POR MATÍAS CLARO Y FRANCISCO GALLEGOS
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penas son las cuatro de la tarde, pero da la sensación de que en cualquier momento fuese a oscurecer. Los tejados de las casas aún conservan la humedad de la última lluvia que cayó sobre Santiago y las veredas de la Avenida Echeñique, en La Reina, coleccionan las hojas que el viento arrancó a los árboles. Uno de ellos, un par de cuadras más allá, ha perdido una rama. El cielo se comporta de manera extraña; aunque toma un nítido color azul hacia el oeste, las nubes que transitan en los cerros advierten que la tormenta podría continuar. Al cruzar la calle, un aire fresco nos da en la cara.
equipos de grabación. Pero un ruido del trípode, al fijarse la cámara, lo ahuyenta. Zambra deja de teclear y se queda, por un momento, observando cómo el gato se devuelve hacia el segundo piso. Pero no dice nada. Sólo se da unos golpecitos en el muslo con la mano, a los que el gato reacciona, acercándose y subiéndose a su regazo. Estira la cola. El escritor le acaricia el pelaje negro. Zambra vuelve sobre el notebook y, tras un par de minutos, lo cierra. Nos ofrece algo para beber, pero ninguno de los dos quiere nada. Va por un vaso de agua a la cocina. El gato lo sigue. El sol comienza a entrar más decididamente a través de la sala; para que no estropee la grabación, corremos el velo de la cortina. El gato vuelve detrás de él. Nos sonreímos. Comprendemos que busca la tranquilidad que le da su amo.
- Espero que no siga lloviendo –le digo a Alejandro Zambra (Santiago, 1975), una vez adentro de su casa. Pero no sé si me escuchó. Está concentrado en la pantalla de su notebook, enviando unos correos electrónicos; nos ha pedido un tiempo para terminar de escribirlos, antes de comenzar la entrevista. Dejo mi abrigo a un lado, sobre uno de los sillones. El sol traspasa uno de los ventanales del living, como si quisiera compartir el espacio del silencio. Por la escalera baja un gato negro. Camina hacia nosotros, que comenzamos a disponer los 1
En la entrevista, Zambra no sólo nos revela sus primeras lecturas y los autores que lo marcaron en su adolescencia. Además, nos habla de las instancias narrativas que lo convirtieron en escritor, en especial los terremotos, un tema al que le venía dando vueltas hace algún tiempo y se refirió abiertamente en su última novela, Formas de volver a casa (2010). Al 1
igual que la mayoría de los chilenos, creció escuchando historias sobre terremotos, principalmente a través de las que le contaba su abuela. Identificó que el relato que construimos de ellos, en general, sirven para darnos tranquilidad. Y nos sorprende, minutos más tarde, cuando al contestarnos otra pregunta, parafrasea a Violeta Parra: “la escritura da calma / a los tormentos del alma”. Porque, para Zambra, la escritura es para el hombre una forma de encontrar tranquilidad.
muy graciosa, o que a mí me parecía muy graciosa. Recuerdo varios libros en especial, y yo creo que eran las lecturas del colegio. Me gustó mucho Miguel Strogoff, de Julio Verne. Me gustó mucho un libro muy perno –seguro que si lo leo ahora me parecería terrible– que se llama Edad prohibida (Torcuato Luca de Tena). En general, creo que me gustaba en los libros encontrar palabras desconocidas. Por ejemplo, me acuerdo que en ese libro de Torcuato Luca había un capítulo que se llamaba “Fruslerías”. Me gustó aprender esa palabra: “fruslerías”. Creo que ya un
Al concluir la grabación, descorro el velo de la cortina. El sol ha perdido luminosidad; el living adquiere un tono lánguido. Tomo el abrigo. Zambra, que está bajo el dintel de la puerta y tiene al gato entre sus brazos, mira hacia el poniente y descubre las nubes que también comienzan a aparecer en esa dirección.
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e gustó mucho Obra gruesa, la primera antología que leí de Nicanor Parra. Recuerdo – a los trece años– haber comprado el libro en San Diego y haberlo leído en la plaza Bulnes. Lo pasé muy bien, varias mañanas. En general, la experiencia de la lectura de la antipoesía me sigue resultando muy satisfactoria”.
- Yo creo que sí va a seguir lloviendo – dice, despidiéndose. Afuera está helado. Al cruzar de vuelta la Avenida Echeñique, me percato que un par de cuadras más allá, unos trabajadores de la municipalidad, provistos de una motosierra, quitan completamente la rama del árbol. El viento se hace más fuerte. Creo que viene en dirección de este a oeste, pero un remolino que se forma con las hojas secas, me hace dudar. Sin duda, pienso, la tormenta va a continuar.
poco más grande me volví loco con algunas cosas, pero niño-niño lo pasaba bien leyendo, me parecía entretenido y tenía cierta avidez por la literatura.
ZAMBRA, EL LECTOR - ¿Cuáles fueron los primeros libros que leíste?
- ¿Qué lecturas marcaron tu adolescencia?
- No sé cuál fue, en realidad. Me acuerdo del primer libro que compré: (Antón) Chéjov, La cerilla sueca y otros cuentos. Había una colección de libros – “Libro Amigo”, de Bruguera–. En el supermercado yo vi esa colección y me gustó el monito de la portada. Tenían una gráfica 2
- Yo creo que pequeñas imágenes de varios libros. En general, más la poesía que la prosa, pero también la prosa. Me gustó descubrir a (Pablo) Neruda, por ejemplo. Cuando leí Residencia en la tierra –que no entendí nada– me gusto muchísi2
mo, me pareció muy atractivo. Me gustó mucho Obra gruesa, la primera antología que leí de Nicanor Parra. Recuerdo – a los trece años– haber comprado el libro en San Diego y haberlo leído en la plaza Bulnes. Lo pasé muy bien, varias mañanas. Creo que, además, es una poesía para esa edad también –para todas las edades-, pero tiene una dimensión, la antipoesía o la poesía de Nicanor Parra, lúdica. Resultan muy sorprendentes muchos textos de Obra gruesa, de Poemas y antipoemas, de Versos de salón. Creo que hay muy pocos textos que realmente perdieron valor. En general, la experiencia de la lectura de la antipoesía me sigue resultando muy satisfactoria.
esa asociación de “leer libros prohibidos”. Hace poco leí un libro –una novela infantil o juvenil– de Ian McEwan que se llama En las nubes, y es buenísima. No sé si habla muy mal de mí que me parezca tan bueno un libro que no es para mi edad. Me gustó mucho el libro. Los escritores seguimos leyendo, no es “oh, la construcción” u “oh, cómo logra esto”. Me gustó, me metí en la historia. Me gustó mucho.
ZAMBRA, EL ESCRITOR - ¿Cómo se origina tu deseo por ser escritor?
- ¿Qué le recomendarías leer a un aspirante a escritor?
- Tiene que ver con la misa, con los relatos deportivos de partidos de fútbol, con los relatos de mi abuelita sobre gente que había muerto en el terremoto del año ‘39, con la música y tiene que ver con la Teletón. Esas cinco instancias –por así llamarlas– tienen, de algún modo, que ver con la escritura, en mi caso: con el deseo de escribir o de comunicar algo. Estoy hablando de “dispositivos narrativos”. Por ejemplo, la Teletón –no sé por qué nos dejaban verla hasta tarde– y esa estructura del caso, el relato del caso, es una estructura narrativa. En mi cabeza fue una de las primeras de las que yo tuve conciencia estructural. No es que me gustaran esas historias, eran terribles. Uno estaba obligado a verlas. Y los relatos deportivos: recuerdo que fui con mi tío al estadio y por primera vez escuché el partido en su radio de mano mientras lo veía, y me daba cuenta que era más interesante lo que estaba pasando con las palabras que en la cancha, porque el relato radial es una fuente incesante de metáforas –y metáforas comprensibles para un niño–, porque tienen que ver con una cuestión estilística que es la necesidad de nombrar de formas distintas algo que debe ser nombrado muchas veces en poco tiempo. Y de la misa –eso sí que parece
- Recomendaría muchos libros, la verdad. Ahora, no sé si en una etapa o en otra: yo creo que la lectura también tiene
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a misa, los relatos deportivos de partidos de fútbol, los relatos de mi abuelita sobre gente que había muerto en el terremoto del año ‘39, la música y la Teletón: esas cinco instancias tienen, de algún modo, que ver con la escritura, en mi caso: con el deseo de escribir o de comunicar algo”. algo de caótico, y que una gracia –que los lectores seguirán repitiendo– es la de leer a destiempo algunas cosas. Por ejemplo, leer muy chico libros para grandes. Me parece que también la lectura, todavía, tiene 3
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ganso– me gustaba la solemnidad de ese lenguaje. Así como me gustaba la rapidez de ese otro lenguaje, la misa era una instancia donde las palabras parece que significaban algo. Todo eso contrastado con un lenguaje súper opaco y gritoneado como era el de los medio de comunicación. O súper falso –incluso evidentemente falso para un niño– o autoritario, como cuando aparecía Pinochet en las noticias o en las cadenas nacionales. Entre esa opacidad yo encontraba estas instancias, que no sé si eran luminosas, pero sí ponían en conflicto la percepción, la posibilidad de percibirlo todo como algo homogéneo. Por otra parte, no es tan distinto, porque uno podría formular una experiencia narrativa o de “lo narrativo” a propósito de, por ejemplo, los cuentos infantiles. Pero a mí no me contaban cuentos infantiles, y en vez de eso sí recuerdo vivamente los relatos de mi abuelita en torno a la gente que había muerto en el terremoto del ‘39, en el que ella había perdido a toda su familia. Salvo a su hermano –que la había rescatado de los escombros–, había perdido a su mamá, papá, a sus hermanos; entonces era la instancia más traumática de su vida, siendo ella muy chica. Y, sin embargo, cuando ella nos contaba esas historias, eran historias divertidas. Historias divertidas que terminaban mal, porque el final de todas ellas – al igual que las tragedias de (William) Shakespeare– era la muerte: todos habían muerto. Entonces, mi abuelita nos contaba una historia muy graciosa y al final se acordaba, y nos recordaba, que estaban todos muertos y se ponía a llorar y nosotros nos poníamos a llorar. Bueno, no nos quedábamos nunca dormidos, pero esas eran las historias, “historias para no dormir”, digamos.
to, porque sí me interesaron las novelas o los cuentos, pero era algo más excepcional que normal. Encontraba que era raro querer escribir una novela, es como de viejo escribir novelas, pensaba yo, y se supone que, además, hay que vivir muchas cosas y muchas aventuras para después contarlas. Creo que tal vez estaba deprimido. A mí me pasa eso, históricamente, que cuando me deprimo intento hacer algo que no haya hecho nunca antes, como escribir una novela, por ejemplo. El deseo de escribir una novela no era una deseo “sagrado”, era un juego y, a la vez, tenía que ver –en Bonsái, en particular– con que yo había estado intentado crear a partir de esa imagen, o de ese núcleo de imágenes, asociado a lo que yo venía pensando, pero la verdad es que no me había resultado el libro, un libro de poemas.
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i sensación es que el terremoto me corrigió la novela. No sabría muy bien decir por qué, ni siquiera es algo que tenga que ver necesariamente con la trama o con la cantidad de páginas o con los capítulos. Tiene que ver con el peso de lo que sucedió”. - ¿Cómo influyó el terremoto de 2010 en la escritura de Formas de volver a casa? - Existía la novela antes del terremoto. Seguro que si alguien la lee, encuentra que no es tan distinta de la novela final. Mi sensación es que el terremoto me corrigió la novela. No sabría muy bien decir por qué, ni siquiera es algo que tenga que ver
- ¿De donde surge la necesidad de escribir una novela? - Yo creo que, para mí, escribir era escribir poesía; era lo mismo. No me interesaron las novelas hasta muy grande. Mien4
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necesariamente con la trama o con la cantidad de páginas o con los capítulos. Tiene que ver con el peso de lo que sucedió. Yo, por lo demás, había estado pensando en terremotos mucho tiempo. Los chilenos hemos crecido escuchando historias de terremotos. En todas las generaciones hay alguno, y entiendo que eso también es, por así llamarlo, un “dispositivo”. Tiene que ver con nuestra identidad y con nuestra idiosincrasia. La sensación de que tiembla y que no es tan grave. El terremoto del ‘85 para mí fue muy impresionante –tenía nueve años–, porque yo estaba con mi abuelita en ese momento. Y como ella nos había hablado tanto, a mí y a mi hermana, de los terremotos, para mí fue como que ese espacio de lo imaginario se hiciera presente. Lo que yo sentí, en ese momento, fue que la ficción se hiciera realidad. Es difícil no ponerse metafórico con esas cuestiones: la tierra nos quiere recordar, cada cierto tiempo, que todo es mucho más transitorio de lo que queremos creer.
scribir es olvidar que uno está escribiendo. El momento más hermoso en la escritura, creo yo, es cuando ni siquiera sabes de qué estás hablando. No quiero recurrir a imágenes tan manidas, pero sí creo que hay una dosis de “trance” en todo eso, algo que proviene de momentos previos muy razonados. Estamos hablando, finalmente, de puras obsesiones”. peto, también, esos momentos previos, que son muy racionales. Estamos hablando, finalmente, de puras obsesiones. Por otra parte, escribir, para mí –y yo creo que para todos los escritores-, es un hábito. No sé si es una profesión, pero es un hábito como, por ejemplo, la sobremesa es un hábito. No es obligatorio, no es trascendente, pero estoy acostumbrado a escribir esas cosas. Eso significa que parte de ese momento de escritura, de alguna manera, se traduce en algo que toma una dimensión pública. Pero eso es sólo un pedacito del tiempo.
- ¿Por qué para ti es importante seguir escribiendo? - En el fondo, escribir es olvidar que uno está escribiendo. Empiezas a ahondar y, de pronto, ya te olvidas de todo eso. El momento más hermoso en la escritura, creo yo, es cuando ni siquiera sabes de qué estás hablando. Yo creo que eso sí sucede: tienes una frase y viene otra frase. No quiero recurrir a imágenes tan manidas, pero sí creo que hay una dosis de “trance” en todo eso, algo que proviene de momentos previos muy razonados, pero yo sí res-
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