Gabriela Ordaz

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GABRIELA ORDAZ SOBRE EL ESCRITOR Nació en la ciudad de Querétaro el 15 de mayo de 1977 en donde radica actualmente. Docente en la Universidad Autónoma de Querétaro. Ha participado en el Seminario de Creación literaria del Oficio Mayor. En el 2010 se publicaron dos de sus poemas Selecciones universitarias y fragilidad en las publicaciones del seminario titulado Viento inconstante; Ha publicado en la página de PAR TRES, Así mismo, publicó el poemario VertebraDosis por Par Tres Editores en el 2013.

ÍNDICE

Onomatopeya Viejos tiempos ...mimetismo Un fantasma Pardo, Negro, Rojo Posesión

El contenido de estos textos es propiedad y responsabilidad del autor, Par Tres Editores, S.A. de C.V. transmite estos textos de manera gratuita a través de su proyecto de difusión cultural y literaria denominada Biblioteca Digital de Escritores Queretanos. Los autores han seleccionado sus textos para permanecer en dicha biblioteca para su uso única y exclusivamente como difusión literaria, por lo que se prohíbe la reproducción parcial o total de esta obra, por cualquier medio, sin la anuencia por escrito del autor, quien es el titular de los derechos patrimoniales de los mismos.


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Onomatopeya El cielo reposa su color en nuestros รกnimos cuando nuestra columna enrosca el movimiento lo miramos el ojo es sirviente del reloj afianza el sonido en retroceso mantiene la distancia tan elegantemente elegante en mente que de un salto de hojarasca un saltamontes cruje su destino.

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Viejos tiempos La imagen que traduce tu presencia encuentra una ventana custodiada por el óxido: la forma de tu cuerpo que inicia en el lustro de mi vida persiste con fuerza en la apertura sin fatiga Los silencios que infiltran los sonidos se adhieren a mis huesos los perforan se afianzan (en los rincones) y estallan como lluvia en los cristales regreso de mi sueño no te veo y las nubes engañan a nuestros ojos decimos agua, se respira seco olemos tierra y es viento me asemejo a la duda hermafrodita e invoco los dones de Tiresias que alumbran la forma los colores Alguna vez me contaron que dios dijo “hágase la luz” y ahora tenemos una sombra en el costado la luz que conocen no es la luz las nubes y las ruinas parecen blancas, 4

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de nada nos sirve la conmociรณn de la retina si se evoca un pasado no escrito en nuestra historia el tiempo crea espacios no vividos y alberga la imagen de un padre sin ritmo que a punto de tirar la fuerza por la escalera exhala un aliento viejo porque todo es viejo y otra vez viejo regreso al camino con mis pasos en los surcos de la lluvia

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Mimetismo Las manecillas del reloj están en el mismo ángulo de ayer: Tic tac, tic tac. Un hecho lo revela: la intensidad de la luz no disminuye; debido a esto, se crea un espacio en donde no hay posibilidad para observar a los demás. Un hombre que tiene los ojos de cordero, se encuentra en la esquina de la calle donde este reloj marca el tiempo. Los carros que cruzan la avenida principal de la ciudad, aumentan minuto a minuto. El ruido de los motores y el estruendo de las llantas, permiten crear un ambiente parecido a una esfera estridente. El hombre de ojos de cordero adquiere una postura inmóvil, mientras las personas a un metro de distancia, le devienen imperceptibles. Tic tac, tic tac, tic tac… Pese a las inconsistencias del ambiente, el hombre encuentra un punto estratégico en donde permanece inerte: no hay retorno. Es aquí, donde él construye la esfera a partir de los susurros externos que son destinados para hermetizar las paredes; y al interior, solo hay un hueco para ser llenado de sonidos de otros espacios y de otro tiempo. Tic tac, tic tac… El hombre camina en la calle hacia todas direcciones y se desfigura dejando una huella de polvo de sus zapatos. Siente que las personas lo han observado durante horas, días y años. Tic tac, lo han espiado sigilosamente a pesar de la vaguedad del ambiente provocada por los disturbios del clima, de la suave lluvia, del brillante sol, de las estaciones indefinidas y de la cálida tierra. Se confunde miméticamente con el entorno mientras devienen imágenes de su pasado, que ni el recuerdo de la madre quien le llamaba desde la dulce mesa, es suficiente para provocar un reconocimiento de sus huellas. ¡El mundo le ha mentido! Se ha hecho poseedor de un saber marcado por él tictac que le provoca un gemido tan fuerte, que revela la intensión de hacerse escuchar por los otros, ¡Pero nada! Nadie lo mira, se ha abstraído de sí para abigarrarse; es como un tictac, que marca su vida en horas, en minutos y en segundos. Este hombre ha logrado ser partícipe de cambios antes no sabidos por él. El de ojos de cordero observa cada uno de sus propios movimientos inaudibles y escasamente visibles; mira hacia la derecha y a su lado está una señora con una niña pequeña, la sostiene con la mano izquierda, mientras con la otra levanta una bolsa pesada de víveres y frutas. No sucede nada, sólo una lágrima abrillanta su cara. El hombre no entiende por que duran6

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te un instante, comprende los pensamientos de la mujer, incluso capta las formas y los colores que ella misma observa; voltea y ve a la pequeña en la izquierda de su propio lado, como si su postura cambiara a medida que observa a la mujer. Es un juego marcado por las horas del dios cristiano. Ahora su mirada ya no gira hacia ese lado, pues lo asusta adentrarse aún más, este magnetismo de la esfera compuesto por dos caras ambiguas, le producen una colorida confusión semejante a la de un cuerpo mutilado. No logra encontrar el reposo alcanzado por la dimensión de una figura. El de ojos de cordero reclama la tranquilidad de un sonido, de una mirada o de un relieve. Busca en su mente recuerdos, hasta encontrar un indicio de una imagen melódica para provocar arrebatos en sus sensaciones, pero estas no se producen en su cuerpo. No obstante, un órgano será el activo receptor de su atención, y escucha un sonido llegado veinte años atrás: «Está cubierta de pilares de oro y plata» Al mismo tiempo observa que el exterior no acaricia su cuerpo fragmentado. A través de esta esfera, que aún funge como protector inaudible e invisible de su piel, puede mirar hacia otro punto del entorno: es un anciano y anda bajo un equilibrio controlado por su pie izquierdo y su diminuta cabeza agachada. La sensación emitida en él, es realmente sostenible en su recuerdo. Esta imagen no provoca un desasosiego cómo aquella de la niña, pues las líneas que figuran la silueta del viejo, permiten evadir su desconcierto. Tic tac, tic tac… se observa en la casa de su infancia, donde en los jardines, el abuelo tarareaba: “romperemos un pilar para ver a doña blanca”. El hombre camina unos pasos en la ciudad pisando los contornos sombreados de las hojas de árboles frutales que despierta el recuerdo de los aromas desprendidos de la hierbabuena y de la ruda. Ahora, el de ojos de cordero observa a un niño con una expresión melancólica caminando cerca del anciano, a quien le sonríe y toma de la mano. En su rostro encuentra su propia sonrisa caduca desprendida de si. Da un parpadeo para adentrarse en las sensaciones de arcaicos años, pero es inútil, solo escucha el eco de paredes viejas desgastadas por la lluvia de otros días. Un cosquilleo adormece su cuerpo en el momento en que la voz del niño retumba en sus oídos. En el mismo sentido que recorren las manecillas del reloj, su mirada se conduce hacia el rostro del pequeño; sus pupilas se dilatan, una gota líquida recorre su cuello, la impotencia abruma el reconocimiento de sus manos. El ambiente es cristalino, la esfera es una burbuja que puede romperse por la presencia de otras personas, pero el hombre no se ha movido. El Biblioteca Digital de Escritores Queretanos

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sol es muy brillante y el cielo despejado muestra un color solemne y puro, el ruido exterior es tan fuerte que ensordece sus recuerdos y estropea su visiรณn. El de ojos de cordero se despierta y el reloj para.

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Un fantasma Algo se ha metido en mi cabeza como una vértebra de ala como un monosílabo del tótem crucificado en el caldo de la abuela porque es ahí, en mi cabeza, donde escuché al paladar sopear con la lengua, pero no del todo una palabra más bien un grito sin aridez en la garganta que se ha acomodado en el camino del sujeto que lleva al predicado: gramática de la acción conjugada en mi cerebro. ¿Dónde está la última cena que saborea la muerte que habita en el lenguaje? En donde tú y yo y nosotros gozosos. Y las palabras se me atoran en la lengua, en la lengua, en la lengua.

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Pardo, Negro, Rojo Pardo He prometido mencionar un color día a día, en cada mañana de amarillos tonos, en cada paso zanjado por mis pies sobre el polvo del camino. En las miradas que traspasan las pieles. En la ciudad, veo brazos que se alargan, cuerpos ácidos, cinturas abotagadas, vertebras, hombres que hechan andar sus muslos en el estacionamiento subterráneo. Escucho palabras que abandonan su sentido y son lanzadas contra espacios y objetos. Es así como cierro este día y lo llamo pardo. Negro La forma perdió sentido en el discurso de los arboles. Los pardos se volvieron incoloros. Ayer mi vista humedeció mi razón y los placeres comulgan en imágenes saladas. Galopante en dos zanjadas, mis manos toman su estatura, dan un giro y arropan ansiedades. Rojo Veo como mi puño estrella su fuerza en el cristal, se dibuja una telaraña del centro a la orilla, en espejismos. Calidoscopio. El piso enrojece en círculos y forma, en segundos aislados de mi pensamiento, una esfera del diámetro de una sandía. Un estruendo lanza un nuevo movimiento a la escena. Yo no estoy ahí, es mi sombra la que cae. Enmudezco y ella gira, niega su pequeñez y atraviesa la ventana mientras mis uñas se afianza a mi cuerpo por la valentía de su hazaña. ¡No hay Rojo en su caída!

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Posesión Primer encuentro I Abrí mi inbox y leí un anuncio Eras tú, Mefistófeles, el mismo que se tiende de mis nervios. ¡Oh, Fausto! tú que fuiste condenado. ¡Oh Fausto! A ti te invoco. II Dicen que fui de inmediato a encontrarme con la derrota de mis nervios torcidos por la lengua del Señor. Flamígero espíritu, cancelas la palabra con que hemos enaltecido nuestro ego. Mefistófeles! retorna a tu engranaje de discursos virulentos.

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