Eduardo Sacheri

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POR MATÍAS CLARO Y FRANCISCO GALLEGOS

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ntes de comenzar a escribir, Eduardo Sacheri (Buenos Aires, 1967) leyó mucho. Su casa de infancia fue abundante en lecturas, y de ellas le quedó un amor por la historia, la narración, que perdura hasta hoy. Quizás ahí radica la clave de sus cuentos: a Sacheri le gusta contar lo que le pasa a la gente que él conoce, los que lo rodean. Pasa que los que están a su alrededor son fanáticos del fútbol, entonces Sacheri empezó a escribir de eso, de las historias de fútbol que escuchaba. O, incluso, de las historias de fútbol que él mismo vivió gracias a su padre, quien lo hizo fanático de Independiente.

de ellos fue Sacheri: en 1996, junto a una carta, envió tres cuentos. Dice Apo que él tenía por regla no leer antes del programa los textos que le llegaban, para que la primera lectura que hiciera fuera la misma que recibieran los auditores. Así, un sábado leyó “Me van a tener que disculpar”. La respuesta del público no se hizo esperar: felicitaban y pedían más de un autor, todavía, desconocido. El sábado siguiente fue el turno de “Esperándolo a Tito”. Los auditores, entusiasmados, querían saber quién era el que contaba esas historias. Apo, en este punto, tenía claro que estaba ante un talento innato: es probable que se sintiera como el experto veedor que mira a un joven jugador descollar en una cancha de tierra. Y eso no era todo. El último cuento que le faltaba por leer, “De chilena”, lo hizo llorar al aire: no pudo terminar la lectura y debió pedir ayuda para llegar hasta el final. Para el público fue suficiente. Escribieron y llamaron a la radio, preguntando dónde podían conseguir ese cuento, otro cuento, más cuentos. Ya no lo querían escuchar. Como sus amigos, lo querían leer.

Así, Sacheri escribía para él, su mujer y sus amigos: ellos leían sus cuentos cuando nadie más lo hacía. Hasta que pasó lo de la radio. No, en realidad no fue así. En estricto rigor no lo leyeron, porque, al principio, los cuentos de Sacheri fueron escuchados. Alejandro Apo conducía el programa de radio “Todo con afecto” –emitido los sábados por la tarde en Radio Continental, de Argentina– y leía al aire historias de escritores consagrados o de auditores que se atrevían a mandar sus textos. Uno 1

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- ¿Qué rescatas de esas primeras lecturas?

SACHERI, EL LECTOR

El primer gran salto de gusto lo pegué cuando pasé de los libros de mi hermana a los de mi hermano, porque una cosa era leer Heidi (Johanna Spyri) o Mujercitas (Luisa M. Alcott) y otra cosa muy distinta era leer Sandokan (Emilio Salgari). Salgari me salvó. También había una colección llamada “Grandes novelistas”, que sacaba Emecé. Eran Best Sellers norteamericanos; muy buenas lecturas contemporáneas. No era un hogar de lec-

- En tu casa, ¿se leía? - Me crié en una casa muy lectora; tuve ese enorme privilegio. Mis papás eran odontólogos, es decir, universitarios ambos. Y los dos eran muy lectores de ficción. Soy el menor de tres hermanos. Tengo un hermano diez años mayor y una hermana siete años mayor. Me asombraba, desde chico, cuando tenía tres o cuatro años, verlos a todos leyendo. Me asombraba ese rito de encerrarse en sí mismos frente a un libro, al punto tal que le pedí a mi hermana, cuando ya tenía cuatro o cinco años, antes de ir a la escuela, que me enseñara a leer. Yo quería eso. Y a mi hermana, como le gustaba jugar a la maestra, no tuvo ningún inconveniente en sobreestimularme. Mi comportamiento, en el jardín de infantes, empeoró, pero fuera del jardín me divertía mucho en casa.

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e asombraba, desde chico, cuando tenía tres o cuatro años, ver a toda mi familia leyendo. Me asombraba ese rito de encerrarse en sí mismos frente a un libro, al punto tal que le pedí a mi hermana, cuando ya tenía cuatro o cinco años, antes de ir a la escuela, que me enseñara a leer. Yo quería eso”.

Y empecé leyendo historietas: Patoruzu, por ejemplo. Y me llevé una primera sorpresa. Yo antes miraba las historietas y me construía la historia viendo los dibujos. Y la sorpresa fue decir “es otra cosa”. Pero, al mismo tiempo, la maravilla de que algo empezara a pasar ahí delante de nosotros. Después empecé con libros. Cuando empecé a leer, a principios de los setenta, no había literatura infantil o juvenil, como hay ahora por todos lados. Había un par de colecciones. En Argentina, había una que se llamaba “Robin Hood”, que eran en general adaptaciones de clásicos –hechas más fáciles– y alguna cosa contemporánea pensada para chicos. Y después empecé en la escala de lo que eran los libros de mi casa. Primero, la que me pasaba libros, era mi hermana. Luego mi hermano, después mi padre. Y no paré.

turas demasiado escogidas, pero sí abundantes. Me quedó de entonces un cierto gusto por las historias. O que me cuenten una historia, más allá de que desde estas latitudes uno le busca cierto lustre a la palabra –cuando dice o cuando cuenta–, para mí sigue siendo esencial de que haya una historia. Eso me queda de esa época básica de Julio Verne, Salgari, Arthur Hailey, o Mario Puzo –de El padrino-. Cuando leí Los doce del patíbulo (E. M. Nathanson) o El padrino, esos libros sin pretensiones estéticas, pero buenas historias, me marcó antes de empezar

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a leer en la adolescencia a autores literariamente más siniestros.

giar el amor. Cuando los pibes escuchan leerme es una sorpresa para ellos, porque cuando escuchan un relato bien hecho se prende la historia. Los adolescentes no se prenden, porque leen tan mal que no llegan a construir un ritmo. No hay modo de leer un libro si vos leés así de mal. Si vos tardás doce minutos para siete reglones, no hay modo de que sea divertido. Cuando yo voy y les leo, se copan, no porque yo lea particularmente bien. Leo y punto. Los pibes que van a ser mis alumnos dicen “ah, éste es el que lee”. No te ubican diciendo “este es el escritor, el que hizo la película tal”. No. Dicen “es el que te lee”. Es impactante el compromiso que le ponen ellos. Les encanta. Y vos fijate: estamos hablando de la cosa más simple del mundo: pararte enfrente de tus alumnos y leer un buen cuento en voz alta.

- Tú eres profesor. ¿Cómo fomentas la lectura entre tus alumnos? - Como profesor de historia, trabajo en un par de escuelas secundarias. Una de las escuelas está en un barrio muy carenciado, muy pobre del Gran Buenos Aires, relativamente cerca de donde yo vivo. Doy historia, supuestamente. Pero cuando empecé en esa escuela, hace trece años, escuchaba leer a los chicos de quince años y me horrorizaba que leyeran tan mal, que no fueran capaces de poner un punto, una coma, aparte de la lentitud y todos los vicios que uno sabe. Me dije: “qué van a entender estos pibes; si yo leyera así no entendería nada”. Entonces empecé a hacer, todas las semanas, una hora reloj de lectura en voz alta de cuentos. No de historia, sino que de cuentos que a mí me hubieran gustado en la adolescencia o que me gustaban siendo adulto, y empecé a leerlos en grupo, en voz alta, a partir de esta idea de conta-

- ¿Qué cuentos le lees a tus alumnos? - Hay un cuento de Adolfo Bioy Casares, que se llama “Cavar un foso”, un cuento policial: es una joya. Les encanta. Y leo cuentos de (Horacio) Quiroga. También les leo cuentos de Velmiro Ayala Gauna, que es un autor que vos preguntás quién es y nadie lo ubica. Es un correntino que vivió en la época de Horacio Quiroga, en las últimas décadas del XIX y en las primeras del XX. Como la mayoría de mis alumnos son familias migrantes –de Paraguay, de Corrientes, de Misiones-, ese mundo son sus ancestros, y les apasionan esos cuentos. Aparte son bastante sangrientos y truculentos; hay una mano cortada, un yacaré asesino. Se copan, y vos te das cuenta que varios de esos pueden seguir leyendo. Después viene la bibliotecaria de la escuela y dice “fue fulano a leer”. Tienen quince años y quizá toda la vida van a leer, pero la primera vez que pisan la biblioteca es ahí. ¿Por qué? Porque hicieron ese clic de que leer puede ser algo placentero. Esos chicos están terminando su educación, no porque la terminen, sino

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uando empecé a trabajar en una escuela, hace trece años, escuchaba leer a los chicos de quince años y me horrorizaba que leyeran tan mal (…). Me dije: “qué van a entender estos pibes; si yo leyera así no entendería nada”. Entonces empecé a hacer, todas las semanas, una hora reloj de lectura en voz alta de cuentos, a partir de la idea de contagiar el amor”. 3

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porque la van abandonando a esa edad. Pienso que estos pibes se llevan de mi clase el hecho de que puede estar bueno leer un libro. Ya no importa si no les llego a enseñar la historia argentina del siglo diecinueve. Por supuesto que está bueno enseñársela. Para mí es importante, pero esto está antes. No sabes lo que me cuesta que los docentes entiendan, cuando les cuento esto, porque me preguntan cómo lo evalúo. “No lo evalúo”, respondo. “¿Pero después qué hacen con eso?”. “Nada”, digo. Está esta cosa instrumental, de que todo tiene que servir para algo, cuando en realidad la lectura está bueno que sirva para nada. Para todo, y al mismo tiempo para nada. Para nada explícito, para nada expreso, para nada limitado. Porque las cosas que no te sirven para nada limitado, porque te provocan un placer, te sirven para todo. La lectura es una de ellas.

liano Buendía naufragaba. Hasta que con esa persistencia bien burguesa –dije “tengo que sacrificarme, tengo que poder hacerlo”-, atravesé el cuarto Aureliano y al final me encantó. Y García Márquez es un autor que me encanta. El amor en tiempos de cólera me encanta. Crónica de una muerte anunciada me parece un libro estupendo. Si escribes un libro de doscientas y pico de páginas, donde en la primera página vos sabés cómo va a terminar, y sin embargo te pasás las doscientas y pico de páginas esperando que termine de otro modo, entonces tenés que ser muy bueno para escribir algo así. - ¿Por qué el fútbol es importante en tu narrativa? - Más allá de lo que me gusta, me parece que los hombres usamos el fútbol como un

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a lectura está bueno que sirva para nada. Para todo, y al mismo tiempo para nada. Para nada explícito, para nada expreso, para nada limitado. Porque las cosas que no te sirven para nada limitado, porque te provocan un placer, te sirven para todo. La lectura es una de ellas”.

SACHERI, EL ESCRITOR - ¿Qué libros influyeron en tu decisión de convertirte en escritor? - Fue una compilación de cuentos de Julio Cortázar, que robé de la biblioteca de un amigo cuando yo tenía dieciséis años. Cortázar acababa de morir. Yo no había leído a Cortázar, porque acababa de terminar la dictadura argentina y en la escuela nadie te daba a leer a Cortázar. Ese libro de cuentos de Cortázar me partió la cabeza. En una edad así ya estás lo suficientemente maduro como para entender un montón de cosas que cuando más chico no entendés y, al mismo tiempo, lo suficientemente permeable y flexible como para que las cosas te calen mucho más hondo que después. Y luego, al mismo amigo, le robé Cien años de soledad (Gabriel García Márquez). Fracasé varias veces tratándolo de leer. Al tercer o cuarto Aure-

pasadizo para meternos en cosas más profundas. Así como somos muy básicos, mucho menos complicados y más simples que las mujeres en líneas generales, me parece también que somos muy pudorosos y bastante rígidos, esquemáticos y renuentes a enfrentar las cosas profundas que sentimos, que tememos, que queremos. En ese sentido, las mujeres son mucho más va-

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lientes, más a fondo: hablan, piensan, le dan vueltas a las cosas. El fútbol es una de las cosas –no la única-, que los hombres usamos para acceder a esas cosas más profundas. No nos emocionamos por cosas más importantes, supuestamente más profundas, pero sí por un partido de fútbol. No tememos la muerte de nuestros seres queridos, pero tememos irnos al descenso. Nos cuesta poner en palabras valores como la solidaridad, la entrega, el sacrificio, la traición, el dolor, la tragedia, pero aunque nos cuesta mucho hablar de esas cosas, las vivimos perfectamente en el fútbol. El fútbol nos ofrece un sistema de interpretación de la vida. Yo creo que funciona así. Literariamente, me parece que es un terreno muy fértil por eso. No es que yo me proponga escribir sobre fútbol. Me propongo escribir sobre gente, común y corriente, como la que vive a la vuelta de mi casa. Ése es el mundo literario que a mí me interesa. Pero a esa gente que vive a la vuelta de mi casa le gusta el fútbol. Y juega al fútbol. Utilizando el fútbol, puedo hacer esas cosas.

l fútbol es una de las cosas – no la única-, que los hombres usamos para acceder a esas cosas más profundas. No nos emocionamos por cosas más importantes, supuestamente más profundas, pero sí por un partido de fútbol (…). El fútbol nos ofrece un sistema de interpretación de la vida”. escribo, me pasa lo mismo. Escribo de distintas cosas. En ocasiones, cuando escribo los cuentos de fútbol o en Papeles en el viento, el fútboles una buena plataforma sobre la cual edificar otras cosas. Papeles en el viento, mi última novela, no es una novela de fútbol. Es una novela de cómo tres tipos sobreviven a la muerte de su mejor amigo. Pero les gusta el fútbol.

No voy a buscar material de fútbol. Voy a buscar material que me guste. Cuando

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