Nº 6 / Año 1/ 2012
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Editorial ¡Bienvenidos al sexto número de la revista literaria Palabras! Inauguramos un nuevo ciclo en nuestra joven revista, y nos alegra saber que seguimos contando con colaboradores «antiguos» y que nuevos autores se acercan a nuestra humilde casa. Encontrarán este número considerablemente diferente a ediciones pasadas. No sólo la cantidad de los textos es bastante menor a la de otras ocasiones, sino que además buena parte de los colaboradores parecen haberse confabulado para enviar relatos cortos. Eso sí, lo que podemos asegurarles es que la calidad del primero al último es amplia y de mucho gusto. Esperamos que disfruten de la lectura. Y, como nos volveremos a encontrar el próximo año, queremos desear a lectores, colaboradores y amigos en general unas muy felices Fiestas, y que el 2013 venga cargado de éxito, alegrías y muchas buenas letras.
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Índice Para siempre… Segunda parte, por Patricia Olivera…………………………………………………. ..Pag. 5 Por si mañana no estoy. Capítulo 3, por Susan Valecillo……………………………………………..Pag. 7 Apretujados, por Selin……………………………………………………………………………………………..Pag. 10 El Robot y el Extraterrestre, por José Antonio Castaño Sánchez………………………………….Pag. 12 Amor eterno, por Elizabeth Bowman…………………………………………………………………………Pag. 14 Salón de té, por Eugenia Sánchez………………………………………………………………………………Pag. 16 Casi a las diez de la noche, a medianoche, al amanecer, por A la deriva………………………..Pag. 19
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Para Siempre…
2ª Parte
Por Patricia Olivera.
Eran las dos de la madrugada cuando David llegó a la casa, al parecer en no muy buen estado puesto que le llevó unos minutos acertar la llave en la cerradura, otro tanto le llevó volver a cerrar cuando ya estaba dentro. Cuando apareció a la entrada del living llevaba el saco del traje colgado al hombro y la corbata floja sobre la camisa que ya tenía entre abierta. Se sobresaltó cuando la vio, tenía la mirada un poco perdida; ella lo miró de reojo. ―Hola ―la saludo él, intentando verse lo más normal que podía. No era bueno que su cuñada lo viera así, quizá mañana le fuera con el cuento a su mujer. Se tomó del pasamano de la escalera para subir al dormitorio y tropezó cayendo sobre los escalones. Érica se levantó corriendo y se acercó a auxiliarlo. ―No te…preocupes…estoy…bien ―apenas balbució, arrastrando las palabras y negándose a ser asistido, pero volvió a tropezar. Haciendo caso omiso a lo que David le decía pasó uno de los brazos de éste sobre sus hombros y lo tomó de la cintura para ayudarlo a subir, de lo contrario podía pasar toda la noche intentando llegar a la cama. Mientras subían con paso torpe notó la diferencia de estatura que tenían, prácticamente podría servirle de bastón; también le llegó el aroma de la colonia de hombre que usaba y que ella conocía muy bien, pues la mayoría de las veces había acompañado a su hermana cuando la compraba. No pudo evitar sentir su calor a través de ese abrazo forzado por las circunstancias. Cerró los ojos y respiró hondo, le daban ganas de llorar cada vez que recordaba el día que lo conoció, al mismo tiempo que su hermana. Se llevaban apenas cinco años de diferencia, pero ella siempre pareció físicamente más joven de lo que era y eso le jugó en contra a pesar de que tenía dieciocho años; sin embargo, su hermana Eva tuvo más suerte para atrapar su atención ya que eran casi de la misma edad y al instante lo acaparó para ella sola. Al principio todo empezó como un juego, no le dio mayor importancia al flirteo que ambos habían iniciado, pero con el paso del tiempo la relación comenzó a tornarse seria y ella al fin perdió la esperanza cuando se casaron un año después. A pesar de que habían pasado diez años aun no podía olvidar ese fracaso que afectó su corazón, pues él la había impresionado desde el primer momento; fue amor a primera vista aunque ni él ni su hermana jamás se enteraron.
Al fin llegaron al dormitorio. Al intentar dejarlo sobre la cama ambos cayeron y él quedó sobre ella. Su corazón dio un vuelco y se aceleró cuando lo vio tan cerca mirándola a los ojos, al tiempo que sentía el peso y la tibieza de su cuerpo. ―Que linda eres ―le susurró, acariciándole la mejilla. Su aliento no olía demasiado a alcohol, contrariamente al estado en el que se hallaba. Su cuñado no estaba acostumbrado a tomar de modo que un par de cervezas lo podía dejar muy mareado. La cercanía de sus cuerpos la estaba haciendo perder la perspectiva del asunto, trató de volver a la realidad e intentó quitárselo de encima para dejarlo dormido y marcharse de allí. 5
―Anda David, será mejor que te duermas y te quites ese mareo que llevas encima. Además yo tengo que estudiar y cuidar a los chicos ―le pidió, sin cejar en su intento de apartarlo. Él no le facilitaba las cosas, por el contrario, la miraba con ternura y le sonreía sin dejar de tironear sus bucles castaños. ―Estas hecha una mujer muy hermosa. Recuerdo aquella chiquilla que eras cuando conocí a tu hermana ―le dijo, apretándose más contra ella. ―David, por favor ―apenas pudo burlarse, el peso de su cuerpo la turbaba―. Además, yo no era ninguna chiquilla, así quisiste verme tú… ―se quejó y al instante se arrepintió de haberlo hecho. ―Pareces enojada conmigo ―. Le acarició el rostro mientras le hablaba y se acercaba más a su boca. ―Por favor David, los niños…―. Intentó por todos los medios escapar de él y de esas sensaciones que le hormigueaban en el cuerpo. ―No entiendo por qué nunca nos presentas a ningún novio ―continúo, sorprendido, como si recién ahora la viera. Ella desvió la mirada y abandonó el intento de apartarlo. Él la obligó a mirarlo y vio sus ojos húmedos, la miró confundido y de inmediato comprendió.
Continuará…
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Por si mañana no estoy Por Susan Valecillo Capítulo 3
Well I’ve been everything I wanna be, So no tears, No tears, No tears for me… J.B.1
El corpulento pelirrojo se apresuró hasta llegar a la cama de Alec sin darse cuenta de que Viviana estaba sentada en el sillón. Su cuerpo estaba hecho un manojo de nervios, y se paralizó completamente al ver a su hermano menor tendido en esa cama, pálido y carente de cualquier emoción en su rostro que no fuera la de una profunda paz, como si estuviera durmiendo, y la lenta respiración y el desganado sube y baja de su pecho era todo lo que se percibía con movimiento proveniente de él. —Yo los dejaré solos —dijo Viviana sintiéndose incómoda, haciendo que Nate se sobresaltara al notar su presencia y luego la mirara de forma acusadora. —A ver… Tú no te vas de aquí hasta que me expliques todo —la amenazó empezando a acorralarla. Algo tenía que ver Viviana con el accidente de Alec, de eso estaba más seguro que de su propia inteligencia. A Viviana se le heló la sangre. ¿Qué iba a decirle a Nate? Si ella ni siquiera sabía con exactitud que había sucedido… Bueno, si recordaba lo de la fiesta y su discusión con Alec, pero nunca entendió la reacción de su mejor amigo en ese momento y si, estaba más claro que el agua que ella era culpable del accidente. De no haberse enojado Alec con ella, nada hubiese ocurrido. Y eso era una de las cosas que la mataban por dentro ya que, hubiera preferido mil y un veces que algo así le hubiera ocurrido a ella antes que a Alec. —Pues… —Viviana estaba nerviosa, no confiaba en las reacciones drásticas de Nate, pero tenía que contarle aunque fuera solo una parte de la historia—. Veras, nosotros estábamos en la fiesta de fin de semestre de la universidad… Nos peleamos y él se fue cabreado de ahí, y eso fue lo último que supe hasta que tu mamá me contó esta mañana lo del accidente, eso es todo lo que yo sé. Nate golpeó con fuerza la pared. Esa chica iba a acabar con su hermano de todas las formas habidas y por haber. No quiso saber porque habían peleado, en ese instante no quería enrollarse en los problemas de su hermano y su amiguita, los problemas que siempre evitaba porque…
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Bueno, he sido como siempre quería, / Así que no hay lágrimas, / No hay lágrimas, / No hay lágrimas para mí – James Blunt “No Tears” 7
—Vale, Nate, voy a la sala de espera. Te daré tiempo —dijo Viviana cansada, saliendo del acorralamiento del pelirrojo. Arrastró los pies hasta la salida y casi como un zombie se dirigió a la primera sala de espera que encontró. No había sido una larga conversación pero si había hecho estragos en ella porque, bueno, ya no encontraba formas de expresar su dolor. La incertidumbre pasó a invadir la cabeza de Viviana, si era bien cierto que era la única culpable en esa situación pero ahora que recordaba, Alec no tenía motivos de haberse enojado en esa fiesta la noche pasada… Podía recordar que la música estaba muy alta, que sus compañeros de universidad habían empezado a tomar e incluso ella había cogido vodka. Ambos habían quedado en que irían juntos, pero a último momento un chico de la facultad de derecho bastante guapo la había invitado a ir con él y ella había aceptado encantada. Le había enviado un mensaje de texto a Alec pero aparentemente no le había llegado porque no recibió el mensaje de entrega que solía llegar por el servicio de su compañía telefónica, entonces intentó llamarlo pero le caía la contestadora. Después de llamarle varias veces y dejarle la contestadora llena de mensajes de voz se había rendido y se había ido a la fiesta. Todo en esa casa estaba prendido —no literalmente—, había mucha gente bailando y nadando en la piscina, y otras haciendo cosas que no iba a mencionar. Era una fiesta totalmente descontrolada pero aun así se la estaba pasando bien, bueno, bien era quedarse corta, había hecho bien al aceptar la invitación de ese otro chico que estaba de los mil demonios y la trataba de maravilla. Y fue en una de esas sesiones de coqueteos intensas que tenía con el chico de derechos, que entre tantas personas, no había visto cuando Alec había llegado ni cuando se acercaba a ellos. No lo había notado hasta que se encontró con esos ojos verdes desbordando furia, pura y total furia. Viviana se había alejado del chico para acercase a Alec y preguntarle que le pasaba. Entonces su conversación se reprodujo tal cual en su cabeza: —¿Qué pasa? —preguntó Viviana empezando a preocuparse. —¡Fui a tu apartamento a buscarte! —respondió mordazmente Alec—, pero claro, ya veo porque no te encontré… Prácticamente escupía las palabras y sus mejillas estaban rojas del enojo, su respiración era casi inaudible y tenía los puños fuertemente apretados a su costado. —¡Pero yo te llamé! ¡Y te envié mensajes de texto! —se defendió ella sin comprender la actitud de su mejor amigo. —¿A qué teléfono, Aarian? —preguntó. Ahora sí, la había llamado por su primer nombre… El que ella odiaba y el que él utilizaba cuando quería matarla—. ¡¿Al teléfono que tú misma tiraste a la bañera hace dos días?! —gritó exasperado, pero el tono de su voz fue opacado cuando le subieron volumen a la música justo en el momento en él que hablaba. —¡Mierda! —murmuró Viviana, lo había olvidado completamente. —Claro… Pero con lo despistada que eres lo olvidaste y vienes y me das el plantón tan feamente —siguió reclamando—. Yo creía que vendríamos juntos pero no, porque tu te vas con cualquier chico que se te pase por el frente y yo teniendo tantas chicas que matarían por salir conmigo, voy de estúpido y quedo contigo… Esa fue la gota que colmó el vaso. Lo que hizo que Viviana también se molestara. Sin contar que el alcohol empezaba a jugar con sus sentidos. —¡Pero qué estúpido serás, Alec! ¡Yo no soy una regalada para irme con todos por ahí! —le gritó en respuesta—. Y pues si tienes a muchas chicas… ¿Por qué no te vas con ellas y dejas de fastidiarme la noche, Señorito Presumido? El mar de sensaciones que pasaron por los ojos de Alec a velocidad relámpago la dejó plantada al piso; enojo, dolor, resentimiento, más enojo, más resentimiento y, tristeza, una gran tristeza. Alec se dio la vuelta, tomando una botella de licor a su paso y pudo ver como azotaba la puerta de entrada, de haber estado cerca hubiera escuchado el sonido. 8
Las palabras de su amigo la habían herido, ¿creía el que era una cualquiera? Y Viviana se encontró pensando en que le importaba mucho que lo que Alec pensaba… No le había dolido que se lo dijera, si no que lo pensara. Y eso había sido todo. Una discusión de ocho minutos que la había conducido posteriormente a emborracharse y a él a un trágico accidente. Ella entendía que se hubiera enojado, pero, ¿a qué iba todo lo demás? —¿Por qué tienes que ser tan complicado? —murmuró y en eso observó la libreta de nuevo—, muy, muy complicado eres, Alec. Miró el reloj en su muñeca, ya era pasado el mediodía e indudablemente todo había sucedido muy rápido… ¿Y quién podía haberse imaginado eso? Aunque los accidentes eran las cosas inesperadas que sucedían. Viviana distraída empezó a golpear el suelo rápidamente con el talón de sus zapatillas, no sabía con certeza cuánto tiempo había durado haciendo eso hasta que una gigante mano se posó en su hombro. Levantó la vista y rápido dio con los ojos color ámbar de Nate. Él era muy parecido a Alec, sus facciones eran las mismas y lo único que cambiaba era el color de ojos y cabello, y que Nate parecía un gorila con ese cuerpazo extremadamente brutal que se gastaba. —¿Uhm? —preguntó Viviana, al parecer Nate le había dicho algo que no alcanzó a escuchar. —Que tengo que ir por papá al aeropuerto y mi mamá aún anda dando carreras con los doctores. ¿Puedes regresar a la habitación? —repitió él con una mirada vacía, sin ninguna expresión en su cara. —Si, claro —se apresuró a contestar Viviana empezando a levantarse. —Bien. Nate se volteó y salió de la sala, Viviana lo siguió pero se desvió en el pasillo en dirección a la habitación de Alec. Caminó lo poco que había recorrido anteriormente y llegó hasta la habitación. Ya dentro arrastró el sofá azul hasta la cama, dejándolo así junto a Alec. Lo menos que podía hacer era velar por él todo el tiempo y a toda hora hasta que despertara, porque estaba realmente segura de que despertaría de ese letargo en el que estaba sumergido. Abrió la libreta nuevamente al sentarse en el sofá, con una mano sostenía la fría de Alec y con la otra sostenía el objeto para que no se cayera recostándolo en sus piernas. Quizás en ese cuaderno encontraría muchas cosas… O entendería muchas cosas, o al menos eso quería, o solo lo que quería en ese momento era una distracción. —¿Ahora adónde me llevaras, Alec? —murmuró buscando la página en la que se había quedado. Continúa leyendo Por si mañana no estoy en: http://secretosysentimientos.blogspot.com
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Apretujados Por Selin
Ya había recibido la misma propuesta el año anterior y mi ánimo se encogió al leer el mensaje electrónico de José, donde me proponía que participase de nuevo en el experimento de medición de la circunferencia de la Tierra. Se trataba de repetir el experimento de Eratóstenes, para lo cual un grupo de personas, situadas en diferentes lugares, pero que coincidían aproximadamente con el mismo meridiano, medirían la sombra que produciría el Sol hacia el mediodía del solsticio de verano, guardando como dato preciso el de menor longitud, pues ese marcaría el paso por el cenit. Aún me acordaba del fiasco del año anterior y la verdad es que no me hacía demasiada gracia ser el hazmerreír de nuevo. ¿Pero qué fue lo que pasó? Intenté hacer la medición de la longitud de la sombra de una vara en un lugar adecuadamente soleado, libre de interferencias, y totalmente horizontal. ¡Qué chasco con los resultados! No se privaron de preguntarme si había dormido bien esa noche, ni si todavía me duraba la resaca al mediodía. Según la comparación con mis resultados, la Tierra había menguado, como si se hubiese encogido. Como era de suponer, todos los demás dieron unas cifras bastante más correctas, que proporcionaban unos resultados muy próximos, casi idénticos a lo que se esperaba. Todos excepto yo y no me podía explicar lo que podría haber ocurrido, pues había seguido las instrucciones con esmero Pasado el primer momento de agobio, pensé que ésta también podía ser una buena oportunidad para recuperar mi autoestima, así que finalmente accedí a participar en el experimento, esta vez con la firme intención de asegurarme en todos y cada uno de los pasos del experimento. Transcurrieron unos pocos días y por fin llegó la fecha señalada. Para la prueba y para mí mismo también. Tal vez pecase de meticuloso, pero antes había medido la vara una docena de veces, incluso con dos cintas métricas diferentes, nuevas por si acaso ese había sido el problema en la anterior ocasión. Bajé con algo de tiempo a la plaza, suficientemente tranquila a esa hora por el calor, me aseguré de que no había nubes que provocasen ninguna interferencia en la sombra, me llegué hasta una zona que permanecería soleada mientras durase el experimento y preparé los instrumentos. Consulté el reloj y cuando llegó el momento medí la sombra formada por la vara, colocada verticalmente con la ayuda de un nivel, sobre el suelo de la plaza. Coloqué varias veces la cinta métrica durante unos minutos y las fui apuntando en el cuaderno que llevaba conmigo, mientras comprobaba que la serie de mediciones marcaba un mínimo para luego aumentar de nuevo. Subí de nuevo a casa y me dispuse a enviar las cifras obtenidas. Me había vuelto el desasosiego y tuve que superar el reparo que sentía en mi interior, ya que por un momento había pensado decir en mi mensaje que no había podido tomar las medidas por que el cielo había estado nublado. Finalmente escribí las cifras y envié el mensaje. Luego me quedé allí, no sé por cuanto tiempo, con miedo a la respuesta que pudiese recibir. Agotado por la espera me levanté, pensando en que tendrían que hacer los cálculos y que eso les llevaría algo de tiempo. 10
La respuesta llegó entrada ya la noche, perdida la paciencia y mis nervios a punto de estallar. Abrí el mensaje y ya con las primeras palabras que leí se me cayó el alma a los pies. ¡Aún había ido peor que la primera vez! Según mis cifras, la Tierra era algo más pequeña que un año atrás. Eso tenía que ser imposible, me dije, había comprobado todo varias veces. Incluso medí de nuevo la vara, que mantenía la misma longitud de unas horas antes y además comprobé en el suelo que era totalmente recta, que no se había curvado, por poco que fuese. Pasé la noche en duermevela, incapaz de relajarme, dando vueltas una y otra vez al desaguisado. En ningún momento llegue a encontrar una solución al problema, ni después de que hubiese repasado repetidamente todo lo que había hecho. Casi de amanecida se me ocurrió algo extraño. Me levanté y de inmediato le envié un mensaje a José, preguntándole si el resto de los participantes sabían de antemano lo que debía medir la sombra. La respuesta me llegó a media mañana, confirmando mi sospecha. Sí, habían hecho los cálculos previos y ya sabían entes de empezar la cifra que debían obtener; el experimento simplemente confirmaba sus resultados previos. En mi caso, para recrear fielmente el experimento, había prescindido de cualquier cálculo, así que desconocía totalmente cual debía ser el resultado. Enseguida le respondí y le propuse que volviese de nuevo a repetir el experimento, aunque hubiese pasado un día, y que comprobase si la cifra era casi la misma o resultaba otra totalmente diferente. Hoy no habría nadie más haciendo la prueba y eso me pareció un detalle que podía ser determinante. Así lo hizo y poco después me escribió diciéndome que el resultado actual no se parecía en nada al del día anterior. Se le notaba preocupado, pues como a mí, también se le escapaba el significado profundo de aquella circunstancia. Nunca se me habría ocurrido comparar nuestro planeta con una especie de pelota elástica, pero ya no estaba totalmente seguro. ¿Estaba menguando la Tierra? Pero sólo el planeta, ya que nosotros seguíamos igual y por eso observábamos la diferencia. Era algo que chocaba totalmente con todo lo que nos habían enseñado, pero pronto comprendimos que era algo que estaba ocurriendo, aunque no supiésemos ni el cómo ni el porqué. Al menos, vistos los resultados y si estos siguen al mismo ritmo, aún pasarán unos cuantos años antes de que comencemos a sentirnos apretujados, pero llegará un momento en que ya no cabremos todos y entonces..., ¿qué pasará entonces?
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El Robot y el Extraterrestre Por José Antonio Castaño Sánchez
Corría el año 2.045 de la Nueva Era, nombre con la que se denominaba a la etapa tras la Tercera Guerra Mundial ocurrida en el año 2.013 y que se prolongó en el tiempo durante siete largos años, pero cuyos efectos devastadores duraron más de lo deseable. Durante largo tiempo los libros de historia habían emborronado sus páginas contando que el detonante de esta guerra había sido el ataque terrorista cruel y despiadado por la entonces organización delictiva-religiosa denominada «Al Qaeda», el día de la inauguración de los Juegos Olímpicos de verano del año 2012 celebrados en la ciudad de Londres, donde fallecieron miles de inocentes, a la sazón los únicos Juegos que tuvieron que ser suspendidos por tan grave acontecimiento. Los países occidentales se unieron en frente común en contra del que denominaron «el maligno árabe»; fue una lucha sin tregua ni cuartel de Occidente contra Oriente. Afortunadamente, con el tiempo se supo la verdad pero nada pudo hacerse para remediarlo; ciertos países y sus conciudadanos de grandes fortunas, personajes que sin lugar a dudas movían los hilos político-financieros de los gobiernos, ante la necesidad de vender los excedentes de material armamentístico y la escasez del que por esas fechas era el hacedor de la energía y responsable final de la civilización tal y como era conocida, el petróleo, confabularon un plan maléfico organizando un golpe terrorista, echando la culpa de lo sucedido a una facción extremista árabe para la consecución de sus fines horrendos. Y a prueba, macabra por otra parte, que lo consiguieron. En el 2.045, una vez se hubieron calmado definitivamente las aguas de la batalla, el planeta se distribuyó y organizó políticamente en dos grandes estados, América y Europa, a los que se les llamó coloquialmente «el primer mundo». El resto, los indeseables perdedores de la guerra, se hacinaban en territorios baldíos, desiertos y estériles como sus pobres cuerpos, pereciendo finalmente fruto del hambre, la sed y la desesperación más absoluta, sin que nada ni nadie tuviera posibilidad de modificar este aciago destino. La sociedad se había vuelto individualista e insolidaria, los valores antaño imprescindibles para el ser humano como la moralidad, el honor, la conciencia colectiva o el bien común, se habían esfumado por el desagüe de la incomprensión como las ilusiones de un planeta nuevo y mejor. Al que poseía la enorme fortuna de nacer en ese «primer mundo» no le faltaba ni comida ni agua, sus necesidades básicas estaban plenamente cubiertas y vivía con todas las comodidades imaginables. Una familia media y estándar la conformaban la pareja (del sexo que fuese), un hijo o hija fruto del deseo carnal y de la ingeniería genética mas no del amor, y al menos un robot con forma humana que les ayudaba en las tareas del hogar y enseñaba, con la mayor de las sonrisas que su rostro sintético fuese capaz de ofrecer, las materias básicas como matemáticas, física, literatura, etc…, para 12
poder manejarse en la vida a los pequeños o grandes de la casa, siempre y cuando tuviera instalado en su memoria el módulo de software correspondiente. Ésta es la historia de un robot especial con número de identificación C3PO-NUEVA GENERACIÓN-000125798, que en su familia, John, Julia y su hijo Francesc llamaban cariñosamente y para abreviar «Halo». Halo, un robot humanoide de nueva generación extremadamente perfecto, era como todos los robots fabricados de su serie salvo por un defecto en sus circuitos que lo hacía único. Este robot, que había sido diseñado para aprender de todo lo que le rodeara y tomar decisiones por sí mismo, comenzó a plantearse cuestiones diversas que estaban vedadas al resto, empezó a tomar conciencia de sí mismo como un yo personal diferenciado del resto, haciéndose preguntas del tipo ¿quién o qué soy yo?, ¿por qué me han creado?, ¿podré ser algún día humano?, ¿tengo alguna misión en este mundo que haga que sea recordado por siempre?, ¿existe el alma? y si es que existe, ¿tengo yo alma tal y como refieren poseer los humanos?, una vez que mis circuitos queden inutilizados por el uso, ¿podré vivir para siempre en forma espiritual?. Estas preguntas tan dispares como fundamentales martilleaban incesantemente la cabeza de aleación ligera de Halo, tanto que le distraían e imposibilitaban para realizar el trabajo por el que había sido adquirido. John y Julia, al tomar conciencia del problema que acuciaba a Halo, decidieron sin compasión que lo mejor para todos era desechar por defectuoso al robot y, contrariamente a lo que pudiera pensarse, a Francesc le pareció fenomenal siempre y cuando compraran sus padres un nuevo robot con quien jugar. Cierto día, mientras Halo salió al jardín para observar una mariposa de extraordinarios colores, John, Julia y su hijo Francesc de común acuerdo le negaron el paso a su hogar, le indicaron que sus claves de acceso vía retina a la vivienda habían sido borradas y le dijeron sin más explicación que se marchara para nunca volver; ya no era bien recibido en esa casa. Así fue como Halo por primera vez experimentó la sensación extraña del rechazo, vagó desde entonces sin rumbo fijo por las calles infectadas de vehículos teledirigidos y paneles de publicidad, hasta que comprendió que todo lo malo que le estaba pasando debía tener una razón de ser, que quizás fuese la única posibilidad de salir ahí afuera y descubrir los interrogantes que tanto le desvelaban. Preguntó a todo humano mayor de sesenta años, como sinónimo de sabio, que se encontraba por doquier, visitó cientos de hemerotecas digitales donde el conocimiento se condensaba, leyó miles de libros de temática espiritual, pero todo resultó en vano, nada le ofrecía las respuestas que tanto ansiaba descubrir hasta que ocurrió un hecho sorprendente mientras contemplaba en soledad un campo extraordinario de amapolas al amanecer. Del cielo estrellado surgió con el rugir de los grandes sueños una nave de proporciones inmensas de una tecnología muy avanzada y aparentemente no humana de la cual descendió ingrávido un ser esbelto de unos tres metros de altura, de grandes ojos oscuros y de piel casi translúcida. Halo, más que sentir miedo o incertidumbre se alegró de la suerte tan inmensa que había tenido; ese ser tan avanzado probablemente fuese el único que tuviera las respuestas.
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Amor eterno Por Elizabeth Bowman
La luna llora plata sobre el antiguo camposanto. Sus rayos indiscretos, ágiles y cortantes como ávidos dedos de hielo, se filtran entre el oscuro ramaje de los cipreses cayendo de forma oblicua e iluminando parcialmente las vetustas lápidas de este terreno sagrado. Estandartes macabros, puertas cerradas a la eternidad que en estos momentos se alzan ante mí a modo de grotesca provocación hacia mi indeseable inmortalidad. A lo lejos se escuchan, confusos e incesantes, los gemidos de las bestias de la noche. Ululares desconocidos que helarían la sangre en las venas de cualquier mísero mortal, de cualquier ser, en definitiva, que contara en sus venas con un ápice de sangre que helar. Esbozo una sonrisa amarga. Soy un semidios en medio de toda la podredumbre que me rodea y sin embargo no puedo evitar sentirme terriblemente solo en este viejo cementerio olvidado. Creo que jamás me he sentido tan vacío y solo desde que camino entre los vivos, desde que arrastro mi esencia antigua a través de océanos de tiempo para acabar naufragando en una era que me es del todo desconocida y remota. La última vez que pisé la tierra juré que no volvería a dejarme arrastrar por esos inútiles resquicios de humanidad que no hacen más que debilitar al hombre. Hace siglos que dejé atrás toda esa cursilería sentimentalista capaz de llevar a los seres humanos a la tumba. A tumbas como las que ahora se alzan frente a mí. Sí, he sido débil. He sucumbido a antiguas debilidades y me he dejado arrastrar hasta aquí presa de mi viejo romanticismo mortal. Y ahora, a causa de semejante debilidad, me encuentro sumergido en el sepulcral silencio que durante siglos me ha arrullado y que conforma el imperturbable sueño de los muertos y la nana adormecedora que envuelve a las almas inmortales como yo. Estoy aquí frente a esta lápida de alabastro, erguido e impenetrable como el dios de piedra que soy, solamente porque ella está aquí. Una fuerza divina, la misma que lleva siglos retándome y condenando mi alma inmortal, la misma que me recuerda cada día que seres como yo no deberían existir, la ha apartado bruscamente de mi camino hace dos días con la misma falta de piedad con la que se arranca una espina del corazón. Muchos siglos llevo caminando entre los hombres buscándola como un perro ansioso, deseando encontrar a esa compañera, a esa alma gemela que me acompañaría para siempre en la eternidad. A ese ser, esencia etérea, en la que hundir mi deseo, mis insaciables ansias carnales y a la que convertir en dueña y señora de mis noches inmortales. Pero en mi delirio olvidé que ella no era como yo. Ella era una simple mortal, una criatura frágil y delicada a la que la enfermedad, ─¡una insignificante enfermedad!─ ha apartado de mi camino sin ningún tipo de miramiento. ¿Y qué clase de miramiento podría tener nadie hacia un ser diabólico, mezquino y mortífero como yo? Una vez más el destino parecía reírse en mi cara al arrebatarme lo que más deseaba: una compañera. Mi compañera. Porque la eternidad puede resultar terrible si se afronta en soledad. 14
¿Y cómo podría yo soportar saberla para siempre sin vida, sin hálito, fuera de mi alcance, durmiendo el sueño eterno en este viejo mausoleo? Imaginar sus manos de nieve sobre el pecho cruzadas, su cabellera de oro a modo de adorable almohada, su rostro de cereza y leche convertido en macabro manjar de despiadados gusanos… ¡jamás! ¿De qué me sirve ser un intocable si no puedo retener a mi lado lo que más deseo, lo único que en mi penosa eternidad soy capaz de desear? He desafiado a los espectros de la noche, a los hijos de Belcebú, a los arcángeles del Cielo y a los designios divinos movido por ese romanticismo olvidado que ella despertó en mí. Porque siento que este corazón yermo aún posee un resquicio de vida, vida que tan solo ella ha sido capaz de insuflarle. Porque deseo tomarla entre mis brazos y hacerla mía, poseerla, hundirme en ella y conformar ambos un mismo tronco en el que entrelazar nuestras almas. Porque siento que bajo los besos de esos labios llenos, bajo las caricias de esos finos dedos de nieve y bajo el roce de esos pechos erguidos, pequeños y dominantes seríamos capaces de arder ambos atrapados por la pasión de un mismo fuego. Un fuego diferente a aquel de las hogueras donde vi quemarse almas inocentes y que sin embargo me haría arder y estallar en el delirio insaciable que aún recuerdo de mis años mortales. La pesada tapa del sepulcro se deslizó con un ruido sordo levantando una pequeña nube de polvo que se elevó hasta los techos abovedados del mausoleo. Un delicado cuerpo femenino envuelto en gasas y muselinas se irguió de aquel macabro lecho forrado de terciopelo entre el crujir de telas y madera seca para permanecer sentado, erguido hacia mí. Lentamente alcé el tupido velo de encajes que cubría aquel rostro adorado para encontrarme con los ojos más verdes y más ardientes que podía imaginar y con esos labios que ya eternamente no serían besados por otro que no fuera yo. Una sonrisa dulzona asomó a sus labios y mi mirada se centró en las dos marcas rojizas, ya cicatrizadas, que apenas se dibujaban sobre su yugular. ─Amor mío… ─murmuró con voz lánguida. ─Mi señora ─y ofreciéndole mi mano como apoyo la invité a recorrer conmigo el infinito sendero de la eternidad.
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Salón de Té Por Eugenia Sánchez Es gracioso llegar a descubrir las ironías de la vida. Por ejemplo, desde los diez años recuerdo odiar una única cosa con toda mi alma: mi llamativo cabello pelirrojo. Siempre fue ese tipo de cabello que de ningún modo lograrías hacer pasar por discreto u elegante. Al contrario, más de una vez me vi tentada de tomar las grandes tijeras del cesto de costura de mi abuela para ponerle fin a los largos mechones naranjas que brillaban furiosamente bajo el sol de verano. Sólo me detuvo el saber que el castigo que me impondrían mis padres sería mucho más insoportable que tolerar las burlas de mis compañeros de escuela. Años después, cuando mi cabello y yo apenas comenzamos a tener una especie de relación fundada en la tolerancia, me encuentro agradeciendo fervientemente el aspecto inocente y juvenil que me da mi melena sumado a la lluvia de pecas en mi nariz y pómulos. Quizás no sea una chica atractiva, pero al menos soy una viva, que es más de lo que puedo decir de la chica que se está desangrando a mis pies. Sí, he dicho desangrando, aunque estoy convencida de que está muerta. Es curioso, creo haber leído en algún lado que los cadáveres no sangran, pero allí hay uno que parece ser la excepción a la regla. El disparo debió haber perforado algo importante. Como sea, es el tercer paso disimulado que doy, intentando que la sangre no alcance mis ballarinas blancas. Me pregunto si el tipo junto a la puerta, el morocho que no deja de zamparse ositos de gelatina, se habrá dado cuenta… Los demás en la sala parecen estar muy ocupados. No puedo culpar a la mujer semi derrumbada sobre la alfombra al otro lado de la habitación, la pobre no deja de chillar desde que el morocho ─el de los dulces─ sacó el arma y disparó certeramente a la rubia que se sigue desangrando. Es cierto que el tipo de los rulitos tan cómicos, al puro estilo Laguna Azul, le apuntó con su arma, chillando a su vez que cerrara la puta boca o le volaba los sesos, y la pobre mujer ahora se cubre la boca con su abrigo. Suena como si estuviera estrangulando a un cerdo. Juro que el ruido va a darme dolor de cabeza. Otro paso más y ahora sí, el morocho sí que se da cuenta que me estoy moviendo. Se detiene antes de llevarse un osito naranja a la boca y me mira en silencio. No sé cómo lo hace, pero su rostro es ilegible. Quizás esté calculando la posibilidad de dispararme también, o intentando recordar si cerró la llave de la bañera antes de salir de casa esa mañana. No lo sé, sólo sé que sus ojos negros y profundos parecen capaces de mirarme toda la tarde sin pestañar si quiera. Yo sí que pestañeo. ¿No les pasa a ustedes cuando se ponen nerviosas? Mis párpados se abren y cierran sin parar durante un minuto, y cada vez que vuelven a abrirse allí está el morocho, mirándome ensimismado. Cambio el peso de mi cuerpo sobre mi otro pie, y paso un riso naranja detrás de mi oreja. El morocho sigue el gesto y su propia mano vuelve a la vida: lentamente acerca el osito de gelatina a su boca y con sus dientes blanquísimos arranca la cabeza, que se estira durante un momento, sin querer abandonar al resto del osito, hasta que lo hace y se pierde dentro de aquella gran boca. 16
El morocho se despega del marco de la puerta, donde ha estado apoyado despreocupadamente y camina dentro del salón. Cada paso que da lo vuelve más y más grande, sus hombros anchos cada vez dejan ver menos de lo que queda a sus espaldas. Se detiene a pocos metros de mí y debo levantar la cabeza para poder seguir observando sus ojos oscuros. Otra ironía para sumar a la lista: sentirte pequeña e insignificante con tu 1.75 mts. por primera vez en la vida. El tipo me mira de arriba abajo y una vez más baja la mirada para observar mi delicado calzado en contraste con el lago de sangre que sigue creciendo. Frunce apenas los labios. ¿Desprecio? ¿Diversión? Maldita si lo sé, ¡el tipo es un robot! ─Eres alta, pelirroja ─dice, y me doy cuenta de que aún mastica la cabeza del osito. Yo no digo nada. A veces me ocurre que abro la boca y comienzo una pequeña guerra. Tengo que recordar contarle a la abuela que recordé su consejo sobre ser prudente justo a tiempo. Cuando el tipo se da cuenta de que no pienso decir nada vuelve a mirarme de arriba abajo. Una parte de mí se molesta mucho con su mirada. En ella no hay aprecio, no es la clase de mirada que dice claramente que está deleitándose en la contemplación de una mujer guapa. Su mirada sólo dice «Eres alta, pelirroja» y mi sangre hierve por soltarle un insulto. ─¡Eh, Carlos! ─grita a su compañero, el que no ha dicho palabra desde que llegó. Éste es un poco más bajo que yo y no deja de controlar las ventanas de la sala. Se asoma apenas entre los delicados encajes de las cortinas, espía al exterior y luego corre a la siguiente ventana. Una ocupación tediosa, sin duda. Ahora abandona su posición y mira hacia el tipo de los ositos en silencio. ─Ven aquí ─dice el primero─, mira qué alta es ésta pelirroja. Por un momento pienso que la tentación de seguir manoseando las cortinas será más fuerte, pero es un hecho que no soy especialista en hombres, y el tipo se acerca a nosotros dando graciosos saltitos con cada paso. Se detiene junto a su amigo y me observa de la cabeza a los pies. Yo finjo que no me importa, notando que apenas alcanza con su cabeza la altura del codo de su amigo, y que cualquier persona que rebase el 1.50 mts. debe parecerle descomunal. ─¡Ca-ramba! ─exclama, finalmente. Se acerca más a mí; apenas es más alto que el escote de mi blusa, que me encuentro agradeciendo que sea discreto, dada la situación. Me mira como si estudiara un objeto raro y buena parte de mi paciencia se evapora cuando comienza a girar a mi alrededor, sonando un pegajoso chapoteo cuando pisa la sangre. Me fijo en mis zapatos sin demora y entonces me doy cuenta: una gota de sangre se desliza por el blanco inmaculado, alcanza la suela y baja por ésta hasta el piso. ─¡Sí que es alta! ─sigue, sin percatarse de mi mirada furibunda─. ¡Y mira ese cabello naranja! ─¡Cómo no verlo! ─contesta el morocho, y al levantar la mirada veo que se está comiendo el resto del osito de gelatina y los trocitos se mueven de acá para allá dentro de su boca. Desde el otro lado de la sala, el chico Laguna Azul aporta una risita burlona a la interesantísima charla sobre mi persona.
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Las mujeres tenemos límites. Sí, soy alta y sí, mi cabello es naranja lo quiera o no. Puede ser que hoy haya dado la impresión de ser una jovencita dulce e inocente, un poco boba, quizás, pero lo cierto es que soy excelente en mi trabajo. Por eso fue que no notaron el movimiento imperceptible que deslizó la daga hasta mi mano. Ni percibieron a tiempo mis intenciones al girar para rebanar el cuello del hombrecito sonriente. Cuando Laguna Azul apuntó su arma en mi dirección yo ya estaba usando al tipo de los ositos como escudo viviente, con una llave certera para apresarlo desde el cuello. El tipo se estaba ahogando con los restos del osito ─¿hubieran pensado que los ositos de gelatina fueran mortales? ─ cuando hundí la daga a la altura de su corazón a la vez que recibía una salva de disparos de su compinche. Me tambaleé hacia atrás aguantando el peso del morocho, y cuando pude recuperar mi daga de entre sus carnes, la arrojé con puntería hacia la cabeza de Laguna Azul, quien quedó inmóvil un momento, con un gesto de sorpresa en su rostro, mientras un hilillo de sangre comenzaba a descender entre sus rizos dorados. Luego cayó sentado contra la pared y el arma voló de sus manos. Yo dejé caer al morocho y estudié el escenario. Los tres nuevos cadáveres ya no sangraban, así que era verdad lo que había leído. Sin duda, la rubia había sido un caso excepcional. La chillona parecía haberse desmayado, al menos estaba muy quieta debajo del abrigo con el que ahora se cubría la cabeza. Mi ropa no estaba manchada, lo que era un verdadero alivio. No me molesta la sangre, pero cuando un tonto te ensucia como signo elocuente de su imbecilidad sí que me desquicia. Y si todavía se pone a hablar tonterías frente a ti, lo menos que merece es un tajo en el cuello, a qué no. Suspiré, crucé la habitación, recuperé, no sin esfuerzo, mi daga, la limpié en la camisa de Laguna Azul y volví a deslizarla en su funda especial. Sin duda, es el colmo de las asesinas a sueldo: sales a hacer un poco de sociales y terminas limpiando escoria gratuitamente. Necesito vacaciones.
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Casi a las diez de la noche, a medianoche, al amanecer… Por A la deriva2
Arrebato de tiempo, de silencios, de palabras. Extravío de voces, de quietud, de sombras. Sobrevuela tu presencia mi pesadumbre; Un temblor del árbol cargado de higos precipita mi nostalgia. El aullido de los perros atraviesa la noche, se eleva. Suena tu nombre. Qué manto de tristeza cubre mis piernas; no, no he de ir lejos, ya llega el alba, ya se me cierran los ojos. Cae el susurrante rocío, me cala los párpados. Siento algo así 2
http://aladeriva-poesia.blogspot.com
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como ganas de estirar los brazos, de levantarme, de salir corriendo, de decir algo, de besar ĂŠsta pluma... ÂĄUn trueno! Y todo pasa.
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Diciembre, 2012 – Nº 6 http://palabrasrevistaliteraria.blogspot.com/
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