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Enoc

EnocCitlalli H. Xochitiotzin

El paraíso es un crisantemo, poema inscrito en eternidades: certeza sobre el cielo, mares de miel en puntas de lengua, sobre la memoria y el cuerpo.

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Algunos creemos sólo en su perfume y el transcurrir del tiempo pierde su aroma: la piel suele pedir más y más distraída, miope: extravía la llave.

Algunos más conciben el paraíso entre la Fuente; alas de un ángel. Mi nieto la posee en su semilla, «diente de león»; mírase en todo, hasta cristalizar en la almendra, y traducir la memoria infinita.

Mi padre buscó en el color del mundo, construyó su catedral de suntuosos cristales: su cadena de brillos sobre los muros de casa, ciudad adormecida la de su infancia.

¿Dónde buscar? me digo, cuando miro las nubes en mis ojos. Enoc es un faro de oro: lo abrazó como mostrar el polen: ahí donde la miel es un tren en los ojos deslizar su lluvia en el cuerpo. Un beso infinito y su ternura: es mi madre; acaricia mi pelo, acomoda la tela de mi vestido almidonado, el cuello blanquísimo, los pliegues, el listón, mi calzado. Acaricia delicadamente la niña enmarcada por ventanas de luz.

Una elección del fuego: descalza de dolor: loto, diente de león, mi nieto; clavel del beso de mi amor eterno. La mano de color de mi padre, la caricia de mi madre. El beso de mi más profundo beso, la absoluta bondad de Dios, mar abundante en peces llega al pecho, padre, madre, luz, eslabón, semilla, loto; Enoc ora, pronuncia: estamos nuevamente en el cielo. Absoluta misericordia, abeja, polen, papá, mi madre, mis hijas, mi nieto, Dios. Sobre los ojos el polen de oro; el árbol sagrado con sus ángeles.

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