TERCER MILENIO
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Tfno: 91 590 27 80 Fax: 91 563 98 33
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7 TRIBUNA En Lima, con la OCSHA
12 EL OBSERVADOR
ORIENTE MEDIO - INDIA
NICARAGUA - CUBA
22 ASÍ VA EL MUNDO
TÚNEZ - CHINA
PERÚ - EL SALVADOR
36 ENTREVISTA
Yvette M Mushigo, Premio Mundo Negro a la Fraternidad 2022
42 ANIMACIÓN MISIONERA
45 AYUDAMOS A... Jamaica
48 CULTURA
Timothy S Schmalz, el escultor que emociona al papa Francisco
54 EN EL OBJETIVO
56 MISIÓN VIVA
María J Jesús G Gómez G García, misionera de N.S. de África
Misión se escribe en femenino, y no solo por el género de la palabra. Las mujeres han sido y son en nuestros días destacados agentes de la actividad misionera. De entrada, por su número: constituyen la mayoría en el conjunto de los misioneros y, en el caso de España, suponen el 54% de todos los efectivos. Pero, sobre todo, por la extraordinaria labor que realizan.
Desde la Virgen María, pasando por María Magdalena y por el florecido brotar de vocaciones misioneras en el seno de la vida consagrada que se registra a partir de la segunda mitad del siglo XIX, hasta nuestros días, las mujeres han sido protagonistas de la difusión del Evangelio por todos los rincones del planeta. Y lo han hecho con una valentía y entrega que despiertan admiración.
En el pasado, es suficiente, para hacerse una idea, leer, por ejemplo, lo que dice de ellas, en ese mencionado siglo XIX, un misionero curtido como san Daniel Comboni, fundador de los Misioneros Combonianos y del Instituto Comboniano de las Pías Madres de la Nigricia, las Combonianas: “Son una imagen fiel de las antiguas mujeres del Evangelio, que, con la misma facilidad con la que enseñan el abecé a los huérfanos abandonados en Europa, afrontan meses de largos viajes a 60 grados,
cruzan desiertos en camello y montan a caballo, duermen al aire libre, bajo un árbol o en un rincón de una barca árabe, ayudan a los enfermos y exigen justicia a los pachás para los infelices y los oprimidos. No temen el rugido del
de esas otras mujeres convertidas en muchas ocasiones en cabezas de familia a la fuerza, porque han sido abandonadas a su suerte junto a sus hijos. A estas y otras mujeres les proporcionan los recursos y la formación necesaria que les
león, afrontan todos los trabajos, los viajes desastrosos y la muerte, para ganar almas para la Iglesia”.
Y en nuestros días, basta con comprobar toda su labor para, como ha hecho el papa Francisco, agradecerles “su compromiso en la construcción de una sociedad más humana, por su capacidad de captar la realidad con mirada creativa y corazón tierno”. Un “privilegio solo de las mujeres”, que se pone de manifiesto en su acción misionera en favor de la educación, la atención médica, la asistencia a los refugiados y marginados...
No olvidemos tampoco su arriesgada misión contra las mafias que se dedican a la trata; su denuncia y lucha contra las múltiples situaciones de violencia, cuyas consecuencias comprueban en otras carnes y también en las suyas propias; así como la acción en la intimidad de los hogares, conectando perfectamente con el sentir
permitan salir adelante, ofreciéndoles, de paso, la oportunidad de ser agentes evangelizadores y de cambio político, económico y social en sus propios países.
Con este currículum a la vista, la labor misionera del siglo XXI no puede prescindir del testimonio evangélico, entregado y de servicio de la mujer. Como ha reconocido el propio Papa, “aún no hemos caído en la cuenta de lo que significa la mujer en la Iglesia”, y esta “también puede beneficiarse de la valorización de la mujer”. La misión necesita más que nunca de su lado femenino. “No se puede conseguir un mundo mejor, más justo, más inclusivo y plenamente sostenible –indica el Pontífice– sin la contribución de las mujeres”. “Las mujeres –añade– hacen el mundo más bello, lo protegen y lo mantienen vivo. Aportan la gracia de la renovación, el abrazo de la inclusión y el coraje de darse a sí mismos”.
La labor misionera del siglo XXI no puede prescindir del testimonio evangélico, entregado y de servicio de la mujer.
Los misioneros y misioneras solo somos cristianos de a pie que se han dejado seducir por una mirada y un envío, y han querido hacer de su vida un humilde don para los demás.
El diálogo, cuando es auténtico, no está hecho de negociación, sino de mutua escucha atenta y empática tratando de acoger y comprender la palabra y la vida del interlocutor. Cuando esto se produce, se están poniendo las bases y favoreciendo el mutuo conocimiento.
Mª
Misionera seglar de Misevi en Angola
Es importante dejarse sorprender, tener la mente y el corazón abiertos, y saber aceptar las diferencias. A menudo hablamos de ser creativos. Y tratamos de serlo, aunque siempre tenemos tendencia a acomodarnos. En eso, aquí nos dan mil vueltas.
Misionero del Camino Neocatecumenal en Costa de Marfil
Aquí, en Costa de Marfil, el Señor, que tiene una imaginación maravillosa, me cambió la vida. Lo que iba a ser un año en misión se ha convertido en el lugar donde me ordené sacerdote en 2014 y donde ya llevo 13 años. Siempre digo que me ha tocado la lotería.
Misionera comboniana en Egipto
Son los pobres los que, con su sencillez, me enseñan y me dan la fuerza de seguir adelante. En mi larga vida misionera siempre he encontrado gente buena que me ha ayudado a continuar. La sencillez de la gente y su confianza en nosotras es algo que te desmonta y te hace ver la presencia de Dios en cada persona, sea de la religión que sea.
P. David Martínez Gutiérrez del Carmen Rodríguez EsperanteHe tenido la suerte de compartir unos días con un grupo no muy grande, pero sí significativo, de sacerdotes españoles que fueron enviados como misioneros a Latinoamérica. Treinta y cinco sacerdotes, entre ellos cuatro obispos, que un día partieron de sus diócesis de origen a “hacer las Américas”. El motivo de este encuentro ha sido la reunión continental de sacerdotes de la Obra de Cooperación Sacerdotal Hispanoamericana (OCSHA), que se celebra cada dos años, esta vez en Lima, Perú.
No son héroes, no son superhombres..., ¡son misioneros! Viven su vocación, la llamada de Dios, que les ha puesto esa inquietud en su corazón. Son personas a las que miramos con respeto, porque están viviendo –con limitaciones y fragilidades, sin duda, pero con deseos de vivirla bien– esa llamada del Señor a ser su luz y su amor en lugares donde su presencia, si no imprescindible, sí es importante para que Cristo sea conocido y amado.
Un sacerdote que lleva ¡59 años! en Argentina, junto a otro que lleva cuatro meses en Moyobamba, Perú. Uno que trabaja en el templo peruano más visitado, el santuario del Señor de los Milagros, junto con otro que realiza su labor en la selva del vicariato de San José del Amazonas, donde tiene que desplazarse en una lan-
cha para llegar a los pequeños pueblos a él encomendados. Cada uno con su apostolado, con sus dificultades y sus riquezas, pero todos con el deseo de hacer presente a Cristo en el lugar que la Iglesia les ha encomendado.
Uno de los días tuvimos la suerte de recibir la visita de otros misioneros españoles –religiosos y laicos, sacerdotes y obispos–, con los que pudimos vivir ese
lugar apartado a descansar”. Apartarnos del mundo, pero no para abandonarlo, no para olvidarnos de él o para no padecer sus dolores, sino para fortalecernos, para recobrar energía y paz en el corazón, y afrontar con más ilusión los desafíos y tocar con más amor las heridas de nuestros hermanos, los hombres.
No, no son héroes, porque es el Señor el que les ha llamado a
“sentido de Iglesia” que es tan importante; esa sinodalidad de la que el Santo Padre Francisco nos habla tanto. Creo firmemente que en la misión se ve la comunión entre las personas y entre los diferentes carismas de modo mucho más evidente y natural. Unos y otros comparten una misma inquietud e ilusión: hacer presente el Reino de Dios en este mundo nuestro, que vive con tanta angustia y con tanto dolor.
Unos días de comunión, de descanso y de oración. Un regalo que da Dios a los suyos para que recobren el entusiasmo evangelizador que la Iglesia del siglo XXI necesita. Recordaba aquel pasaje del Evangelio de san Marcos (6,31) en el que Jesús invitaba a los suyos: “Venid, vayamos a un
vivir lo que viven, y les ha dado la fortaleza y el ánimo para poder hacer lo que están haciendo, vivir lo que están viviendo. Pero sí es gente de la que podemos aprender a entregarnos, a acoger con generosidad la llamada que el Señor puede estar haciéndonos, a renovar nuestro deseo de llevar el fuego del amor de Dios hasta los confines de la tierra...
Ojalá los bautizados no perdamos nunca ese entusiasmo misionero y, si lo hemos podido perder o desgastar por las pruebas de este mundo, le pidamos al Espíritu Santo que nos zarandee un poco el corazón y el alma, y volvamos a escuchar al Señor que nos dice: “Id al mundo entero y predicad el Evangelio” (Mc 16,15).
En la misión se ve la comunión entre los diferentes carismas de modo mucho más evidente y natural.
El papa Francisco ha visitado del 31 de enero al 5 de febrero la República Democrática del Congo y Sudán del Sur, dos países martirizados por la guerra, el expolio y la pobreza. Su voz se ha alzado para pedir justicia y paz.
Pocos días antes de la visita del Santo Padre Francisco a Sudán del Sur, 60 jóvenes de la diócesis de Rumbek, católicos y protestantes, recorrieron a pie los 350 kilómetros que separan esta ciudad de la capital del país, Yuba. Al frente de
esta peregrinación estaba su obispo, el joven comboniano Christian Caslassare quien, dos años antes, nada más ser nombrado pastor de la diócesis, sufrió un atentado que casi le costó la vida y del que tuvo que reponerse tras varios meses en hospitales.
Como este puñado de católicos, cientos de miles, incluso millones de personas, se movilizaron en la República Democrática del Congo y en Sudán del Sur para ver al profeta que vino a clamar por la paz y a denunciar la explotación que sufre el continente. Como preludio para anunciar su mensaje principal, antes de acudir al aeropuerto, el 30 de enero, el papa Bergoglio visitó en Roma, junto a su limosnero el cardenal Krajews-
ki, a una decena de inmigrantes y refugiados de ambos países sostenidos por el Centro Astalli, el centro italiano del Servicio Jesuita a Refugiados.
¡Retirad vuestras manos de África!
“Estamos convencidos de que el Papa pondrá la situación del Congo en el centro de la atención de la comunidad internacional”, dijo el cardenal Fridolin Ambongo, arzobispo de Kinshasa, dos días antes. No se equivocó. Nada más aterrizar en el país centroafricano, en un discurso de marcado tono político, en presencia de las autoridades y el cuerpo diplomático, Francisco denunció con fuerza el “colonialismo económico” que “se desencadenó en África tras el colonialismo político”. Deploró que “este país, ampliamente saqueado, no consigue aprovechar suficientemente sus inmensos recursos”. Y clamó: “¡Retirad vuestras manos del Congo, retirad vuestras manos de África! Este continente no es una mina para explotar ni una tierra para desvalijar”. Sus palabras
resonaron fuertemente en un país inmensamente rico, en el que dos tercios de su población –de unos 100 millones de habitantes– viven con menos de dos dólares al día. “Mirando a este pueblo, se tiene la impresión de que la comunidad internacional casi se haya resignado a la violencia que lo devora. No podemos acostumbrarnos a la sangre que corre en este país desde hace décadas, causando millones de muertos sin que muchos lo sepan”, concluyó.
Al día siguiente, el Papa celebró la eucaristía en una gran explanada del aeropuerto internacional de Ndolo, donde acudieron algo más de un millón de personas. Muchos de los fieles habían pasado la noche en una vigilia de oración con tintes festivos, que dio paso a una larga misa celebrada en rito zaireño, con danzas y con guitarras eléctricas fusionadas con los tambores. Francisco centró su homilía en la paz y llamó a los que cometen actos de violencia a dejar las armas y escuchar a los pobres: “Romped el círculo de la violencia, desmontad los complots del odio”; y también invi-
tó a los congoleños a encontrar la fuerza para perdonar.
Tras la alegría desbordante de la mañana, la tarde estuvo marcada por las lágrimas y el dolor, en un encuentro con víctimas de la guerra. Debido a problemas de seguridad, el Santo Padre no pudo visitar Goma, en el este del país, como estaba inicialmente programado en julio del año pasado, cuando tuvo que retrasar su viaje por problemas de salud. En las dos semanas previas a este viaje, al menos 200 civiles fueron asesinados por grupos rebeldes en las provincias
horror contadas a Francisco por niños y mujeres. Como la de Leonie Matumaini, una alumna de la escuela primaria de Mbau, en el territorio de Beni: “A los pies de la cruz de Cristo vencedor dejo este machete idéntico al que mató a todos los miembros de mi familia delante de mí”. El Pontífice tuvo para ellos palabras de esperanza y denunció que “los medios de comunicación internacionales no mencionan estos lugares casi nunca”.
“Vuestras lágrimas son mis lágrimas, vuestro dolor es mi dolor. A cada familia en luto o desplaza-
de Kivu del Norte y de Ituri, y decenas de miles de personas siguen huyendo de la zona, donde los ataques no han cesado, mientras que más de millón y medio permanecen en las provincias del este como desplazados internos.
Algunas de estas víctimas se encontraron con el Papa en la Nunciatura, donde compartieron sus historias de dolor. Violaciones, mutilaciones, asesinatos... Escenas de
da a causa de poblaciones incendiadas y otros crímenes de guerra, a los supervivientes de agresiones sexuales, a cada niño y adulto herido, les digo: estoy con vosotros, quisiera traeros la caricia de Dios”, les dijo Francisco, conmovido por los testimonios de las víctimas. “Causa vergüenza e indigna saber –tronó el Papa– que la inseguridad, la violencia y la guerra que golpean trágicamente a tanta
gente, son alimentadas no solo por fuerzas externas, sino también internas, por intereses y para obtener ventajas”.
No se anduvo con contemplaciones el Santo Padre al condenar esos conflictos “que obligan a millones de personas a dejar sus casas, que provocan gravísimas violaciones de los derechos humanos, que desintegran el tejido socioeconómico, que causan heridas difíciles de sanar... Es la guerra desatada por una insaciable avidez de materias primas y de dinero, que
alimenta una economía armada, la cual exige inestabilidad y corrupción. Qué escándalo y qué hipocresía: la gente es agredida y asesinada, mientras los negocios que causan violencia y muerte siguen prosperando”, clamó Francisco.
La jornada del 2 de febrero comenzó con un encuentro con unos 80.000 jóvenes en el Estadio de los Mártires. Dos horas antes del comienzo, el lugar ya estaba abarrotado de una multitud que cantaba
y bailaba. El Papa les hizo un llamamiento a apartar sus diferencias y construir un nuevo futuro. Centró su discurso en la parábola de los cinco dedos. En un relato al antiguo estilo africano, Francisco fue desgranando los cinco símbolos profundos que encierran los dedos de la mano: “Oración, comunidad, honestidad, perdón y servicio”.
Haciendo referencia al concepto africano del “ubuntu”, señaló a la comunidad como un pilar fundamental para escapar de “la droga, el ocultismo y la brujería, que te atrapan en las garras del miedo, de la venganza y de la rabia”. Y les alertó contra la tentación de ser esclavos de la realidad virtual: “La vida no se escoge tocando la pantalla con el dedo. Es triste ver jóvenes que están horas frente a un teléfono. Después de que contemplaran tanto tiempo la pantalla, los miras a la cara y ves que no sonríen; la mirada está cansada y aburrida”.
Cuando el Papa habló contra la corrupción, una buena parte del
público coreó lemas. A algunos no les salió gratis. Un sacerdote, el padre Guy Julien Muluku y cinco jóvenes que habían lanzado gritos contra la corrupción fueron detenidos por la policía y acusados de haber criticado al presidente, hasta ser puestos en libertad 34 horas después.
En la Jornada dedicada a la vida religiosa, en la fiesta de la Presentación del Señor, Francisco quiso compartir la tarde con los consagrados del país. Fue en la catedral de Kinshasa, Nuestra Señora del Congo. Allí se encontró con una representación de los más de 5.000 sacerdotes, 12.000 religiosas y religiosos, 3.000 seminaristas. Algunos de los presentes le ofrecieron testimonios de su quehacer apostólico, sin ocultar los “enormes desafíos” –como los calificó el cardenal Ambongo– para vivir el compromiso sacerdotal y religioso en el país con mayor número de católicos de toda África. El Santo Padre les advirtió de las tres tentaciones que considera especialmente per-
niciosas para los sacerdotes y religiosos: “la mediocridad espiritual, la comodidad mundana, la superficialidad”.
Para hacerles frente, el Papa desgranó algunos consejos. Entre ellos, “ser fieles a ciertos ritmos litúrgicos de oración que acompasan la jornada, desde la misa al breviario”, como la celebración eucarística cotidiana, no descuidar la liturgia de las horas, no olvidar la confesión y reservar cada día un tiempo intenso de oración –“para estar con nuestro Señor, corazón con corazón”–.
Francisco quiso acudir a Sudán del Sur –el país que vio nacer a Josefina Bakhita, santa y esclava canonizada en el año 2000– para cumplir una promesa que realizó en 2019, durante un retiro espiritual en el que hizo de mediador entre el presidente Salva Kiir y su eterno rival, Riek Machar. Su presencia tuvo una consecuencia inmediata nada
más aterrizar en la capital, Yuba: Salva Kiir anunció que retomaba las negociaciones con los grupos armados que no estaban incluidos en el proceso de paz de 2018 y que han sido facilitadas por la Comunidad de Sant’Egidio. También indultó a 71 presos, entre ellos a 36 condenados a muerte.
El segundo día en Yuba se abrió con un intenso encuentro con obispos, sacerdotes, religiosos, religiosas y seminaristas en la catedral de Santa Teresa. Allí les dijo: “No somos los jefes de una tribu, sino pastores compasivos y misericordiosos; no somos los dueños del pueblo, sino siervos que se inclinan a lavar los pies de los hermanos y las hermanas; no somos una organización mundana que administra bienes terrenos, sino la comunidad de los hijos de Dios”. Evocando a Moisés, subrayó que “nuestro primer deber no es el de ser una Iglesia perfectamente organizada, sino una Iglesia que, en nombre de Cristo, está en medio de la vida dolorosa del pueblo y
se ensucia las manos por la gente”. Al salir de la catedral, tuvo lugar un hecho que ha quedado grabado como uno de los símbolos más elocuentes de esta visita: se le acercó un niño, alargó la mano y dio al Papa un billete de una libra sursudanesa, equivalente a 0,007 euros.
A continuación, por la tarde del sábado, Francisco, el primado anglicano Justin Welby y el moderador de la Iglesia presbiteriana de Escocia, Iain Greenshields , celebraron una oración ecuménica ante unas 50.000 personas en el Mausoleo de John Garang, el padre de la nación. El ecumenismo tiene una especial importancia en Sudán del Sur. Se calcula que, de sus 14 millones de habitantes, el 35% son católicos y el 20% anglicanos.
El Papa insistió en que los que se llaman cristianos deben elegir bando. “Quien sigue a Cristo elige la paz, siempre; quien desata la guerra y la violencia traiciona al Señor y niega su Evangelio. Cada uno, en Jesús, es nuestro prójimo, nuestro hermano, incluso el enemigo; tanto más los que pertenecen al mismo pueblo, aunque sean de etnia diferente”, afirmó el Santo Padre ante
un pueblo que sufre la guerra entre etnias y que acumula heridas de muertes y violencia desde hace décadas. La guerra más reciente estalló en diciembre de 2013, apenas dos años después de la independencia. Aunque hay unos acuerdos de paz firmados desde 2018, aún no se han aplicado en firme.
Bergoglio insistió en que “la herencia ecuménica de Sudán del Sur es un tesoro precioso; una alabanza al nombre de Jesús; un acto de amor a la Iglesia, su esposa; un ejemplo universal hacia el camino de unidad de los cristianos. Es una
herencia que ha de ser custodiada con el mismo espíritu”.
En el mismo lugar de esta oración ecuménica, el Mausoleo de John Garang, donde en 2011 se declaró la independencia de Sudán del Sur, el domingo 5 de febrero decenas de miles de fieles acompañaron a Francisco en la misa conclusiva de este viaje, que ha vuelto a poner a África en el mapa de muchos medios internacionales. Tanto el arzobispo de Canterbury, Justin Welby, como el mo-
derador de la Iglesia de Escocia, Iaian Greenshields, acompañaron a Francisco en la misma.
Comentando las lecturas del día sobre la sal de la tierra y la luz del mundo, se preguntó el Papa: “¿De qué sabiduría nos habla Jesús?”. Apuntó a las bienaventuranzas: “Son la sal de la vida del cristiano y llevan a la tierra la sabiduría del cielo; revolucionan los criterios del mundo y del modo habitual de pensar”, recordó el Santo Padre. “Ellas afirman que para ser plenamente felices no tenemos que buscar ser fuertes, ricos y poderosos; más bien, humildes, mansos y misericordiosos. No hacer daño a nadie, sino ser constructores de paz para todos”.
Concluyó Francisco: “Nosotros, cristianos, aun siendo frágiles y pequeños, aun cuando nuestras fuerzas nos parezcan pocas frente a los problemas y la violencia, podemos dar un aporte decisivo pa-
ra cambiar la historia”. El Papa explicó que “Jesús desea que lo hagamos como la sal: una pizca que se disuelve es suficiente para dar un sabor diferente al conjunto... ¿Cómo hacerlo? En su nombre, depongamos las armas del odio y de la venganza, para empuñar la oración y la caridad; superemos las antipatías y aversiones que, con el tiempo, se han vuelto crónicas y amenazan con contraponer las tribus y las etnias; aprendamos a poner sobre las heridas la sal del perdón, que quema, pero sana”.
Y, dando un paso más: “Aunque el corazón sangre por los golpes recibidos, renunciemos de una vez por todas a responder al mal con el mal, y nos sentiremos bien interiormente; acojámonos y amémonos con sinceridad y generosidad, como Dios hace con nosotros. Cuidemos el bien que tenemos, ¡no nos dejemos corromper por el mal!”.
JOSÉ CARLOS RODRÍGUEZanar los corazones de las víctimas que viven en las orillas del río Congo. Clamar por la paz en las tórridas sabanas de Bahr el-Ghazal. Esta visita de Francisco a África, la quinta, ha sido la más difícil y, sin duda, la más relevante. En la primera, en 2015, tras varios días en Kenia y Uganda, se adentró en el peligroso Kilómetro Cinco de la capital de la República Centroafricana, azotada por la guerra, para pedir a cristianos y musulmanes que dejaran de matarse y se trataran "como hermanos". En su segundo viaje, a Mozambique, Madagascar y Mauricio, en 2017, destacó el tema del cuidado del medio ambiente, y ese mismo año, en Egipto, impulsó el dialogo y la convivencia con el islam. Otro de los temas clave de su pontificado, la acogida a los inmigrantes, marcó su visita a Marruecos en 2019. En este último recorrido por la República Democrática del Congo y Sudán del Sur, el Papa se ha encontrado con el África más pobre y devastada por conflictos interminables y olvidados.
África, con 285 millones de católicos, el 18% de su población, es el continente donde la Iglesia católica acoge a más nuevosfieles, en contraste con el descenso en países de antigua cristiandad. Los datos del Anuario Pontificio de 2022 afirman que ese año el número de católicos aumentó en 5,3 millones. Es también la parte del mundo donde más crece el número de sacerdotes y religiosos y donde los seminarios están más llenos.
Desde el golpe de Estado de febrero de 2021, que puso fin al frágil proceso democrático en el que se encontraba inmerso Myanmar, la Junta Militar que se hizo con el poder ha ejercido una dura represión, cebándose con las minorías étnicas y religiosas. Casi 3.000 civiles han sido asesinados; unas 50.000 casas, quemadas; y 1,57 millones de birmanos, obligados a abandonar sus hogares. Todo un viacrucis hacia una guerra civil.
El futuro de Myanmar debe ser la paz, una paz basada en el respeto de la dignidad y de los derechos de cada miembro de la sociedad; en el respeto por cada grupo étnico y su identidad; en el respeto por el Estado de derecho y un orden democrático que permita a cada individuo y a cada grupo –sin excluir a nadie– ofrecer su contribución legítima al bien común”. Cuando el papa Francisco dirigió estas palabras, el 28 de noviembre de 2017, a las autoridades de Myanmar, durante la visita con
la que ponía el broche a las recién inauguradas relaciones diplomáticas entre ambos Estados, el futuro del hermoso país asiático se presumía ya en la senda de la plena consolidación democrática.
Cierto que había todavía algunos nubarrones en el horizonte, que los militares tutelaban aún el camino hasta el punto de que, constitucionalmente, tenían reservadas cuatro carteras ministeriales en los Gobiernos que saliesen de las urnas. Pero atrás, como un mal recuerdo, parecían quedar definitivamente las continuas intromisio-
nes militares con las que, salvo muy breves intervalos, Myanmar fue construyendo su historia desde que consiguió la independencia de Gran Bretaña, en 1948.
Desde entonces, y hasta bien entrado ya el siglo XXI, la antigua Birmania (el nombre fue cambiado por los militares) sufrió continuas guerras civiles, debido a la variedad étnica del país (las minorías rondan el 35%) y al recelo que los militares tradicionalmente sienten hacia ellas, temerosos de que sus reivindicaciones fragmenten la unidad de la nación; además, claro, de los
desgraciadamente inevitables prejuicios raciales y religiosos en un país mayoritariamente budista.
Desde aquel día de noviembre de hace poco más de cinco años, Jorge Mario Bergoglio ha vuelto a tener muchas veces más a Myanmar en su pensamiento y en sus oraciones. La última, el pasado 22 de enero, cuando, después del rezo del ángelus, pidió a los fieles que orasen por la paz en el país. Era evidente que los votos del Papa por aquel futuro de paz para Birmania lanzados un lustro antes no se habían materializado.
Ese domingo, en los ojos de Francisco estaban todavía las imágenes del ennegrecido campanario de la basílica de Nuestra Señora de la Asunción, el templo más emblemático del país, en la región de Sagaing. Este había sido incendiado
unos días antes por las tropas de la Junta Militar que había accedido al poder tras un nuevo golpe de Estado el 1 de febrero de 2021, después de acusar de fraude, que nunca nadie pudo demostrar, al partido de “la Dama” (como se refieren a ella en su país) Aung San Suu Kyi, vencedora en los comicios generales.
La historia se repetía en Birmania. De nuevo, el designio de las
urnas soliviantaba a los militares y, en este caso, ante la posibilidad de que la Premio Nobel de la Paz en 1991 pudiese formar un nuevo Ejecutivo para una legislatura en la que pretendía poner coto a las todavía muchas prerrogativas de los uniformados, estos volvieron a secuestrar la voluntad popular.
Era el comienzo de una nueva guerra civil, donde los militares –tampoco esto era novedoso– no dudan en usar toda la fuerza a su alcance, y no es poca, para reprimir a la población, cebándose en las minorías étnicas y religiosas. Ya no son solo los rohinya, una minoría musulmana masacrada en el país (se habla de auténtico genocidio), que ha tenido que huir a la vecina
Bangladesh, donde malviven por miles en campos de refugiados. Es también el caso de los cristianos, un exiguo 5% en un país donde el 90% es budista. “Las condiciones en el país han ido de mal en peor y se han vuelto terribles para innumerables personas inocentes de Myanmar”, ha denunciado Tom Andrews, relator especial de la ONU sobre los derechos humanos en el
país, hace solo unas semanas, cuando se cumplió el segundo aniversario del golpe.
La protesta ciudadana, las continuas manifestaciones han sido reprimidas con saña por los militares. Nadie se libra de su ira. Casi 3.000 manifestantes prodemocráticos han sido asesinados desde entonces, víctimas a las que hay que añadir las fallecidas en las ofensivas del Ejército contra las milicias étnicas, organizadas para su autodefensa. Los ataques militares han matado a 265 niños en los últimos dos años y han quemado unas 50.000 casas en todo el país. Los grupos armados de las minorías étnicas rakhine, chin, ka-
chin, shan, karenni y karen han unido sus fuerzas a la milicia de las Fuerzas de Defensa del Pueblo, formada por ciudadanos de la etnia bamar, la más numerosa en la nación. Y ahora la guerra es ya total.
“El Ejército birmano comete a diario crímenes de guerra y crímenes contra la humanidad, como violencia sexual, tortura, ataques deliberados contra civiles y asesinatos”, ha asegurado el relator de la ONU. Según este organismo internacional –cuyo Consejo de Seguridad aprobó el pasado diciem-
bre su primera resolución sobre Myanmar en 74 años, reclamando el fin de la violencia e instando a los militares a liberar a todos los presos políticos, incluida Aung San Suu Kyi–, el enfrentamiento civil ha sumido en la pobreza a casi la mitad de los 54 millones de habitantes del país, sepultando los avances conseguidos desde 2005. Además, se calcula que 14 de los 15 estados y regiones han superado ya el umbral crítico de la malnutrición aguda, y que 14,4 millones de personas necesitan
ayuda humanitaria, entre ellos, cinco millones de niños.
A ellos se suma el constante aumento del número de desplazados, sobre todo en las zonas cristianas. De hecho, desde principios de 2022, la represión marca el día a día de los cristianos, sobre todo en las diócesis de Loikaw, Mandalay, Kalay y Hakha, donde la mayoría de los pueblos católicos han sido incendiados, obligando a la población a huir e internarse en los bosques. Allí han de permanecer durante semanas, sin refugio adecuado, atención sanitaria ni servicios sociales y educativos.
Esta represión ha hecho que haya aumentado el número de cristianos que se han unido a las Fuerzas de Defensa del Pueblo, lo que, a su vez, ha incrementado la violencia contra esta minoría. Es lo que hizo el Ejército el pasado 15 de enero, cuando penetró en Chan Thar, un pueblo habitado por católicos en la región de Sagaing, en
el territorio de la archidiócesis de Mandalay, situada en el noreste de Myanmar. Allí acamparon durante tres días en la iglesia de la Asunción, construida en 1894 y, cuando se marcharon, la incendiaron, lo mismo que el convento contiguo de las Hermanas Franciscanas Misioneras de María. Pero no fue eso lo único que destruyeron. Redujeron también a escombros unas 500 casas. Sus habitantes, unos 3.000, junto con las monjas, tuvieron que escapar. Los militares se ensañaron con la localidad, al considerarla un bastión de los rebeldes.
El arzobispo de Mandalay, Marco Tin Win, solo ha podido lamentar lo sucedido. “Vivimos una época de gran sufrimiento. La mitad del territorio de la archidiócesis de
Mandalay está afectada por enfrentamientos y esto nos preocupa mucho. Asistimos a miles de desplazados internos en cinco centros creados en cinco parroquias católicas: hacemos lo que podemos”, según ha señalado a la agencia Fides. Pero no todos piensan así. Entre algunos católicos ha surgido también un desencanto con sus pastores, entendiendo que con-
to de las autoridades legítimamente constituidas. Se trataba de sor Ann Rose Un Tawng, una monja javeriana de 45 años, que el 28 de febrero de 2021 salió para arrodillarse ante un grupo de soldados, rogando que no dañaran a los manifestantes que se habían encerrado en la clínica en la que ella trabajaba. Aquella imagen tan potente la hizo suya también el papa Francisco, quien unos días después, en referencia al gesto de la monja, señalaba: “Yo también me arrodillo en las calles de Myanmar y digo: «¡Que cese la violencia!». Yo también extiendo mis brazos y digo: «¡Que prevalezca el diálogo!»”.
temporizan con las autoridades de la Junta golpista. “Los obispos birmanos quieren preservar tanto su relación con el Gobierno como con sus fieles. Excepto que estos últimos sienten que no se les apoya. Los católicos están enfadados, porque les habría gustado ver una postura más clara”, señalaba hace unas semanas un sacerdote al diario francés La Croix sobre el papel del Episcopado birmano en el conflicto. En este sentido, quienes así lo ven se sienten más representados y protegidos por sacerdotes y por congregaciones religiosas. Hay una imagen que se convirtió en icónica a los pocos días del golpe de Estado, en los momentos de la represión más violenta contra los manifestantes que pacíficamente reclamaban la vuelta al orden democrático, tras el encarcelamien-
Desde luego, la situación en Myanmar está hoy muy lejos de la que pudo contemplar Francisco por sí mismo hace poco más de cinco años. En aquel viaje, el Santo Padre subrayó ante las autoridades el “papel privilegiado” que tenían las comunidades religiosas del país en “la gran tarea de reconciliación e integración nacional”. “Las religiones pueden jugar un papel importante en la cicatrización de todas las heridas emocionales, espirituales y psicológicas que han sufrido en estos años de conflicto”, subrayó el Papa, en alusión a décadas de enfrentamientos y rivalidades que la independencia no había logrado curar.
Ahora, sin embargo, ni siquiera los lugares de culto se libran de la violencia; son objetivos militares en una espiral a la que, pese a la presión internacional, no se ve una pronta salida. Hoy, como bien describe Charles Maung Bo, arzobispo de Yangon, y creado cardenal en 2015 por Francisco, el pueblo de Myanmar vive un “prolongado viacrucis, donde el Jardín del Edén se convierte en el Monte Calvario”.
JOSÉ L. LÓPEZEl 8 de marzo se celebra el Día Internacional de la Mujer, pero, alrededor de todo el planeta y sin importar qué día sea, hay miles de misioneros y misioneras que, de manera silenciosa y humilde, entregan su tiempo y sus esfuerzos para ayudar a mujeres en todas las etapas y aspectos de su vida. Desde orfanatos para ofrecer oportunidades a jóvenes sin hogar, hasta grupos de apoyo a ancianas marginadas, nuestros misioneros coordinan proyectos e iniciativas encaminadas a buscar la igualdad y convertir a las mujeres en actores de cambio, e incluso líderes, dentro de sus comunidades.
En cada lugar del mundo el proceso y las necesidades son diferentes, pero a menudo hay algo que se repite en todas partes: la mujer, a pesar de su fuerza y sus capacidades, es considerada como un miembro frágil de la sociedad, normalmente amenazada o sometida por los hombres de su comunidad. Ayudar a estas mujeres, en ocasiones, empieza desde lo más básico. Actividades cotidianas como enseñarlas a coser, a cocinar y capacitarlas para sacar adelante a sus familias (a veces, desde que son muy jóve-
nes o adolescentes) se convierte en una tarea muy importante, que les brinda la posibilidad de subsistir y conocerse como integrantes útiles y valiosos de la sociedad. Además, esto sirve a muchas mujeres para socializar, crear grupos de apoyo mutuo e, incluso, convertirse en tutoras para las nuevas generaciones o chicas más pequeñas; ayudándolas con la maternidad temprana o enseñándoles todo lo que han aprendido en los talleres.
Así pasa por ejemplo en Jusepín, un pueblo de Venezuela don-
de, en mitad de la difícil situación económica y la falta de esperanza para los jóvenes, una pequeña comunidad de tres hermanas del Sagrado Corazón crearon un proyecto de costura para mujeres emprendedoras. Mercedes García de la Rasilla e Isabel García Loygorri empezaron a juntar a varias madres un día a la semana, algunas casi niñas aún, y hoy nos cuentan felices cómo estas chicas han aprendido a coser a mano, a confeccionar la ropa de sus hijos con telas recicladas y a sacar patrones; y cómo ahora comienzan a aprender a coser a máquina. “Después
con ellas. Al final del camino hemos visto a grandes mujeres llevando sus familias con amor y energía, a mujeres que dirigen y luchan por sus comunidades con dignidad y eficacia, y a mujeres de gran fe y esperanza activa. A partir de aquí, la cosecha la dejamos en manos de Dios”.
Puede parecer un pequeño paso, algo sencillo, pero partiendo de muy poco los grandes frutos son posibles. La hermana Felisa Manrique, como tantos otros misioneros,
Este proyecto empezó siendo una olla de comida comunitaria que las madres compartían en la calle. A través de diferentes procesos de formación y empoderamiento como mujeres de valor, comenzaron a trabajar en artesanías y en la capacitación de otras mujeres jóvenes: compartiendo su saber y ayudándolas a descubrir su talento, a crecer en autoestima y a formarse como madres jóvenes con embarazos no deseados. Hoy, más de dos décadas después, estas mismas mujeres que compartían esa olla de comida mantienen un comedor para cientos de niños
de un año, podemos decir que somos amigas. Compartimos situaciones, celebramos y creamos juntas. Esto cambiará su entorno, y será más digna su vida. No sabemos si llegarán a ser un grupo de mujeres emprendedoras, que logren otras metas, pero con esto saben que han ganado una batalla; porque ellas solas inventan, solucionan, superan carencias y se ayudan unas a otras. Muchas veces se sienten felices, y nosotras
es testigo de esto. Ella es religiosa de las Hermanas del Ángel de la Guarda, tiene 81 años y lleva 53 de ellos en Colombia. Allí trabaja con mujeres de barrios marginados de Bucaramanga, población vulnerable y desplazada por la guerra y los actores armados ilegales. Hace 25 años fundó, junto con un grupo de chicas (algunas, convertidas en cabezas de familia por el conflicto), la Asociación de Mujeres Artesanas de Bucaramanga Luz y Vida.
de entre cuatro y diez años, y se han convertido en un grupo respetado y muy valorado en el barrio. Además realizan artesanías con materiales naturales, que les sirven de sustento y han logrado mejorar la calidad de vida de las socias y sus familias. “Durante años el grupo lo formaron 70 mujeres; hoy solo son 21, porque el resto han montado su propio negocio y se han superado humana y económicamente”.
Otro gran ejemplo de lo que pueden conseguir las mujeres, con los medios adecuados y una pequeña oportunidad, lo tenemos en México. Allí ha trabajado durante 23 años María José Zárate, quien actualmente desarrolla su labor misionera en la ciudad congoleña de Lubumbashi. María José pertenece a la Obra Misionera Ekumene, formada por misioneros seglares. Durante su larga estancia en México tuvo la oportunidad de colaborar en un proyecto de mejora de la vivienda que se llama “Familias Unidas”, en que cambian casas de cartón por casas de materiales más resistentes. Gracias a este proyecto, 400 familias de Bahía Kino (estado de Sonora) viven hoy en día en unas condiciones dignas.
Lo más llamativo es que son las mujeres las que han llevado y llevan adelante el proyecto, organizadas en diferentes grupos. Por orden riguroso se les entrega el material necesario; ellas ponen la ma-
no de obra y, poco a poco, cada mes van pagando una cuota mínima sin intereses. Con ese dinero, que se va recuperando, otra familia comienza a construir. “Por supuesto, esto ha tenido un gran impacto en el entorno. De hecho, hay mujeres de otro poblado cercano que ya han empezado a formar grupos y son parte del proyecto, puesto que es una mejora enorme en la calidad de vida de las familias. Aquí la mujer es la que siempre, en silencio y en segundo plano, lleva el peso de todo; tanto en la familia, como en la sociedad o en la Iglesia. No está en los puestos donde se toman las decisiones y muchas veces ni siquiera se la tiene en cuenta, pero es la base sin la cual la estructura familiar, social o eclesial se desmoronaría”.
Por desgracia, aunque suena bien, no siempre es tan sencillo. En muchos países la mujer aún es re-
legada al papel de ama de casa o niñera, sin oportunidades para trabajar, estudiar o hacer este tipo de capacitaciones y talleres; y, en ocasiones, con severas consecuencias si se alejan de este rol de madre o tratan de ser algo más. Una mujer empoderada, que se sabe como un ser valioso para la sociedad, que conoce sus talentos y es capaz de salir adelante por sí misma, es vista, con demasiada frecuencia, como una amenaza para muchos hombres, que ven tambalear su poder y sus privilegios ante la posibilidad de ser igualados (o superados) por el “sexo débil”.
Gloria Alonso es carmelita misionera teresiana y lleva en Filipinas desde hace casi 32 años. Allí tienen toda clase de programas de educación integral y cursos técnicos para la mujer. Al terminar estas especializaciones, les ofrecen un puesto de trabajo en el mismo centro, algo que las ayuda económicamente. “Por contar algo anec-
dótico, recuerdo que la primera vez que las mujeres llevaron su sueldo a casa, al día siguiente una llegó con los ojos morados de la paliza que le dio el marido, quizás por la inseguridad de que su mujer ya aportaba algo para su familia. Pero es algo valioso, porque ahora algunas son líderes en sus barrios, y han aprendido a valorar la salud y la educación de sus hijos. Las jóvenes que han recibido educación trabajan como profesionales; alguna mujer ha podido irse a trabajar al extranjero para mejorar la economía familiar, y otras siguen entusiasmadas con seguir los estudios universitarios gratis que ofrece el Gobierno en estos momentos”.
A veces, las mujeres son las que mantienen a la familia, pero, por desgracia, en situaciones que también están lejos de la igualdad. Ascensión Barceló, hija de la Caridad de san Vicente de Paúl, que ha estado 23 años en la R. D. del Congo
trabajando de enfermera y formando a mujeres en el ámbito sanitario, sigue viendo esto a diario. No pierde la esperanza de que el tiempo vaya cambiando las cosas y se consigan avances; pero, de momento, a pesar de todo el trabajo que realizan, las mujeres se encuentran en una posición vulnerable, en la que, lejos de valorarse sus talentos, estos las convierten en apestadas. “Allí la mujer es la que sostiene la familia y la economía, pero siempre es considerada la última y la que menos vale. Está permitida la poligamia, con lo cual el hombre es dueño y señor, mientras ellas trabajan para tenerlos contentos. Si alguna joven conseguía terminar la secundaria y podía estudiar algo más, por ejemplo Enfermería, esa chica ya lo tiene difícil para casarse, y, de hacerlo, tiene que ser la segunda o tercera mujer de un hombre. Allí eso es «lo normal», porque los hombres no aceptan a la mujer por encima de ellos”.
Dentro de estas situaciones de fragilidad en que se encuentra la mujer, otro gran problema es la sexualización y utilización de la misma. Así lo ha vivido Felicidad Ruiz, misionera de las Adoratrices, durante sus años de trabajo en Japón. “Nuestra congregación fue fundada en el año 1856, respondiendo a una necesidad urgente de ese tiempo: liberar y promocionar a la mujer oprimida por la prostitución y otras formas de marginación. Ya hemos celebrado los 165 años de fundación, y nuestro apostolado sigue teniendo sentido”. En Tokio ha visitado a mujeres en las cárceles y comisarías, y ha ayudado a muchas jóvenes que son víctimas de la trata y el tráfico de drogas. Coordinaban un centro de acogida en Osaka y otro para inmigrantes. Ahora, ya desde Londres, siguen trabajando en un proyecto de apoyo a la mujer. “Nos hemos ido renovando y adaptando al correr de los tiempos en la forma de realizar nuestro apostolado, pero siempre tiene un gran valor en
La proyección e importancia del papel de la mujer, también en la Iglesia y en la vida de fe de nuestras comunidades, es de capital importancia. Por eso, tratamos de inculcar a las chicas los valores evangélicos, a la vez que respetamos otras religiones. Sobre todo, quere-
mos que las mujeres que ayudamos sean protagonistas de su transformación”.
Estas dinámicas tan complicadas no hacen más que resaltar el valor y la urgencia que tienen los programas de ayuda a las mujeres, y lo valioso que es educar a las nuevas generaciones en la igualdad y de manera íntegra desde una temprana edad. Para ver el cambio mañana, el ciclo tiene que empezar hoy, tal como nos cuenta Juliana María Gómez, de la Compañía Misionera del Sagrado Corazón de Jesús en Perú. “Cuándo las jóvenes awajún terminaban su primaria y no tenían acceso a otros estudios, se las preparaba para que ellas dieran clase a otros más pequeños. Esto fue el inicio para que después ellas pudieran ir teniendo estudios superiores y hoy, gracias a Dios,
hay muchas profesoras awajún muy bien formadas. Algunas de estas profesoras son también las líderes que alzan la voz para poder reclamar sus derechos y denunciar las injusticias que se van encontrando en su pueblo”.
Por último tenemos la historia de Primi Vela, misionera aragonesa de las Hermanas de la Caridad de Santa Ana, que también tiene mucha experiencia en esto de formar chicas. Hace 50 años que se marchó a la India, y allí trabaja en el Centro Ankur, donde acogen a niñas marginadas y les ofrecen un clima de cariño y familia que les ayuda a recuperar la confianza en sí mismas. “Las niñas que llegan de la calle, por las experiencias que han vivido, tienen la imagen de que la sociedad es mala, oprime, abusa y engaña. Cada historia de sus vidas está llena de acontecimientos y situaciones demasiado fuertes de sobrellevar. Rani , por
ejemplo, después de que su padre alcohólico quemara a su madre cuando ella apenas tenía cinco años, tuvo que vivir con ese recuerdo en su mente de niña, hasta que su padre murió en sus brazos por tuberculosis. Al quedarse huérfana, con ocho años, una tía la puso a trabajar en un hogar de gente acomodada donde no recibió más que malos tratos. Huyó y acabo con la policía, que la trajo a Ankur”.
Y es que en la India es malo ser pobre, pero peor ser niña pobre. Las mujeres en la India no solo se enfrentan a la violencia y discriminación laboral, social y política, sino que son rechazadas antes de nacer, lo que hace que en este país haya 33 millones menos de féminas que de hombres. “Nosotras nos recorremos calles y estaciones de la ciudad para invitar a estas niñas (que son adultos prematuros, por los trabajos que han hecho) a que vivan con nosotras, y las llevamos a la escue-
la. Pero no es solo una educación de conocimientos, sino enseñarles a vivir y enseñarles a ser”. Actualmente, hay muchas de estas chicas realizando licenciaturas en Letras, Ciencias, Comercio y Magisterio. Los misioneros distribuidos por el mundo y la variedad de sus proyectos e historias nos dejan ver que cada país tiene sus particulares escenarios y problemáticas, sus ritmos y costumbres; pero también nos confirman que el progreso, en todas partes, pasa por la educación y capacitación de la mujer. No es una opción, es una necesidad social de vital importancia para todos. Como dice Primi Vela: “Educar a las niñas y mujeres es su derecho humano, y significa cambiar la vida de generaciones venideras. Si educas a un hombre, educas a una persona; si educas a una mujer, educas a una familia. Si la mujer avanza, el mundo avanza”.
Hay oraciones que estremecen. Un poblado muy pobre donde todos ruegan a Dios por la reconstrucción de su antigua iglesia, pero sobre todo por que mejoren las condiciones de vida en su patria.
MISIONEROS DOMINICOS
Instagram @selvasamazonicas
Y una última ola de violencia ha llevado a miles de personas a abandonar sus hogares. 3.500 familias viven refugiadas en los campos de fútbol de Don Bosco Ngangi. Urge ayudar, dice el misionero Piero Gavioli, 50 años ayudando a los más necesitados.
MISIONES SALESIANAS
Instagram @misionessalesianas
Miércoles de Ceniza desde Kenia, tiempo de Cuaresma, los jóvenes y el voluntariado misionero, noticias de primera mano desde Siria y Turquía, y llamadas a la oración y la solidaridad. Son mucho más que tuits.
OMP ESPAÑA Twitter @OMP_ES
"No olvidemos a los que sufren", dice el Papa. Y va al grano: las víctimas del terremoto de Siria y Turquía, el pueblo ucraniano y todos los pueblos que sufren por la guerra, la pobreza, la falta de libertad o la devastación medioambiental.
PAPA FRANCISCO Twitter @Pontifex_es
Un verso de John Donne para enlazar con un tuit que recuerda que OMP España ha creado un fondo de emergencia. "Tras el terremoto no dejemos solos a nuestros hermanos de Turquía y Siria". Así de contundente y claro.
MISIONES MALLORCA Twitter @misionesmallorca
"NADIE ES UNA ISLA"
de los territorios del Nuevo Mundo. Decidió asaltar la isla para convertirla en una nueva colonia británica. Y la invadió. Pretendía, así, menoscabar la supremacía hispana en aquellos mares. Los abusos y el fanatismo sin límites de este “rey sin corona”, verdadero dictador más que “lord protector”, como se autoproclamó, fueron descomunales, como la “venganza” que recibió después de muerto: fue desenterrado y decapitado por los monárquicos ingleses.
Pequeña, pero grande
En medio del más zarco y celeste mar Caribe. Entre cristalinas y deslumbrantes aguas verdiazules. A 150 km al sur de Cuba y a otros 180 al suroeste de La Española. Allí surge Jamaica, tercera de las cuatro Antillas mayores: Cuba, La Española, Jamaica y Puerto Rico.
La costa de Jamaica es un bello collar que mide más de mil kilómetros: 1.022. Siempre bañado por olas de plata y azul turquesa; siempre engalanado con playas de blanca arena y arrecifes de coral. Rara vez sufre el temible azote de los frecuentes huracanes que se forman por aquellas latitudes. Su firme cordillera espanta todos los vientos hacia la-
titudes más fáciles, por llanas; aunque no siempre... Todo el que ve aquellos paisajes queda fascinado, creyendo estar en el auténtico paraíso terrenal.
Jamaica –Xaymaca, en el leguaje nativo de los taínos–, tras la llegada de Colón, fue rebautizada como Santiago. Nombre que conservó más de siglo y medio, hasta 1655. Ese año, llegaron a la isla tropas inglesas enviadas por el controvertido puritano protestante Oliver Cromwell (1599-1658). Este antiguo terrateniente y anticatólico feroz se saltó a la torera la bula del no menos polémico papa Alejandro VI y todos los acuerdos internacionales que reconocían la soberanía española y portuguesa
La Jamaica de nuestros días es un pequeño y gran país. Pequeño, porque su territorio –apenas 80 km de ancho por 240 de largo– solo alcanza a igualar la mitad de la superficie que tiene la provincia de Badajoz.
Pequeño, pero bien poblado. Los habitantes de Jamaica suman 2,9 millones. Y su densidad de población ronda los 266 habitantes por km², casi el triple que la de España, que es de 93,55. Además, Jamaica es el tercer país americano, tras EE. UU. y Canadá, donde más se habla el inglés. Pero la lengua de Shakespeare no es la única. Que también se habla el patois jamaicano, lengua criolla nacida del cruce del inglés con otros idiomas africanos. Y, desde 2018, el español. Esas son las tres lenguas oficiales de la isla.
También es grande Jamaica por haber asombrado al mundo con personas como el velocista Usain Bolt, que en 2009 se convirtió en el hombre más rápido de la historia. O como el genio de Bob Marley, fallecido en 1981, pero cuya música sigue muy viva en todo el mundo.
Jamaica asimismo es nación joven, porque solo tiene 61 años como país independiente. Forma parte de la Mancomunidad de Naciones (la Commonwealth británica) y el jefe de Estado es Carlos III, el nuevo monarca del Reino Unido, que será coronado en mayo. En Jamaica, el también príncipe de Gales está representado por un gobernador con funciones limitadas.
Los nuevos colonos británicos apostaron por las plantaciones azucareras. Para ser rentable, tal negocio exigía mucha mano de obra barata. Por eso, sin el menor escrúpulo, dieron rienda suelta a la esclavitud. Importaron tanta fuerza de trabajo africana que, en 1775, en Jamaica había 200.000 esclavos y 22.000 blancos: casi 10
negros por cada blanco. Por eso, en nuestros días, el 80% de la población es negra. Y si a ese colectivo se suman los mulatos, resulta que el 92 % de la población es gente de color (negros y mulatos). El 8 % restante, blancos y asiáticos; estos últimos, llegados tras la abolición de la esclavitud (1834), que disparó la demanda de nueva mano de obra.
Aunque en aquel deslumbrante paraíso se produce uno de los mejores cafés del mundo, y también
un excelente ron, la economía del país se asienta en un trípode bien firme: el turismo, el azúcar y la bauxita. El subsuelo de la isla no esconde el oro que buscaba Colón, pero sí atesora uno de los depósitos más ricos del mineral del que se saca el aluminio.
Pero no es oro –¡ni aluminio!–todo lo que reluce. Por desgracia, en aquel maravilloso paraíso también ha echado raíces la violencia. El año pasado hubo más de 1.300 asesinatos. Eso ha empujado a muchos a bautizar a Jamaica como “la capital mundial del asesinato”. En 2006, hubo 1.600 crímenes violentos. La mayoría de esos homicidios fueron cometidos –y también sufridos–por jóvenes.
En Jamaica hay más iglesias por kilómetro cuadrado que en cualquier otro país cristiano del mundo. Y –todo hay que decirlo–también hay más bares donde se bebe ron que en ningún otro lugar. La civilización jamaicana es producto de la fusión de las culturas allí arraigadas. Principalmente, los negros africanos, los indios taínos, los colonizadores españo-
les, los evangelizadores ingleses y, por último, las comunidades de hindúes. El resultado lo cifra y pregona su lema desde el escudo nacional: “Out of many, one people” (“De muchos, un pueblo”).
El 80% de la población del país es cristiana. Sobre todo, anglicanos, pero también bautistas, católicos, metodistas y presbiterianos. Asimismo, rastafaris, pentecostales, cuáqueros, cienciólogos… La Iglesia católica suma, en total, 74.000 bautizados. Cuenta con tres diócesis, que tienen 65 parroquias repartidas por todo el país. Al frente de los católicos, 5 obispos, con 56 sacerdotes diocesanos, 42 sacerdotes religiosos, 53 diáconos permanentes, 201 religiosos, 110 religiosas y 51 misioneros laicos. En Jamaica, hay 2,7 católicos por cada 100 habitantes, y 27.846 habitantes por sacerdote.
Dato bien elocuente: todas las escuelas públicas del país, donde la educación no es gratuita, siempre comienzan la jornada con el rezo del padrenuestro. Muchas familias no pueden enviar a sus hijos a la escuela. La Iglesia católica, por eso, tiene en ese frente un gran desafío. En Montego Bay, segunda ciudad del país, la organización Catholic Relief Services (CRS, Servicios Católicos de Socorro) ofrece asistencia en nutrición y transporte para los alumnos, así como libros y becas.
Otro de los frentes que quita el sueño a la Iglesia de Jamaica es el VIH. El estigma que acarrea ese virus entre la población es tan grave que muchos pequeños son abandonados por sus familias, e impide que los niños afectados reciban asistencia médica y social. Por eso, ya está en marcha el proyecto “Semilla de Mostaza”, que procura actividades que estimulen su educación y su desarro-
llo personal, para que sean capaces de desenvolverse por sí mismos en la vida.
Para ayudar a la Iglesia jamaicana en esos y otros empeños, el año pasado, desde España, las OMP enviaron a las tres diócesis
cesana, colaboradora de monseñor John Derek Persaud, obispo de Mandeville– nos han brindado una ayuda muy necesaria para los gastos ordinarios de la diócesis, incluido el mantenimiento de los edificios, el apoyo para el
del país –Montego Bay, Mandeville y la archidiócesis de Kingston–un total de 95.833,40 €. Además de para hacer frente a los gastos ordinarios y para la catequesis, sirvieron para contribuir a la formación del clero, religiosos y profesores; así como para reparar la rectoría de la catedral del Santísimo Sacramento, que se levanta en Montego Bay.
“Los subsidios recibidos desde España –nos explica Teresa Chin-Givans, administradora dio-
funcionamiento de las escuelas y los gastos administrativos, además de contribuir a financiar nuestras reuniones sacerdotales mensuales. Toda esa ayuda hace posible el funcionamiento normal de la diócesis”. Y concluye: “Esta asimismo se mantiene con las colectas dominicales que hacen las parroquias. Además, los feligreses más pudientes también son generosos: colaboran con los diversos proyectos de la diócesis”.