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2.1.3. Tendencias y cambios estructurales en el mercado de trabajo

mayores, entre otros, han trasladado a los hogares un peso mayor en las tareas de cuidados. Este incremento de trabajo de cuidados, que tradicionalmente ha sido asumido por las mujeres de forma mayoritaria, ha supuesto un aumento en su carga de trabajo y la ampliación de las dificultades ya existentes en cuanto a corresponsabilidad y conciliación de la vida laboral y familiar.

Teniendo en cuenta los datos de abril de 2020 y comparándolos con los datos del mismo mes del año anterior, se aprecia un descenso de 1,5% en las afiliaciones en la CAE, cifra que se sitúa en un descenso del 4,1% a nivel estatal.

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No obstante, el efecto de la crisis se aprecia de manera más visible cuando se analizan los datos de paro registrado y de contrataciones. En el primer caso, el paro ha aumentado en casi un 20% en la CAE, situándose en Gipuzkoa en un 23% si se compara con abril de 2019, mientras que a nivel español esta cifra ha aumentado en un 21%. El caso de las contrataciones es el más evidente, ya que se ha producido un descenso del 65% respecto al año anterior, pasando de más de 76.000 contrataciones en abril de 2019 a algo más de 26.000 contrataciones en 2020.

Todo lo anterior alerta de que el aumento de las tasas de desempleo, acompañado de una mayor incertidumbre del mercado laboral, podrían tener efectos en la inversión en la PRL. En este sentido, y frente a la posible “tentación” de considerar la prevención como un gasto, se considera imprescindible insistir más que nunca en que la PRL es, sin duda, una inversión que redunda en beneficio tanto de las personas trabajadoras como de las empresas. Teniendo en cuenta este riesgo, la nueva Estrategia destina bastantes esfuerzos a seguir sensibilizando al empresariado sobre la importancia de la PRL, y que ésta pueda visualizarse como un valor añadido más allá de los requisitos legales.

2.1.3. TENDENCIAS Y CAMBIOS

ESTRUCTURALES EN EL MERCADO

DE TRABAJO

Estamos viviendo una etapa de transición caracterizada por grandes y acelerados cambios tecnológicos, que dibujan un futuro incierto. En este sentido, las estructuras productivas y los mercados de trabajo se están recomponiendo a nivel global ante la introducción de nuevas formas de organización del trabajo y de la producción. La situación generada por la pandemia de la COVID 19 seguramente ha provocado que algunas de estas transformaciones se aceleren, como es el caso del teletrabajo o trabajo distancia. Trabajar desde el domicilio particular a través de herramientas telemáticas era uno de los escenarios de futuro que muchas personas expertas venían pronosticando desde hace años, pero que ahora se ha convertido en una realidad sobrevenida para millones de trabajadores y trabajadoras en todo el mundo, lo que ha dificultado una correcta y planificada adecuación a esta nueva realidad por parte de todos los actores sociales implicados. Este ejemplo del teletrabajo ha evidenciado que es más necesario que nunca prever los cambios que se están produciendo en el mundo productivo y anticiparse a ellos, más aún si se pretende que no afecten negativamente a la seguridad y la salud en el trabajo.

Otro de los procesos que ha experimentado un mayor crecimiento en las últimas décadas es el de la robotización. Los efectos del creciente uso de robots

en los procesos productivos sobre el trabajo y el empleo han sido y son objeto de incontables análisis que muchas veces apuntan a consecuencias contrapuestas. Por un lado, existe un instalado temor al determinista discurso del ‘desempleo tecnológico’ masivo que estaría provocando, en parte, porque numerosos trabajos que hoy son realizados por personas podrían ser desarrollados en un futuro cercano por robots u otro tipo de máquinas y tecnologías. Por otro lado, visiones más optimistas pronostican que aparecerán nuevas actividades económicas y empleos que todavía desconocemos. Más allá de la mejor o peor fundamentación de estas previsiones, existe cierto consenso en que este proceso generará grupos sociales ‘ganadores’ y ‘perdedores’, y en la necesidad de intervenir en los sistemas de formación para adaptar la fuerza laboral a estos cambios (Lahera Sánchez, 2019). En lo que respecta a la seguridad y la salud en el trabajo, la sustitución del trabajo humano por el de robots en determinadas tareas que resultan altamente peligrosas podría contribuir a la disminución de los accidentes, pero, al mismo tiempo, las características tecnológicas de los robots y la cohabitación con ellos introducen nuevos riesgos (UGT, 2016). Por ello, es necesario aplicar el principio general de precaución o cautela en el uso de robots, es decir, aunque la existencia de riesgos pueda ser incierta, es conveniente adoptar una visión protectora y preventiva (Mella Méndez, 2020). En todo caso, habrá que aplicar los principios de la acción preventiva y evaluar los riesgos para adoptar las decisiones y medidas pertinentes al respecto.

La digitalización de la economía y el uso cada vez más extendido de las TIC en casi todas las actividades económicas ha permitido la proliferación de numerosas empresas que ofrecen sus bienes y servicios a través de plataformas digitales (se empieza a hablar incluso de que caminamos hacia una Platform Economy). Estas plataformas, que suelen presentarse a sí mismas como intermediarias más que como empresas, modifican en múltiples aspectos las lógicas bajo las que se ha organizado el trabajo tradicionalmente. En ellas el tiempo y el lugar de trabajo se difuminan; ya no se necesita un espacio físico concreto como un centro de trabajo para desarrollar la actividad laboral, o bien ese espacio es el domicilio de la persona trabajadora; además, los horarios dejan de ser tan fijos o planificados y pasan a depender en gran medida del volumen de pedidos o tareas que la persona trabajadora reciba y acepte realizar a través de la plataforma. Los términos de la relación que se establece entre la plataforma, las personas que trabajan por medio de ella y las personas usuarias no son del todo claros. Existe un debate jurídico acerca de si se trata de trabajo asalariado desarrollado a través de nuevas tecnologías o si, por el contrario, son relaciones mercantiles entre dos o más personas autónomas mediadas por un dispositivo digital (Rodríguez Fernández, 2017). Esta discusión y su resolución tendrá consecuencias muy importantes a la hora de delimitar responsabilidades y de configurar el futuro de estas plataformas. Por otra parte, el trabajo desarrollado en plataformas digitales requiere en muchas ocasiones de respuestas súbitas y cambios continuos de horarios que pueden afectar negativamente a la salud, ya que acaban incrementando la carga mental y de trabajo. Mientras tanto, la normativa reguladora de la prevención de riesgos laborales no se ha podido adaptar a estas nuevas realidades, y esto, junto a la indefinición de responsabilidades en esta materia,

deja en una situación muy frágil a los trabajadores y las trabajadoras.

Otro aspecto que va a jugar un papel muy relevante en la organización de la producción y el trabajo en los próximos años es el de la inteligencia artificial y los algoritmos. Poco a poco se están instalando en algunas empresas sistemas de procesamiento de información y tratamiento de datos que permiten una gestión casi automatizada de los recursos humanos. Así, a través de wearables u otros dispositivos se recoge todo tipo información en tiempo real sobre la actividad de las personas trabajadoras (ritmo de trabajo, tiempo de conexión, evaluaciones de clientes, etc.) con la que después se puede automatizar, por ejemplo, un proceso de ascenso o despido. También se utilizan estas tecnologías para facilitar los procesos de selección de personal, rastreando y trazando perfiles digitales de las personas candidatas.

Se ha de hacer constar que, aunque la industria es uno de los sectores preponderantes en esta transformación, la transformación digital va a afectar a todos los sectores de actividad.

En cuanto a los efectos que esto puede tener sobre la seguridad y la salud laboral, preocupa sobre todo la observación constante y permanente de las personas trabajadoras, que podría generar diversos riesgos psicosociales. El uso de los algoritmos, no obstante, también puede contribuir a generar dispositivos que alerten instantáneamente ante un posible riesgo en el trabajo (Todolí Signes, 2019). Estas nuevas tecnologías deben integrar la perspectiva de género, ya que en la medida que son creadas por humanos, estos tienden a reproducir los mismos roles de la sociedad y, por tanto, se puede incidir en la desigualdad ya existente. Es fundamental tener en cuenta, además, que todos estos cambios e innovaciones tecnológicas no afectarán de igual manera ni a todos los territorios ni a toda la población. Las desigualdades sociales y territoriales que generarán estas transformaciones productivas se asentarán sobre brechas preexistentes, entre ellas la de género. Las mujeres, pese a que cuenta, como media, con una mejor cualificación que los hombres, tienen una presencia mucho menor en los sectores productivos y en los empleos relacionados con las TIC. Hoy en día existen ocupaciones tanto masculinizadas como feminizadas que en el medio plazo podrían automatizarse o informatizarse, por lo que el riesgo de perder el empleo en principio afecta de manera similar a hombres y mujeres.

No obstante, en el informe de “Determinación de los efectos de la automatización en los sectores económicos y las ocupaciones de la Comunidad de Madrid” (Comunidad de Madrid, 2018) se señala que, si bien en el conjunto de ocupaciones con mayores probabilidades de automatización (mayor del 70%) tan sólo el 29% de las mismas cuentan con una presencia mayoritaria de mujeres, éstas se encuentran sobrerrepresentadas y son mayoría en las ocupaciones señaladas con más riesgo de automatización y con mayor peso en el conjunto del empleo (9 de las 12 ocupaciones señaladas cuentan con una sobrerrepresentación o mayoría de mujeres), lo que revela una feminización del conjunto de personas con mayor riesgo de automatización. Del total de personas con mayor riesgo de ser sustituidas por efecto de la automatización en estas 12 ocupaciones, el 56,3% serían mujeres (lo que de nuevo apunta a una sobrerrepresentación, teniendo en cuenta que son el 48,3% del total de las personas ocupadas en la CM).

Como ya se ha comentado con anterioridad, los cambios demográficos en la sociedad van a suponer importantes cambios en el mercado de trabajo. Las proyecciones de población para 2030 indican un descenso del número de habitantes y de la población activa, con un importante aumento del porcentaje de personas trabajadoras mayores de 50 años.

Esto supone dos importantes temas a tener en cuenta. Una población más mayor que hará que las tareas de cuidados sean más frecuentes y necesarias. Estas tareas son ahora una de las actividades con dificultades para la gestión de la prevención. Es necesario enfocar y mejorar la organización de estas tareas.

Por otra parte, el alza de la edad media de las y los trabajadores implicará hacer un esfuerzo para la protección de la salud de las personas en los diferentes tramos de edad. Las personas trabajadoras de más edad pueden ir teniendo de manera paulatina algunas ventajas y algunas dificultades para el desempeño seguro de sus tareas.

Por su parte, hay que tener en cuenta también los cambios que la transformación climática (energía y descarbonización y economía circular) va a suponer para las empresas. Previsiblemente se dejarán de usar ciertas materias primas, para hacer uso de subproductos, materiales reciclados (con sus riesgos higiénicos inherentes) y se dejará de diseñar y producir de una forma para hacerlo de otra forma distinta (con distinto tipo de energía -más limpia-, con otro tipo de tecnología y de filosofía). Esto traerá consigo nuevos riesgos a los existentes y nuevas medidas en la salud y seguridad laboral. Por ello, la transformación digital y la neutralidad climática afectarán a todo el mundo (sector productivo en su conjunto y consumidores).

Por otro lado, se observa una tendencia preocupante, la creciente distancia en términos de condiciones de trabajo entre ocupaciones con elevadas cualificaciones y salarios, y ocupaciones donde existe más precariedad laboral, que se suele producir en sectores claramente feminizados.

Todo lo anterior supone que tanto la prevención de los riesgos laborales, como el análisis de la seguridad y la salud en el trabajo, deben estar en constante actualización, en la medida que se enfrentan a situaciones y contextos muy cambiantes, donde los riesgos y posibles enfermedades derivadas de estas nuevas situaciones deben ser estudiados para elaborar actuaciones preventivas.

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