Divinos Negocios

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Cuaderno 5 / Enero 2012

:Divinos negocios Juan JosĂŠ Morales


Elio Carmichael / Mural Forma, Color e Historia de Quintana Roo. Palacio Legislativo


CAMPUS PLAYA DEL CARMEN


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CUADERNO 5 / Divinos Negocios

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CUADERNO 5 / Divinos Negocios DIRECTORA

Zita Finol

COORDINADOR EDITORIAL

Nicolás Durán de la Sierra DISEÑO

Sergio Gomez Villarreal CONSEJO EDITORIAL

Jorge Polanco Zapata Fernando Espinosa de los Reyes Juan José Morales Raúl Espinosa Gamboa gacetadelpensamiento@yahoo.com.mx

www.gacetadelpensamiento.com Gaceta del Pensamiento es una revista de carácter cultural que aparece los primeros días de cada mes con un tiraje de 3000 ejemplares. Editor responsable Nicolás Durán González. Se distribuye en todos los municipios del estado de Quintana Roo y México DF. Certificado de Licitud y contenido de la Comisión de Publicaciones y Revistas ilustradas de la Secretaría de Gobernación en trámite. Certificado de reserva de Derechos de uso exclusivo del título expedido por el Instituto Nacional de Derechos de Autor en trámite.

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NOTA DEL EDITOR En el presente cuaderno de la Gaceta del Pensamiento, de la pluma de Juan José Morales, se aborda un tema que se puede antojar harto difícil, como es el de los abusos cometidos por la Iglesia Católica en los últimos decenios. Sin embargo, no lo es tanto si, como aquí, se soslayan los aspectos de credo y se ventila la estructura operativa de sus administradores. Aquí no se habla de la fe, sino de sus terrenales usufructuarios. Aunque reconocida es la modestia del autor, valido resulta señalar que, entre varios otros, ha ganado los premios Nacional a la Divulgación de la Ciencia, Latinoamericano a la Popularización de la Ciencia y la Tecnología, Hispanoamericano Netzahualcóyotl por su libro para niños La Nave del Profesor Itzamná y el de Literatura Ricardo Mimenza Castillo del Instituto de Cultura de Yucatán por su libro El Mar y sus Recursos. Con la publicación de este quinto cuaderno, por otra parte, la Gaceta del Pensamiento llega a su segundo aniversario, a su duodécima edición. Su permanencia y expansión es prueba real de que Quintana Roo es próvida fuente de cultura popular y que las humanidades y sus disciplinas están en franca floración. Si hemos de felicitarnos, hemos de hacerlo por ser espacio para sus variadas expresiones: somos un Foro de la Comunidad. Nicolás Durán de la Sierra

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1939. Joachim Von Ribbentrop, ministro de Asustos Exteriores del Tercer Reich, con Cesare Orsenigo, Arzobispo de Alemania y Nuncio Papal ante el gobierno de Adolf Hitler, al fondo.


Divinos Negocios JUAN JOSÉ MORALES

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DIVINOS NEGOCIOS A MANERA DE INTRODUCCIÓN Debo confesar que allá en mi lejana infancia violé varias veces aquel mandamiento que dice “No robarás”, uno de los diez que con tanto empeño nos hizo memorizar Rita, nuestra catequista sabatina. Y para que el pecado fuera más grave, aquellos hurtos los cometí en pleno templo, en plena misa y en perjuicio de las sacrosantas finanzas eclesiásticas, mediante el artilugio de echar rápidamente al cesto en que se recogían las limosnas una moneda de poco valor y, fingiendo haber depositado una más valiosa, recoger varias pequeñas aclarando que eran “mi vuelto”. Confieso también que durante muchos años sentí remordimientos por esos pequeños latrocinios, pues pensaba que con ellos había privado de su modesta pitanza a algún humilde cura. Ahora todo cargo de conciencia ha desaparecido. A fines de 2007 me enteré de que la Arquidiócesis de Los Ángeles en Estados Unidos había depositado 500 millones de dólares en la Suprema Corte de Justicia de aquella ciudad californiana —sí, leyó usted bien, 500 millones de dólares, equivalentes a cinco mil 500 millones de pesos al tipo de cambio de aquel entonces— a fin de pagar indemnizaciones a varios cientos de personas que demandaron a la Iglesia porque en su infancia fueron víctimas de curas pederastas. Las cosas, por lo demás, no pararon ahí. En los mismos días se informó que la diócesis de Iowa, también en Estados Unidos, aceptó —en otro arreglo fuera de los juzgados— pagar 37 millones de dólares (más de 400 millones de pesos de los de entonces) a un centenar y pico de víctimas de abuso sexual por parte de sacerdotes. De igual manera, en otros lugares —tanto en Europa como en Estados Unidos— han seguido repitiéndose los casos de cuantiosas indemnizaciones pagadas por las diócesis, arquidiócesis y congregaciones católicas para poner fin a litigios motivados por los abusos 11


sexuales de sacerdotes pederastas. Así, por ejemplo, la llamada Provincia de Oregón de la Compañía de Jesús, que abarca los estados norteamericanos de Oregón, Washington, Idaho, Montana y Alaska, aceptó indemnizar con 166 millones de dólares a más de 500 personas, ahora adultas, que cuando niños padecieron abuso sexual por parte de los sacerdotes de dicha orden. Antes, ya había aceptado pagar 55 millones de dólares —igualmente en un arreglo extrajudicial— a otro grupo de víctimas. Al reflexionar sobre la magnitud de esas cantidades y compararlas con lo que gana un honrado trabajador, desapareció todo rastro del remordimiento que me acosó durante años por haberme apropiado de unas cuantas monedas de las limosnas. Aquello no significó quitarle el pan de la boca a un pobre sacerdote, sino arrancarle un pelo, ya no a un gato, sino a un mamut lanudo. Hagamos números: un trabajador que gana, no digamos el salario mínimo, sino cinco mil pesos mensuales —equivalentes a unos 4 600 dólares anuales al tipo de cambio de fines de 2011— tendría que trabajar más de cien mil años —y no gastar un solo centavo en ropa, comida, vivienda ni absolutamente nada— para reunir 500 millones de dólares. No hay error en los cálculos. Ese es el resultado: más de cien mil años de duro trabajo para ganar lo que una sola arquidiócesis católica pudo desembolsar para compensar a víctimas de la pederastia clerical. En verdad, la riqueza de la iglesia resulta, por decir lo menos, insultante para los miles de millones de pobres de este planeta. Sobre todo para aquellos que con sus limosnas mantienen esa opulencia. Por eso ahora hasta podría decir que me siento satisfecho de haber tomado las monedas. Al menos no sirvieron para pagar por delitos de curas. Y es que, contra lo que mucha gente cree, la Iglesia no es rica sólo porque posee templos, catedrales, monasterios, palacios, obras de arte, altares recubiertos de oro, cálices del mismo material, ropajes opulentos y otras minucias por el estilo, sino también en el sentido más prosaico del término, en el de acumulación de riqueza financiera, en forma de empresas de muy diverso tipo, acciones, bonos, títulos bancarios, depósitos en divisas, terrenos, edificios y otras muchas cosas por el estilo. Y su dinero no lo obtiene sólo de limosnas, herencias de ancianas piadosas o cobros por bodas, bautizos y misas de difuntos, sino sobre todo de sus múltiples y muy productivos negocios.

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EL VATICANO Y SUS RIQUEZAS En el caso específico del Vaticano, quien quiera saber acerca de su inmenso poderío económico y de la forma en que comenzó a amasar su fortuna, puede consultar en la Internet una interesante historia de Santiago Camacho sobre ese tema titulada Biografía no autorizada del Vaticano. Para tener acceso al libro, basta marcar en cualquier buscador Santiago Camacho + Vaticano, y se establecerán enlaces a diversos portales en los que se encuentra el texto íntegro o resumido. El Vaticano —relata Camacho— comenzó a amasar su fortuna actual —olvidemos la que acumuló en siglos pasados— gracias a la ayuda de dos célebres personajes: el dictador fascista de Italia Benito Mussolini, y el genocida dictador nazi Adolfo Hitler, de Alemania. En 1929, El Vaticano se hallaba en una severa crisis económica, pues a consecuencia de la unificación de Italia, había perdido los llamados Estados Pontificios —naciones de la Italia central de las que el Papa era monarca— y vastas propiedades rurales y urbanas en Francia y otros lugares de Europa. Además, ya antes, la reforma protestante le había privado de cuantiosos ingresos provenientes del norte de Europa. Pero Mussolini entró al rescate. Le concedió una serie de canonjías y prerrogativas económicas y finalmente firmó los Tratados de Letrán, que entre otras cosas le otorgaban al Vaticano 90 millones de dólares, lo cual en aquella época era una fortuna tan grande que para no desestabilizar las finanzas del gobierno italiano se decidió entregarla en varios pagos a lo largo de un año. El papa puso ese dinero en manos de un habilísimo banquero, Bernardino Nogara, que hasta su muerte en 1958 manejó o dirigió las inversiones vaticanas en toda clase de negocios, inclusive fábricas de condones y el comercio de armas y municiones. Tan eficiente fue Nogara para acrecentar las finanzas papales, que cuando murió, el cardenal norteamericano Francis Spellman —otro genio de los negocios eclesiásticos— casi lo deificó al decir que “después de Jesucristo, lo mejor que le ha sucedido a la Iglesia ha sido Bernardino Nogara.” Este banquero papal, por cierto, fue precursor del Fobaproa. En la década de los años 30, cuando la Gran Depresión hizo quebrar muchas empresas italianas en las cuales El Vaticano tenía fuertes inversiones, Nogara se las ingenió para que el gobierno 13


de Mussolini comprara las acciones de esas compañías, pero no a su valor real —que estaba por los suelos— sino a su valor nominal, el que tenían antes de la crisis. Así, el gobierno italiano desembolsó 630 millones de dólares (que en la actualidad equivaldrían a muchísimos miles de millones) para comprar esos papeles sin valor y las arcas del Vaticano se hincharon más aún. Hitler, por su parte, firmó con El Vaticano un concordato, todavía vigente por cierto, mediante el cual se estableció un impuesto que debían pagar todos los católicos alemanes. El dinero recaudado se enviaba directamente al papa. A cambio de ello, El Vaticano ordenó al Partido Católico alemán —entonces de oposición— que apoyara el decreto que concedió a Hitler poderes dictatoriales. El concordato, dicho sea de paso, fue negociado y firmado por el cardenal Eugenio Pacelli, nuncio papal en Alemania, quien de ahí se convertiría en el papa Pío XII. El dinero del impuesto fluyó sin cesar a Roma casi hasta el fin de la Segunda Guerra Mundial. La enormes inversiones vaticanas —que se han visto envueltas en varios y muy sonados escándalos financieros y hasta en muertes misteriosas— las maneja el Istituto per le Opere di Religione (Instituto para las Obras de Religión) que pese a su nombre es en realidad —dice Camacho— una institución financiera muy peculiar ya que toda su documentación se destruye al cabo de diez años, su balance general y estados de cuenta son secretos que conocen solamente el papa y tres cardenales, no está sujeta a más autoridad que la papal, y aunque funciona como un banco ordinario, tiene carácter de institución financiera oficial de un estado soberano, El Vaticano, lo cual le garantiza un alto grado de inmunidad e impunidad en cuestiones legales. Ciertamente, vale la pena leer esa biografía no autorizada del Vaticano, de Santiago Camacho. Los divinos negocios, por lo demás, no los realiza solamente la Santa Sede. Las diversas órdenes y congregaciones, los obispos y arzobispos, y hasta los párrocos, tienen los suyos, de diferente tipo y magnitud. En las siguientes páginas daremos un vistazo a unos pocos —poquísimos— de ellos a manera de muestra.

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MINICONDOMINIOS BENDITOS De uno de los modernos negocios divinos me enteré casualmente cuando un amigo me comentó que a instancias de su madre se había visto en la necesidad de adquirir una especie de condominio. Le costó 20 mil pesos, lo cual a primera vista podría parecer una ganga de no ser porque la propiedad no tiene ventanas, cocina, baño, lavadero, patio ni cochera, no cuenta con instalación eléctrica, agua ni drenaje y mide sólo 50 centímetros de frente por otros tantos de fondo y de alto (ojo, centímetros, no metros). Al tomar en cuenta esos detalles, el inmueble deja de ser barato para resultar monstruosamente caro, mucho más que el más costoso departamento de lujo en las playas de Cancún. La construcción de marras es una cripta funeraria en una iglesia. El precio le pareció excesivo a mi amigo, pero tuvo que aceptarlo para cumplir el deseo de su madre, devota católica, de que sus cenizas reposaran en el templo a donde había acudido a oír misa la mitad de su vida. El caso me llevó a indagar sobre ese asunto y encontré que los minicondominios para restos de difuntos se han convertido en uno de los grandes negocios del clero pese a que, paradójicamente, hasta principios de la década de 1980, la Iglesia se oponía a la cremación de cadáveres por considerarla una costumbre pagana y un “abuso detestable”. Incluso, a quienes eran incinerados se les negaban las exequias —es decir, la recomendación de su alma al Creador— y la celebración de misas en su memoria. Pero la jerarquía eclesiástica se percató de que ofrecer nichos funerarios en los templos podía dejarle mucho dinero. Ocupan muy poco espacio, su construcción cuesta una bicoca, prácticamente no hay gastos de mantenimiento y se puede pedir por ellos un dineral con el señuelo de que los restos reposarán en lugar sagrado y no en un vulgar panteón. Las criptas se disponen apretadamente, en largas filas de hasta ocho niveles de altura (sobre cada metro cuadrado se pueden construir así 16 ó 20) y el número de urnas con restos individuales que se permite depositar en cada una está limitado, por lo general a cuatro. Para tener una idea de la magnitud del negocio, he aquí algunos ejemplos. El llamado Santuario de los Mártires (cristeros) que se construye en Guadalajara —en parte con dinero del gobierno de Jalisco—, tendrá 130 mil nichos, que el arzobispado venderá a 25 mil pesos cada uno. Total: tres mil millones de pesos. 15


En la nueva catedral de Tijuana habrá 32 mil criptas, con precios variables, en dólares, de 2 610 hasta 7 500. Su comercialización implica ingresos por más de cien millones de dólares. El costo total de la catedral será de sólo 30 millones de dólares. Por cierto, hubo por ahí un avispado cura, el de la iglesia de Santa María Reina en la propia Tijuana, que decidió hacerle la competencia a la catedral y ofrece criptas más baratas, a 1 500 dólares. Y ni tardo ni perezoso, el párroco de la iglesia Santísimo Sacramento lanzó su propia oferta: criptas a 1 800 dólares, comercializadas por su cuñado, lo cual le valió ser acusado por el arzobispo de Tijuana de estar haciendo un negocio familiar. En la catedral de Cancún habrá únicamente cinco mil, unas de 11 mil pesos y otras de 21 mil. Así, el ingreso total será de unos 80 millones de pesos. Y aquí conviene precisar que las criptas no se venden. Lo que se adquiere no es la propiedad —como en las llamadas tumbas a perpetuidad en los cementerios—, sino el derecho a usarlas, y para conservarlo hay que seguir pagando permanentemente, por los siglos de los siglos, una cuota anual o mensual. La llave queda en manos del cura del lugar, y si se deja de pagar la cuota, se retiran las urnas, se tiran las cenizas a la basura si no son reclamadas por nadie, y se comercializa nuevamente la cripta. En una circular firmada por el obispo de León, José Martín Rábago, por ejemplo, se especifica claramente que “la obtención de un nicho concede al titular, exclusivamente, el derecho de uso (servicio de custodia de restos en lugar sagrado), y nunca de propiedad”, y que “la falta de pago de tres mensualidades consecutivas por los derechos de uso del nicho, trae como consecuencia que quede sin efecto y sin obligación lo pactado en el contrato de solicitud de adquisición del nicho.” El clero, pues, se está resarciendo con creces del gran negocio funerario que perdió en 1859 cuando Juárez decretó, como parte de las leyes de Reforma, que “cesa en toda la República la intervención que en la economía de los cementerios, camposantos, panteones y bóvedas o criptas mortuorias ha tenido hasta hoy el clero.”

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LA MANO AMIGA Y LA MANO OCULTA En las cajas registradoras de casi todas las tiendas de autoservicio de México pueden verse carteles en los que se invita a los clientes a comprar tarjetas del programa Un Kilo de Ayuda, que tiene por objetivo, se dice, llevar alimentos a los grupos más necesitados del país. En los carteles no se dan mayores datos acerca de quién o quiénes manejan ese programa y el dinero que a través de él se recauda. Pero en algunas páginas oficiales del gobierno federal en Internet se ofrece información tendiente a hacer creer que se trata de una acción gubernamental. En la página de la Secretaría de Gobernación, por ejemplo, tras mencionar que en México “hay alrededor de 4 millones de niños menores de 5 años con algún grado de desnutrición”, se dice que “la mejor manera de ayudar a los niños necesitados es a través de la compra de tarjetas Un Kilo de Ayuda... un programa integral de nutrición que surgió como parte de las iniciativas de Gente Nueva, una organización sin fines de lucro, que desde su fundación en 1982 trabaja por el bienestar de diversas comunidades en tres campos: cultura, comunicación y acción social.” Se exhorta a los lectores a comprarlas y se añade que los fondos así recaudados “van al Programa Integral de Nutrición, que ayuda a niños desnutridos entre 0 y 5 años de edad.” El hecho de que esta información aparezca en una página oficial del gobierno federal, induce a pensar —repetimos— que se trata de un programa gubernamental. Lo mismo ocurre al ver la página www.precisa.gob.mx de la Secretaría de Desarrollo Social, en la cual se presenta Un Kilo de Ayuda como parte de las actividades que coordina la Sedesol. Pero en realidad, este programa es de naturaleza privada, y más concretamente, religiosa. Gente Nueva es —cosa que no dicen Gobernación ni la Sedesol— uno de los muchos grupos creados y manejados por los Legionarios de Cristo. Que esta congregación religiosa quiera reunir dinero y usarlo para alimentar a los desnutridos no tiene, por supuesto, nada de malo ni de ilegal. Pero lo menos que puede pedirse es que lo haga abiertamente, en su propio nombre, para que los donantes sepan exactamente a quién le están dando su dinero. La cristiana legión, sin embargo, es muy experta en eso de crear empresas, asociaciones, grupos y sociedades a través de los cuales 17


pueden realizar negocios de todo tipo y manejar considerables sumas de dinero sin que se sepa quién está realmente detrás de ello. En México, como decíamos, la fachada para Un Kilo de Ayuda es Gente Nueva. En España, —donde este programa comenzó a operar en julio de 1998— lo es Mano Amiga, filial a su vez de Iuve Inc. y Help Action Inc., dos empresas propiedad de la legión cuyo domicilio social se encuentra en Estados Unidos. Tanto Iuve como Mano Amiga fueron generosamente beneficiadas por el gobierno español que encabezaba José María Aznar, el cual en tres años otorgó a los legionarios subvenciones por más de cuatro millones de euros. Eso sin contar lo que obtiene por otros conductos. Según la revista española Interviú, en sus primeros cinco años de actividad Un Kilo de Ayuda recolectó casi tres millones y cuarto de euros con la venta de tarjetas. Un porcentaje de ese dinero, añade la revista, “no se destinó a la ayuda de los más necesitados, sino que sirvió para crear una cartera de valores a corto plazo administrada por una fundación de los Legionarios”. “Iuve admite —comenta Interviú— que los ciudadanos que compran la tarjetadonativo no saben que parte del dinero recaudado está invertido en una cartera de valores. Son los misterios de los dineros de Dios.” Por otro lado, según la propia publicación, la empresa Iuve se queda con una tajada de los fondos recaudados por Un Kilo de Ayuda. Si lo mismo o algo similar están ocurriendo en México, lo ignoramos, pues aunque utiliza fondos que aporta el público, las finanzas de la millonaria legión no son públicas. Ni siquiera puede saberse cuánto dinero maneja Gente Nueva con su programa Un Kilo de Ayuda, ya que por tratarse de una institución privada, no está sujeta a auditorías oficiales ni obligada a rendir cuentas. Puede ampararse en el secreto bancario, fiduciario y fiscal, y emplear como mejor le plazca los recursos que capta. Si en lugar de repartir frijol, arroz, aceite y maíz, usa el dinero para hacer proselitismo religioso, o si lo desvía para financiar actividades políticas, nadie le puede reclamar.

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INDULGENCIAS Y BENDICIONES La imaginación de los negociantes no tiene límites. Si por celular nos venden susurrantes mensajes eróticos, tonos musicales especiales, horóscopos o fotografías de nenas bien dotadas por la madre naturaleza, ¿por qué no vendernos también imágenes de santos, plegarias y bendiciones? Eso pensó una avispada empresaria italiana, Barbara Labate, y ni tarda ni perezosa, inició el servicio, al cual llamó “La Santa Protección” y ofrece imágenes de la Virgen de Lourdes, San Genaro y otros santos presentes y futuros, como Juan Pablo II, que aún se halla en proceso de canonización. También, si lo desean, los suscriptores del servicio reciben semanalmente una oración. Precios: tres euros por imagen y medio euro por invocación al cielo, aparte el costo de la llamada. Al clero aquello no le agradó mucho. Según la información de prensa sobre este asunto, Monseñor Lucio Soravito Franceschi, de la comisión italiana para la doctrina de la fe —antes Santa Inquisición—, criticó “la instrumentalización de la fe y el uso de santos para obtener dinero”. Pero más bien parece que el disgusto del prelado no obedece a que se comercialice la religión, sino a que alguien le ganó la idea al Vaticano. Porque no hay que olvidar que por siglos la venta de reliquias sagradas y de indulgencias fue tolerada, autorizada e incluso organizada por la propia Iglesia. El tráfico de reliquias sagradas —sobre todo las relativas a Jesucristo— fue tan intenso que en la Edad Media llegaron a contarse en diferentes lugares de Europa más de 40 santos sudarios, 35 clavos de los tres usados para crucificar a Cristo y tal cantidad de astillas de la propia cruz, que habrían bastado para hacer media docena de cruces. Luego, vino el gran negocio de las indulgencias. La venta de indulgencias —que eran algo así como un perdón por los pecados cometidos, garantizado con la firma y el sello del propio Papa— estuvo rigurosamente reglamentada hasta fines del siglo XV y limitada a ciertos pecados específicos. Pero el papa León X, urgido de dinero para la construcción de la colosal y suntuosa basílica de San Pedro en Roma, eliminó toda restricción y las indulgencias comenzaron a venderse, literalmente, a carretadas. Uno de los más activos mercaderes, el monje dominico Johann Tetzler, recorría Alemania con una carreta cargada hasta los topes de tales papeles. 19


Una bendici贸n papal. Son algo as铆 como las indulgencias de hace siglos, pero no garantizan absoluci贸n de los pecados. Se venden en diferentes modelos y a diferentes precios.


El escandaloso negocio, que permitía a quien tuviera dinero librarse de las llamas del infierno y hasta de su paso por el purgatorio con sólo pagar cierta suma, fue uno de los factores que detonaron la rebelión contra los papas y la reforma protestante encabezada por Martín Lutero. En nuestros tiempos ya no se venden indulgencias, pero cualquiera puede comprarse una bonita bendición papal. Vienen impresas en diferentes tamaños y modelos, con pago por adelantado —se aceptan tarjetas de crédito— y un plazo de entrega de 20 días hábiles. La compra puede hacerse por vía telefónica o telegráfica, o por correo electrónico. Las hay para bautismo, eucaristía, confirmación, unión, aniversario de unión, cumpleaños, ordenación, aniversario de ordenación, día del nombre, o simplemente bendición de la familia. El documento contiene la imagen del Papa, la oración de la bendición pedida y los detalles de quien es el destinatario. Este certificado —dice la publicidad— es autenticado con cuño y firma por el Arzobispo Limosnero del Santo Padre. La venta la controla en Roma la Oficina de la Limosnería Apostólica, pero se puede hacer el pedido a través de iglesias locales. En México, por ejemplo, la Parroquia de la Santa Cruz del Pedregal las ofrece en Modelo Ferruzzi a sólo $400, o en Modelo Mogol a $600.

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LOS MILLONES DE DON ONÉSIMO Allá por 2006, tras las elecciones presidenciales, el obispo de Ecatepec, Onésimo Cepeda, valuó su honra en 750 millones de pesos. Por esa cantidad demandó al PRD y su entonces presidente, Leonel Cota Montaño, acusándolos de “daño moral” por haberlo calificado de reaccionario y mercader de la política debido a su participación en la guerra sucia contra López Obrador. Finalmente, los tribunales decidieron que las virtudes del señor obispo valían mucho menos y ordenó que la indemnización fuera de sólo cien mil pesos, aunque don Onésimo no se dio por vencido y siguió insistiendo en los 750 millones. Habrá que ver ahora en cuánto valora su honestidad, después de ser citado a comparecer en calidad de indiciado ante los tribunales del DF para responder a la demanda por fraude y simulación de actos jurídicos que en su contra presentaron los abogados de la empresa Arthinia Internacional, quienes lo acusan de fingir que le prestó 130 millones de dólares a Olga Azcárraga Madero de Robles León —ya fallecida—, quien fuera presidenta de esa compañía. Al amparo de dicha deuda, el prelado pretende adueñarse, mediante un embargo, de la valiosa colección de obras de arte propiedad de la empresa, que incluye obras de Picasso, Diego Rivera, Tamayo, Modigliani y otros famosos pintores. El asunto, que salió a la luz pública a mediados de 2008, comenzó cinco años antes y gira en torno a un real o apócrifo pagaré que Onésimo tiene en su poder y ampara un préstamo que —según alega— le hizo a la acaudalada señora Azcárraga poco antes de su muerte, por ese montón de millones de dólares, los cuales —según se dice en el propio pagaré— le entregó en efectivo, billete sobre billete. El documento tiene fecha 28 de abril de 2003 y fecha de vencimiento 1° de julio de 2008. Durante esos cinco años, el dinero causaría un interés mensual de 0.5%, o sea 6% anual, pero de no ser pagado a tiempo el monto principal, el interés se duplicaría. Pues bien, los abogados de Arthinia Internacional sostienen que nunca hubo tal préstamo, y que Cepeda se confabuló con un tal Jaime Matute Labrador, administrador de los bienes de la difunta y de la propia empresa comercializadora de obras de arte, para simular la operación y reclamar el pago. 22


Ciertamente, la situación es —por decirlo muy suavemente— en extremo delicada para este pastor de almas, guía espiritual y jerarca de la Santa Iglesia. Si, como dicen los abogados de la parte contraria, el pagaré es falso o fue obtenido por malas artes sin haber entregado el dinero, el señor obispo quedaría como un vulgar estafador. Si, como él sostiene, el documento es auténtico y en efecto entregó el dinero a la difunta, tendría que explicar como un obispo puede tener a la mano, sin estar metido en cuestiones de lavado de dinero u otros negocios turbios, esa montaña de billetes que son 130 millones de dólares en efectivo. Porque —supuestamente— en efectivo se los entregó a la Sra. Azcárraga.

UNA BREVE SEMBLANZA Pero antes de seguir adelante, vale la pena conocer un poco mejor a este santo varón, Don Onésimo Cepeda. Era un funcionario bancario y corredor de bolsa joven y exitoso —aunque no precisamente acaudalado— cuando a los 29 años, en 1966, decidió dejar las finanzas y consagrarse al sacerdocio. Tal vez lo hizo en un arrebato de fe, o tal vez porque pensó que los divinos negocios de la fe podían ser mucho más lucrativos que los de la banca. Sea como fuere, hoy día Don Onésimo, obispo de Ecatepec, una de las zonas más pobres del área metropolitana de la ciudad de México, es famoso por su opulenta vida, que le ha valido el mote de Millonésimo Cepeda: juega al golf, viste elegantes trajes, se codea con los hombres más ricos de México, gusta de la buena mesa y no bebe vinos de menor calidad que Petrus, de tres mil dólares la botella (lo que un trabajador de salario mínimo ganaría en dos años). El también famoso Carlos Ahumada —corruptor de políticos— recuerda en sus memorias que en una ocasión Don Onésimo le pidió un millón de pesos —en efectivo, aclaró, no en cheque ni transferencia bancaria— porque quería comprar un lujoso automóvil último modelo a su madrecita y realizar algunas otras obras de caridad. Así se las gasta, pues, el señor obispo. Y para tener una idea de quiénes forman su círculo social, basta señalar que entre los asistentes a sus fiestas de cumpleaños cuentan 23


Don Onésimo Cepeda con su suntuoso atavío y el báculo de obispo.


personajes de la importancia —o calaña, si alguien así prefiere decir— de Arturo Montiel y Enrique Peña Nieto, gobernadores del estado de México, Ismael Hernández de Durango, Mario Marín (el célebre “gober precioso”) de Puebla, Fidel Herrera Beltrán de Veracruz, los secretarios de gobernación Francisco Ramírez Acuña y Juan Camilo Mouriño, el senador Fernández de Cevallos, el líder del sindicato petrolero Carlos Romero Deschamps, el secretario de Salud José Ángel Córdova, Carlos Slim, el hombre más rico del mundo, y otros prominentes empresarios y políticos. Si en tales convivios hay simples feligreses o devotas monjitas no es como invitados, sino en calidad de meseros, cocineras y sirvientas. Pues bien, Don Onésimo —quien por sus andanzas políticas se ha ganado también el mote de capellán del PRI— no sólo fue acusado de fraude procesal debido al famoso pagaré, sino también de lavado de dinero. O, para decirlo en términos jurídicos, del delito de operaciones con recursos de procedencia ilícita tipificado en el artículo 400 Bis del Código Penal Federal.

DOS ACUSACIONES, DOS La primera acusación, la de fraude procesal, se debe a que ese delito consiste en “simular un acto jurídico” y/o “alterar otros elementos de prueba”, pues según los abogados, el pagaré fue escrito a posteriori sobre una hoja de papel que la señora había firmado en blanco a instancias del obispo, en quien confiaba plenamente ya que era su confesor y consejero espiritual. En ese entonces Don Onésimo dijo despectivamente que sus acusadores “se la persignaban”, confiado al parecer en que gracias a sus influencias en los más altos niveles de la política, saldría bien librado de la denuncia y se dictaminaría que el pagaré es legítimo. Para cubrir tal posibilidad, los abogados lo acusaron también de lavado de dinero. Aducen que, si efectivamente el prelado entregó semejante dineral, tuvo que haber sido en efectivo, pues —como comprobó el juez que atiende el caso— no existe registro alguno de una transacción bancaria por esa suma. Y de haber tenido tanto dinero guardado en 25


su casa (imagínese la montaña de billetes que son 130 millones de dólares), tendría que explicar de dónde salió y por qué no se manejó por los conductos bancarios usuales. No sabemos en qué terminará el asunto. Las últimas noticias que tuvimos al respecto fueron en el sentido de que un juez federal ordenó que la Procuraduría General de Justicia del DF librar orden de aprehensión contra tan ilustre caballero de sotana por considerarlo presunto responsable del delito de fraude. Una de las consideraciones que hizo el juez para dictar su fallo fue que no existe ningún registro bancario de alguna transferencia de ese montón de millones de dólares de ninguna cuenta manejada por el obispo o sus allegados, a ninguna cuenta de la Sra. Azcárraga. Y el lavado de dinero —acusación todavía pendiente— se presume porque Don Onésimo se defiende de la de fraude con el argumento de que el dinero se lo entregó a Doña Olga en efectivo, al chas chas, billete sobre billete, contaditos uno tras otro. Pero de ser cierta su aseveración, este buen hombre de Dios tendría que explicar de dónde salió semejante dineral, dónde lo tenía guardado y por qué no se manejó por los conductos bancarios usuales. ¿Serían acaso producto de las limosnas de feligreses que acostumbran darlas sólo en dólares? ¿Lo tendría en sacos de lona en la sacristía? ¿Detrás del altar? ¿Bajo el colchón? 130 millones de dólares no son unos cuantos billetes. Son una verdadera montaña de dinero. No se llevan en un portafolios. Ni siquiera en una maleta. Vaya, ni siquiera caben en una caja fuerte. Al respecto, hay que recordar que en el sonado caso de Zhenli Ye Gon, el ciudadano mexicano de origen chino —aquel de “copela o cuello”— a quien se le incautaron poco más de 200 millones de dólares en billetes de 100, ese dinero, debidamente acomodado, ocupó un espacio más alto, más largo y más ancho que una cama king size. Pero Don Millonésimo parece muy seguro de que nunca pisará la cárcel. No porque cuente con la protección divina, sino porque se siente amparado desde los más altos círculos del poder.

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ECLESIÁSTICOS LAVADEROS En cuestiones de dinero la Santa Iglesia no le hace el feo a ninguno, sin ponerse a indagar sobre su origen, e incluso a sabiendas de que es mal habido. Hace algunos años, por ejemplo, hubo un efímero escándalo cuando el ya fallecido obispo de Aguascalientes, Ramón Godínez Flores, declaró muy quitado de la pena que la diócesis a su cargo había recibido limosnas de narcotraficantes, pero que “en la medida en que el dinero se utiliza para buenas obras, se purifica.” Las reacciones no se hicieron esperar. Diputados y senadores de todos los partidos exigieron que la Procuraduría General de la República iniciara una investigación sobre el asunto, pues era evidente que se trataba de un caso de lavado de dinero explícitamente confesado por su o sus autores. Hasta el senador panista Diego Fernández de Cevallos, “El Jefe Diego” —cuya cercanía a la Iglesia Católica es tan grande que sólo reconoce como válido el matrimonio religioso pero no el civil—, afirmó que se debía hacer una indagación a fondo, “tope donde tope”, aunque aclaró cautamente que se debía actuar siempre “con prudencia y responsabilidad” y sin tocar, “naturalmente, la honra y la fama de los eclesiásticos.” Pero aquello fue la clásica llamarada de petate. Asustado por la polvareda que sus palabras habían levantado, Monseñor Godínez se apresuró a explicar que en realidad se le había malinterpretado, que no dijo exactamente lo que se decía que había dicho, sino más o menos eso pero lo que había querido decir era otra cosa: que en efecto, “algunos donativos que recibimos en la Iglesia pudieran venir del narcotráfico, pero... —y aquí sigue lo de la purificación del dinero mal habido cuando a obras pías se destina— nunca investigamos si el dinero que nos dan en las ofrendas ha tenido un origen legítimo o malvado.” A fin de cuentas, era lo mismo, sólo que con otras palabras: bienvenidas las limosnas, provengan de donde provengan, y si de dinero sucio producto del mal se trata, no hay problema porque no vamos a hacerle el feo debido a su origen y aquí, dedicándolo al bien, lo limpiaremos. Tal parece que aquella confusa aclaración, que no era sino una aceptación de los hechos, fue suficiente para que autoridades y legisladores se dieran por satisfechos y 27


aceptaran que cerrar los ojos —manteniendo la mano extendida, desde luego— basta para que manejar recursos de procedencia ilícita deje de ser un delito. Ya no se volvió a demandar una investigación y el entonces Procurador General de la República, Daniel Cabeza de Vaca, se limitó a hacer una comedida solicitud a la jerarquía católica. “Yo —dijo— exhortaría a los señores obispos o a cualquier clérigo que si tiene sospechas de que algún dinero sea ilegal, no obstante que sea como limosna, que lo denuncie.” Fue la clásica petición de peras al olmo. Hasta ahora, no sé que ningún cura de pueblo o ciudad, obispo, arzobispo o cardenal, haya comunicado a la autoridad tener sospechas o certidumbre sobre el ilegal origen de un solo peso de las limosnas que recibe. Y eso pese a que —palabras textuales de Fernández de Cevallos—, “siempre se ha sabido que los narcos son muy religiosos” y “muy espléndidos.”

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LOS MILLONARIOS DE CRISTO En este rincón de México llamado Quintana Roo, los divinos negocios están en manos de una especie de monopolio clerical que los controla en exclusiva: la congregación de los Legionarios de Cristo —o la Legión, como se le conoce en forma abreviada—, actualmente una de las más de las más ricas, influyentes y poderosas de la Iglesia Católica y que se hizo especialmente famosa en tiempos recientes cuando se descubrió que su fundador y dirigente máximo casi hasta su muerte, el sacerdote Marcial Maciel Degollado —un hombre a quien el papa Juan Pablo II ponía como ejemplo para la juventud y que de no haber muerto a avanzada edad sin duda hubiera sido declarado santo por el propio Juan Pablo II al igual que su madre, por haberlo dado a luz— era un consumado pederasta y morfinómano, engendró varios hijos con al menos dos mujeres, cometió abusos sexuales contra los seminaristas de la congregación y hasta contra sus propios hijos, llevaba una doble vida, seducía damas acaudaladas, tenía esposas y familias ocultas, cometió el delito de bigamia, se hacía pasar por funcionario de la CIA, manejaba a su antojo los dineros de la Legión, repartía “mordidas” entre los jerarcas del Vaticano —que las aceptaban gustosamente—, utilizaba identidades falsas y pasaportes apócrifos y, en fin, era un perfecto ejemplo de todo lo que no debe ser un aspirante a sitio en los altares. Maciel, quien fundó la Legión en 1941, era un hombre con muy fino olfato para los negocios y la política. Desde un principio se hizo el propósito de trabajar sólo en los más altos círculos del poder económico y político, para cosechar influencias y bienes materiales. Así, cuando a fines de la década de los 60, se iniciaron los planes para transformar la entonces aislada, atrasada y despoblada costa mexicana del Caribe en un emporio turístico, advirtió que ahí habría dinero, mucho dinero, y ni tardo ni perezoso, movió sus hilos en Roma y logró que en 1970 —justo cuando arrancaron las obras de construcción de Cancún— el papa Pablo VI concediera a los Legionarios de Cristo una especie de franquicia exclusiva para operar en lo que era el territorio y poco después estado de Quintana Roo, sin que ninguna otra orden o congregación pudiera actuar en esta zona, que fue declarada Prelatura Cancún-Chetumal. El pretexto fue que los legionarios llevarían las luces del evangelio a “un millón de pobres indígenas mayas que aquí viven” —esa cifra se daba en la versión en inglés de la página web de la Legión— aislados en pequeñas aldeas en la 29


Marcial Maciel en el cenit de su poder铆o, con el papa Juan Pablo II, que siempre lo protegi贸 y encubri贸, evitando que se investigaran las denuncias sobre sus aberraciones sexuales y su adicci贸n a la morfina.


espesura de la selva envueltos por las tinieblas del paganismo (en la versión en español se hablaba más modestamente de “84 000 personas, la mayoría de origen maya”). Quintana Roo se convirtió así oficialmente en “tierra de misión” (El Diccionario de la Real Academia, en su peculiar lenguaje, define a la misión como “tierra, provincia o reino en que predican los misioneros”, y al misionero como “eclesiástico que en tierra de infieles enseña y predica nuestra santa religión”) a cargo de los esforzados y valientes Legionarios de Cristo que no se arredran ante los peligros de fieras y alimañas, el calcinante sol, el hambre o la sed ni las picaduras de tábanos y mosquitos y se encargan de proporcionarles cada día ayuda material y espiritual, desde la enseñanza del evangelio y la administración de los sacramentos, hasta atención médica y perforación de pozos y han edificado unas 230 iglesias y oratorios, todo ello según la información oficial de la Legión. Sobra decir que ni había un millón de mayas en Quintana Roo, ni los legionarios se internaron por las veredas de la jungla exponiéndose a toda suerte de peligros para catequizarlos. Se establecieron en los centros turísticos —si acaso, para guardar las apariencias, se apropiaron de algunos templos de las zonas rurales abandonados y derruidos durante la Guerra de Castas— y se dedicaron sobre todo a acaparar valiosos terrenos urbanos, establecer escuelas para hijos de familias pudientes y realizar otros productivos negocios.

TRANSNACIONAL RELIGIOSO-FINANCIERA Todo ello dentro de la tónica de operación de los Legionarios de Cristo, que gracias al astuto Maciel y los miembros de su círculo cercano, constituye un enorme imperio económico, una verdadera empresa religioso-financiera transnacional que por ello se ha ganado el mote de Millonarios de Cristo y, según estimaciones del semanario italiano L’espresso, posee bienes valuados en más de 25 mil millones de euros (quien quiera saber lo que eso significa en pesos, no tiene más que multiplicarlos por la cotización del día). Y al decir del influyente diario financiero norteamericano The Wall Street Journal, su presupuesto anual supera los 650 millones de dólares. Todas estas —hay que subrayarlo— son cifras de hace ya varios años. 31


No se sabe si el ex director general de los Legionarios de Cristo, Alvaro Corcuera, también tiró al cesto de la basura esta foto en la que aparece fundido en cálido abrazo con Marcial Maciel, “mon pere” (mi padre), como le llamaba.


La legionaria congregación —que, dicho sea de paso, opera en varios estados norteamericanos como una empresa llamada Legion of Christ Inc.— pudo acumular esa inmensa fortuna gracias a que desde un principio, Maciel apuntó muy arriba, enfilando sus baterías hacia los más acaudalados empresarios y los máximos dirigentes políticos. Ello se ha venido aplicando en todos los países donde opera la Legión, tanto a nivel de empresarios locales como nacionales, y desde los ayuntamientos y las gubernaturas hasta los gabinetes presidenciales. Como muestra, basta un par de ejemplos. Entre los benefactores económicos de la congregación en México cuenta Carlos Slim, el hombre más rico del mundo, y entre los miembros de la organización Regnum Christi o Reino de Cristo, que es el brazo seglar de la Legión y agrupa principalmente a sus influyentes y acaudalados simpatizantes, destaca Martha Sahagún, esposa de Vicente Fox y quien como se sabe era una especie de poder tras el trono que decidía asuntos fundamentales para el país durante la presidencia del hombre de las botas. Entre otras cosas, “Martita” transfirió ilegalmente al menos 54 millones de pesos del erario público, procedentes de la Lotería Nacional, a la Fundación Interamericana Anáhuac para el Desarrollo Social, uno de los brazos de los Legionarios de Cristo. En Estados Unidos, entre los poderosos hombres de negocios y políticos de los que Maciel consiguió apoyo político y económico, puede mencionarse a Thomas Monaghan, fundador de la gran cadena de pizzerías Domino’s, al ex gobernador de Florida, Jeb Bush —hermano del Bush en que ustedes están pensando—, así como varios senadores. No sabemos cuántos de los multimillonarios que se dejaron encandilar por Maciel y su grupo están ahora arrepentidos de ello y tratan de recobrar el dinero que tan ingenuamente soltaron, pero hay por lo menos un caso bien conocido: el de la opulenta e influyente familia Oriol, una de las más acaudaladas de España, propietaria de inmensas extensiones de tierra en las cercanías de Madrid y accionista destacada —entre otros grandes negocios— de la compañía transnacional de gas y electricidad Iberdrola. Entre los donativos que la familia hizo a los Legionarios de Cristo sobresalen numerosos terrenos para sus escuelas, en especial la Universidad Francisco de Vitoria —joya del vasto sistema de instituciones de educación superior de la congregación— y la enorme finca de Cerro del Coto, sede del Centro de Formación del Regnum Christi. Igualmente, a través de la familia Oriol —muy influyente en el régimen franquista—, 33


Maciel pudo establecer extensas relaciones en los medios gubernamentales, los círculos financieros, la aristocracia y las cúpulas empresariales. Más todavía: cuatro de los hijos de Iñigo Oriol Ybarra, conde de Casa Oriol y ex presidente de Iberdrola, se hicieron sacerdotes legionarios, una hija de nombre Malen es superiora de las consagradas de Regnum Christi, y otra, monja de las Carmelitas Descalzas, superiora del monasterio de El Escorial. Pero después de destaparse aquella cloaca que era la vida de Maciel, la familia Oriol optó por romper sus lazos con los Legionarios, sin duda porque piensa que para sus tropelías e inmoralidades Maciel gozó de encubrimiento y complicidad en los más altos niveles de la Legión. Los sacerdotes miembros de la familia renunciaron a la Legión, seguidos por otros sacerdotes y seminaristas, y la familia inició acciones legales para recuperar al menos algunas de las costosas propiedades donadas a Maciel y su organización. El argumento principal empleado por su equipo de abogados es que Maciel utilizó engaños y simulaciones para apropiarse de ellas.

DE PAOLIS Y LOS LÍMITES DE SU MISIÓN En fin, la fortuna de la congregación es enorme... y sumida en las tinieblas, pues Maciel y su grupo la manejaron con tal independencia, que nadie sabe a ciencia cierta a nombre de quién, en qué condiciones y dónde están registrados los fondos y los numerosos bienes muebles e inmuebles que posee en una veintena de países y que han sido objeto de toda clase de transacciones. No es casual que cuando estalló el escándalo de Maciel, el papa Benedicto XVI —o Joseph Ratzinger, su nombre de pila— hubiera nombrado comisario para reestructurar la Legión a Velasio de Paolis, presidente de la Prefectura de los Asuntos Económicos de la Santa Sede y por tanto jefe máximo de la Iglesia Católica en cuestiones financieras. Ello lo hacía el más indicado para tomar las riendas de esta congregación que por la cuantía de sus negocios, el enorme volumen de recursos económicos que maneja y la cantidad de valiosas propiedades inmobiliarias y de otro tipo que posee en muchos países. Para El Vaticano, resulta fundamental establecer un adecuado control sobre esa gran 34


riqueza, puesto que, como decíamos, Maciel y su grupo la amasaron y la manejaron durante mucho tiempo con una gran autonomía —prácticamente a su libre arbitrio y sin el menor control por parte del Vaticano— gracias a su habilidad para congraciarse con los más altos jerarcas católicos o francamente sobornándolos para que les dejaran manos libres. Una de las primeras tareas a las que debió enfrentarse el comisario, fue determinar a nombre de quién se encuentra esa inmensa cantidad de edificios, cuentas bancarias, empresas de diverso género, vehículos, terrenos, escuelas primarias, universidades, seminarios y otros muchos bienes que formalmente pertenecen a la Legión pero de los cuales se desconoce exactamente su situación legal y se encuentran en una especie de limbo cuyos recovecos solamente conocen los altos mandos de la congregación. Sólo así se explica, por ejemplo, que —según reveló la prensa madrileña— la hija española de Maciel viva en la opulencia en Madrid y disponga, junto con su madre, de propiedades valuadas en algo así como diez millones de euros. Todo ello mientras a los legionarios “de a pie”, los seminaristas, canónigos y sacerdotes del común —no los dirigentes de la Legión—, se les obliga a seguir al pie de la letra los votos de pobreza y castidad. El delicado trabajo de exploración de los entresijos financieros de la Legión requiere de alguien que sea experto en la materia, como lo es De Paolis, y además —y sobre todo— de la plena confianza del Papa. Y la indagación, desde luego, exigía —como se hizo— sacar de la dirección de la Legión a quienes la encabezaban —comenzando por Álvaro Corcuera, director general de ella y de Regnum Christi—, pues fueron formados bajo la égida de Maciel, le profesaron absoluta fidelidad y fueron sus encubridores y cómplices. Al respecto, hay que recordar que además de los votos usuales de obediencia, pobreza y castidad, a los seminaristas y sacerdotes legionarios se les exigían también los llamados votos privados —ya eliminados por Ratzinger— que los obligaban a mantener en absoluto secreto —incluso ante la jerarquía vaticana— todo lo que ocurriera dentro de la congregación y a delatar a cualquiera que expresara críticas o inconformidades sobre la forma en que se manejaban los asuntos internos. Desde luego, la congregación no será disuelta, sino sólo objeto de una profunda y completa reorganización —que incluye la defenestración de sus antiguos dirigentes—, para que el Vaticano pueda ejercer un efectivo control sobre ella, despojándola de la gran autonomía —casi independencia— lograda por Maciel y que permitió a los Legionarios 35


funcionar como una secta y como una empresa dentro de la Iglesia. La Santa Sede no está dispuesta a perder esa jugosísima fuente de ingresos económicos y poderosa herramienta de poder político. Otro problema que deberá resolver De Paolis, es el de las demandas de los hijos que dejó regados por ahí Maciel. En total, se le conocen cuatro vástagos engendrados con diferentes mujeres —la ya mencionada hija y tres varones—, pero al parecer hay otros dos que en cualquier momento pueden aparecer y reclamar parte del inmenso caudal amasado por su progenitor. Por lo pronto, uno de los hijos conocidos, registrado con el nombre de Raúl González Lara —recuérdese que Maciel usaba nombres falsos y pasaportes apócrifos y se hacía pasar por agente de la CIA o alto funcionario de la compañía petrolera Shell para ocultar su verdadera identidad— reclamó ante un tribunal de Estados Unidos una indemnización por los abusos sexuales de que fue objeto cuando niño durante nueve años por parte de Maciel. La demanda es contra los Legionarios y El Vaticano porque —dice el abogado que lo representa— estaban enterados de la doble vida de Maciel, y fue presentada ante un tribunal de Connecticut porque —como parte de sus manejos financieros— la congregación opera desde ese estado norteamericano como una empresa llamada Legion of Christ Inc.

DEL SANTORAL AL CESTO DE LA BASURA Hasta su muerte, aún después de que el papa Benedicto XVI le ordenó retirarse del sacerdocio y llevar una vida de oración y penitencia, Marcial Maciel siguió siendo para los Legionarios de Cristo un hombre admirado, respetado y venerado, punto menos que santo —incluso le llamaban con devoción “nuestro padre”—, y hasta el último momento lo defendieron de las acusaciones sobre su depravación sexual, sus escarceos con damas millonarias, los hijos que engendró, su drogadicción y la vida regalada y licenciosa que se daba mientras pregonaba castidad, pureza, abstinencia y pobreza como normas de vida. Todo lo que de él se decía, aseguraban los Legionarios, eran calumnias. Ahora, las cosas se han invertido todos aquellos que tenían como modelo, inspiración, guía y ejemplo a ese hombre que estuvo a punto de ingresar al santoral, 36


no quieren —para usar la expresión coloquial pero que ahora hay que tomar al pie de la letra— verlo ni en pintura. Así ocurrió en efecto, literalmente hablando. A Maciel los legionarios ya no lo verán ni en pintura. Antes de ser destituido del cargo de director general de la congregación, Alvaro Corcuera, el mismo que se llenaba la boca llamando “mon pere” (mi padre) a Maciel y afirmaba que las acusaciones contra él eran simples calumnias, emitió una ordenanza para borrar toda referencia pública a quien fuera su mentor y lo instalara al frente de la congregación. Por órdenes de Corcuera, ya no se celebran —como se acostumbraba hacer, con grandes festejos— los aniversarios del nacimiento, onomástico, bautismo y ordenación de Maciel. En todos los establecimientos de la Legión se eliminaron fotos, libros, videos, dibujos, artículos, grabaciones de audio y todo aquello relativo a su fundador, y sus obras —desde luego— ya no se venderán en las librerías de la organización. Podrán, sin embargo, conservar tales artículos los legionarios que deseen hacerlo, pero en privado y casi podría decirse que a escondidas. De hecho, Corcuera ya había ordenado discretamente comenzar a borrar la figura de Maciel desde que resultó imposible seguir intentando tapar el sol con un dedo. De escuelas, templos, oficinas y demás edificios de la Legión desaparecieron los retratos de su fundador. Desaparecieron también los ditirámbicos elogios que se le hacían en su sitio de Internet. Callada pero efectivamente, Maciel fue siendo extraoficialmente eliminado de los registros legionarios. Ahora, eso ya es norma oficial de la congregación. Pero como no se puede borrar toda traza de su existencia, habrá que seguir mencionándolo, aunque sin mayores comentarios ni mucho menos enalteciéndolo o glorificándolo como antes. Según la ordenanza, en lo sucesivo los legionarios deberán referirse a él sólo como fundador de la congregación y de Regnum Christi. Es de suponerse, empero, que la decisión de echar a Maciel al cesto de la basura fue tomada por el cardenal Velasio de Paolis, el interventor designado por el Vaticano para reestructurar a la congregación, y no una iniciativa de Corcuera, pues la política de la Legión fue siempre la de proteger y encubrir a “mon pere”. La periodista Valentina Alazraki, en su libro Juan Pablo II luz del mundo, relata que el cardenal Justo Mullor, nuncio papal en México de 1997 a 2000, fue objeto de una intensa campaña de los Legionarios para que fuera removido de su puesto, ya que se había interesado en las 37


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El mapa muestra los paĂ­ses en que estĂĄ dispersa la inmensa fortuna acumulada por Maciel en nombre de los Legionarios 39 de Cristo pero cuya propiedad no resulta muy clara.


denuncias de varios sacerdotes contra Maciel, y se temía que hurgara más en el asunto e informara al papa de las inmoralidades que cometía. Incluso —dice la periodista— después de que Mullor dejó la nunciatura, los propios legionarios se jactaron de haberlo sacado de México. Como ya señalamos, los Legionarios de Cristo no son un conjunto de inocentes niños exploradores a quienes un pícaro mantuvo engañados durante medio siglo. Por lo contrario, son muy astutos, perspicaces y lo bastante hábiles y talentosos como para haber tejido una densa red de relaciones y contubernios que incluye a políticos del más alto nivel y acaudalados hombres de negocios, lo cual les valió el otro mote con que se les conoce: Mercenarios de Cristo. Para mantener esa estructura de poder político y económico, a Maciel se le puede muy bien tirar al cesto de la basura y presentar las cosas como si La Legión fuese un barril de impolutas manzanas en el cual Maciel era la única fruta podrida. Pero, a diferencia de lo que ocurre usualmente en tales barriles, no llegó a corromper a las demás, todas las cuales se mantuvieron limpias, puras e incólumes. Por supuesto, ninguna persona medianamente inteligente puede comulgar con semejante rueda de molino. Maciel no fue un asceta, un ermitaño aislado del mundo cuyos actos pudieran pasar inadvertidos o no tuvieran consecuencias para los demás. Fue cabeza de una enorme congregación que opera en una veintena de países, agrupa a 900 sacerdotes y casi tres mil seminaristas, además de 50 mil miembros de su brazo laico Regnum Christi, y —mediante una red de empresas y sociedades— maneja una fortuna colosal, tanto en efectivo como en acciones, títulos financieros y propiedades de todo tipo, pero principalmente escuelas. Es sencillamente imposible que nadie —al menos entre los altos dirigentes de la Legión— se diera cuenta de sus andanzas y manejos. Mucho menos puede creerse que él solo, absolutamente solo, sin intervención, ayuda o conocimiento de los demás jerarcas de la organización, pudiera haber creado y manejara durante tantos años la inmensa estructura económica y financiera de la Legión. Por eso a ésta le conviene echar todo el lodo sobre Maciel y limitarlo al aspecto sexual. Así no tendrá que responder a quienes preguntan de qué artes se valió esa congregación religiosa para amasar tan enorme fortuna, en torno a la cual circulan 40


rumores sobre turbias operaciones financieras, apropiación de cuantiosas herencias y lavado de dinero en diferentes países, inclusive México. En el caso de Quintana Roo, se menciona un misterioso incendio en el cual convenientemente se convirtieron en humo los documentos contables de grandes empresas hoteleras estrechamente ligadas a los Legionarios. No parece, sin embargo, que a Benedicto XVI le interese mucho hurgar en el origen y manejo de esa inmensa fortuna. Su interés al nombrar a De Paolis comisario de los Legionarios de Cristo, parece estar centrado única y exclusivamente en tomar un control efectivo de ella, esclarecer cuántas de esas propiedades y cuánto de ese dinero se hallan registrados a nombre de quién, y poder en caso dado rescatarlos para las finanzas papales. Pero, desde luego, todo se hace en el más absoluto secreto, y sin intenciones de profundizar demasiado en ciertos aspectos de los manejos y las relaciones políticas y económicas de Maciel. Hurgar demasiado en el lodazal en que se movía ese nada santo varón puede salpicar a demasiada gente, no sólo dentro de la Iglesia, sino también en el mundo de los negocios y las finanzas, y tal vez poner al descubierto operaciones y nexos inconfesables, lo cual resultaría contraproducente para una Iglesia ya demasiado sacudida por escándalos.

LAS “MORDIDAS” DEL PADRECITO MACIEL Y aquí —en lo referente a complicidades y encubrimientos— vale la pena comentar que entre las escandalosas revelaciones que siguen brotando de esa pestilente cloaca que es el caso Maciel, hay algunas que explican por qué durante décadas las máximas autoridades eclesiásticas pusieron oídos sordos a las acusaciones que se hacían contra él por su adicción a la morfina, los abusos sexuales que cometía contra seminaristas —y sus propios hijos— y otras lindezas por el estilo. Resulta que los jerarcas vaticanos tenían los oídos tapados con billetes, con los cuantiosos sobornos —mordidas, se diría en el lenguaje popular mexicano— que Maciel y la Legión les entregaban constantemente. La revelación se hizo en un extenso artículo, producto de una larga y cuidadosa investigación, publicado en la prestigiada revista religiosa independiente norteamericana 41


National Catholic Reporter (NCR) por el periodista Jason Berry, autor también, junto con Gerald Renner, del libro Votos de Silencio y el documental cinematográfico del mismo nombre. De ambos autores, por cierto, los Legionarios de Cristo dijeron de manera tajante en mayo de 2005 que eran “probadamente falsas” sus denuncias sobre los abusos sexuales de Maciel, los mismos abusos por los cuales los legionarios tuvieron finalmente que ofrecer tibias excusas. En el artículo, Berry relata que Maciel repartía a granel abultados sobres llenos de dinero entre altos funcionarios del Vaticano, para así ganarse su protección, encubrimiento y complicidad. Entre los beneficiados con esos generosos cohechos, se menciona al cardenal español Eduardo Martínez Somalo, quien en su calidad de prefecto de la Congregación de Institutos de Vida Consagrada y Sociedades de Vida Apostólica, tenía entre sus encomiendas precisamente supervisar las actividades de Maciel y sus legionarios. No parece casual que aunque Martínez Somalo recibió numerosas denuncias contra Maciel, se abstuviera siempre de investigarlas. Otro de los beneficiados fue el cardenal Angelo Sodano, Secretario de Estado del Vaticano de 1990 a 2006, quien además de los gordos sobres, recibía agasajos, regalos y generosos pagos por diversos conceptos. Glenn Favreau, antiguo sacerdote que estuvo destacado en Roma entre 1990 y 1997 pero abandonó la Legión asqueado por lo que veía, recuerda que cuando Sodano fue nombrado cardenal, Maciel le ofreció un suntuoso banquete a él y a toda su familia: 200 parientes en total. Y cuando fue designado Secretario de Estado, se repitió la celebración. Recuerda también Favreau que por haber dado una charla navideña a miembros de la Legión, Sodano recibió un pago de diez mil dólares. Tampoco resulta sorprendente que el cardenal Sodano haya sido —como decía Maciel— “un amigo de la Legión”. Según la mencionada revista católica, cuando finalmente el actual papa Benedicto XVI decidió actuar contra Maciel y su congregación, Sodano presionó para que el lenguaje del comunicado oficial fuera lo más suave posible y en él se elogiara a la Legión de Cristo y Regnum Christi. Entre los recipientes de sobres se menciona también a Stanislaw Dziwisz, secretario particular de Juan Pablo II, quien a cambio se encargaba de permitir que políticos,


empresarios y otros benefactores de la Legión pudieran asistir a misas en el Vaticano e incluso pudieran ver al papa orando. Subraya el autor que todos los intentos de los redactores de National Catholic Reporter por obtener una declaración de los cardenales y demás funcionarios mencionados en el artículo como beneficiarios de los sobornos de Maciel han resultado infructuosos. Sistemáticamente se niegan a conceder entrevistas sobre el tema. Pero resulta que, por profundamente inmorales y faltos de ética que sean los sobornos que Maciel y los Legionarios de Cristo repartían entre cardenales y altos funcionarios de la Santa Sede para ganarse su tolerancia, protección y complicidad, en sentido estricto, y de conformidad con el derecho canónico —el conjunto de normas que rige el funcionamiento de la Iglesia Católica—, no eran actos ilegales. Así opinó al ser consultado por Berry un especialista en la materia, Nicholas Cafardi, profesor emérito de la escuela de leyes de la Universidad Duquesne de Pittsburgh, en Estados Unidos y consultor legal de muchos obispos. Según Cafardi, el canon 1302 —que se refiere a “las pías voluntades en general y las fundaciones pías”— establece que si un funcionario del Vaticano recibe una cantidad sustancial de dinero para obras piadosas, debe informar de ello a su superior, el cardenal vicario de Roma. Pero si no se dice que ese dinero sea para tal fin, no está obligado a hacerlo y puede quedarse con él sin comunicárselo a nadie. Tampoco está obligado a informar a sus superiores si recibe un regalo costoso, como un automóvil de lujo. El artículo de Berry contiene también revelaciones sobre la forma dispendiosa en que gastaba dinero Maciel. Cita al sacerdote Stephen Fichter, antiguo miembro de los Legionarios de Cristo y uno de los que abandonaron la congregación decepcionado de ella, quien fue coordinador de las oficinas administrativas de la Legión en Roma de febrero de 1998 a octubre de 2000. “Cuando el padre Maciel salía de Roma —relató Fichter— era mi obligación entregarle diez mil dólares en efectivo, la mitad en moneda norteamericana y la otra mitad en moneda del país al cual se dirigía. Uno de sus asistentes me informaba que partiría y yo debía preparar el dinero. Nunca cuestioné si lo usaba para buenos y nobles propósitos. Era sólo una parte rutinaria de mi trabajo y Maciel estaba tan libre de toda sospecha que me sentía honrado con realizar esa tarea. Nunca me entregó 43


El Ombligo Verde de Cancún, casi la mitad del cual fue entregada a los Legionarios de Cristo para construir una catedral y un negocio de criptas (los edificios blancos son parte de esas obras). Foto cortesía de Tulio Arroyo Marroquín.


un recibo por el dinero, y claro, jamás me hubiera atrevido a pedírselo.” Por supuesto, tampoco rendía cuentas. La forma escandalosa en que derrochaban dinero Maciel y los altos dirigentes de la Legión contrasta notablemente con el celoso cumplimiento del voto de pobreza que se exige a los legionarios comunes y corrientes. Conozco algunos de ellos, jóvenes ingenuos que fueron sometidos a un verdadero lavado de cerebro en los seminarios de la congregación, que dicen orgullosamente no poseer nada, ni siquiera la ropa que visten, pues —explican—, no es de ellos sino de la Legión. “Como legionarios —señala Fichter— teníamos normas muy estrictas sobre el uso de dinero. Si yo salía y se me daban 20 dólares para alimentos, y si sólo comía una pizza de cinco dólares, tenía que devolver los 15 restantes a mi superior y entregarle un recibo por los otros cinco. Lo triste de esto es que fuéramos tan cándidos. Tratábamos escrupulosamente de ceñirnos a nuestro voto de pobreza, y nunca nos preguntamos si Maciel lo hacía.” Tampoco cuestionaban los jóvenes legionarios si Maciel cumplía su voto de castidad. No sé qué pensarán después de saberse que ese hombre a quien el papa Juan Pablo II ponía como ejemplo y guía para la juventud, y a quien planeaba elevar a la categoría de santo, tenía amantes, hijos y al menos dos familias a las que daba una lujosa vida con dinero de la congregación. Todo ello mientras satisfacía su adicción a la morfina y sometía a abusos sexuales a seminaristas adolescentes y hasta a sus propios hijos.

EL ROSTRO “ECOLÓGICO” DE LA LEGIÓN Para concluir con este esbozo de los negocios de la Legión en Quintana Roo, vale la pena referirse a un aspecto de su actividad al cual se ha prestado poca atención: el papel que han tenido en el deterioro ambiental en Quintana Roo, y específicamente en Cancún. Gracias a su cercanía con los círculos del poder, los legionarios han logrado que se les entreguen grandes y valiosas extensiones de terrenos urbanos en Cancún y otras ciudades, los cuales debían destinarse a parques y otras obras de equipamiento urbano pero han servido para edificar templos. El caso más conocido es el del llamado Ombligo Verde en pleno centro de Cancún. Al 45


respecto, Jorge González Cano recuerda que cuando era presidente del comité municipal del PAN en esa ciudad y Mario Villanueva Madrid gobernador del estado, se iniciaron unas misteriosas obras en aquel predio. Al saber —relata González Cano— que se trataba de trabajos para construir la catedral, pero “la posesión del terreno no había sido demostrada de manera fiel por la Iglesia Católica” y se decía que le había sido regalado por Villanueva “sin tener todavía uso de suelo calificado para construcción alguna”, en compañía del secretario general del comité municipal blanquiazul “visité al máximo eclesiástico de la ciudad para pedirle que no insistiera en construir la Catedral en un predio que, además de estar ocupado de manera ilegal, los vecinos deseaban mantenerlo en estado virgen o de ser posible que el Municipio lo acondicionara como zona verde para disfrute público. El lugar es una zona netamente residencial, sin zonas comerciales y la construcción del recinto y la destrucción del predio, además de las consecuencias en tráfico vehicular y otros males, traería la baja en la plusvalía de los inmuebles cercanos, por lo que las protestas de los vecinos eran completamente justificadas.” Pero, “el sacerdote al escuchar mi petición respondió que no desocuparía el predio, que su amigo Mario Villanueva, el gobernador, (obviamente en ese tiempo no se sabía que acabaría en prisión el político), le había cedido ese terreno y que de ahí no se movía y que construiría la Catedral le gustase a quien le gustase y a quien no pues igual. Le dije que no estaba de acuerdo con esa postura, que ante todo la Iglesia debía actuar bajo el marco de la legalidad y nos retiramos. En los días siguientes el religioso me calificó como ‘hijo del averno’ en declaraciones hechas a diarios locales”. Así, la Iglesia se apropió de dos hectáreas de esos terrenos y gran parte de la arboleda fue arrasada para erigir la —tres lustros después— todavía inconclusa catedral. Las cosas no pararon ahí. Cuando fue presidente municipal de Cancún Gregorio Sánchez Martínez —o Greg, como prefiere ser llamado, por su nombre artístico de músico grupero—, pretendió regalar otros 6 500 metros cuadrados del Ombligo a los legionarios para construir otra catedral porque la primera finalmente no les gustó y la destinarían al negocio de criptas. La donación, que a la postre no se realizó por el rechazo público, hubiera implicado arrasar por completo esa área verde para construir una faraónica plaza político-religiosa con el palacio municipal en un costado y la nueva catedral en el lado opuesto, como símbolo de quién manda en Cancún.


El caso del Ombligo Verde, por lo demás, no es único. También, en la cercana Supermanzana 30, hace años las autoridades donaron ilegalmente una porción del parque de esa zona habitacional para construir un templo católico, y durante mucho tiempo el párroco que lo maneja ha venido intentando adueñarse de todo el parque o la mayor parte de él, para ampliar el edificio. Como paso previo intentó cercar el terreno que ambiciona, y ante las protestas de los vecinos, el cura trata de provocar un conflicto religioso, tildando de enemigos de Dios y la religión a quienes luchan por conservar ese parque para la comunidad y se oponen a que sea destruido para ampliar el templo. Y cuando un nuevo ayuntamiento entró en funciones en 2011, descubrió que los legionarios habían invadido en diferentes zonas de la ciudad 13 terrenos de propiedad municipal —destinados a parques, escuelas y otras obras de equipamiento urbano— para construir capillas y templos sin autorización alguna, y se negaban rotundamente a desocuparlos, retando al ayuntamiento a que intentara desalojarlos, con lo cual se crearía artificialmente un conflicto religioso, pues los curas alegan que nadie puede tocar “la casa de Dios”. En fin, este es —por así decir— el rostro “ecológico” de los Legionarios de Cristo.

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Idéntico uniforme, idéntico peinado, idéntica postura, idéntica mirada. Las internas de Villa de las Niñas se antojan robots incapaces de pensar o actuar por su propia cuenta.


EL MANEJO DE LAS MENTES Si la Iglesia ha podido acumular su inmensa fortuna, ha sido con el auxilio de cientos de miles de sacerdotes, monjas y laicos sumisos y disciplinados que le sirven con devoción y fidelidad, que no razonan, analizan ni tienen opiniones propias sino sólo sirven ciegamente a la jerarquía eclesiástica sin preocuparse por indagar acerca de los medios, los fines y los propósitos de la labor que se les encomienda. Para ello, desde luego, se requiere formarlos así desde la infancia, con métodos de los cuales a continuación veremos un par de ejemplos. “Yo prefiero a los niños; yo los quiero maleables, como la cera caliente”. Esta frase, atribuida al sacerdote Marcial Maciel, fundador y jefe máximo de la congregación de los Legionarios de Cristo en la novela de denuncia La orden maldita del ex sacerdote jesuita Manuel Ruiz Marcos, encierra una gran verdad. No tanto por los abusos sexuales que cometió Maciel, sino porque para nutrir sus seminarios la organización por él creada recluta principalmente niños y adolescentes, que son más fácilmente manipulables. Una vez seleccionado algún jovencillo que por sus rasgos de personalidad y carácter se considera buen candidato al sacerdocio, y tras convencer sus padres de permitirle ingresar al seminario, se le envía a otro país, muy lejos de su ciudad natal y del ambiente social y familiar en que se ha desenvuelto hasta entonces. Ahí se le recluye en un seminario y durante los primeros tres o cuatro años no puede recibir visitas de nadie en absoluto. Únicamente se le permite hablar por teléfono con sus padres y hermanos tres veces al año, en fechas establecidas de antemano cuando ingresa al seminario, por no más de 30 minutos en cada ocasión y desde el propio seminario, para que su conversación pueda ser escuchada en una extensión. Tampoco puede visitar a su familia. Queda casi totalmente aislado de ella. Su mundo se reduce al de sus compañeros y maestros, y su vida está enteramente programada hasta el mínimo detalle día a día, desde que amanece hasta que se va a la cama, con horas fijas para comer, asearse, tomar clases, estudiar, rezar o ejercitarse, sin que le quede un minuto libre para meditar, reflexionar o hablar con alguien ajeno a ese cerrado círculo. No puede leer nada —periódicos, libros o revistas— que no sea autorizado por sus superiores ni ver más televisión o escuchar más radio que los que se le permite. 49


Ni siquiera en las vacaciones tiene oportunidad de salir de ese ambiente totalmente controlado. Las toma en grupo, con sus compañeros y maestros del seminario y también conforme a un programa de actividades planeado al detalle, minuto a minuto. Todos se alojan en el mismo sitio, comen a la misma hora, nadan en el mismo lugar y por el mismo lapso, hacen caminatas y paseos juntos, visitan en grupo templos, museos y castillos, rezan juntos, se acuestan y se levantan a horas prefijadas, y prácticamente en ningún momento se deja sin vigilancia a nadie. Ni siquiera mientras duermen. Siempre están en compañía de alguien y bajo el ojo vigilante de un superior, que escucha todas sus conversaciones, sin que el joven pueda alejarse de sus compañeros un solo momento. La vida entera de los seminaristas legionarios está rígidamente reglamentada y vigilada, minuto a minuto. No se les permite siquiera conversar entre sí, salvo en cierto momento del día al cual se le llama “la quiete”. El seminarista está obligado a avisar si llama a alguien, informar al superior sobre lo que le cuenten, no moverse de los lugares establecidos e ir siempre con un compañero a cualquier sitio. Tras esos primeros años de alejamiento de la familia y limitadas conversaciones telefónicas, al seminarista se le permite recibir visitas de sus padres. Pero sólo una vez por año, durante unos días, y sin poder pasar la noche con ellos. Puede verlos exclusivamente en el día y salir de paseo en su compañía, pero debe volver al seminario a pernoctar. Esta regla se aplica incluso cuando más adelante por fin se le permite —también solamente una vez al año y por unos días— ir de visita a su ciudad natal. No puede, sin embargo, dormir en su hogar con sus padres. Debe hacerlo obligatoriamente en una residencia de la Legión en ese lugar. Así pasan los 15 años que dura su formación como sacerdote. Para el futuro legionario, dejan de existir familia —a la que sólo se permite visitar una vez cada siete años—, amigos, conocidos, ciudad natal, patria y, en pocas palabras, el mundo exterior. Su universo se reduce a la Legión. Se le moldea en todos los aspectos de su vida, hasta que termina mentalmente atrapado, incapaz de salir de esa prisión sin rejas, de ese círculo en que se le ha confinado. Bajo este tratamiento, el joven termina perdiendo su propia identidad y personalidad para convertirse en un simple engrane de la maquinaria de la Legión, de la cual se siente 50


parte, en la cual encuentra todo lo que forma su vida, y es incapaz de abandonar por el temor a enfrentar el mundo desconocido que hay fuera de la congregación, que le da todo y a la vez nada, pues todo lo que usa y consume, inclusive la ropa que lleva puesta, es propiedad de la Legión. Así es como las sectas manipulan y controlan a sus miembros: aislándolos del mundo, controlando todos sus actos, confinándolos física y mentalmente al grupo —el cual permanece herméticamente cerrado a toda influencia externa— y adoctrinándolos sin cesar para moldearles el pensamiento y las actitudes, hasta que se identifican tan estrechamente con la secta, que sólo tienen fidelidad hacia ella, olvidando amigos, conocidos, compañeros y familia, a los que incluso llegan a considerar extraños y hasta enemigos. Por eso dentro de la propia Iglesia Católica se dice que la congregación de los Legionarios de Cristo tiene todas las características de una secta. Y por eso Maciel y sus sucesores prefieren reclutar niños, “maleables, como la cera caliente”. Lo mismo ocurre en Regnum Christi, la filial de la Legión en la cual se agrupa a laicos colaboradores y benefactores —especialmente personas muy acaudaladas y personajes de los más altos niveles de la política y el gobierno. Funciona como un núcleo cerrado, a cuyos miembros se hace sentir todo el tiempo que están cumpliendo una misión muy especial y deben cuidarse de las asechanzas del exterior.

LAS NIÑAS AISLADAS DEL MUNDO Otro ejemplo del control sobre las mentes que ejerce la Iglesia Católica con grupos de niños y jóvenes a los que aísla del mundo exterior, es el de las llamadas villas de los niños y de las niñas que maneja La congregación de las Hermanas de María y que salió a la luz pública en 2007, cuando 600 alumnas del internado Villa de las Niñas, de Chalco, estado de México, fueron afectadas por un extraño padecimiento que los médicos de la Secretaría de Salud diagnosticaron como “trastorno sicogénico de la marcha” y el cual, dicen, es común entre niños y adolescentes emocionalmente vulnerables y se presenta en sitios donde se concentran muchos de ellos. Provoca fiebre, vértigo y vómitos, y afecta las piernas impidiendo caminar. En el caso del internado mexiquense, el problema se 51


atribuyó a histeria colectiva, que a su vez se achaca a diversas causas, desde malos tratos hasta psicosis causada por miedo a lo sobrenatural. Pero lo que nos interesa de este caso es que las 3 700 internas en ese establecimiento, de hecho han sido arrancadas del seno de sus familias y enclaustradas sin contacto con el mundo exterior e incluso privadas de contacto directo con sus padres, hermanos y demás parientes. La congregación de las Hermanas de María fue fundada por el sacerdote norteamericano Aloysius Schwartz y tiene internados para niños y niñas en varios países, como Brasil, Guatemala, Filipinas, Corea y México, con un total de por lo menos 20 mil alumnos. Todos funcionan bajo los mismos lineamientos, similares a los que rigen los internados religiosos de Estados Unidos llamados Boys Town y Girls Town (de ahí el nombre de Villa de los Niños o Villa de las Niñas según el caso). Las alumnas cursan la secundaria y la preparatoria y para ingresar deben tener de 12 a 14 años. Según reconoció en una entrevista de prensa la monja de origen coreano Margie Cheong, directora del internado, a las pupilas no se les permite recibir visitas de sus padres más que una vez cada año, por un solo día. El resto del tiempo permanecen recluidas en ese lugar, sometidas a una rigurosa disciplina de carácter religioso. Recuerdo que en los mejores tiempos de la guerra fría se decía que los comunistas les quitaban sus hijos a las familias, —sin permitirles tener contacto con ellas— para llevárselos a internados donde eran objeto de un intenso adoctrinamiento que los convertía en obedientes seguidores de los jerarcas rojos. Por supuesto, aquello era absolutamente falso, pero si bien se mira, eso precisamente hacen las Hermanas de María y otros grupos religiosos. Aprovechándose de la pobreza —miseria en no pocos casos— imperante en muchas regiones de México, convencen a las familias de que les entreguen a sus hijas para educarlas en internados donde tendrán casa, vestido, sustento y escuela. Pero al hacerlo deben firmar un documento aceptando las reglas del internado, que entre otras cosas establecen la prohibición de visitar a sus hijas. A partir de ese momento, las niñas pierden el contacto con su entorno familiar y social. Pierden asimismo su identidad personal, rigurosamente uniformadas y con idéntico corte de cabello tipo monjil, a tal punto que resulta difícil distinguir una de otra. Viven aisladas en el internado, separadas por completo del resto del mundo, con su tiempo y sus actividades reglamentadas y planificadas hora tras hora y día tras día. 52


Su mundo es para ellas ese lugar, donde no conocen más ideas y pensamientos que los de las religiosas y los maestros, que —por supuesto— deben ceñirse a las normas de la congregación. No es de extrañar que el Apostolado para la Consagración de la Familia, una organización de la Iglesia Católica, utilice la Villa de las Niñas para reclutar misioneras. En una información oficial del Apostolado, se dice que en el internado se realizan “sesiones de formación” cuyo “propósito principal... es el animar a estas chicas, sobre todo a las mayores que se preparan ya para graduarse, a que salgan como misioneras, llevando el mensaje del Evangelio con ellas por el mundo.” Durante más de 20 años, el internado ha funcionado de esta manera, con el beneplácito de las autoridades, y su directora se ufana de recibir visitas y felicitaciones de altos funcionarios del gobierno, incluso —en su tiempo— el presidente Fox y su cónyuge Marta. Si todo esto lo hiciera un gobierno socialista, se le llamaría “lavado de cerebro”. Queda a juicio de los lectores cómo llamarle.

EL CELIBATO A TRAVÉS DE LA HISTORIA Para concluir, echemos un vistazo al celibato sacerdotal, pues es un asunto íntimamente relacionado con la acumulación de riqueza por parte de la Santa Iglesia. Aunque en los últimos tiempos ha habido crecientes y repetidas peticiones de que el celibato deje de ser obligatorio y se torne voluntario, el Vaticano ya ha fijado claramente su postura: se mantendrá, porque a juicio del papa, la absoluta abstención de toda práctica sexual es uno de los pilares fundamentales de la Iglesia y en ese punto no habrá marcha atrás. La tradición habrá de mantenerse Pero, contra lo que mucha gente piensa, a los sacerdotes católicos no siempre se les exigió ser célibes. En los primeros siglos del cristianismo no había ninguna disposición oficial a ese respecto. Lo único que, por ejemplo, pedía San Pablo era que los obispos y diáconos fueran “casados una sola vez”, o “maridos de una sola mujer” Del siglo IV en adelante, se estableció en algunos lugares la norma de que un hombre casado podía ser ordenado sacerdote y ascender a cualquier nivel en la jerarquía 53


eclesiástica, pero quien se ordenara siendo soltero, ya no podría casarse. Había sin embargo una situación muy laxa, vaga e imprecisa al respecto. Los diferentes concilios del siglo VI y VII reglamentaron que los obispos “debían” dejar a sus esposas una vez ordenados, mientras que al parecer tal exigencia no se aplicaba a los sacerdotes y diáconos. De hecho, en diferentes regiones y países del mundo católico las autoridades eclesiásticas tenían distintos criterios sobre el matrimonio de los sacerdotes. En el siglo VIII, en respuesta a una consulta sobre el particular del rey franco Pipino el Breve, el papa Zacarías respondió que no deseaba aplicar a todas las iglesias locales las costumbres propias de algunas, sino que cada una podía legislar como le pareciera más oportuno. Tan permitida estaba la relación sexual a los sacerdotes, y tan usual era, que en el Concilio de Nicea, en 325, cuando se habló de imponerles el celibato, la propuesta no tuvo mucho eco y lo único que finalmente se acordó fue prohibirles que cohabitaran con mujeres que no fueran de su intimidad familiar. Y en 399, el papa Siricio se limitó a pedirles que se abstuvieran de los pecados de la carne, pero no de la vida sexual con sus mujeres, lo cual quedaba dentro de los asuntos de la convivencia familiar. Tiempo después, a mediados del siglo X, el papa León I, al reiterar el carácter sagrado del matrimonio, no excluyó de él para nada al clero. Fue sólo hasta el primer concilio de Letrán, en 1123, cuando se estableció el celibato, pero no como una total abstención sexual sino sólo en el sentido de no contraer matrimonio. Se dispuso que quien deseara ordenarse sacerdote debía renunciar a tener esposa, y que si algún sacerdote ya ordenado se casaba, su matrimonio sería inválido. Pero esto no excluía el concubinato, que era aceptado por la Iglesia y durante los siglos siguientes fue una práctica normal, no sólo entre los curas ordinarios, sino entre los miembros de la jerarquía eclesiástica, incluidos obispos, arzobispos, cardenales y papas. En realidad, durante más de mil años la Iglesia no consideró las relaciones sexuales actos pecaminosos que debían eludirse. Las aceptaba, y cuando comenzó a hablar de abstención, lo que pretendía era sólo que los sacerdotes no tuvieran hijos dentro del matrimonio. Las primeras disposiciones sobre el celibato, adoptadas a principios del siglo IV en el Concilio de Elvira, un lugar cercano a Granada en que se reunieron obispos y sacerdotes de distintas partes de España, rezaban: “Se está de acuerdo en la completa prohibición, válida para obispos, sacerdotes y diáconos, o sea, para todos los clérigos 54


dedicados al servicio del altar, que deben abstenerse de sus mujeres y no engendrar hijos; quien haya hecho esto debe ser excluido del estado clerical”. Todo esto —permitir el matrimonio a los sacerdotes pero prohibirles tener hijos— puede parecer confuso y contradictorio e incluso contrario al precepto bíblico “creced y multiplicaos”. Pero tenía sus buenas razones. Lo que llevó a la Iglesia Católica a establecer el celibato para los sacerdotes, y lo que la motiva para mantener esa norma pese a las cada vez más fuertes y numerosas peticiones de que se permita casarse a los sacerdotes, no es, como muchos creen, una cuestión de moral o castidad. Obedece a razones puramente materiales y económicas, derivadas de la necesidad de asegurar que las riquezas atesoradas por la propia Iglesia sigan siendo propiedad de ella y no pasen a manos de los herederos de curas, obispos, priores, arzobispos y papas. De hecho, como señalábamos líneas arriba, durante más de mil años los sacerdotes pudieron contraer matrimonio, y cuando por fin el concilio de Letrán decidió en 1123 establecer el celibato, fue en el sentido de prohibirles contraer matrimonio y por lo tanto de tener hijos “legítimos”, o sea, con plenos derechos de herencia sobre los bienes de sus progenitores. Pero el concubinato seguía siendo aceptado, tolerado y practicado en todos los estratos de la jerarquía eclesiástica, desde los simples curas de aldea hasta los papas y cardenales. La lógica en que se basa el celibato sacerdotal es el mismo que guió a los emperadores chinos para utilizar eunucos —esto es, hombres castrados— como funcionarios gubernamentales. Los mandarines que formaban parte de la burocracia imperial acumulaban tierras y riquezas que heredaban a sus hijos, quienes así podrían llegar a convertirse en rivales del emperador. Para evitarlo, se expulsó a los mandarines de los cargos administrativos y se les reemplazó por personas cultas y educadas que para ocupar altos puestos en la administración pública, debían aceptar ser castrados. El sacrificio y los peligros que ello implicaba —se estima que en cerca de la mitad de los casos el eunuco moría de hemorragia o infecciones como consecuencia de la mutilación— se compensaban con el lujo y los privilegios de que disfrutaban. Pero, al no poder engendrar hijos —o tan siquiera tener relaciones sexuales—, se garantizaba que todas las riquezas que administraran o pudieran atesorar durante su vida siguieran formando parte del tesoro imperial. En el caso de la Iglesia Católica, no se llegó a tal extremo con los sacerdotes. Lo que se hizo fue simplemente impedirles tener hijos oficialmente 55


reconocidos, y con ello se garantizó que no pudieran tener herederos que reclamaran las propiedades eclesiásticas. Tiempo después, se dio un paso adelante y el concepto de celibato se trocó en castidad, que ya implica la abstinencia sexual y no tan sólo la prohibición de contraer matrimonio. Uno de los tres votos o juramentos que hacen los sacerdotes católicos al ordenarse, es precisamente ese: el de castidad. Los otros son los de pobreza y de obediencia. Estos votos datan de 529 y fueron ideados por San Benito de Nursia, creador de la orden de los benedictinos. Siglos después fueron adoptados por las demás órdenes religiosas y finalmente se impusieron a todos los sacerdotes. Aunque distintos en apariencia, están estrechamente relacionados entre sí y contribuyen a mantener la solidez y unidad de la Iglesia como institución. Diversos estudios sicológicos han demostrado que la represión sexual hace que el individuo se vuelva más proclive a la sumisión y el respeto a sus superiores jerárquicos, cosa muy importante en una institución estructurada verticalmente y bajo métodos de disciplina ciega y férrea como es la Santa Iglesia Católica Apostólica Romana. Al tener sacerdotes dóciles y temerosos de la autoridad eclesiástica, se facilita el cumplimiento de otro voto, el de obediencia. Desde luego, está siempre latente la posibilidad de que cedan a las tentaciones de la carne, pero en tal caso, la transgresión del voto de pureza sexual usualmente no conduce a una rebeldía del sacerdote que la comete, sino —por lo contrario— a un mayor sometimiento a la autoridad, derivado del sentimiento de culpa. Y en cuanto a los vínculos entre el voto de pobreza y el de castidad, hay que recalcar que la pobreza a que se compromete el sacerdote al ordenarse es sólo de carácter personal, no institucional. Él, como individuo, no puede apropiarse de las riquezas que consiga, pero sí está obligado a entregarlas a la Iglesia, que como institución, las atesora. Y la imposibilidad de tener esposa e hijos contribuye a garantizar que esos bienes eclesiásticos no vayan a dar a manos de nadie en particular. Como se ve, hay muchas y muy buenas razones para que el Santo Papa no piense siquiera en la posibilidad de eliminar el celibato sacerdotal. Hacerlo sería muy riesgoso para las finanzas y la fortaleza política de la Iglesia.

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Este Cuaderno apuesta al futuro y no tan sólo como proyecto editorial, sino también como vehículo para la expansión de las ideas que se generan en Quintana Roo; la única manera de que podamos alcanzar un porvenir luminoso como comunidad depende de lo que sembremos ahora.


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