L de Lector No. 34 (Abril 2018)

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de Lector vidas

miercolees

leer más allá

Donde todo empezó

Una historia de fantasmas

A las orillas de la guerra

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Mark Twain

No. 34 Abril 2018

Año III

Santiago de Querétaro, Querétaro OTRAS ARTES escritores queretanos El arte de cambiar el mundo

Elisa Rosas Madrueño

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De pronto, casi sin avisar, terminamos el primer cuarto del 2018. Viene una época áspera, durante 90 días de campaña, escucharemos incesantemente la ideología política del porqué no debemos votar por algún candidato y así, sin más, estaremos envueltos en una guerra digital de desacreditamiento. Por ello, para pasar el mal trago que nos espera, presentamos a uno de los mejores escritores norteamericanos de la historia: Mark Twain, quien llegó al mundo en un día en que el cometa Halley zurcó los cielos, y quien predijo que se iría con él, coincidiendo 74 años más tarde, un 21 de abril de 1910, muriendo en el mismo día que el cometa cruzaba el espacio de la Tierra. En VIDAS, Roberto Delgado presenta la vida de Samuel (verdadero nombre de Mark), como el sexto de siete hijos, quien vivió en un Norteamérica esclavista, que él detestaba, y después una Guerra de Secesión. En el MIERCOLEES, podrás disfrutar del cuento Una historia de fantasmas, terrorífico pero divertido, pues el protagonista se muda a un edificio abandonado, atormentado por fantasmas, terminando con una conversación graciosa, tete a tete, con el gigtante de Cardiff. En LEER MÁS ALLÁ, en su segunda participación, Héctor García nos muestra un poco sobre la Guerra de Secesión Norteamericana, que estalla justo dónde Twain pasó algunos años trabajando: en el río Mississipi. En OTRAS ARTES, Addy Melba muestra que la obra de Mark Twain ha permeado todas las artes, decenas de adaptaciones al cine, teatro, pintura, música, además de destacar que el autor era un gran defensor de los derechos del hombre. En ESCRITORES QUERETANOS, presentamos a una joven promesa, Elisa Rosas Madrueño, con una selección de cuentos. En RECOMENDACIONES un libro infantil. PRT.


Abril 2018 Santiago de Querétaro, Querétaro Dirección editorial Patricio Rebollar

Vidas

donde todo empezó Roberto Delgado

MiercoLees

una historia de fantasmas Mark Twain

Leer más allá

a las orillas de la guerra Héctor García

Otras artes

el arte de cambiar el mundo

Addy Melba

Escritores Queretanos

SELECCIÓN DE cuentos Elisa Rosas Madrueño

Asistencia editorial Diana Pesquera Relaciones Públicas Diana Pesquera Circulación y promoción Librerías Sancho Panza, Books Time, Cultural del Centro, Amadeus, La Charamusca, Dipac, Moser Kafé, Calufe, Teatrito la carcajada, Italian Coffee, Barra de café. Colaboradores Patricio Rebollar, Diana Pesquera, Addy Melba Espinosa, Roberto Delgado Ríos, Héctor García, Elisa Rosas Madrueño.

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blogpartres@gmail.com

L de Lector. Abril 2018, año III, No. 34. Publicación mensual editada por Par Tres Editores, S.A. de C.V., Fray José de la Coruña 243, colonia Quintas del Marqués, 76047, Santiago de Querétaro, Querétaro. Sitio web: www. par-tres.com, blogpartres@gmail.com. Editor Responsable: Patricio Rebollar. ISSN: 2448-5586 tramitado por el Instituto Nacional de Derechos de Autor. Impreso por Hear Industria Gráfica, ubicado en Calle 1, No. 101, Zona Industrial Benito Juárez, 76120, Santiago de Querétaro, Querétaro, este número se terminó de imprimir el 28 de Marzo de 2018 con un tiraje de 1000 ejemplares.

Se permite la reproducción parcial de esta obra en lo concerniente al texto del Autor del Mes en virtud de encontrarse libre de Derechos de Autor, en cuanto a las demás secciones de la publicación, se prohíbe su reproducción parcial o total, por cualquier medio, sin la anuencia por escrito de los titulares de los derechos correspondientes.


vidas Donde todo empezó El hombre es un experimento; el tiempo demostrará si valía la pena. Mark Twain. El 30 de noviembre de 1835 en el pueblo de Florida, Missouri, nació Samuel Langhorne Clemens. Desde el nacimiento tuvo mala fortuna geográfica, no era lo mismo venir al mundo en el pueblo que el estado de Florida. En aquel desolado lugar que hoy está totalmente inhabitado vino al mundo el sexto de los siete hijos de una pareja que buscaba en ese sitio mayor prosperidad. A los cuatro años, se mudó con su familia a un puerto fluvial cercano llamado Hannibal donde comenzó sus primeros estudios y su imaginación comenzó a volar. Se trataba de un estado esclavista por lo que dicha circunstancia se hizo presente en sus obras futuras. Con apenas 11 años, su padre murió de neumonía y Samuel dejó el colegio sin terminar para comenzar a trabajar como aprendiz del periódico local. A los 16 años realizó algunos bosquejos y a los 18 se marchó a viajar contribuyendo con relatos de sus aventuras por Nueva York, Filadelfia, San Luis y Cincinnati. En 1859 logró obtener la licencia de piloto fluvial e invitó a su hermano para que trabajara con él, sin embargo, en una explosión murió. Samuel se sintió culpable toda su vida y se volvió estudioso de la parapsicología y miembro de la Sociedad para la Investigación Psíquica. En 1861 ante el estallido de la Guerra Civil, Samuel dejó su carrera como piloto y viajó hacia Nevada donde vivía su hermano. Se convirtió en reportero donde comenzó a firmar bajo el pseudónimo que lo hizo inmortal. La historia detrás de di-

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cho nombre se le atribuye a un capitán de barcos fluviales llamado Isaiah Sellers que firmaba las bitácoras como Mark Twain. Posteriormente, se estableció en San Francisco y es en 1865 que nació el escritor. En aquella fecha, la historia corta Jim Smiley and his Jumping Frog apareció en el New York Saturday Press. La publicación gozó de gran aceptación convirtiendo a Twain en narrador. En 1869, a los 34 años, publicó su primer libro The Innocents Abroad que se convirtió en uno de los más vendidos del país. Un año después, se casó con Olivia Langdon quien a la postre se convirtió en su editora de cabecera. Juntos tuvieron la fortuna de tener cuatro hijos aunque uno de ellos murió muy pronto. Los siguientes años publicó Roughing it y The Gilded Age hasta que en 1876, a sus 41 años, le dio al mundo uno de los libros más memorables de todos los tiempos: Tom Sawyer. En él se cuentan las aventuras de un niño de 12 años (Tom) que vive en un pueblo escalvista de Missouri (inspirado en Hannibal). Sin embargo, Mar Twain no se detendría con esta obra maestra al publicar en 1884 otra de igual impacto centrada en el mejor amigo de Tom de nombre Huckleberry Finn. En 1935, cien años después del nacimiento de Twain, en algún lugar del mundo a una hora incierta, un tal Ernest Hemingway afirmó: “Toda la literatura americana proviene de un libro de Mark Twain llamado Huckleberry Finn”. Mark Twain murió el 21 de abril de 1910 en Connecticut y el Presidente William Howard Taft le dedicó sentidos discursos. Si los ingleses tuvieron a Charles Dickens, los norteamericanos a Mark Twain.


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Una historia de fantasmas Por Mark Twain Alquilé una gran habitación lejos de Broadway, en un edificio grande y viejo cuyos pisos superiores habían estado vacíos por años… hasta que yo llegué. El lugar había sido ganado hacía tiempo por el polvo y las telarañas, por la soledad y el silencio. La primera noche que subí a mis aposentos me pareció estar a tientas entre tumbas e invadiendo la privacidad de los muertos. Por primera vez en mi vida me dio un pavor supersticioso; y como si una invisible tela de araña hubiera rozado mi rostro con su textura, me estremecí como alguien que se encuentra con un fantasma. Una vez que llegué a mi cuarto me sentí feliz, y expulsé la oscuridad. Un alegre fuego ardía en la chimenea, y me senté frente al mismo con reconfortante sensación de alivio. Estuve así durante dos horas, pensando en los buenos viejos tiempos; recordando escenas e invocando rostros medio olvidados a través de las nieblas del pasado; escuchando, en mi fantasía, voces que tiempo ha fueron silenciadas para siempre, y canciones una vez familiares que hoy en día ya nadie canta. Y cuando mi ensueño se atenuó hasta un mustio patetismo, el alarido del viento fuera se convirtió en un gemido, el furioso latido de la lluvia contra las ventanas se acalló y uno a uno los ruidos en la calle se comenzaron a silenciar, hasta que los apresurados pasos del último paseante rezagado murieron en la distancia y ya ningún sonido se hizo audible. El fuego se estaba extinguiendo. Una sensación de soledad se cebó en mí. Me levanté y me desvestí moviéndome en puntillas por la habitación, haciendo todo a hurtadillas, como si estuviera rodeado por enemigos dormidos cuyos descansos fuera fatal suspender. Me acosté y me tendí a escuchar la lluvia y el viento y los distantes sonidos de las persianas, hasta que me adormecí. Me dormí profundamente, pero no sé por cuánto tiempo. De repente, me desperté, estremecido. Todo estaba en calma. Todo, a excepción de mi corazón: podía

escuchar mi propio latido. En ese momento las frazadas y colchas comenzaron a deslizarse lentamente hacia los pies de la cama, ¡cómo si alguien estuviera jalándolas! No podía moverme, no podía hablar. Los cobertores se habían deslizado hasta que mi pecho quedó al descubierto. Entonces, con un gran esfuerzo, los aferré y los subí nuevamente hasta mi cabeza. Esperé, escuché, esperé. Una vez más comenzó el firme jalón. Al final arrebaté los cobertores nuevamente a su lugar, y los así con fuerza. Esperé. Luego sentí nuevos tirones, y la cosa renovó sus fuerzas. El tirón se afianzó con firme tensión; a cada momento se hacía más fuerte. Mi fuerza cesó, y por tercera vez las frazadas se alejaron. Gemí. ¡Y un gemido de respuesta vino desde los pies de la cama! Gruesas gotas de sudor comenzaron a poblar mis sienes. Estaba más muerto que vivo. Escuché unos fuertes pasos en el cuarto -como si fuera el paso de un elefante, eso me pareció- y no era nada humano. Pero era como si se alejara de mí. Lo escuché aproximándose a la puerta, traspasándola sin mover cerrojo o cerradura, y deambular por los tétricos pasillos, tensando el piso de madera y haciendo crujir las vigas a su paso. Luego de eso, el silencio reinó una vez más. Cuando mi excitación se calmó, me dije a mí mismo: “Esto ha sido un sueño, simplemente un horrendo sueño.” Y me quedé pensando eso hasta que me convencí que había sido solo una pesadilla, y entonces me relajé lo suficiente como para reír un poco y estuve feliz de nuevo. Me levanté y encendí una luz; y cuando revisé la puerta, vi que la cerradura y el cerrojo estaban como los había dejado. Otra serena sonrisa fluyó desde mi corazón y se ondeó en mis labios. Tomé mi pipa y la encendí, y cuando estaba ya sentado frente al fuego, ¡la pipa se me cayó de entre los dedos, la sangre se fue de mis mejillas, y mi plácida respiración se detuvo y quedé sin aliento!


Entre las cenizas del fuego, a un costado de mi propias huellas, había otra, tan vasta en comparación que las mías parecían las de un infante. Entonces, había habido un visitante, y las pisadas del elefante quedaban demostradas. Apagué la luz y regresé a la cama, paralítico de miedo. Me recosté un largo rato, mirando fijamente en la oscuridad, y escuchando. Percibí un rechinido más arriba, como si alguien estuviera arrastrando un cuerpo pesado por el piso; entonces escuché que lanzaban el cuerpo, y el chasquido de mis ventanas fue la respuesta del golpe. En otras partes del edificio escuché portazos. A intervalos, también oí sigilosos pasos, por aquí y por allá, a través de los corredores, y subiendo y bajando las escaleras. Algunas veces esos ruidos se acercaban a mi puerta, dubitaban y luego retrocedían. Escuché, desde pasillos lejanos, el débil sonido de cadenas, los que se iban acercando paulatinamente a la par que ascendían las escaleras, marcando cada movimiento con un matraqueo metálico. Escuché palabras murmurantes; gritos a medias que parecían ser violentamente sofocados; y el crujido de prendas invisibles. En ese momento fui conciente de que mi habitación estaba siendo invadida, y de que no estaba solo. Escuché suspiros y alientos alrededor de mi cama, y misteriosos murmullos. Tres pequeñas esferas de suave fosforescencia aparecieron en el techo, directamente sobre mi cabeza, brillando durante un instante, para luego dejarse caer… dos de ellas sobre mi cara, y una sobre la almohada. Me salpicaron con algo líquido y cálido. La intuición me dijo que podría ser sangre; no necesitaba luz para darme cuenta de ello. Entonces vi rostros pálidos, levemente luminosos, y manos blancas, flotando en el aire, como sin cuerpos; flotando en un momento, para luego desaparecer. El murmullo cesó, lo mismo que las voces y los sonidos, y una solemne calma siguió. Esperé y escuché. Sentí que tenía que encender una luz o moriría. Estaba debilitado por el temor. Lentamente me alcé hasta sentarme, ¡y mi rostro entró en contacto con una mano viscosa! Todas mis fuerzas me abandonaron de repente, y me caí como si fuera un inválido. Entonces escuché el susurro de una tela; pareció como si hubiera pasado la puerta y salido.

Cuando todo se calmó una vez más, salí de la cama, enfermo y enclenque, y encendí la luz de gas con una mano tan trémula como si fuera de una persona de cien años. La luz le dio algo de alegría a mi espíritu. Me senté y quedé contemplando las grandes huellas en las cenizas. Las miré mientras la llama del gas se ponía mustia. En ese mismo momento volví a escuchar el paso elefantino. Noté su aproximación, cada vez más cerca, por el vestíbulo, mientras la luz se iba extinguiendo poco a poco. Los ruidos llegaron hasta mi puerta e hicieron una pausa; la luz ya había menguado hasta convertirse en una mórbida llama azul, y todas las cosas a mi alrededor tenían un aspecto espectral. La puerta no se abrió; sin embargo, sentí en el rostro una leve bocanada de aire. En ese momento fui conciente que una presencia enorme y gris estaba frente a mí. Miré con ojos fascinados. Había una luminosidad pálida sobre la Cosa; gradualmente sus pliegues oscuros comenzaron a tomar forma; apareció una mano, luego unas piernas, un cuerpo, y al final una gran cara de tristeza surgió del vapor. ¡Limpio de su cobertura, desnudo, muscular y bello, el majestuoso Gigante de Cardiff apareció ante mí! Todo mi miseria desapareció, ya que de niño sabía que ningún daño podría esperar de tan benigno semblante. Mi alegría regresó una vez más a mi espíritu, y en simpatía con esta, la llama de gas resplandeció nuevamente. Nunca un solitario exiliado fue tan feliz en recibir compañía como yo al saludar al amigable gigante. Dije: –¿Nada más que tú? ¿Sabes que me he pegado un susto de muerte durante las últimas dos o tres horas? Estoy más que feliz de verte. Desearía tener una silla, aquí, aquí. ¡No trates de sentarte en esa cosa! Pero ya era tarde. Se había sentado antes que pudiera detenerlo; nunca vi una silla estremecerse así en toda mi vida. –Detente, detente o arruinarás todo. De nuevo muy tarde. Hubo otro destrozo, y otra silla fue reducida a sus elementos originales. –¡Al infierno! ¿Es que no tienes juicio? ¿Deseas arruinar todo el mobiliario de este lugar? Aquí, aquí, tonto petrificado. Pero fue inútil, antes que pudiera detenerlo, ya se había sentado en la cama, y esta era ya una melancólica ruina.


–¿Qué clase de conducta es esta? Primero vienes pesadamente aquí trayendo una legión de fantasmas vagabundos para intranquilizarme, y luego tengo que pasar por alto tal falta de delicadeza que no sería tolerada por ninguna persona de cultura elevada excepto en un teatro respetable, y no contento con la desnudez de tu sexo, me compensas destrozando todo el mobiliario mientras buscas lugar dónde sentarte. Tú te dañas a ti mismo tanto como a mí. Te has lastimado el final de tu columna vertebral, y has dejado el piso sembrado de astillas de tus destrozos. Deberías estar avergonzado, ya eres bastante grande como para saber las cosas. –Está bien, no romperé más muebles. Pero ¿qué puedo hacer? No he tenido la oportunidad de sentarme desde hace cien años. Y las lágrimas comenzaron a brotar de sus ojos. –Pobre diablo –dije– no debería haber sido tan rudo contigo. Eres un huérfano, sin duda. Pero siéntate en el piso, aquí, ninguna otra cosa aguantará tu peso. Así que se sentó en el piso y encendí una pipa que me dio, le di una de mis mantas y se la puso sobre los hombros, le puse mi bañera invertida en la cabeza, a modo de casco, y lo puse a sentir confortable. Entonces él cruzó las piernas mientras yo avivé el fuego y acerqué las prodigiosas formas de sus pies al calor. –¿Qué pasa con las plantas de tus pies y la parte anterior de tus piernas, que parecen cinceladas? –¡Sabañones infernales! Los agarré estando en la granja Newell. Amo ese lugar como si fuera mi viejo hogar. No hay para mí nada como la tranquilidad que siento cuando estoy ahí. Hablamos durante media hora, y luego noté que se veía cansado, y se lo dije. -¿Cansado? -dijo-. Bueno, debería estarlo. Y ahora te diré todo, ya que me has tratado tan bien. Soy el espíritu del Hombre Petrificado que yace sobre la calle que va al museo. Soy el fantasma del Gigante de Cardiff. No puedo tener descanso, no puedo tener paz, hasta que alguien dé a mi pobre cuerpo una sepultura. ¿Qué es lo más natural que puedo hacer para que los hombres satisfagan ese deseo? ¡Aterrorizarlos, encantar el lugar donde descansan!

Así que embrujé el museo noche tras noche. Hasta tuve la ayuda de otros espectros. Pero no hice bien, porque nadie se atrevía luego a ir al museo a medianoche. Entonces se me ocurrió acechar un poco este lugar. Sentí que si escuchaba gritos, tendría éxito, así que recluté a las más eficientes almas que la perdición pudiera proveer. Noche tras noche estuvimos estremeciendo estas enmohecidas recámaras, arrastrando cadenas, gruñendo, murmurando, deambulando, subiendo y bajando escaleras, hasta que, para decir la verdad, me cansé de hacerlo. Pero cuando vi una luz en tu cuarto esta noche, recuperé mis energías nuevamente y salí con la frescura original. Pero estoy cansado, enteramente agotado. ¡Dame, te imploro, dame alguna esperanza! Encendido por un estallido de excitación, exclamé: –¡Esto sobrepasa todo, todo lo ocurrido! ¿Por qué tú, pobre fósil antiguo, te tomas tantas preocupaciones por nada? ¡Has estado acechando una efigie de yeso de ti mismo, ya que el verdadero Gigante de Cardiff está en Albany! ¡Demonios! ¿No sabes en dónde están tus propios restos? Nunca vi tan elocuente mirada de vergüenza, de lastimera humillación. El Hombre Petrificado se levantó lentamente y dijo: –Honestamente, ¿es eso cierto? –Tan cierto como que estoy aquí sentado. Sacó la pipa de su boca y la dejó en el mantel, luego se irguió dubitativamente (de manera inconsciente, por algún viejo hábito, llevó sus manos hasta donde los bolsillos de sus pantalones deberían haber estado, y de forma meditativa dejó caer su barbilla en su pecho) y finalmente dijo: –Bien, nunca antes me sentí tan absurdo. ¡El Hombre Petrificado ha sido vendido a alguien más, y ahora el peor fraude ha terminado vendiendo su propio fantasma! Hijo mío, si alguna caridad queda en tu corazón por un pobre fantasma sin amigos como yo, por favor no dejes que esto se sepa. Piensa cómo te sentirías si te hubieras puesto tú mismo en ridículo también. Escuché esto, y el bribón se fue retirando lentamente, paso a paso bajó las escaleras y salió a la calle desierta; me sentí triste de que se hubiera ido, pobre tipo, y también porque se llevó mi manta y mi bañera.


7 leer más allá A las orillas de la guerra Por Héctor García

Inventor frustrado, periodista, mal administrador, viajero incansable y, según Faulkner, “el padre de la literatura norteamericana” Samuel Langhorne Clemens, mejor conocido como Mark Twain, es una figura de la que se pueden extraer particularidades interesantes más allá de una singular apariencia de cabello y bigote descuidados. Llegó al mundo con el cometa Halley y se fue con él 74 años después, tal como él mismo deseaba y había predicho tras recibir el Honoris Causa en la Universidad de Oxford; bendito por la estela del astro, Twain se convirtió en uno de los pocos escritores que ha conseguido éxito de ventas en tres siglos diferentes: el XIX, el XX, y con la autobiografía publicada en el 2010, en el siglo XXI. Su presencia literaria a finales del 1800 y principios del 1900 hacen difícil ligarlo con un contexto en específico, sobre todo cuando se sabe que el autor de Las aventuras de Tom Sawyer pasó gran parte de su vida viajando como parte de su trabajo periodístico. Pero son precisamente los primeros años de su vida los que reflejarían con mayor precisión y añoranza a lo largo de sus obras. Es en 1861 que, mientras trabajaba como piloto fluvial en las aguas del río Mississippi, la Guerra de Secesión estadounidense estalla y se ve obligado a abandonar sus labores. Tras la elección de Abraham Lincoln como nuevo presidente de los Estados Unidos de América, los estados del sur deciden levantarse en armas para imponer un nuevo orden. El país se encuentra dividido cuando Twain abandona Missouri para recorrer las llanuras y las Montañas Rocosas del oeste: los Confederados del sur,

más voluntariosos que organizados, y la Unión del norte enfocada, precisamente, en la conglomeración del territorio. Pero las razones principales de la guerra eran más profundas que un simple descontento con la elección presidencial; en realidad, dos sistemas económicos radicalizaban las posturas entre los miembros de cada batallón. Uno, el agrario esclavista que defendían los del sur y el otro, el industrial abolicionista pretendido por el norte. Con el avance de la guerra y las victorias repartidas, fue precisamente el discurso de libertad lo que permitió a las fuerzas de Lincoln aumentar en número y poderío; el reclutamiento forzoso y la Proclamación de la Emancipación para el territorio confederado en 1863 permitieron a la Unión superar las batallas que se desenvolvían a los largo del país. La impresión del papel moneda en grandes cantidades y la exportación del algodón hacia Europa fueron algunas de las consecuencias que trajo consigo la Guerra Civil, pero fue sin duda la libertad de los esclavos lo que opacó definitivamente la unificación del territorio y validó, por otra parte, el derramamiento de sangre durante cuatro años de enfrentamiento. Quizá Mark Twain, no pensara jamás en retratar los horrores de la guerra ni las consecuencias de la misma, más allá de que su propio seudónimo revele cierta relación con los esclavos , y sin embargo, en un constante deseo por recuperar los momentos felices de su vida, nos transporta hacia la cotidianeidad de vivir a las orillas del río Mississippi en un momento donde la única división era la establecida por el río y la vida se desenvolvía entre juegos y aventuras.


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OTRAS ARTES

El arte de cambiar el mundo Encontrar una obra o un artista específico influenciado por un personaje tan trascendental como Mark Twain, sería como tratar de encontrar un solo matiz en su trayectoria. Ya sea cine, televisión, pintura, dibujo, o hasta animé, Twain sigue siendo tan influyente como lo fuera en vida. Su obra, al igual que su pensamiento, fue evolucionando con el tiempo. De la misma manera en que sus lectores pueden evolucionar su manera de verlo. De las más populares, y de las que cuentan con más adaptaciones, se encuentran: Las aventuras de Tom Sawyer (más de 20 adaptaciones cinematográficas, más de 5 obras de teatro, una producción de ballet y una canción), Las aventuras de Huckleberry Finn (más de 20 adaptaciones cinematográficas, un musical de Broadway, dos composiciones musicales y múltiples libros basados en los personajes de esta obra) y El príncipe y el mendigo (más de 10 adaptaciones cinematográficas, más de 3 adaptaciones al teatro, y diversas adaptaciones a otros medios como comic o videojuegos). La mayoría de estos tributos se nos presentan como contenido para niños. Sin duda, muchos de los lectores de Twain, iniciamos nuestro recorrido por su obra en la infancia con la emoción de las aventuras de estos personajes, sin darnos cuenta en ese momento de los mensajes que promovía o las críticas sociales que manejaba el autor. Ese es uno de los grandes aciertos de Twain: a la par que cambió su forma de ver el mundo, con el paso del tiempo nosotros podemos cambiar la forma de ver su obra. Así, no es de sorprendernos que un

9 Por Addy Melba

mismo libro lo encontremos en una pintura diseñada para un pequeño, un complejo ballet o una nueva historia escrita por la pluma de un autor que no pudo soltar a uno de estos entrañables personajes. Mark Twain no solo fue un gran escritor, fue un gran activista, y sin duda una de las artes más complejas a las que se dedicó fue el arte de querer cambiar el mundo. Tomar la bandera de la defensa de los derechos de todos sin importar color de piel o género, o limitaciones físicas es algo que hoy en día nos puede parecer obvio. El ser “políticamente correcto” es el pan de cada día. Pero estamos hablando de los 1800’s…de hace más de 100 años. En esa época defender a una persona con discapacidad y pagar sus estudios, como lo hizo con su amiga Hellen Keller, era una locura y más para alguien con tan poca habilidad para manejar sus propias finanzas. Sus deseos de ver un mundo mejor no se limitaban al apoyo a las minorías. Su patrocinio a ciertos inventos, así como su amistad con Nikola Tesla, son prueba de que también a través de la tecnología estaba seguro de poder hacer de este un mundo mejor. Su legado e influencia en otras artes no se limita a su obra y adaptaciones. Al día de hoy diversos centros de arte y educación se encargan de apoyar a los jóvenes que como él, tienen la inquietud de escribir y de hacer de la literatura un arte para mover el mundo. Hemingway dijo de Twain que con Huckleberry Finn empezaba la literatura en Estados Unidos, que nada había antes y nada después. Espero que el legado de Twain le muestre lo contrario.


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escritores Queretanos Cuentos

Por Elisa Rosas Madrueño

Elisa Rosas Madrueño. Diseñadora de profesión, lectora de corazón, ilustradora por vocación y aspirante a escritora. “Lo que me importa es el arte en general. Me dedico a fusionar las palabras con las imágenes.” Desde la Editorial Sabelotodo trabaja con autores y sus textos. Su labor es darle diseño e ilustración a sus letras, escuchar, entender cada libro, disfrutarlo, darle un cuerpo, un beso y que queden listos para imprimirse. Hormigas de sol El sol está celoso de la luna. No entiende por qué desde el principio de los tiempos, se le ha dado tanta importancia. Siempre que se piensa en una escena romántica, el escenario perfecto es nocturno, bajo su plateada luz. Los enamorados dicen sentirse más cómodos por la noche, cuando sólo las estrellas y el astro cristalino, los envuelve. ¿Por qué? He de confesar que yo siento la noche oscura y fría. Los momentos más felices los he pasado en días soleados con un cielo enteramente azul, durante espontáneos viajes en carretera cuando los verdes caminos están llenos de espigas doradas y flores multicolores que brillan y bailan bajo su brillo. Me tumbo sobre el pasto y pasan volando insectos fosforescentes con alas transparentes, luego me gusta observar a las hormigas del campo, que son rojas porque las ha bronceado el sol. Desde niña siempre preferí los días soleados. En ese entonces, pasaba todo el día en la playa jugando, cavando un hoyo. Cuando lo terminaba lo llenaba a cubetadas con agua de mar. Esa era mi recompensa, contemplar el atardecer desde mi alberca privada. Con las mejillas y los hombros tostados de sol. El momento más romántico que he vivido, fue bajo la luz del sol. Era junio

y estaba amaneciendo. Por la ventana de cortinas blancas se colaron las primeras luces del alba, iluminando toda la habitación. Yo lo volteé a ver, su cabello se veía amarillo, de repente dorado y bajo los reflejos de los primero rayos del día, sus ojos eran más claros que la miel. Y luego, me sonrío. Nunca había visto un hombre tan ni más hermoso. La felicidad solar. Simplemente el amanecer. Me siento llena de vida, se escuchan aves, el clima está fresco, huele a albahaca o a menta, los primeros rayos, acarician suavemente, son tímidos, nítidos y puros. En ese momento cuando el sol da a luz un nuevo día, es el momento perfecto para dar gracias porque tenemos vida.

Como alas de libélula No entiendo cómo le hace la gente para soportar la vida adulta. Saben manejar, hacer fila en el banco, cargar por lo menos siete llaves, batirse en duelos verbales mientras el tráfico los detiene, sobrellevar hipotecas, pagarle a Hacienda. Yo no entiendo nada de la existencia práctica y lo que menos sé es manejar problemas. Mi alma es muy sensible, mi alma está hecha del mismo material que están hechas las alas de una libélula. Si…


Mantis Pagana

La mosca en la leche

Me enamoré de un hombre con cara de mantis religiosa, pero como él no cree en nada, eso lo convierte en una mantis pagana, digámosle campamocha, (que es lo mismo que mantis), le queda mejor. Como su especie lo dicta, me agarró con sus gigantes patas y me devoró viva. Bien dicen los campesinos, que las campamochas son de mala suerte, son mañosas y artistas en el arte del mimetismo, peligrosas, ocultan cosas. Son deportistas, inclusive hay un tipo de arte marcial inspirado en su forma de atacar… Son solitarias, excepto en el tiempo de reproducción; tienen tres enormes ojos (y enormes pestañas), con los que hipnotizan a su presa; gozan de muy buena vista (aunque les encanta disimular). En raras ocasiones, durante y tras el apareamiento la hembra se come al macho. No se asusten. Él es una campamocha, no yo.

No eres mi amigo, eres parte de mí. Yo no sé de qué sustancia estén fabricadas las almas, pero la tuya y la mía comparten ingredientes: fibras, toxinas, cristales y vapores. Hemos viajado juntos por terrenos místicos, buscando siempre lo exótico y lo desconocido. Volando a otras dimensiones sobre una paloma de papiroflexia, haciendo amistad con seres de carne callosa y nadado en las profundidades junto a monstruos marinos tan tiernos como temibles. Fuiste el primero en saber que yo de grande quería ser poeta, como Villon y supiste definir con precisión, qué es una mosca en la leche. Hemos andado sedientos y nos han vestido, hemos andando desnudos y nos han dado de comer. Hemos contemplado atardeceres que ni una caja entera de prisma color sería capaz de reproducir. Hemos pintado nuestros ojos color verde mayate para después parpadear más rápido que las alas de un colibrí. No eres mi amigo, eres parte de mí.

Mariposas a domicilio –¿Qué traes en esa canasta? ¡Es una canasta muy pesada, abue! –¿No adivinas? ¡Qué me pediste que te trajera? La niña hace cara de duda y luego compone un puchero. –Yo te pedí mariposas, no una canasta… –Cierra la ventana y las cortinas y luego, abre la canasta. Y entonces la niña abre la canasta y unas cien mariposas monarcas salen volando por todas partes, unas se quedan en las cortinas, otras se pegan en su ropa, otras revolotean sobre las macetas. La niña salta y ríe. –¡Gracias abue! ¡Gracias! –¿Cuándo te he fallado? –Dice la abuela. –¡Nunca! –Dice la niña Y ese es uno de los recuerdos más bonitos de mi infancia.

La araña y tus pies Abro los ojos y lo primero que veo es una araña caminando en el techo de mi cuarto. Como estoy adormilada, sigo su camino. Tiene mucha prisa y con sus largas patas llega enseguida al piso. Entonces me doy cuenta de que tus pies se asoman por debajo de la cama. Ahí están, son los tuyos los reconozco perfectamente, tu dedo gordo tiene la misma forma de mi celular… Siento un escalofrío recorrer mi espalda, cuando los agarro ya están fríos, tu no estás aquí… ¿Quién ha venido a regalarme la parte que más me gusta de tu cuerpo?


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Recomendaciones Una mañana, Antonia una niña bastante extraña, encontró la carta justamente entre Drácula de Bram Stoker e Historia de Amor de Eric Seagal; era una carta, nada más y nada menos, que de amor. Y es el descubrimiento de este secreto, guardado cuidadosamente durante 13 años, el que la llevará, acompañada de su amigo Maxito y de dos curiosas mariposas vampiro, a un viaje maravilloso y plagado de personajes inolvidables. A través de las páginas de la novela, este equipo fantástico deberá resolver un acertijo de tres pistas para llegar a un misterio aún mayor, mientras que en su camino se interpondrán el excéntrico detective Silvestrino y Bruno, un gigantesco perro mastín napolitano. ¿Podrán los jóvenes y las mariposas vampiro resolver el acertijo a tiempo?, ¿valdrá la pena aquello que les espera al final del camino?

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