Los caminos de Dios

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Soñando Juntos

No 49 - enero 2018

Revista Marista de Pastoral Vocacional

Un segundo en el camino

(Operación Triunfo)

Puede ser que quede un segundo o una eternidad no sabes lo que tienes por andar, el tiempo lo dirá. Puede ser que todo lo que sueñes se haga realidad que un segundo en el camino pueda más que una vida entera en la oscuridad. Ven déjate llevar por el corazón no te rindas nunca y ya verás lejos llegarás si te falta fuerza en el camino sabes bien que contarás conmigo. Dime lo que quieres, dime lo que piensas dime lo que sientas cuando lo sientas dime lo que sientas y no te arrepientas. Dime que tu puedes dime que tu sueñas no te desesperes cuando te pierdas dime que lo intentas y no te arrepentirás. Cada vez que pierdas la partida, juega una vez más recuerda que la herida sanará, atrevete y verás. Cada vez que sientas que la vida te ha dejado atrás no olvides que aún hay tiempo para despertar un nuevo sentimiento grande como el mar.

Los caminos

Cada golpe del destino cada amigo que se va deja huellas que ni el tiempo borrará cada paso en el camino nos acerca un poco más a ese sueño que algún día llegará.

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Los caminos de Dios siempre son los mejores.

Hno. A. Brambila

La vida de Marcelino se iba deslizando a gusto en aquella hermosa aldea de la comarca de Marlhes. Todo iba viento en popa. Las cosas iban saliendo como a él le gustaban. Bueno, aunque no todas. Pero, en fin, qué más podía pedirse: Gozaba del cariño de sus padres, especialmente del materno ¿No era el benjamín de la familia? Esto siempre acarrea ventajas afectivas. Y su padre, pues era un hombre que sonaba. ¿No había ocupado varios cargos públicos? Era poseedor de una habilidad política innata; y por sus ideas sociales era un hombre de su tiempo. Era el número uno, bueno, tal vez el número dos, de toda aquella región. Personalmente a Marcelino cualidades físicas no le faltaban. Tenía un cuerpo sano y bien proporcionado. Ya se perfilaba en su porte el hombre alto y fuerte que sería más tarde. En cuanto al aspecto religioso de su vida, las cosas marchaban con normalidad. Su mamá y su tía atendían con creces ese renglón. Marcelino había hecho su primera comunión y era muy devoto de María. Y luego, en sus prácticas dominicales, pues, ahí estaba, siempre. ¿Qué más se le podía pedir en esta línea? En medio de tanta belleza, había sin embargo, un pequeño grande bache en su vida. Intelectualmente, aunque de una inteligencia natural muy avispada, andaba mal, bastante mal, en cuestión de estudios. Por decisión propia, ante dificultades iniciales encontradas, había eliminado los libros de su horizonte: Así de sencillo. Y a sus padres no les había quedado más remedio que aceptarlo. Su porvenir se centraría en ser un buen granjero, ¡sí, señor!, habilidades para esto no le faltaban. El capital que en breve tiempo logró amasar demostrará su olfato para los negocios y su capacidad para la organización, pues hasta uno de sus hermanos entrará en sociedad con él.

¿Qué iba a hacer Marcelino con su vida? Bueno, pues lo mismo que hacían todos los de alrededor: crecer, ganar dinero, comprar casas y terrenos... y luego, claro está, casarse con una linda chica y formar una

familia. Y todo ello dentro de una religión bien llevada. Pero, en el verano de 1803, llegó un sacerdote al alejado caserío del Rosey. Traía, sin darse cuenta él mismo, un mensaje muy personal y cariñoso de Jesús a Marcelino: “Déjalo todo, ven y sígueme”. Y Marcelino lo alcanzó a escuchar, y en su corazón escribió la respuesta al mensaje, con tinta indeleble: “Seré sacerdote puesto que Dios lo quiere”. Y de ahí en adelante, ya nada será lo mismo. Ahora vemos que aquel muchacho que por una decisión unilateral y algo precipitada dejó los libros; ahora, contra viento y marea, se va a dedicar a ellos. Su cuñado, el profesor Arnaud, hombre experimentado en cuestión de alumnos, después de un año de clases particulares tratará de hacerlo entrar en razón: “Mira, Marcelino, ¿qué tal si mejor vuelves a tus corderitos, eh?..” Y sus hermanos, y sus padres: “¿No habías decidido dejar todo lo relacionado con la escuela y los libros? Pues ahora vive las consecuencias de aquella decisión. Te estaba yendo muy bien. Sácale, pues, fruto a tus habilidades prácticas. Olvídate de esto, es sólo una ilusión. Dios no puede llamar a alguien así”.

Nada, todo es inútil: las decisiones se toman y se mantienen a la medida de los ideales. Marcelino está entrando por un nuevo camino que da al traste con muchos de sus paradigmas anteriores. Ahora va a estudiar, y a estudiar mucho. Y posteriormente, (aunque eso aún todavía no lo sabe) hasta llegará a fundar un Instituto cuyo apostolado principal será el de la educación. ¡Y todo esto en alguien que había eliminado las letras de su horizonte vital!... Nuestro Marcelino había empezado a caminar en la vida el 20 de mayo de 1789. Al final de sus días habrá realizado muchas cosas y muy importantes. Había hecho de su existencia algo que nunca había entrado en sus planes. Sí, Marcelino, en su lecho de muerte, y ya a las puertas del cielo, podía muy bien sonreír sobre aquellos sus ideales de niño: “Venderé muchos corderitos, seré rico, y luego...” Aquel 6 de junio de 1840, cerró sus ojos, tranquilo, sintiéndose rodeado


de una gran familia de Hermanos, y sabiendo que muchos niños aprendían en sus escuelas a amar a Jesús y a María, y a hacerse poco a poco buenos cristianos y buenos ciudadanos... Sí, definitivamente, ¡los caminos del Señor habían sido, una vez más, los mejores!.... Moría feliz de haberlos recorrido.

“FALLAS EN PLENO DESPEGUE” El 1º de noviembre de 1805 iniciaba nuestro Marcelino sus estudios en el seminario menor de Verrières. Le había costado no poco dar ese paso, que supone tanto desprendimiento. En efecto, no le era fácil dejar su pequeño mundo del Rosey. Y se había resuelto, no sin dificultad, a no volver a la casa que le vio nacer y crecer, y que estaba tan poblada de recuerdos... Al entrar por las puertas del seminario menor, en la última semana de octubre, su corazón venía cargado de ilusiones y también de miedos. Y eso sí, en su alma, firmemente anclada, se anidaba la decisión de ser sacerdote. Pasaron los primeros días, en que todo es novedad y bienvenidas, y empezó luego la vida ordinaria, con sus grandezas y sus opacidades. Las lecciones en clase se complicaban cada vez más. Los esfuerzos para responder a las exigencias académicas tensaban su ánimo; traía a cuestas un retraso considerable. Total, que más pronto de lo que esperaba se dio en él una bajada de tono ante lo infructuoso de sus esfuerzos. El ambiente del seminario le resultaba no del todo favorable. Como en toda institución juvenil, había ahí esos muchachos, inteligentes y vivarachos, que, saliendo bien en sus estudios sin mayor esfuerzo, les sobra tiempo para poner la nota alegre, y habían integrado una especie de “banda alegre”. Marcelino, supera en cuatro años la edad media del grupo. Ingenio no le falta, ni habilidad para lo manual y lo práctico. Y, por su carácter franco y alegre,

le gusta reír. Por otro lado, en el aula se ve en desventaja. Es fácil imaginarse lo que da esta combinación: fracaso en clase y acierto en los patios. Por una simple ley de compensación lo que se pierde por un lado se recupera por el otro. Pertenecer, pues, a “la banda alegre” le ofrece una oportunidad de autoestima. Sin embargo, en su caso concreto lleva aparejada una contrapartida: le hará perder tiempo. Nada extraño, pues, que al final del curso su aprovechamiento no ande muy alto y su conducta no venga calificada sino de “regular”. Y entonces, deberá renunciar al seminario para el curso siguiente. El avión de Marcelino había tomado pista para despegar. Pero por más que sonaban los motores, faltó la potencia necesaria para levantar el aparato del suelo. Hubo fallas en pleno despegue. La torre de control indicó que el avión regresase a su base. Y es lo que hará Marcelino. ¿Y su decisión de ser sacerdote? Ya de vuelta en el Rosey, de inmediato se presentan los mecanismos típicos de superación: Asimilación del fracaso: llamar las cosas por su nombre, sin asustarse. Aceptar que ha fallado la estrategia, y examinar las causas del fallo. Una mamá inteligente, llena de sano realismo. María Teresa Chirat sabe que perder una batalla no es perder la guerra. Más interesada en la vocación de su hijo que en el propio renombre, sale al rescate de Marcelino porque ha comprendido bien lo que le sucede. Una peregrinación al santuario de la Louvesc, la oración fervorosa e insistente a María y algunas recomendaciones prácticas son su gran contribución. Y Marcelino es readmitido en el seminario para el curso 1806-07. Y ahora, un nuevo y definitivo intento: Una confrontación saludable: El Padre Antonio Linossier, profesor del seminario, le hace sentir al seminarista Marcelino, recién vuelto a ingresar, que si quiere resultados positivos tiene que poner medios concretos. Y ser constante en ellos. El impacto de un deceso: Dionisio Duplay. Joven inteligente y aventajado en sus estudios. Muy amigo de Marcelino. Atacado por una pulmonía fulminante muere en plena adolescencia. Marcelino quedará altamente impactado. El buen empleo del tiempo le resulta fundamental. Se esforzará en aprovecharlo bien. Una serie de resoluciones: Las hará por escrito y muy concretas. Atenderá las actitudes internas y no las conductas externas. Sabe que aquellas no aparecen pero están a la raíz de todo. Las segundas pueden ser pura fachada, de índole negativa o positiva.


Todo esto sumado hace que nuestro Marcelino vaya superando la crisis con éxito. En él había un ideal que a toda costa había que implementar: responder a su vocación sacerdotal. Sí, el avión de Marcelino tuvo que retomar la pista. No se había levantado al primer intento. Tuvo que soportar seguramente, como en estas circunstancias suele suceder, la crítica de los “entendidos”, la desazón de los pasajeros, los presagios de los pesimistas. Hubo que volver a la base, hacer los ajustes, y retomar la pista... Y ahora sí despegará, y tomará altura, mucha altura, una altura inmensa... ¿Qué enseñanza podemos sacar de todo esto? Pues que los grandes ideales no nos dispensan de tomar medios sencillos, concretos y eficaces. Y que todos los medios del mundo, sin ideales grandes, no conducen a ningún lado. Nunca en nuestro mundo había habido tantas facilidades y tecnología para todo. ¿Por qué tanta infelicidad, pues, en los que gozan de tantos medios y son expertos en tantas tecnologías? ¿No será porque están “viviendo” sin ideales? Marcelino nos enseña a todos no tanto cómo superarnos, sino porqué superarnos.

Para la reflexión y el compartir 1. Cuando Marcelino Champagnat se lanzó a la aventura de decir “Sí” a Dios, se enfrentó al reto con ventajas y desventajas con respecto a los jóvenes que le acompañaban. Si tú estuvieses hoy lanzándote al reto, como Marcelino, ¿qué ventajas y desventajas tendrías con respecto a él?

2. En el camino, hubo experiencias de vida que le marcaron y le hicieron tomar fuerzas frente a las adversidades. ¿Qué experiencias de vida has tenido tú que te han hecho más fuerte y decidido a la hora de enfrentar el camino de la vida?

3. “Los caminos de Dios... siempre son los mejores”. ¿Crees que esta afirmación del hermano Brambila se puede hacer realidad hoy en ti?

http://to2hermanos.org e-mail: pastoralvocacional@maristasac.org Twitter: @To2Hermanos Facebook:To2 Hermanos


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