Teatro: "El valor de los idiotas", por Joaquín Trujillo Silva

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El valor de los idiotas (Una grotesquería rococó) Por Joaquín Trujillo Silva


Personajes Gisela, veinteañera con retardo mental y albinismo. Es huérfana. Carmen, la segunda mujer del padre ya fallecido de Gisela. Cuida de ella. Luzmila, solterona, normalista jubilada y dama de rojo en un hospital. Es la tía abuela de Gisela y la visita periódicamente.

Gastón, mendigo de pasado aristocrático. Secuestrará a Gisela. Fernando, joven atlético, funcionario del registro civil. Es el líder de una banda social-patriota de guardianes del barrio.

Alcina, auxiliar de enfermería de sexualidad indefinida. Está enamorada de Fernando.

Eric, concejal. Luis, estudiante de medicina. Miembro de la banda de Fernando. Sergio, estudiante de aviación. Miembro de la banca de Fernando. El carroza, niño lanza.

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La habitación de una niña. Una cama rosada, a los pies de la cual hay una alfombra rosada. Paredes rosadas, un televisor rosado, peluches rosados y un corazón de felpa color púrpura sobre la cama. Entra Carmen. Viste unos hot pants y lleva un jockey en la cabeza. CARMEN: (Mirando en todas direcciones, llama:) Gisela… Gisela… (Nerviosa) Gisela… (Perdiendo el control) ¡Gisela! Silencio. GISELA: (Tímida, aparece tras un almohadón) Aquí estoy. CARMEN: ¿Dónde te habías metido? GISELA: Aquí estoy. CARMEN: Te escondías. GISELA: Aquí estoy. CARMEN: ¿Por qué me haces esto? GISELA: Aquí estoy. CARMEN: (Sonándose) Ella está por llegar.

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GISELA: (Solloza) Aquí estoy. CARMEN: Ella es mala, mala. Y si no estás bonita cuando llegue, te quitará y te llevará a vivir con ella a su casa. GISELA: No, no… Pero si aquí estoy. CARMEN: Ya, vamos, quítate el camisón para vestirte. (Le quita el camisón a Gisela. Ella queda en ropa interior. A continuación, le pone los calcetines, una blusa y los pantalones, todo esto mientras dice:) Ella puede hacernos daño, sí. Es una mujer influyente. Conoce al alcalde. Yo te he advertido que cuando se lo proponga, dará el paso. Si todavía no te ha llevado… no sé, quizás sea porque tiene muchos gatos y no halla donde ponerte. Es de la clase media o alta. Tú no entiendes de eso, tienes un retardo y por eso te tardarás demasiado en entender a esa gente que ni ella misma se entiende. (Le abrocha los zapatos) UNA VOZ: (A lo lejos) ¡Carmen! CARMEN: Ay, ay, ay, llegó la señora Luzmila. (Peina rápidamente a Gisela, tironeándole el pelo) Quédate así, bien bonita. LUZMILA: (Su voz desde afuera, prepotente) ¡Carmen! CARMEN: Ay (Sin quererlo, tira del cabello de Gisela con la peineta todavía más fuerte). GISELA: ¡Ay, ay! CARMEN: Ay, no… LUZMILA: Carmen. CARMEN: (Va hacia la ventana, la abre) ¡Aquí estoy! GISELA: (Levanta la mano) Aquí estoy. LUZMILA: (Siempre desde afuera, pero más alto) Por fin, estaba a punto de tomar un taxi de vuelta. CARMEN: Le abro, doña Luzmila. LUZMILA: Sí, te creo, oye. Carmen sale. Mientras está ausente, Gisela se sienta sobre su cama y abraza el corazón. Regresa Carmen junto a Luzmila, quien entra como una duquesa pobre y a veces vulgar. Viste de un rojo opaca, pues Luzmila es una dama de rojo.

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LUZMILA: Vengo del hospital. Mucha gente tosiendo. Carmen, este barrio está imposible. Lleno de gente drogada. CARMEN: (Invitándola a tomar asiento) Póngase cómoda. LUZMILA: ¿Quiénes son esos jóvenes? CARMEN: Son unos niños que juegan a la pelota. LUZMILA: Por supuesto, todo comienza con una pelota. Todo el mal. Hay que haber vivido para saberlo, saber el resto. Silencio. LUZMILA: (A Gisela) Hola. Moniquita. Silencio. LUZMILA: (A Gisela) Moniquita… Silencio. LUZMILA: Carmen, ¿qué le hiciste a la Mónica que no responde? CARMEN: ¿Yo? LUZMILA: Tú, ¡quién más! CARMEN: Nada, doña Luzmila… es que se llama “Gisela”. GISELA: (Ríe) Giiissela. LUZMILA: (Horrorizada) Ufff…. Que no se insista más en esa tontería. Se llama “Mónica”. CARMEN: Doña Luzmila, la Gisela se lama “Gisela”. GISELA: Gisela. LUZMILA: No insistas. CARMEN: Siempre se ha llamado así. LUZMILA: ¿Cómo sabes eso? Acabas de llegar a esta casa, casa que pertenecía a mi difunta sobrina, la madre de Moniquita. CARMEN: Ella murió cuando ella nació. LUZMILA: ¿”Ella murió cuando ella nació”? ¿Qué modo de hablar es ese? En mis cuarenta años de normalista nunca vi tanta ignorancia reunida en

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una sola mujer. Se dice: “Ella murió cuando Mónica nació”. CARMEN: (Traspirando) Pero es que ella no se llama... LUZMILA: (Le muestra la palma de la mano mientras cierra los ojos en señal despectiva) A ver, hay un abismo entre nosotras. No discutiré contigo. Tan simple como eso. Silencio. Gisela ha ido a refugiarse en un rincón. CARMEN: ¿Quiere un té, un café, una agüita? LUZMILA: Prefiero un tecito. Carmen sale. Luzmila se aproxima a Gisela. LUZMILA: “Gisela”, ¿cómo estás? GISELA: Estoy llorando aquí. LUZMILA: Déjame ver tus lágrimas. GISELA: (Se cubre la cara con ambas manos) No. LUZMILA: (Aproximándose más) Gisela, ¿qué escondes en la mano? (Pausa) ¿Qué tienes ahí? ¿un polluelo? GISELA: No. LUZMILA: ¿No? Carmen entra con una bandeja sobre la cual está la taza y el azucarero. CARMEN: (Alegre) Muéstraselo, Gisela. GISELA: (Sonriendo se voltea hacia Luzmila. Empuña la mano derecha en cuyo dedo hay un anillo rojo) Ah… LUZMILA: (Quitando la vista del anillo inmediatamente) (Volteándose hacia Carmen) ¿Qué significa esto?

Dios mío.

CARMEN: Es un anillo. LUZMILA: Por favor. No es un anillo, es dinero en su mano. ¿Y si se le cae? CARMEN: Le queda apretado. LUZMILA: Peor entonces, le afectará la circulación de la sangre. ¿Y si le cortaran el dedo?

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CARMEN: ¿Quiénes? LUZMILA: Los delincuentes que están ahí afuera. CARMEN: Son niños jugando a la pelota. LUZMILA: Las pelotas. Todo comenzó con el juego de la pelota. Se escucha el primer verso de “La Marsellesa”, que se apaga inmediatamente. CARMEN: Además, ellos la conocen a ella. LUZMILA: (Horrorizada) ¡Qué! CARMEN: O sea, la saludan. LUZMILA: (Más aliviada) Casi me infartas. Exprésate bien, mujer, tenme piedad. CARMEN: Disculpe. LUZMILA: A ti te disculpo… (Se dirige a Gisela repentinamente alegre) Y a ti te traje un regalo. (Extrae de su cartera un pequeño paquetito cúbico. Se lo entrega a Gisela). CARMEN: (Va a tomar el paquetito) No lo abras hasta la Navidad. LUZMILA: Mujer, deja que lo abra. Es su regalo de cumpleaños. CARMEN: Pero la Navidad está más cerca. Cumple veinte años en febrero. LUZMILA: (Meneando la cabeza en señal de indignación. Luego a Gisela) Ábrelo. GISELA: (Con el paquete en las manos. A Carmen) ¿Puedo? CARMEN: Claro que sí. GISELA: (Intentando abrirlo) No puedo. CARMEN: (A Gisela) El papel de regalo está muy tenso. Déjame a mí. LUZMILA: (Dándole a Carmen una mirada terrible) Déjala a ella. Gisela intenta abrirlo sin resultados. LUZMILA: (A Gisela) Veamos, Mónica, permíteme. (Toma el regalo y con las uñas comienza a desarmar el envoltorio sin romperlo) En estas cosas ayuda la motricidad fina, que es una delicadeza de pocos y nunca una mi-

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nucia. Las cosas se hacen —debes aprenderlo, Mónica— delicada y pacientemente y no por la fuerza y a la rápida. El papel de regalo debe conservarse como parte del regalo. (Entrega a Gisela la caja y el envoltorio) GISELA: (Observa la caja) ¿Qué es? LUZMILA: Abre la caja. Gisela abre la caja sin problemas y muestra su contenido a Carmen. CARMEN: Uh… otro anillo. LUZMILA: Es una joya que debe portar en el dedo. (Saca el anillo de la caja y lo coloca en el dedo de Gisela) CARMEN: Ahora tendrá dos. LUZMILA: Qué inconveniente. Mejor que se deshaga del más feo. CARMEN: (Envalentonándose) Y eso ¿por qué? LUZMILA: (Desdeñosa) ¿Preguntas: “por qué”? CARMEN: Sí. LUZMILA: ¿Dices que “sí”? CARMEN: Sí, sí. LUZMILA: Ay, ya, te oí. Simplemente, no puede llevar tanto dinero en la mano. Podrían cortársela. CARMEN: (Se burla medio descontrolada) Y si lleva un brazalete ¿le cortarán el brazo…? GISELA: (Nerviosa) ¡No! CARMEN: (Continuando) …Y si lleva una corona, ¿le cortarán la cabeza? GISELA: (Nerviosa) ¡No! ¡No! CARMEN: (Continuando) Que lleve uno en cada mano. LUZMILA: …”Brazaletes”, “coronas”, ¿piensas en una ramera turca? Qué ingeniosa te pones a veces. (Le toma la mano izquierda a Gisela) ¿Hace falta enseñarte que la izquierda es solo para el de matrimonio? Silencio. CARMEN: Ella nunca podrá casarse.

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LUZMILA: Tú nunca te casaste. CARMEN: Me casé con el padre de Gisela cuando su sobrina falleció. Doña Luzmila. LUZMILA: Ah ¿sí? CARMEN: (Rotunda) Sí. LUZMILA: Qué raro. Yo habría jurado que solamente habías pernoctado mucho tiempo con él, cuando todavía vivía ese yerno de mi pobre hermana, que en paz descanse. CARMEN: En verdad. Quizás sea mejor que, pese a sus problemas, Gisela se case para que no se quede… soltera. Silencio. LUZMILA: Ese vestido, Carmen, te queda perfecto. CARMEN: ¿Cuál? LUZMILA: ¿No lo ves? La vulgaridad. Silencio tenso. CARMEN: Pues que elija. LUZMILA: Que elija. CARMEN: Elige, Gisela, elige cuál anillo prefieres. GISELA: (Toma el cabello de Luzmila y enreda en él la mano con los anillos) Mala. LUZMILA: Ay, ay, ay, ¡suéltame, Carmen! CARMEN: (Intenta desenredar los anillos del cabello de Luzmila) No soy yo, es ella. LUZMILA: (Con la cabeza siempre inclinada) ¿Cómo eres capaz de culpar a esta criatura? GISELA: Mala. LUZMILA: (Mientras le tiran el cabello) Carmen, cumplo con anunciarte que te demandaré y que obtendré el cuidado personal de Mónica. CARMEN: (Se tapa la boca) ¡No!

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LUZMILA: Oh, sí, si… A la niña la tienes sucia, mal criada. Yo le enseñaré a hablar. CARMEN: Nunca ha sabido bien. LUZMILA: ¿Cómo te atreves? Mi sobrina le enseñó. CARMEN: No es cierto. Ella murió en el parto. LUZMILA: ¿Cómo te atreves? CARMEN: Y el padre nunca la quiso por su enfermedad. LUZMILA: Mal hablada. Él fue un padre y un pilar. CARMEN: Pero usted mismo dijo… LUZMILA: (Interrumpiéndola) No te atrevas a citarme en mi presencia. CARMEN: Las mentiras sobran frente a los vivos. LUZMILA: Por favor, para mentir se necesita ser creíble, y para ser creíble, se requiere cierta decencia. Silencio. Carmen logra desenredar los anillos del cabello de Luzmila. CARMEN: Ya está. Usted me odia. LUZMILA: No intentes interpretarme, no seas mal educada. No se trata de odio, se trata de responsabilidad.

Apagón.

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Una calle, en el frontis de una escuela especial. Una pared blanca, una cerca de barrotes negros, con flores entre ellos. Si esto fuera un guión de cine, diríamos que a la escuela entran niños ruidosos, pero como no lo es, esto puede reemplazarse con gritos de niños. Tirado a la izquierda, un mendigo de unos cuarenta años mira el vacío. GASTÓN: Los pacos… lagartijas parás nomás. Unos rotos con el pelo al rape. Unas moneditas para unos pencazos, y después dormir, mear, salir a buscar. Lueguito me meto en el río, con ropita para que no dé frío, y porque me da flojera sacármela y ponérmela a cada rato; después me seco al sol, calientito y me río, también grito, y no vuelvo más al Hogar de Cristo donde hay puras viejas calientes que vienen a puro calentar, y a rezar… conmigo. Me salieron algunos versitos. Qué bonito. Entran Carmen y Gisela que viste jumper. CARMEN: (Secreteando) …Gisela, quizás te lleven con ella. GISELA: (Bobalicona) ¿Con quién? CARMEN: ¿Con quién va a ser? La Luzmila. GISELA: Con mi tía Luzmila.

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CARMEN: Ella es maldadosa. Yo no te quiero preocupar nada, ¿sabes? Tu cabecita no soporta estas cosas, pero te cuento igual. Me citaron contigo a un tribunal. Ella me tiene demandada. GISELA: ¿Qué es demandada? CARMEN: Es como cuando alguien está tan endeudado (¿te acuerdas de la vecina?) que le vienen a sacar las cosas de la casa. Le sacan los muebles, la ropa, el refri, la tele. En mi caso, la diferencia es que en vez de llevarse esas cosas, te llevan a ti. GISELA: ¿A mí? CARMEN: Sí, y te dejan en la casa de la Luzmila; y como ella no te deja salir, es como si estuvieras presa. Pero tú no te preocupes. Te puede hacer mal para la salud. ¿Entendiste? GISELA: No. CARMEN: Ay, cuando no entiendes me pongo nerviosa. Ya, no importa. Éntrate a la escuela. Silencio. GISELA: ¿Y si yo no quiero? CARMEN: ¿Entrar? GISELA: ¿Irme con la señora Luzmila? CARMEN: Me encierran en la cárcel. GISELA: ¿Y a mí? CARMEN: Donde la Luzmila. Ya te dije ya. GISELA: (Excitada) Ay, ay, ¿qué vamos a hacer? CARMEN: Tú no te preocupes. Tú quédate tranquilita nomás. Éntrate. Y cuidado con los anillos. GISELA: Quiero pegarle a la mala. CARMEN: ¿Eres tonta o te haces? Ella tiene perros. GISELA: Tiene gatos. CARMEN: Tiene de los dos. Ya, ya, éntrate.

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GISELA: (Nerviosa) Tenemos que arrancar. CARMEN: Éntrate. GISELA: Arrancarnos de ella. GASTÓN: (Cuidadosamente la empuja por la mochila) Éntrese, chiquilla. CARMEN: (Feroz, a Gastón) Usted no la toque, ¡mugriento! GASTÓN: (Levantando la cabeza) ¡Qué mugriento! CARMEN: (A Gisela) No le hagas caso. Éntrate. Gisela entra. Carmen le da a Gastón una mirada despreciativa y desaparece. GASTÓN: (A Gisela) Oiga, mija, gánese pa’ca. Se escucha “O malhereuse Iphigénie!” de Glück. GISELA: (Absorta) ¡Qué! GASTÓN: Venga. GISELA: No. GASTÓN: Un poquito nomás. Acérquese. GISELA: (Se acerca) Qué. GASTÓN: No sea tan tímida. GISELA: QuéGASTÓN: ¿De qué signo soy? Cáncer, ¿y usted? GISELA: ¿Signo? GASTÓN: ¿Virgo? ¿Géminis? ¿Piscis? GISELA: No sé. GASTÓN: ¿Cómo no va a saber, si es lo más importante en la vida? GISELA: No. GASTÓN: ¿Y cómo se va a casar entonces? GISELA: No me lo han enseñado. GASTÓN: Obvio, si le enseñan puras leseras allá dentro. A contar, a pegar con

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cola fría, a mandas tarjetas Village, a poner un poroto en un algodón mojado. Puras leseras de parvularia. Usted está bien grandecita pa’ andar en esas, ¿no cree? GISELA: (Ríe) No creo. GASTÓN: ¿Cuántos años tiene? GISELA: (Muestra dos veces ambas manos) Eso. GASTÓN: ¿Veinte? ¿Tan guailona? Y veo que está casá. GISELA: (Mira los anillos en su mano derecha) Sí. GASTÓN: Nada que ver, pues, mija, si esos anillos están en la mano derecha. (Le toma la mano a Gisela) Si se los pongo yo en la mano izquierda, uno por lo menos, va a estar casada. El otro me lo pongo yo. GISELA: (Riendo) ¿Cómo? GASTÓN: ¿Cómo qué? Casándonos, pues comadre. Avívese un poco. Mire que las mujeres hacen esta parte. (Le saca ambos anillos de la mano derecha. Le pone el amarillo en la mano izquierda, y el otro en la derecha suya) ¿No ve? Ahora está casada. Casada conmigo. GISELA: (Entre asustada y coqueta) ¿sí? GASTÓN: Sí, pues, mija, ¿y le dolió? GISELA: (Mueve la cabeza en señal negativa) GASTÓN: Obvio que “no”, obvio. Ahora vamos a la luna de miel. (La toma por el brazo) GISELA: ¿Y mi tía? GASTÓN: Yo tengo hartas tías. ¿Pa’ que una si puede tener diez? GISELA: ¿Sí? GASTÓN: Pero obviamente. Además, acuérdese de una cosa. ¡Tiene que arrancar! Ambos corren del brazo. Gastón se detiene repentinamente al divisar algo a lo lejos. GASTÓN: Pero antes de comenzar la luna, escóndase un poquito. GISELA: ¿Dónde?

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GASTÓN: Rápido, detrás de ese muro. Gisela desaparece. Entran tres tipos fornidos ocupando el ancho de la vereda. Fernando, Sergio y Luis. Fernando lleva un garrote en la mano. Fernando se detiene frente a Gastón. FERNANDO: ¿Y tú? ¿Qué haces aquí? GASTÓN: (Levanta la vista) Estoy haciendo un negocio. Fernando, Luis y Sergio ríen. LUIS: A ver, ¿qué negocio? GASTÓN: Un negocio. SERGIO: Veamos entonces qué vendes. Los tres agarran a Gastón. LUIS: Muéstranos tu mercancía. SERGIO: Sí, muestra. GASTÓN: (Gimiendo, muestra el anillo rojo) Vendo un anillo. FERNANDO: (Le quita el anillo, lo mira) ¿A quién se lo robaste? GASTÓN: Me lo regaló mi bisabuela. FERNANDO: Vago mentiroso. Tú no tienes madre y vas a tener bisabuela. GASTÓN: Suéltenme. Es verdad, Yo soy de la nobleza. Los tres ríen. FERNANDO: De la nobleza amante de lo ajeno, serás. LUIS: ¿Tú no sabes que nosotros limpiamos la calle de gente de la nobleza? SERGIO: Para que sea más segura para los pobres. ¿Sabías? Aprietan más fuerte a Gastón. FERNANDO: Vamos, dilo, a quién se lo robaste. GASTÓN: Fue un regalo de mi bisabuelita. Lo juro. FERNANDO: ¿Y entonces por qué lo vendes? GASTÓN: Para comer.

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FERNANDO: (Vuelve a mirar el anillo) ¿Y en cuánto? GASTÓN: Por cinco luquitas estará bien. FERNANDO: Tan barato vendes tu nobleza. ¿A quién dices que pertenecía, cómo se llamaba ella? GASTÓN: Adelina Cortés-Monroy. FERNANDO: (Toma un billete de cinco mil pesos y, enrollado, se lo mete en la oreja a Gastón) Ahí tienes. (A Luis y Sergio) Vamos, compañeros. Fernando, Luis y Sergio salen. Gastón se queda en silencio. Amargado se saca el billete de la oreja, lo mira y sonríe. GASTÓN: Quién lo iba a pensar. Me pagaron lo mío. Gente decente.

Apagón.

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Atención al público de una oficina del Registro Civil y de Identificación. Es un lugar blanco pero oscuro. Tras el mesón de atención, Fernando escribe en el computador. Entra Alcina con un coche cerrado que no permite ver lo que hay en su interior. Después de pasearse, y ante lo que parece la indiferencia de Fernando, se aproxima al mesón. ALCINA: Hola. FERNANDO: (Quita lentamente la mirada del monitor) Buenos días. ¿En qué puedo ayudarla? ALCINA: Una hora para casarme. FERNANDO: ¿Solicita una hora para casarse? ALCINA: Sí. FERNANDO: Bien. ¿Cuál es su nombre? ALCINA: Alcina Araya Aravena. FERNANDO: (Digita el nombre) Sí, ¿y el del novio? ALCINA: Mmmm… Gonzalo Gutiérrez Garcés. FERNANDO: Muy bien (Lo digita) Un segundo… el sistema rechaza la solici-

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tud. ¿Está usted o él casado? ALCINA: No. FERNANDO: Veamos. Ah, pero… usted aquí figura (bajando la voz) como “hombre”. ALCINA: Así es. FERNANDO: (Frunciendo el ceño) No puede casarse con un hombre. ALCINA: Lo sé. FERNANDO: ¿Y entonces?, ¿qué pretende? ALCINA: (Bajando la voz) ¿Usted podría modificarlo? FERNANDO: ¿Qué?, ¿modificarlo? ALCINA: Poner donde dice: “masculino”: “femenino”. FERNANDO: (Molesto) ¿Para qué? ALCINA: Para así poder casarme. FERNANDO: Quiere que modifique la información para que usted pueda casarse. Se cambió de sexo y ahora quiere que el sistema también le cambie de sexo. ALCINA: Nací mujer, pero me anotaron hombre. Mi papá quería tener un jugador de fútbol, y como es obstinado (siempre lo ha sido), modificó la partida de nacimiento, nadie se percató, y me inscribió varón. FERNANDO: ¿Por qué no lo modificó antes? ALCINA: Nunca hice el trámite porque nunca fue indispensable. FERNANDO: ¿Y ahora? ALCINA: Ahora sí, quiero darle un padre a mi hijo. FERNANDO: ¿Qué hijo? ALCINA: El que está dentro de este coche. FERNANDO: Pues… déjeme verlo. ALCINA: No puedo. FERNANDO: ¿Por qué?

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ALCINA: Se puede resfriar. FERNANDO: Todo esto es muy raro. ¿Fue a los tribunales? ALCINA: ¿A qué? FERNANDO: ¿A solicitar la modificación de su certificado de nacimiento? ALCINA: (Dubitativa) Sí, fui. FERNANDO: ¿Y entonces? ALCINA: Se declararon incompetentes. FERNANDO: Sí, siempre pasa y siempre es bueno también reconocer las limitaciones. Silencio. ALCINA: Necesito un padre para mi hijo. FERNANDO: Le deseo éxito en su empresa. ALCINA: Usted es quien más puede ayudarme. Usted puede lograrlo. FERNANDO: Lograrlo, no; quizás permitírselo. ALCINA: Hágame el favor. FERNANDO: Al Estado haciendo favores se le llama municipalidad. ALCINA: Por favor, no me ocupe para probar sus conceptos. Ayúdeme. FERNANDO: No. ALCINA: Estoy presa en el error de un formulario. FERNANDO: (Resuelto) Usted está encerrado en el error de su cuerpo o en la tontería de su mente. No me interesa averiguarlo, ni es problema del Registro Civil. Silencio. ALCINA: (Estira el cuello. Echa un vistazo rápido a su alrededor) Volveré. FERNANDO: Vuelve cuando puedas. Alcina se dispone a salir. Entra Carmen, que se cruza con ella. CARMEN: Señorita.

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ALCINA: (Alegre) ¿Sí? CARMEN: Por casualidad, ¿usted ha visto pasar a una niña joven, rubia, alta? ALCINA: (Se peina el cabello con los dedos) ¿No seré yo? CARMEN: Pero con problemas. ALCINA: No, no la he visto. CARMEN: ¿Cómo lo sabe? ALCINA: No lo sé; simplemente, no la he visto. Pero hable con el concejal Eric von Wasser, él soluciona todos los problemas de la gente. CARMEN: ¿A usted le ayudó? ALCINA: No, (levanta la voz) es homofóbico. Fernando se ajusta la corbata. CARMEN: ¿Qué es eso? ALCINA: Es como tenerle fobia a las arañas, pero en vez de las arañas, a los homo. CARMEN: ¿Qué son los homos? FERNANDO: (Desde su lugar tras el mesón de atención) Son transexuales sin coraje. CARMEN: Entiendo poco. Solo me importa una cosa. Hallar a mi niña. Por eso le insisto: ¿usted la ha visto? ALCINA: No, se lo repito. (Señalándole a quien acaba de hacer ingreso) Pero mire (bajando la voz) ése bonito que viene ahí, con carita de niño musculoso, ése es el concejal, justo a tiempo. Dígale que usted está en situación de calle y la ayudará. No trate de hacerse la palote, es decir, no diga la verdad: el odia a la clase media. CARMEN: Pero si yo en verdad soy pobre. ALCINA: Mucho mejor entonces. Carmen se aproxima a Eric von Wasser, concejal que habla por su blackberry. ERIC: No, no, viejo, mira… ese compadre le sacó las tejas a su casa…. Sí… exacto… para que el gobierno le pasara unas planchas nuevas… claro, sí,

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las vendía. ¿Por qué esta gente no innova? ¿Por qué siempre tienen que ser emprendedores, robando y engañando? Compadre, te lo digo: ¿quién les da ese ejemplo? Ah… toda la razón. pucha que eres macanudo. Sí, sí, por supuesto, ven mucha teleserie caribeña. Falta educación, educación y más educación, oye. Ya, huevón, te corto (mirando a Carmen de reojo), que una pobladora súper cariñosa me quiere saludar. Adiós… (Corta) CARMEN: Yo no soy pobladora. ERIC: Negarlo es bueno, es el primer paso para superarlo. (Reacciona) No se preocupe, si al final todos poblamos este Chile nuestro. ¿Cómo se llama usted? CARMEN: Carmen. ERIC: ¿Dónde vota? Es decir… ay… ¿y su apellido? CARMEN: Suarez. ERIC: Un segundo… (Opera la Blackberry) Voy a tuitear: “En terreno, ayudando a Chile”. (Ríe) Pucha, la regata… (Escribe en la blackberry) “Voy con todo”. (A Carmen) ¿Y? ¿Le están cobrando mucha agua potable? CARMEN: No, mire, lo que pasó es que… ERIC: (Recibe un mensaje) Uy… tenemos concejo ahora ya. (A Carmen) Ya pues, cuénteme rápido mientras… (Escribe en la blackberry) “Camino a concejo”. CARMEN: Mire, yo enviudé. Y, verá, cómo le explico, la hija del primer matrimonio de mi marido… ERIC: Matrimonio… indisoluble. Me alegro que siga casada. La familia debe permanecer. CARMEN: No. ERIC: ¿No? CARMEN: Es decir, sí… yo tengo una hija que no es mi hija pues es la hija del primer matrimonio… ERIC: (Riendo) No, pues, si yo siempre digo, cuando se destruye la familia empiezan todos estos enredos y la gente se complica hasta para hablar. (Celebrando) Eso hay que tuitearlo. (Escribe en la Blackberry) CARMEN: (Continúa, mientras Eric no deja de operar la Blackberry) Es la hija de mi marido fallecido. Ella tiene una deficiencia, una deficiencia

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mental. Ella desapareció. La dejé en la escuela especial, nunca la vieron entrar, pero yo vi cuando entraba. Llamé a su celular, está apagado desde el mismo día. He buscado, no la encuentro. ERIC: ¿Y qué le dicen los carabineros? Silencio. CARMEN: Nada. ERIC: ¿Nada? CARMEN: No saben nada. La justicia no funciona. Ayúdeme por favor. ERIC: Te temo que yo no podré serle de más ayuda que los carabineros, pero sí puedo, ocupando este bicharraco (le muestra la Blackberry), llamar a un contacto que tengo en carabineros para que apuren la búsqueda del cuerpo. CARMEN: (Consternada) ¡Cuerpo! No, no, por favor no, no haga nada. Olvídese, haga como que no he dicho nada. ERIC: Macanudo. Usted es libre de pedirme ayuda cuando quiera para hacerle ese contacto que tengo; mientras tanto, yo quedo libre de este cuento. ¿Estamos ok? CARMEN: Sí, quédese libre. ERIC: Entonces, hagamos una fotito. (Le pasa su Blackberry a Fernando) ¿Nos la tomas, Feña? Por favor. Con el botón del centro. Sí, campeón. De malas ganas, Fernando recibe la Blackberry. Eric abraza a Carmen por la espalda, a la altura de la cintura. Sonríe hacia la cámara donde está Fernando, quien toma la foto. ERIC: (A Carmen le da un fuerzo abrazo y un beso) Listo pues. Usted sabe mi número de móvil, por cualquier novedad. (Sale) Fernando y Carmen quedan solos. Fernando hunde la mirada en el monitor del computador como queriendo apartarla rápido. Carmen se sienta, se toma la cabeza con ambas manos. CARMEN: (Murmura y va subiendo la voz a medida que avanza) Oigo los hongos del ciprés. Oigo los gritos del ciempiés cuando lo aplasta la ciudad. Tengo la carne sin morder, tengo los brazos sin torcer. Tengo las piernas como emblemas de un campo de batalla sin batalla. Ven a verme depredador. Dejaré las ventanas sin cerrar o, mejor, dormiré bajo el cielo descubierto para recibir los golpes de los elementos. Que me crucen los

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meteoritos, me dije ayer por la noche, cuando lo vi en la televisión. Pero ninguna de esas piedras mortíferas se me acercó. Ven a verme depredador. Estoy cercada por las tinieblas de mi piel manchada. Y también, ayer mismo vi en tv, a los animales quererse, buscarse, morderse y matarse sin querer. Yo quiero, por eso, un depredador; uno que asalte sin temor, que venga a mí sin avisar, que me parta por la mitad. Un depredador, un depredador que no me de placer con dolor, sino me quite el dolor sin dolor. Se escuchan los primeros compases de “O zittre nicht, mein lieber Sohn” de Mozart. FERNANDO: (Le toca la espalda a Carmen. Ella se sobresalta) Oh, ya no tiemble, estimada señora, yo la he escuchado cuando nadie la oía. CARMEN: Ella no es mi hija, no, no es nada mío. Quizás me dejó. Comienza a oírse la “Varsoviana” polaca. FERNANDO: Ella es su hija. Esa es mi decisión. Solo con verla he sabido enseguida que somos de una misma sangre pues usted se parece a mi madre. Deseo que sepa que estoy convicto de mi convicción: su hija volverá a usted. Convencida o por la fuerza, esa reliquia viva será restituida. Una niña con retraso mental, no puede estar apartada de sus padres. Que no lo entienda la policía ni lo atienda la política, no será problema suyo. A partir de este momento, será problema mío. He decidido recuperarla, buscarla y hallarla donde sea que esté. Incorporada como una proclama, esta promesa se habrá de cumplir. Y en esta Alameda de don Bernardo, se lo digo, apréndalo de memoria, no la traicionaremos. Nuestra vida ha tenido como fin olvidado nuestra propia historia. Quienes batallaron con los araucanos, diseñaron estos valles centrales, y fueron al Perú, ganamos pero resultamos embrutecidos, hundidos en el alcoholismo que es el inicio del olvido. Hicimos un país a costa de nuestra salud. Volvimos mutilados, ciegos y locos, para después, cansados, entregarlo a extraños advenedizos, esos que ahora nos insultan con su desdén o con algo peor: su beneficencia. ¡No! Comenzaremos por restituir lo más próximo, para luego poner al sol en su sitio de luz. Somos González, Pérez, los Tapia, Espinoza, Soto, Martínez los que hicimos a Chile. ¿Cuál es nuestro triunfo? ¿Dónde están los monumentos? Nuestra sangre, y nos basta. Un momento bestial nos congrega en torno a relatos ridículos y sublimes, de los que haremos una hazaña nueva. Habremos de ponernos en acción, venciendo a la mente con el músculo, y no con el corazón. Y ante la estatua de Barros Arana (señala la estatua que se proyecta en la pared), nuestro liberal historiador nacional, hago este voto de patriota antiguo y futuro: su reliquia a usted regresará para su secreta gloria, estimada señora.

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CARMEN: (Solloza) ¿Por qué todos se burlan de mí? Ella no es mi hija. Yo soy una extraña en su casa. Yo debí salir, no ella. Pero ella tiene una deficiencia… FERNANDO: (Levantando la voz) He tomado una decisión sobre su persona y sobre la mía, que no espera de su consentimiento para ayudarla. ¿Está claro? Silencio. CARMEN: (Secándose las lágrimas) Está claro. FERNANDO: Los seres humanos no viven sin claridad. Entra Alcina nuevamente. Se aproxima a Fernando. Deja el coche atrás. ALCINA: Escúcheme, por favor. FERNANDO: (Seco) Buenos días. La escucho. ALCINA: Necesito… necesito casarme. FERNANDO: Traiga una orden judicial. ALCINA: Estoy clara, pero necesito aclarar mi situación ante las leyes. FERNANDO: Si en verdad ya está clara, la justicia se ajustará. Si no lo está, no hay nada que yo pueda hacer por usted. ALCINA: También soy madre… Ya le dije que mi hijo está oculto en el coche. Tenga piedad de una madre. FERNANDO: (Consulta su reloj de pulsera) Está siendo hora de cerrar el registro. Hora de colación. (A Carmen) Espéreme y me acompaña.

Apagón.

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Música frenética. Fernando comienza a correr a través de calles que son proyectadas sobre la escena. Aparece, de pronto, en una especie de pequeño gimnasio donde él, Luis y Sergio han llegado. Luis se quieta su bata de médico; Sergio, su uniforme de aviador. Hacen pesas, barras, abdominales, etc. Mientras esto ocurre, Fernando habla con voz potente. FERNANDO: Nuestros genes son nuestros enemigos. Si los mejoramos mediante artesanía genética, no seremos mejores, seremos ellos mismos. Dejaremos de ser como ellos para ser como nosotros, siempre que nos ejercitemos, que dobleguemos nuestra mente, nuestro peor enemigo, nuestra madre protectora. Debemos doblegar a la madre, y hacer rendir al padre, que es nuestra mejor forma, nuestro músculo. Ante él la mente cederá porque la alegría se impone por su alegría. LUIS: ¿En qué andas? FERNANDO: Hay una especie de princesa extraviada. LUIS: Una hembra. SERGIO: (A Luis) Dijo una princesa. FERNANDO: Su casa ha quedado vacía. Solamente ocupada por su madre que no es exactamente su madre, y que, por sobre todos los muebles, la ama.

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LUIS: ¿Una madrastra? SERGIO: (A Luis) Dijo una madre que no es una madre y que la ama. FERNANDO: Un juramento he hecho a esta mujer: su hija que no es su hija volverá a ella, gracias a nosotros. LUIS: Es decir, gracias a ti. SERGIO: (A Luis) Gracias a nosotros. Escúchalo. FERNANDO: Por eso, salgamos a buscarla por todos los lugares. LUIS: ¿Y cómo la vamos a reconocer? SERGIO: Es una especie de princesa. Fernando les muestra una foto. Silencio. LUIS: Pero, sale dando la espalda. FERNANDO: Su cabello es inconfundible. LUIS: Es albina. FERNANDO: Es rubia. SERGIO: El flash emblanqueció el cabello. Se nota que es sedoso. LUIS: (Con una mueca) No se nota mucho. FERNANDO: (Frenando la polémica) Es rubio y sedoso como recién untado en bálsamo. ¡Punto! LUIS: Pero mira, se le nota una joroba. SERGIO: No es una joroba, es una especie de cuello almidonado. FERNANDO: Así es. LUIS: La nuca de los seres humanos es engañosa. ¿No podemos conseguir una foto del rostro? FERNANDO: (A Luis) ¿Pedirle a su madre una foto del rostro de su hija? ¿O me crees un depravado o tú lo eres? Silencio. LUIS: (Paseándose de brazos cruzados) ¿Por qué no va a la policía entonces para que ellos la busquen con un retrato hablado?

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FERNANDO: Los señores no esperan que otros hagan el trabajo. Los arribistas contratan mano de obra y los pobres son la mano de obra, que frecuentemente son sus exvecinos. Los señores, en cambio, limpian su propio culo. Ni pagan ni lo limpian a otros. LUIS: Bonita imagen para convencernos de buscar a una princesa. FERNANDO: Buscaré una que te acomode. Mientras tanto, debemos darnos prisa. Cada uno buscará en un lugar distinto. LUIS: (Haciendo el signo surf con la mano) Yo pertenezco al agua salada. Buscaré en los mares. SERGIO: Yo soy mecánico en la aviación. Buscaré en los aires chilenos, entre las aves chilenas. FERNANDO: Por mi parte, buscaré en la tierra, que es, probablemente, el lugar donde se encuentra. Por esto, les pido, que abandonen sus elementos naturales y se dejen liderar por mí en el paisaje terrestre. Sumen sus esfuerzos al mío para que no sean vanos y el mío no resulte incompleto. El agua y el aire son improbables en el hombre. Se los dice un hombre. (Se golpea el pecho solemnemente) LUIS: A pesar de que el agua se bebe y el aire se respira, y que la tierra no se come. SERGIO: Los niños comen tierra. LUIS: Pero los buenos padres los maltratan si los pillan. FERNANDO: Una buena madre nos espera tras la puerta. Silencio. Fernando abre la puerta. Entra Carmen muy tímida. FERNANDO: Bueno, Carmen, cuénteles a ellos la historia. CARMEN: Ay, la he contado tantas veces que solo recuerdo sus detalles y olvido lo importante. FERNANDO: Lo importante es que su hija ha desaparecido. CARMEN: Y que si no regresa pasado mañana, para cuando sea la audiencia frente al tribunal, me la quitarán y se la entregarán a su tía. Ella no quiere a su tía, una mujer soltera; ella me quiere a mí, que soy como si fuera su madrastra, pero una madrastra buena, que es todo para ella como ella es todo para mí. A Gisela la he buscado en los basurales, en las caletas, en todas las iglesias, en las universidades y bibliotecas municipales, en los parques, los túneles del metro, pero nunca la encuentro. Es como si ex-

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traterrestres la hubiesen raptado. Ella es buena, y yo soy buena con ella. Quien la tenga, la tiene contra el deseo de Gisela. Eso lo sé, es la intuición de una madrastra. No puedo pedir ayuda a carabineros; el tribunal me la quitaría. Ella debe aparecer, ser lavada, tendida y planchada, ser llevada como una flor en un papel celofán ante los jueces. No debe notarse nada de lo que haya pasado, y ella debe callar, pues, a fin de cuentas, de eso depende que siga bajo mi cuidado, y que cuando me llame yo pueda asistirla. A la orden de Fernando, los tres se ponen de rodillas frente a Carmen. Se escucha el coro de las mujeres de “Rienzi” de Wagner. FERNANDO: Un voto renuevo ante usted, y mis compañeros lo inician ahora. SERGIO Y LUIS: Muchas imágenes de la virgen hay en la ciudad, pero cuando la imagen de la virgen aparece de verdad, hay que no recordarla, sino que mirarla y saber que una madre nos pide ayuda, como una vez pidió ayuda en el pueblo, María, entre un gentío que ocultaba a Dios, su hijo y padre. FERNANDO: Y de la mente procede la convicción que mediante el músculo, la volverá un espíritu. CARMEN: Si perdiera a mi hija, ustedes serán como mis hijos. SERGIO: ¿Llevaba Gisela algún objeto de valor? CARMEN: No, no, nada… Sí. Sí, llevaba. Llevaba un anillo rojo en una mano, y en la otra, uno amarillo. FERNANDO: La foto y este dato bastarán. Una proyección de imágenes muestra a Fernando, Sergio y Luis recorriendo la ciudad. Siempre trotando, recorren las amplias avenidas y los pequeños pasajes.

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Noche. Una caleta en el río Mapocho. Una escalerita conduce al puente que en la altura aparece cual una gran sombra que se cierne sobre la escena. Tapados con una frazada, Gastón y Gisela se besan. GASTÓN: (A Gisela, mientras busca que la luz de un farol le dé contra el rostro) Mírame los ojos. ¿Los tengo azules? GISELA: ¿Cuál es el azul? GASTÓN: Es un color. Es el color de los muertos y del cielo. GISELA: Nunca he visto muertos. GASTÓN: ¿Y nunca has visto el cielo? GISELA: ¿Cuál es el cielo? ¿Ese que está en la playa o ese que está en el cerro? GASTÓN: El que está en la playa se llama “mar”. Arriba del mar y arriba del cerro hay cielo. ¿Entiendes? GISELA: ¿Si? Es muy difícil entender. (Lo abraza) Te quiero. GASTÓN: Te falta educación, chiquilla. GISELA: Pero si te quiero.

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GASTÓN: Pero ¿qué saco con saber eso, si no sabes nada, si no sabes comparar? GISELA: ¿Cómo? (Lo abraza) No entiendo. Yo te quiero. GASTÓN: ¡Ah! (Apartándola) No sabes qué es querer y no sabes lo que quieres. Eso no me ayuda. GISELA: ¿Entonces no me quieres? GASTÓN: No entiendes, no entiendes nada. (Enojado, le toma la cabeza) Escúchame. Yo soy de una buena familia. Antes de la Independencia éramos condes. ¿Entiendes eso? Yo estoy aquí debajo de este puente porque no quiero estar con nadie. ¿Entiendes? GISELA: Pero ¿me quieres? GASTÓN: Tú estás conmigo ahora. Me estás molestando, me estás abrazando, me estás preguntando siempre lo mismo. No me valoras, no me entiendes porque no entiendes nada. Eres un poco tonta, ¿sabías? GISELA: En la escuela especial me enseñaron que era especial. GASTÓN: En la escuela de los tontos te enseñaron que eres tonta. Es un buen comienzo. GISELA: (Solloza) Parece que estoy apenada. GASTÓN: Yo estoy apenado, no parece: estoy seguro. Estoy apenado hace mucho tiempo, desde antes que tú nacieras. ¿Tiene eso alguna importancia? No. ¿Es importante tu pena? Puede ser, pero la mía está antes que la tuya en la cola. ¿Entiendes? GISELA: ¿La cola? (Lo abraza) ¡Me dan miedo los perros! Una vez me mordieron. GASTÓN: ¿Dónde? GISELA: (Le toma la mano) Ahí, en los dedos. Silencio. GISELA: ¿Dónde está el anillo? GASTÓN: ¿Qué anillo? GISELA: Ese que te pusiste cuando nos casamos y que sacaste de mi mano. GASTÓN: ¡Qué te importa!

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GISELA: Me lo regaló mi tía Carmen. Mi tía Carmen… Muéstramelo. GASTÓN: Me lo comí. GISELA: (Ríe) Los anillos no se comen. GASTÓN: ¿Y qué quieres que haga? Los anillos no se comen, lo sé. Pero tú también te lo comiste. GISELA: Yo no me comí ningún anillo. GASTÓN: Nos lo comimos poco a poco. Los dos. GISELA: ¡Mentira! GASTÓN: Sí, verdad. Si buscas en el baño, quizás lo encuentres. GISELA: (Se levanta) Voy a buscarlo. Me lo regaló mi tía Carmen. GASTÓN: (Ríe) Tonta, tonta. Búscalo, búscalo en el baño, detrás del pilote. Pero sácate el otro anillo para que no se te manche con ese anillo que nos comimos. (Le toma la mano a Gisela e intenta quitarle el anillo amarillo). GISELA: No, no, suéltame. GASTÓN: Ya pues, pásame el otro para que puedas buscar el otro. Pásamelo. GISELA: Te lo vas a comer también. GASTÓN: No, me lo voy a tomar. Pásamelo. (Le toma la mano) GISELA: Este anillo… (Se lo entrega) GASTÓN: (Lo recibe con cuidado) Qué bonito… GISELA: Me lo regaló una mujer mala. GASTÓN: Qué feo, en realidad. GISELA: Pero no te lo comas. Voy a buscar el otro. (Sale) GASTÓN: (Mira el anillo) Por fin. Puta la cabra lesa. Vamos ahora a convertirlo en traguito. Cuando Gastón se voltea, se encuentra cara a cara con Eric. ERIC: Buenas noches. GASTÓN: Buenas noches, amigo.

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Silencio. ERIC: Tiene un momento. GASTÓN: ¿Un momento de qué tipo? Silencio. ERIC: Un momento para… ayudarlo. GASTÓN: ¿Ayudarme? ERIC: Estamos haciendo una encuesta para censar a la gente en situación de calle. GASTÓN: ¿Me van a regalar bebida a cambio? ERIC: A cambio le vamos a dar un programa social para que abandone la situación de calle. GASTÓN: ¿Me quiere encerrar en un blok? No pues, amigo, yo estoy muy bien en la situación de calle. ERIC: ¿No la considera denigrante? ¿Nunca ha soñado con la casa propia? GASTÓN: Vivir en las calles es tener la casa más grande. ERIC: La casa y la calle son, de suyo, distintas. (Pausa) No se engañe. (Se le aproxima demasiado) Usted está semidesnudo, ahora, por ejemplo. GASTÓN: (Sin retroceder) Sí, porque estoy en mi alcoba. Y el compadre entró sin golpear. ERIC: ¿No siente frío? Puedo prestarle mi chaleco. (Se quita el chaleco) GASTÓN: ¿No tiene algo para entrar en calor de verdad, mejor? ERIC: Algo… ¿Algo cómo qué? GASTÓN: Un navegado, ¿puede ser? ERIC: Puede ser un abrazo. (Abraza a Gastón) GASTÓN: Pucha, está perfumadito. ERIC: Ahora tú también. (Lo besa) Entra Gisela con las manos manchadas. Se lanza como una fiera sobre Eric. GISELA: (A Eric) Oye, tú, me vas a quitar a mi esposo.

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ERIC: ¡Ah! ¡Suéltame! ¡Qué asco! Sale. Asquerosa. Sale… ¡Suéltame! Eric y Gisela caen juntos al barro. GISELA: ¡Es mi esposo! Solamente yo puedo quererlo. ERIC: Asquerosa, ¡estás llena de mierda! GASTÓN: Ya, chiquillos, quédense ahí mientras yo me como este anillito. Cuando Gastón se gira, un cuchillo aparece frente a su estómago. Es el Carroza, un niño de la caleta. CARROZA: ¡Pásamelo! ¡Ya, pásamelo! GASTÓN: Ten más respeto, Carroza, no te pongas tan choro conmigo que te puede ir mal. CARROZA: Pásame esa cagá, te dicen. GASTÓN: Andai’ angustiado por la pasta, Cabro leso. CALCINA: ¡Dame el anillo, viejo hediondo! GASTÓN: Oye, oye, más respeto con tus mayores, porquería chica. El Carroza se lanza sobre Gastón, consigue quitarle el anillo y huye. GASTÓN: ¡Hijo de puta, espera que te atrapen! El Carroza sube rápidamente las escalinatas de la pared. Gastón corre gritando hacia el puente. Mientras tanto, Eric se defiende de las manos de Gisela. GASTÓN: ¡Atrapen a ese cabro ladrón! ERIC: (A Gastón) Sáqueme a esta niñita de encima. GISELA: No te acerques a mi esposo. GASTÓN: ¡Atrápenlo! Se escucha la voz de Fernando. FERNANDO: ¿Qué pasa allá abajo? A continuación, la voz de Sergio. SERGIO: Déjalos, son unas putas peleando.

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FERNANDO: No. Fernando, Sergio y Luis descienden la escalinata. Traen con ellos al Carroza. CARROZA: Suelta, hueón. LUIS: (Que lo sostiene) Tranquilo, tranquilo. FERNANDO: (Con el anillo en la mano) ¿A quién pertenece este anillo? GASTÓN: A mí. GISELA: (Suelta a Eric) A mí, a mí, caballero. ERIC: (Observa su ropa manchada con repugnancia) Oh, oh, no. Estoy manchado. (Mira fijamente a Fernando, y huye. Su Blackberry queda abandonada). FERNANDO: (A Gisela) Te lo devolveré si me dices tu nombre. GASTÓN: Es mío ese anillo. (A Gisela) No hables con él. FERNANDO: Dime tu nombre y tendrás el anillo. Luis y Sergio iluminan la fotografía con la linterna de sus celulares. GISELA: Gisela. SERGIO Y LUIS: ¡La princesa! FERNANDO: Gisela, tú madre, o madrastra, da lo mismo, te busca. Y te ha encontrado. GISELA: No. Yo estoy con mi esposo. GASTÓN: (A Gisela) Diles que te devuelvan el anillo ahora. Les dijiste el nombre. Diles… FERNANDO: (A Gastón) ¡Cállate, gusano! (A Gisela, paciente y solemne) Ahora vendrás con nosotros. GISELA: (Se abraza a Gastón) No, no, no… GASTÓN: (A Gisela) Ellos nos quieren robar. FERNANDO: (A Gastón) Nada se puede robar a quien no tiene nada. La muerte es alejarse, pero, en cambio, tú o te alejas o te mueres. GASTÓN: Fuera de mi territorio, rotos de mierda. Pásenle el anillo a la niña. Ya les dijo el nombre. Ahora cumplan.

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FERNANDO: (Se dirige hacia Gisela y le entrega el anillo, la toma por el brazo y la atrae hacia sí) Muchachos, ha sido suficiente. Luis y Sergio prenden a Gastón. Lo amarra con una soga. A continuación, lo rocían con bencina. Mientras esto ocurre, gime, grita, llora. El Carroza, en cierto momento, se lanza sobre Gisela, la hiere en el estómago con el cuchillo, consigue quitarle el anillo y, antes de huir, se lleva la Blackberry de Eric que había quedado abandonada. Fernando toma en brazos a una Gisela herida y sube las escalinatas. Toda esta secuencia acontece en no más de un minuto y se realiza en un silencio tenso. Se escucha “Adieu, notre petite table” de Massenet. FERNANDO: (Con Gisela en brazos) Vamos, no hay tiempo que perder. Está herida. Luis, ayúdala. Al hospital. (A Sergio) Sergio, cumple con tu parte. Te toca, lo sabes. Fernando, Luis y Sergio suben la escalinata. Sergio, antes de salir tras Fernando y Sergio, enciende un fósforo, y lo deja caer sobre Gastón justo cuando se ve a Eric regresando en busca de la Blackberry y se produce el apagón.

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Un hospital público de muros celestes. Una camilla a la izquierda. Sobre la camilla Gisela está postrada. Entran Fernando y Carmen. CARMEN: (Nerviosa, apenas habla) Giselita, pobrecita, casi se muere, en verdad, se muere. FERNANDO: Luis detuvo la hemorragia. CARMEN: Ustedes son unos santos, unos jóvenes angelicales. Pero… ¿no pudieron evitar que la hirieran? ¿Cómo pueden ser tan tontos? FERNANDO: Señora Carmen… CARMEN: No, no, no me haga caso, por favor. Estoy desesperada. No sé nada de lo que digo… ¿Quién la tenía? Ah, ya sé, ese vago. Ya se me olvida todo. Pobre Giselita. Pobre de mí. El tribunal… (Fernando le entrega un pañuelo desechable. Carmen se suena) Entra Luis con bata de médico. Tras él, Alcina vestida de enfermera. Alcina se concentra en Gisela. Fernando la observa de reojo. LUIS: Señora Carmen. CARMEN: Ay, usted, usted, ¿es médico? LUIS: Practicante todavía.

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CARMEN: (Desesperada) ¡Sálvela! LUIS: Está fuera de peligro. (Llamando la atención de Fernando) ¿No se lo dijiste? FERNANDO: (Como volviendo en sí) ¿Qué? No sé. LUIS: Bueno. Ya no importa. (Carraspea) Bueno… veamos. Hay otra cosa más importante que usted debe saber. CARMEN: ¡Morirá! LUIS: No, no, no. Ya le dije que no. Al revés, habrá un exceso de vidas en su vida. CARMEN: No entiendo. Explíqueme mejor. El idioma de los médicos es tan raro como su caligrafía. LUIS: Gisela vivirá y además vivirá su hijo. Ella quedó embarazada. Tiene un par de semanas. CARMEN: ¡Dios mío! De un vago. ¿Dónde está ese infeliz para destruirlo? LUIS: Por eso ya no se preocupe. CARMEN: Él ha destruido la vida de Gisela. Con un hijo la Giselita no podrá ir a la universidad. Silencio. LUIS: Cálmese, el hijo podría perderlo. CARMEN: ¡No! LUIS: (Confundido) Con usted es todo muy difícil. Esperemos que no lo pierda. Gisela quedará bajo el cuidado de Alcina. (Le señala a Alcina) Ella se ocupará de Gisela y de otros sesenta pacientes. ¿Entiende? Estará sana y salva, ¿entiende? Ella y su hijo, de un par de semanas, el cual, esperamos, sobreviva junto a la madre. Ella está, por supuesto, fuera de peligro. Eso es todo. Ahora me voy a dar el examen nacional de medicina. Adiós. (Sale) Silencio. Fernando y Alcina se observan. CARMEN: No entiendo nada. Quiero la vida y la muerte, pero si quiero una vida, ¿cómo puedo querer también una muerte? Todo es confuso ahora que esta tonta de Gisela… ¡No! ¡pobrecita!, ha descubierto esos placeres, y los placeres le han dejado de secuela una vida distinta, una criatura.

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¿Cómo cubriremos estos gastos? Y si el niño sale mental, serán más gastos, muchos más. Mejor que no vaya a la escuela, o que Gisela trabaje y lo mande a ella. No puede todo depender de mi pensión, la que me dejó Mauricio. La vida necesita presupuesto. Y ahora que dicen que voy a necesitar diálisis. ¡Esta niñita se ha portado pésimo! ¡Se merece morir! ¡No! ¡no! Virgencita, no me escuches esta vez. Ella debe vivir y también la guagüita. Yo estoy por la vida. (Mira de reojo a Alcina) Un aborto… ¡No! La virgen no estaría de acuerdo, ella nunca hubiese abortado cuando el ángel vino a decirle: bendita eres. (A Gisela) Ay, Gisela, maldita eres… GISELA: (Despertando) ¡Gastón! CARMEN: (Va hacia Gisela) Giselita… (A Fernando) ¿Quién es él? FERNANDO: Entiendo que era el criminal que la mantenía secuestrada. CARMEN: ¡Maldito! No lo llames, Gisela. Por amor de Dios. GISELA: ¿Dónde…? CARMEN: ¿Dónde estás? Estás en el hospital junto a mí y a tu novio. (Lanza una mirada a Fernando. Fernando retrocede) GISELA: ¿Dónde… dónde está… Gastón? CARMEN: Giselita, no, no digas eso. Pregunta por ti primero, pregunta dónde estás. Después, pregunta dónde estoy yo, tu tía Carmen, y después pregunta dónde está tu salvador: Fernando. Fernando retrocede nuevamente. GISELA: (Llora) Gastón… CARMEN: (A Fernando) Acérquese, joven. Ella necesita de su cariño. Fernando se aleja un tanto. FERNANDO: Doña Carmen. Debo volver a mi trabajo. No puedo quedarme más. (Sale) CARMEN: Pero si hoy es domingo… (A Gisela) Mira, Giselita, lo que has hecho, llamando así a ese delincuente, a ese habitante de la basura. Has perdido un gran partido, Todo por obsesionarte con un imbécil. Entra Luzmila vestida de dama de rojo. Se dirige hacia Alcina. Sorprendida, Carmen gira inmediatamente la cabeza. LUZMILA: (A Alcina) ¿Cómo va todo por aquí, niñita?

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ALCINA: Sin novedad. LUZMILA: Sin novedad. ¿Cómo que sin novedad? ¿Quién es la paciente? Deme la ficha médica. Alcina le entrega la ficha médica a Luzmila. Luzmila lee la ficha en silencio. Se escuchan las cuerdas de un violín siendo rasgadas. Al cabo de acabada la lectura, Luzmila le devuelve la ficha a Alcina. Se dispone a salir. De pronto, se gira. LUZMILA: Un momento… (Recupera la ficha. Lee mientras va haciendo pausas para comparar lo que lee en la ficha con lo que ve sobre y en torno a la camilla. Finalmente, devuelve a Alcina la ficha y le indica:) Niñita, esta paciente no se llama Gisselieda o no sé qué tontera, se llama “Mónica”. Modifique eso ahora. Y por favor, salga de aquí un segundo, yo me ocuparé de la paciente. Alcina sale. Silencio total. Luzmila se dirige hacia Carmen, quien todavía mantiene la cabeza girada. LUZMILA: No voy a decirte, Carmen, que eres una arpía sin redención que merece morir aplastada por un edificio ruinoso. Ni voy a decirte que fuiste rescatada, por el difunto marido de mi sobrina, de una condición infame de lavandera en una casa de tolerancia. Tampoco te voy a decir que eres tan floja como una socialista, tan chismosa como una democratacristiana y tan ordinaria como la mujer de un regidor del partido radical. No te diré nada de esto, pues no estás ni a mi altura ni a mi bajura puesto que solo eres un accidente indeseable para mí y para mi respetable familia, y, además, mi aliento y mi ánimo no los desgasto en flatulencias. Solo te diré una cosa: no llames, por favor, Gisela a la Mónica en público. ¡Cuántas veces voy a repetírtelo! De todos los demás desastres que has provocado con tus torpezas de campeonato, me ocuparé yo. Ahora, no te pido, te lo ordeno llena de desdén, que salgas de aquí y te hundas como una rata en los orines prostibularios de los que nunca debiste emerger en la forma de un ser humano. CARMEN: (Gira la cabeza) ¡No! LUZMILA: (Atónita) ¿No? CARMEN: No, no, no. Unos jóvenes me han hecho recuperar mi dignidad, la dignidad que usted por tantos años ha pisoteado. LUZMILA: ¿Jóvenes te hacen recuperar la dignidad? ¿En qué turbias compañías andas? Con prostitutos o comunistas, nada más.

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CARMEN: Nada de eso. Son niños buenos, que se ejercitan y ayudan a las personas dañadas. LUZMILA: Muy conmovedor. Pero yo no llamo a esos teléfonos pornográficos. No intentes hacerles propaganda frente a mí. CARMEN: Usted ya no puede mandarme. Usted no es nada. LUZMILA: Tienes razón, Carmen, yo no soy nada. Sin embargo, sí soy algo, soy quien te estará esperando mañana en los tribunales. ¿Le mostrarás al juez a la Moniquita en este estado deplorable? Ahora entiendo por qué no abrías la puerta cuando iba a verla las últimas semanas. Se te había perdido y la andabas buscando tú, como una pobre infeliz. Perdón, no como, una infeliz tal cual. El juez me dará la custodia de la niña. CARMEN: Usted no es tan poderosa. LUZ: No seas descarada. Para enfrentarme a ti no necesito recurrir a mi poder; me basta, en cambio, con mediocres argumentos. Carmen levanta la mano para darle un empujón a Luzmila. Luzmila la toma del brazo justo a tiempo. LUZMILA: Ni se te pase por la mente, si la tienes. GISELA: ¡Gastón! (Silencio) Gastón… LUZMILA: ¿A quién llama? ¿Quién es ese? CARMEN: Es… un amigo de la escuela. LUZMILA: Si supieras mentir, quizás te ganarías algo de mi respeto, pero ni eso sabes. Gastón, seguramente, fue el cafiche que la secuestró y la dejó embarazada. CARMEN: ¿Quién te lo dijo? LUZMILA: Por favor, pobrecita que necesitas que te digan algo para saberlo. CARMEN: Es un bribón. LUZMILA: Es de los de tu entorno. No creo que Mónica estuviera peor con él. Luzmila se aproxima a Gisela y la revisa. LUZMILA: Qué espanto. Ha quedado convertida en un jamón venial, la pobre. En verdad, está perdida. Bien… (Se pasea un segundo por la sala. Después, va hacia Carmen) Carmen, esta familia ha dejado de existir, y esta

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niña no puede cuidar de un niño, aunque sea su propio hijo. Por tu parte, tú has demostrado ser torpe y descuidada. No insistiré en llevarme a Mónica, pues, veo, que tu compañía la ha arruinado hasta hacerla despreciable para mí. Mas este niño, este niño sin culpa y nacido de la culpa, merece una vida de hijo, merece una vida conmigo. Por lo tanto, este es mi veredicto y me desistiré ante los tribunales: apenas ese niño nazca, irá directo a mi casa, donde podrá recibir una educación, será un profesional exitoso y acaso llegue a ser gerente de supermercados. ¿Entendido? CARMEN: (Con un hilo de voz) Sí. GISELA: Gastón. LUZMILA: Mírala, escúchala. Su mente es esclava de su cuerpo, su mente es su cuerpo, y su cuerpo solo pide el calor de la basura moral. Adiós. (Sale) CARMEN: (Extrae una peineta de su cartera y peina el cabello de Gisela) Gisela, ahora ya no volverán a molestarnos… GISELA: Gastón. CARMEN: Ahora estaremos solas para siempre, tú y yo. GISELA: Gastón. CARMEN: Y no habrá nadie que nos separe… GISELA: Ven, Gastón. CARMEN: Ni siquiera ese cabro chico. Entra Alcina. Se aproxima a la camilla. Cambia la bolsa de suero de Gisela. CARMEN: (Aparte) Dice que ya no eres nada; con todo, quiere tu hijo para ella. De la nada saldrá nada. Tengo que darme ahora valor para hacer que salga de mi boca lo que mi corazón jamás dejaría escapar. Pero, vamos, vamos, Carmen, mientras antes mejor, el crimen será mejor sangriento y por eso menos doloroso. Doña Luzmila quiere llevarse al hijo y dejar a Gisela abandonada conmigo, como si Gisela fuera un envoltorio y yo el tacho de la basura. Pero no ocurrirá tal cosa, porque no habrá cosa que llevar y cosa que botar. (A Alcina) Señorita enfermera. ALCINA: Dígame… CARMEN: Sabe usted si hay alguien en este hospital… usted sabe, que haga esos trabajos que nadie quiere hacer. ALCINA: (Le indica a Gisela) ¿Con la paciente?

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CARMEN: Sí. ALCINA: ¿Una de esas personas que pasan durante la noche y dejan todo arreglado en los hospitales? CARMEN: Sí, una de esas. ALCINA: Pero la paciente está muy débil como para intervenirla. CARMEN: Pero, ¿no decían que mejorará? ALCINA: Por supuesto, señora, mejorará. CARMEN: Entonces, señorita, cuando esté mejor, ¿no podría pasar esa persona? ALCINA: Por supuesto, en ese momento, sí. CARMEN: Y… ¿usted podría ponerme en contacto con esa persona? ALCINA: Eh… Claro… Yo soy esa persona. Silencio. CARMEN: Y ¿por cuánto me haría ese trabajito? Recuerde que yo soy pobre. ALCINA: Por, no sé… CARMEN: Hágame un precio, soy pobre y estoy tan nerviosa. ALCINA: Bueno, por ser usted… le hago el favor por veinte lucas. CARMEN: (Se le abren los ojos) Ay, ay, usted es tan buena, es una santa, y yo soy tan pobre, ¿sabe? Quedamos en eso entonces. (Busca en su cartera. Extrae varios billetes de mil pesos) Mire, aquí le adelanto quince, y después, cuanto esté todo listo, me avisa, y cancelamos el resto. No le vaya a decir nada, eso sí, a la Luzmila. Usted a ella la conoce, es esa dama de rojo. Ella no debe saber nada de esto. ¿Estamos claras? ALCINA: (Recibe los billetes) Muy claras. CARMEN: Ay, ahora me quedo un poco más tranquila. Saldré al casino del hospital a tomarme un café. (Sale) GISELA: Gastón. Ven, dónde estás. Se escucha “Mon coeur s'ouvre a ta voix” de Saint-Saens. ALCINA: (Se acerca a Gisela y la acaricia) Tú no te preocupes, amiga mía, no

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te pasará nada, tú serás mi cuerpo, tú serás mi vientre. Oh, Fernando, Fernando amado, a quien separó de mí un nacimiento fallido, este niño nacerá, nacerá para nosotros, para probarte que soy una mujer y así te cases conmigo. (Comienza a fajarla) Si al hijo quieren desecharlo, entonces, que me sea permitido heredar estos desechos y hacer de ellos nuestra felicidad, amado mío. Yo estoy en una cárcel, una cárcel de un cuerpo, pero no importa eso si eres el carcelero, y, por tanto, mi dueño. Los idiotas no saben que son dioses, viven la vida como animales, y tampoco saben que nosotros ambicionamos su divinidad. Ahora, un poco de cielo robaré para nosotros, Fernando, a fin de que quedemos atrapados a este suelo como árboles y al mismo tiempo podamos volar más alto que las aves. En esto consiste la felicidad: en ser árboles y aves, no en ser o lo uno o lo otro. Tú lo sabes mejor que yo, pero temes destruir el mundo al decirlo. Yo, por mi parte, soy tonta, soy una idiota, lo digo, lo repito, y todo permanece igual, tan claro, permanente y maldito. Fernando, ahora comienza nuestra unión, estoy tan embarazada como una madre y tú estás tan expectante como un padre. No importa de dónde vienen los injertos, los árboles se levantan poderosos y ningún ave que se posa les pregunta de dónde proceden. Durante todo este monólogo, se encienden y apagan las luces. Carmen y Luzmila se mueven veloces y maquinales por la sala, todo como en una cámara rápida que dura nueve meses.

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En la oficina del Registro Civil. El Carroza está sentado a la derecha, jugando con el anillo amarillo. Entra por la izquierda Alcina llevando el noche, enteramente cerrado, como la primera vez.

ALCINA: (Nerviosa) Hola, Carroza, ¿en qué andas? CARROZA: (Le muestra un anillo amarillo) Cómprame este anillo. ALCINA: No tengo plata. ¿Has visto al que atiende aquí? CARROZA: Te vendo este anillo. ALCINA: Sosiégate, Carroza. ¿No sabes dónde está el que atiende? CARROZA: Si me lo compras, te digo. ALCINA: No tengo plata. CARROZA: (Se acerca al coche) ¿Y qué tení escondido dentro del coche? ALCINA: (Le azota las manos con una regla) Se mira pero no se toca. CARROZA: Siempre con el coche vacío. ALCINA: Fuera de aquí, niño atrevido.

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CARROZA: Si quieres me puedes adoptar y ponerme dentro del coche. ALCINA: No adopto a chiquillos insolentes. CARROZA: No me adoptai’ porque erís más pobre... ni pa’ comprarme el anillo te alcanza. ALCINA: Si querí’ puro consumir, pues Carroza. CARROZA: ¿Y? ¿Es tu plata? ¡Pobre! ALCINA: Te voy a acusar con tu mamá. Silencio. CARROZA: (Entristecido) Ella dice que soy inteligente pero flojo. ALCINA: Las mamás han destruido el mundo diciendo eso. (Se acerca y lo acaricia) CARROZA: (Se aleja, riendo) No me podí’ adoptar porque más pobre y maricón… ALCINA: ¡Oye! Tú no sabes los tesoros que tengo escondidos. El Carroza huye. Cuando Alcina se gira, se encuentra frente a frente con Fernando. ALCINA: ¡Fernando! FERNANDO: ¿Cuáles son esos tesoros? ALCINA: Los tesoros están escondidos. FERNANDO: (Señala el coche con la mirada) ¿Dentro de ese coche que nunca abres? ALCINA: (Sobresaltada) Sí, ahí. Ahí hay un tesoro vivo, mi hijo. FERNANDO: No sigas con eso, no engañas a nadie. Todos saben que dentro no hay nada y que de ti no puede salir un hijo. ALCINA: ¿Quiénes dicen eso? FERNANDO: La gente. ALCINA: Qué gente más ignorante es esa. FERNANDO: A veces la ignorancia nos ahorra los errores.

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ALCINA: También nos priva de la verdad. FERNANDO: La verdad no está de tu lado. El amor quizás sí, pero no la verdad. ALCINA: La verdad y el amor están conmigo. Tú, sin embargo, no puedes confiar. Los ignorantes saben amar y los sabios conocen la verdad. Pero tú no eres lo uno ni lo otro. Por eso no tienes nada. FERNANDO: (Aplaude) ¡Bravo! Hablas como una proselitista. Es tu nueva fórmula. Antes te hacías pasar por mujer, ahora te haces pasar por ti mismo. Por eso has comenzado a hablar así. ALCINA: Yo no comienzo nada. Simplemente pido que lo ya comenzado me ame. FERNANDO: Bonitas palabras para una fea causa. ALCINA: Torpe definición para el corazón. FERNANDO: Escúchame, no voy a comenzar contigo un duelo de payas. ALCINA: Entonces te seguiré en lo que quieras comenzar. FERNANDO: No comenzaré nada. ALCINA: Mucho mejor. Silencio. Fernando escribe en el computador. Se sobresalta, pero prosigue. ALCINA: ¿Qué haces? FERNANDO: Escribo tu nombre. ALCINA: ¿Por qué? FERNANDO: Porque te daré en el gusto. Silencio. Imprime un certificado. Comienza a escucharse “Che faro senza Eurídice” de Glück. FERNANDO: (Le entrega el certificado) Aquí tienes. Lo lograste. Ahora desaparece. ALCINA: (Lee el certificado de nacimiento en voz baja) Ay, ay, no puedo creerlo. Mis ojos no creen y lo ven. ¡Soy mujer, soy mujer, soy mujer! FERNANDO: Sí, alégrate. Lo eres en un papel. Ahora déjame en paz.

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ALCINA: (Abraza a Fernando y lo besa) Ahora puedo casarme, por fin, ahora puedo ser una mujer, una mujer felizmente casada. Vivir con mi hombre y mi hijo, los tres. Salir a pasear a la plaza, comprar un helado. Ahora seré una familia. FERNANDO: Por favor, no se lo cuentes a nadie, no quiero problemas con la justicia, con los curas y con los de tu tipo. ALCINA: ¡Estás loco! FERNANDO: ¿Qué? ALCINA: Tú, tú, tú, héroe nacional, has completado lo que el bisturí hizo bien, pero solo a medias. Todos los oficiales del registro civil deben imitarte. FERNANDO: ¡Cállate! ALCINA: No, no, no, no me callaré. Eres mi salvador. FERNANDO: No soy nada de eso. Y si tanto lo crees, hazme un favor y cállate. ALCINA: ¿Por qué? ¿Todavía no crees que siempre fui una mujer? ¿Todavía no entiendes que lo fui para ser tu esposa? ¿todavía no sientes latir a nuestro hijo escondido en este coche? FERNANDO: (Ríe nervioso) Mientras no lo vea, ¡no! ALCINA: Incrédulo. Quieres verlo todo, y nunca podrás verlo. Un padre verdadero sabe que su hijo está dentro del vientre sin verlo, sabe que es su hijo sin conocerlo. Ahora, ven y palpa mi vientre. Este coche es mi vientre. FERNANDO: (Se acerca al coche, siempre riendo) Solo por seguirte el juego, lo haré. Para que te enteres que no soy tonto. Fernando palpa el coche. FERNANDO: Jesús. Hay algo vivo aquí dentro. ¿Tienes un gato? ALCINA: No te haré pasar gato por hijo. Escúchalo. FERNANDO: (Pone su oreja contra el coche. Silencio) ¿Qué es? ¿Qué es? ALCINA: Idiota, es nuestro hijo. FERNANDO: ¿Lo has robado? ALCINA: No. FERNANDO: Lo has arrendado.

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ALCINA: No. Nuestro amor lo ha engendrado sin querer, como ocurre con todos los niños. FERNANDO: Si en verdad es así, estoy ante un milagro. Creo que la humanidad ya se ha ido sin mí y solo te tengo a ti, repugnante y maravillosa. ALCINA: Y a nuestro primer hijo. FERNANDO: Qué tenga entonces una familia. (Va hacia el computador) ALCINA: ¿Qué haces? FERNANDO: Lo inscribo como nuestro. ALCINA: ¿Nuestro? FERNANDO: (Busca en los bolsillos de su camisa. Extrae el anillo rojo) Y te tomo como mi mujer. (Le pone el anillo) ALCINA: (A punto de desmayarse) Oh, oh, esto es mejor de cuanto jamás llegué a imaginar. Y yo, ¿qué te daré a cambio? (Iluminada) Ya sé. (Corre hacia la derecha) ¡Carroza, Carroza! Nunca aparece cuando lo buscan. CARROZA: (Apareciendo por la izquierda) ¿Qué? ALCINA: El anillo, el anillo. CARROZA: (Estira la mano) Pasando y pasando. ALCINA: (Entrega cinco mil pesos a Carroza) Dámelo. CARROZA: Un momentito. (Mira el billete a contra luz) Hay muchos canallas, hijos de puta, muertos de hambre, estafadores que falsifican. Por eso prefiero los cheques en y el plástico. (Entrega el anillo amarillo y sale) ALCINA: (Corre hacia Fernando) ¡Ahora sí, ahora sí! En el Audio: La marcha del amor por las tres naranjas de Prokofiev. Se escuchan las voces de Carmen y Luzmila. Alcina las escucha, y queda atónita. LUZMILA: Si no recuperas al niño, me quedaré con la Moniquita, en el estado deplorable que esté. CARMEN: Ella robó el bebé. LUZMILA: Me dijiste que lo había perdido hacía meses. CARMEN: Ella me engañó.

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LUZMILA: Por favor, quién podría engañarte. No seas tan modesta. Entran Carmen y Luzmila. Viene con ellas Gisela en silla de ruedas y más atrás Luis. LUIS: (A Fernando) Gracias, Fernando, por mantenerla contigo. ALCINA: ¡Fernando! CARMEN: (Señala a Alcina con el dedo) Es ella, ella es la enfermera. LUZMILA: No apuntes con el dedo. Por favor, no son maneras. CARMEN: ¡Tienen los anillos de Gisela! GISELA: Gastón. ALCINA: Hace nueves meses escucho ese nombre. LUZMILA: Y ahora me escuchará a mí. GISELA: Gastón. Aparece Gastón junto a Eric y Sergio. Fernando y Luis se sobresaltan. ERIC: (A Fernando) Feñita, buscando hace meses a gente en situación de calle, encontré a este amigote. Veamos si tiene certificado de nacimiento. GASTÓN: (Señala a Fernando) Es él. Este es el joven que me prendió fuego. TODOS: (Menos Fernando) ¡Oh! GASTÓN: Y el señor concejal me salvó de morir quemado. ERIC: Así es. Soy un defensor de la vida. (Operando su nueva Blackberry) “En el centro cívico, compartiendo con los vecinos”. GISELA: Gastón. GASTÓN: (Poniéndose a los pies de Gisela) Aquí estoy. Silencio. GISELA: ¡Tú no eres Gastón! GASTÓN: Sí lo soy. GISELA: (Le patea la cara) ¡No! LUZMILA: Mejor que no lo sea, si no quiere en verdad morir quemado.

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FERNANDO: (A Eric) Sí, a veces hasta los abrazos pueden quemar. Silencio. ERIC: (Ríe nervioso. Se adelanta) Pero bueno. Borrón y cuenta nueva. No nos quedemos en las heridas del pasado. Hay que cerrarlas. La piel después se ve como si nunca nada hubiese pasado. Cerremos, entonces, esas heridas. En resumen: vivamos y hagamos una foto para poner en la cuenta anual municipal. Todos se juntan al centro. Flash. LUZMILA: No me opongo ni a la vida ni a las fotos. Sin embargo, antes de que ustedes vivan, debo recuperar a un miembro de mi familia recién nacido. (A Alcina) ¿Dónde lo dejaste? ALCINA: (Solloza. Señala el coche) Ahí. LUZMILA: ¿Dónde? ALCINA: Dentro del coche. LUZMILA: (Abre el coche) ¡No está! Comienza a escucharse la Tocata y Fuga de Bach. Una voz burlona en el cielo: ¡Sorpresa! Sobreviene un terremoto. TODOS: (Afirmándose los unos a los otros) Señor, tú que te hiciste y nos hiciste, que te haces y nos haces, que te harás y nos harás, apiádate de quienes nos atrasamos o nos adelantamos a tus tiempos tan exactos para ti y tan inexactos para nosotros. Nuestros relojes no consiguen seguir tu reloj, nuestros oídos llegan cuando tu voz se ha ido o se van cuando todavía no ha llegado. Todo es tan confuso, todo tan feliz y tan horrendo. Pero tú transformas a las ratas en palomas blancas, como haces de nosotros los idiotas los guardianes de tu ley antigua. Caen flores. Apagón final.

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© Joaquín Trujillo Silva 2012 Todos los derechos reservados Diseño de formato Docuseco: Francisco Gallegos Celis


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