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Soberanías Efervescentes

¿Quién se queda con Libia?

Todos quieren un pedazo de Libia: milicias islamistas, burócratas, multinacionales y, sobre todo, países vecinos están determinados a sacar tajada de la Segunda Guerra Civil en la que el país se encuentra desde 2014. La situación actual, cercana a un estancamiento, ha dejado a Libia partida en dos, con más de 200,000 desplazados internos y 1.3 millones de personas en necesidad de asistencia humanitaria (UNHCR, 2017). A veces la situación emula un juego de ajedrez en medio del caos, una locomotora petrolera que produce cientos de miles de barriles de crudo al día a costa de una población cada vez más sacrificada y martirizada. Libia es de todos menos de los libios, quienes huyen masivamente a Europa en condición de refugiados a través de rutas y embarcaciones de alto riesgo. Solo quedan las compañías, los extranjeros y un suelo árido manchado de sangre que probablemente seguirá estándolo durante mucho tiempo.

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“Sin lugar a dudas la disputa por el poder diluyó cualquier noción de soberanía nacional, ahora el control por el país se debate entre múltiples frentes que cuentan con apoyo de gobiernos u organizaciones extranjeras.”

¿Existe una Libia? Por el momento, hay múltiples Libias autoproclamadas. En el país opera un cuerpo institucional difuso que no posee el monopolio de la fuerza legítima y tampoco es totalmente reconocido internacionalmente, por lo que los criterios de Estado difícilmente se cumplen en este caso. Aquí se exploran las consecuencias de dichas campañas sobre la soberanía y estabilidad del país pero, particularmente, se consideran posibilidades para una de las mayores crisis humanitarias de los últimos años.

Por supuesto, no todos los actores involucrados tienen la misma magnitud de poder en el conflicto. Con el estancamiento de la guerra se vislumbran futuros llamativos, que no solo afectan el rumbo del país, sino también el de la región como un todo. En Libia se juega en grande, como en algún momento se jugó en Siria. Así, valdría la pena explorar los posibles resultados del conflicto que, por el momento, ha desescalado hacia un histórico cese al fuego firmado en octubre de 2020 (AFP Genova, 2020). Si bien existe la mínima posibilidad de un acuerdo entre los principales bandos, expertos aseguran que el escenario más probable es que el país se divida en dos (Arab News, 2020). Este es el pronóstico más pesimista, pero hay también futuros en esta ambigüedad actual que benefician las redes de comercio con Turquía o fortalecen alianzas con Egipto.

En primer lugar, el conflicto armado no beneficia el establecimiento de un Estado legítimo o con mínimos niveles de soberanía. Hay pedacitos de Libia. En ese orden de ideas, sería más sensato emprender la agotadora tarea de desmenuzar este enredo por fragmentos, de seguirlo por bandos. Inicialmente, Libia se debate entre el GNC y la HoR: dos cuerpos legislativos que se proclaman a sí mismos 21

como la autoridad que rige el país. Por lo que en el centro de la contienda está el poder reconocerse como rama legislativa oficial.

¿Cómo se llegó a este punto? La historia se remonta al derrocamiento de Gaddafi en 2011, cuando, a raíz de su partida, Libia implementó un sistema de justicia transicional liderado por el Congreso General Nacional (GNC).

Este órgano legislativo tenía 18 meses para implementar reformas y conducir al país a estabilidad; sin embargo, resultó ineficiente para tal labor y postergó su rendición de cuentas hasta cuando por fin se llamó a elecciones en 2014. En ese entonces –y a pesar de la controvertida gestión del GNC– la coalición mayoritaria de ese órgano, compuesta por la Alianza de Fuerzas Nacionales (NFC) y el partido de Justicia y Construcción (JCP), resultaron victoriosas para seguir guiando al país por otro periodo. Una revisión de dichas elecciones reveló baja participación electoral e inconsistencias en puestos de votación : tan solo el 25% de la población estaba registrada para votar y a penas 630,000 personas ejercieron su derecho al voto (BBC News, 2014). No hubo votación en ciudades como Derna, Kufra o Sabha que reúnen cerca de 250,000 personas. Por estas y otras irregularidades, las cortes anularon los resultados de dichas elecciones. Aquí inicia este embrollo legislativo al que le siguió la Segunda Guerra Civil Libia. Estas coaliciones no acataron el mandato judicial y se autoproclamaron como la Cámara de Representantes (HoR) o la Asamblea legítima en control del este y el centro de Libia. Su gobierno no fue reconocido e inició la acción armada por la toma del poder. Esta facción cuenta con el apoyo del ejército libio liderado por el Kalifa Haftar desde Tobruk. Se caracterizan por sus posturas nacionalistas y de islamismo democrático. Por otra parte, el Gobierno del Acuerdo Nacional (GNA) emergió como alternativa liderada por Naciones Unidas en control del Oeste de Libia y sesiona paralelo a los enfrentamientos con HoR con el reconocimiento internacional. A estos actores se suma la presencia de milicias islamistas como ISIL que también se debaten el control en regiones.

Sin embargo, mucho ha cambiado en seis años de conflicto y las aristas que aspiran al control del país se han multiplicado, contemplando respaldo internacional a los bandos y la incursión de grupos paraestatales en estos vacíos de Estado. Por un lado, HoR cuenta con la simpatía de Egipto, Emiratos Árabes y Rusia. En específico, Emiratos Árabes está interesado en posibles vínculos comerciales relacionados a las reservas y extracción petrolera en manos de HoR y ha fluctuado según la condiciones de seguridad para favorecer a éste último (Ghaddar & al-Warfali, 2020). Asimismo, los Hermanos Musulmanes de Egipto han contribuido con tropas que permiten la perpetuación del conflicto en busca de aliados políticos con horizontes afines a proyectos de islamismo democrático. Rusia ha usado el conflicto libio como

una oportunidad para asegurar influencia sobre la región en contrapeso con Estados Unidos o Reino Unido, además de un interés comercial con los mercados emergentes del Norte de África.

Por otro lado, el GNA cuenta con el apoyo de Turquía, materializado en tropas y buques listos para intervenir. Entre otras cosas, Recep Tayyip Erdoğan parece haber abandonado la prioridad de integrarse a occidente a través, por ejemplo, de la Unión Europea, para reclamar el liderazgo regional a través de una retórica islamista y nacionalista que busca aglomerar los intereses de una identidad religiosa conjunta y de carácter transnacional (MacGillivray, 2020). Paralelamente, Francia, Italia, Reino Unido y Estados Unidos se han puesto dentro de este bando para combatir las milicias del Estado Islámico –Daesh– que se encuentran dentro de Libia y suponen un riesgo para éstos países. Este es quizás el foco de la mayor preocupación de seguridad en una región que durante los últimos años ha logrado apaciguarse, pero cuyo futuro está en vilo en medio del cambio de presidente en Estados Unidos. La inestabilidad libia ha lanzado a miles de migrantes sobre territorios europeos, además de haberse consolidado como territorio en disputa para Daesh que busca desesperadamente un hogar tras haber sido desplazada de Siria. Las repercusiones del conflicto son de directo interés para estas potencias.

La pregunta es entonces sobre cómo van a proceder ahora que todo parece estar más calmado ¿Qué sigue?

Imagen 1: El presidente de Turquía, Tayyip Erdoğan, junto al prime rministro de Libia, Fayez al-Sarraj, el 25 de julio de 2020 en la ciudad turca de Estambul

El desplazamiento, la muerte y precarización deberían ser en sí mismas señales alarmantes que nos conviden a la solidaridad con Libia, no como Estado, sino con su población. Sin embargo, las barreras geográficas, lingüísticas, culturales e incluso económicas hacen difícil cualquier esfuerzo por percatarnos de lo que sucede. Se vuelve ruido de fondo, otro evento más en la larga cadena de emergencias humanitarias que suceden en el mundo. Ya es casi paisaje en una región que no ha descansado desde hace tres décadas y ha reunido el mayor número de conflictos armados y guerras en dicho lapso, por no mencionar la emergencia de numerosos movimientos sociales que complejizan más la escena.

De mantener el cese al fuego es probable que el país pueda sostenerse sin necesidad de una fractura en dos: de consolidarse en torno al GNA, el apoyo internacional puede promover la cohesión administrativa del territorio. No obstante, es necesario que los militares pierdan apoyo y Daesh reduzca su control al sur del país. Así, el rumbo del mismo parece depender más del apoyo internacional, que de los bandos internos.

Las heridas sobre la soberanía hablan de los riesgos que esto sea así: ¿Volverán los migrantes a su país, o seguirán siendo completamente ignorados por sus gobiernos y los gobiernos extranjeros en los que se refugian? Urge la presencia de unidad alrededor de un candidato al cargo de Primer Ministro que reclame legitimidad sobre la rama legislativa. A pesar de que el conflicto no se agota ahí, es una pieza imprescindible en un eventual proceso de democratización. Una de las muchas salidas posibles que ya parecen estar aconteciendo: Fathi Bashagha se perfila 24

como la opción más viable para el cargo al momento (Wintour, 2020).

Una transición llevará décadas con los daños en infraestructura, economía y, en especial, participación política.

De no llegarse a un acuerdo y, teniendo en cuenta las violaciones a derechos humanos, es probable que Estados Unidos bajo la presidencia de Joe Biden decida asumir un rol mucho más activo que su predecesor, lo cual puede escalar la confrontación y perpetuar el conflicto. Una mejor salida parece entonces la presión extranjera por un acuerdo que luego soporte un gobierno prudente y mesurado frente a sus decisiones. Un paso en falso y vuelven las tensiones entre estos actores. Libia al fin tiene el respiro que tanto necesita, pero su futuro pende de un hilo llamado voluntad extranjera. Sin un compromiso tangible y acordado entre las partes por estabilidad las cosas pueden empeorar. ¿Habrá nuevo cuerpo legislativo y nuevo primer ministro en las próximas elecciones de 2021?

Isabella Velásquez Estudiante de Ciencia Política

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