POR MATÍAS CLARO Y FRANCISCO GALLEGOS
L
o primero que nos dijo fue “disculpen la demora”. Habíamos quedado de juntarnos en su hotel y tuvimos que esperarlo un poco, no más de 10 minutos, porque estaba conversando con una persona que lo había ido a ver a propósito del Flamenco, arte en que Fernando Iwasaki (Lima, 1961) es una autoridad. “Ha sido un viaje muy breve, por lo que no he podido juntarme con mucha gente, y a los que he podido ver ha sido por poco tiempo”. “¿Cuándo se va?”, le preguntamos. “En dos horas”, y se rió.
Empezamos a conversar. Le preguntamos por sus lecturas y sus inicios como escritor. Firmó un libro para regalar. Mucho más tarde del tiempo pactado, cuando ya estaba atrasado para su vuelo, terminó la entrevista. Al despedirnos, le deseamos un buen viaje. “Muchas gracias, pero para eso tengo que llegar al avión”, dijo riendo. “Y todavía debo hacer la maleta”. “¿No la tiene lista?”. “No, aún no. Es que ha sido un viaje breve y me ha faltado el tiempo”. Quedamos de vernos en una próxima ocasión, cuando venga por más días. “Y si necesitan alguna cosa, me escriben”. No hay nada que necesitemos, nada que le podamos pedir: nos quedamos con un regalo para nuestros lectores y con esta entrevista imperdible.
Ya nos habían advertido de la generosidad de Iwasaki. Que es un buen tipo, muy amable, y de un gran sentido del humor. Que siempre está dispuesto a lo que le pidan. Podemos dar fe de aquello. Le escribimos un par de días antes de su llegada a Chile y no se hizo ningún problema en conversar con nosotros. Y no sólo eso. Como el ruido del lobby -los pasos de los turistas y hombres de negocios, las preguntas en distintos idiomas- iba a interferir con la calidad del audio, propuso que fuéramos a alguna parte más tranquila. Nos ayudó a cargar la cámara y luces, mientras subíamos un par de pisos del hotel.
IWASAKI, EL LECTOR - ¿Cómo fueron tus inicios en la lectura? - En mi casa no había una biblioteca. Lo que había eran los libros viejos de cuando mi mamá era chica y que, por lo tanto, eran clásicos infantiles y juveniles. Me acuerdo que había una revista argentina que se llamaba Billiken. Había también
Al final, nos instalamos en un pasillo. 1
una colección argentina, la colección “Robin Hood”, donde leí a Julio Verne, Los caballeros de la tabla redonda (Jean Markale), Mark Twain, libros en versiones probablemente preparadas para adolescentes y que me convirtieron en el lector que soy. También es cierto que por aquellos años utilicé la biblioteca de mi colegio. Esos fueron mis libros, mis lecturas y esa fue mi biblioteca: la biblioteca pública, la biblioteca escolar de mi colegio. Mi mamá era y sigue siendo una persona interesada por la lectura. En cualquier caso, yo sabía que los libros que teníamos en casa eran libros que habían sido suyos. Tenían su nombre y el nombre de mi tío; habían sido regalos. Muchos de esos libros yo los tengo en mi casa de Sevilla, en España, porque forman parte de mi historia sentimental. Mi madre tenía también en la mesa de noche de casa –y esto también lo recuerdo siendo adolescente- libros de (Julio) Cortázar, de (Gabriel) García Márquez, de (Ernesto) Sábato. Recuerdo que yo estaría en algún año de secundaria y tenía El obsceno pájaro de la noche (José Donoso). Yo veía la palabra “obsceno” y decía “¿y mi mamá lee estas cosas?”. “Obsceno” y, además, “pájaro”. Cuando tú tienes quince años, son dos palabras que juntas son terribles en la fantasía. Pero si yo no hubiera visto libros en la mesa de noche de mi mamá, probablemente no me hubiera convertido en el lector que soy. - ¿De qué forma te marcaron tus primeras lecturas? - Cuando era niño, cayó en mis manos un libro de cuentos de Oscar Wilde – como El ruiseñor y la rosa y otros más-. Con “El gigante egoísta” me sentí muy afectado leyendo. Yo era un niño menor de nueve años; el cuento me hizo llorar, literalmente. Me pareció un descubrimiento que un libro te hiciera llorar. Luego fui descubriendo libros que me hacían reír, que te hacían pensar. Es decir, la lectura no era 2
algo divorciado de los sentimientos, del estupor, de la perplejidad. Ese cuento lo recuerdo de una manera especial, porque provocó en mí un efecto que yo no sabía que podía provocar. Tengo que remontarme a la lectura de Historia de cronopios y de famas, de Cortázar para acordarme de mí riendo mientras leía. Ese es otro libro, para mí, importantísimo. O los libros de (Howard Phillips) Lovecraft, porque eran historias de terror. Y yo llegué a Lovecraft, porque antes había leído a (Edgar Allan) Poe y leí a Poe porque había sido traducido por Cortázar. Es decir, todos estos libros y autores estaban interconectados.
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uando niño, fui descubriendo libros que me hacían reír, que me hacían pensar. Es decir, la lectura no era algo divorciado de los sentimientos, del estupor, de la perplejidad.” A mí me encantó La palabra del mudo, de Julio Ramón Ribeyro. A mí me deslumbró Cien años de soledad, de García Márquez. El libro de arena, de (Jorge Luis) Borges, me pareció un libro potentísimo; recuerdo que comencé con el cuento que se titula “El otro”, que es un cuento en el que el Borges mayor, que está en el Yard de Harvard, se sienta en una butaca al lado de un desgarbado muchacho que tiene 18 años y, que de pronto, descubre que es él, pero que ese otro Borges joven está en Ginebra. Cuando yo leí ese cuento dije “esto lo encuentro fantástico”. Esto es como cuando el Doctor Muerte está flotando por el espacio y se encuentra con un villano llamado Rama Tut que le dice “yo soy tú, pero mil años después”. Yo hab-
ía leído esa historia y reconocí en Borges el mismo principio. O sea, a mí los cómics me prepararon para leer literatura fantástica y comprenderla. Sin los cómics, Cortázar, Borges y otros más no hubieran sido decodificados por mí. - De tus primeras lecturas, ¿qué libro recomendarías? - La cartuja de Parma, de Stendhal, me pareció un libro increíble. Lo sigo recomendando; lo tengo en diversas traducciones y ediciones, porque es una novela que es un fetiche para mí. Ese libro arranca con una persona que está en una batalla, pero que no sabe que es la batalla. Eso les ocurre, por ejemplo, a los políticos todos los días; los políticos están desconcertados y no saben que están en el poder, en un escenario donde transcurren cosas. Eso les pasa a los amantes, que ignoran que están viviendo una situación muy especial. Yo creo que esa figura de Fabrizio del Dongo, que camina por el campo de batalla sin saber que está en la batalla, es algo que nos ocurre constantemente a muchas personas en
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tendhal me parece un autor extraordinario y La cartuja de Parma es una novela que entró en un momento muy particular de mi vida. Siempre hablo de ella porque es una novela que, en muchos aspectos, me sanó”.
mento muy particular de mi vida. Siempre hablo de ella porque es una novela que, en muchos aspectos, me sanó. - ¿Qué autores chilenos has leído? - Yo creo que conozco y que tengo una idea más o menos cabal de la literatura chilena. Hablo de libros de Joaquín Edwards Bello, de Augusto D’Halmar, de Teresa Wilms, de (Rafael) Sanhueza Lizardi. Hablo, por ejemplo, de José Santos González Vera, de quien tengo todos sus libros en primeras ediciones y que me parece un autor finísimo y de un gran sentido del humor. Pero, por supuesto, aparte de estos autores, leí en la universidad a Donoso, a Jorge Edwards. Y en España he conocido a muchos escritores chilenos, contemporáneos míos, como Alberto Fuguet, Andrea Maturana, Alejandra Costamagna, Mauricio Electorat. Conozco los libros de Arturo Fontaine, de Jaime Collyer, de Gonzalo Contreras, por supuesto Diamela Eltit, Juan Armando Epple. Considero que son autores que me interesan, porque son de mi lengua, de mi continente, porque son más o menos de mi generación. Y me acerco también a los autores chilenos más jóvenes, como Alejandro Zambra, Ximena Jara, como Juan Pablo Roncone, de quien me llevo ahora su libro. He conocido a Álvaro Bisama también. Me interesa mucho leer y conocer a los escritores de mi lengua y que son contemporáneos. IWASAKI, EL ESCRITOR - ¿Cómo llegaste a ser escritor?
distintos momentos de nuestra vida. Cuando leí en aquella época La cartuja de Parma era una persona que también creía mucho en esas ideas del amor, que están presentes en esa novela. Stendhal, por otro lado, me parece un autor extraordinario y es una novela que entró en un mo3
- Es muy difícil decir “en tal momento de mi vida quise ser escritor”, porque eso no es así. Por ejemplo, yo no me fui de Perú para ser escritor. Yo me fui de Perú porque quería investigar en el Archivo de Indias, porque soy historiador y tenía una investigación en marcha y había unos estudios de
doctorado en la universidad. Pero luego, por circunstancias, lo fui abandonando. Y como ya no investigaba ni escribía artículos académicos ni ensayos que tuvieran el propósito de ser leídos por estudiantes universitarios o colegas de profesión, empecé a escribir relatos, textos con un poco más de ambición literaria. Yo ya había publicado en el año 1987 un libro de cuentos, entonces simplemente empecé a dedicarle más tiempo a la literatura. Yo pensaba que mi futuro profesional iba a ser académico, de científico social, entonces para mí la literatura era una suerte de clavel en el ojal del historiador. Y, además, como suele suceder con los libros de cuentos, no tenían un propósito integrador; son libros que se publican por acumulación, que nacen casi por un proceso embarazoso. Es como cuando se dice “estoy de cinco meses voy a tener un niño”, esto es “estoy de siete cuentos, voy a tener un libro”. Me encontré con ese libro, Tres noches de corbata (1987), lisa y llanamente porque había un número de páginas que me indicaba que podía convertirse en un volumen. Yo me sentía muy contento, me sentía muy satisfecho de tener Tres noches de corbata. Se agotó la primera edición. La primera edición existió –yo estaba recién casado- gracias a mi mujer, porque vendimos el refrigerador y la cocina. Imagínate, una chica española que se va a vivir a Perú y, de pronto, estás montando tu casa y le dices “vamos a vender la cocina y el refrigerador para pagar un libro”. Y ella aceptó, lo que fue una decisión muy importante de respaldo. Esa primera edición se agotó, recuperamos el dinero, volvimos a comer caliente y ya el editor hizo una segunda edición. - ¿Por qué ha sido importante el humor en tus textos? - El tema del humor es un tema complicado. La gente piensa que lo único que te interesa es el humor. El humor es un cristal, una manera de mirar y hay momentos 4
en los que el humor debe convivir con otras maneras de mirar y con otros cristales para producir otros efectos. A mí no es que me interese escribir un libro en el que todo el tiempo el lector esté agarrándose la barriga de la risa. No. A mí me interesa también, como me imagino a la mayoría de los escritores, crear personajes que sean verosímiles, fraguar historias que sean persuasivas y muchísimas cosas más. Que se noten, en determinados momentos, las lecturas que están detrás de tus criaturas. Pero sí que es cierto que el humor es algo que casi naturalmente fluye en mi manera de ser, en mi manera de pensar, de estar en el mundo. Es un humor de lo que, podríamos llamar, las paradojas con las que trabajaba (Gilbert Keith) Chesterton, Bertrand Russel, el mismo Borges, Jorge Ibargüengoitia -el mexicano-, Guillermo Cabrera Infante. Ese tipo de humor que a mí me in-
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l humor es algo que casi naturalmente fluye en mi manera de ser, en mi manera de pensar, de estar en el mundo. Me interesa un humor más de reflexión, que haga pensar y que aunque el lector pueda sentir la tentación de reírse, de pronto se dé cuenta que se está riendo de algo que es patético y terrible”. teresa. Un humor más de reflexión, que haga pensar y que aunque el lector pueda sentir la tentación de reírse, de pronto se dé cuenta que se está riendo de algo que es patético y terrible. Es la finalidad más alta del humor: hacer pensar. El humor debe
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servir como crítica, con un propósito. No el humor gratuito, porque eso es lo más parecido al chiste y el chiste es algo que lo coges, lo pillas, o no lo coges. En cambio, el humor es algo que siempre que se produce en estos términos, te hace pensar. Y puedes, incluso, volver a sentir la tentación de disfrutarlo como si fuera la primera vez.
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uando niño, fui descubriendo libros que me hacían reír, que me hacían pensar. Es decir, la lectura no era algo divorciado de los sentimientos, del estupor, de la perplejidad.”
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- ¿Qué consejo le darías a alguien que quiere ser escritor? - Que lea mucho y que rompa más. Yo creo que un escritor tiene que ser alguien que lee y que, al mismo tiempo, debe ser el primer crítico de lo que escribe. No ser complaciente; no basta con que a uno, personalmente, le guste, o que le guste a las personas más próximas. Eso se tarda en adquirir. Muchas veces escribo algo -para el periódico, una revista o para lo que sea- y a lo mejor yo puedo sentir que a mí me gusta, pero me doy cuenta que es una tontería lo que escrito, que no puede ser algo que se quede así. Yo diría que los escritores, o las personas interesadas en dedicarse a la escritura o interesadas con eso, tienen que ser muy exigentes. Tienen que romper mucho, pero por supuesto, leer muchísimo más.
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