de Lector vidas
miercolees
La hermana silenciosa
Fragmento Cap. 1 Agnes Gray
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No. 35 Mayo 2018
Año III
Santiago de Querétaro, Querétaro leer más allá OTRAS ARTES escritores queretanos Anne: un retrato La inquilina de la BBC Horacio Warpola
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Anne Brontë
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Estimado Lector. Llega mayo con este excelente número que cierra el ciclo de las Hermanas Brontë, del cual, en diciembre, publicamos una colección con las mejores obras de Emily, Charlotte y Anne, autora seleccionada para este número. Anne muere de 29 años el 28 de mayo de 1849 de tuberculosis, al igual que su hermana Emily y hermano Bramwell. Es una gran escritora, que a la par, sus hermanas también lograron entrar en la posteridad, con todo y sus muertes prematuras. En VIDAS, encontrarás que Roberto Delgado nos narra la corta vida de Anne y la valentía que tuvo al publicar La inquilina de Wildfell Hall, en la que la mujer abandona al esposo alcohólico y cría sola a su hijo; algo impensable para esa época. En el MIERCOLEES, te regalamos un fragmento del primer Capítulo de la Novela Agnes Gray, publicada en diciembre por nosotros. En LEER MÁS ALLÁ, Héctor García nos cuenta sobre la práctica común de la época Victoriana, dónde las clases sociales altas contrataban institutrices para educar a los hijos, un trabajo de tiempo completo que daba salario, techo y comida, pero también mucha soledad y melancolía. En OTRAS ARTES, Addy Melba nos cuenta sobre las adaptaciones que realizó la BBC en miniseries de televisión, e inclusive para radio, de La inquilina de Wildfell Hall. En ESCRITORES QUERETANOS presentamos al poeta Horacio Warpola, quien ha experimentado mucho con su poesía, tanto audiovisual como basada en las tecnologías actuales. En RECOMENDACIONES tenemos Agnes Gray, puedes pedirla en nuestra página de internet y el envío es totalmente gratis a toda la República Mexicana. Disfruta la lectura y si te toca: ¡Feliz día de las Madres! PRT
Mayo 2018 Santiago de Querétaro, Querétaro Dirección editorial Patricio Rebollar
Vidas
la hermana silenciosa Roberto Delgado
MiercoLees
FRAGMENTO CAP. 1, AGNES GRAY Anne Brontë
Leer más allá
anne: un retrato diferente
Héctor García
Otras artes
LA INQUILINA DE LA BBC
Addy Melba
Escritores Queretanos
poesía Horacio Warpola
Asistencia editorial Diana Pesquera Relaciones Públicas Diana Pesquera Circulación y promoción Librerías Sancho Panza, Books Time, Cultural del Centro, Amadeus, La Charamusca, Dipac, Moser Kafé, Calufe, Teatrito la carcajada, Italian Coffee, Barra de café. Colaboradores Patricio Rebollar, Diana Pesquera, Addy Melba Espinosa, Roberto Delgado Ríos, Héctor García, Horacio Warpola.
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blogpartres@gmail.com
L de Lector. Mayo 2018, año III, No. 35. Publicación mensual editada por Par Tres Editores, S.A. de C.V., Fray José de la Coruña 243, colonia Quintas del Marqués, 76047, Santiago de Querétaro, Querétaro. Sitio web: www. par-tres.com, blogpartres@gmail.com. Editor Responsable: Patricio Rebollar. ISSN: 2448-5586 tramitado por el Instituto Nacional de Derechos de Autor. Impreso por Hear Industria Gráfica, ubicado en Calle 1, No. 101, Zona Industrial Benito Juárez, 76120, Santiago de Querétaro, Querétaro, este número se terminó de imprimir el 28 de Abril de 2018 con un tiraje de 1000 ejemplares.
Se permite la reproducción parcial de esta obra en lo concerniente al texto del Autor del Mes en virtud de encontrarse libre de Derechos de Autor, en cuanto a las demás secciones de la publicación, se prohíbe su reproducción parcial o total, por cualquier medio, sin la anuencia por escrito de los titulares de los derechos correspondientes.
vidas La hermana silenciosa Nadie puede ser feliz en la eterna soledad. Anne Brontë Para Emily el éxito fue inmediato con la magnífica obra Cumbres Borrascosas, Charlotte lo logró un poco después con Jane Eyre. Sin embargo, ¿qué sucedió con la menos reconocida escritora llamada Anne? Sabemos que la muerte prematura acompañó a toda la familia y Patrick fue testigo de la desaparición de sus seis hijos y esposa frente a sus ojos. Sabemos también que las tres hermanas bajo pseudónimos irrumpieron en el foro literario para que después dos de las tres conquistaran de manera individual la inmortalidad. Por ello, vale la pena entender a la más joven de la familia. Muchos de los verdaderos alcances de su vida se pueden encontrar en el ensayo de la inglesa Samantha Ellis de nombre Take Courage (2014) como el hecho de que Anne sí fue una autora destacada contra lo que muchos aseguran. Nacida el 17 de enero de 1820, intentó a los diecinueve años ser institutriz, como marcaban las reglas de la época. Sin embargo, la ingobernabilidad de los niños a su cuidado le causó grandes frustraciones que a la postre se traducirían en la elaboración de su novela Agnes Grey. Anne fue durante su corta vida, una solitaria carente de relaciones amorosas. Entre las clases, sus novelas y aquellos largos paseos por la playa de Scarborough, colmaba sus ganas de vivir. Callada y perseverante. Menos apasionada que Emily y no tan realizada como Charlotte, pero algunos afirman que es la hermana que abrió camino. Se podría afirmar también que su primera novela fue un claro modelo para la aparición de Jane Eyre. La realidad es que aquella pequeña mu-
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jer dentro de su discreción, tuvo una clase de éxito distinta. Un año después de la aparición de los poemarios de las tres hermanas, en 1847, el editor londinense Thomas Cautley Newby publicó la primera novela de Anne. Al año siguiente editó la aclamada The Tenant of Wildfell Hall. En su primera novela, podemos encontrarla a ella misma en sus experiencias como institutriz frente a la opresión de la sociedad victoriana. Es básicamente la experiencia de Anne saltando al papel. En su segunda obra, escandalizó con la valentía de una mujer que se atrevió a abandonar a un esposo alcohólico y abusivo para criar sola a su hijo. Mucho del retrato de aquel personaje atrapado en la adicción la recogió de la vida de su propio hermano Branwell quien murió a vencido por el licor. Como sucedió con sus hermanas, la propia tragedia sucesiva e implacable de todos los que la rodearon detonó un talento mayúsculo que le multiplicó la sensibilidad. Anne Bronte falleció el 28 de mayo de 1849 con tan sólo 29 años en Yorkshire, Inglaterra. Cada vez que se confirma que ha sido una especie de genial pero olvidada escritora, se concluye que el reconocimiento en este mundo es un concepto extraño. Al leer The Tenant of Wildfell Hall, cualquiera advierte que está frente a una narradora mayor. Un libro que desde el siglo XIX explicó por qué a veces las mujeres “permanecen” aunque no sean dichosas. Una obra maestra que define la naturaleza femenina de todas las generaciones y épocas. Tal vez algún día le harán justicia reconociéndola si acaso como la mejor de las tres.
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Fragmento Cap. 1, Agnes GrayPor Anne Brontë Capítulo I La rectoría En todas las historias verdaderas hay enseñanzas, aunque puede que en algunas nos cueste encontrar el tesoro, o cuando lo encontramos es en cantidad tan exigua que el fruto tan seco y marchito apenas compensa el esfuerzo de romper la cáscara. Si éste es el caso de mi historia, no soy competente para juzgarlo; a veces creo que puede resultar útil para algunos y entretenida para otros, pero que la juzgue el mundo: protegida por mi oscuridad y por el transcurso de los años, no tengo miedo de arriesgarme y expondré cándidamente ante el público cosas que no revelaría al amigo más íntimo. Mi padre era un clérigo en el norte de Inglaterra, que se ganó el respeto de todos los que lo conocían y en sus años de juventud vivió holgadamente de los emolumentos combinados de una pequeña prebenda y unos bienes propios. Mi madre, que se casó con él en contra de los deseos de los suyos, era la hija de un hacendado y una mujer de carácter. En vano le dijeron que, si se convertía en la esposa del pobre rector, debía renunciar a tener carruaje propio y doncella personal y todos los lujos y finuras que eran para ella algo menos que lo esencial de la vida. Un carruaje y una doncella personal eran grandes comodidades; pero, gracias a Dios, ella tenía pies para caminar y manos para atender a sus propias necesidades. No eran desdeñables una casa elegante y un amplio jardín, pero ella preferiría vivir en una casucha con Richard Grey que en un palacio con cualquier otro hombre del mundo. Viendo que sus argumentos no surtían ningún efecto, su padre finalmente dijo a los enamorados que se casaran si querían, pero que si lo hacían, su hija perdería cada penique de su fortuna. Confiaba en que esto enfriaría el entusiasmo de la pareja; pero se equivocaba. Mi padre conocía de sobra lo mucho que valía mi madre, hasta el punto de darse cuenta de que era una fortuna valiosa por sí misma; y si ella consentía
en adornar su humilde hogar, él estaría encantado de aceptarla bajo cualquier concepto. Ella, por su parte, prefería trabajar con sus propias manos que separarse del hombre al que amaba, cuya felicidad le encantaría procurar y que ya se fundía con ella en corazón y alma. De modo que su fortuna fue a engrosar la dote de una hermana más sensata, que se había casado con un ricachón, mientras que ella acabó enterrándose en la sencilla rectoría aldeana, para sorpresa y pesadumbre de todos aquellos que la conocían. Y sin embargo, a pesar de todo esto, y a pesar del fuerte carácter de mi madre y los caprichos de mi padre, creo que no se encontraría una pareja más feliz aunque se buscase por toda Inglaterra. De seis hijos, mi hermana Mary y yo fuimos las únicas que sobrevivimos a los peligros de la infancia y la adolescencia. Al ser yo cinco o seis años más joven, siempre se me consideraba la niña, la mimada de la familia; padre, madre y hermana se ponían de acuerdo para consentirme todo, no con una necia indulgencia que me hiciera díscola e indisciplinada, sino con una incesante amabilidad que me hizo desvalida y dependiente, inepta para soportar los golpes de las preocupaciones y tribulaciones de la vida. A Mary y a mí nos educaron en el más absoluto aislamiento. Mi madre, que era una mujer a la vez de muchos talentos, bien educada y trabajadora, se hizo cargo ella sola de nuestra educación, con excepción del latín, que se encargaba de enseñarnos mi padre, de modo que ni siquiera íbamos al colegio; y como no había gente de nuestro rango en los alrededores, nuestro único contacto con el mundo consistía en una solemne merienda con los más importantes agricultores y comerciantes de la zona de vez en cuando, para evitar que nos tildaran de demasiado orgullosos para asociarnos con nuestros vecinos, y una visita anual a casa de nuestro abuelo paterno, donde las únicas personas que veíamos eran éste, nuestra querida abuela, una tía soltera y dos o tres damas y caballeros mayores. A veces
nos entretenía nuestra madre con historias y anécdotas de su juventud, las cuales, aunque nos divertían muchísimo, frecuentemente despertaban, por lo menos en mí, un vago deseo secreto de ver algo más del mundo. Yo pensaba que ella había debido de ser muy feliz; pero nunca parecía echar de menos el pasado. Sin embargo, mi padre, cuyo temperamento no era tranquilo ni alegre por naturaleza, a menudo se angustiaba pensando en los sacrificios que había hecho por él su querida esposa y se devanaba los sesos ideando un sinfín de proyectos para aumentar su pequeña fortuna, por ella y por nosotras. Mi madre le aseguraba en vano que estaba totalmente satisfecha, y que si ahorraba un poco para las hijas, tendríamos todos más que suficiente, ahora y en el futuro. Pero ahorrar no era el fuerte de mi padre; no contraía deudas (por lo menos mi madre cuidaba mucho de que no lo hiciese), pero cuando tenía dinero, tenía que gastarlo; le gustaba tener comodidad en la casa y ver a su esposa y a sus hijas bien vestidas y bien atendidas; además, era de disposición caritativa y le gustaba dar a los pobres según sus posibilidades o, pensaban algunos, por encima de ellas. Finalmente, sin embargo, un amigo le sugirió un medio de duplicar su renta personal de un solo golpe; y de aumentarlo en adelante hasta una cantidad incalculable. Su amigo era comerciante, un hombre de espíritu emprendedor e inequívoco talento, que estaba algo limitado en sus actividades mercantiles por falta de capital, pero ofrecía generosamente a mi padre darle la parte alícuota de sus beneficios si se decidía a confiarle todo lo que se podía permitir, y pensaba que le podía prometer sin exagerar que, fuera cual fuese la suma que se dignaba poner en sus manos, le rendiría el ciento por ciento. Este vendió enseguida su pequeño patrimonio y el precio total fue encomendado en manos del comerciante amigo, que inmediatamente se puso a embarcar su cargamento y prepararse para el viaje. Mi padre estaba encantado, como lo estábamos todos, ante nuestras brillantes perspectivas: de momento, es verdad, estábamos reducidos a los escasos ingresos del curato, pero mi padre parecía creer que no hacía falta limitar nuestros gastos estrictamente a éstos. Así que con una cuenta pendiente en la tienda del señor Jackson, otra en la tienda de Smith y otra en la de Hob-
son, nos arreglábamos incluso con más holgura que antes, aunque mi madre afirmaba que debíamos restringirnos, pues nuestras perspectivas de riquezas eran precarias, y que si mi padre dejaba que ella lo administrase todo, no notaría las economías; pero esta vez fue incorregible. Qué horas tan felices pasamos Mary y yo, sentadas junto al fuego haciendo labores o paseando por las colinas cubiertas de brezo u holgazaneando bajo el sauce llorón (el único árbol grande del jardín), hablando de nuestra futura felicidad y la de nuestros padres, de las cosas que haríamos, veríamos y poseeríamos, sin base más firme para nuestra gran quimera que las riquezas que esperábamos nos llovieran como resultado del éxito de las especulaciones del buen comerciante. Nuestro padre estaba casi igual que nosotras; sólo que fingía no tomárselo tan en serio, expresando sus grandes esperanzas y expectativas optimistas por medio de chistes y festivas ocurrencias que siempre me parecieron el colmo del humor y el ingenio. Nuestra madre se reía encantada de verlo tan contento y feliz; pero aun así tenía miedo de que se ilusionara demasiado por el asunto. Una vez, al salir de la habitación, la oí susurrar: «¡Dios quiera que no se vea decepcionado! No sé cómo lo soportaría». Pero se vio decepcionado, y mucho. Nos cayó a todos como un rayo la noticia que el navío que transportaba nuestra fortuna había naufragado y se había hundido con todo el cargamento, varios miembros de la tripulación y el mismo comerciante desafortunado. Lo sentí por él; lo sentí por el derrumbe de todos los castillos que habíamos construido en el aire, pero con la elasticidad de la juventud no tardé en recuperarme del golpe. Aunque las riquezas tenían su encanto, la pobreza no encerraba ningún terror para una joven sin experiencia como yo. Es más, y a decir verdad, había algo vivificante en la idea de vernos en apuros y tener que depender de nuestros propios recursos. Yo hubiera querido que papá, mamá y Mary pensaran todos como yo, en cuyo caso, en lugar de lamentarse por las calamidades pasadas, pondríamos manos a la obra de buena gana para remediarlas; y cuanto mayores las dificultades y más duras las privaciones actuales, con más buen humor soportaríamos éstas y con mayor vigor lucharíamos contra aquéllas.
Mary no se lamentaba, pero rumiaba continuamente la desgracia y se hundió en un estado de abatimiento del que ningún esfuerzo mío lograba sacarla. No había manera de hacerle ver el lado positivo de las cosas que veía yo; y de hecho yo tenía tanto miedo de que me acusara de frivolidad infantil o de necia insensibilidad que tuve buen cuidado de guardar para mí la mayoría de mis brillantes ideas y ocurrencias optimistas, pues sabía que no las iba a apreciar. A mi madre lo único que le preocupaba era consolar a mi padre, pagar nuestras deudas y recortar nuestros gastos por todos los medios posibles; pero mi padre estaba totalmente abrumado por la calamidad: se le hundieron la salud, las fuerzas y los ánimos con el golpe, y nunca volvió a recuperarlos. Fue en vano que mi madre intentase animarle apelando a su religiosidad, a su valor, a su cariño por ella y nosotras. Ese mismo cariño era su mayor tormento: por nosotras había deseado tan ardientemente aumentar su fortuna; nuestro interés era lo que había llenado de tanto optimismo sus esperanzas y lo que ahora dotaba de tanta amargura su aflicción. Lo torturaban los remordimientos por no haber hecho caso de los consejos de mi madre, que le habrían librado por lo menos de la carga adicional de las deudas. Se reprochaba inútilmente por haberla sacado de la dignidad, la comodidad y el lujo de su posición anterior para que se afanara a su lado en las preocupaciones y las fatigas de la pobreza. Era una amargura y una mortificación para su alma ver a aquella espléndida mujer de talento, antaño tan adulada y admirada, convertida en ama de casa y administradora activa, con la cabeza y las manos ocupadas continuamente con las labores del hogar y la economía doméstica. Su genial auto tortura corrompía el buen humor con el que ella llevaba a cabo todas estas obligaciones, la alegría con la que soportaba los infortunios y la amabilidad que le impedía imputarle a él la más mínima culpa, hasta convertirlos en una agravación de su sufrimiento. Y de esta forma la mente le oprimía el cuerpo y le trastornaba el sistema nervioso, que a su vez le aumentaban las perturbaciones de la mente, hasta que poco a poco se resintió gravemente su salud; y ninguna de nosotras logró convencerle de que nuestros asuntos no iban tan mal, que no estaban tan absolutamente desesperados como su mórbida imaginación los representaba.
Vendimos el útil faetón junto con el rollizo caballito bien alimentado: un favorito de todos que habíamos decidido viviría sus últimos años en paz y nunca pasaría a otras manos que las nuestras; arrendamos la pequeña cochera y el establo, despedimos al mozo y a la más eficiente (y la más cara) de las dos doncellas. A nuestra ropa la remendaban, le daban la vuelta y zurcían hasta el mismo borde de la decencia; nuestros alimentos, siempre frugales, se simplificaron hasta un grado sin precedentes, con la excepción de los platos preferidos de mi padre; economizamos de manera dolorosa el carbón y las velas, siendo reducida la pareja de éstas a una, que se utilizaba parcamente, y el carbón cuidadosamente administrado en el hogar medio vacío, especialmente cuando mi padre se hallaba ausente cumpliendo sus obligaciones parroquiales o confinado en la cama por enfermedad; entonces nos sentábamos con los pies en el guardafuego, juntando de vez en cuando las ascuas agonizantes y echando cada tanto polvillo y fragmentos de carbón, simplemente para mantenerlas con vida. En cuanto a las alfombras, con el tiempo quedaron raídas, con más parches y zurcidos incluso que nuestra ropa. Para ahorrarnos el sueldo de un jardinero, Mary y yo nos comprometimos a mantener ordenado el jardín; y todo lo que de cocina y labores de la casa no podía realizar con facilidad una sola criada, lo hacían mi madre y mi hermana, con un poco de ayuda por mi parte de vez en cuando, pero sólo un poco, pues aunque yo ya me consideraba una mujer, ellas me veían como una niña. Mi madre, como la mayoría de las mujeres emprendedoras y activas, no se vio favorecida con hijas muy activas; por este motivo, siendo ella tan lista y diligente, no se sentía tentada a delegar sus asuntos sino al contrario, se encontraba dispuesta a actuar y a pensar por los demás y no sólo por sí misma; y fuera cual fuese el asunto que tenía entre manos, solía creer que nadie sabría hacerlo tan bien como ella, por lo que cuando yo me ofrecía a ayudarla, recibía una respuesta como: «No, querida, no puedes, de verdad. No hay nada que puedas hacer tú. Ve a ayudar a tu hermana, o dile que vaya a dar un paseo contigo dile que no se pase tanto tiempo sentada ni se quede siempre en casa, con razón está delgada y con aspecto abatido».
leer más allá
Anne: un retrato diferente En los últimos meses me he visto frente a la novelesca y trágica historia de la familia Brontë. De estrecha relación con la enfermedad y el arte, Charlotte, Emily y Anne, se vieron pronto con la obligación de sostenerse tanto a ellas mismas como a los sobrevivientes de su familia. Anne, la menor de las hermanas, fue alcanzada por una tuberculosis que le arrebató la vida a los 29 años, dejando a Charlotte sumida en una depresión de la que ya no pudo salir (meses antes Emily y Bramwell habían fallecido, también, de tuberculosis). Antes de su muerte, al igual que sus hermanas, Anne se había decantado por el camino más largo para las mujeres de la Inglaterra Victoriana, el de la institutriz. Mientras la otra alternativa consistía en encontrar al hombre ideal con el que contraer nupcias, para después resignarse a una vida más parecida a la reclusión que a una nueva libertad, la opción de profesionalizarse en el estudio otorgaba, sobre todo, la oportunidad de abandonar el hogar materno fuera por necesidad o deseo. La promesa de alcanzar nuevos horizontes convirtió el trabajo de institutriz en el más común entre las mujeres del siglo XIX. Las costumbres de la época en la alta sociedad demandaban que en las casas de nombre respetable, los hijos fueran educados de la mejor manera posible, y una atención personalizada satisfacía tal necesidad. Tradicionalmente se esperaba que la elegida reuniera a los hijos de la familia y que a lo largo de la semana se dictaran las clases que versaban sobre diversas materias tales como latín, historia, geografía, pintura e incluso canto. Asimismo los buenos modales y una vestimenta que se considerase ‘correcta’, acorde a la clase social de la familia, eran requisito indispensable al igual que el dominio del
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Por Héctor García bordado, pues las hijas debían dominar las tareas domésticas para, al ser presentadas en sociedad, mostrarse como mujeres preparadas para la vida familiar. A cambio de las enseñanzas, la institutriz recibía techo y comida además de un sueldo con el que costeaba ropa, accesorios y ayudaba a las economías de casa. Pese a la simpleza que aparentaba tal intercambio, la realidad presentaba una situación muy distinta. Las institutrices permanecían una gran parte de su tiempo aisladas ante la indiferencia de los huéspedes. Además de la soledad, los abusos de los niños eran una constante rara vez corregida por los padres, de quienes recibían menos atención y mayor reclamo en comparación con el resto de los trabajadores del hogar. La joven empleada debía, en suma, entregarse al mutismo demandado por la presencia de ojos ajenos a la familia y aguantar los reclamos por el comportamiento errático de los hijos, comportamiento del que, se entendía, era responsable. Frente a tal escenario, las artes se convirtieron en el escape de un mundo al que muchas veces se contemplaba con resignación y melancolía. No resulta sorpresivo, entonces, encontrar en las páginas de Agnes Grey el retrato de un empleo que no se asemejaba a un cuento de hadas. Influenciada por la atmósfera del Romanticismo que permeaba Inglaterra, Anne trasladó en la señorita Grey su propia experiencia mostrando tanto la abundancia del tedio como la hipocresía de la época. La honestidad de la protagonista, derivada de la franqueza de la autora, hoy sólo obliga a plantearse qué otras realidades estaba dispuesta a develar la menor de las hermanas.
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OTRAS ARTES
La inquilina de la BBC Formar parte de “Las hermanas Brönte” puede traer ventajas y desventajas por igual. Por un lado, la fama compartida, el apoyo cuando iniciaron sus publicaciones como los Bell y las inevitables referencias cuando se habla de cualquiera de las tres. Por otro lado, las comparaciones, preferencias y las expectativas que genera las obras de una sobre las otras. Esto ha sido parte de lo que ha moldeado la difusión y popularidad de La inquilina de Wildfell Hall. Aunque contó con un éxito rotundo en su lanzamiento original, la novela perdió popularidad con el paso de los años. Esto por factores que van desde decisiones editoriales (incluidas las hechas por su hermana Charlotte) hasta la fuerte crítica que una novela feminista generó en su tiempo. Esto derivó en un menor número de adaptaciones en otras artes en comparación con la obra de otras autoras con temática similar. Ha tenido influencia en otros escritores y presencia en la música y el teatro. Pero entre las adaptaciones más completas a y las que probablemente podamos acceder con mayor facilidad desde nuestro país se encuentran las de la cadena inglesa BBC. Esta cadena produce (entre muchas otras cosas) adaptaciones, películas y series en las que busca cuidar la exactitud histórica y la fidelidad a las versiones originales de las obras en las que basan su trabajo. En el caso de La inquilina de Wildfell Hall, la cadena británica ha realizado tres adaptaciones: la primera fue una serie publicada en 1968 y es en realidad la primer adaptación de la novela. Contó con 4 episodios que se presentaron entre diciembre de 1968 y enero de 1969. En 1996 lanzaron una miniserie de 3 episodios, respetando así la estructura
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original de la novela. Esta serie además cuenta con numerosos premios, destacando el premio BAFTA (academia británica de arte en televisión y cine) a fotografía e iluminación. En muchas obras del séptimo arte y de la pantalla chica, la fotografía es un aspecto que pasa desapercibido, dejando el protagonismo a los actores, al guión o la dirección. En el caso de esta excelente adaptación, es la fotografía, el ritmo de las imágenes y el excelente uso de la luz, uno de los elementos claves para trasladar el suspenso y dramatismo de las páginas a la pantalla. El resto de los reconocimientos de esta adapctación también están enfocados al arte adicional que conlleva realizar un trabajo de época: vestuario, diseño, música y producción. Estos elementos nos permiten adentrarnos en las páginas a través de los ojos de David Nokes (encargado de la adaptación del guión) y el brilante director de fotografía Daf Hobson. Al ser una miniserie la duración total es de poco menos de 3 horas, lo que permite disfrutarla en una tarde lluviosa tras haber leído la novela. Por último y regresando a medios más tradicionales, la BBC lanzó en 2011 una adaptación para su cadena de radio “BBC Radio 4”. A diferencia de la versión televisiva, la versión de radio contó con 10 episodios, formaron parte de su sección “15 minutos de drama” y como el nombre lo indica, cada uno dura 15 minutos. Así, La inquilina de Wildfell Hall no contará con tantas adaptaciones, pero en el caso de una obra de arte como la de Anne Brönte, nos da gusto contar con calidad más que con cantidad y se valora el trabajo de la BBC para mostrarnos esta obra desde los ojos de artistas de la cámara y la radio.
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escritores Queretanos Poesía
Por Horacio Warpola
Horacio Lozano García (Warpola) hizo el Diplomado en Creación Literaria en SOGEM Querétaro, al terminar, vivió tres años en Madrid para complementar un Máster en Creación Literaria. Ganó el VII Concurso de cuento de Villaviciosa en España y mantuvo el blog Neónidas con tres de sus amigos, lo que dio entrada a su primera publicación: Neónidas 2006-2008 por Herring Publishers de México. . Es co-fundador junto a Antonio Tamez del proyecto Ciudad Q / Inventario Territorial, y creador del colectivo Laboratorio Murciélago. Aquí nadie tiene miedo
Fragmentos de Lago Corea
Un Buda con ablutofobia Un poeta con agateofobia Un historiador con agrafobia Un publicista con alektorofobia Un fotógrafo con ailurofobia Un director de cine con alliumfobia Una periodista del canal 22 con allodoxafobia Un insurgente con amathofobia Un diseñador gráfico con anablefobia Una artista del perfomance con ancrofobia Un comentarista de deportes con anglofobia Un Cardenal en el Vaticano con antrofobia Un actor joven con anuptafobia Un conferenciante del Holiday Inn con [apeirofobia Una empleada doméstica en California con [apotenmfobia Un dictador con araquibutirofobia Stanley Kubrick con asimetrifobia Un crítico de arte con atazagorafobia Un vagabundo con ataxiofobia Una bailarina en la Escuela Nacional con [aulofobia Harold Bloom con aurorafobia Un chef gay con autodisomofobia Yo con atomosofobia Tú con autofobia La ciudad con automatonofobia Así vivimos
el sofá naranja era el mejor lugar para hablar ahí tuvimos una gran pelea. Habías preparado un té chai la estancia olía a canela y vainilla, tus labios también. Recién llegábamos del cine, habíamos visto Avatar a ti te había cautivado. No dejabas de hablar de la conciencia social, del espíritu y del temor, de la naturaleza y sus poderes, de la evolución y la pureza ¿cuál pureza? No pude evitar corregirte, te dije de la historia tan agotada, de los personajes inadmisibles, del océano, de una en vez en Rotterdam cuando comí [setas y vi a la muerte. Guardaste silencio, negaste con la cabeza, prendiste un cigarro y peleamos. Lo mismo pasó con Inception y con una novela de Gombrowicz que [odiaste profundamente.
Aborrecía que no tuviéramos los mismos [gustos sin saber lo importante que era no tenerlos. ***** ayer, mientras hurgaba en tu perfil del Facebook, encontré una foto que no pude evitar guardar en mi computadora. Estás en la playa, llevas un bikini negro y tu cuerpo brilla, puedo oler a la perfección tu bronceador de zanahoria. Por hoy eso es lo más cercano a tenerte. ***** Cuando Lady Gaga, Britney y Lohan [envejezcan, es posible que lo hagan con dignidad. Se harán cirugías, botox, tratamientos con láser, gel, placenta, semen, aguacate y sangre y nada de eso podrá evitar que se conviertan [en ancianas. El temor a morir y perder la fama, Pensar que después de la muerte no hay [gente famosa, ni millonarios, ni belleza extravagante, ni Long Beach, ni L.A y helicópteros hacia los Grammy. ***** [versión extendida] el día que murió Steve Jobs, varios geeks salieron a los centros comerciales con vela-
doras, hicieron pequeños altares y un rezo coral con sus iPads. La tecnología estaba de luto, el hombre vio la mortalidad como una aplicación inevitable y figurativa. Obama dio unas palabras desde la casa blanca, la bolsa de Mac bajó a porcentajes insólitos, la llegada del iPhone 5 se pospondría hasta el próximo año. Se colgó un moño negro fuera de la Universidad de Harvard y el Twitter colapsaría con el Hashtag #Steveisdead El mundo levantó sus gadjets al cielo y alumbró la noche para despedir lo último que les quedaba de inmortalidad. La muerte de Jobs fue costosa como sus computadoras, y cuando la muerte cuesta millones de dólares, es mucho mejor que estar vivo. ***** con seguridad, al ver la fotografía y pensarte, estoy enfrentando a tu demiurgo el mismo demiurgo de Madonna sólo que contigo se mostró más simple y [provocador. Nuestro lago ya está seco, y un lago muerto es lo más triste que hay en un paisaje. Herring Publishers México, 2011, Querétaro, Qro.
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Recomendaciones Hija de un pastor quien, con la intención de darle lo mejor a su familia, cae en la miseria invirtiendo en un mal trato, Agnes Grey emprende una misión para lograr su sueño, y al mismo tiempo, ser capaz de aportar dinero a su casa. Así, inicia su travesía para convertirse en institutriz, alejándose de su hogar y de sus arraigadas costumbres pues, siendo la más pequeña, se le consentía y se le ignoraba cuando quería aprender a hacer las cosas por sí misma. La sorpresa que se lleva no es para nada grata y, obligada a regresar a su hogar, insiste en intentarlo una vez más. Sus experiencias revelan el infortunio de todas las jóvenes que en esa época buscaban algo más que ser la esposa de un hombre, encontrando en la enseñanza, una manera de mantenerse por sí mismas. Por esa misma razón y dispuesta a sacrificar su dignidad y su felicidad, con el propósito de lograr el bienestar de su familia y sobre todo de su padre, quien había caído enfermo después de los lamentables acontecimientos, la señorita, y ahora institutriz, Grey, crece de una manera insospechada de sus experiencias y comienza un proyecto que, finalmente, recompensará sus esfuerzos y le brindará la felicidad que tanto ansió al emprender su sueño.
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