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to en cambiar esta cultura tan arraigada, pero merece la pena intentarlo. Con respecto a los documentos relativos a la gobernanza, dado que durante muchos años fui miembro del personal del CMI, vi cómo cientos de copias de las actas de los Comités Central y Ejecutivo iban a parar a la basura una vez los colegas dejaban sus oficinas. Además, durante mis primeros años de trabajo en el CMI, no tenía una colección completa de todos estos informes y muy a menudo tuve que ir a la biblioteca a buscar o verificar un texto. La utilización de la versión digital de estos informes contribuirá sin duda a ahorrar papel, pero también ayudará a ahorrar tiempo. (oikoumene.org) 20/03/2020

72.El coronavirus, la peste bubónica y el reformador Martín Lutero: David Riaño Hace casi 500 años, Martín Lutero tuvo que lidiar con una horrible peste. Así fue como el reformador respondió a la crisis. Sus acciones nos hacen pensar en la forma en la que como creyentes podríamos tratar con el coronavirus. Hoy, en medio de la epidemia del Coronavirus que tiene lugar en China, es muy relevante recordar las meditaciones de Martín Lutero sobre el comportamiento de un cristiano frente a una plaga mortal. Unos meses antes del 10 de agosto de 1527, día en que la peste bubónica golpeó Silesia, el Reverendo Johan Hess, líder de la Reforma en esa ciudad, envió una carta a Wittenberg preguntando a Lutero sobre si un cristiano debería huir de una plaga mortal. Con la presencia de la peste más mortífera de la historia tanto en Silesia como en Wittenberg, Lutero escribe una de sus cartas más apasionantes [1]. La peste bubónica en Wittenberg

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La peste bubónica fue la pandemia más terrible que ha experimentado la humanidad. La misma bacteria, Yersinia pestis, causó tres grandes brotes a lo largo de la historia: la Plaga Justiniana en la primera mitad del siglo VI, la Peste Negra en la segunda mitad del siglo XIV, y la Tercera Pandemia en la segunda mitad del siglo XIX, y causó muchos brotes pequeños en diferentes ciudades del mundo a lo largo de la historia. Aunque los tres brotes cobraron la vida de muchas personas, el segundo brote fue el más mortífero: se estima que al menos un tercio de la humanidad perdió la vida. En Europa, la plaga borró al 50% de la población solo entre 1346 y 1353. Esta peste afectó directamente a Martín Lutero cuando llegó a Wittenberg en agosto 1527. Junto con Begenhagen y otros dos capellanes, Lutero se quedó en la ciudad por las razones expuestas en su carta, oponiéndose a la orden del príncipe Elector Juan de Sajonia. Diecisiete días después de la llegada de la peste a Witternberg, había ya 18 muertes. La esposa del alcalde, Tilo Dene, murió casi en manos de Lutero. Su propia esposa estaba embarazada y dos mujeres más estaban enfermas en su casa. Su hijo Hans se negó a comer por tres días. La esposa de Georg Rörer, también embarazada, enfermó y ella y su bebé perdieron la vida. Bugenhagen y su familia se mudaron a la casa de Lutero en busca de consuelo mutuo. Hacia noviembre del mismo año, tiempo por el cual la peste había cobrado muchas vidas tanto en Silesia como Wittenberg desde agosto y estaba ya a punto de acabarse en ambos lugares, Lutero respondió al Reverendo Hess. En su carta abierta de 14 páginas titulada Sobre si se debe huir de una plaga mortal, Martín Lutero trata las dos posiciones que circulaban por el momento: unos decían que un cristiano no tenía razones para huir, mientras que otros decían que sí. Esta carta fue reimpresa en muchos lugares, buscando beneficiar a tanta gente como fuese posible en tiempos de epidemia. El deber de unos con los otros Una idea fundamental en la carta de Lutero es que es posible huir de una peste mortal en desobediencia absoluta. Esto ocurre cuando hay un deber entre personas. En la familia, un hijo no puede huir mientras sus padres necesitan de cuidado, ni tampoco ha de huir un padre dejando a su esposa y a sus hijos. Un pastor debe permanecer para ministrar a sus ovejas, tanto en lo físico como en lo espiritual. Un siervo tiene un deber para con su maestro, y un maestro para con su siervo. También quienes tienen cargos públicos deben permanecer para el cuidado de otros, igual que quienes trabajan en ayudar a los demás, como los médicos. La única excepción es que una persona provea de un reemplazo capacitado para cuidar de aquellos para con quienes tiene un deber. Un médico puede traer a otro que cumpla sus funciones, lo mismo que un gobernante

o un pastor. Pero si no hay tal provisión, no hay forma de huir sin que se cometa un gran pecado. Ahora, ese deber se extiende a todos aquellos que no tienen forma de cuidarse. Lo ideal, dice Lutero, es que el gobierno de cada ciudad tenga los medios para cuidar de su gente, pero si tal no es el caso, entonces es importante que la gente misma se disponga para ayudar a otros en todo lo posible. Así, si hay un hermano que no tiene quien lo cuide, será deber absoluto de la persona que sea más cercana. Dos versículos clave en el pensamiento de Lutero sobre este punto fueron 1 Timoteo 5:8, “Pero si alguno no provee para los suyos, y especialmente para los de su casa, ha negado la fe y es peor que un incrédulo” y 1 Juan 3:15-17, “Todo el que aborrece a su hermano es homicida, y vosotros sabéis que ningún homicida tiene vida eterna permanente en él. En esto conocemos el amor: en que Él puso su vida por nosotros; también nosotros debemos poner nuestras vidas por los hermanos. Pero el que tiene bienes de este mundo, y ve a su hermano en necesidad y cierra su corazón contra él, ¿cómo puede morar el amor de Dios en él?” Cuando permanecer es pecaminoso Muchos sostenían que cualquier clase de mal en el mundo venía como castigo de Dios por los pecados, por lo que frente a una plaga solo había que esperar pacientemente la justa retribución por la maldad. Así, huir era una muestra de gran incredulidad, y que en cambio esperar el mal era una muestra de fe. Lutero dice que se requiere tener una fe que toma más que leche espiritual para pensar así y esperar en paz mientras el terror está en todo lugar, y por lo tanto no puede condenar esta forma de ver la situación. Pero da una advertencia: hay que tener cuidado de tentar a Dios. Hay algunos que se creen independientes y confían en que nada les va a ocurrir porque, al final, está en Dios la decisión de traer sanidad o muerte a una persona en razón de un juicio justo. Eso es orgulloso e irresponsable. Alguien puede ignorar la inteligencia y los medios de gracia que Dios creó y correr directo hacia el contagio, lo cual terminará en suicidio o en la muerte de otros que también se contagien. Lutero piensa en la comida y en el vestido como muestra de que exponer la vida es absurdo. ¿Acaso morir de frío o de hambre no podrían considerarse castigos de Dios? Entonces, ¿por qué evitar ese castigo al saciar el hambre y al buscar abrigo? Comer y vestirse serían acciones de incrédulos que no confían en el juicio de Dios.

Así, andar sin cuidado es algo pecaminoso por razón de la vida propia y la de otros. De hecho, si alguien está lejos del

virus, debe buscar mantenerse así a toda costa, evitando cualquier contacto innecesario con otros. Si no hay razón para permanecer en un lugar en donde la vida está expuesta, alguien es totalmente libre para huir e incluso hace bien a otros. Por lo cual, si por razones de conciencia alguien decide quedarse, debe hacerlo sin tentar a Dios y sin juzgar a aquellos que no hacen igual que él. La misericordia: un “golpe al enemigo”

Lutero consideraba que, luego de analizar cuando era mandatorio permanecer o huir, hay un golpe mortal que se le da al enemigo: la misericordia. Lutero confiaba plenamente en las palabras del Salmo 41:1 -3, “Bienaventurado el que piensa en el pobre; en el día del mal el Señor lo librará. El Señor lo protegerá y lo mantendrá con vida, y será bienaventurado sobre la tierra; y no lo entregarás a la voluntad de sus enemigos. El Señor lo sostendrá en su lecho de enfermo; en su enfermedad, restaurarás su salud.” Siendo que el Señor iba a cuidar de la salud de aquél que pensara en el pobre y necesitado, ¿por qué temer el ataque del enemigo en forma de una plaga? Por eso también está el caso de decidir voluntariamente quedarse a servir a otros en medio de la plaga, sin necesidad de que haya un deber. Ese fue el caso del mismo Lutero, quien decide recibir en su casa a muchos para servirles y darles consuelo, incluso teniendo a su esposa embarazada en el momento en que la peste ataca Wittenberg. Meditaciones urgentes en Wuhan, China

64 Los cristianos que viven hoy el terror de la ―Neumonía de Wuhan‖, apodo para el virus Covid-19, necesitan más que nunca estas meditaciones centradas en el amor hacia los demás y la confianza en Dios. China sufre un momento terrible en la epidemia. Hoy 11 de febrero de 2020 se reportan por lo menos 1,018 muertes a causa del virus, superando la cifra de mortalidad causada en el brote de SARS en 2002-2003 (650 muertos), y ya hay 43,138 personas contagiadas en la China continental. Wuhan está completamente en cuarentena y otras grandes ciudades como Shanghái muestran calles desiertas, pues sus habitantes están escapando del virus. El pasado 28 de enero, Chinasource publicó una carta abierta de un pastor en Wuhan, escrita el 23 de enero [2]. Sus palabras para los cristianos allí y para el mundo tenían un espíritu muy similar a las de Lutero en su carta de 1527. El pastor hace énfasis una y otra vez en el papel de los cristianos en medio de la ciudad: así como Abraham rogó a Dios por Sodoma en Génesis 18 y Jonás predicó el evangelio en la ciudad impía de Nínive, así es que los cristianos debían ser luz en medio de esa epidemia.

Es un momento clave para testificar de Cristo, trayendo paz sobre ella con oración y un testimonio justo. Además, el pastor anima a los creyentes a estar fortalecidos en Cristo, sabiendo las promesas de Romanos 8: ninguna peste ni ningún poder podrán apartarlos del amor de su Salvador. Antes bien, la muerte será la voluntad de Dios por la cual llevará a sus hijos a su presencia. En respuesta todos los pastores que le han escrito desde el extranjero, este hombre les dice que tengan paz en cuanto a su bienestar, y que en cambio pongan su mirada en Cristo. Una mirada desde fuera de China El pastor acaba su carta con un llamado a la oración. Vale la pena citar aquí un fragmento de ella: ―Si no sientes una responsabilidad de orar, pide al Señor por un alma que ame, por un corazón dispuesto a orar; si no estás llorando, pide al Señor por lágrimas. Porque sabemos ciertamente que solo por la esperanza de la misericordia del Señor es que está ciudad será salvada.‖ Una observación detallada de ambas cartas nos lleva a dos conclusiones. Para aquellos que están en medio del virus, deben aferrarse inmediatamente a Cristo y a los principios de la Palabra de Dios sobre el amor, la compasión, la fe y la esperanza eterna. Quienes están por fuera, deben considerar a sus hermanos y orar por todas estas cosas para ellos, sabiendo que somos un solo cuerpo en Cristo y que, como dice el apóstol Pablo en 1 Corintios 12, si una parte del cuerpo sufre, todas las demás sufren con ella. Notas: [1] La carta está disponible en inglés en https://rockrohr.net/wp-content/uploads/2014/03/LutherWHETHER-ONE-MAY-FLEE-FROM-A-DEADLYPLAGUE.pdf. [2] La carta está disponible en inglés en https://www.chinasource.org/resource-library/chinesechurch-voices/wuhan-pastor-pray-with-us. (biteproject.com) 11/02/2020

73.Coronavirus: ¿reacción y represalia de Gaia?: Leonardo Boff Todo está relacionado con todo: es hoy un dato de la conciencia colectiva de los que cultivan una ecología integral, como Brian Swimme y tantos otros científicos y el Papa Francisco en su encíclica ―Sobre el cuidado de la Casa Común‖.

Todos los seres del universo y de la Tierra, también nosotros, los seres humanos, estamos envueltos en intrincadas

65 redes de relaciones en todas las direcciones, de suerte que no existe nada fuera de la relación. Esta es también la tesis básica de la física cuántica de Werner Heisenberg y de Niels Bohr. Eso lo sabían los pueblos originarios, como lo expresan las sabias palabras del cacique Seattle en 1856: ―De una cosa estamos seguros: la Tierra no pertenece al hombre. Es el hombre quien pertenece a la Tierra. Todas las cosas están interligadas como la sangre que une a una familia; todo está relacionado entre sí. Lo que hiere a la Tierra hiere también a los hijos e hijas de la Tierra. No fue el hombre quien tejió la trama de la vida: él es meramente un hilo de la misma. Todo lo que haga a la trama, se lo hará a sí mismo‖. Es decir, hay una íntima conexión entre la Tierra y el ser humano. Si agredimos a la Tierra, nos agredimos también a nosotros mismos y viceversa. Es la misma percepción que tuvieron los astronautas desde sus naves espaciales y desde la Luna: Tierra y humanidad son una misma y única entidad. Bien lo declaró Isaac Asimov en 1982 cuando, a petición del New York Times, hizo un balance de los 25 años de la era espacial: ―El legado es la constatación de que, en la perspectiva de las naves espaciales, la Tierra y la humanidad forman una única entidad (New York Times, 9 de octubre de 1982)‖. Nosotros somos Tierra. Hombre viene de húmus, tierra fértil, el Adán bíblico significa hijo e hija de la Tierra fecunda. Después de esta constatación, nunca más ha apartado de nuestra conciencia que el destino de la Tierra y el de la humanidad están indisociablemente unidos. Desafortunadamente ocurre aquello que el Papa lamenta en su encíclica ecológica: ―nunca hemos maltratado y herido tanto a nuestra Casa Común como en los dos últimos siglos‖ (nº 53). La voracidad del modo de acumulación de la riqueza es tan devastadora que hemos inaugurado, dicen algunos científicos, una nueva era geológica: la del antropoceno. Es decir, quien amenaza la vida y acelera la sexta extinción masiva, dentro de la cual estamos ya, es el mismo ser humano. La agresión es tan violenta que más de mil especies de seres vivos desaparecen cada año, dando paso a algo peor que el antropoceno, el necroceno: la era de la producción en masa de la muerte. Como la Tierra y la humanidad están interconectadas, la muerte se produce masivamente no solo en la naturaleza sino también en la humanidad misma. Millones de personas mueren de hambre, de sed, víctimas de la guerra o de la violencia social en todas partes del mundo. E insensibles, no hacemos nada. No sin razón James Lovelock, el formulador de la teoría de la Tierra como un superorganismo vivo que se auto-

rregula, Gaia, escribió un libro titulado La venganza de Gaia (Planeta 2006). Calculo que las enfermedades actuales como el dengue, el chikungunya, el virus zica, el sars, el ébola, el sarampión, el coronavirus actual y la degradación generalizada en las relaciones humanas, marcadas por una profunda desigualdad/injusticia social y la falta de una solidaridad mínima, son una represalia de Gaia por las ofensas que le infligimos continuamente. No diría como J. Lovelock que es ―la venganza de Gaia‖, ya que ella, como Gran Madre que es, no se venga, sino que nos da graves señales de que está enferma (tifones, derretimiento de casquetes polares, sequías e inundaciones, etc.); y, al límite, porque no aprendemos la lección, toma represalias como las enfermedades mencionadas. Recuerdo el libro-testamento de Théodore Monod, tal vez el único gran naturalista contemporáneo, Y si la aventura humana fallase (París, Grasset 2000): «somos capaces de una conducta insensata y demente; a partir de ahora se puede temer todo, realmente todo, inclusive la aniquilación de la raza humana; sería el precio justo de nuestras locuras y crueldades» (p.246). Esto no significa que los gobiernos de todo el mundo, resignados, dejen de combatir el coronavirus y de proteger a las poblaciones ni de buscar urgentemente una vacuna para combatirlo, a pesar de sus constantes mutaciones. Además de un desastre económico-financiero puede significar una tragedia humana, con un número incalculable de víctimas. Pero la Tierra no se contentará con estas pequeñas contrapartidas. Suplica una actitud diferente hacia ella: de respeto a sus ritmos y límites, de cuidado a su sostenibilidad y de sentirnos, más que hijos e hijas de la Madre Tierra, la Tierra misma que siente, piensa, ama, venera y cuida. Así como nos cuidamos, debemos cuidar de ella. La Tierra no nos necesita. Nosotros la necesitamos. Puede que ya no nos quiera sobre su faz y siga girando por el espacio sideral pero sin nosotros, porque fuimos ecocidas y geocidas. Como somos seres de inteligencia y amantes de la vida podemos cambiar el rumbo de nuestro destino. Que el Espíritu Creador nos fortalezca en este propósito. (amerindiaenlared.org) 19/03/2020

74.Coronavirus, tragedia y escatología: Bernardo Barranco Sin duda, la vida es otra bajo la amenaza del coronavirus. La manera en que organizamos la cotidianidad se ha visto trastocada por la pandemia. Cuándo hubiéramos imaginado que Italia, Francia y España declararían tiempos de excepción, cerrando sus fronte

66 ras y limitado el libre tránsito de las personas. Confinamiento obligatorio. Impensable, el discurso de Macron que declara un estado de guerra contra el virus y llama a la unidad de todos los franceses. Sin ejércitos ni divisiones militares, el Covid-19 se erige como un poderoso enemigo que en sólo unas semanas ha puesto en jaque la soberbia civilización occidental. Las grandes economías del planeta se han cimbrado y la sombra de la recesión inquieta. La emergencia sanitaria ha provocado un colapso mundial, las bolsas han caído, la actividad económica y el comercio se han contraído y por lo mismo cayó el precio del petróleo. La irrupción del coronavirus en la era global es la primera pandemia que se expande en un mundo altamente interconectado. Una civilización global intensamente interrelacionada que facilita, como nunca, el contagio. Pareciera que seguimos un guion catastrofista de un filme de ciencia ficción. Imágenes insospechadas, como la del papa Francisco bendiciendo desde su balcón ante una plaza de San Pedro despoblada. Las tradicionales avenidas y parques de Madrid y París lucen vacíos, fantasmales. Sin estar infectados físicamente, el coronavirus ha contagiado el ánimo de los pueblos a través de los medios. El virus se ha apoderado de toda la centralidad de la agenda mediática. Pero existe también la llamada infodemia, fake news o desinformación que circula en Internet y medios de comunicación con respecto al Covid19. Creando confusión como agravante de la crisis sanitaria, que obstaculiza las medidas de contención del brote, propagando pánico y generando desorientación. Algunos medios en Occidente, poco profesionales, nos han hecho sentir que vivimos tiempos terroríficos y hasta escatológicos con afectación de sicosis colectiva. Resurgen las miradas apocalípticas sobre la amenaza de extinción de la humanidad. Pese a que es menos mortífero que otras epidemias, el coronavirus se presenta como el eschaton, es decir, el fin del tiempo y del mundo, previsto en religiones con creencias escatológicas. En las religiones abrahámicas, suponen una transformación hacia la redención final. El temor a la devastación por epidemias ha estado presente a lo largo de la historia de la humanidad. En la Edad Media, Europa se vio azotada por pestes y hambrunas. Sarampión, viruela y cólera cobraron millones de vidas. Durante el siglo XIV falleció más de un tercio de la población europea, 60 millones, a causa de la peste negra, llamada así por las manchas oscuras que anunciaban su presencia. Ahora sabemos que la enfermedad era peste bubónica.

Para la población eran signos de muerte, de rebeliones populares y de castigos por pecados cometidos, personales y colectivos, lo cual se traducía en pesimismo y desesperanza. En México cerca de 80 millones de habitantes sucumbieron a las enfermedades que portaron los españoles durante la Conquista y los primeros años de la implantación de la Colonia. La Biblia, el libro sagrado del cristianismo, registra en sus pasajes pestes y plagas enviadas por Dios a comunidades o ciudades como parte de castigo divino. Generalmente las pestes son encauzadas ante faltas graves del ser humano y representan la acción punitiva de Dios. En el relato bíblico abundan ejemplos de que el castigo divino es provocado por la insensatez y el pecado del hombre. Desde el Génesis Adán y Eva fueron responsables de alterar el curso de los designios divinos al comer el fruto prohibido del árbol de la sabiduría. En el libro del Éxodo, Yahvé es implacable con el pueblo egipcio al negarse a liberar a los esclavos judíos. Envió 10 plagas y fueron devastadoras. Otro pasaje, entre muchos otros, lo encontramos en el Apocalipsis. El lenguaje de Dios es lapidario en el capítulo 9, versículo 18, dice: Y entonces fue exterminada la tercera parte de la humanidad por estas tres plagas: el fuego, el humo y el azufre. Más adelante: Los hombres fueron quemados con el calor abrazador. No obstante, blasfemaron del nombre de Dios, quien tiene el poder sobre las plagas. La culpa, el castigo, el pecado son constantes en las que Dios aplica la penalización divina. Para la población eran signos de muerte, de rebeliones y caos sociales y de castigos por pecados cometidos, personales y colectivos, lo cual se traducía en pesimismo y desesperanza. Será hasta el siglo XVIII que los avances en la medicina ofrecen explicaciones científicas sobre los contagios y la expansión de epidemias. Por tanto, hay explicaciones diferentes a las narrativas escatológicas y apocalípticas. Pero las visiones catastrofistas no son sólo religiosas, también son alimentadas en el ámbito secular y de la ciencia. Los ambientalistas, ecologistas y veganos denuncian las consecuencias por el abuso a la naturaleza. Confirman los signos de advertencia cometidos por la forma depredadora y los excesos de la civilización contemporánea contra la madre tierra. La humanidad como el verdadero virus destructor. Hay una fascinación secular por el fin del mundo, nos ha dicho Umberto Eco. Los fundamentalismos y salvacionistas religiosos pueden resurgir, aprovecharse del clima de incertidumbre para predicar que estamos sometidos a la anarquía del mal, ya que la moral se ha relajado.

El Covid-19 nos recuerda nuestra vulnerabilidad y nos remite que la plaga más peligrosa es la plaga de la estupidez. (jornada.com.mx) 18/03/2020

75.Tiempo apocalíptico: tiempo de ruptura: Juan Manuel Hurtado López Con ocasión de la pandemia del coronavirus, lo primero es manifestar nuestra comprensión, compasión y solidaridad con todas aquellas personas infectadas por este terrible virus, a la vez que tomar todas aquellas medidas responsables que nos aconsejan las autoridades sanitarias y gubernamentales de nuestros países para que este mal no se expanda más. Pero sí creo que amerita el proponer otras reflexiones de más profundidad que nos permitan entender mejor el momento que estamos viviendo como humanidad. El Papa Francisco, en su Exhortación Apostólica La Alegría del Evangelio, hace una severa crítica al sistema capitalista, hedonista, globalizado (1). Ahí afirma que ―la cultura del bienestar nos anestesia y perdemos la calma si el mercado nos ofrece algo que todavía no hemos comprado…‖ (2). La razón tecnológica se ha convertido en filosofía y ésta ha cubierto todos los espacios de nuestra vida, dejando nada o casi nada de espacio a la poesía, al misterio, a lo simbólico, a lo espiritual, a la ternura, a la gratuidad y a tantos otros aspectos de lo real, como decía Zubiri. Y así, amputados en nuestra concepción del mundo como humanidad, vamos arrastrando las contradicciones de nuestro ser y manifestándolas en agresividad a la madre Tierra, violencia, injusticia, inequidad sin límites; una realidad en la que la opulencia y la miseria se dan al mismo tiempo, el placer hedonista y el suicidio van de la mano, la ambición de poder y de riqueza encuentran muchos portadores. Y de pronto aparece el coronavirus y pone de rodillas a la humanidad, truena los sistemas de convivencia cotidiana, viajes, trabajo, negocios, deporte, reuniones, estudio y religiosas. Ya son varios los países en el mundo para los cuales el concepto de tiempo cambió. Ahora recluidos en sus casas ven pasar la vida de otra manera: lejos del ajetreo que impone este tipo de globalización donde lo que importa es la ganancia, la acumulación, lo exterior, lo inmediato, lo visible, lo rápido, lo superficial, lo provisorio, la apariencia (3). Y aquí es oportuna una reflexión sobre nuestra concepción del tiempo. Desde sus inicios como teólogo, Metz criticó la concepción individualista de la fe cristiana cuando se la quería encerrar en el ámbito de lo privado, de lo religioso, del templo. Por el contrario, Metz siempre vio y expresó la dimensión política de la fe bíblica;

es decir, su capacidad para criticar a la sociedad, a la religión y a la misma Iglesia. Pero otra crítica que en este momento del coronavirus es muy oportuna, es sobre la concepción del tiempo que manejamos. Es, decía él, una concepción lineal: de progreso continuo, de éxitos, de desarrollo siempre constante, en la que no queda espacio para las víctimas y para los vencidos de la historia, para la memoria peligrosa de los ajusticiados por el sistema como Jesús de Nazareth y todos los mártires de injusticia y de la opresión de los poderosos. No queda lugar para, como diría Gustavo Gutiérrez, lo que están en el reverso de la historia. Y esta concepción lineal del tiempo la podemos ver en la fe ciega que se tiene en el avance tecnológico y científico: computadoras, celulares, redes de comunicación, armamento bélico, viajes al espacio o al mundo microscópico de forma cada vez más compleja son expresiones de este deseo. Aunque este avance científico y tecnológico no se vea acompañado por un avance igual en humanismo, en respeto y armonía con los demás hermanos y hermanas, con la madre tierra y con Dios, el Creador de todo lo que existe. Metz introduce en su teología la concepción bíblica apocalíptica del tiempo como ruptura, como corte, como discontinuidad de los tiempos humanos y aquí ve la auténtica y única posibilidad de futuro. Para que haya auténtico futuro, debe haber corte en la continuidad de los tiempos humanos. Y pareciera que hoy, como humanidad, nos asomamos a esta posibilidad del tiempo como novedad, como corte, como ruptura. Esta pandemia mundial que ya ha cobrado tantas víctimas y ha contagiado a miles de personas por todo el mundo, nos está haciendo volver a las cosas simples de la vida: el abrazo, el saludo, la ternura, la atención personal, el mirarnos a los ojos, el hablar de las cosas necesarias y no de tanta cosa superficial que el mundo del mercado nos había puesto delante de los ojos. ¿Podrá esta pandemia sacarnos a la humanidad de la anestesia que padecemos y hacernos sensibles al dolor de la madre tierra, de los descartados, del tráfico de personas y de órganos, del mal que causa el narcotráfico y las guerras? Como humanidad estamos a tiempo, pero tiene que ser cambiar de rumbo y de estilo de vivir sobre la tierra. Como seres humanos hemos superado muchas crisis, sin duda podremos también superar ésta. Citas:

1) FRANCISCO, La Alegría del Evangelio, 2013, Nos. 53 al 62. 2) Ibídem, No. 53 3) Ibídem, No. 62 (amerindiaenlared.org) 19/03/2020

68 76.¿Dónde está Dios?: Víctor Codina, SJ Afortunadamente, junto a los terroríficos y casi morbosos noticiarios televisivos sobre la pandemia, aparecen otras voces alternativas, positivas y esperanzadoras. Algunos recurren a la historia para recordarnos que la humanidad ha pasado y superado otros momentos de pestes y pandemias, como las de la Edad media y la de 1918, después de la primera guerra mundial. Otros se asombran de la postura unitaria europea contra el virus, cuando hasta ahora discrepaban sobre el cambio climático, los inmigrantes y el armamentismo, seguramente porque esta pandemia rompe fronteras y afecta a los intereses de los poderosos. Ahora a los europeos les toca sufrir algo de lo que padecen los refugiados e inmigrantes que no pueden cruzar fronteras. Hay humanistas que señalan que esta crisis es una especie de ―cuaresma secular‖ que nos concentra en los valores esenciales, como la vida, el amor y la solidaridad, y nos obliga a relativizar muchas cosas que hasta ahora creíamos indispensables e intocables. De repente, baja la contaminación atmosférica y el frenético ritmo de vida consumista que hasta ahora no queríamos cambiar. Ha caído nuestro orgullo occidental de ser omnipotentes protagonistas del mundo moderno, señores de la ciencia y del progreso. En plena cuarentena doméstica y sin poder salir a la calle, comenzamos a valorar la realidad de la vida familiar. Nos sentimos más interdependientes, todos dependemos de todos, todos somos vulnerables, necesitamos unos de otros, estamos interconectados globalmente, para el bien y el mal. También surgen reflexiones sobre el problema del mal, el sentido de la vida y la realidad de la muerte, un tema hoy tabú. La novela La peste de Albert Camus de 1947 se ha convertido en un best seller. No solo es una crónica de la peste de Orán, sino una parábola del sufrimiento humano, del mal físico y moral del mundo, de la necesidad de ternura y solidaridad. Los creyentes de tradición judeo-cristiana nos preguntamos por el silencio de Dios ante esta epidemia. ¿Por qué Dios lo permite y calla? ¿Es un castigo? ¿Hay que pedirle milagros, como pide el P. Penéloux en La peste? ¿Hemos de devolver a Dios el billete de la vida, como Iván Karamazov en Los hermanos Karamazov, al ver el sufrimiento de los inocentes? ¿Dónde está Dios?

No estamos ante un enigma, sino ante un misterio, un misterio de fe que nos hace creer y confiar en un Dios Padre-Madre creador, que no castiga, que es bueno y misericordioso, que está siempre con nosotros, es el Emanuel; creemos y confiamos en Jesús de Nazaret que viene a darnos vida en abundancia y se compadece de los que sufren; creemos y confiamos en un Espíritu vivificante, Señor y dador de vida. Y esta fe no es una conquista, es un don del Espíritu del Señor, que nos llega a través de la Palabra en la comunidad eclesial. Todo esto no impide que, como Job, nos quejemos y querellemos ante Dios al ver tanto sufrimiento, ni impide que como el Qohelet o Eclesiastés constatemos la brevedad, levedad y vanidad de la vida. Pero no hemos de pedir milagros a un Dios que respeta la creación y nuestra libertad, quiere que nosotros colaboremos en la realización de este mundo limitado y finito. Jesús no nos resuelve teóricamente el problema del mal y del sufrimiento, sino que a través de sus llagas de crucificado-resucitado nos abre al horizonte nuevo de su pasión y resurrección; Jesús con su identificación con los pobres y los que sufren, ilumina nuestra vida; y con el don del Espíritu nos da fuerza y consuelo en los nuestros momentos difíciles de sufrimiento y pasión. ¿Dónde está Dios? Está en las víctimas de esta pandemia, está en los médicos y sanitarios que los atienden, está en los científicos que buscan vacunas antivirus, está en todos los que en estos días colaboran y ayudan para solucionar el problema, está en los que rezan por los demás, en los que difunden esperanza. Acabemos con un salmo de confianza que la Iglesia nos propone los domingos en la hora litúrgica de las Completas, para antes de ir a dormir: “Tú que vives bajo el amparo del Altísimo y pasas la noche bajo la sombra del Todopoderoso, di al Señor: refugio, baluarte mío, mi Dios en quien confío. Pues él te libra de la red del cazador, de la peste funesta: con sus plumas te protege, bajo sus alas hallas refugio: escudo es su fidelidad. No temerás el terror de la noche, ni la saeta que vuela de día, ni la peste que avanza en las tinieblas, ni el azote que devasta a mediodía” (Salmo 91:1-6). Quizás nuestra pandemia nos ayude a encontrar a Dios donde no lo esperábamos. (amerindiaenlared.org) 20/03/2020

77.¿Esto nos está pasando realmente?: Santiago Alba Rico El virus es la contingencia misma del mundo sin Dios; el estado de excepción planetario sincroniza por primera vez desde 1945 nuestras costumbres y nuestras instituciones con una amenaza "mundana" de alcance universal Cicatero y gorrón en las redes, el sábado pasado se me ocurrió poner un tuit "filosófico", cuya prolífica reproducción -al menos en relación con mis baremos habituales- confirma de algún modo la transversalidad de su contenido. El tuit decía: "Esta sensación de irrealidad se debe al hecho de que por primera vez nos está ocurriendo algo real. Es decir, nos está ocurriendo algo a todos juntos y al mismo tiempo. Aprovechemos la oportunidad". Como en algunas respuestas se me ha pedido que explique más largamente este aforismo, lo intento a continuación. ¿Qué es real? Real es la independencia del mundo. Ahora bien, es más fácil para un machista reconocer la independencia de la voluntad femenina o para un nacionalista español la independencia de Catalunya que para un ser humano reconocer la independencia del mundo. Eso ocurre raramente y por dos motivos. El primero es antropológico y tiene que ver con lo que Jean-Paul Sartre, con inspiración muy heideggeriana, llamaba "la inmanencia de la conciencia en la experiencia". Estamos protegidos, es decir, por la inmediatez misma de nuestras experiencias en el espacio. Por el hecho de que experimentamos las cosas con nuestro cuerpo y en un mundo que reconocemos como banalmente "nuestro". Lo "normal" es, de alguna manera, lo contrario de "lo real". El segundo es sociológico: me refiero al hecho de que el mundo ha sido suplantado por toda una serie de estructuras -o respuestas sociales automáticas- que acabamos interiorizando de forma colectiva, pues de ellas depende nuestra supervivencia, como "reales". Pensemos, en nuestro caso, en todas esas satisfacciones civilizacionales cotidianas que damos por supuestas: del grifo sale agua, la luz se enciende, el cajero nos da dinero, el supermercado está abierto, el móvil se recarga, el médico nos atiende. Esta doble "inmanencia" (antropológica e institucional) determina la paradoja de que la pobreza sea tan "real" para los pobres como la riqueza para los ricos. Si los pobres tuviesen un acceso privilegiado a la realidad del mundo su vida sería totalmente insoportable y tanto las revoluciones como los suicidios serían mucho más frecuentes. Cuando la filósofa, militante y mística Simone Weil quiso compartir los sufrimientos de una cadena de montaje para clavarse "el aguijón de la realidad en la carne" descubrió el embrutecimiento salvífico del trabajo penoso y extremo: el trabajo mismo, con su inmanencia brutal, pone a los trabajadores "fuera del mundo". En cuan-

to a los suicidios, es sabido que se suicidan mucho más los ricos que los pobres. Raramente, pues, tenemos acceso a la independencia del mundo. Lo tenemos a través del dolor, mediante el cual chocamos con el límite interno de nuestra propia vida; y lo tenemos a través del amor, la primera vez que, enamorados, reconocemos el límite del otro cuerpo como indomeñable y gozoso. Raramente, sí, nuestra vida nos parece mortal; raramente un árbol nos parece un árbol; raramente los otros cuerpos nos parecen tan propios e independientes como el nuestro. Sólo las madres de todos los sexos viven la felicidad y el sufrimiento de sus hijos como realmente reales. Durante siglos, es verdad, los humanos hemos estado mucho más expuestos que hoy a la revelación de la independencia del mundo; es decir, a la irrupción disruptiva de lo real. Sometidos a la naturaleza y sus injurias, a los virus y sus contingencias, la religión nos ofreció un procedimiento manual para proteger nuestra inmanencia. El creyente que declaraba (y aún declara) que Dios es más real que el mundo, inscribe la contingencia en un orden y una voluntad, de manera que el mundo llega hasta nuestro cuerpo mitigado, a modo de caricia o de punición personal. Es lo mismo que hacemos -escribía el otro día- cuando recurrimos al complotismo para negar la existencia e independencia de las fuentes de dolor. Dios conspira a nuestro favor mientras que Trump -o Fumanchúconspiran en nuestra contra. Que el mundo lo controlen los malos, si es que Dios no puede hacerlo, no deja de ser un alivio teológico. Hoy nos hemos deshecho de Dios como de una chapuza primitiva -a igual título que los caballos o las máquinas de escribir- que se estropeaba muchas veces y requería un enorme esfuerzo de manutención individual (esfuerzo muy fecundo, por lo demás, en literatura y filosofía, hoy perdido). Nos hemos deshecho de Dios y en su lugar hemos introducido, a través del capitalismo de consumo, una estructura material y simbólica "automática" que asegura una inmanencia mucho más confortable, casi autista en su clausura molusca: la tecnología, el consumo, los avances médicos han generado en Occidente una ilusión de inmortalidad incompatible con la independencia del mundo. Con nuestra cámara digital la buscamos ansiosamente al tiempo que ansiosamente la negamos, prolongando tanto su ausencia como la nostalgia de ella. La buscamos y la negamos, en los intersticios de la tecnología, a través del sexo intenso y soluble sin compromiso. La buscamos y la negamos

en la droga, en el deporte onanista, en el ruralismo dominical. Nunca una sociedad humana ha vivido más fuera del mundo que la nuestra. Cuando titulaba mi último artículo "Apología del contagio" quería advertir sobre los peligros de esta ausencia de mundo; es decir, de esta desinfección de realidad. Y de pronto llega el coronavirus -con las medidas tomadas contra él- y nos revela de nuevo la independencia del mundo. Protegidos por la inmanencia, que nos hace interiorizar como normal su ausencia, su comparecencia sólo puede presentarse de forma traumática y desconcertante para los sentidos. La comparecencia de lo real, cuando ocurre, siempre se nos antoja irreal. Eso nos pasa, a nivel individual, cuando se nos diagnostica un cáncer y los cuatro puntos cardinales se mezclan y voltean ante nuestros ojos. O cuando nos acontece tener entre los brazos, caliente y vivo, el cuerpo soñado que habíamos creído siempre inalcanzable. Pero ocurre mucho más cuando ese desvelamiento del mundo en su independencia es compartido, sin escapatoria, por todos los humanos al mismo tiempo. Este "sin escapatoria" es importante, pues lo que define el mundo real -ya sea un árbol o un virus- es que no se puede escapar de él, ni para el bien ni para el mal. No se puede escapar del compromiso con el amado; no se puede escapar del cepo de la muerte. Es verdad que se nos deberían haber mezclado los cuatro puntos cardinales muchas veces antes de hoy, fuera de la confortable inmanencia de nuestros automatismos: con la amenaza nuclear, por ejemplo, latente desde 1945, o con el cambio climático, que coincide con los límites del planeta y del que no hay huida posible. Pero si sólo con el coronavirus se ha apoderado de nosotros esta sensación de irrealidad que acompaña siempre a la irrupción de la realidad es porque las medidas globales tomadas contra él han echado por tierra al mismo tiempo la inmanencia antropológica y la inmanencia sociológica. El virus es la contingencia misma del mundo sin Dios; el estado de excepción planetario sincroniza por primera vez desde 1945 nuestras costumbres y nuestras instituciones con una amenaza "mundana" de alcance universal que no podemos controlar. El gobierno, suspendiendo el régimen autonómico, reconoce la independencia terrible del mundo, desnudo de inmanencias rutinarias; el gobierno, alterando traumáticamente nuestra vida cotidiana, nos arroja al mundo, donde hay menos libertad no porque la ley nos obligue a quedarnos en casa sino porque nos atrapa, precisamente, en la realidad misma.

La globalidad de estas medidas da a este mundo una redondez asfixiante que nunca antes había tenido. O que nunca antes habíamos percibido de un poco tan vívido e inmediato. Que reconozcamos el mundo como real, ¿no es también una oportunidad? Debería serlo. Como algunos llevamos años pidiendo, el mundo se ha parado: un ocio trágico reemplaza a una producción suicida, el cuidado imperativo se impone al sentimentalismo nihilista, la propia crisis económica en ciernes, de una envergadura sin precedentes, concede al mundo la posibilidad de intervenir en nuestros debates sobre recursos, distribución y protección ambiental. La realidad tiene momentáneamente la palabra. Habría sido mejor, es cierto, que los árboles nos interpelaran pacíficamente y que el dolor de los otros nos hubiese okupado razonablemente los cuerpos. Habría sido mejor -aunque poco verosímil- que el mundo se declarara independiente ante nuestros ojos por la vía de la razón y la sensibilidad. No podía ser. Tenía que hacerlo de esta manera, con una sacudida de nuestras inmanencias y una amenaza a nuestras existencias. Lo cierto es que, obligados a este parón, vamos a ver por fin cosas que teníamos delante de las narices, nos vamos a aburrir hasta la rebelión, vamos a tensar al máximo nuestros resortes íntimos y nuestra lengua común. La pregunta ahora, por tanto, no es si esta revelación podía haberse producido de otra manera sino si estamos preparados para sacarle partido. No va a ser fácil. Antropológicamente nuestro mundo es el más irreal de la historia. Décadas de lo que Pasolini llamaba hace casi cincuenta años "hedonismo de masas" ha producido un naufragio "moral" tan catastrófico como refinada y totalitaria es nuestra tecnología: "El hedonismo del poder de la sociedad de consumo", escribía en sus Scritti corsari, "ha desacostumbrado de golpe, en menos de una década, a los italianos a la resignación, a la idea de sacrificio, etc.: los italianos no están ya dispuestos a abandonar ese poco de comodidad y bienestar (aunque sea miserable) que de alguna manera han alcanzado. Lo que podría prometer un nuevo fascismo, debería ser precisamente, por tanto, "comodidad y bienestar": lo que es una contradicción en los términos". Esto que dice Pasolini de los italianos se puede aplicar a todos los occidentales, pobres o ricos, e incluso, en términos de imaginario desiderativo, a todo el planeta. Un poema suyo de 1974, titulado Recesión, anticipa ese regreso al mundo o regreso del mundo, con fábricas en ruinas, calzones con remiendos y crepúsculos vacíos de coches, en el que los ojos "ya no demandan dinero sino amor"; el poema acaba recordando abruptamente

que ese mundo no puede ser deseable como catástrofe sino como "comunismo", en el modo muy particular -populismo católico y humanismo marxista- en que Pasolini interpretaba este concepto. No estamos preparados para afrontar la independencia del mundo; y si los europeos no nos ponemos las pilas, a esta disrupción de lo real sólo sobrevivirán, como dice otro poeta italiano, Erri de Luca, "los indios, los bálticos, los Masai, los beduinos protegidos por el viento y los mogoles a caballo". Y seguramente los chinos. Antropológicamente no estamos preparados. Pero mucho menos lo está el capitalismo para hacer concesiones. En el año 2008 los ciudadanos rescatamos a los bancos; hoy sería justo e imperativo que los bancos rescatasen a los ciudadanos. No ocurrirá. El capitalismo, esa descomunal fantasía, es capaz de succionar beneficios incluso de lo real disruptivo. La economía lleva algunos siglos y, sobre todo, algunas décadas negando el mundo y va a seguir haciéndolo. Nuestro desafío como humanos repentinamente arrojados a él es casi heroico: proteger la salud de cada cuerpo como si fuera nuestro propio cuerpo; proteger nuestras estructuras sanitarias, erosionadas por los recortes y por el nihilismo hedonista de algunos desalmados; proteger la democracia, que ya estaba debilitada y que puede sucumbir mañana a un permanente estado de excepción, por muy justificado que esté hoy; y protegernos, sobre todo, de una economía que nunca ha reconocido la independencia del mundo y que, ante la comparecencia de lo real, decidirá una vez más - entre el capitalismo o el mundo- sacrificar el mundo con todos sus habitantes. Lo peor esperable, dice un amigo, es que cuando pase esta crisis volvamos a donde estábamos, como si nada hubiese ocurrido. Hay otras dos opciones, excluyentes entre sí. Una es que, traumatizados por lo real, con menos defensas que nunca, busquemos nuevas inmanencias en regímenes autoritarios al servicio de un remozado capitalismo "nacional". La otra es que defendamos con uñas y dientes la independencia del mundo revelada de la peor manera y, tanto en la esfera antropológica como en la política, a nivel local y global, prolonguemos y gestionemos este parón y su dimensión auroral, fundacional, constituyente. Para ello, frente a los des-almados y a los automatismos, necesitamos buenos ejemplos. Y los tenemos. En el orden antropológico, ahí están los médicos, los sanitarios, los "piquetes" vecinales de ayuda a los mayores, las cajeras y reponedoras de los supermercados ("somos la tercera clase del Titanic", se lamenta una de ellas), cuya defensa de la realidad nos indica a todos el camino. En el orden político y global, ahí está la OMS, una institución silenciosa, mucho más eficaz que la ONU, que

parece entender que la única manera de que nos salvemos cada uno de nosotros es que nos salvemos todos al mismo tiempo. (eldiario.es) 17/03/2020

78.Virus: todo lo sólido se desvanece en el aire: Boaventura De Sousa Santos Existe un debate en las ciencias sociales sobre si la verdad y la calidad de las instituciones de una determinada sociedad se conocen mejor en situaciones de normalidad, de funcionamiento corriente o en situaciones excepcionales de crisis. Tal vez ambos tipos de situación induzcan igualmente al conocimiento, pero sin duda nos permiten conocer o revelar cosas diferentes. ¿Qué conocimientos potenciales se derivan de la pandemia del coronavirus? La normalidad de la excepción. La pandemia actual no es una situación de crisis claramente opuesta a una situación de normalidad. Desde la década de 1980 (a medida que el neoliberalismo se fue imponiendo como la versión dominante del capitalismo y éste se fue sometiendo cada vez más y más a la lógica del sector financiero), el mundo ha vivido en un estado permanente de crisis. Una situación doblemente anómala. Por un lado, la idea de crisis permanente es un oxímoron, ya que, en el sentido etimológico, la crisis es por naturaleza excepcional y pasajera y constituye una oportunidad para superarla y dar lugar a un estado de cosas mejor. Por otro lado, cuando la crisis es transitoria, debe ser explicada por los factores que la provocan. Sin embargo, cuando se vuelve permanente, la crisis se convierte en la causa que explica todo lo demás. Por ejemplo, la crisis financiera permanente se utiliza para explicar los recortes en las políticas sociales (salud, educación, bienestar social) o el deterioro de las condiciones salariales. Se impide, así, preguntar por las verdaderas causas de la crisis. El objetivo de la crisis permanente es que ésta no se resuelva. Ahora bien, ¿cuál es la finalidad de este objetivo? Básicamente, hay dos objetivos: legitimar la escandalosa concentración de riqueza e impedir que se tomen medidas eficaces para evitar la inminente catástrofe ecológica. Así hemos vivido durante los pasados cuarenta años. Por esta razón, la pandemia sólo está empeorando una situación de crisis a la que la población mundial ha estado sometida. De ahí su peligrosidad específica. En muchos países, los servicios de salud pública estaban hace diez o veinte años mejor preparados para hacer frente a la pandemia que en la actualidad.

72 La elasticidad de lo social. En cada época histórica, las formas dominantes de vida (trabajo, consumo, ocio, convivencia) y de anticipación o postergación de la muerte son relativamente rígidas y parecen derivar de reglas escritas en la piedra de la naturaleza humana. Es cierto que cambian gradualmente, pero las alteraciones casi siempre pasan desapercibidas. La erupción de una pandemia no se compagina con este tipo de cambios. Exige cambios drásticos. Y de repente, éstos se vuelven posibles, como si siempre lo hubiesen sido. Vuelve a ser posible quedarse en casa y disponer de tiempo para leer un libro y pasar más tiempo con la familia, consumir menos, prescindir de la adicción de pasar el tiempo en los centros comerciales, mirando lo que está en venta y olvidando todo lo que se quiera, pero sólo se puede obtener por medios que no sean la compra. La idea conservadora de que no hay alternativa al modo de vida impuesto por el hipercapitalismo en el que vivimos se desmorona. Se hace evidente que no hay alternativas porque el sistema político democrático se vio obligado a dejar de discutir las alternativas. Como fueron expulsadas del sistema político, las alternativas entrarán en la vida de los ciudadanos cada vez más por la puerta trasera de las crisis pandémicas, de los desastres ambientales y los colapsos financieros. Es decir, las alternativas volverán de la peor manera posible. La fragilidad de lo humano. La aparente rigidez de las soluciones sociales crea en las clases que más se aprovechan de ellas una extraña sensación de seguridad. Es cierto que siempre hay cierta inseguridad, pero hay medios y recursos para minimizarla, ya sean atención médica, pólizas de seguros, servicios de empresas de seguridad, terapia sicológica, gimnasios. Este sentimiento de seguridad se combina con el de arrogancia e incluso de condena respecto a todos aquellos que se sienten victimizados por las mismas soluciones sociales. El brote viral interrumpe este sentido común y evapora la seguridad de la noche a la mañana. Sabemos que la pandemia no es ciega y tiene objetivos privilegiados, pero aun así crea una conciencia de comunión planetaria, de alguna forma democrática. La etimología del término pandemia dice exactamente eso: el pueblo entero. La tragedia es que, en este caso, la mejor manera de mostrar solidaridad es aislarnos unos de otros y ni siquiera tocarnos. Es una extraña comunión de destinos. ¿No serán posibles otros? Los fines no justifican los medios. La desaceleración de la actividad económica, especialmente en el país más grande y dinámico del mundo, tiene obvias consecuencias negativas. Pero, por otro lado, tiene algunas consecuencias positivas. Por ejemplo, la disminución de la contaminación atmosférica.

Un especialista en calidad del aire de la agencia espacial de Estados Unidos (NASA) afirmó que nunca se había visto una caída tan dramática de la contaminación en un área tan vasta. ¿Significa esto que, a principios del siglo XXI, la única forma de evitar la cada vez más inminente catástrofe ecológica es por medio de la destrucción masiva de la vida humana? ¿Hemos perdido la imaginación preventiva y la capacidad política para ponerla en práctica? También se sabe que, para controlar efectivamente la pandemia, China ha implementado métodos particularmente estrictos de represión y vigilancia. Cada vez es más evidente que las medidas fueron eficaces. Resulta que China, a pesar de todos sus méritos, no tiene el de ser un país democrático. Es muy cuestionable que tales medidas puedan implementarse, o hacerlo de manera igualmente eficaz, en un país democrático. ¿Significa esto que la democracia carece de la capacidad política para responder a emergencias? Al contrario, The Economist mostró a principios de este año que las epidemias tienden a ser menos letales en los países democráticos debido al libre flujo de información. Pero como las democracias son cada vez más vulnerables a las fake news, tendremos que imaginar soluciones democráticas basadas en la democracia participativa a nivel de barrios y comunidades, y en educación cívica orientada hacia la solidaridad y la cooperación, y no hacia el emprendimiento y la competitividad a toda costa. La guerra de la que se hace la paz. La forma en la que se construyó inicialmente la narrativa de la pandemia en los medios de comunicación occidentales hizo evidente el deseo de demonizar a China. Las malas condiciones higiénicas en los mercados chinos y los extraños hábitos alimenticios de los chinos (primitivismo insinuado) estaban en el origen del mal. Subliminalmente, el público mundial fue alertado sobre el peligro de que China, ahora la segunda economía mundial, domine al mundo. Si China no pudo evitar semejante daño a la salud mundial y, además, no pudo superarlo de manera eficaz, ¿cómo podemos confiar en la tecnología del futuro propuesta por China? ¿Acaso el virus nació en China? La verdad es que, según la Organización Mundial de la Salud, el origen del virus aún no se ha determinado. Por tanto, es irresponsable que los medios oficiales en Estados Unidos hablen del virus extranjero o incluso del coronavirus chino, sobre todo porque sólo en países con buenos sistemas de salud pública (Estados Unidos no es uno de ellos) es posible hacer pruebas gratuitas y determinar con precisión los tipos de gripe que se han dado en los pasados cinco meses. Lo que sabemos con certeza es que, mucho más allá del coronavirus, hay una

guerra comercial entre China y Estados Unidos. Una guerra sin cuartel que, como todo lleva a creer, tendrá que terminar con un vencedor y un vencido. Desde el punto de vista de Estados Unidos, es urgente neutralizar el liderazgo de China en cuatro áreas: la fabricación de teléfonos móviles, las telecomunicaciones de quinta generación (inteligencia artificial), los automóviles eléctricos y las energías renovables. La sociología de las ausencias. Una pandemia de esta dimensión causa justificada conmoción en todo el mundo. Aunque el drama está justificado, es bueno tener en cuenta las sombras que crea la visibilidad. Por ejemplo, Médicos sin Fronteras advierte sobre la extrema vulnerabilidad al virus por parte de los miles de refugiados e inmigrantes detenidos en los campos de internamiento en Grecia. En uno de estos campamentos (campo de Moria) hay un grifo de agua para mil 300 personas y falta jabón. Los internos sólo pueden vivir cerca uno del otro. Familias de cinco o seis personas duermen en un espacio de menos de tres metros cuadrados. Esto también es Europa, la Europa invisible. Traducción de Antoni Aguiló y José Luis Exeni Rodríguez (jornada.com.mx) 20/03/2020

79.Necropolítica, colapso y coronavirus: Gilberto López Y Rivas Dos hechos noticiosos pasaron desapercibidos en los medios, saturados, como están, en torno al Covid-19, que ha impactado la vida de millones de personas en el mundo, mostrando, aún más que los efectos de esa enfermedad viral en sí, los profundos quebrantos de los servicios de salud pública, privatizados y desatendidos por los gobiernos neoliberales, así como las negligencias y contubernios criminales de estos gobiernos, que impiden adoptar políticas de salud responsables y efectivas frente a la pandemia, debido a que no desean afectar los intereses económicos de los grupos dominantes y su propia imagen política. Uno de esos hechos es la amenaza de bloqueo naval a la República Bolivariana de Venezuela (Ángel Guerra, La Jornada, 15/3/20), mientras que el otro es la realización de maniobras militares de la OTAN en Europa. En ambos casos es evidente que la maquinaria de la alianza imperialista militar encabezada por Estados Unidos no se detiene, a pesar de la pandemia y el agravamiento de la crisis económica de los mercados, sobre todo, en las pequeñas economías precarizadas que sobreviven apenas, y que no pueden darse el lujo de abandonar sus trabajos, hacerse de víveres y re-

cluirse en sus casas o lavarse las manos con el agua con la que no cuentan. La condición de clase determina las probabilidades de atención domiciliaria-hospitalaria y, en última instancia, de la sobrevivencia misma de los grupos más vulnerables. Es sorprendente el paralelismo de la situación creada por la emergencia de salud en la que estamos inmersos, con lo escrito por Carlos Taibo en su libro Colapso: Capitalismo terminal, transición ecosocial, ecofascismo, Buenos Aires: Libros de Anarres, 2017, en el que explora justamente las causas de un colapso sistémico de carácter global, poniendo énfasis en el cambio climático y el agotamiento de las materias primas. Subraya que a diferencia del pasado, cuando las principales amenazas de catástrofes estaban asociadas con fenómenos naturales, a partir del siglo XX, la acción humana resulta decisiva y fatal. Taibo, como otros autores, prefiere hablar de cambio climático y no de calentamiento global y, conforme a sus datos, será imposible evitar la subida de 2 a 3 grados en la temperatura media planetaria, por lo que sus consecuencias, expuestas someramente, corresponden con la realidad mundial que estamos ya viviendo: elevación del nivel del mar, desaparición del hielo en los polos, extinción y mutación de especies, desertización, deforestación, incremento en la frecuencia e intensidad de los huracanes, dificultades crecientes para la producción de alimentos, inundaciones inéditas y para siempre de tierras habitadas en litorales e islas, y, ¡surgimiento de nuevas enfermedades!, como ha ocurrido con el Covid-19. Volver a la lectura de esta obra impactante, perturbadora e ineludible hace comprensibles y urgentes los llamados constantes de los mayas zapatistas a organizarse ante una tormenta que no es ni metafórica ni simbólica y que alude no a una visión apocalíptica o de profecías milenaristas, sino a la posibilidad real y fundada científicamente de una catástrofe a escala mundial en un futuro cada vez más cercano, que Taibo denomina colapso, esto es, el hundimiento general y masivo del sistema dominante, manifiesto en reducciones sustanciales en la producción industrial; el derrumbe simultáneo y combinado de carácter financiero, comercial, político, social, cultural y ecológico, debido a sus propias contradicciones y realidades verificables, en sinergia con diversas y severas implicaciones previsibles y ya progresivamente manifiestas del mencionado cambio climático (ver: Emiliano Hersch González: http://enelvolcan.com/ 84-ediciones/059-octubrediciembre -2019/629-crisis-climatica-que-hacer). Ello tiene un referente a su vez ineludible en nuestro país. El EZLN en su comunicado del pasado 16 de marzo denuncia críticamente: la frívola irresponsabilidad y la falta

de seriedad de los malos gobiernos y de la clase política en su totalidad, que hacen uso de un problema humanitario para atacarse mutuamente, en lugar de tomar las medidas necesarias para enfrentar ese peligro que amenaza la vida sin distinción de nacionalidad, sexo, raza, lengua, creencia religiosa, militancia política, condición social e historia. Asimismo, llama a no dejar caer la lucha contra la violencia feminicida, a continuar la lucha en defensa del territorio y la Madre Tierra, a mantener la lucha por los desaparecid@s, asesinad@s y encarcelad@s y a levantar bien alto la bandera de la lucha por la humanidad. Pese al colapso visiblemente en desarrollo, el capitalismo necropolítico buscará utilizar la pandemia en favor de sus intereses de clase, con la complicidad de los estados a su servicio. A los pueblos corresponde resistir unidos y organizarse por la vida y el futuro de las generaciones venideras. (jornada.com.mx) 20/03/2020

80.Crisis capitalista y empresas sistémicas: Miguel Concha En la reciente reunión anual del Foro Económico Mundial, llevado a cabo en Davos, Suiza –por cierto, la número 50–, a la que acuden líderes mundiales de todos los órdenes con el propósito de proponer recomendaciones y estrategias que mejoren la situación del mundo, particularmente en las áreas sociales y económicas, se llegó a la siguiente conclusión: los resultados de la economía social de mercado, en la que hemos vivido inmersos los pasados 40 años, no han sido los esperados. Muy por el contrario, se han generado pobreza, desigualdad creciente, inestabilidad laboral y un fuerte deterioro del medio ambiente. Se señaló expresamente que en la globalización de la economía de mercado se descuidó el hecho de precisar que las empresas son organismos que participan en el logro del bienestar de la sociedad, y no únicamente entes con fines prioritarios de lucro; y que es indispensable que incluyan en su misión la responsabilidad que tienen con el bienestar de las personas que forman los grupos de interés que de hecho las integran y las hacen viables. Los llamados stake holders. Y ello a pesar de que desde la década de los años 70 del siglo pasado se ha promovido, reconocido e incluso premiado progresivamente en Estados Unidos, Europa y América Latina el compromiso social de las empresas con sus grupos de interés internos y externos, para restaurar la confianza del público, en el respeto de sus derechos sociales y humanos.

El fundador de Davos, el Dr. Klaus Schwab, declaró en forma categórica que tal como se está gestionando el capitalismo actualmente, ya no es sostenible, y que de hecho se está autodestruyendo. Una de las conclusiones del Foro Económico de Davos 2020, en el que participaron líderes mundiales, figuras clave de las Naciones Unidas y la Unión Europea, así como jefes de grandes empresas, entre otros, fue la necesidad de que se aplique en las empresas globalizadas la práctica del denominado capitalismo de los grupos de interés (stake holders). Es decir, lograr que las empresas asuman su responsabilidad no únicamente con sus accionistas, sino también con sus empleados, trabajadores, agentes, clientes, proveedores, gobiernos y comunidades. En una palabra, preocuparse solidariamente por el bienestar de todos ellos. En síntesis, está entonces fuera de toda duda que incluso en esta instancia de consulta mundial el modelo socioeconómico actual debe modificarse, y de hecho reinventarse, de tal manera que la riqueza creada por las empresas se distribuya tomando en cuenta auténticamente la responsabilidad social que tienen con los grupos de interés que las conforman, respetando sus derechos humanos y tomando en cuenta los valores morales de las sociedades en las que están establecidas. A lo que ahora habría que agregar su responsabilidad con la conservación de los recursos naturales y el cuidado del medio ambiente. En este contexto, se considera que la economía de mercado sigue siendo el mejor medio para generar riqueza, aun cuando también se piensa que es ineludible que el Estado debe vigilar activamente que se desarrolle respetando la auténtica competencia y evitando monopolios, monopsonios y prácticas oligopólicas. Quisiera concluir este artículo relacionando las recomendaciones y propuestas del Foro con la actitud reciente de los grupos empresariales de nuestro país. Hace algunas semanas, un grupo de 100 empresas se comprometió en forma pública a cubrir a sus trabajadores cuando menos el equivalente a dos salarios mínimos como remuneración por jornada de trabajo. En mi opinión es una decisión acertada, acorde con el espíritu de responsabilidad social de las empresas, que incluso sería deseable que se generalizara. Y en semanas pasadas se publicó también un decálogo empresarial, que en alguna forma recoge las recomendaciones del Foro Económico Mundial de Davos. Desde mi punto de vista, lo hace en forma amplia y con evidentes buenas intenciones. Pero a mi parecer, está lejos de establecer un auténtico compromiso empresarial con la responsabilidad social que tiene con los grupos de interés que se expresa en el comunicado del Foro. Aunque en este sentido vale la pena subrayar los principios 6, 7 y 8 de responsabilidad social del nuevo decálogo: 6) Demostrar nuestra obligación moral con la sociedad; participar activamente en el desarrollo de las comunidades y construir mejores condiciones de vida para los mexicanos. 7) Asumir y promover la inclusión, la diversidad y el respeto irrestricto a los derechos humanos. 8) Privilegiar la sustentabilidad en nuestras actividades económicas y un uso más consciente de los recursos naturales. Ojalá que estos principios no se queden, como muchas veces ha sucedido, en buenas intenciones y bellas declaraciones retóricas, sino en criterios que realmente informen nuevos códigos de conducta y buenas prácticas. (jornada.com.mx) 14/03/2020

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