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Servir a Dios al servir a la humanidad
Mientras leía, me encontré con la siguiente declaración, que realmente me llamó la atención: «Con avidez casi impaciente, los ángeles aguardan nuestra cooperación; porque el hombre debe ser el medio de comunicación con el hombre. Y cuando nos entregamos a Cristo en una consagración de todo el corazón, los ángeles se regocijan de poder hablar por nuestras voces para revelar el amor de Dios» (El deseado de todas las gentes, p. 264).
Servir a Dios
al servir a la humanidad
Por Ricardo Graham
Aquí está otra cita: «Debemos ser colaboradores de Dios; pues él no terminará su obra sin los instrumentos humanos» (The Review and Herald, 1 de marzo de 1887).
Creo que esas dos citas nos hablan del servicio: el servicio cristiano, para ser más precisos.
Jesús lo dijo así: «Aquel de ustedes que quiera ser el primero, será su esclavo. Imiten al Hijo del Hombre, que no vino para ser servido, sino para servir y para dar su vida en rescate por muchos» (Mateo 20:27-28, RVC).
Jesús nos pidió que sirviésemos a los pobres y necesitados. Sin duda, no podemos duplicar lo que logró en su corta y llena de poder estancia terrenal. Sin embargo, el principio del servicio desinteresado como siervo o esclavo (la palabra griega original en el Nuevo Testamento se traduce mejor como esclavo, aunque muchos traductores han modificado el impacto mediante el uso de la palabra siervo que es más apetecible) brilla a través
de los siglos hasta nuestro tiempo moderno.
Jesús fue claro. La base del cristianismo no se refleja simplemente en citar la doctrina correctamente, aunque eso es importante. Debemos hablar y caminar. La importancia de usar «correctamente la palabra de verdad» (2 Timoteo 2:15) no debe ser minimizada. Pero conocer la verdad y hacerla están conectados, como si una puerta estuviese conectada a la jamba. Debe haber una consistencia unificadora entre lo que promuevo y lo que demuestro en mi vida diaria.
El cristianismo debe funcionar como Jesús tenía en mente. He aquí otra poderosa declaración, en relación con la parábola de las ovejas y las cabras: «Así presentó Cristo a sus discípulos, en el monte de las Olivas, la escena del gran día de juicio. Explicó que su decisión girará en derredor de un punto. Cuando las naciones estén reunidas delante de él, habrá tan solo dos clases; y su destino eterno quedará determinado por lo que hayan hecho o dejado de hacer por él en la persona de los pobres y dolientes» (El deseado de todas las gentes, p. 592).
Admito que aún no he llegado a esa medida. Todos somos un trabajo en progreso. Ciertamente, algunos pueden ser rápidos para señalar su trabajo para la iglesia en varios niveles en la denominación Adventista. Pero esta cita de la señora White especifica trabajar para Jesús «en la persona de los pobres y dolientes». Los que muchos de nosotros tratamos de ignorar. Los que ignoramos cuando conducimos o pasamos en nuestro camino a... cualquier parte.
La sociedad no parece honrar a esas personas, que son creadas a la imagen de Dios, que reciben la capacidad de respirar de la mano del Creador, pero que, por cualquier razón, sufren privaciones. Ellos son los que no votaron en este año electoral porque no tienen hogar y no tienen dirección para usar en el registro de electores. No son el foco de ninguna organización de sondeo, porque se considera que no cuentan. Durante este largo período de trauma económico inducido por la pandemia, sus filas aumentan.
Oh sí, recordamos los pocos billetes de dólares que podemos haber dejado en una taza mientras caminamos al lado de la persona apiñada en la esquina. Tal vez incluso hemos traído alguna comida o regalado un poco de agua embotellada a alguien en un parque o en una acera en un caluroso día de verano.
Un estudio que leí tal vez hace 30 años indicó que el 80% de los recursos de la iglesia (dinero y trabajo) se utilizan dentro de la congregación, con solo el 20% utilizado fuera de la congregación o el edificio de la iglesia. Me pregunto qué mostrarían las cifras actualizadas.
Si mido mis propios escasos esfuerzos en este sentido, me quedo demasiado corto. Cualquier excusa que pueda dar no me pone en una categoría envidiable. No señalo con los dedos a nadie; todos mis dedos señalan al hombre en el espejo, mirándome fijamente.
Recuerdo haber conocido a una ex compañera de clase de Marcea Weir, mi cuñada, en la Golden Gate Academy. Esa joven, a quien no nombraré, había trabajado con la madre Teresa en la India. La madre Teresa, fallecida en 1997, fue una monja católica que dedicó su vida al cuidado de los enfermos y los pobres en los barrios bajos de Calcuta. La amiga de Marcea nos dijo que después de su servicio entre los más pobres de los pobres —no recuerdo cuánto tiempo trabajó allí— informó a la Madre Teresa que regresaba a
los Estados Unidos. La respuesta de la Madre Teresa fue: «Si amas a Jesús, te quedarás». ¡Auch!
Verdaderamente, hay innumerables oportunidades de servir todos los días. Los padres sirven a sus hijos proveyendo a sus necesidades y señalándoles a Jesús con palabras y actos. Servimos a nuestras comunidades y a nuestros vecinos de maneras pequeñas y grandes: siendo amigables, manteniendo nuestros jardines y hogares ordenados y en buena reparación, y donando artículos a los centros de Servicios a la Comunidad u otras agencias. Servimos al asistir a los servicios de la iglesia, enviar a nuestros hijos a nuestras escuelas de iglesia y participar en comités —que parecierann proliferar sin fin—. Servimos dando para que otros en este mundo puedan beneficiarse.
Si bien podemos hacer todas estas cosas y más, la pregunta sigue siendo: ¿qué hemos hecho para ayudar a los pobres y los dolientes? Incluso en esta pandemia COVID-19, todavía podemos servir. Podrá exigir más creatividad, pero bajo la guía del Espíritu Santo, la única limitación es nuestra imaginación.
Jesús dijo a sus discípulos de antaño: «Porque ustedes siempre tendrán a los pobres, pero a mí no siempre me tendrán» (Mateo 26:11, RVC). Como siempre, dijo la verdad. También recordamos lo que Jesús dijo en la parábola de las ovejas y las cabras: «El Rey les responderá: “De cierto les digo que todo lo que hicieron por uno de mis hermanos más pequeños, por mí lo hicieron”» (Mateo 25:40, RVC).
Jesús reconoce y recibe nuestro servicio a los pobres y necesitados como servicio a sí mismo. Eso puede significar que necesitamos desarrollar una nueva forma de «ver» a las personas, especialmente a los pobres y necesitados. En lugar de ver su desaliñada apariencia externa, necesitamos desarrollar los «ojos de Jesús» y mirar más allá de lo externo para ver a un hermano o hermana en nuestra humanidad, de hecho, imaginar que esa persona es Jesús.
El llamado a servir nunca terminará. Pero el resultado de servir a Cristo en la persona de los pobres y necesitados recibe estas palabras del Maestro: «Entonces dirá el Rey a los que estén a su derecha: “Vengan ustedes, a quienes mi Padre ha bendecido; reciban su herencia, el reino preparado para ustedes desde la creación del mundo”» (Mateo 25:34, NVI).
Todos queremos estar en el grupo que escucha esas palabras, ¿no?
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Ricardo Graham es el presidente de la Pacific Union Conference.