Nยบ11 / Octubre 2013
Imagen de portada creada por Mary A. Chacín (Maryache) Todos los derechos reservados
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Editorial ¡Bienvenidos al undécimo número de Palabras! Todos nuestros números son especiales para nosotras, pero este tiene la particularidad de contar con un detalle que valoramos mucho: una portada personalizada. Mary A. Chacín, también conocida como Maryache, y que anteriormente había colaborado con nosotros mediante sus escritos, diseñó para esta edición una portada colorida y alegre. Nos gusta pensar que esos colores, esa armonía que ella ha creado, simbolizan la diversidad de autores, de estilos, de nacionalidades que componen nuestra revista. Una vez más, le dedicamos un aplauso por su talento y le agradecemos su valiosísimo aporte. Hablando de diversidad, volvemos a presentarles a nuevos colaboradores, a los que esperamos seguir leyendo en Palabras. Desde diferentes partes del mundo siguen llegando textos e imágenes que nos conmueven una y otra vez. Y es debido a eso que esta vez les presentamos algo diferente, al menos en los últimos números: un artículo sobre una de las obras de Federico García Lorca, «La casa de Bernarda Alba”, que viene de la mano de Sukanta Kumar Chattopadhyay desde India, nada más y nada menos. Queremos invitarlos a disfrutar de esta edición, a conocer a los nuevos colaboradores y reencontrarse con los que ya son habitué de la casa. Sin duda encontraran muchas sorpresas entre nuestras páginas, y no saldrán indiferente de ellas. ¡Feliz Halloween a todos y nos leemos en diciembre!
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Índice Amor ideal, por Ana Patricia Moya………………………………………………………………………….….. pág. 5 De cruces y cuchillos, por Patricia Olivera………………………………………………………………..…..pág. 6 Aún respiro, por Macelo López Díez……………………………………………………………………………. pág. 8 Wet and Hot, por Nacho Gómes…………………………………………………………………………………. pág. 10 Tan frágil como una hormiga seca, por Eva Medina Morena………………………………………….pág. 12 El silencio del fuego. Tramo XXVII, por Graciela Alfonso…………………………………………….…pág. 14 El silencio del fuego. Tramo XXVIII, por Graciela Alfonso……………………………………….…….pág. 17 La inspiración, por Javier Úbeda Ibáñez………………………………………………………………………..pág. 19 Buscando el centro, por Graciela Giráldez…………………………………………………………………….pág. 20 David, por Susana Fuentes Román…………………………………………………………………………..….pág. 21 Ouro preto, por Florencia Giménez…………………………………………………………………………..….pág. 22 Seducción, labios y mar / Seduçäo, lábios e mar, por Gustavo M. Galliano……………………..pág. 25 Alguien observando / Alguém observando, por Gustavo M. Galliano……………………………..pág. 27 La venta de carnes, por Daniel González………………………………………………………………………pág. 29 Todo se resuelve con unas oposiciones, por Ana Patricia Moya……………………………………….pág. 34 La Cena, por Javier Úbeda Ibáñez………………………………………………………………………………..pág. 35 Deterioro, por Eva Medina Moreno……………………………………………………………………………...pág. 36 Parpadea, por Eva Medina Moreno……………………………………………………………………………...pág. 37 Yo, por Eva Medina Moreno…………………………………………………………………………………………pág. 37 Las palmas de tus manos, por Javier Úbeda Ibáñez………………………………………………………..pág. 38 Las estaciones del amor, por Javier Úbeda Ibáñez…………………………………………………………..pág. 39 Para siempre, por Mary A. Chacín………………………………………………………………………………..pág. 41 Nuestro norte, por Martín Coca……………………………………………………………………………………pág. 42 Curiosidad fatal, por Selín…………………………………………………………………………………………..pág. 43 Así no hay quien duerma…, por Eugenia Sánchez Acosta……………………………………………….pág. 46 Especial: La agonía de las mujeres como se demuestra en La Casa de Bernarda Alba, por Sukanta Kumar Chattopadhyay………………………………………………………………………………………………..pág. 49 Nuestros colaboradores………………………………………………………………………………………………pág. 61 4
Amor ideal Por Ana Patricia Moya “Pretty Woman”, “Cuando un hombre ama a una mujer”, “El diario de Noah”, “Cuando menos te lo esperas”, “Memorias de África”, “Lo que queda del día”, “Harold y Maude”, “Cuando Harry encontró a Sally”, “City of Angels”, “Expiación”, “Love Story”, “Ghost”, “Robin y Marian”, “El curioso caso de Benjamin Button”, “Lo que el viento se llevó”, “Los Puentes de Madison”… y más títulos se amontonan en el sillón. Petra está indecisa: le gustan todas. Se las sabe de memoria, sí, pero no se harta de visionarlas una y otra vez, de repetir escenas favoritas y repasar, entre murmullos, los diálogos más interesantes y apasionados mientras come palomitas frente al impresionante equipo de televisión con potentes altavoces de sonido (propiedad de su marido). Petra adora el ritual que lleva practicando de lunes a viernes, desde hace cuatro años: cuando concluye la exhaustiva limpieza de la casa – los callos y el tacto áspero de sus manos, las dolencias en las cervicales y el agarrotamiento de sus rodillas son la prueba irrefutable de que se esfuerza por dejar su hogar como los chorros del oro, bien ordenado y desinfectado –, almuerza algo ligerito – una ensaladita, un sándwich de pavo o una pechuguita de pollo – y va directa al salón, a escoger la película de su amplia colección (más de cien alternativas románticas) que más le apetezca ver ese día; y se queda durante horas y horas ensimismada con ese viejo y genial Clint Eastwood que corteja a una señora casada, con el caballeroso Richard Gere transformando a una prostituta en una perfecta dama; con una joven que sacrifica sus sueños para dar forma al guaperas rubio de su novio, o con el simpático ancianito de un asilo que lee su diario al amor de su vida. Las desventuras y desdichas de estos galanes y princesas hacen suspirar mucho a Petra, con la emoción se le atragantan las carcajadas, las lágrimas y el maíz calentito. El amor es tan ideal en el cine… en esas sucesiones de imágenes, música y palabras, Petra, en lo más profundo de su alma, admite con amargura la patética realidad: porque su esposo Paco no le hace el amor tan lenta y cariñosamente, él es más de separarle las piernas y clavársela directamente; ni le trata como a una princesa, pues él jamás se acuerda ni de cumpleaños ni aniversarios, ni jamás ha sacrificado su tiempo para estar con ella cuando la ingresan en el Hospital y darle compañía en esas interminables noches de dolor, ni tampoco estará toda su vida junto a ella… cuando ella envejezca, posiblemente él, todo un pichabrava, la dejará por un pastelito sin arrugas… o bien ella – y esto lo piensa, a menudo, cuando se mira los hematomas de los brazos y piernas – se morirá antes, machacada, y dejándolo solo, con su miseria. Y, a pesar de que Petra conoce la verídica cara del amor, se conforma con disfrutar de este mágico e ideal mundo de ensueño… por lo menos, hasta que llega Paco, borracho, con ganas de ensuciar su cuerpo –de golpes, de fluidos– y su dignidad.
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De cruces y cuchillos Por Patricia Olivera Llegó al viejo restaurante con los primeros rayos de sol. Entró con paso lento, le hizo una inclinación de cabeza al encargado que se encontraba tras la barra y siguió hacía el fondo. Caminó hasta la mesa de la que ya era habitué —colocada junto a un gran ventanal con vidrios polarizados para evitar el sol abrasador—, dejó el sombrero sobre el acrílico blanco y se sentó, cruzó la piernas con elegancia, no sin antes arreglarse el nudo de la corbata, como era su costumbre. Con la vista perdida en algún punto indefinido saco sin apuro el paquete de tabaco y las hojillas, en silencio se armó un cigarro y lo dejó sobre la mesa. Miró hacía el cristal polarizado, en el cual podía ver su rostro y acicalarse si era necesario, pero todo estaba en perfecto orden: el bigote negro recortado con prolijidad, la piel morena, algo arrugada pero limpia, y los ojos negros surcados por venitas rojas pero libres de cataratas. Miró hacía la barra y cuando uno de los empleados lo vio le hizo una seña con la mano, luego consultó la hora en su viejo rolex y prendió el cigarro, dando pitadas profundas. A los pocos minutos se acercó el empleado, que parecía un panadero con el uniforme blanco, le dejó un pocillo de café y cuatro sobrecitos de azúcar; el hombre sólo usó dos, revolvió el líquido con parsimonia y lo dejó enfriar. En el interior del restaurante poco a poco el silencio se iba llenando con las conversaciones de la gente que llegaba a ocupar sus mesas, con el ruido de cubiertos al preparar los desayunos, los gritos de los mozos pidiendo las órdenes, y una melodía que provenía de la radio que el encargado de barra mantenía encendida con el volumen bajo. Nada de lo que sucedía en el lugar alteraba la tranquilidad con la que el hombre, delgado, de mejillas chupadas y traje a rayas gris pasado de moda, fumaba su cigarro casero y bebía el café endulzado con dos sobrecitos de azúcar. A media mañana un nuevo cliente se asomó a la puerta del local, el sol alargaba su sombra hasta el mostrador; llevaba una boina apretada entre las manos y sus ojos miraban con insistencia a su alrededor, parecía buscar a alguien, intentando no llamar demasiado la atención. Dio unos pasos y se adentró del todo en el local, estiró el cuello y miró a los costados, hacía el lugar donde el hombre del bigote parecía esconderse. Lo vio, miró desconfiado hacía todos lados y caminó hacía allí. Se paró indeciso junto a la mesa, estrujando aun más la boina, sin decir palabra. El hombre del bigote le dio un sorbo a su café y luego lo miró de arriba a abajo, escudriñando sus ropas humildes de obrero, de inmigrante sin demasiados recursos, y con una seña le indicó que se sentara. Este dudó pero al final se sentó frente a él y lo miró con ojos esperanzados. —¿Trajo lo que le pedí?—preguntó con voz ronca, propia de fumador. El hombre sacó algo del bolsillo de la camisa desgastada y se lo estiró despacio por sobre la mesa; era una fotografía. El del bigote la tomó y la observó, asintiendo con la cabeza. Levantó los ojos, fríos y atemorizantes, y lo clavó en la mirada asustada de su interlocutor. —¿El dinero? El otro extrajo un sobre amarillo y arrugado, bastante abultado, de la boina que traía arrugada en la mano; se lo extendió igual que la foto y aguardó. —Me costó mucho conseguirlo—dijo, y al instante se arrepintió al ver que el otro no acusó recibo y sólo se limitó a ojear el sobre, sin abrirlo demasiado. Pareció satisfecho, chasqueó la lengua y de un sorbo terminó el café. —El problema se soluciona esta noche, despreocúpese; pero ya sabe: de esto ni una palabra o de lo contrario será mi palabra contra la suya—le advirtió, sosteniéndole la mirada. Luego se levantó sin prisa, guardó lo que el hombre le había dado en el bolsillo interno del saco del traje y se colocó el sombrero con elegancia. Antes de salir saludó al hombre tocándose el borde del 6
sombrero, el mismo gesto que le hizo al encargado tras la barra, quien le correspondió con un leve movimiento de cabeza. A los pocos minutos el otro salió, con paso rápido, para el lado contrario, la mirada en el piso y los labios apretados; cada tanto se limpiaba las lágrimas a manotazos, intentando contener los sollozos que lo ahogaban. El del bigote se alejó caminando con lentitud, disfrutando de la mañana. Antes de llegar a la esquina se metió en una iglesia humilde que había a mitad de cuadra. Se persignó antes de entrar y en uno de los bancos próximos al púlpito del sacerdote, que a esa hora estaba vacío, se arrodilló, se hizo la señal de la cruz y comenzó a rezar. Esa noche, una mujer iba con prisa por la vereda por la que ya transitaba poca gente; en dirección contraria se acercaba un hombre bien trajeado, cuyo sombrero ladeado apenas permitía ver un prolijo bigote. Cuando ambos se cruzaron una hoja plateada destelló en el aire y, en un rápido y confuso movimiento, la mujer pegó un grito y cayó al suelo, sangrando copiosamente. El hombre miró en torno, no había nadie en la calle, sacó un pañuelo y limpió el mango del cuchillo, luego lo tiró detrás de un árbol; se arregló el nudo de la corbata, se acomodó el sombrero y comenzó a alejarse con las manos en los bolsillos, silbando un tango de moda. Ya había llegado a la esquina cuando comenzó a oír las primeras corridas y el sonido de sirenas a lo lejos...
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Aún respiro Por Marcelo López Díez Serios problemas se me crean en la noche para cerrarme en el día y risueña es la tarde... se seca entonces la pálida sonrisa.
En medio mis brazos se calientan con el peso de mis ideas y mis ideas son el veneno de mi filosofía de vida.
La norma es religiosa a la hora del hacer deshacer terminar. Luego renacer en mi experiencia actual.
Y tú que significas los años del corazón rozagante mientras la piel se me derrite con la sonrisa de tus piernas, las cuales me miman como cuando era niño.
¿Qué expresión la de tus besos en mis manos? Pasan las metáforas. Pasan las ideas sobre el paraíso ya perdido. 8
Y tus manos que alientan mi total emancipaciĂłn de los minutos...
Hoy sufro de insomnio amor mĂo quĂŠ gran alivio, pensarte sin tocarte, sentirte sin acariciarte, vivirte en mi delirio.
Tengo mi cabeza secuestrada en tu recuerdo.
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Wet and hot Por Nacho Gómes Juan Ignacio besó la frente de la “amada”, fría y tiernamente. Manos que se encontraron, miradas que se evadieron. El silencio se perpetuó, la distancia entre las almas se agigantó; unos pocos metros se convirtieron en miles de kilómetros. Alienación de cubiertos perfectamente ordenados; tenedor, cuchillo, cuchara. Vaso y copa. El primero ideal para el agua sin gas; oda a la vida sana, falta de burbujas non sanctas, sin descuidar formas esbeltas, siguiendo, al pie de la letra, tortuosos consejos médicos. La segunda siempre vacía. Esquivando placeres de licores tentadores; rozagantes, llamadores de lujurias, desenfrenos, altisonantes ruidos interiores. Servilletas impecables, modales europeizados. Langosta, caviar, sushi. Curvas ausentes. Línea recta permanente; sin osados picos de ciclotimia, ni repentinos cambios de itinerarios. De pronto una potente ráfaga de viento entró por las rendijas de las ventanas plateadas; invadiendo la apacible atmósfera del restaurante italiano, ubicado en el corazón del barrio Punta Carretas. Todavía en su rol de marido ideal, Juan Ignacio despegó sus acomodaticias nalgas de la silla de madera fina y caminó en dirección al baño de hombres; no sin antes volver a besar, con mansedumbre evidente, el pálido rostro de la “amada”. A medida que aceleraba el andar, sentía como los ojos se le impregnaban de deseo. Las pupilas comenzaron a bailar frenéticamente; antojadizas, rojas, penetrantes, Con indisimulable apetito contenido. Notó que el primer botón de la camisa se le había desabrochado; premonición de desnudez, corazonada feroz, augurio para romper hábitos. Una puntada le taladró el pecho, pero no se detuvo. Dos gotones de sudor resbalaron en su mejilla izquierda y las manos transpiradas no cesaron el temblequeo. A menos de diez metros de llegar a su destino pasajero, Juan Ignacio dobló a su izquierda, modificando la ruta de su trayecto y consumando el sagaz despiste. Percibió que el vaquero de jean, celeste y ajustado, resaltaba el tamaño de su órgano viril; sin necesidad de verlo, lo imaginaba venoso a esa altura, de un grosor que seguramente iría en aumento. Empujó con vehemencia la puerta del baño al que no “debería” haber entrado, según su anuncio original, e inmediatamente tuvo la sensación que le había provocado el éxtasis durante aquellas fiestas adolescentes. El corazón pareció reventarle en mil pedazos. La pérdida del raciocinio se potenció. Cinco sentidos alerta. Un impetuoso olor a cuero estímulo su rigidez. Gusto a caramelo en los labios. Al quinto paso la agudeza de su oído percibió el chistido casi imperceptible de María Laura; la que nunca entonaba penas, ni objetaba desamor. Observó las piernas de gacela apoyadas contra el piso, abiertas de par en par, moviéndose con frenesí. Pelvis inquieta, dedos salivados. Su vista focalizó y prolongó la exquisita agonía. Pies delicados, dedos armónicos, aprisionados en sandalias con plataformas; las cuales medían, no menos, de dieciocho centímetros de alto. Juan Ignacio permaneció inmóvil; imágenes desbordantes le atravesaban la mente sin cesar. Dibujos, caricaturas, fotos de todo tipo acumuladas durante años; sueños mojados, adulterios necesarios, fetichismos obsesivos. La sonrisa elocuente de María Laura se desplegó de par en par sin remordimiento alguno. Su lengua se dividió en mitades; un trozo de ella se deslizó a través de los labios, mientras que el resto guardó energías para cuerpos ajenos. Flujos corporales emanaron bajo el diminuto hilo dental negro. Juan Ignacio ya no pudo pestañear; la sangre le hirvió, igual que el rostro. Miembro erecto. Por fin el codiciado tacto, la unión de los cuerpos, el estremecedor vaivén de las caderas. Posiciones diferentes y, paradójicamente, repetitivas. Sin éxito alguno, intentaron ahogar los gemidos. Sabor a humanidad, marcas de rush, movimientos pendulares, quejidos sinuosos. Las manos del macho encelo sostenían con vigor aquellos irreverentes cabellos ondeados. 10
Fue justo cuando la “amada” golpeó la puerta y entró al baño, que la catarata de semen pastoso brotó y colisionó con las dos montañas de María Laura; quien degustaba la miel de sus propios pezones, aún erizados y bañados con líquido blancuzco. La “amada” los miró fijo a los ojos; el marido la esquivó, pero su amante ocasional decidió no agachar la cabeza. Presumibles querellas y protestas brillaron por su ausencia. Una ráfaga bulliciosa de promiscuidad invadía aquel toilette; la escuela de monjas, los padres conservadores, las reglas de las profesoras estallando contra los dedos ya eran imágenes borrosas, habitantes del olvido. La clandestinidad se tornó natural, el dejo exquisito de la indecencia produjo electricidad en el cuerpo. Sana insania; pura, real, verdadera. La “amada” buscó con la boca, el sexo de María Laura; Juan Ignacio ejerció presión sobre su propio miembro, deleitando su ser con torrentes de ilegalidad. El después solo fue desnudez…y aroma a incienso…y vino rosado…y tertulias de seres procaces discurriendo en voz baja…y páginas sueltas de libros viejos…y búsquedas de aventuras flamantes o destinos inciertos….
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Tan frágil como una hormiga seca Por Eva Medina La puerta de la habitación se abrió. «El desayuno», gritaron. Daniel, tumbado sobre la cama deshecha; sábanas y colcha en desorden. Se levantó con dolor de huesos y arrastró los pies hasta el comedor. Tenía el vaso de leche sobre la mesa. Una enfermera le dio las pastillas. Mientras se las tomaba, clavó los ojos en el hule azul claro. Recordó la primera vez que vio el mar; un niño frente a ese azul impenetrable. Por la noche, soñaba que su cuerpo y el de sus padres chocaban contra las rocas, despedazándose. La madre se quedaba con él hasta que se volvía a dormir; regustillo a melocotón entre las sábanas. En el desayuno ella le guiñaba el ojo, como si lo ocurrido durante la noche fuera su secreto. Por la tarde, la luz era tersa, acogedora. La madre le contaba historias en el porche. El aire, con olor a mar, impregnando su piel, y el cuento del gato con botas mientras lo acariciaba. «Mi señor el Marqués de Carabás», oía desde una distancia de treinta y cinco años. Tras el desayuno, iba a la consulta del psiquiatra. Era un hombre pequeño, serio, ordenado. Le pedía que recordase. Daniel lo miraba desde unos ojos grandes en una cara consumida. Le costaba articular palabra, como si algo en su interior se lo impidiese, una voz que le decía «no lo cuentes, si lo haces nunca saldrás de aquí». Aquella tarde salió al jardín. Se sentó en un banco de madera y fijó la vista en el suelo. Había hojas secas, piedras de distintos colores, unas grises, otras azules. Detrás de las hojas, distinguió una hilera de hormigas. En la fila, una de ellas arrastraba una hormiga muerta. Miró hacia la izquierda y vio el cadáver de otra. Lo cogió. La hormiga estaba seca y al tocarla se deshizo como si fuera polvo. Un olor extraño se apoderó de él; era una mezcla de aguas estancadas, árboles frutales y salitre. Olor que abrió una herida que supuraba. Recordó un domingo en el parque. Los padres le animaron a que jugase con chicos de su edad. Daniel se apoyó en un árbol, detrás de los columpios, y esperó a que el tiempo pasara. Unos minutos más tarde notó un picor. Miró al suelo y vio muchas hormigas. Algunas subían por las piernas; otras estaban en los zapatos. Gritó con fuerza. Una de ellas había llegado al brazo. Tres bolas negras a punto de reventar y unas patas de hilo. Se imaginó que las aplastaba, triturando su ligero caparazón; el jugo gris bajo las suelas. No se dio cuenta de que el padre estaba allí. «Están nerviosas porque has pisado el hormiguero», le dijo mientras le quitaba los insectos del cuerpo. «Acuérdate, ve con más cuidado, es su territorio y lo defienden». Después, le cogió la mano y caminaron juntos. Mientras Daniel se duchaba, las hormigas se adentraron en la retina. Esas figuras negras ahora corrían por los azulejos. Brotó de nuevo aquel olor extraño. Un olor que, aunque lo aborrecía, le cautivaba. Cerró los ojos con fuerza y escuchó caer el agua. Ese ruido lo llevó a la bañera de patas de la infancia. Le gustaba llenarla hasta arriba, con agua muy caliente; después llamaba a la madre para que le enjabonara el cuerpo o le frotase la espalda, pero ella, «ya eres mayor para que te bañe, tu padre está al llegar y no tengo la cena, termina pronto». Cuando ella se marchaba, cogía su esponja y la retorcía entre las manos hasta dejar trozos muy pequeños flotando en el agua. Aunque las horas se detuvieran, el tiempo pasaba rápido. Daniel fue al comedor y se sentó a la mesa. El blanco de la leche le repugnó. Fijó la vista en el cristal de una de las ventanas. Las esquinas de abajo tenían vaho. La imagen de una noche muy fría. 12
Nadie probó bocado. El padre gritaba a la madre. Ella intentaba calmarlo, pero él no quería escuchar. Se levantó bruscamente y dio un portazo al marcharse. «A la taberna», dijo la madre, «eso es, vete a la taberna», y salió de la cocina llorando. Pasaron minutos hasta que Daniel subió las escaleras. Se quedó junto a la puerta del dormitorio de los padres, y, tras su respiración entrecortada, oyó sollozos. Vio la figura de una mujer que en ese momento se le hacía pequeña, indefensa. Un cuerpo encogido sobre la cama. Se acercó, le acarició el pelo y le dijo «no te preocupes mamá, es un borracho». Ella se irguió mostrando un rostro severo. «¡Hablar así de tu padre!». Él se quedó inmóvil. Cuando salió, no sentía el peso de los zapatos. Parecía un personaje de ficción desdibujado. Entró en su cuarto y clavó los ojos en la fotografía que estaba frente al cabecero: la madre con un vestido de lino azul claro. Su estómago comenzó a girar y girar. «¿Por qué me haces esto?», le dijo. Notó pinchazos y olor a peces muertos; como si tuviera larvas de insectos en los intestinos y segregasen un líquido ácido. Los pinchazos eran agudos, su cuerpo se retorcía formando un ovillo. «¿Por qué me tratas así?», decía mientras se acunaba. Cuando los mordiscos de la tripa cesaron, se acercó a la ventana. Apoyó la cara en el cristal helado y sintió que su piel quemaba. «Las peleas eran cada vez más frecuentes», se escuchó decirle al psiquiatra, «él estaba menos en casa, y mi madre empezó a beber. No quería verme, como si mis ojos la delataran». ¿A quién llamaría?, pensó. Siempre que la madre hablaba por teléfono, sentada en el sofá del salón, él vigilaba receloso detrás de la puerta. ¡Cómo le dolía ese tono de voz tan falso, tan ingrato! Cuando salía, ella se inquietaba, ruborizándose como si la hubiera descubierto. «¡Déjame en paz! ¡Déjame!», y esas palabras, cuñas en el cerebro. «Algunas noches iban juntos a la taberna y volvían a casa borrachos», le dijo al psiquiatra. Él veía, desde la ventana del cuarto, como los padres se tambaleaban. Luego, las risas al subir las escaleras; latigazos en su piel desnuda. Al terminar la consulta fue a la habitación y cayó en la cama. El sueño lo abrazó. Ahora se encuentra en un lugar árido. Está en el suelo, boca abajo. Arrastra un cuerpo roto. Las piedras rasgan su piel, pero no siente nada. Sigue adelante. Las vértebras dibujan el camino como anillos de gusano. «No te pares», le dice una voz débil, ahogada. Trozos de arena se incrustan entre las uñas. El polvo se mete en sus ojos; una capa fina los nubla. Sigue recto. Se adentra en unos arbustos. Avanza despacio. Los pantalones quedan enganchados en unas ramas. Tira de ellos con fuerza, pero no logra desprenderse. Impulsa el cuerpo hacia delante. «Inútil, es inútil». Huele a sudor y sangre. Las ramas lo oprimen. «Quiero salir», grita. Al abrir los ojos, dos enfermeras lo sujetaban. Notó un pinchazo dulce. Sala de televisión. Imágenes en la pantalla. Daniel miraba al techo. El sol se filtraba a través de la cortina. Como aquel día, pensó. Se vio tumbado en el sofá, apoyando la cabeza en las piernas de la madre. Notó la calidez de los muslos. Ella lo empujó irritada. Daniel se levantó con brusquedad. Subió las escaleras con gangrena en la boca y mordeduras en la tripa. Los insectos lo invadían. Sintió que las hormigas se apoderaban del hígado, recubriéndolo de una capa negra. Las chinches despedazaban los intestinos. Tarántulas venenosas sobre los pulmones. Le costaba respirar. Las patas de un ciempiés salían por la nariz. Supuraba los olores fétidos de la putrefacción.
Llevaba tres días sin dormir. La cabeza le pesaba como si las distintas partes del cerebro fuesen de acero y no se comunicaran. Ansiaba el vacío, la nada. Las palabras «a levantarse, el desayuno» lo violentaron. No quería desayunar, pero le obligarían. Tardó en incorporarse; los músculos se aferraban a la cama, como si estuvieran atados al colchón con cuerdas transparentes. Se levantó a coger la ropa, que estaba encima de una silla, junto a la ventana. Miró tras el cristal. El jardín estaba sereno. Su vista empezó a nublarse. 13
Se vio con catorce años en la cocina. No estaba solo. La madre, sentada en una silla, con la cabeza hacia delante, dormía. En el suelo, botellas vacías. Daniel la miraba con desprecio, con odio. Fue hacia la llave del gas, laabrió y cerró la puerta al salir. El golpe de la puerta se unió al silbido de alas de insectos. Se tapó la cabeza con los brazos, pero el ruido era cada vez más fuerte. Abejas y hormigas voladoras zumbaban en sus oídos. El crujido de alas se adentró en el tímpano hasta llegar al cerebro. Olía a pantano, melocotón y mar. Olor que hizo brotar esas olas que engullían unos cuerpos descuartizados. «No me dejes aquí, no me dejes aquí», gritó golpeando la puerta hasta caer al suelo. «Ese olor nos separó, mamá, ese olor nos separó».
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El Silencio del Fuego Tramo XXVII Por Graciela Alfonso Resabio antiguo, sin prisa, demorado sobre mi mano callada; desborda con el tiempo agazapado el hielo dormido de su piel sorda.
Brota de su hueso dibujado un solo filamento de oxigeno, y un quejido hondo, para llamarme a su mundo de redes y de barcos hundidos, en el mar muerto de humanidades.
Voy presa, como un felino en su jungla de juegos despiadados y temores informes. sus 贸rbitas inflamadas de sombras contemplan el horror senil de huir, huir con el cuerpo pegado a su boca de espanto, huir, de su garra suicida y de su sed insaciable de indiferencias.
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Extramuros (Grabado), por Graciela Alfonso
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El Silencio del Fuego Tramo XXVIII Por Graciela Alfonso Sus ojos serpenteaban hacia la niebla cálida. La soledad; inmóvil, lejana, vestida de blanco destemplaba mórbida sus senderos; orillas crueles y anónimas fermentadas por el fango, el olvido y el dolor.
Su texturada piel de pájaro inviolable y temeroso me dolía en la carne, se agolpaba misteriosa por mi muralla, frágilmente enclavada en un extremo del vacío.
Hoy es la distancia, la indiferencia y el impotente deseo loco de volar hacia el infinito, hacia excitantes galaxias de sueño; de cotidianas guerras, indolentes, fugaces.
Tal vez un horizonte de ausencias, dibuje en sus paredes ensangrentadas,
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la m谩scara horrenda de los hombres.
Expansi贸n, por Graciela Alfonso
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La inspiración Por Javier Úbeda Ibáñez Llevo días intentando escribirte un poema de amor, que refleje, en cierta medida, lo que siento por ti, y no encuentro las palabras ni tampoco doy con las expresiones adecuadas; ¡qué se le va a hacer!, me falta inspiración. Días repletos de horas vacías forzando la maquinaria de la imaginación, y ésta dándome la espalda, construyendo muros de hormigón entre los dos. He intentado convertir mis emociones en palabras, en ternuras, pero se me resisten, se me quedan atragantadas entre la garganta y el alma. No quieren salir, me rehúyen. Tengo las ganas y las intenciones, pero no te tengo a ti, inspiración, así que haz el favor de salir de donde diablos estás y darme coba, te necesito desesperadamente.
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Buscando el centro Por Graciela Giráldez Voy… Descubro un suelo manchado por palabras que no escaparon de mi boca. Ellas, quedaron atrapadas en un enredo de lágrimas y saliva. Lágrimas, hambre de un sentimiento que se amontona en la grieta que mira al mundo. ¿Y la saliva?..., prisionera encharca la alfombra de un tiempo que reclama libertad. Sigo… Se revela un camino que atraviesa y aleja los recuerdos; y acerca la distancia. Él golpea mis sentidos que se abren al amanecer. Amanecer, llama que enciende la cresta de mi fe. ¿Y mis sentidos?..., atentos desnudan la belleza de callar, de entregar, de amar y no esperar nada a cambio. Encuentro… El equilibrio del crepúsculo cuando salgo de ese guante que cobija el alma. Ella, se dilata en una búsqueda constante de ese centro, donde la esencia de la vida se hace aventurera a su paso por la tierra. ¿Y el crepúsculo?..., audaz borra la huella del camino para perderse en mí.
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David Por Susana Fuentes Román Para David, por supuesto. Con todo mi amor no correspondido.
Dicen que a la tercera va la vencida pero no siempre es así. En ocasiones hay que esperar más de tres veces para conseguir aquello que más se desea y, en ocasiones, ni siquiera las decenas de mil valen para hacernos llegar aquello que más anhelamos. En mi caso, fue a la cuarta. Por mi vida han pasado varios hombres portadores del nombre de aquel que derrotó al gigante de Gat. Tres de ellos reaparecen perpetuamente en mis recuerdos sin que ninguno sea consciente de esa presencia. El primero fue mi amor de niñez, tierno y dulce como debe ser a esa edad. Esperaba el fin de semana con ansia para pedirle a mi madre que me peinara con dos trenzas y salir en bici para reunirme con el grupo de amigos, para reunirme con él. Se esfumó como se va esa época, sin darme cuenta, segundo a segundo mientras vives en ella y año a año cuando la miras desde lejos. El segundo llegó a los dieciséis años y se quedó conmigo para siempre. Sé que jamás volveré a sentir tantos nudos estrechándose y cerrándose en mi estómago como cada vez que lo veía llegar desde mi balcón, nunca tendré que volver a recoger mi corazón en el aire, recolocarlo en su sitio y conseguir que nadie se percatara de todo ello cada vez que aparecía sin avisar allá donde fuera que yo estuviera por complicado que resultara el localizarme. Esta vez sí me di cuenta, se fue de un día para otro y me congeló la ilusión. El tercero llegó en mi madurez, cuando vivía sobreviviendo entre las ruinas de un matrimonio feliz sólo para quienes lo miraban desde la grada. Cuando se cumplía un año de soledad en mi vida, se cruzó en mi camino por casualidad y otro año de soledad después pude besarle durante una tarde. Esta vez sabía de su final antes de que llegara. Había resquebrajado el hielo de mi ilusión para acorazarlo y blindarlo para siempre. Hoy te he conocido a ti, David, el hijo que ya no esperaba, y al verte, sin dudarlo y con el dolor todavía mordiéndome por dentro, he sentido lo que es el amor verdadero, el que pensé que no existía: aquel que lo va a dar todo y no espera nada.
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Ouro preto Por Florencia Giménez Era su hermana devota de Oxum, a deusa máis bela e sensual do Candomblé. Mirela siempre dejaba su escultura de barro en el centro del puesto. Todos pasaban por allí y la admiraban. No podían hacer nada más. Estaba reservada. La escultura era entonces, el señuelo. En el pelourinho de Bahia Mirela dedicaba la última hora del día a vigilar todas sus orishas. Después esperaba que su hermana, María Rita, pasara a buscarla. Ella lo hacía con mirada pícara y arremolinándole el vestido con un nudo a la cadera. Le enseñaba cómo moverse al ritmo de so danco samba, vai, vai, vai. Reían hasta la entrada de casa. Al llegar, Mirela se soltaba la tela. Se cubría otra vez. Pero ése día iba haciéndose cada vez más oscuro y María Rita no llegaba. Por eso, Mirela se apresuró a guardar las esculturas e irse hasta la casa. Desde su hamaca miraba el cielo, con los ojos llenos de preguntas. Quizás tenía que ver más allá. Se quedó dormida con las velas todavía encendidas en torno a Nanã, a deusa dos mistérios. La mañana siguiente, un muchacho se paró frente al puesto y tomó a Oxum con cuidado. Mirela le advirtió que esa escultura no estaba en venta. Pero él la sorprendió con otra pregunta, Você tem namorado? ¿Se refería a ella o hablaba de Oxum? El curioso sonrió, aceptando que su pregunta no iba a tener respuesta. Le susurró: Ouro Preto. Mientras miraba los colores, el amarillo y el negro, en la diosa y en la joven artista detrás de las esculturas de barro. Você é ouro preto. Por fin la hizo sonreír y le reveló que él era de una ciudad que se llamaba así, donde también había una feria de artesanías, sobre todo de esculturas de santos. La de ella, era única para él. Mirela lo miraba atenta. Después desvió los ojos hasta Oxum. Le dijo que quizás podría tenerlas a las dos. Le pidió que la pasara a buscar con el caer de la tarde. Él le devolvió una sonrisa, y se fue. Mirela quedó con los codos sobre el tablón de madera, mirando sus orishas, esperando. Cuando llegó María Rita notó a su hermana algo distraída. Entonces se acercó a ella y le preguntó qué pasaba. Mirela! Diga-me! Le contó del muchacho. María Rita le subió la falda: agora, sí! Samba! Se rieron. Estaban en eso cuando sintieron una mirada en las piernas. María Rita se giró hacia él, lo estudió de pies a cabeza, asintiendo. Le preguntó por su nombre, Mirela escuchaba atenta, Zé. Y lo llevaron hasta la casa. Cenaron feijoada. Zé contó que estaba en Salvador celebrando haber terminado los estudios en la escuela de arte. Você pinta? Él respondió, llenando el pecho de aire, orgulloso, Não, eu sou escultor, giró hacia Mirela, como ela. Se acomodó mejor en la silla, con la espalda erguida. Mirela se puso inquieta, con las palpitaciones aceleradas. En silencio, mientras su hermana no dejaba de exclamar Nossa! Cuando ellas se levantaron de la mesa, fueron hasta la cocina, para abrazarse fuerte. Mirela después salió al patio. Se puso frente a él y se dejó besar por el forastero. Al irse, se quedó con los ojos rasgando el horizonte cálido del mar. Mirela siempre miró, en silencio, como si estuviera todavía esperando nacer. Tenía las manos inquietas pero no sabía cómo soltarse, no podía bailar ni cantar como María Rita. Solía ir hasta la playa, y en las orillas, hundir sus dedos para jugar con la arena, creándole distintas formas. Luego, con el paso del tiempo, empezó a mezclar los colores: el marrón oscuro de la tierra 22
mojada con el polvo amarillo de la arena seca, cálida, prácticamente etérea. Mirela así se llenaba de fuerza, su piel se tornaba un poco más oscura y brillosa. Con su vestido amarillo buscaba volverse de verdad: oro negro. Hubo otra noche, clara y fresca. Zé llegó tarde. Ellas ya habían cenado. Al entrar, Mirela lo invitó a tomar algo y fue a la cocina. Quedaron él y María Rita en el patio. Empezaron a mirarse: Zé le espiaba el cuello y los hombros desnudos. Morena como la hermana, pero con el contorno más definido, quizás por la edad, o por la forma de moverse. Se arreglaba la cabellera y levantaba los pómulos, las cejas, la comisura de sus labios. Los ojos los tenía casi cerrados. Ojos de párpados tristes y olvidados. María Rita miraba a Zé y la esencia de Oxum, que habitaba siempre en su ser, quería seducirlo. Mirela regresó con caipirinhas, y con una mirada ciega, hacia sus adentros, profunda. Zé trataba de descifrarla, pero no podía. Parecía ser un suspiro, una escultura de barro misteriosa. Solamente hablaba de su arte, como si esa fuese la única forma de respirar que tenía. Hasta empezó a sentir que su aliento tenía el olor de la arenisca húmeda. María Rita empezó a cantar: Contam que toda tristeza que tem na Bahia, nasceu de uns olhos morenos, molhados de mar. Parecía susurrárselo a Zé. Ellas arremolinaron sus faldas. Pero, entrada la madrugada, al no saber entregarse al ritmo, Mirela se quedó dormida en la hamaca. Entonces fue que ese ligero vaivén de piel de María Rita, se volvió carne morena entre los brazos de Zé. Pasaron semanas. Mirela en el pelourinho, colocaba a Nanã en el centro, sonreía ante ella y volvía a esconderla en su morral. Dedicaba sus días a estudiar cada escultura en detalle. Se llenaba de orgullo cuando se acercaban a mirar su obra. Zé alentaba su arte, la convencía de que podía crecer. Mirela creaba más allá de sus orillas. María Rita, mientras tanto, se escondía con Zé cuando su hermana atendía el puesto. Su cuerpo iba cambiando, empezaba a estirarse su piel y a sonreír más. Pero una tarde que Mirela decidió no ir a la feria, solamente salió un rato a ver el mar. Al volver, encontró a su hermana en la hamaca, suspirando, con los ojos llovidos de sal. Después giró la mirada hacia la puerta de la cocina. Miró con miedo. Y vio salir a Zé. Mirela sintió espasmos, tembló, se ahogó en la garganta. Ese minúsculo ruido llamó la atención de María Rita que giró hacia ella. Se quiso levantar rápido, pero sus piernas se enredaron en la hamaca y cayó. Mirela no le quitó los ojos de encima, parecía querer aplastarla con la fuerza de su mirada. No la ayudó. Se fue. María Rita no pudo hablarle, no quiso levantarse. Y Zé, inmóvil, casi invisible, quedó ahogándose en el silencio ajeno. Parecían asfixiados, como los animales que se entregaban a Nanã. Mirela no volvió la vista hacia ellos, se fue camino del mar. Miraba, aguardando el momento correcto para ser ofrenda. Pero no, todavía no quería perderse en el mar. Adentraba las manos en la arena, se lastimaba las uñas, forzaba su carne en el frío. Sin embargo, no le dolían. La angustia era otra. Sus manos se soltaban, fluían entre las piedras de mar, creadoras. Las sacó rápido, para ver cómo se movían. Suaves. Se frotó las piernas con los restos de arena. Nanã é o barro é a vida. Sintió que había algo más allá de su piel. Y decidió volver. Cuando regresó, Zé ya no estaba en la casa y María Rita seguía colgando las piernas y sus lágrimas de la hamaca. Al verla volver le pidió por favor que la escuchara. Mirela fue hasta ella en silencio, dejando caer tras sus pasos trozos de arenisca ya fríos, helados. Se paró junto a ella, sin mirarla. María Rita le explicó. No había podido manejarlo, creyó que simplemente sería un encuentro, pero se fue involucrando cada vez más. Ella solamente le ofreció el cuerpo. Lo dijo tapándose la piel con las telas de la hamaca. Se sentía como nunca antes. Avergonzada. Mirela tenía con él otro tipo de encuentro. Entonces la interrumpió, le dijo que Zé había quedado 23
obnubilado desde el primer momento ante Oxum. Y la miró. Cuando María Rita pudo recuperar la voz, ahogada en la mirada de su hermana, le dijo Teu olhar mata mais do que bala de carabina. Mirela supo reconstruir aquello que había sentido a orillas del mar y le respondió É na morte, condição para o renascimento e para a fecundidade, que se encontram os mistérios de Nanã. Se acercó, le dio un beso en la frente y le acarició el vientre.
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Seducción, labios y mar Por Gustavo M. Galliano Localicé el ocaso del día en mí, creyendo ver tu sonrisa en la bruma, evolución del silencio en frescura, cual tesis desleal de mis sentidos. Perduras, el olvido aún no erosiona, te sumerges y emerges en las aguas, cristalinas aguas de voluptuoso oleaje, donde Poseidón no reina, sólo mi mente. ¿Fue la seducción mi soledad? no, creerías que profané la necedad, fueron tus labios con reminiscencia a Mar, néctar divino que incendió a mi alma. Lapso, detente impertinencia burda, monólogo destructivo de mi ser, agitarás el recuerdo hasta agotar la luz, al resucitar tus labios estos versos. Contemplé el respirar de la noche en mí, creyendo ver tus ojos en la penumbra, cristalizó el resplandor de la tiniebla, ofrenda mortal, en la Bahía del Adiós.
Seduçäo, lábios e mar Localizei o ocaso do dia em mim, creditando ver teu sorriso na névoa, evolução do silêncio em frescura, como tese desleal de meus sentidos.
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Permaneces, o olvido ainda não erode, imerges e emerges das águas, águas cristal de marulhos bombásticos, onde Poseidón não reina, apenas minha mente. Foi a sedução minha soledade? não, pensarias que profanei a necedade, foram teus lábios com reminiscência de Mar, néctar divino que incendiou minha alma. momento, detém impertinência tola, monólogo destrutivo de meu ser, agitarás a lembrança até cessar a luz, ao ressuscitar teus lábios estes versos. Contemplei o respirar da noite em mim, acreditando ver teus olhos na penumbra, cristalizou o resplendor das trevas, oferenda mortal, na Baía do Adeus.
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Alguien observando Por Gustavo M. Galliano Te he observado espiar tras las cortinas, con la mirada perdida en algún horizonte, devorando a otras gentes tan indiferentes que machacan veredas sólo por costumbre. He notado la inquietud de tus pupilas, con manos crispadas por tanta impotencia, y un suspiro profundo empaño los cristales, sin poder destruirlos como hubieras deseado. Te he visto observar desde tu fortaleza, con frente sudorosa y aspecto cansino, bebiendo la brisa que obsequia la noche, sin penas ni glorias, solo por destino. He descifrado de pronto tus dudas y temores, náufrago del llanto que abraza la impaciencia, soñando una isla sin tesoros ni puertos, y miles de gaviotas de incesante vuelo. Te he visto observar hacia mi ventana, papel y lápiz en mano, escribiéndome algo, y dudé entonces si en verdad existías o un gigantesco espejo pendía del cielo.
Alguém observando Eu vi você espiar por trás das cortinas, com a mirada perdida em algum horizonte, devorando outras gentes tão indiferentes que esmagam veredas apenas por costume. 27
E notei a inquietação das pupilas, com mãos crispadas por tanta impotencia, e um suspiro profundo embaço os cristais, sem poder destruí-los com teria desejado. Eu te vi observar desde tua fortaleza, com a fronte suada e aspecto cansado, bebendo a brisa que obsequia a noite, sem pena nem glória, apenas por destino. Decifrei de repente tuas dúvidas e temores, náufrago do pranto que abraça a impaciência, sonhando uma ilha sem tesouros nem portos, e milhares de gaivotas de incesante vôo. Eu te vi olhar na direção de minha janela, papel e lápiz na mão, escrevendo-me algo, e duvidei então se em verdade existes ou serias um colossal espelho pendurado no céu.
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La venta de carnes Por Daniel González
Alba llegó esa mañana, como todas las mañanas, a abrir la carnicería. Un humilde local perteneciente a su marido, situado en los bajos de un derruido edificio que databa de principios de siglo, localizado en una zona de clase media baja. Las paredes de cemento carcomido por la erosión incesante y las inclemencias climáticas, se alzaban ominosas sobre la vieja acera de adoquines agujereados. Esa mañana era tan rutinaria como cualquier otra. Su vida se malgastaba en atender sola la carnicería de la que su esposo era propietario. Su marido era un taxista que recorría las calles día con día, y delegaba en Alba la total administración del local expendedor de carnes. Tras levantar los ruidosos portones plegables, abrió las vidriosas puertas removiéndoles el cerrojo, moviendo el rótulo de “cerrado” para cambiarlo por “abierto”, oficializando así un nuevo día de labores. El viejo gato amarillo que resguardaba la mercancía de sabandijas rastreras la saludó somnoliento con un quejumbroso maullido. Alba le acarició la cabeza y luego se posó tras el mostrador a la espera de los primeros clientes mañaneros. Su letárgico día transcurrió sin novedades. Alba observó inquieta a la joven pareja de clientes que se besaban cálidamente. Una muchacha de cabellos castaños y cuerpo esbelto que abrazaba a su novio con besos candorosos. Se distrajo tanto por la escena romántica que casi dio mal el cambio a uno de los últimos clientes. Su corazón se estrujó de envidia recordando aquellos tiempos, hace años ya, en que ella y su esposo fueron una joven pareja de apasionados novios. Ahora, a sus cuarenta años, tras más de quince años de casada, la frecuencia del sexo era tan irregular como los viajes al extranjero. Y cuando el fugaz acontecimiento se daba, el tedio insípido y monótono lo empañaba totalmente. La pareja terminó de besarse y salió aprisa tras comprar unos productos sin importancia.
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Alba cerró la carnicería, colocando los candados tras bajar los portones plegables estrepitosamente. En frente de la carnicería estaba una mujer cuya belleza asombró a Alba. Era una linda joven con poco más de veinte años, ataviada con un sórdido traje de noche, una minifalda y ajustadas medias oscuras que resaltaban su esbelta figura. Sin duda alguna se trataba de una prostituta. Muchas de ellas solían esperar clientes en las callejuelas aledañas al local. Pero esta en particular no era de aspecto vulgar, como otras. Mostraba una inusual sofisticación que le llamó poderosamente la atención. Llegó a su casa como de costumbre. Sus tres hijos (un varón de quince años, una muchacha de trece y un niño de diez) peleaban, veían televisión o realizaban alguna otra actividad corriente que no le preocupó en lo más mínimo. Sencillamente preparó la cena hasta que su esposo llegó cerca de las siete. 29
La lacónica cena tuvo una conversación laxa, y frente al televisor como era habitual. Esa noche, su esposo vio partidos de futbol y películas de acción de bajísima calidad hasta más o menos las doce de la noche. Hora en que apagó la televisión y durmió a su lado. Pero Alba no fue capaz de conciliar el sueño asolada por sentimientos de frustración y enojo mal reprimidos. Añoró con pesar aquellos viejos tiempos cuando era joven, y salía a bailar con su esposo, Luis Fernando. Eran dos veinteañeros enamorados capaces de conmover al mundo. Bailaban frenéticamente, bebían y fumaban, salían al cine y disfrutaban de viajes a la playa, aún con limitados presupuestos. Hacían el amor con frecuencia, de forma cándida y entusiasta. ¡Qué tiempos aquellos! Cuando Alba disfrutaba de orgasmos con tórrida frecuencia. Aún los primeros meses de matrimonio fueron similares. Quizás se opacó un poco tras el nacimiento del primer niño. Pero mantenían una cierta regularidad y una vida social activa. Todo comenzó a empeorar tras el nacimiento del segundo hijo. Y de allí, en picada vertiginosa hasta reducir a cenizas los ardores pasados. Sin vida social por falta de dinero y de tiempo, y sin sexo. Su esposo era un buen hombre. Trabajador incansable por lo que jamás faltó nada en el hogar. Nunca la golpeó a ella ni a sus hijos. Además, era amable y cariñoso a su manera. Claro, le había sido infiel varias veces, pero ella lo perdonó, especialmente por su modo humilde y sincero de ser. No era malo, sencillamente era apático e incapaz de comprender los impulsos más recónditos que subyacen en el espíritu femenino.
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Alba pasó al día siguiente la misma rutinaria faena. Y de nuevo notó a la hermosa prostituta que se introducía en un automóvil lujoso. Y así pasó observando las labores de la prostituta consecutivamente, hasta que las semanas se transformaron en meses. Alba estaba enloquecida de pasión, así que intentó instigar a su sorprendido esposo a que tuvieran relaciones. Éste hizo caso, como retado a demostrar sus potestades masculinas. Sin embargo, los años, el licor, la panza y el duro trabajo habían medrado al otrora pasional sujeto. Quien una vez fuera un mujeriego empedernido que enloquecía a Alba con súbitos movimientos sexuales que le otorgaban lúbricos éxtasis, ahora era un aletargado cuarentón que sufría dificultades eréctiles y generaba gozos precoces. Alba se odió a sí misma. Sus esfuerzos de atizar la relación la dejaron aún más frustrada y sumida en tinieblas monótonas. Dos meses después de la primera vez que notó a la prostituta, comenzó a saludar a la hermosa mujer con sonrisas tímidas, las cuales evolucionaron en un laxo “buenas noches”, hasta terminar en una cálida conversación sobre temas irrelevantes. —¿Eres prostituta, verdad? —le preguntó Alba. —Sí. —¿Cómo te llamas? —Ana Cristina. No mediaron más palabras esa noche, pero Alba se fue con el nombre de Ana Cristina en la mente. ¡Qué nombre tan bonito! Tan bonito como su dueña. 30
Lo pensó largamente toda la noche, hasta que tomó valor y se decidió. Al día siguiente encontró de nuevo a Ana Cristina atisbando clientela cerca de la puerta del local. —¿Sabes, Ana Cristina? Hay un cuarto al fondo de la carnicería. Tiene entrada trasera, y no se usa para nada. Pero tiene cama, baño, ducha con agua caliente. Te lo puedo alquilar, y no tendrás que llevar a tus clientes a hoteles. —Bueno... —dijo Ana Cristina con una mirada de alegría— de hecho me serviría. El lugar donde vivo actualmente es bastante desagradable. Entonces Alba llevó a Ana Cristina a ver el cuarto trasero. Era bastante acogedor aunque estaba humedecido por la falta de cuidados. Ana Cristina lo acondicionó como pudo y se quedó a dormir esa misma noche. Algunos días después el cuarto estaba repleto de los pocos muebles y pertenencias de Ana Cristina, y había sido transformado en un lugar muy bonito. —Quisiera comprarle carne para mis comidas diarias, doña Alba. —Si gustas —le dijo Alba— déjame una copia de tus llaves y puedo dejarte de vez en cuando algo de carne. Me pagas todo junto al final del mes. —¡Que amable! Gracias.
***
Alba muy frecuentemente observaba a los clientes de Ana Cristina salir en las mañanas de la parte de atrás y cruzar hasta el frente de la acera donde parqueaban el automóvil. Hombres viejos y regordetes, o muchachos jóvenes y aparentemente primerizos. En general, la clientela de Ana Cristina era una fauna muy variada. Una mañana de tantas, Alba entró al cuarto a dejarle algo de mortadela para el desayuno. El cliente acababa de salir, un tipo gordo y calvo, vestido de traje. Era obvio que Ana Cristina estaba aún dentro, pero Alba no pudo resistirse a entrar. Encontró a Ana Cristina durmiendo en la cama, con las cobijas cubriéndole sólo de la cintura para abajo. Alba miró con pasión la belleza desnuda de la meretriz. Observó sus labios carnosos, sus mejillas tersas, sus lacios cabellos negros, su nariz aquilina, su mentón partido, sus pechos firmes. Se estremeció entonces de un deseo homosexual que no pudo más que reprimir con furor. Dejó la mortadela de golpe en el suelo, y salió a prisa del cuarto como escapando de alguna fuerza demoníaca... Con el paso de los meses, y su letárgico esposo dejándola muy insatisfecha, Alba no pudo resistir más la tentación. La bella prostituta entró momentáneamente a la carnicería a tomar un vaso de agua, encontrándose el local vacío. Alba contempló a la preciosa mujer que tenía enfrente, y la deseó con tanto frenesí, que estalló diciéndole: —¡Hazme el amor! —Ana Cristina se atragantó con el agua. —¿Qué? —preguntó extrañada la prostituta. —Por favor. Hazme el amor y no te cobro por el cuarto. Ana Cristina estaba extrañada ante la exótica petición. Pero era un trato que le era imposible rehusar. Así que ese día Alba llamó por su celular a Luis Fernando y le dijo que llegaría 31
tarde por sacar unas cuentas particularmente molestas de la carnicería. Ana Cristina —quien tenía amplia experiencia sexual con hombres y con mujeres desde muy joven— hizo vibrar de pasión a Alba. Le estremeció cada poro con erógenas caricias, hasta hacerla estallar en un catártico orgasmo, similar a aquellos que no había disfrutado en años. Tanto había pasado desde el último, que casi había olvidado cómo se sentían. Sobra decir que Alba quedó satisfecha como nunca en mucho tiempo. Su sonrisa ensanchada y sus hombros relajados no dejaban lugar a dudas en ese sentido. Desde ese momento, Alba estaba de muy buen humor. Resistía las largas y aburridas labores carniceras con simpatía sonriente. Se alegraba de estar con sus hijos, y se mostraba afectuosa con su marido. Éste, por cierto, de vez en cuando tenía sexo con Alba, y ella lo resistía de forma displicente, especialmente porque eran momentos esporádicos. Al contrario, se había vuelto adicta a Ana Cristina, y recurría a sus candorosos brazos con mucha frecuencia. Se había convertido en el cliente más frecuente de la prostituta. Tan así que a veces cerraba más temprano o tomaba más de una hora de almuerzo con tal de disfrutar de su buen momento con la experimentada acompañante.
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Tal fue la sórdida relación que perduró incólume por quien sabe cuánto tiempo ¿meses? ¿años? Ana Cristina había sostenido relaciones sexuales con tantos hombres desde tan joven (desde aquella vez, forzada por su padrastro, siendo una niña) que era imposible contarlos. Debido a esto, nunca había tenido un orgasmo en su vida (algo irónico para una dadora de ellos) y tras la erosión de cientos (¿miles?) de hombres, Ana Cristina ya no sentía deseo sexual por ellos. Claro que en muchos años de carrera había satisfecho innumerables fantasías, perversas algunas, de muchos clientes, y había participado en encuentros múltiples y orgiásticos. Pero durante el incontable paso de amantes numerosos como olas en el mar, siempre fue ni más ni menos que un objeto sexual, sin mente, corazón o alma, sencillamente un agujero para producir placer. Y Alba se había convertido en su amiga y confidente, otorgándole a Ana Cristina lo que nunca tuvo: un genuino amor. Por esos sortilegios de la vida, un fortuito hallazgo mutuo de dos mujeres solitarias que se complementaban, terminó generando un intenso amor. Por lo que, para cuando la relación tuvo más de un año, ambas se amaban —a su manera... Es aquí donde Alba se encuentra en una encrucijada. Es esposa y madre. La carnicería es propiedad de su marido, y la casa es alquilada. ¿Cómo podría dejar a sus hijos? ¿Cómo podría llevarlos a vivir con una pareja lesbiana? ¿Qué reacción tendría su marido, que en todo caso, es un hombre bueno? ¿De qué viviría? Es ante todos estos pensamientos, y temerosa de que algún chismoso vecino alerte a su familia, que Alba termina la relación con Ana Cristina...
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Tres días pasaron desde que Alba sucumbió a la presión de una sociedad prejuiciosa y tradicional y sacrificó su amor y felicidad por su familia y una normativa convencional. Ya no volvió a ver a Ana Cristina esperando clientes en las afueras de la carnicería. Cerró el local con un aire nostálgico embargándole trágicamente el corazón y se dirigió hacia su apartamento. Subió las viejas y derruidas escaleras del carcomido edificio. Cuando estuvo próxima a la puerta percibió aquel horrible aroma que le era familiar. Era una pestilencia que cualquier carnicero reconocería; sangre. Su corazón se estrujó y temerosa entró al apartamento corroborando la espeluznante verdad que sospechaba. ¡La carnicería parecía estar dentro de su hogar! Su esposo estaba muerto a cuchilladas en el sillón ensangrentando las paredes y la alfombra. Sus hijos estaban cada uno en su cuarto, degollados. Hasta el infortunado gato amarillo que normalmente custodiaba los productos cárnicos en el local estaba muerto a puñaladas sobre el desayunador. Pronto, el resplandor intermitente provocado por ambulancias y patrullas invadió el lugar y policías uniformados separaban a los curiosos con bandas amarillas. Las ambulancias se llevaron los cuerpos cubiertos y sanguinolentos hacia la medicatura forense y dos policías se quedaron entrevistando a la figura lastimera de Alba. —¡Fue ella! —les decía— ¡Ella los mató! —¿Quién? —preguntó un abrumado oficial. —Ana Cristina —dijo sumiéndose en nuevo llanto— una prostituta... era mi amante... los mató por despecho cuando terminé con ella... —Se refiere a ella —dijo mostrándole una foto de una joven adolescente ataviada con un provocativo traje de noche, Alba asintió reconociendo a una Ana Cristina más joven. —Esta foto la extrajimos del archivo fue tomada por trabajadores sociales hace muchos años, antes de que usted se casara. —No... no puede ser... No entiendo... —La de la foto... es usted. —Pero... pero... ¿Cómo? —No entiende ¿verdad? Los vecinos la vieron con ropa provocativa prostituyéndose en frente de su local. Sabemos que, antes de que usted se casara, su madre y padrastro la obligaron a prostituirse desde que era niña. Ana Cristina no existe. Es una creación de su mente. Todo este tiempo sostuvo un romance con una alucinación. Pero Alba seguía mirando la foto incrédula, como si no entendiera aquellas palabras. Cuando la introdujeron en la patrulla para procesarla e internarla en el Hospital Psiquiátrico dijo: —Si encuentran a Ana Cristina díganle que la perdono y que me venga a visitar...
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Todo se resuelve con unas oposiciones Por Ana Patricia Moya De madrugada, te abraza la sombra de la hipoteca, y luego, tu chica, cariñosa, con esas ojeras que son idénticas a las tuyas: las marcas de la desesperanza. El desayuno se te atraganta – sólo galletas y café– por las confidencias en la ridícula cocina de diseño Ikea; se plantea la necesidad de formalizar burocráticamente que os queréis desde hace años, y delante de, al menos, un abogado –tu pobrecita madre anhela como testigo de vuestro amor al cura–, pero no hay dinero, no ya tiempo, no hay ganas. Tu pareja refunfuña porque le toca lidiar con su empleo – limpiando suelos–, y tú te adosarás a tu escritorio repasando el temario –para este año, ampliado, para joder aún más la voluntad y el bolsillo– durante cinco horas sólo interrumpidas por las ganas de cagar o de mear. Sentado y concentrado, es como si las manecillas del reloj permanecieran inertes; se agolpa todo en las sienes y sólo el estómago te avisa de que tienes cuarenta minutos exactos para ducharte, arreglarte, comer y volar hacía el bar donde haces equilibrios con la bandeja a cambio de unos euros y aguantando la amenaza de la incertidumbre –«la cosa está muy mala», «el negocio no va bien», etc. A las doce de la noche, con dolor de huesos, regresas al cubículo de treinta y cinco metros cuadrados que llamas hogar y allí está tu novia, sollozando, acurrucada en el sillón. Os echáis a temblar cuando confiesa «tengo un retraso» y te cagas en los muertos de los condones baratos y te vuelves creyente arrepentido de los santos, los de las estampitas de Santa Gema y San Judas Tadeo que te regaló la abuela para que te ayuden a aprobar de una puta vez. El disgusto os quita las ganas de cenar –tampoco hay gran cosa en el frigorífico– y os acostáis, deprimidos y derrotados. Tu mujer, a tu lado, se duerme, entre lágrimas; tú le agarras la mano con firmeza y la calidez te hace sentir un poco más humano. El insomnio te colma y reflexionas: ¿vale la pena tanto esfuerzo? «Si quieres prosperar en la vida, estudia oposiciones». La gran frase de los progenitores. Pero, como bien sabes desde que terminaste la licenciatura, no siempre los padres tienen razón.
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La cena Por Javier Úbeda Ibáñez
Iba en el autobús, cuando recibí una llamada de lo más sorprendente. Me anunciaba que había ganado, mediante un sorteo al azar, una cena para dos en el hotel JM de cinco estrellas. Contesté que yo no había participado en ningún juego, y mi interlocutor me repitió, tres veces seguidas, que se trataba de un sorteo aleatorio. «A la cena no acudirá usted solo, tendrá acompañante», me comunicó. «¿Lo conozco?», le pregunté. «No, también ha sido elegido de manera fortuita». Acudí a la cena, y en ella sólo encontré una docena de miradas tan extrañadas como la mía que tenían los ojos perplejos.
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Deterioro Por Eva Medina Moreno Acabábamos de cenar. Hacía tiempo que lo notaba raro. Lo miré. Veía la televisión con desidia, como si no le interesase pero necesitara esas imágenes ficticias. Bajé los ojos. Me fijé en una miga de pan que había en su plato. Al caer sobre el líquido de la lombarda se había hinchado. Junto a esta había otra; seca, más pequeña. Me pareció estar en un cuarto oscuro; revelaba una fotografía y la imagen iba apareciendo. Éramos nosotros. Él, el trozo pequeño, seco, había perdido esponjosidad y grosor. La hinchada yo, que parecía haberme nutrido con el agua violeta. Éramos dos migas de pan que se iban consumiendo, cada una a su manera. Cogí el plato y lo llevé a la cocina. Tiré las migas a la basura y encima las cáscaras de plátano, pero seguía viéndolas. Saqué restos de comida que puse sobre ellas. Al levantarme, él me miraba desde el marco de la puerta. Se iba a dormir. Sentada en el sofá imaginé cómo íbamos transformándonos. Ahora era yo la pequeña, la que había perdido esponjosidad y grosor, y él, el trozo hinchado, nutrido con el agua violeta. Luego, yo volvía a ser la hinchada, y él la reseca. Éramos dos migas de pan que se iban consumiendo, cada una a su manera.
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Parpadea Por Eva Medina Moreno Unos párpados que se abren y se cierran. Pequeños trozos de carne, piel escurridiza que se tensa y destensa. Si permanecen cerrados, desapareceré, desintegrándome en átomos diminutos. Lucho. Esos trozos de piel son mi única apertura. Si al bajar los párpados cierro los ojos, me introduciré en ellos y dejaré de existir. Al cerrarlos desapareceré, también los ojos. No quedará nada, sólo una mota de polvo; esencia de lo que fui. Esa mota se desvanecerá, mezclándose con el entorno. ¡Parpadea, parpadea!
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Yo Que me ahogo sin poder escribir una línea, me esbozo y me invento cada día. Me como, me devoro y me río. Opresora de mi propio yo, que crece y pide explicaciones. Habiendo sido dictadora, debo ahora cortar las cuerdas. Mis pequeñas Evas estiran piernas y brazos; habrá que enseñarles a andar.
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Las palmas de tus manos Por Javier Úbeda Ibáñez Las palmas de tus manos guardan el secreto de nuestro amor; el amanecer de un hermoso para siempre.
En las palmas de tus manos, una nube pletórica se encarga de dibujar ríos, mares y soles, que descienden hasta tus pies en cascada fundiéndose con la húmeda hierba del camino.
En las palmas de tus manos se puede escuchar cómo cantan los astros sus canciones eternas y cómo susurran «quédate conmigo, siempre».
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Las estaciones del amor Por Javier Úbeda Ibáñez Primavera en tu cuerpo sembrado de brillantes amapolas y margaritas que contienen deseos: ¿me quieres?, ¿no me quieres? Pero yo sé que me quieres.
Verano en el dulce estanque de tu sonrisa diáfana, velero que surca caminos de agua con un timón de soles encendidos.
Otoño en el regazo de tus manos siempre atentas.
Un festín de hojas pletóricas de belleza escribe en el suelo nuestra historia de amor.
Y pasa la vida al amparo de tus rosadas manos otoñales.
Invierno en tus resplandecientes ojos de melodías de cristal y vientos. Se enciende la lumbre cuando me miras y el frío huye al instante si tú
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estรกs a mi lado.
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Para siempre Por Mary A. Chacín (Maryache) «Se sonrieron. Era increíble lo que les estaba pasando. Debían y estarían juntos durante toda la vida, pero antes… –Te amo –confesó él. Quién diría que el más inalcanzable de los hombres sobre ese pedazo de tierra que era la ciudad donde vivían le estuviera confesando su amor, a ella, a la más némesis de su existencia, a la más opuesta de sus costumbres, a la más lejana de su pensamiento, a la más obstinada y tozuda de su vida. Era impensable, inconcebible. Ella se lo esperaba porque también le quería. Aunque toda ella estuviera hecha para ignorarlo, para pasarlo, para aborrecerlo, para olvidarlo. Aunque toda ella hubiera sido concebida para incluso ser su más acérrima enemiga, allí estaba, cayendo rendida ante su amor. –Yo también –confirmó. ¡Dios! Esto no podía ser posible. Y sí, aquel día pareció que mar y cielo, sol y luna, aire y roca fueran la misma cosa, la misma cuestión. Y se dejaron llevar, como nadie alguna vez lo hizo, como nunca se había previsto, como jamás se había pensado… Se dejaron llevar… Fin»
Terminó de teclear estas palabras y sonrió. Era la historia de su vida. Bueno, algo parecida, en realidad. Era exactamente la muchacha de aquella historia y tenía un amor justamente como aquel igual de imposible, de irrealizable, de increíble; con la trágica diferencia de que en su caso no pudo lograr su amor, no fue posible, hubo impedimentos colosales para que ocurriera. No importaba. Este era el final de su libro y si en la realidad ella y él no estaban juntos, en su libro estaban dejándose llevar, viviendo en las letras, convirtiéndose en inmortales, siendo un amor inigualable. Amándose entonces, una y otra vez, como nadie alguna vez lo hizo, como nunca se había previsto, como jamás se había pensado… Durante toda la eternidad. Para siempre.
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Nuestro norte Por Martín Coca Echa a correr cuando siente la primera gota en su cabeza. Puta lluvia. Se esconde en la parada del bondi. Apretada entre tanta gente se siente sola; recuerda su música, la saborea. La empujan. Permiso. Gracias. Las canciones suenan en su mente, alegre melodía acompañada por el ritmo de la lluvia. ¿Sabés si el cientocuatro para en…? No termina de escuchar, niega y sonríe. Lo único que sabe es que ella no pertenece a ese mundo frío. No. Revisa su bolsillo. Para un bondi y avanza, sola, con la multitud. Sus dedos, llenos de ritmo, saltan de un lugar a otro. Las gotas contra el cristal la corean. Freno. Pierde el ritmo ¿Está ocupado? Niega, se levanta ¿Bajás acá? Baja. Extraña el calor. Extraña las calles. No para de llover. Estornuda, avanza y suena. Es automático, su cabeza suena, no piensa. ¡Si te agarro…! Risas. Se voltea y sonríe. Los ve tartamudear y alejarse. Risas. De ella. La rambla. Se descalza, la arena fría. No es su tierra. Se tumba sobre la arena, la noplaya. La lluvia la muerde, ella tararea. Escucha a las personas. La critican ¿Viste a esa loca? Ahora canta casi a gritos. Una tierra fría. Puta lluvia.
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Curiosidad fatal Por Selín Genaro y Martín cruzaban el parque, volviendo al trabajo después de haber comido. —¿Lo has visto? —dijo Genaro, que se había parado de improviso. —Perdona, ¿qué decías? —Martín iba algo distraído. —Aquello tapado con la tela. Encima de la balaustrada de ese edificio. Se acaba de mover. —¡Bah! Habrá sido el viento allá arriba. —Que no. Que ha sido como si se estremeciese. —¡Venga ya! Eso deben ser figuras, parecen como unos jarrones grandes. No son más que elementos decorativos. ¿Cómo van a moverse? —¿Y esas bolsas de tela que las cubren? ¿Para qué se las han puesto? —Es fácil. Para protegerlas de la intemperie. Ya sabes: lluvia, viento, contaminación… —¡Claro! ¿Pero tú has visto eso en algún otro sitio? Las estatuas y las figuras se muestran a la vista, no se esconden envueltas en unas bolsas de tela. —Bueno, ¿y qué? ¿No querrás ponerte a investigarlo? —Podríamos comprobar qué son realmente. —¡Ya! ¿Y cómo? —Entramos en el edificio y lo averiguamos. —¿Tú te crees, Genaro, que el conserje nos dejará entrar así por que así? ¿Qué le decimos para que nos deje pasar? —No lo sé, déjame pensar. ¡Mira! Ahí llega un grupo de gente y parece que van hacia la entrada. Vamos con ellos. Junto a la entrada había un cartelón con la convocatoria de una conferencia. El grupo de gente se paró un momento, lo que aprovecharon Genaro y Martín para situarse junto a ellos. Enseguida salió un conserje que pidió al grupo que le siguiese. Todos entraron en el edificio y subieron a la segunda planta. Antes de entrar en la sala de la conferencia, Genaro y Martín fueron al lavabo, situado en una esquina, haciendo tiempo para que se despejase. Una vez seguros de que el grupo había entrado, pues ya no se oían voces, salieron y fueron hacia una escalera de servicio que había al lado y subía a la siguiente planta, donde suponían que estarían las golfas y se saldría al tejado, rodeado por la balaustrada en la que estaban las figuras envueltas. Al llegar arriba, descubrieron que estaban en una pequeña sala que tanto podía ser un taller como un laboratorio, pues igual que había herramientas y un gran jarrón descansaba sobre una 43
gruesa mesa de madera, también había frascos de cristal, con productos diversos, en una estantería y una mesa con instrumental de vidrio de laboratorio. Estaban observando más de cerca el jarrón, cuando les sorprendió una voz a sus espaldas: —¿Les puedo ayudar en algo, caballeros? Se volvieron, algo sobresaltados. Un hombre, bastante viejo, que llevaba una bata blanca les miraba con detenimiento. —Estábamos admirando este jarrón —respondió Genaro—. ¿Es uno de los que coronan la balaustrada exterior del edificio? —Sí, lo estoy restaurando, pues ha sufrido algún deterioro. Cuando esté listo, lo repondré en su sitio de nuevo —explicó señalándolo, luego continuó con un tono más serio—. Ahora deberían irse, esta es una zona restringida. —Gracias, perdone la intromisión, ya nos vamos —se disculpó Martín, mientras agarraba del brazo a Genaro, que aún quería seguir la conversación. Bajaron hasta salir del edificio, el conserje les miró y pensó que se iban por que les debía aburrir la conferencia, así que no les dijo nada. Ya fuera, se apartaron del edificio. Genaro volvió su mirada hacia arriba y la paseó de un lado a otro. —Algo falla, aquel viejo no nos ha dicho la verdad. —¿Quieres dejarlo ya, Genaro? Un poco más y llama a los de seguridad. Entonces sí que tendríamos un problema. —¿Te has fijado en que no hay ninguna plataforma libre en toda la balaustrada? —¿Y qué? Tendrán algún jarrón de repuesto, ¿qué sé yo? —No lo veo claro —decía ensimismado Genaro, incapaz de apartar la vista de aquellas figuras envueltas en tela. —Es igual, ahora nos vamos para el trabajo, que seguro que nos están echando en falta — dijo Martín, casi arrastrando a su compañero para alejarlo de allí. Al finalizar la jornada de trabajo ya era tarde y anochecía. Las sombras daban un aspecto siniestro a las figuras envueltas de aquel edificio. La mente necesitaba muy poco para soltar la imaginación. Genaro hizo tiempo para que los demás se fuesen y poder irse solo. Quería satisfacer su curiosidad y se acercó de nuevo al edificio. Volvió a pasear su mirada y notó que faltaba una de las figuras. Como era normal, a esa hora estaba cerrado. Comenzó a rodearlo y vio algo de movimiento cerca de una puerta lateral. Se apostó y desde allí vio como alguien sacaba un bulto algo pesado, pues lo arrastraba por el suelo, y luego lo echaba dentro de un contenedor, no sin cierta dificultad. Al girar para irse, Genaro reconoció al viejo con el que habían hablado. Tras esperar un poco, se acercó a la puerta, comprobó que no estaba cerrada con llave, la abrió con cuidado, entró y se encontró con una escalera que llevaba hacia arriba. Pudo comprobar que era la escalera por donde habían subido antes y llegó hasta la misma salita donde habían estado. El jarrón seguía allí. Al fondo había una puerta, que parecía entreabierta. Genaro la abrió un poco, daba a una sala que estaba a oscuras. No vio a nadie y entró. Un momento después sintió un fuerte golpe en la cabeza, que le dejó inconsciente. 44
Cuando despertó, apenas se podía mover. Tardó en darse cuenta que estaba erguido. Intentó girarse, pero sus pies no pudieron obedecerle, estaba inmovilizado, pero no sabía cómo ni dónde. Una voz sonó detrás: —Bienvenido. No, no hace falta que intentes girarte. Tampoco es que puedas hacerlo. Ahora ocupas el hueco que hace un rato estaba vacío. Genaro intentó zafarse de donde estaba aprisionado, pero su cuerpo cada vez le respondía menos. Notó como se estaba paralizando a cada momento y el terror se adueñó de su alma. —Tú también estarás muy quieto —continuó aquella voz, cada vez más lejana, que le recordaba al viejo que había visto—, todo el tiempo, mientras me alimente de ti, hasta que estés totalmente seco. Entonces llegará el momento de estar aquí de nuevo, esperando que pase un curioso incauto por el parque y hacer un movimiento extraño para llamar su atención. Después de las últimas palabras no hubo más que silencio. Genaro había perdido toda capacidad de movimiento. Ahora una nueva estatua viva ocupaba el lugar que había quedado vacío. La bolsa de tela mantendría la verdad oculta y también sería su mortaja.
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Así no hay quien duerma… Por Eugenia Sánchez Acosta El ladrido desenfrenado de los perros lo arrebató del sueño. Con los ojos súbitamente abiertos a la insondable oscuridad de su habitación, sintió como su corazón aceleraba sus latidos y la sangre bombeaba en sus oídos. Contuvo la respiración, intentando comprender qué sucedía, pero no podía identificar ningún sonido extraño bajo el continuo ladrido. Esos malditos chuchos, pensó, y la vena en su frente comenzaba a hincharse como siempre que despertaba inquieto y sin haber logrado descansar. Apartó las mantas con rudeza y se sentó en la cama. El aire helado que surcaba la habitación como un transatlántico fantasma en aguas tranquilas, lo hizo estremecer. Pronto la piel se le erizó, y los dientes comenzaron a ensayar un tintineo inconsecuente. Con el pie que aún calzaba media ─el otro había quedado desnudo en algún momento─ tanteó en busca de las pantuflas y las enfundó con torpeza. Intentando calzar bien el pie, se levantó y se encaminó hacia la puerta, imperturbable ante la oscuridad. Al salir al pasillo, esquivando con agilidad instintiva la delgada mesilla ubicada junto a la puerta, la oscuridad lo siguió, intentando avanzar frente a él. Bizqueó, abriendo y cerrando grande los ojos, como si eso fuera a hacer posible adivinar por entre las cortinas cerradas del otro lado del corredor lo que ocurría afuera. Tras el fzzz de la pantufla arrastrándose sobre las baldosas, avanzaban sus delgadas piernas desnudas, sus rodillas huesudas, sus muslos blancos como mantequilla, sus caderas envueltas en blancos calzoncillos que ningún modelo de Calvin Klein consideraría usar jamás, su panza obsequio de la cuarentena, el ombligo saltón, como otro ojo más abriéndose al límite, la musculosa blanca y desgastada que prefería para dormir sin importar la estación del año, sus hombros como pinzas a cada lado de una percha deslucida, la nuez de Adán, el mal afeitado, el rictus contraído, la nariz como una gran D, los ojos parpadeantes, la frente fruncida, la migraña queriendo instalarse, los pocos pelos en desorden, el sueño cálido borrándose como una viñeta inacabada… Las cortinas eran pesadas y demasiado largas. Al acercarse a ellas y abrirlas con discreción, el polvo que las cubría se agitó sobresaltado, colándose por su nariz. Estornudó en silencio, pues despreciaba todo ruido que su cuerpo pudiera expresar. Sorbió luego, también en silencio, inconsciente. La noche del otro lado del vidrio era tan impenetrable como la que rodeaba su figura dentro de la casa. Sabía que más allá, superando la ridícula medianera que nunca pudo alzar lo suficiente para ahorrarse la visión de sus vecinos, y gracias a que el otoño había barrido todas las plantas que su vecina parecía incentivar a que invadieran su propiedad, los perros ladraban y daban brincos y tirones a sus cadenas. Se trataba de tres cucos a cuál de todos más despreciable, bochincheros a todas horas, hijos todos de la misma perra y de dudosa paternidad. Peludos, pequeños y básicamente inservibles, los tres ostentaban nombres ridículos que sus amos se enorgullecían en recordarle siempre que 46
encontraban ocasión. Que si Fefo esto, que si Sisi lo otro, que si Lito lo de más allá… Malo es cuando los nuevos vecinos llegan cargados de niños cuyas pelotas siempre terminan de tu lado del jardín, pero a veces se preguntaba si no eran mucho peor estas parejas que por hijos entendían perros y que como tales trataban, para consternación de quien tenía que apreciar el espectáculo. A él le bastó una mirada a los nuevos vecinos para meterlos en la misma caja que a los anteriores, la parejita homosexual que batió récord en retirada cuando se percataron que habían ido a parar a un barrio que a diario los espiaba sin intentar disimular, esperando una indiscreción, una barbarie tal como un beso entre dos hombres, un manoseo, una expresión fuera de lugar, para terminar de hacerles la cruz… Parejas modernas, les decían en la tele, como si la modernidad se basara en ir creando caos a su paso, desbaratando todo lo que hasta entonces se conocía como normal… Él odiaba a esos cucos de vocecitas aflautadas y ladridos que se incrustaban en su cerebro como témpanos de hielo. Sin pensarlo dos veces, y como ya dictaba la costumbre, levantó el seguro de la ventana y deslizó una hoja hacia arriba. Ni lerdo ni perezoso un aire helado echó el aliento sobre su endeble fisonomía y, más molesto a cada minuto, decidió no perder tiempo. Entre las cortinas, en el aro que antiguamente se había instalado para sujetarlas y permitir que la luz del sol se colara en la casa, él colgaba su onda. La madera tan suave por el uso y el olor de la goma siempre lista para el lanzamiento firme, le transmitieron un sentimiento de confort que disipó el frío y detuvo el castañeteo impertinente de los dientes. Tomó una de las piedras que dejaba alineadas en el alfeizar, la acarició dulcemente, reconociendo sus cortes y suavidades, y luego la ubicó con silenciosa preparación de arquero. A ciegas hizo el primer disparo, que en seguida hizo lanzar a uno de los perros un inconfundible sonido de dolor. Ojalá fuera el tal Fefo, pensó y no pensó, pues la concentración lo dominaba. Los perros callaron un momento y luego retomaron su diatriba con un innegable matiz de duda en sus voces perrunas. Una segunda piedra rodó entre sus dedos y pronto surcaba el aire nocturno, incapaz de ser adivinada. Un resquebrajarse de cerámica, quizás una maseta, fue la conclusión de su camino. Los perros ahora se desgañitaban al borde de un reencontrado éxtasis. Con un ademán de frustración y juramentos a medio mordisquear entre sus dientes marchitos, él juró redención. Una tercera piedra ya se montaba a la onda, se inclinaba hacia atrás, hacía que la goma se tensase, producía un sonido de sorpresa al ser despedida, un fugaz e imperceptible zumbido al cruzar el aire, un silencio opresivo al final de su ruta. Él esperó, intentando adivinar a qué había dado en lo obscuro sin que produjera sonido, o al menos uno que pudiera superar al ladrido de los perros, y ya se aprestaba a preparar una cuarta piedra, haciendo recuento mental de las que aún quedaban a la espera, cuando la luz del patio de los vecinos se encendió, y pudo ver tanto como oír el humillante espectáculo de los perros, confundidos entre seguir ladrando o llamar la atención de sus amos con ruegos lastimeros. Se apartó apenas, dejando una separación entre las cortinas, los ojos a los que ahora se les presentaba algo más que negrura esperando ver aparecer a su vecino en pijama. Escuchó como giraba la llave en la cerradura, y el arrastrar primero de la puerta hinchada de humedad. El vecino, gordo y alto, con los pelos enmarañados como si fuera condición batirlos para dormir, salió al jardín, el viejo pijama sobrándole de todos lados. Se acercó hasta donde estaban los perros y bastó 47
un camineaecharse y un gesto admonitorio de la mano, para que las tres bestias se sentaran sobre sus cuartos traseros y bajasen la mirada, avergonzadas. Una bendición de silencio cayó sobre la cuadra, y los oídos parecieron destapársele al fin con un pitido como de victoria, de viva la calma, de ahora se podrá dormir. Casi sonrió, pero la boca estaba distraída, entreabierta, como tendía a quedársele ahora cuando se olvidaba de dónde estaba o qué estaba haciendo. Sus manos, parcas en movimientos, como soldados que han vuelto tras una dura batalla, dejaron en su sitio la onda y se aprestaron a cerrar la ventana apenas se diera la ocasión. Y fue quizás ese gesto de director de orquesta que puso todo en marcha. De repente, el vecino giraba sobre sus talones desnudos aprestándose a volver a la casa, cuando una sombra se desprendió de las sombras, avanzó a su espalda, le hundió con saña el momentáneo brillo de una hoja afilada, se aprovechó de la sorpresa del otro y cayeron ambos al suelo, el vecino sin poder defenderse, la sombra rindiendo su presa. Duró un segundo el monumento a la muerte erguido entre las plantas del jardín ante la mirada muda de los tres perros, y luego la sombra se desprendió, corrió hacia un lado de la casa, cruzó la medianera ridículamente baja, atravesó el jardín del espectador desapercibido, se perdió con perpetuo resonar de pasos más allá de la esquina… El vecino yacía inmóvil. Una flor tímida estiraba su húmedo ramaje sobre la camisa del pijama. El mango de lo que ahora se veía debía ser un largo cuchillo, asomaba cual broma macabra. El hombre en la ventana miraba impávido. Su cuerpo se agitaba, producto de un espasmo. Seguía allí clavado cuando salió la vecina, y su voz que más bien era gañido, surcó la noche sin necesidad de onda.
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La agonía de las mujeres como se demuestra en La Casa de Bernarda Alba
Especial
Por Sukanta Kumar Chattopadhyay Este artículo trata de establecer la encarcelación de las mujeres en la sociedad en la perspectiva de la trauma de cinco mujeres viviendo bajo la feroz dominación de su madre, Bernarda Alba que en el drama es la representante simbólica de la hegemonía draconiana perpetua de la sociedad impuesta sobre las mujeres. 1.
Introducción
El autor de este articulo intenta a analizar la perspectiva social prevaleciendo en las décadas antes de la guerra civil en España donde las mujeres apenas podrían disfrutar libertad en cuanto a la adquisición de sus deseos, amor y pasión incluyendo las aspiraciones profesionales que todavía eran las bastiones machistas. El autor alude a esta práctica perenne de la supresión de las mujeres en el “Drama de mujeres” o “un drama de las mujeres en las aldeas de España”. Federico García Lorca, uno de los luminarios de la literatura española nació el 5 de junio en Granada y llegó a ser una figura que aportaba para el florecimiento de la literatura española sobre una gama de actividades literarias incluyendo la poesía y el drama. La interacción intelectual con Salvador Dalí, Jorge Guillén, Pedro Salinas, Luis Cernuda, Dámaso Alonso y Gerardo Diego de la generación del 27 era un factor muy influyente para el desarrollo de su actitud desapasionada a la sociedad que le ayudó a cruzar más delante de su tiempo que en la eventualidad le catapultó a ser una figura literaria de fama internacional. Durante el breve rato de su vida que se encontró el fin en la noche fatídica del 19 de agosto de 1936 en el principio de la guerra civil, tuvo que enfrentar muchas críticas y resistencias debido a sus ideas iconoclastias acerca de homosexualidad y su postura contra el monolito de las creencias que existieron en la entonces sociedad de España para reprimir las mujeres. Sus obras de poesías y dramas provocaron una gran inquietud y amenaza a las autoridades en punto de vista de sus posturas antifascistas y anticlericales. Aunque fue asesinado a balazos de la guardia civil de Franco como la consecuencia de su postura antifascista manifestada en sus escrituras, fue rehabilitado con la honra que merece en el pos Franco régimen después de la restauración de la democracia. La Casa de Bernarda Alba una de las mejores creaciones de Lorca es un drama de mujeres según el autor mismo (Lorca 47). De hecho, los personajes principales que aparecen en el curso del drama son las mujeres, cada una de ellas siendo la representante de su época cuando la libertad de las mujeres era una obsesión absurda y blasfema de los intelectuales. El dramaturgo ha reflejado en la personaje de Bernarda un genuino y auténtico retrato de una mujer muy opresiva y torturadora que como una dictadura prefiere a reprimir sus hijas con una mano de hierro perpetuamente. Es un drama en el que el autor ha dibujado no sólo la agonía de cinco mujeres, sino también proyecta la idea del sufrimiento universal de seres humanos, las mujeres específicamente, cuyo origen se puede rastrear al inicio de la civilización de ser humano. Observamos en el drama que las aspiraciones y sueños de las mujeres para una vida del amor y de la pasión termina abruptamente con la muerte de Adela que prefirió a suicidarse para evitar la estigma social que iba a ser tirada a ella para ser embarazada ante de la boda legal. El autor pinta una situación que trae en el foro la 49
desesperación y frustración de la mujer cuya esperanza de vivir una vida normal se ha marchitado debido al ego falso, arrogante y desdeñoso de su madre que pone ante todo su estatus aristocrático como el criterio único para determinar sus interacciones sociales con la gente de la clase inferior de la sociedad.
2.
Resumen
Como se describe por Lorca mismo, La Casa de Bernarda Alba es un drama de las mujeres (Ángel. Introd). De hecho, es evidente que los personajes principales de este drama son las mujeres, Bernarda Alba la madre y sus cinco hijas núbiles. Un breve vistazo de este drama revela que cada una de los personajes femeninos son los verdadero representantes de una época de la sociedad (Julio 53-94), donde el concepto de la libertad de las mujeres o la emancipación de las mujeres (Ibsen Web) era un acto de blasfemia o una ensoñación que se desvela desde las palabras de Bernarda Alba, “Aguja para las hembras. Látigo y mula para el varón” (Lorca 10). Lorca retrata Bernarda como una persona que le gusta muchísimo a promulgar un régimen draconiano que es una reflexión de la dictadura franquista que reinaba en España por más que tres décadas con la sujeción durísima. Es un drama que no sólo dibuja el aprieto de cinco mujeres de una mujer de nombre “Bernarda” sino también lanza un escenario vivo de la represión del ser humano desde el tiempo inmemorial. Las aspiraciones y los sueños de las mujeres para una vida vibrante con la dicha del amor conyugal terminó abruptamente y drásticamente con el fallecimiento de Adela que se suicidó para salvarse de la estigma de ser una madre antes de establecer la relación matrimonial según las normas y las rituales de la sociedad. El autor presenta una situación en la que las mujeres quedan encarceladas perpetuamente en un ambiente de la angustia y trauma que alcanza el clímax coincidiendo el fallecimiento de Adela mientras Bernarda grita diciendo, “La hija menor de Bernarda Alba murió virgen” (Lorca 91) para proteger la honra de su familia, la honra que depende solamente de la virginidad de sus hijas.
3.
Espacio y Tiempo
Según los pedantes reinando el foro del análisis literario (Angel Introd.), esta obra fue compuesta en la perspectiva del ambiente andaluz y con el propósito de corroborar su idea, han citado algunas líneas cruzadas en el manuscrito bajo el título de las relaciones indicando que es un drama que retiene la perspectiva de una aldea situada en el terreno árido en Andalucía (Lorca 49). También la descripción de las paredes blancas, olivos, verano caluroso etcétera hacen lo más evidente que la localización de la trama se encuentra en la provincia de Andalucía. El tiempo de ocurrencia corresponde a los años de veinte o treinta del siglo XX cuando la sociedad de España experimentaba la trauma de la transición critica de la sociedad incluyendo cambio político, económico y cultural acompañado por el conflicto de los clérigos que eran escéptico acerca de la instalación de la “Segunda República” que les amenazaba y retaba sobre su hegemonía de la sociedad. Este es una reflexión verdadera de la inquietud en la sociedad (Aróstegui et al. 53-94) que existía en España por casi cuatro décadas en el siglo XX. 4.
Argumento del drama
Bernarda Alba, una mujer que creía en el adoctrinamiento de un regalo hegemonía muy severa, ha perdido su marido y los miembros de su familia y los vecinos invitados han congregado para lamentarse la muerte del esposo de Bernarda. El diálogo de Poncia (la criada) con otra criada 50
desvela la natura autoritaria de Bernarda Alba que reprende su hija Angustias para poner maquilla en su cara en presencia de otras personas al inicio de luto. Angustias que tiene 39 años, la hija mayor de Bernarda por su primer marido, la heredera de propiedad de su padre ahora ha atraído la atención de Pepe que a Angustias le ha prometido de casarse y éste no sabe que el mismo Pepe también coqueta con otras hermanas de ella y ha establecido una relación carnal con Adela, la hija menor de Bernarda. La altanería, vanidad, y arrogancia de Bernarda procedente de una linaje aristocracia no le permiten a conceder al deseo de sus hijas de casarse con un joven del llamado estatus inferior. El autor paulatinamente teje la idea sobre la trauma de la vida seca y desolada de las hijas de Bernarda en el curso de este drama. La tensión sube su cumbre en la trama cuando los miembros de la familia contienden con una y otra como Bernarda tira a Pepe de balazo pero no pudo matarle y éste puede fugar con éxito. Adela, la novia verdadera de Pepe, entra en otra habitación de la casa y se suicida en aprensión que su madre haya matado a Pepe. Por fin, Adela que ha desafiado la norma de la sociedad, tiene que suicidarse para evitar la condenación tanto por su familia dominada por su madre y como la sociedad. El drama termina abruptamente con las grietas de Bernarda, “La hija menor de Bernarda Alba ha muerte virgen…Silencio, silencio, he dicho” (Lorca 91). Las últimas palabras de este drama muestran que Bernarda está preocupada mucho más acerca de la reputación de su familia que le urgió a convencer otros que su hija falleció sin la pérdida de su virginidad aunque no es verdad que es evidente de muchas de las señales de las situaciones de este drama. 5.
La perspectiva social e histórica
La época en la que esta obra fue compuesta, entonces pasaba por una coyuntura política dirigiendo a una inestabilidad en la sociedad de España. Los liberales trataban de capturar el poder y estaban en el proceso de establecer la “Segunda República” aunque sus intentos en este sentido no salieron con éxito y fueron totalmente derrotados por Franco, el caudillo del ejército (Fusi, Palafox 239-278). En cuanto a la perspectiva social, los juegos de las normas ortodoxias estaban todavía prevaleciendo debido al influjo máximo de la iglesia que dictaba las normas y tabús que se deberían obedecer por la gente en general. Ahora vale la pena mencionar del análisis de Young (72) en el que ha comentado que este drama de Lorca presenta una condición gráfica de la sociedad en los años de treinta del siglo XX en los que los líderes liberales trataban de romper los regalos ortodoxos e introducir nuevas normas para mejorar la condición económica del país y romper el nexo entre el gobierno y la autoridad eclesiástica que ha impedido la avanza del país por los siglos. Young dice, “The painfully destructive tradition, which Bernarda perpetuates through the victimization of her daughters, was representative of the forces of repression in Spain at that time” (74) que se puede traducir como, “La tradición destructiva traumática que se perpetua por el acoso de sus hijas, fue representativa de los esfuerzos de represión en la entonces España” 6.
Identificación del tema literario
El tema es basado principalmente sobre el concepto de feminismo y realismo con el énfasis sobre las ideas de opresión, autoritarismo, tradiciones ancianas y el conflicto de las clases. El movimiento de feminismo (Web) surgió con el objetivo de luchar contra sufrimientos de la mujer, desatados a éste por la sociedad patriarcal y también para defender los derechos civiles,
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políticos, económicos y educacionales de las mujeres (Jagoe 13-41). Este movimiento aun más sigue combatiendo para elevar el estatus de la mujer a la par con el cual de los hombres en todas esferas de la vida. En la primera fase de este movimiento que data del siglo IXX y el principio del siglo XX, los feministas limitaron sus demandas en los aspectos de derechos de propiedad, del sufragio universal, pero con la evolución ininterrumpida, el foco de feminismo se trasladó a otros campos de la vida como los sujetos de derechos de reproducción, homosexualidad (lesbianismo) y la acción legal para detener el abuso sexual. Aunque el movimiento difiere en sus manifestaciones de las demandas en países diferentes, la idea principal tiene una dimensión universal. Jagoe et al (Jagoe 23) son de la opinión que este movimiento también apunta a la desmitificación del concepto impuesto sobre la mujer como “ángel del hogar”, diseñada para perpetuar la esclavitud de las mujeres a los quehaceres del hogar. Los símbolos y los personajes en este drama reflejan la idea de la supresión de las mujeres en la sociedad española en las primeras décadas del siglo XX. Las insinuaciones acerca de la pasión carnal o sexual reprimida se han enfocadas profusamente en este drama repetidamente en una manera muy realista mediante de una lengua lúcida. Este drama también satiriza la actitud chauvinista de los llamados machos y al mismo tiempo es un testimonio en ironía apuntada a la vaciedad del chauvinismo machista. 7.
Análisis de la obra
Por medio de citaciones de este drama mismo y otros recursos, el autor de este artículo trata de confirmar los conceptos dichos y demostrar el impacto de amplio alcance y relevancia de esta obra aún en el mundo hasta hoy. La imagen estructural de “La casa de Bernarda Alba”, como se dibujada por Lorca, sí misma ofrece una vasta gama de insinuaciones que llama por una interpretación penetrante. En su artículo, Taylor (19-22) dice que pese a una casa tiene una parte interior y una la exterior según el significado de la palabra en el sentido más sencillo, las disputas, altercaciones, querellas y confrontaciones entre los miembros de la familia no se pueden explicar en términos de dos palabras opuestas - interior y exterior. La idea dirige a una justificación por una expansión de la misma en la que los términos refieren a la periferia de la casa de Bernarda y al mismo tiempo la sociedad existente alrededor de su casa. La casa está diseñada como un símbolo de las instituciones sociales en una perspectiva más anchada. Una mejor connotación del significado de este tema sería interpretar la casa que sirve una línea de la demarcación entre el conflicto de dos corrientes de la existencia perceptiva. No sólo la casa representa la tradición patriarcal de la sociedad, sino al mismo tiempo cautela acerca del peligro de ser confinado a una tradición de subyugación eterna. La obra se también contempla desde un ángulo del estudio psicológico del conflicto eterno (Martínez, 54) entre dos generaciones consecutivas. La madre de ideas conservadoras de generación anterior, que tiene su mirada fijada a los asuntos de época pasada como una representante leal de la generación pasada, a la que se acostumbraba y no puede atreverse a salirse de la elucubraciones de aquella época. Por otro lado, sus hijas, cada una de ellas enfrentando su propio problema, constituyen un grupo perteneciente a la generación emergente con metas determinadas y esperanzas de la vida. El autor elige una gama de los personajes que incluye un rango de edad desde 20 años a 80 años con el fin de subrayar el vacío de la generación que advierte el advenimiento de una nueva época que estaba surgiendo contra la dominación personificada por Bernarda, la mujer dictadura. La edad y los nombres de las mujeres se han elegidas en una manera muy sutil totalmente en la conformidad con los comportamientos de los personajes reflejando las matices del simbolismo. La palabra “Alba” (de edad 60 años) tiene su raíz en la lengua latín, en la que significa “blanca”, que también coincide con el color de las paredes. En el vocabulario alemán hay también una palabra 52
“Alba” que significa una persona que posee la fuerza de un oso junto con la bravura de dominar a otros. Los otros nombres como “Angustias” (de edad de 39 años), es una mujer manifestando angustia y trauma mientras Magdalena (de edad de 30 años) siendo desamparada, llora incesantemente para relevar sus sufrimientos que le pegan sin frenar. Martirio (de edad de 24 años) significa el martirio de una mujer atormentada por las manos de hierros de la sociedad ortodoxia y virulenta. Adela (de edad de 20 años) que significa de la naturaleza noble representa una clase de mujer que responde espontáneamente a la llamada de los deseos desafiando las normas de la sociedad. Es probable que el dramaturgo haya proyectado la virtud de la rebelión de la hija menor de Bernarda a inculcar una especie de grandeza para el personaje de nueva época. La primera escena comienza en un ambiente que muestra la preparación de luto de segundo marido de Bernarda en una habitación blanquísima, probablemente para indicar la virginidad de sus hijas mientras las paredes “gruesas” (Lorca 51, 1) ponen obstáculos para impedir la infección exterior de las ideas modernas. Las formas de las puertas son como arcos que señalan la inclinación de Lorca para indicar la muerte que va a seguir en el fin del drama. Los cuadros de paisajes (Lorca 51) significa el estatus de la familia para poner énfasis sobre la idea que este tipo de decoración artística es solamente una costumbre de la sociedad aristocrática. El pleno silencio, a veces interrumpidas por los repiques de las campanas de la iglesia, prevaleciendo en la habitación coincide perfectamente con el ambiente del luto y también se identifica con el calor ardiente del verano en la aldea andaluz. El diálogo en la primera escena basta a entender el carácter de Bernarda cuando Poncia, la criada, no puede reprimir su ira durmiente provocada por el comportamiento opresivo de Bernarda y dice “Treinta años lavando sus sábanas, treinta años comiendo sus sobras (…)” (Lorca 5, 53). La actitud dictatorial y desdeñosa de Bernarda se desvela ampliamente por su maltrato de sus vecinos que fueron invitadas por sí misma para asistir el luto de su marido. La humillación de sus vecinos alcanza la máxima cuando ella les dice, “Los pobres son como animales. Parece como si estuvieran hechos de otras sustancias” (Lorca 9 , 56). Este nivel de arrogancia e insolencia es la plena manifestación de una intención infinita para dominar a otros y humillarles y está en un hábito perenne de humillar a la gente pobre de su aldea. La manifestación de su odio parece ser mucho más evidente durante su conversación con Amelia, cuando dice que los vecinos han venido, “Sí, para llenar mi casa con el sudor de sus refajos y el veneno de sus lenguas…Es así como se tiene que hablar en este maldito pueblo sin río, pueble de pozos, donde siempre se bebe el agua con el miedo de que esté envenenada” (Lorca 14, 59). Aquí otra vez, Lorca introduce simbolismo por el uso de las palabras “río” y “pozo” que indica al erotismo y a la muerte en una manera sutil. En muchos otros diálogos, la pasión carnal que queda siempre reprimida bajo la tabú de la sociedad se ha dibujada por el autor para enfatizar la trauma de las hijas de Bernarda debido a la supresión del deseo natural con el fin de guardar sus hijas de los intrusión del amor en los corazones de ellas. El autor muestra la rudeza y grosería de Bernarda por medio de sus comentarios, “me sirves y te pago, ¡Nada más!” (Lorca 21, 64) cuando trata de enseñar la relación entre sí misma y Poncia, la criada. Sin embargo, pese a los tormentos impuestos, Bernarda no pudo controlar los instintos de amor de sus hijas que se desvela enormemente por la rivalidad de las hijas sobre sus esfuerzos de atraer la atención de Pepe, el héroe de este drama, poniendo resto de maquillaje en sus caras y la vestida que no es adecuada para el luto. Bernarda no demora a borrar las trazas de los polvos de la cara de Angustias ignorando el sentimiento de su hija para afirmar que toda la familia está bajo su mando. Bernarda cree que las pasiones de sus hijas no son mejor que lascivia o lujuria y estos deseos se deben reprimir para elevar la dignidad de la familia. Sus palabras bruscas – “Hilo y 53
agujas para las hembras. Látigo y mula para los varones” (Lorca 15 ) demuestra vociferante el estatus de las mujeres en la sociedad. La lamentación de Magdalena, “Malditas sean las mujeres (Lorca 15) y de la Amelia, “Nacer mujer es el mayor castigo”(Lorca 48 ) , van a corroborar el desamparo e indefensa de las mujeres. Su grita de este sentido, todavía en el siglo XXI, es relevante desde el punto de vista de torturas perpetradas contra las mujeres que quedan no disminuidas en muchas partes del mundo. En el curso del drama, se revela que Pepe el Romano, un joven y residente de la misma aldea ha propuesto a Angustias, la hija del primer marido de Bernarda, su mano en matrimonio. Pero aparentemente es una manifestación de la tentación de la dote que se ha heredada por Angustias desplegando la avaricia de Pepe que anhelado por la atracción del lucro, regresó de su promesa de casarse con Adela hace dos años. Es un apocalipsis de un tratamiento bestial a las mujeres de la sociedad. La hipocresía de Pepe avanza sin frenar en su misión de actividades de flirtear y lujuria y continúa tratando de seducir Martirio, la cuarta hija de Bernarda. El amor tácito de Pepe con Martirio sale a la luz cuando la foto de Pepe robada de la habitación de Angustias se encuentra en el cuatro de Martirio que trata de pasarlo por una broma para mostrar su inocencia. Los celos y la atracción sexual le dirigen a recorrer a esta acción, pero no justifica la misma en términos de broma debido al hecho que su intención verdadera es seducirse con Pepe con el fin de mitigar su pasión carnal. Pero es un instinto natural que no se puede reprimir a pesar de la torturas de su madre. En los escenarios del teatro de este drama de tres actos, es muy patente como la perspectiva de los escenarios han cambiado de blanco intenso a blanco suave hasta el blanco con un resplandor de color azul y esta transición de la intensidad leve del color blanco señala a la gradual pérdida de control de Bernarda sobre Adela. Cabrera (Cabrera 466-71) ha enfatizado sobre la revelación poética de la obra desde el principio de la primera escena. Las paredes gruesas representan encarcelamiento, opresión e infecundidad pero los cuadros de paisajes apuntan a la libertad poética y visual. Con el fin de introducir el tono poético, el autor no sólo ha puesto poseías líricas sino también usó metáforas copiosamente incluyendo silencioso, lágrimas, tiranía, campanas y la muerte. Según Cabrera la espuma del mar reiterada muchas veces por Josepha (la madre de Bernarda) en sus discursos delirantes y alucinatorios refiere a la esperma, resultado de actividades eróticas, presentada en una forma poética. Los símbolos presentan la vida y la muerte en un sentido poético. Adela dice que ha salido a ver Pepe ni que fuera arrastrada por una cuerda, manifestando la esperanza de una vida dicha, pero por fin tuvo que elegir la muerte colocándose de la horca y así el autor ha hecho un pronóstico nefasto inminente. Las poesías líricas cantadas por los segadores revivan las oleas de pasión carnal de las mujeres desafortunadas que son forzadas vivir bajo del celibato y soledad debido a la carestía de jóvenes perteneciente al mismo estatus que de lo cual de Bernarda. Ellas saben por cierto que tienen que vivir esta vida de aflicción porque nunca su madre asentirá a sus matrimonios con un joven de estatus inferior. Una cita de las canciones de los segadores: Ya salen los segadores En busca de la espigas Se llevan los corazones De la muchachas que miran. 54
… Abrir puertas y ventanas Las que vivís en el pueble, El segador pide rosas Para adornar su sombrero. (Lorca 49 ) Las mujeres malhadadas escuchen la canción con atención extasiada y aplaudan espíritu romántico de los segadores pobres trabajando bajo el dosel del cielo caluroso y disfrutan las connotaciones eróticas del tema de la canción expresado metafóricamente por los símbolos de la rosa para decorar sus coronas. La situación de este escenario manifiesta la alusión sutil hacia la pasión reprimida de las mujeres. Es muy claro del diálogo siguiente: Amelia. ¡Y no les importa el calor! Martirio. Siegan entre llamaradas. Adela. Me gustaría segar para ir y venir. Así se olvida lo que nos muerde (Lorca 48). La alusión de Lorca al calor evidentemente refiere a los deseos irreprimibles para mitigar la pasión que hace las jóvenes inquietas. Estas mujeres observan los segadores desde la ventana de su habitación secretamente y ahora Lorca utiliza la ventana como un símbolo que hace señas a las mujeres encerradas y privadas de la libertad. El Segundo acto acaba con un alboroto procedente de una multitud violente arrastrando una mujer con la intención de infligirla un castigo fatal para su culpa de adulterio e infanticidio que le llamó la atención de Bernarda. Cuando la sola voz de Adela desea que la mujer se fugue de las manos de sus atormentadores, Bernarda, la ordenancista estricta de las normas de la sociedad y Martirio la seguidora de su madre gritaron, “matadla, matadla” (Lorca 66). Es muy natural fijar la culpa a la mujer sin considerar el hecho que el hombre que es responsable para involucrarla en eso escándalo sexual que pudiera peligrar la vida de ella, merece condenación. La situación además corroborar que las leyes constituidas por los chauvinistas machistas suponen a tratar los hombres con impunidad. Las grietas de Adela en protesta de esta actitud bestial para salvar la mujer desafortunada probablemente son un augurio aciago de la indignación que sí misma tuviera que enfrentar para una relación física con Pepe. Pero su espíritu rebelde se puede visualizar desde la primera escena en la que interpretó a la burla con su madre por traerla un abanico colorido en lugar de un negro en la hora de luto para causar vergüenza a su madre, la recién viuda (Ozimek-Maier 73). La decoración del escenario del tercer acto tiene lugar en un cuarto iluminado y sumergido en el resplandor de color azul suave (Lorca 94) en un ambiente silencioso inquietante que augura una imagen de la tensión y una catástrofe inminente. Las palabras sonoras de Bernarda resuenan en el cuarto cuando dice, “Una hija que desobedece deja de ser hija para convertirse en enemiga (Lorca 68) enfoca a su propio pensamiento hacia la mujer y otra vez respalda las ideas tradicionales acerca del desempeño cruel de las mujeres en la subyugación de mujeres. Es evidente que Bernarda es muy consciente acerca de deseo carnal de las mujeres cuando le pregunta a Poncia acerca de la inquietud y locura de caballo bajo el anhelo de pasión sexual en el establo. Pero las revelaciones graduales afirman que todos sus intentos para convertir sus hijas 55
como ángeles de hogar (Jagoe et al 23) han terminado en vano ya que los asuntos de su casa hacen lo evidente que Adela se reunía clandestinamente con Pepe para saciar sus pasiones sexuales. El duelo de palabras entre Adela y Martirio y la arrogancia de éste para reunirse con Pepe refleja la actitud rebelde emergente de las mujeres dibujadas por la desesperación de Adela y proclama el advenimiento de una nueva época para las mujeres. Aunque Adela no tuvo cualquier alternativa que suicidarse, su fallecimiento mismo aparece en el horizonte como un relámpago para anunciar el estruendo de la rebelión contra la dominación machista perpetrada por los siglos de la civilización como un fenómeno natural que nunca fue desafiado. Blum (71) ha establecido esta idea en su obra titulada “House of Bernarda Alba” divulgando la tradición monolítica de la faceta oscura de la civilización humana y muestra como dos juegos de regalos se han desplegados con el fin de reprimir mujeres por décadas y revela la fealdad de la vida. Según Blum, Adela de Lorca no sólo subleva contra la tabú de la sociedad, sino también demuestra que la felicidad en la muerte se gana por ellos que pueden desafiarla. Según Blum (76), Josepha, la madre de Bernarda también es un personaje simbólico y aunque es loca, desea ir a las orillas para casarse porque todos los hombres de su aldea han huido a las orillas. Este diálogo simplemente apunta a la escasez de los hombres para establecer relación matrimonial y aprueba la contención del autor acerca del impedimento impuesto a elegir novio dependiente del estatus social de los hombres que resulta en el encuentro erótico de Pepe en el corral de la casa de Bernarda. La mujer loca todavía puede entender los sufrimientos graves de sus nietas y por eso le pregunta a Bernarda, “¿Dónde está mi mantilla? Nada de lo tengo quiero que sea para vosotras. Ni mis anillos, ni mi traje negro de moare. Porque ninguna de vosotras va a casar. ¡Ninguna! ¡Bernarda! Dame mi gargantilla de perlas!” (Lorca 32). La abuela que está psicótica todavía comprender que va a ocurrir a sus nietas y por eso aún en sus comentarios delirantes manifiesta su repugnancia hacia su hija Bernarda. Lo que se subraya por Lorca es la norma que fuerza la gente de la sociedad a desarrollar una actitud clandestina para mitigar los instintos naturales es más siniestra y repugnante. Lorca como un observador desapasionado, racional e imparcial de la sociedad hace un punto para mostrar la diferencia de dos tendencias contradictorias que prevalecen en la sociedad: "un obediente a los dictados de la tradición y el otro inconformista a la tradición siendo consciente de las trágicas consecuencias de ser inconformista, centrado sobre la libertad del yo "(Blum 77). Según Blum, Lorca trata de propagar su idea a la audiencia para hacerla consciente de su vida y intenta a inducir la idea de la posibilidad de vivir en una sociedad diferente repleta de libertades individuales en la esfera de expresión del pensamiento y desencadenamiento de las mujeres de la esclavitud. La llamada de “Silencio” por Bernarda en la última frase del drama es la manifestación de la fobia del miedo de las censuras y castigos a ser impuestas por la sociedad y realizada por la madre despiadada de las cinco mujeres desamparadas que son siempre ansiosas de divulgar sus corazones por miedo de ser castigadas. Lima (136-42) menciona un aspecto muy perceptible es la misericordia y compasión de Lorca para las mujeres y éste trata de defender los derechos de las mujeres en todos sus dramas. En sus dramas, las mujeres ocupan su centro de atención porque creía que “ellas son participantes o figuras pasivas en la evolución de la circunstancia de sus vidas” en la que la mudez es una gran virtud. Lima cree que Lorca es acerbo hacia la postura adoptada por los hombres para crear una sociedad que les ha otorgado la libertad de un nivel más alto en el proceso de la toma de decisiones que las mujeres. Mantiene que Lorca nunca paró atrás de hacer los hombres invisible en sus dramas sino les ha convertido en objetos ridículos por los diálogos de las mujeres como 56
Bernarda y Martirio y también por las referencias a los acciones inmorales y bárbaras por la parte de los hombres machistas que quedan no castigados. Continúa diciendo que esta repugnancia hacia hombres probablemente tuviera su raíz en la vida sexual de Lorca inmersa en homosexualidad que todavía era un acto de pecado en España y por eso recibía censuras debido a la anormalidad de su vida que le convirtió en un rebelde. La ausencia de los hombres en sus dramas llega a ser conspicua con el funeral de único hombre de la familia, el segundo marido de Bernarda y aunque todas las hijas de éste son listas de seducirse por Pepe, el autor pone esta persona invisible de los escenarios de su drama y su salida es total y completa con su fuga montado en su caballo galopante mientras salvándose de las balas tiradas per Bernarda en la última escena del drama. Es un escenario sarcástico lanzado para humillar los machistas en una manera sutil. Lima (141) concluye que las reivindicaciones de Lorca en última escena señala que no hubiera cualquier presencia de los hombres en la casa de Bernarda Alba por el tiempo que viene, ya que el espíritu de la muerte ha golpeado la casa de Bernarda por el suicidio de Adela debido al “exceso de autoritarismo como un hombre” ejercido de aquella. Es digno de mencionar las opiniones de Seybolt (125-32) que analizó esta obra siguiendo el concepto Jungiano que hurga en la clasificación de la jerarquía de la familia en una estructura de “Gran padre”, “Gran madre”, “Bueno padre”, “Padre terrible”, “Buena madre”, y “Madre terrible”. Evidentemente Bernarda pertenece a la categoría de “Madre terrible” y Josepha está en el estado que pertenece a “Uroboros”. Seybolt añade, “Josepha representa el principio de la libertad y la fecundación que se rechaza por su hija y su nombre mismo sugiere el ente masculino y femenino. Su referencia constantemente a la espuma de mar como la fuente de la vida y la libertad junto con sus súplicas de casarse y procrear señala a ser en un estado urobórico (Seybolt 129). Como se dice por Seybolt este drama se puede interpretar en términos de neurosis causado por el conflicto de ego de la gente de dos generaciones en una coyuntura de transición de la sociedad donde el valor antiguo se desploma paulatinamente. Seybolt ha llegado a una conclusión excelente acerca de la situación de la perspectiva de este drama y acaba con el comentario, “En cuanto a la psique colectiva española y sus calidades integrantes, mencionaremos que ‘La casa de Bernarda Alba’ fue escrito por Lorca en la víspera de la guerra civil ante de su propia muerte.” Corbin (712-27) dice que “La casa de Bernarda Alba” no se debe tratar como medios de condenación arrolladora de la sociedad pre moderna sino la obra prueba la sociedad pre moderna y muestra las inconsistencias de la sociedad en comparación con la sociedad moderna emergente. Dice que Lorca “lo hace tan intensamente que el tema trasciende los característicos de espacio y tiempo y nos dice algo más de la condición de ser humano en general para que entendamos los términos específicos con las que la obra comienza. El aspecto de negación (Wilma 802-09) ha sido dibujado intensamente a largo del drama entero, que aparece en el primer acto mismo con las mujeres vestidas en negras para lamentar en luto del marido de Bernarda y ha culminado en el suicidio de Adela afirmando el triunfo de la negación en el último escenario. El proceso de negación continúa además por las grietas de Bernarda que trata de negar la verdad acerca de la virginidad de Adela. Las canciones del rio, la lamentación de Josepha aún bajo la demencia sugiere al tenor de negatividad de un tono alto. Los modelos de simetría y contrastes en cuanto a los aspectos formales de “La casa de Bernarda Alba” han sido estudiados por Salvatore (740-749). Según él una relación directa existe entre la balanza contextual de la realidad poética y social en este drama y por la adición de las dimensiones sociales, Lorca inculca en el teatro la perspectiva social, moral e ideológico que sugiere la última meta de cambiar la sociedad por el arte.
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Conclusión: Este drama es no sólo un retrato real de la sociedad de España en los años de veinte y treinta del siglo XX, sino también es un mensaje universal que refleja las privaciones y aflicciones de las mujeres y no ha perdido su relevancia. La represión que ha sido atormentando las mujeres desde el inicio de la civilización todavía continúa a constreñir la emancipación de las mujeres por el mundo. Una obra de esta categoría es un apocalipsis de las costumbres de la sociedad patriarcal basada de chauvinismo machista desatado contra la debilidad y fragilidad de las mujeres. Este tipo de atrocidad incluyendo matanza de las mujeres por la honra de la familia mancha la imagen de la sociedad civilizada y divulga que el instinto animal de seres humanos no ha cambiado mucho. Este drama se puede comparar con la obra de Henrik Ibsen, titulado “Casa de muñecas” que produjo una gran conmoción y clamor entre los intelectuales a través de Europa y América por la exposición de personaje de Nora, la protagonista, que aseveró que las mujeres no son objetos inanimados con que los hombres pueden jugar caprichosamente. Lo que Ibsen trata de mostrar es hay dos juegos de códigos morales, dos consciencias diferentes, uno del hombre y otro de la mujer y la mujer es juzgado conforme a las leyes constituidas por hombres. Una mujer no puede ser la reflexión propia en la sociedad actual dominada y controlada completamente por los machistas donde reinan las leyes fundadas por hombres y ejercidas por jueces y abogados de sexo masculino que suelen interpretar las leyes desde el punto de vista masculino (Wikipedia). Lorca ha sido capaz de estirar esta idea a una gran medida retratando la cara negra de la sociedad. Se sabe que los intelectuales han lanzado el movimiento para establecer los derechos de las mujeres y la realización de una posición digna con el objeto de lograr la emancipación de las mujeres. Pero la sociedad humana tiene que recorrer millas antes de alcanzar un mundo libre de discriminación contra mujeres y hasta entonces este drama de mujeres servirá el revelador para los machistas de este planeta.
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Nuestros Colaboradores Mary A. Chacín (Maryache) Vive en Venezuela. Actualmente estudia comunicación social y ha colaborado con algunas páginas de internet sobre escritura preferiblemente romántica. Lectora compulsiva desde muy pequeña, y de una imaginación inmensa, también adora pintar e incursiona en la ilustración como una nueva evolución de su arte. Por ahora solo tiene una página de comics en Facebook. Espera poder expandirse muy pronto! www.facebook.com/eldiariodemariolga
Ana Patricia Moya (Córdoba, 1982). Estudió Relaciones Laborales y es Licenciada en Humanidades por la Universidad de Córdoba. Actualmente, estudia y se busca la vida como puede. Directora y coordinadora de Editorial Groenlandia. http://lasafinidadeselectivas.blogspot.com.es/2008/10/ana-patricia.html www.revistagroenlandia.com
Marcelo López Díez (1976, Montevideo, Uruguay), asume la trágica adicción a los libros y lamentablemente las palabras crecen en su cabeza como preludios de forzadas manchas sobre papeles en blanco, corrompe la pureza del silencio.
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Nacho Gómes Nació en agosto de 1981. Como buen leonino ama con locura, no conoce de grises y obedece las razones del corazón. Esa misma pasión exacerbada es la que en el año 2006 lo llevó a un entrañable taller de escritura. De allí en más, no hace otra cosa que deambular por los laberintos indescifrables de la literatura. Estudia Letras en Facultad de Humanidades, trabaja como administrativo y sueña despierto, mientras teclea con la mirada perdida en el monitor. Página web: http://naturacontracultura.blogspot.com/
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Javier Úbeda Ibáñez Escritor y miembro de REMES (Red mundial de escritores en español). Nació en Jatiel (Teruel, España), en 1952. Reside actualmente en Zaragoza (España). Es autor del libro de relatos breves y poemas Senderos de palabras y de los cuentos Daniel no quiere hacerse mayor y La Elegida. Ha publicado numerosos artículos de opinión tanto en prensa digital como en prensa escrita. También ha escrito numerosas reseñas literarias, y relatos cortos y poemas, que han ido viendo la luz en revistas de la talla de Almiar, Ariadna-RC, Fábula (Universidad
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Graciela Giráldez Graciela Giráldez nació en Buenos Aires Argentina. Es miembro de la Asociación Aragonesa de Escritores (AAE) y secretaria de la Asociación Literaria Poiesis e integrante del Grupo Literario Palabras Indiscretas (GLPI) donde es vicedirectora y coordinadora general de la Revista Literaria de dicho grupo. Es colaboradora en la revista literaria Brotes Digital en la sección de relatos. Vive en España desde 2001. Enlaces: www.graciela69.blogspot.com giraldez_graciela@hotmail.com
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Susana Fuentes Román Mi nombre es Susana Fuentes Román, nací en 1972 en Alicante (España) y allí resido. Me dedico a la enseñanza y formo parte del equipo redactor de la Revista Digital Literaria Palabras Diversas http://www.palabrasdiversas.com/
Florencia Giménez M. Florencia nació la noche de un domingo, cuando el solsticio de invierno. Tenía la piel púrpura, de a poco fue volviéndose morena. La cobijaron en el barrio de Caballito, Buenos Aires, la sonrisa dulce de una tucumana y el orgullo tanguero de un porteño de ayer. Ella
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Gustavo M. Galliano Nacido en 1965 en la localidad de Gödeken, República Argentina. Vive en la ciudad de Rosario, provincia de Santa Fe, República Argentina, donde centro sus estudios en Economía, Derecho e Integración (Mercosur). Su pasión por las letras le impulsó a elaborar su propio espacio en el medio literario. Y éste lo recibió de parabienes. El poeta ha participado en numerosas e importantes antologías literarias internacionales y ha publicado sus obras en las más prestigiosas revistas literarias de América, Unión Europea, Asia y Oceanía, llegando a publicar en 110 países.
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Los
escritos
de
Galliano
se
han
traducido
en
diversos
idiomas.
Actualmente se desempeña como Columnista Especial y Colaborador Permanente en revistas de Literatura y Arte en Buenos Aires (Argentina), España,
Miami, New York (USA) y Suecia.
Miembro Fundador de Naciones Unidas de las Letras (UNILETRAS), con sede central en Colombia y alcance mundial, de la cual participa activamente aplicando en escuelas y colegios el Proyecto Semillas de Juventud. Entre algunas organizaciones literarias integra la Unión de Escritores HispanoMundiales (UHE), la Red de Escritores en Español (REMES), Poetas del Mundo, etc.
Daniel González Chaves Nació el 3 de noviembre de 1982 en San José, Costa Rica y ha vivido toda su vida en el cantón de Tibás. Estudiante de psicología en la Universidad Nacional, fue regidor de la Municipalidad de Tibás en el período 2006-2010. Publicó su primer libro, la novela de terror y ciencia ficción Un grito en las tinieblas; la vida de Zárate Arkham en el 2010 por medio de la Editorial UNED y ha publicado diversos cuentos de ciencia ficción en revistas como Sci-Fdi de la Universidad Complutense de Madrid y la revista argentina Axxón. Participante en la antología de cuentos de terror Penumbras de la Editorial Club de Libros con su cuento La niña que viajaba sola a la escuela.
Martín Coca (Tlaxcala, México, 1991) Nací, crecí y morí. Luego me aburrí y regresé. Me instalé en Montevideo, donde estudio la licenciatura en Lingüística (para hacerme rico). Disfruto leyendo, escribiendo e imaginando.
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Selín Aficionado a la literatura, distribuye su tiempo entre las reseñas de los libros que le ofrecen y la escritura de relatos, mayoritariamente cortos, dentro de diversos géneros: negro, erótico, fantasía, terror o ciencia ficción. Algunas de esas historias han sido galardonadas o seleccionadas para antologías y otras las ofrece directamente en su blog Susurros: http://selin-xxi.blogspot.com.es
Sukanta Kumar Chattopadhyay el autor del artículo « La agonía de las mujeres como se demuestra en La Casa de Bernarda Alba», se ha graduado de la Universidad Nehru (JNU) de Nueva Delhi de la India. Ahora está ocupado con la investigación de varios aspectos de la literatura española del siglo XX.
Patricia K. Olivera Vive
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Montevideo-Uruguay.
Actualmente
está
cursando la Tecnicatura en Corrección de Estilo y Licenciatura en Lingüística a nivel universitario. Escribe textos de su autoría en los blogs que administra y en aquellos donde participa. Es colaboradora frecuente de varias revistas literarias de la red. No tiene libros publicados pero comparte espacio con otros autores en alguna que otra Antología de Narrativa y Poética. Administra: Mis Musas Locas y Musas Cuenteras Participa en Eros Textual
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Eugenia Sánchez Acosta También conocida en la red como Maga DeLin, es una escritora novel uruguaya de 29 años. Ha colaborado con diversas revistas digitales e integrado varias antologías en distintos formatos como Pasión de Navidad (de la web El club de Las escritoras), El escritor (certamen Mil Palabras) y Porciones literarias (de la web Diversidad Literaria), entre otros. Administra dos blogs literarios: Una vida de novela y Escribiendo la noche. Además participa del blog Eros Textual.
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http://sainde.org
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Octubre 2013, NĂşmero 11
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