza la franja de edad pero que se mantiene por encima del 50 por ciento hasta los 35 años. Con respecto a las temáticas, el público español opta mayoritariamente por temas especializados (ciencia, tecnología, medios, salud), aunque los pódcast más escuchados suelen ser de comedia (Estirando el chicle, Nadie sabe nada, La vida moderna…).
Una de las principales diferencias del público español con respecto al de otros países se encuentra en las plataformas de consumo. Aunque Spotify tiene en su catálogo más de un millón y medio de pódcast y iVoox solo cuenta con 25 000, los españoles relegan a la app verde a la tercera posición entre las aplicaciones de escucha (18 por ciento). Por encima de ella se encuentran iVoox (20) y YouTube (27) como plataformas favoritas para la reproducción de pódcast.
como una pantalla, sino que te lo tienes que imaginar». Esto, que podría parecer una desventaja, conforma, en palabras de Espinosa de los Monteros, «el reino del audio»: «No es cierto que en el audio no haya pantallas, porque tenemos la más importante: la de nuestra mente; la pantalla de la imaginación».
Otra de las claves, según indica Roberto Maján, reside en cómo se puede jugar con la espacialidad del sonido, haciendo creer al oyente que las acciones suceden a su derecha, a su izquierda, a sus espaldas… Asimismo, el realizador destaca la flexibilidad de este formato, que no está atado a los tiempos de la radio. En la primera temporada de El gran apagón, por ejemplo, los capítulos oscilaban entre los nueve y los veintitrés minutos. Según Ana Alonso, en «esa libertad que aporta el audio» también está el poder escuchar sus productos al margen de las plataformas, de la televisión o de los canales habituales. Solo necesitas un teléfono móvil. Y puedes estar haciendo cualquier otra cosa a la vez.
formatos que hablan entre sí.
Todos estos aspectos no solo han hecho que haya series de televisión que se planteen ampliar su universo con contenidos transmedia, entre ellos los pódcast, sino que además ha provocado que algunas productoras intenten el camino inverso. Según contaba en Deadline.com Jenna Weiss-Berman, cofundadora de Pineapple Street Studios, buscan «pódcast que se puedan imaginar como películas o series» y que puedan derivar en ellas.
Wondery, la productora de Dirty John, ya tiene dieciséis pódcast en proceso de adaptación, como recogía ese mismo artículo, y está negociando con Amazon su venta. «Somos, ante todo, una empresa de pódcast y primero creamos historias para el oído —explicaba Jen Sargent, directora de operaciones—, pero la naturaleza misma de nuestros programas hace que se presten para la televisión. Este desarrollo se ha convertido en una parte muy lucrativa de nuestro flujo de ingresos».
En Podium Podcast, Ana Alonso niega que hayan empezado a crear pódcast pensando en adaptaciones a la pantalla, porque, dice, si pensaran así, irían a proponer proyectos directamente a una televisión. Sin embargo, la directora de ficción de Podium cree que «sí habrá pódcast que generen investigaciones, series, películas, libros e incluso espectáculos». Un ejemplo es Estirando el chicle, un programa de humor que empezaron a producir durante la cuarentena nacional en 2020 y que ha comenzado a grabarse en teatros con público. Para Espinosa de los Monteros, Estirando el chicle es el Serial español, «por su capacidad de concitar a grandes masas», explica.
Por su parte, Roger Casas-Alatriste señala que los ejemplos del mercado estadounidense les están animando a «trabajar en pódcast que puedan abrirse a otras plataformas o contenidos». Sobre esto, Miriam Lagoa sostiene que los pódcast están viviendo «una época buenísima», algo parecido a lo que sucedió con las series a partir del 2004-2008, y constituyen una «fuente de inspiración» para proyectos de todo tipo porque «las buenas historias te las puedes encontrar en cualquier parte».
Ambos consideran lógico que surjan diálogos entre los distintos formatos. «No son excluyentes, sino que suman —defiende Alonso desde Podium—. Cuanta más ficción consumimos, más queremos, y lo hacemos en diferentes formatos». Lagoa lo compara con la simbiosis entre la literatura y la pantalla: «El pódcast está creciendo mucho en seguimiento. Si las empresas ven que hay un público potencial en el que pueden invertir, lo harán».
Después de que Movistar+ anunciase a mediados de junio que está trabajando en una serie basada en el universo narrativo de El gran apagón, solo falta saber si será el empujón definitivo para que la expansión de los pódcast se consolide. ¿Podría ser Guerra 3, un pódcast de ficción que se pregunta qué haría que hoy se desatara un gran conflicto internacional, que acumula más de un millón y medio de descargas, la próxima serie? Espinosa de los Monteros y Alonso responden las mismas tres palabras: «¿Por qué no?». Nt
Sobrevivir al suicidio de una madre
Javier Díaz Vega (Getafe, 1987) ha conseguido pasar página doce años después de que su madre se quitara la vida. No ha sido fácil. Así lo confiesa en Entre el puente y el río, un libro en el que relata su proceso de duelo, pero con el que quiere concienciar sobre la necesidad de la prevención y lanzar un mensaje de esperanza. Una virtud que —paradójicamente— heredó de ella, Cándida, y que ahora él transmite a su hijo: «Me dicen que tiene los ojos de su padre, pero en realidad son los de su abuela».
texto Marcos Ondarra [Fia Com 20] fotografía José Juan Rico Barceló
¿Qué dice el cantar, mi madre, qué dice el cantar aquel? No dice, hijo mío, reza, reza palabras de miel; reza palabras de ensueño que nada dicen sin él. ¿Estás aquí, madre mía? porque no te logro ver… Estoy aquí con tu sueño; duerme, hijo mío, con fe.
Miguel de Unamuno, Madre, llévame a la cama ué hay entre un puente y el río? Muchos dirán que nada. Acaso una masa de aire y una mezcla poco uniforme de sonidos. Por arriba, coches, bicis o transeúntes. Y por debajo, el agua, algún barco o una bandada de pájaros. Eso dice Javier Díaz Vega en la contraportada de Entre el puente y el río. Una mirada de misericordia ante el suicidio (Nueva Eva, 2020). Para él, ese vacío será siempre el lugar donde su madre se quitó la vida.
Ante el precipicio del suicidio el vértigo produce un silencio atenazante, colectivo, que afecta especialmente a los supervivientes cuando aparecen preguntas que Javier confiesa como «inesquivables»: ¿dónde estaba yo? ¿Dónde estaba Dios? ¿Por qué no lo impedí? ¿Por qué Él no lo impidió? ¿Por qué no puedo compartir mi dolor? Cuestiones a las que, tarde o temprano, hubo de responder para seguir con este camino de sufrimiento y pérdida que, a veces, es la vida.
Javier sabe bien que el mutismo es el peor antídoto contra el suicidio. Su madre, Cándida, se arrojó desde un alto el 16 de diciembre de 2009 tras años lidiando con una depresión crónica. Y si él salió adelante es porque comprendió la necesidad de hablar del tema, de no dejarlo pasar, de romper el estigma. Por eso ha escrito su libro: por necesidad, pero también por un fuerte deseo de ayudar, de «acompañar e iluminar la vida de otros».
Ese empeño ha llevado también a este psicólogo y experto en afectividad y sexualidad a impartir charlas y talleres en colegios y parroquias, aunque es en redes sociales (su cuenta de Twitter es @Javiviendo_) donde aglutina más seguidores: quince mil. A sus 34 años, vive en Getafe, está casado y tiene un hijo de diez meses que ha heredado los ojos de su abuela. Cruzó un puente de dolor, culpa y miedo empuñando el arma que reivindica: una «mirada de misericordia».
el suicidio. Su madre se llama Cándida —Javier emplea el presente—. Nació en Chinchón (Madrid) a finales de los años cuarenta. Siete hermanos. Familia de agricultores. Todo se tuerce cuando su melliza fallece a los 30 en accidente de tráfico. Cándida se hace cargo de sus tres sobrinos. Luego da a luz a Javier y a su hermano. Una vida complicada que, «unida a algunos factores de personalidad, no ayudó a su salud mental. De eso tuve constancia desde bien pequeño, con varios episodios depresivos graves y algún intento de suicidio en nuestra infancia».
Pero si algo la caracterizaba era que tenía unos preciosos ojos entre azul y verde que transmitían esperanza. Fue ella, de hecho, quien inculcó esa virtud esencial a su hijo: «Nos llevaba a misa todos los domingos, nos subía al Cerro de los Ángeles… Recuerdo, incluso, verla en sus momentos más duros sentada en el sofá rezando el rosario. Ahora me doy cuenta de que no rezaba por ella, sino por nosotros, para que viésemos dónde poner la esperanza».
A la memoria de su hijo se aparece como una mujer «particularmente alegre» a la que le gustaba cantar, bailar y «disfrutar de las cosas pequeñas». «Qué bien se está aquí» era probablemente su frase más repetida, acaso su modo de arengarse contra las vicisitudes de la vida.
El día en que Cándida se suicidó, cuando Javier acompañaba su cadáver en el Instituto Anatómico Forense de Madrid, sonó su teléfono móvil. Era una consagrada amiga de la familia: «Javier, tu madre estaba enferma —le dijo con vehemencia maternal— y tú lo sabes. Dios es misericordioso».
Le explicó a grandes rasgos algunos aspectos del catecismo que fueron para él «un escudo ante el tsunami de pensamientos y tentaciones» que le asaltaron. Gracias a aquella llamada, en Javier la idea de que su madre podría haberse condenado «no llegó a aparecer con la fuerza con que lo hace en otras personas». Sin embargo, recuerda con viveza que, después de publicar el libro, una mujer que había perdido a su pequeño se le acercó en una
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¿De dónde viene el título?
En el prólogo de su libro, Javier cuenta que el cura de Ars, san Juan María Vianney (1786-1859), recibió a una viuda angustiada y desolada tras el suicidio de su marido, que se había tirado de un puente. Los médicos le recomendaron que viajara por su estado de tristeza y depresión. El santo, que salía de catequesis, se detuvo delante de la señora enlutada y le dijo: «Se ha salvado».
Ante el ademán de desconfianza proferido por la viuda, el cura de Ars insistió: «Se ha salvado. Está en el purgatorio y hay que rezar por él. Entre el parapeto del puente y el agua tuvo tiempo para hacer un acto de contrición. La Santísima Virgen le alcanzó esta gracia».
Entre el puente y el río cabe la misericordia de Dios. Sean cuales sean los métodos, las circunstancias personales y el estado mental que rodean a un suicidio, siempre cabe la esperanza. Esa es la primera certeza que desliza el libro de Javier: la última palabra sobre la vida de cada uno siempre la tiene Dios.
El suicidio en datos
El suicidio es la primera causa de muerte no natural en España, por delante incluso de los accidentes de tráfico. Los datos del Instituto Nacional de Estadística resultan estremecedores: cada dos horas y media una persona se quita la vida en nuestro país. Diez al día. 3700 al año.
Además, un estudio realizado por la Fundación Española para la Prevención del Suicidio revela que fue la principal causa de muerte en España entre los menores de 30 años en 2020.
Estas cifras guardan correlación con la fragilidad de la salud mental. «La mayoría de suicidios están ligados a ella, especialmente a la depresión», explica el psicólogo Pedro Villanueva, que resalta que «asumiendo esta realidad y la importancia de prevenir y tratar la depresión para reducir la cifra de suicidios, existe también una proporción de casos, documentados en ocasiones hasta un 50 por ciento, que no están asociados a ninguna enfermedad mental diagnosticada».
Pero no solo la depresión y las enfermedades mentales pueden estar detrás del suicidio. Un estudio sobre las llamadas al Teléfono de la Esperanza (717 00 37 17) en Navarra en 2019 demostró la presencia de otros factores emocionales y de adaptación: el sentimiento de fracaso, la soledad, el aislamiento, la falta de sentido o la desesperanza. Una de cada cuatro personas admitió sentirse una carga.
Los resultados de este estudio permiten conocer, según Villanueva, «cómo viven las personas estas situaciones de crisis y el proceso, en un continuo de menor a mayor severidad, de la ideación suicida»: «El sufrimiento que se percibe como insoportable lleva a las personas a pensar en el suicidio como la única forma de alivio, como la única solución».
Para combatir este problema, y en esto insisten tanto Pedro como Javier, hay que romper el tabú. Javier propone «informar con responsabilidad, sin sensacionalismos ni simplificaciones, desde un enfoque preventivo y de ayuda». Por su parte, Pedro sostiene que «la formación y la información para lograr un cambio de actitud en la sociedad es fundamental».
Una consigna en la que insiste Susana Al-Halabí Díaz, profesora de Psicología en la Universidad de Oviedo, que defiende que el «sensacionalismo y el poco rigor» pueden constituir un factor de riesgo a través del «efecto contagio o efecto Werther»: «Hay revisiones y metaanálisis que establecen causalidad entre la información sensacionalista (contar el método, dar explicaciones simplistas, poner fotos o titulares morbosos…) acerca de la muerte por suicidio de una persona famosa y el aumento de muertes por suicidio mediante el mismo método en los días siguientes».
La laguna en prevención
En octubre de 2021, el Gobierno de España anunció una reforma de su Estrategia de Salud Mental que incluye en su enfoque la prevención de la conducta suicida. Prometió también la puesta en marcha de un teléfono gratuito y confidencial de información. Sin embargo, y pese a lo preocupante de las cifras, el Ministerio de Sanidad carece de un departamento específico para gestionar esta área. Sí existen, en cambio, direcciones generales para la prevención en materia de drogas e incluso de «salud digital».
«En España hay una importante laguna en el campo de la prevención, que no ha recibido la atención que merece ni cuenta con la necesaria evaluación de los resultados de las intervenciones preventivas», explica Susana Al-Halabí Díaz. Pide «la puesta en marcha de una ley nacional de prevención del suicidio, tal y como aconseja la OMS y como se está realizando en otros países europeos». Por eso cada vez son más los expertos que, como Al-Halabí Díaz, creen que sería fantástico que se crease una secretaría de Estado para el suicidio, porque actualmente la voluntad del Gobierno es «escasa e insuficiente». En su opinión, es necesario poner en marcha medidas concretas y ambiciosas, «empezando por asuntos sencillos como implantar una línea telefónica de tres cifras (como el 016, por ejemplo) para la atención en crisis, hasta políticas de regulación de alcohol y drogas, programas de competencias sociales y emocionales en el currículo escolar o facilitar el acceso de la población a los tratamientos psicológicos para el abordaje clínico de la conducta suicida».
Para ello se requiere «un marco de actuación con las iniciativas recomendadas por los expertos», así como «compromiso político y técnicos para tomar las decisiones»: «Necesitamos más psicólogos en las instituciones públicas, tanto para la prevención y el tratamiento como para la terapia con supervivientes, la gran olvidada del suicidio».
< viene de la página 31 presentación, compungida. «Todavía se estaba preguntando qué había sido de él», dice.
«La Iglesia no puede decir si una persona se condena o no. Sí que podemos decir que la libertad no es siempre total y que cuestiones como un trastorno mental o una momentánea desesperación pueden viciarla. Solo Dios puede juzgar el alma, lo profundo del corazón y de la mente», considera el autor.
el siguiente capítulo. Solo se puede pasar aquella página que se ha leído. Sobre esta premisa orbita toda la enseñanza de Javier sobre el suicidio, pues «en la vida conviene estar muy atento y detenerse ante determinados capítulos para poder leerlos adecuadamente, aunque cueste mucho. Es necesario procesar todo y tener presente que lo que haces tiene un sentido y puede hacer un bien. Por eso han sido necesarios nada menos que diez años para ordenar páginas», sostiene el psicólogo, que ha logrado superar un capítulo doloroso gracias a esta lección.
Una lectura con la que Pedro Villanueva, especialista en suicidio y voluntario del Teléfono de la Esperanza, está de acuerdo, por cuanto el silencio revictimiza a las personas que han perdido por suicidio a un ser querido. «Notan el distanciamiento de sus conocidos, sus amigos se vuelven parcos en palabras porque no saben qué decir… Incluso la familia no habla del tema, evitan pronunciarse o hacer referencias sobre la persona fallecida. ¡Sufren el estigma!».
«Esto les duele mucho porque necesitan que se hable del ser querido, que se normalice su muerte, que se dé valor a la pérdida y no a la forma de morir. No les asistimos en un momento complicado. La culpa les invade y estará presente durante mucho tiempo. Sabemos que tienen riesgo de suicidio. Existen grupos de apoyo a través de asociaciones de supervivientes que ayudan a superar el duelo, cada cual a su ritmo, con sus procesos y sus emociones», explica Villanueva.
Javier aún se sorprende de su reacción a la muerte de Cándida. No tuvo un shock emocional. No se enfadó. No peleó con el mundo a pesar de ser un hombre visceral. Sintió, eso sí, «un dolor profundo, lleno de preguntas». Pero, a la vez, percibía una fuerza que no venía de sí mismo: la fe. «Estaba entero, de pie —dice— y de alguna manera me sentía sostenido».
Así es como se sobrepuso a «una sombra que siempre está ahí»: la culpa. «En cierto modo toda persona que vive el suicidio de un ser querido va a experimentar una doble pregunta: ¿dónde estaba yo? ¿Qué he hecho para evitarlo? Tarde o temprano debes enfrentarte a ellas y hacer un proceso lo más racional posible, teniendo en cuenta que, aunque hubieses actuado de otra manera, la decisión última era individual. Además, en el caso de mi madre estaba muy condicionada por un trastorno mental. La culpa tiene un proceso doloroso que pasa por asumir la realidad: por más que me atormente, por más que intente escudriñar qué cosas pude haber hecho, mi madre seguiría muerta. No hubiese conseguido que volviese a la vida».
el papel sanador de la literatura. En esta ardua tarea —pasar página— J. R. R. Tolkien y Viktor Frankl jugaron un papel determinante para Javier. Si el primero estuvo en el frente de la Primera Guerra Mundial, Frankl sufrió en un campo de concentración durante la Segunda. Los dos fueron testigos de la crueldad y del terror, de la casi total desaparición de lo bello, así como de la deshumanización más absoluta. Pero ambos supieron encontrar, entre bombas y fusiles, un atisbo de esperanza, de sentido y de verdad.
La Navidad de 2009, con la herida aún supurando, Susana, la novia de Javier entonces —y ahora su mujer— le regaló El hombre en busca de sentido. El libro es ya un clásico porque Frankl —que, a diferencia de otros supervivientes del Holocausto, no acabó suicidándose después del trauma— muestra en él la piedra de toque de su solidez psicológica: el sentido. «Eso era muy
importante para él —resume Javier, tantos años después de su primera lectura—. Cada día, cada cosa que haga ha de tener un sentido. No hay que rebuscar la esperanza: está en los detalles sencillos que te muestran la realidad y te enseñan a vivir».
El sentido sostiene también a los protagonistas de El señor de los anillos, otra obra clave en el duelo de Javier. «Sam tomó la mano de Frodo; y así permaneció, en silencio, hasta que cayó la noche —escribe Tolkien—. [...] Asomando entre las nubes por encima de un peñasco sombrío en lo alto de los montes, Sam vio de pronto una estrella blanca que titilaba. Tanta belleza, contemplada desde aquella tierra desolada e inhóspita, le llegó al corazón, y la esperanza renació en él. Porque frío y nítido como una saeta lo traspasó el pensamiento de que la Sombra era al fin y al cabo una cosa pequeña y transitoria, y que había algo que ella nunca alcanzaría: la luz, y una belleza muy alta».
Javier aprendió de Sam la necesidad del acompañamiento en el duelo. «Esa sombra me envolvía, pero a mi madre ya no la alcanzaba —afirma—. Mi madre ya no está enferma, ya no está sufriendo. Que yo tenga esperanza me ayuda a ver esa estrella». Como es habitual en la tradición cristiana —Stella maris, Stella matutina— Javier vio «nítidamente» a la Virgen representada en el astro.
Sentirse acompañado es esencial también para que una persona en crisis pueda encontrar alternativas al suicidio. Pero, ¿cómo hacerlo? Pedro Villanueva explica que lo mejor es «escuchar» para «hacer saber a quien sufre que estás ahí». «Necesitamos tener una actitud de comprensión ante el dolor; hablar abiertamente, con cercanía, sin juzgar ni criticar, procurando que busque y acepte ayuda».
Según Villanueva, conviene no forzar el contacto, procurar «que se sienta seguro» y «tranquilo» mejorando su imagen «con aquellas cosas que conoces de él»: «Ante los estímulos negativos, la vivencia de estos y el estado emocional son también negativos y tú puedes ser un estímulo positivo importante». Y, en todo caso, «aun cuando creemos que traicionamos su confianza, su familia debe conocer la situación para poder prestarle apoyo y contactar con recursos de ayuda».
una mirada de vida. El tabú del suicidio habla de un fracaso a nivel social y cultural, pues en las sociedades individualistas las personas viven «casi exclusivamente para sí mismas», entiende Javier. «Este tipo de actitudes dificultan mucho la comprensión del dolor y del sufrimiento ajeno. Sé que es incómodo dialogar sobre este asunto, pero es imprescindible hacerlo para ayudar a quienes lo padecen y avanzar en la necesaria prevención a todos los niveles», asegura Javier.
Pero más allá de grandes planes nacionales, el cambio siempre empieza por uno mismo. Así es que Javier se ha propuesto «prevenir y consolar» compartiendo su historia, su experiencia. «Si hoy mismo se dejara de matar gente, aún habría muchos que sufrirían porque se les ha suicidado un ser querido. No solo hay que hablar de prevención, sino acompañar a quienes lo han vivido cerca».
Pocas expresiones de vida como la mirada de una madre, que puede vaciar de odio un corazón, alegrar a uno triste o entusiasmar al desesperanzado. Lo sabe bien Javier, a quien la mirada tierna e inocente de su hijo de diez meses le recuerda hoy a su madre: «Cuando me dicen “Tiene los ojos de su padre” yo lo traduzco inmediatamente como “Tiene los ojos de su abuela”».
El legado de Cándida permanece vivo por cuanto Javier pretende proyectar en su hijo esa mirada «de esperanza» que su madre le trasladó a él: «Sería un mal padre si le dijera a mi hijo que todo le va a ir bien en la vida y que no va a sufrir, solo quiero darle una mirada de esperanza y misericordia». Una mirada cándida. Nt
su exótico apellido es herencia de un bisabuelo francés. Sus padres, Eduardo Laforet y Teodora Díaz, se habían conocido en la academia de dibujo en la que él daba clases. Eduardo posee un carácter fuerte, es culto y arquitecto. Apasionado de la pintura, en su colección destaca un murillo en el que una Virgen tiene una quemadura en las manos. Carmencita, en las Canarias, a donde se mudó la familia año y medio después de su nacimiento, pensaba siempre que miraba el cuadro que la quemadura era un puro. No le extrañaba lo más mínimo que la Virgen fumara, como era frecuente en las mujeres de la isla en aquella época.
Teodora sembró la semilla de los libros en sus hijos —Carmen tuvo dos hermanos, Eduardo y Juan José—. Dulce y protectora, había estudiado para maestra gracias a becas ganadas con su inteligencia y esfuerzo. No ejercería nunca pero su afán por cultivarse marcó las aficiones de su descendencia.
La escritora recordaría en un artículo de El País en 1983 su infancia como «demasiado racionalista», pero lo cierto es que fue feliz. Sentía predilección por esa abuela paterna con la que había convivido desde su nacimiento y que había dejado atrás en Barcelona. La familia va a visitarla y la anciana viaja a la isla y cuenta historias a Carmen. Luego ella, con una vocación temprana, las repite a sus hermanos.
A la edad en la que se forja el carácter, Carmen nada. El mar, la playa y los paseos en balandro ejercen una especie de embrujo sobre ella. La isla. Escucha y cuenta historias. Escribe y lee.
En esa época en la que uno ni siquiera se hace aún preguntas —corre el 1934—, fallece Teodora. La orfandad dejó una profunda huella en Carmen. La madre amable y acogedora muere de manera inesperada, el mismo día en que cumplía 33 años, por una infección tras una intervención quirúrgica. Lo último que Carmen le susurra al oído es que ya era mujer.
En 1934 Carmen Laforet era alumna del Instituto Pérez Galdós y una adolescente independiente que elegía a sus amistades y gustaba disponer de su tiempo. Con catorce años se descolgaba por la ventana de la clase y se escapaba a nadar; prefería la playa al patio, las olas a la compañía de las demás niñas.
la isla y carmen. «Carmencita suda sal», cuchicheaban las criadas. Eduardo Laforet se ha casado con la peluquera de su mujer fallecida y Carmen no soporta a su madrastra, una mujer histérica y celosa que boicotea la relación padre-hija. Con su hermanastro apenas mantuvo contacto, y la aversión que le producía la nueva esposa de su padre se refleja en la brutalidad de personajes de sus novelas. Cada vez pasa más tiempo en la playa, paseando por la isla en bici, fascinada por el mar.
Es una alumna aplicada, sobre todo en Literatura, y entabla una relación de amistad con una de sus profesoras, Consuelo Burell. Esta, formada en la Institución Libre de Enseñanza, imparte Lengua y Literatura en el Pérez Galdós y guía a Carmen en sus lecturas. Le descubre a Proust, a Emily Brönte y a
Dostoievski —autores que, posteriormente, la crítica relaciona con la obra de Laforet—. Le habla de Pedro Salinas, de Alberti, de Menéndez Pidal.
Todavía vive Carmen en Las Palmas cuando da sus primeros pasos como escritora: la revista de Santander Mujer le publica un relato con el que gana su primer premio literario. Pero la felicidad del pasado no es la misma desde que se había quedado huérfana. Por eso su relación con la isla tiene un sabor agridulce. En Carmen Laforet se entremezclan recuerdos de felicidad, de sol y sal, de placidez y libertad, con otros de soledad y demonios.
Cuando, muchos años después, publica la guía turística Gran Canaria, elogia su belleza, descubre itinerarios, explica su gastronomía y folclore y ensalza su naturaleza… pero la realidad es que, tras su marcha a Barcelona en 1939, Carmen solo regresó una vez a las islas. Benjamín Prado, en su biografía de la escritora, deja constancia de su respuesta cuando le preguntaban por qué no volvió más: «Eran un paisaje demasiado bello para matizarlo, revocarlo o verlo cambiado por el tiempo y las circunstancias».
la huida. Efectivamente, en septiembre de 1939 Carmen cumplió dieciocho años a bordo del barco que la llevaba a Barcelona para iniciar sus estudios universitarios. La posibilidad de vivir con su abuela Carmen y de abandonar la casa familiar y el ambiente enrarecido que se respiraba allí se suman a un romance frustrado con un joven isleño. El primer amor de Carmen Laforet es Ricardo Lezcano, al que ella llama «Dick». Se alistó como voluntario en el bando republicano, pero esa fue toda la repercusión de la Guerra Civil en su familia, que la vivió desde el burladero de las islas.
La fuga, o su anhelo, se convirtieron en un rasgo más del carácter de la escritora. Tan inseparable de su espíritu como la sonrisa de su fisionomía. A la calle Aribau llega tan solo con un par de trajes de verano y una maleta de libros.
La casa de la abuela Carmen ya no es el paraíso de su niñez, sino un fiel reflejo de la sociedad de la posguerra española. La otrora familia burguesa acoge a Carmen y le da cobijo, pero esta vez con todas las miserias y problemas económicos que resultan de la contienda. Barcelona es una ciudad gris y asolada que contrasta con los días de mar y la naturaleza exuberante que ha dejado atrás en las islas.
En la Ciudad Condal se matricula en la carrera de Filosofía y Letras, pero solo cursa un año y medio. Sin embargo, allí forja —mujer de lealtades extremas— con Linka Babecka, hija de unos inmigrantes polacos, una de las amistades que marcaron su vida.
llevarse ‘nada’ de aribau. Carmen se traslada, en 1942, de Barcelona a Madrid siguiendo a Linka y a su instinto y acompañada de un impulso. Sus huidas eran siempre producto de decisiones súbitas.
En Madrid se aloja en casa de su tía materna Carmen y se matricula como alumna libre en la Facultad de Derecho. Tampoco esta vez acaba la carrera y vive con doscientas pesetas mensuales que le pasa su padre. Es su tía la que insta a Carmen a presentarse a un premio literario del Frente de Juventudes ante la falta de dinero para comprar un abrigo. Lo ganó.
El germen de Nada está sembrado. Carmen va con una libreta a todas partes, callejea, toma notas y
1934
escribe. La mesa del comedor de su tía y las salas de lectura del Ateneo de Madrid son testigos del proceso de elaboración de la novela.
Carmen se inspira en ambientes, personas y situaciones conocidas. De la casa de la calle Aribau está todo. Podemos adivinar la personalidad de su abuela, su relación con Linka, la frustración del amor perdido, su primer año de universidad e incluso el retrato de la madrastra que se repite a lo largo de su obra de una manera casi obsesiva. Los celos, el rencor, las calumnias y las sospechas en el seno de una familia que representa a un país: la España de los años cuarenta.
Linka Babecka es la primera persona que lee el manuscrito de Nada y le habla a un amigo suyo editor, Manuel Cerezales, de la novela de Carmen. Cerezales es doce años mayor que Carmen y un lector asiduo de la biblioteca del Ateneo. Queda maravillado por la novela y le sugiere que la presente al premio Nadal. Su pequeño sello editorial no publica ficción pero, de no ganar el certamen, haría una excepción con Nada.
Carmen se enamora de aquel hombre culto, soltero, profundamente católico, apuesto e inteligente que encarna los valores burgueses de la familia de la que la joven escritora procede y a los que es sensible. Un año después del Nadal se casa con Manuel Cerezales.
ganar el nadal a los 23. En 1944 repatrian a los últimos divisionarios que permanecían en Alemania y nace el semanario de amenidades ¡Hola! Llegan a España las primeras dosis de penicilina y Luis Miguel Dominguín toma la alternativa en La Coruña.
En 1944 se crea el premio Nadal de novela en homenaje al redactor jefe del semanario barcelonés Destino, Eugenio Nadal, fallecido en abril de ese mismo año. Unas horas antes del cierre de la convocatoria, en la redacción reciben un paquete con Nada. Se presentaron un total de veintiséis novelas y llegaron a la final tres: La terraza de los Palau, de César González Ruano; En el pueblo hay caras nuevas, de José M.ª Álvarez Blázquez, y Nada, de Carmen Laforet. El fallo del jurado, tres votos contra dos a favor de Nada, se hizo público la noche del 6 de enero de 1945. La noticia apareció al día siguiente en los periódicos junto a una fotografía de la autora. Carmen ganó 5000 pesetas y una atención mediática que nunca llegó a entender. Este hito marcó profundamente su existencia. Tenía veintitrés años y una formación intelectual poco sólida y había escrito la novela más emblemática de la posguerra española junto con La familia de Pascual Duarte, de Camilo José Cela.
La flamante ganadora del premio Nadal logra pasar la censura franquista y la obra se publica en mayo de 1945. En abril del 46 ya han visto la luz cinco ediciones y en 1948 la Real Academia Española le otorga el premio Fastenrath. La protagonista de Nada, Andrea, es una joven de dieciocho años que llega a Barcelona después de la guerra para estudiar en la universidad y se aloja en casa de unos familiares. La
sordidez de la atmósfera que describe y la bajeza en el comportamiento de los personajes enfadan a los parientes de Carmen, que se ven retratados. Laforet negó siempre en público que la novela fuera autobiográfica. La crítica recibe de manera entusiasta la capacidad de la joven para explicar el conflicto de un país y sus secuelas en la vida de una familia. «¿Qué es la calle Aribau sino la España de 1936?», escribió Miguel Delibes. El autor vallisoletano creía que Nada era pionera de lo que luego sería el objetivismo de Sánchez Ferlosio y otros autores de la generación del 50.
Azorín también se muestra favorable y Juan Ramón Jiménez le habla de «la belleza tan humana de tu libro» en una carta publicada en la revista Ínsula en enero de 1948. Ve influencias de Pío Baroja y Unamuno en su prosa.
lo que ocurrió después de ‘nada’. Entre 1946 y 1957 Carmen Laforet y Manuel Cerezales tienen cinco hijos. Carmen, un espíritu libre y alejado de cualquier convencionalismo, se decepciona pronto con las ataduras de la vida matrimonial y la maternidad. No reniega de ellas; ante el silencio de ocho años que se produce entre su primera novela y la segunda, explica que fue un periodo lleno de fecundidad, aunque durante los tres primeros no escribiera nada para el público. «Todo artista, si tiene familia, lleva una doble vida que es imposible de separar. Las dos son igual de importantes», declaró en una entrevista. Después comienza a enviar artículos y cuentos que considera «intrascendentes, casi confidencias». Lo hace para pagar facturas o el alquiler de la casa de vacaciones.
Carmen era una mujer solitaria en un mundo de intelectuales formado por escritores como Umbral y Cela. No tuvo el apoyo del ambiente literario que frecuentaban sus admiradoras Ana María Matute, Carmen Martín Gaite o Josefina Aldecoa. Cela llegó a vetar la presencia de Laforet en la revista Ínsula, validando de esta manera el talento de la escritora.
Su segunda novela, La isla y los demonios, la publicó Destino en 1952 y la escritora aúna en ella el recuerdo idealizado de la Gran Canaria que vivió en su infancia con una trama de pasiones humanas.
«la verdad me ha traspasado». El vacío espiritual del que participan los personajes de Nada no es ajeno a su autora. Carmen había sido bautizada y, vagamente, tenía conciencia de la existencia de Dios. Con ocasión de la amistad con dos grandes mujeres, a las que admira sin ambages, se empieza a interesar por las cuestiones de la fe. La ganadora del premio Nadal había crecido sabiendo que sería escritora. Su camino hacia la literatura y su vida tenían presente a Elena Fortún, creadora de la saga Celia, aun sin conocerla. Cuando entablan amistad, la autora —enferma de cáncer— se ofrece a rezar por Carmen y esta le pide que lo haga por su alegría interior, «que a veces pierdo desastrosamente». Su intercambio epistolar se mantuvo hasta el fallecimiento de la escritora infantil a los 65 años, en 1952.
La otra mujer que espolea la religiosidad de Laforet es la deportista olímpica Lilí Álvarez. A Carmen, tan libre, le fascina que el espíritu indómito y pionero de la tenista esté sujeto con gozo y convencimiento a
los dogmas de la Iglesia. La mezcla de audacia y paz en el sufrimiento de la ganadora del Roland Garros intriga a Carmen y la predispone a la lectura de libros religiosos.
En diciembre de 1951, Elena Fortún escribe de manera premonitoria a Carmen Laforet: «Todo llegará. Un día cualquiera, cuando más descuidada se esté y menos se espere». Fortún llevaba un tiempo inquieta por Carmen pero desconoce el motivo.
Sin lugar a dudas, las oraciones de ambas personalidades dan su fruto y Carmen recibe la gracia de la conversión. Tan solo días después de las palabras proféticas de la autora de Celia, Lilí Álvarez está rezando por Carmen Laforet en Los Jerónimos y esta acude a su encuentro en la iglesia. Charlan unos minutos y Laforet prosigue el camino de vuelta a casa. En un instante comprende todo. Lo oculto se revela en su mente con una claridad límpida. «Dios me ha cogido de los cabellos y me ha sumergido en su misma esencia —le escribió en una carta a Fortún—. Ya no es que no haya dificultad para creer… Es que no se puede no creer». Reconoce la naturaleza milagrosa de su experiencia mística y se maravilla ante la felicidad completa, nunca antes sospechada. Dios había salido al encuentro de su alma una tarde de diciembre, en una calle cualquiera de Madrid.
Pese a la inefabilidad del acontecimiento Carmen escribe La mujer nueva (1955), una novela en la que la protagonista, Paulina, recibe la gracia de manera repentina. Su instantánea conversión años atrás determina que su literatura sea un instrumento al servicio de Dios.
La obra gana el premio Menorca y el Nacional de Literatura pero decepciona a los que alabaron la rebeldía de Nada y veían a Carmen como a una abanderada de la libertad. Sin embargo, lejos del sometimiento, al escribir sobre la conversión a la fe, demostraba no importarle lo que fuera moda o se esperara de ella.
«Es una obra poco convincente artísticamente porque le falta perspectiva. Religiosamente, por lo mismo», escribió tiempo después a Ramón J. Sender, al que también explicó su alejamiento posterior, no tanto de la fe sino de la Iglesia, con la que se sintió desilusionada. Laforet se confiesa así a su amigo: «Para mí la cosa de Dios ha sido tremenda; primero como algo que vino de fuera, luego una búsqueda de siete años […]. Y luego otros siete años en los que estoy casi huida, de volver a mi ser, de encauzar todo a mi razón. Pero siempre encuentro a Dios en todas partes. A veces es como una locura tranquila. Si me voy a París, Dios está en París. Si voy a USA, Dios está en USA. Si creo que le he olvidado, me doy de narices contra Él».
de cómo conoció a ramón j. sender. La relación con el escritor español Ramón J. Sender tiene mucho de curiosa y un poco de rara, como algunos definen a Carmen. Empieza con algunos desencuentros y acaba con una confianza íntima e inquebrantable. Tal y como era Carmen en la amistad. Solo se ven dos veces en
la vida; Sender —veinte años mayor que ella— está exiliado en los Estados Unidos, donde es profesor de Literatura Española en la universidad de Albuquerque. En octubre de 1947 lee Nada y queda tan impresionado que escribe a Laforet desde Nuevo México para felicitarla. Carmen no conoce al escritor y no responde. Casi veinte años después, el Departamento de Estado la invita a realizar un viaje por los Estados Unidos e impartir algunas conferencias; Nada es un fenómeno mundial que trasciende generaciones y no hay departamento de Hispánicas en el que la novela, la española más traducida junto con el Quijote y La familia de Pascual Duarte, no esté incluida en su lista de lecturas. Carmen recuerda entonces la misiva de Ramón J. Sender y contesta a la correspondencia que le debía desde hacía veinte años, proponiéndole conocerse a su paso por Los Ángeles. El autor no recibió esta carta hasta varios meses después, pero el encuentro, azarosamente, se produjo en ese viaje. Comenzó entonces una relación epistolar magnífica, preñada de confidencias y admiración mutua, que acabó en 1982 con la muerte del escritor aragonés.
Sus experiencias en aquel viaje las plasmó en artículos que enviaba a la revista La Actualidad Española y en el libro Paralelo 35, editado por Planeta a modo de cuaderno de bitácora.
después de dios y antes del fin. Tras perder la fe de manera tan súbita como había llegado, Carmen halla refugio en el Tánger cosmopolita de los años cincuenta, donde su marido trabajaba. Se une a un grupo de literatos que cohesiona Sanz de Soto y entre los que se encuentran Paul y Jane Bowles y Truman Capote. Atisba un mundo bohemio transgresor que hasta entonces desconocía.
Laforet vuelve a Madrid inspirada por su etapa en el país africano e inicia una trilogía: Tres pasos fuera del tiempo. En ella pretende contar la vida de un hombre en distintos escenarios de los últimos veinte años de España. Solo se publicó la primera parte, La insolación, en 1963. De ella se dice que es la novela mejor estructurada escrita por Carmen, emparentada en calidad con El Jarama de Sánchez Ferlosio. Finalizó el segundo tomo: Al volver la esquina. Lo envió a la editorial y recibió de vuelta las galeradas para su corrección. Carmen nunca remitió la obra terminada. Con La insolación habría acabado su producción novelística para siempre. Tenía 42 años.
Pese a que trabajó en ella —se cree que la tercera parte, Jaque mate, llegó a estar esbozada en manuscritos—, la escritora no supo salir del bloqueo mental y creativo en el que estaba sumida. Un halo de misterio rodea su silencio literario, pero lo que es seguro es que nunca pudo volver a escribir pese a que lo intentaba continuamente. Acababa rompiéndolo todo. Los estudiosos de su figura creen que su éxito prematuro le creó una gran inseguridad porque ya no volvió a encontrar nada a la altura de su primera novela.
Comienza un periodo de desasosiego para Carmen. Se aísla en una casa que alquila en Cercedilla para lograr la ansiada soledad. En la sierra madrileña pasea a sus perros y los vecinos creen, por su forma de vestir, que es forastera. A Carmen le encantaba sentirse extranjera en todos lados. Formaba parte de
la libertad que perseguía. Al mismo tiempo, la esterilidad creativa y la necesidad de aislamiento empiezan a conjurar un nuevo fantasma: el deterioro de la vida matrimonial.
separación y fuga. Carmen Laforet amó al hombre con el que tuvo cinco hijos. Le cautivaban su mente poderosa y sus bromas, con las que ella reía abiertamente, le atraía su encanto personal. En él buscó la seguridad y de él huyó persiguiendo la libertad. El binomio escritora-crítico literario no funcionó; Laforet sentía coartada su actividad creativa a su lado. Él pasó por momentos de penumbra, en los que la mantuvo al margen. Ella se posicionó sumisa frente a su criterio.
El 11 de septiembre de 1971, Carmen Laforet cerró la puerta de la casa familiar en la calle O’Donnell y se fue como se iba de todos los sitios: con una sola maleta. No quería que su marido viviera en hoteles, «como tantos hombres tristes».
Manuel Cerezales le ofreció un permiso notarial para que pudiera moverse y viajar como soltera a cambio de que nunca hiciera referencia en su obra a sus años de convivencia. La misma promesa que, en su día, le arrancó su padre. Esta cláusula añade un importante obstáculo a la sequía creativa que estaba sufriendo la autora de Nada y La mujer nueva. La anhelada libertad y sus constantes huidas no tienen el resultado que ella espera. Declara que siente una pereza invencible para escribir y que le horroriza, casi patológicamente, cualquier aparición en público. En 1971 llega a un acuerdo con ABC, donde escribía con mayor o menor asiduidad desde los años cincuenta, para colaborar en una serie de artículos a modo de diario personal. Las sesenta entregas nos acercan a las inquietudes de la autora en la época: la filosofía oriental, el naturalismo o los fenómenos paranormales. Carmen en constante búsqueda. Carmen tratando de llenar vacíos.
En los viajes a Roma y a París entre 1970 y 1979 nunca cejó en el empeño de corregir el tomo de Al volver la esquina y de preparar dos nuevos libros.
Durante su estancia en Roma trabó amistad con Alberti y con su compañera, María Teresa León. Eran vecinos del Trastévere, barrio en el que se instaló Carmen. Además frecuentaba a Paco Rabal y a Asunción Balaguer, consuegros suyos.
Antes de regresar a España, Carmen encarga a un amigo enviarle una maleta que contiene sus últimos textos. Nunca fue posible recuperarla.
grafofobia. «Grafofobia», le confesó a su biógrafa Roberta Johnson. La profesora norteamericana la invitó a dar conferencias en Estados Unidos, y cuidó de ella, ya debilitada física y mentalmente, durante el periplo. Parece ser que Laforet intuía, además, que comenzaba a padecer alguna enfermedad que mermaba sus capacidades cognitivas.
Finalmente, los hijos de Carmen la acogen, y entonces su retiro es absoluto. Se niega a conceder entrevistas y recibir visitas. Las excepciones las hizo con su amiga Linka Ba-
becka y con Carmen Martín Gaite, que cumplió así el sueño de cincuenta años de conocer a su maestra.
La mujer atrapada en el éxito prematuro de Nada, la mujer asfixiada en el mundo estrecho de la clase media, cuyo espíritu estaba ebrio de libertad, la mujer que amaba reír. La mujer que exalta la amistad, que vivía de lealtades extremas y de grandes decepciones, la de la huida, la perfeccionista. La mujer que nadaba y sudaba sal. La mujer que amaba vagar siempre prefirió, en el fondo, vivir la vida en lugar de contarla.
el silencio y, de nuevo, dios. Carmen sufrió un alzhéimer que llevó a sus hijos, con los que había convivido alternativamente las últimas décadas, a internarla en una residencia geriátrica hasta su fallecimiento en 2004.
Tras más de veinte años negándose a tener una reunión con Manuel Cerezales se produjo un cordial encuentro entre ambos. Carmen disfrutó los bombones que él le había llevado a casa de su hijo Agustín. Cerezales dudó de que le hubiera reconocido, la halló serena ante su presencia. Ella respondió: «Claro que sé quién eres. Eres Manolo».
Las posteriores conversaciones fueron desiguales. Quizá la mente inescrutable y deteriorada de la autora vagaba por distintos recuerdos en cada uno de ellos. En la siguiente, tal y como lo cuenta su hija Cristina en Música blanca, Carmen no reconoció a su esposo y volvió a quedar subyugada por su encanto, probablemente volviendo a descubrir en él lo que le llevó a amarle. En la siguiente, actuó con displicencia, mostrándose disgustada.
Y el último. Sus hijos organizaron una comida familiar y cuando Carmen Laforet reparó en la presencia de Manuel Cerezales, de camino a su asiento, se detuvo ante su marido. Le tomó la mano y se la llevó a los labios acompañando el gesto de una mirada amorosa. Su hija escribe que le ha perdonado. Ahora es libre y ligera.
Mientras recorre con ayuda los pasillos de la residencia, oye que en alguna de las habitaciones están asistiendo a la retransmisión de la misa. Con señas, Carmen pide entrar. Repite esta demanda durante varios días y una de sus hijas comprende su inquietud espiritual. Un sacerdote la conforta con los sacramentos de la confesión y la unción de enfermos. Su espíritu, al fin, encuentra la paz.
A veces, un gusto amargo, un olor malo, una rara luz, un tono desacorde, un contacto que desgana, como realidades fijas nuestros sentidos alcanzan y nos parece que son la verdad no sospechada.
Cuando ya no recordaba quién era le gustaban los helados y escuchar los versos del poeta onubense Juan Ramón Jiménez que encabezan Nada.