Amordazada

Page 1

Amordazada


Girard, Sophie Amordazada / Sophie Girard ; traductora María Mercedes Correa. -- Bogotá : Panamericana Editorial, 2015. 240 páginas ; 23 cm. Título original : L’Emprise. ISBN 978-958-30-4857-9 1. Novela canadiense 2. Amor - Novela 3. Autoestima Novela 4. Familia - Novela I. Correa, María Mercedes, traductora II. Tít. 819.3 cd 21 ed. A1481566 CEP-Banco de la República-Biblioteca Luis Ángel Arango

Primera edición en Panamericana Editorial Ltda., abril de 2015 Título original: L’Emprise © 2011 Éditions de Mortagne © 2011 Sophie Girard © 2015 Panamericana Editorial Ltda. Calle 12 No. 34-30, Tel.: (57 1) 3649000 Fax: (57 1) 2373805 www.panamericanaeditorial.com Bogotá D. C., Colombia

Editor Panamericana Editorial Ltda. Edición Luisa Noguera Traducción del fránces María Mercedes Correa Diseño de cubierta Rey Naranjo Editores Imagen de cubierta © Dubova Diagramación Martha Cadena

ISBN 978-958-30-4857-9 Prohibida su reproducción total o parcial por cualquier medio sin permiso del Editor. Impreso por Panamericana Formas e Impresos S. A. Calle 65 No. 95-28, Tels.: (57 1) 4302110 - 4300355. Fax: (57 1) 2763008 Bogotá D. C., Colombia Quien solo actúa como impresor. Impreso en Colombia - Printed in Colombia


Amordazada

Sophie Girard Traducción M aría M ercedes Correa



Agradecimientos

A R éjane, quien me transmitió su pasión por la ayuda a las mujeres víctimas de la violencia. Más que una trabajadora social, tú eres una amiga que supo darle una dimensión humana a la mujer que era yo. Esta novela jamás habría existido si no me hubieras enseñado todo lo que aprendí de ti, sin toda esa generosidad de la que fui objeto. A Danielle Vézina, fiel correctora, por tu paciencia y tu minuciosidad. Me diste un apoyo esencial; sin ti, este libro no habría tenido el mismo sabor. Tu amor por el idio­ma es contagioso. A las chicas de la editorial, que ma­n i­festaron su confianza en mí solicitándome que escribiera una nueva novela. El respeto y el amor por la lectura que vi en ustedes son las fuerzas que las sostienen. A todas las mujeres que confiaron en mí y me conta­ ron la historia de su vida. Ustedes son unas mujeres maravillosas, valientes y generosas. Ojalá que un día puedan recibir tanto amor como el que dan. Por último, a mis dos amores, Samantha e Isaac, que aceptaron comer en un rincón de la mesa mientras yo estaba en pleno proceso de escritura. Los adoro.



A todas esas mujeres que guardan silencio para protegerse les regalo mi voz en este libro para que puedan ser escuchadas. A todas las mujeres de maĂąana les regalo mi voz en este libro para que sepan que lo esencial del verbo amar es el respeto.



Prólogo

L a tarde llegaba a su fin, pero el sol todavía alcanzaba a filtrarse por la ventana de la habitación de la adolescente de 16 años. Sobre la cama había montones de prendas tiradas y el color del escritorio no alcazaba a verse debajo de montones de frascos de esmalte para uñas, joyas y ta­rros de crema. El mueble era sólido: no se derrumbaría bajo el peso de tantas chucherías. Justo lo contrario de la chica, sentada frente al escritorio, que parecía a punto de desmoronarse. Inmóvil frente al espejo, miraba fijamente su reflejo. t a soy yo?”, se preguntaba. Tenía la mirada vacía, “¿Es­ ausen­te. Poco a poco, acercó los dedos a un cepillo y luego se lo llevó hasta el pelo. Con gestos automáticos, la chica trataba de desenredarse. El esfuerzo era en vano. Los nu­ dos que se habían formado al cabo de varios días de negli­ gencia no querían ceder. Ella insistió, pero solo consiguió arrancarse algunos mechones. Sus ojos verdes se posaron un instante en el maquillaje escarchado y luego en el labial. Ambos habían permaneci­ do mucho tiempo guardados en el cajón. Recordó la última vez que los había utilizado… Fue para la famosa fiesta en casa de Julio. La muchacha acercó la cara al espejo para verla más de cerca. “¿Quién soy?”. En ese momento resonó en su cabeza el eco de unas palabras que había escuchado a lo largo de los últimos meses: “Eres una inútil”. “Hasta


10 un hámster es más inteligente que tú”. “¡Me avergüenzas cuando hablas! Solo dices tonterías”. La chica se dejó caer en la cama y se puso una almohada en la cabeza para ahogar esas palabras hirientes. De nada le sirvió. Sola en su habitación, no lograba escuchar ni el silencio… Agotada con esta cacofonía de voces, encogió las piernas y se acostó en posición fetal. Dejando que la conmoción interna la invadiera, comenzó a llorar. Sabía que esta oleada de dolor, reavivada por aquellas palabras horribles, tenía nombre. Era el nombre del chico que había amado y en quien había depositado toda su confianza. Había creído en su amor, le había abierto su corazón y hoy sufría las consecuencias. Ahora, por causa de este muchacho, era incapaz de tomar decisiones y dudaba de cualquier idea que se le ocurriera. No se atrevía a vestirse sin saber qué opinaba él, se sobresaltaba con el menor ruido, ya no salía con sus amigas e incluso se había alejado de sus padres. Durante un tiempo demasiado largo justificó las acciones de su novio, y actuó en función de lo que él quería y de lo que evitaría ponerlo furioso. Por muchos esfuerzos que hizo, nunca nada fue suficiente. ¿Cómo podía ahora salir adelante por sí misma? Ella, que era una inútil, que no tenía nada bueno para dar, ni por dentro ni por fuera. Ella, que ni siquiera sabía quién era. ¿Existiría en alguna parte un manual titulado ¿Cómo vivir la vida, aun si eres una idiota? Sin embargo, muchas personas a su alrededor afirmaban que era una chica inteligente, pers­picaz, generosa… ¿Acaso merecía en verdad esos cum­ plidos? ¿Por qué le creía más a él que a los demás? Tal vez si pensaba en toda esa historia desde el principio lograría comprender lo que le ocurría…


Capítulo 1 El trío reunido



Un sábado por la mañana, a mediados de julio, Matilde terminó de hacer su maleta y suspiró. La semana le había parecido eterna y ninguna de las cosas que le habría gustado hacer había sido posible. Su amiga Laura estaba con su padre, que vivía en la ciudad vecina. Los padres de Laura se habían separado desde que ella era niña y su amiga pasaba con el padre un fin de semana, cada quince días, y una semana entera durante las vacaciones de verano. Juliana, su otra amiga, no le había podido dedicar tiempo, aunque vivía en el mismo barrio. Tenía que ayudar a su madre, a quien acababan de operar por un cáncer de seno, y debía cuidar a sus hermanitos menores, de 7 y 9 años. Los dos pequeños monstruos necesitaban una presencia constante. Por supuesto, sobra decir que Juliana habría preferido estar en la playa con Matilde. Para acabar de completar el aburrimiento de la semana, los padres de Matilde habían sentido la necesidad urgente de hacer una actividad familiar y les habían impuesto, a ella y a su hermana mayor, una semana de camping. Tal vez a los 6 años eso sea agradable, ¡pero a los 15 es la muerte! Inútil tratar de hacer entrar en razón a los padres. Y no es que no lo hubiera intentado. Ellos obviamente pusieron el grito en el cielo quejándose de la injusticia, diciendo que


14 los amigos ahora eran más importantes que ellos. De todas maneras, no había nada qué discutir, porque ya habían hecho las reservaciones en el campamento La Ribera. —¡Matilde! ¡Claudia! Es hora de irnos. ¿Dónde están sus maletas? —gritó Silvia, la madre de Matilde, desde el primer piso. —Bueno, ¿qué pasa con las maletas? —dijo Pablo, que entraba a la casa en ese mismo momento. —A nuestras hijas les gusta hacerse esperar, como de costumbre. Se demoran todavía unos veinte minutos. —Eso lo heredaron de la madre —dijo Pablo, son­ riendo. El padre de familia se sentó en las escaleras de la entrada, listo para meter las maletas en el automóvil. La paciencia era su mayor cualidad. Los padres de Matilde se habían conocido cuando tenían veinte años. Duraron un tiempo de novios, luego se casaron y, después, siguiendo la lógica de la vida, tuvieron a sus hijas. Él era contador y ella, fisioterapeuta. Su vida no tenía nada de extraordinario, pero la pareja se entendía bien y les ofrecía a las dos chicas un hogar estable y seguro. Este viaje era para ellos una ocasión ideal para pasar un tiempo con sus hijas adolescentes que, desde hacía unos meses, vivían pegadas al computador o al iPod. Pablo recogió las últimas maletas y cerró con seguro la puerta del maletero. Los demás miembros de la familia ya se habían subido al auto y él era el único que faltaba. Al encender el motor, oyó dos veces el sonido “bip” que conocía muy bien. Matilde acababa de enviar un mensaje de texto a sus dos mejores amigas: “Me voy de camping con la Vuelvo la semana próxima”. familia.


15 * * * Las maravillas de la comunicación son innegables. Una no­t icia puede propagarse en un segundo hasta lugares diferentes. Aquella tarde de verano, dos celulares recibieron el mismo mensaje. “¡Ya volví! ¿Hacemos algo?”. El mensaje estaba firmado por Mati. Ese era el sobrenombre con que la llamaban sus amigas. Cada una tenía el suyo: Lau era Laura y Juli era Juliana. Al sentir que su celular vibró, Laura leyó el mensaje a la velocidad del rayo y respondió: “No puedo. Todavía es. Nos hablamos por chat esta noche”. toy donde mi papá. Juliana, por su parte, había escuchado el timbre del celular, pero no había podido responder porque estaba ocupada sacando los platos del lavavajillas. Al terminar su . tarea, se apresuró a leer el mensaje y respondió: “¡OK! Nos vemos en el restaurante de siempre, en una hora”. ¡Juliana por fin podría hablar con alguien diferente de sus padres y sus hermanos! Aunque tenía muchas ganas de ver a su amiga, Ma­ tilde se tomó el tiempo para peinarse y maquillarse. ¡Uno nunca sabe cuándo se va a cruzar con un muchacho guapo por el camino! Se había recogido el pelo en un moño y se había dejado sueltas unas cuantas mechas que le caían por los hombros. A la adolescente no le gustaba su nariz, pues le parecía demasiado grande, ni sus senos, que le parecían muy pequeños. Añoraba tener un busto como el de Laura o el de Juliana, que atraía todas las miradas. Por otra parte, le gustaba su cabello un poco rizado, que podía peinar fácilmente, y sus caderas bien torneadas, que la hacían ver fabulosa en jeans. Después de cambiarse varias veces de


16 camiseta y solo cuando estuvo completamente segura de que la imagen que le devolvía el espejo era satisfactoria, Matilde bajó las escaleras y le anunció a su madre casi gritando que regresaría a la hora de la cena. El restaurante Chez Rose, que quedaba a unos cuantos minutos a pie, era el lugar donde iba a encontrarse con Juliana. Dándose prisa, cruzó las calles y llegó al sitio de reunión. Abrió la puerta, entró y vio a su amiga sentada a la misma mesa de siempre. Juliana, con su pelo rojo relativamente corto y su apariencia deportiva, era fácil de identificar en cualquier parte. Matilde la adoraba, con ese humor fino que la caracterizaba y su manera de decir las cosas sin rodeos: para Matilde, la franqueza de Juliana era un tesoro. Tal vez porque su personalidad era precisamente lo contrario. Matilde muchas veces se quedaba callada para no interrumpir o no molestar a los demás. Y cuando decía lo que pensaba de verdad, sentía la necesidad de asegurarse de no haber herido a nadie con sus palabras. Grrrr. ¡Maldita falta de con­fianza en sí misma! —¡Hola! —dijo Matilde, mientras se acomodaba en una silla. —¡Me puse feliz cuando vi tu mensaje! No te imaginas cómo pasé de aburrida esta semana, con esa lluvia. —Ni me hables de lluvia. Nosotros nos pasamos tres días metidos en la carpa, jugando cartas con mis papás. ¡Por suerte me había llevado mi iPod! Si no, me habría muerto del aburrimiento. —Yo no puse ni un pie en la calle. Aunque mi mamá está un poco mejor, me tocó encargarme de mis hermanitos y encontrar qué hacer en la casa. Por poco me chiflo.


17 Mejor dicho, me habría encantado chiflarme, para desentenderme de todo. Son unos monstruos, Mati. Me parece increíble que seamos hijos de los mismos padres. Te juro que a veces me parece que soy adoptada. —¡Ja, ja! Extrañé tus chistes. Esa habría sido mi salvación en el camping —suspiró Matilde—. ¿Hay noticias desde que me fui? ¿Chismecillos frescos? —No mucho. Javier terminó con María y parece que ella no ha parado de llorar. Dizque le mandó montones de mensajes de texto cuando él estaba en la playa con Sara. —¿Sara? No, francamente, esa Sara sale con todos los chicos del colegio. Pobre María. —Aparte de eso, con la lluvia, prácticamente no salí. Lau me mandó unos cuantos mensajes de texto y nos hablamos por el chat. Nada más. —Pues, te cuento que tu semana estuvo peor que la mía en el camping. Por lo menos me divertí un poco en las fiestas que hacían por la noche. —¿Hacen fiestas en el camping? ¿Y qué? ¿Viste algún chico guapo? —Tal vez… —respondió Matilde con una sonrisa enigmática—. Había algunos. Pero el más lindo lo vi en la playa. Lo vi dos veces con unos amigos. No había ninguna chica por los alrededores. Me aseguré de eso. No podía dejar de mirarlo. ¡Si lo hubieras visto, Juli! Rubio, con el pelo rizado, unos abdominales espectaculares, muy sexy con sus gafas de sol y su pantaloneta de surf… mejor dicho, en una sola palabra: ¡WOW! Nos miramos unas cuantas veces y una vez me saludó en el campamento, pero no hablamos. Cuando ya estaba decidida a dar el primer paso, empezó la lluvia y luego nos fuimos.


18 —¿Y es de por aquí? —No creo. Jamás lo he visto en el colegio, ni en la calle. Se veía mayor que nosotras… ¡Ay, pero no te imaginas cómo era de sexy! Me da escalofrío de solo pensarlo. —Qué suerte la tuya. Por lo menos pudiste ver chicos guapos. Yo, en cambio, solo vi a esos dos monstruos que no tienen nada de sexy, a menos que te guste el estilo hiper­ activo —dijo Juliana en tono sarcástico. La camarera les tomó el pedido. —Para mí, un té helado, por favor. —Para mí también. —Oye, Juli, ¿por qué no vienes a cenar esta noche a mi casa? Tengo cita con Laura dentro de un rato en el chat. —Yo, encantada. Cualquier cosa con tal de estar lejos de mis hermanos. * * * La amistad de las chicas había comenzado en el primer año de la secundaria. Laura acababa de mudarse y no tenía amigos. Matilde la había invitado a reunirse con ellas para hacer un trabajo en equipo. Las personalidades de las tres se complementaban bien: Laura era independiente y aventurera; Juliana, realista y ordenada; Matilde, soñadora y sensible. Desde ese momento formaron un trío fabuloso y se mantenían en contacto todo el tiempo, como aquella noche. A la hora convenida, una ventana se abrió en el computador de Matilde. —Hola, ¿cómo estás? —comenzó Laura. —Súper, ¿y tú? —respondió Matilde, al tiempo que activaba la cámara para que su amiga pudiera verlas.


19 —¡Qué bueno que están juntas! Yo ya estoy hasta la coronilla de andar con mi papá y su novia. Laura y su padre eran tan diferentes entre sí que no lograban tener una conversación de más de cinco frases. Matilde entendía perfectamente el aburrimiento de su amiga. —Te entiendo. Regresa a casa de tu mamá. En todo caso, no te tienen prisionera, ¿o sí? —Casi. Mi papá no me quiere llevar, porque tiene el auto en el taller y mi mamá se fue y tampoco puede venir a buscarme. Vuelvo en dos días. ¡Qué eternidad! Me voy a ¿Y tú, Mati? ¿Qué tal el campamento en volver loca. familia? —El agua tenía un sabor raro, los inodoros y las duAdemás, mi hermana me evitaba chas eran públicos. porque decía que quería que la dejaran en paz. Ya te imaginarás el cuadro. —¿Viste salvavidas guapos? Matilde le contó a su amiga sobre el joven rubio con el que se cruzó varias veces pero al que no se atrevió a hablarle. —¡Mati! Te he dicho mil veces que ya no estamos en 1950 y que tú puedes ser la que da el primer paso. —Yo sé. Pero estaba esperando un momento propicio. —¡El momento siempre es propicio cuando el chico es guapo! Espero que Juli haya tenido mejor suerte que tú. —No. Ayudó a su mamá toda la semana. No tuvo salidas emocionantes. —¡Entonces es hora de que vuelva! Me parece que se les olvidó nuestro objetivo del verano: conocer hombres interesantes y conseguir novio. Bueno, ¡nos vemos dentro Chao. de poco!



Capítulo 2 La invitación



El mes de julio no estuvo terriblemente caliente y agosto parecía querer seguir el mismo ejemplo. Ese día, los escasos rayos de sol que lograban salir de entre las nubes no calentaban a los transeúntes, que debían protegerse del viento. Las calles estaban llenas de gente que desafiaba las temperaturas frescas con ropa de verano y que debía pagar el precio por ello, con su piel de gallina. —¡Estoy harta de este viento —se quejó Matilde, apretando el paso—. ¡No te puedes poner unos shorts porque te congelas! —Has debido ponerte unos jeans, si no querías tener frío —replicó Juliana. —¿Jeans en pleno mes de agosto? —dijo Laura indignada—. ¡Eso es un sacrilegio, Juli! Solo tenemos dos meses al año para ponernos minifalda y shorts. —Bueno, si prefieres tener frío pero estar coqueta, allá tú. Yo, por mi parte, prefiero la comodidad… —Sí, pero mira los resultados —insistió Laura—. Con tu pantalón de algodón te ves pasada de moda. Por lo menos, si te pusieras sandalias en lugar de esos tenis horribles… —¿Qué tienen mis tenis? ¡Están lindos! Y déjame decirte que soy la única a la que no le duelen los pies.


24 —A ver, chicas. No más. Estamos en un país libre. Cada cual se viste como quiere y eso incluye a mis mejo­ res amigas. En lugar de gastar energías diciendo tonterías, ¿por qué no hablamos de lo que vamos a hacer esta noche? Por si se les había olvidado, hoy es SÁBADO, ¡y es nuestra noche! —Tienes razón, Mati. Hoy es sábado y nos vamos a divertir como se debe —respondió Laura—. Pensando en eso, organicé algo… —¿Sin consultarnos? Lo que pasa es que no tengo mucho dinero y no puedo salir de la casa antes de las seis de la tarde —dijo Juliana. —No te preocupes. No te va a costar un centavo —in­sistió Laura—. Mi mamá va a cenar con unos amigos, y como se siente culpable por dejarme sola, ¡ella paga el cine! Vamos a ver la película de vampiros que acaba de sa­ lir. Todo el mundo habla de eso. ¡Y GRATIS! Vas a pasar una noche genial con tus amigas y con el vampiro más guapo de la Tierra. Ahora que la concordia se había restablecido, las tres amigas continuaron su camino hacia un pequeño café, donde un buen chocolate caliente les sentaría de mara­ villa. —Me alegra muchísimo que hayan aceptado mi in­ vitación, chicas. Me parece que va a ser La noche del mes. —Eso no es noticia, Lau. Contigo siempre es La no­ che del mes —dijo Matilde, riéndose. —Esta vez sí es en serio. Tengo un sexto sentido para esas cosas. —Lau, no tienes ningún sexto sentido. Lo que tienes es mucha imaginación. No es lo mismo.


25 * * *

A mucha gente le producía impaciencia hacer la fila para el cine, pero no a Juliana, Laura y Matilde. Ellas aprovechaban para mirar a la gente a su alrededor. Durante los largos minutos de espera, las chicas echaban miradas en todas las direcciones a ver si divisaban al muchacho más guapo del planeta y hablaban entre ellas sobre sus impresiones. Aquella noche, la fila no paraba de alargarse, pues mu­ cha gente había esperado ese estreno. De repente, el por­tero del teatro gritó: “Se acabaron las boletas para la función de las siete de la noche”. Se oyeron suspiros de decepción y muchas personas se fueron. Las chicas no sabían qué hacer: ¿irse o quedarse? Finalmente, decidieron quedarse a la función de las nueve y media. Solo faltaba pedirles permiso a los padres. Cada una sacó su celular y… en sus marcas, listas, ¡fuera! —Mi mamá dice que está bien —dijo Laura después de colgar—. Apenas está llegando al restaurante. —Tu mamá siempre dice que está bien, sin importar lo que le pidas. Lo que nos sorprende es cuando ella te dice que no —respondió Matilde con una sonrisa—. A mí también me dieron permiso. ¿Y tú, Juli? —Mi papá dijo que sí. Lo único es que no va a poder venir a buscarnos. Tenemos que ver cómo volvemos a casa. ¿Tu mamá puede, Lau? —Se fue a su cena en taxi porque va a tomar vino. Con seguridad que ella no va a venir. Matilde, eres nuestra única esperanza. —Voy a tratar, pero no les prometo nada.


26 Matilde llamó a su casa. Esperaba que contestara su madre, pues su padre era más estricto y tal vez le diría que no. Cuando Silvia contestó la llamada, su hija se esmeró lo mejor que pudo para convencerla. Al final, dijo que sí. —¡Misión cumplida! Podemos quedarnos. Mi mamá viene a buscarnos cuando se acabe la película —informó Matilde. —¡Genial! Pero tenemos que seguir haciendo cola para no quedarnos otra vez sin boletas —dijo Laura—. ¡Miren, chicas! Lo que viene por allá. ¡WOW! ¿De dónde salieron esos dioses? Nunca los había visto. —Por una vez, Lau, estoy de acuerdo contigo —confesó Juliana—. Están muy sexys, sobre todo el que tiene la gorra puesta al revés. Pero no creo que nos vean. —¡No seas aguafiestas! Espera que se acerquen un poco. Ya vas a ver. ¿Y a ti cómo te parecen, Mati? —¿Mati? —repitió Juliana. —Aló, la Tierra llamando a la Luna… —dijo Laura, agitando las manos frente a los ojos de su amiga. Ni una palabra. Ni un movimiento. Matilde, con los ojos puestos en los jóvenes desconocidos, estaba petrificada como una estatua de sal. No podía creer lo que veía. Esos ojos color miel, ese pelo rizado apenas peinado que le daba al chico un aire rebelde, casi bohemio, esos hombros cuadrados, robustos… ¡era ÉL! No, no se equivocaba: era, en efecto, el muchacho del camping. —Chi… chicas —tartamudeó Matilde—. El rubiecito ese… es el chico de la playa. —¿QUÉ? ¿Viste a ese tipo en shorts, en la playa, y nunca fuiste a hablarle? —preguntó Laura, haciéndose la indignada.


27 —Es que no me salían las palabras. De solo verlo, perdía el contacto con la realidad… ¡Es tan guapo! ¡Silencio! Vienen hacia acá —murmuró Matilde. En efecto, después de leer el horario de las funciones, los muchachos se ubicaron en la fila. Con el chico de la playa había otros dos, con un estilo parecido: apariencia de surfistas ultraguapos, el pelo un poco largo y estudiada­ mente despeinado. El cuarto chico se distinguía de sus compañeros porque llevaba una gorra al revés y ropa más deportiva. Completamente subyugadas, las tres amigas por fin les quitaron los ojos de encima a los muchachos cuando el cajero les hizo señas de avanzar para comprar las boletas. De repente, sin percatarse de dónde venía, Matilde oyó una voz grave que la interpelaba. Al darse media vuelta, vio que un rostro terriblemente seductor se le acercaba, luciendo una sonrisa encantadora. —¡Hola! —Ho… hola… —Me parece que ya nos habíamos visto antes. ¿No estabas en el campamento La Ribera, por casualidad? —Sí, estuve… estuve allá este verano —tartamudeó Matilde. —¿Vas seguido? —No, era la primera vez. ¿Y tú? —Mis amigos y yo vamos casi todos los fines de semana en vacaciones. Nos gusta tomárnosla suave y jugar voleibol. Además, podemos conocer chicas interesantes. El muchacho hizo una pausa, mientras Matilde se po­n ía toda roja, de los pies a la cabeza.


28 —Lástima que te hayas ido tan rápido. Nos hacían falta jugadores en el voleibol. Te habría invitado a jugar con nosotros. —No soy muy buena para eso… —No importa. De todas maneras te habría invitado. Va contra mis principios dejar a una chica tan linda sola en la playa. —… —A propósito, me llamo Simón. ¿Y tú? —Matilde. —Mucho gusto de conocerte, Matilde. —Lo mismo digo. —¿Ellas son tus amigas? —Eh… sí, mira, te presento a Laura… y a Juliana. Laura se encargó de continuar la conversación con Simón para evitar que se fuera, pero también un poco para evitar que Matilde se desmayara. —Nosotras vamos a ver la película de los vampiros a las nueve y media. La función de las siete no nos interesaba. Somos aves nocturnas. —Nosotros escogimos la película de guerra. Preferimos la acción a las escenas de amor entre vampiros —dijo burlonamente Simón—. Pero podríamos vernos después de la película. Y les presento a mis amigos. —Perfecto —se apresuró a responder Laura—. ¿Conoces el restaurante Chez Rose, en la esquina? —Sí. —Ahí nos vemos después de la película. —Listo. Chao.


29 Inmediatamente después de que Simón se fuera, Matilde y Juliana reprocharon a Laura por lo que acababa de hacer. —¿Estás loca o qué? ¡Esos tipos son unos desconocidos! —comenzó Matilde. —Has debido preguntarnos antes de decidir cualquier cosa —continuó Juliana. —Están demasiado lindos para ser peligrosos —se defendió Laura—. Además, vamos a estar en un lugar público. —¿Y qué vamos a hacer con mi mamá, señora “no-­ hay-problema”? —La llamas y le dices que venga a buscarnos más tarde. —Me perdonas, pero yo no le digo a mi mamá lo que tiene que hacer. Si acaso, le pregunto. Y si se entera de que vamos a comer con unos muchachos, no hay riesgos. —Tú nada más dile que vas a comer con Juli y conmigo. No tienes que hacerle una lista de todos los presentes. —Eso es deformar la verdad, Lau. Eso no está bien —protestó Juliana—. No tienes que mentirle a tu mamá, Mati. Podemos verlos otro día. —¡Una oportunidad como esta no se presenta dos veces! ¿No ves que es el destino? Simón vio a Matilde en la playa y nosotras no pudimos entrar a la función de las siete. El destino quería que nos encontráramos, eso es todo. No podemos dejar de ir al restaurante y perdernos esto. —Pues, sí es verdad que están lindos —continuó Ju­ liana—, pero si nuestra amiga no se siente cómoda mintiéndole a su mamá, hay que respetar eso. No a todo el mundo le gusta manipular a sus padres.


30 Ni Laura ni Juliana se dieron cuenta de la repentina desaparición de Matilde. Confundida entre dos emociones contrarias, la chica se había ido a refugiar a los baños para pensar con más calma y tratar de tomar una decisión. Por un lado, sabía que manipular la verdad para lograr que le dieran un permiso no era la mejor estrategia. Por otro lado, Simón le gustaba mucho y tenía ganas de pasar un rato con él. Era demasiado tentador… ¡Además, el chico acababa de decirle que le parecía linda! Era la primera vez que conside­ raba la posibilidad de mentirles a sus padres y jamás se le habría ocurrido esta idea si no se sintiera tan atraída por Simón. La adolescente se prometió a sí misma que esa sería la primera y la última vez que lo haría. Matilde volvió a telefonear a su madre y le explicó que sus amigas tenían hambre pero que la comida del cine era muy cara. Para ahorrar un poco, irían a comer al restaurante después de la película. La madre de Matilde guardó silencio unos segundos, pero pensó que estaba muy bien que su hija se midiera en sus gastos y aceptó ir a buscar a las chicas en el restaurante Chez Rose a las doce de la noche. Ni un minuto más. Matilde calculó rápidamente que podrían pasar una hora y media en el restaurante, después de la película. ¡Ojalá pasara rápido la película para salir a su primera cita con chicos!

Enc u é nt r a l oe n Ti e n d ae nl í n e a : www. p a n a me r i c a n a . c o m. c o oe nc u a l q u i e r ad en u e s t r a sl i b r e r í a s .


Turn static files into dynamic content formats.

Create a flipbook
Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.