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Leche tibia para relajarse

Carolina Muñoz Fuentes

Esta mañana me desperté más tranquila, no despertaba así desde hace mucho, ¿será que soñé con leche tibia? Siempre he escuchado que la leche tibia calma, hasta recuerdo lo decía mi abuela, “toma un vaso de leche al acostarte y dormirás mejor” o, tal vez, puede ser que mi subconsciente lo relacionó con su recuerdo y eso me haya hecho despertar con más serenidad. No lo sé.

Mientras me levanto, rápidamente tomo mi teléfono. Me intriga lo que significaba soñar con algo así. Sin poder abrir aún bien los ojos, no tardé en iniciar Google y buscar su significado. Las letras se ven más borrosas que de costumbre, no tengo mis lentes cerca, por lo que alejo el teléfono con mi brazo, así más lejos las letras vuelven a tener su perfecta nitidez, resignada pienso que no puedo ni siquiera despertar sin que mi propio cuerpo me recuerde que el tiempo pasa.

Me sorprendieron todas las alternativas que había sobre el significado de soñar con leche, por lo menos más de veinte, entre leche fría, caliente, fuera o dentro de un vaso, de un jarrón, derramada, como queso… Menos mal, mi sueño tenía de todos esos el mejor significado. Decía que debía relajarme y que en una de esas recibiría una herencia de alguien lejano del que yo no tuviera noción, ¿Sería algún familiar? Pensé enseguida la importancia de que claramente dijera “lejano”, por lo que asumo que sería alguien con el que no tuviera vínculos, porque en estos momentos no estoy para sufrir despidiendo a nadie que ame, menos en esta distancia cruel y obligatoria con que nos arremete esta pandemia. Sí, estoy de acuerdo con que debo relajarme más, esa sería la interpretación que calzaría más con mi sueño, porque con respecto a la herencia nadie lejano me dejaría sus millones, primero porque no tengo parientes lejanos conocidos y segundo

porque si existieran, no tendrían millones.

Repentinamente me bajó la nostalgia mezclada con pena, no he podido ir a mi país, a mi cuidad, no he podido ver a mi familia. Vivo lejos de ellos, soy inmigrante en tierras lejanas. Hasta este descalabro existencial tenía la suerte de siempre viajar seguido, pero ahora, por las restricciones mundiales causadas por la pandemia, ya he tenido que suspender tres posibilidades de viaje. ¿Cuántos más estarán como yo?, anhelando los aromas, la piel y sustento de esos abrazos familiares. El tiempo, aunque difícil, ha pasado rápido, increíblemente rápido, como si fuera un mal sueño y ya fuera hora de despertar, ¿Será que el encierro físico ha dejado al tiempo fugarse de la vida más rápido, sin poder ser detenido en estas paredes? Sinceramente creo que es mejor no darse cuenta de cómo ha pasado, es preferible ni pensar, menos ahora que tengo justo el espejo frente a mí, e inevitablemente me recuerda que tengo que teñir las mechas decoloradas que adornan mi cabello y relucen frente a él. Me da risa pensar en la palabra “decoloradas”, obviamente tiene mucho más glamour que usar la vulgar palabra canas, y pensando en “tiempo” creo que están apareciendo con más frecuencia que antes.

Me levanté rápido, mi marido ha hecho el desayuno, mis hijos ya casi empiezan el colegio online, pero antes que pudiera pensar en que mi atraso ya causaba que la mañana se me fuera de las manos, Benjamín se acerca a mí diciéndome; —Mami, no quiero crecer, quiero que todo se quede como ahora —Sin pensar sus palabras, ya que la mañana se me hacía abruptamente cuesta arriba, contesté con ternura— Y yo no quiero envejecer, pero Benja es algo que no podemos evitar.

Sin más, me puse a solucionar la lista de cosas que tenía ese día, ya se me escapan los minutos, como si se le salieran al reloj. Durante el transcurso de las horas no tuve tiempo para pensar en sus palabras, ni siquiera tuve la noción que tenía que pensarlas. Qué frecuente es eso, me refiero a seguir como máquina, haciendo rodar el engranaje perfecto entre todas las cosas

que van saliendo en el día. Seguir, solo seguir.

De repente en mi vista y oídos retumbaba la televisión con las acciones de alguien con un cargo importante sacándose la mascarilla y vulnerando la seguridad del coronavirus. Me sentí abrumada, después de tanto tiempo y esfuerzo para que la gente entienda que debe usar mascarilla, que debe aislarse si está enfermo. Ver alguien que no da el ejemplo, que no cuida a su gente, desilusiona, frustra y da rabia. ¿Cuántos más morirán por ese ejemplo? Ya sé de alguien relativamente joven que no usaba mascarilla porque quien admiraba no la usaba, cuando enfermó, a los pocos días tuvo tan poco oxígeno en su cerebro que le causó la muerte. Mientras procesaba eso, de la nada me dio pena. Pena por una persona que hubiese esperado estuviese cerca, pero que me falló el día en que “sus intereses fueron más importantes que sus valores” y pienso, ¿Cuántos aprendieron a conocer a quienes tenían al lado con este infortunio? La amistad se puso a prueba, son tiempos malos, son tiempos de los que se quedaron a tu lado. Es tiempo de chat con amigos que leyeron tus penas, tus miedos y ahí siguen fuertes como estatuas que trascienden el tiempo, cálidos como una chimenea en tiempos de invierno. Asimilo la idea de los que no estuvieron presentes, con la actitud que recién había visto en televisión, agacho la cabeza, quedo en blanco. Sí, tengo la habilidad de quedar en blanco muy fácilmente, y de salir de ese trance rápido, al igual de como entré. Luego recuerdo que el reloj no para y sigo. No hay tiempo para ponerme a solucionar nada ahora.

Siento ya el recreo online, mis hijos ríen y yo río de sus bromas, alegan y yo alego porque alegan, comen algo rápido para volver a sus clases virtuales, y yo me termino comiendo lo que quedó en sus platos. No hay tiempo para procesar muchas emociones.

Miro a un rincón y veo a Sam, mi perro, un adolecente Golden Retriver, el cual me mira como comprendiendo mis alborotados pensamientos, expresando con sus ojitos que hoy también le basta solo con vernos en el

ajetreo diario y no ir a jugar. Él también ha llevado bien esta cuarentena, se siente seguro, amado y se ha adaptado a más horas dentro de la casa, aunque como a muchos nos ha pasado, ha subido de peso. Ya habrá tiempo para volver a estar en forma.

Es curioso, pero la mayoría de las personas se aburre en la cuarentena, yo de pasar mucho tiempo sola, pasé al colapso; colapso feliz eso sí, cuatro niños en clases online y un marido que antes viajaba todas las semanas por Latinoamérica, desde hace meses está en la casa con teletrabajo. Antes de la cuarentena muchos pensaban que un amor a la distancia era complejo, ahora en cuarentena un amor en confinamiento parece tan complejo como a la distancia. A varias parejas que conozco se les ha hecho “cuesta arriba” la convivencia. El espacio de cada cual se ha visto ocupado o invadido con problemas que antes no se enfrentaban, ya sea por el rápido correr de las horas, o porque en el escaso tiempo libre no se quería conversar, para no pelear. Asociado a eso, el ruido de las redes sociales nos robaba los posibles momentos de tranquilidad y cada uno se volvía individualista con su propio mundo virtual. Las fotos de otros, los panoramas de otros, parecían distraernos más que lo que teníamos al lado. También la rutina para muchos había convertido la cama como un lugar solo de descanso, no había tiempo para amar. No había minutos para continuar conociéndose, no había segundos para hablar mientras la vida nos hacía envejecer. Ahora, que las horas sobran, los problemas buscan la cama como un coliseo, en donde las cosas pendientes parecen salir a la batalla y donde el desconocimiento del otro parece dejar a varios ya sin armaduras, incómodos, desadaptados. Suspiro, recuerdo, vuelvo a suspirar. Razono. Los primeros días fueron más complejos, encontrar el ajuste perfecto para que el engranaje de nuestros días funcionara, costó, pero hoy siento que lo logramos y, a pesar de que alego porque dejé de tener mi espacio, ya no sé cómo lo haré cuando vuelvan a sus rutinas, pero de seguro encontraré una nueva adaptación. Somos animales de costumbres, dicen, o esta pandemia nos cambió la forma de amar, digo yo. Nos puso frente a frente con el otro. Ahora el amor podrá empezar con mascarilla, pero los ojos siempre serán

el reflejo del alma. Ya no importan las armaduras, tuvimos tiempo para dejarlas guardadas y sentirnos libres a pesar del encierro. La cama para muchos volvió a ser un lugar de amor.

De repente recuerdo lo que me dijo Benjamín esta mañana: “No quiero crecer, quiero que todo se quede igual que ahora”, pensando que estamos confinados, y que todos los niños extrañan a sus amigos, él quiere que todo se quede igual a hoy, aquí, todos en casa, con esta convivencia no perfecta, pero llena de nosotros mismos, con sus dos papás cerca, seguros, con su mundo seguro. Luego pienso que tal vez es miedo a la muerte, esa ha sido una palabra demasiado usada el último tiempo para los oídos de un niño, en realidad para los oídos de todos. Quizá le teme a estar en un país lejano, o que nos pase algo y estar solos. Sí, posiblemente sus palabras se referían a una indirecta forma de decir “No quiero que les pase nada, no quiero que mueran como todos los que han muerto, quiero que estemos seguros, así como estamos”.

Ya es hora de comer y acostar a los niños. El tiempo pasó volando, veremos mañana cómo hablaré con Benjamín. Creo que un vaso de leche tibia para él y para mí, nos relajaría antes de dormir.

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