Revista febrero 2021

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MICRORRELATOS BAILE DE DISFRACES

Ángel Gómez Rivero

Luis Rivas era un tipo muy inteligente, pero también «el más despistado de Europa», según palabras de sus propios compañeros. En el terreno laboral era el número uno, aunque su concentración se centraba solo en las tareas profesionales de a diario. Sus despistes, fuera de estas lides, eran morrocotudos. El último de ellos aconteció cuando la empresa en la que trabajaba decidió organizar un baile de disfraces para celebrar su óptimo crecimiento económico. Dispusieron que todos fueran vestidos de animales. El jefe de personal había asignado uno a cada uno de ellos, para que no hubiera repetición: perro, gato, caballo, león, mono, zorro…Y todos aparecieron ataviados con gran ingenio. Luis, que llegó algo tarde por no enterarse bien de la hora de la cita, nada más plantarse ante la puerta de la enorme estancia que oficiaba de sala de baile, dio un salto hacia adelante, en actitud histriónica, para sorprender a los suyos. Empero, quedó pasmado y de piedra. Ante él se encontró una fauna de lo más variopinta. Pero más pasmados quedaron sus compañeros al verlo aparecer. Asombro que dio paso a las risas y, después, a las carcajadas más sonoras. Y no fue que el bueno de Luis Rivas no se hubiera esmerado con el disfraz. ¡En absoluto! De hecho, se le veía bastante elegante blandiendo aquel florete en la diestra, y vistiendo todo de negro, con capa, gorro y antifaz. ESENCIA

En aquel espectacular estadio deportivo todos guardaban silencio total en un momento tan crucial. Parecía imposible, pero se podría oír el vuelo de una avispa, en el caso de que se hubiera colado en el recinto. La razón era que aquel jugador del que todo el mundo hablaba, al que consideraban una promesa destinada a marcar una época, acababa de efectuar un lanzamiento triple desde fuera del arco. El marcador decía que faltaba solo un segundo para que el partido terminara, en aquella dura final seguida por millones de espectadores de todo el mundo, vía retransmisión televisiva. Todos estaban pendientes de la trayectoria parabólica que seguía el balón naranja, pero su lanzador era el que más centrado estaba. En ese lapso tan breve, por sus recuerdos pasaron todos esos años entrenando con dureza, los pocos fracasos y los cuantiosos triunfos, y en su mente solo cabía la posibilidad de que el balón entrara en el aro y rozara la red por dentro, para coronarse de una vez como rey absoluto. Necesitaba saber que el destino por fin premiaba todos sus esfuerzos para conseguir ser el mejor, el más admirado… y también el más envidiado. Pero la pelota se acopló en el aro dando dos vueltas sobre el mismo, hasta salir despedida fuera. Cuando la bocina sonó, el marcador afirmaba que su equipo había perdido por dos puntos de diferencia, ante la alegría inmensa de los contrincantes, que saltaban de júbilo; mientras sus compañeros quedaban abatidos, con la mirada gacha y los brazos descolgados. Él no; él estaba hecho de otra materia y sabía que, en la próxima, llegaría la oportunidad definitiva. Y si no fuera así, habría otra… y otra… y otra… Porque para los deportistas como él no existía eso de agachar la mirada y descolgar los brazos. Entendía que era cuestión de esencia: esencia de campeón. 22


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