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Manuel de J. Jiménez. Armando Uribe y su gusano notario

ARMANDO URIBE Y SU GUSANO NOTARIO

Manuel de J. Jiménez UNAM

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Este texto ofrece algunas reflexiones que fueron realizadas en los márgenes de un trabajo académico, no se trata de un paper ni mucho menos de un ensayo en términos rigurosos. Todo lo contrario: busca dar cuenta de una experiencia de lectura en un contexto testimonial y de diálogo con otros escritores, cuyo fin es acercar al lector a la figura de un poeta recientemente fallecido. El valor está en ver cómo ese poeta generó con su poesía un escenario indeleble de su muerte y trascendencia.

I. ¿Qué pensará don Armando sobre la iuspoética?

En diciembre del año pasado estuve en Santiago de Chile para llevar a cabo una breve estancia de investigación. Realizo una tesis doctoral sobre poesía, derecho y justicia; y fui justo al lugar indicado, donde uno es testigo de otra escuela política muy diferente a la mexicana a nivel de calle y escritorio. También era emotivo para mí porque allí se editaron los dos libros de un proyecto venturoso que llamé iuspoética y que fue leído por algunos abogados entusiastas y pocos poetas curiosos. Llegué al hogar del otro iuspoeta, Claudio Castañeda, alias Cayo Cactus, quien en algún momento cambiará su nombre legalmente. Aún esperamos ese día. En su departamento noté que, entre otros autores, su biblioteca repetía el nombre de Armando Uribe. Por supuesto que conocía ese nombre y rostro, sabía que era un poeta importante sólo por debajo del tetrafilón chileno. Sin embargo, poco había leído de él y quizás esas lecturas fueron en un mal momento, pues yo había comenzado como un poeta telúrico y con mucho experimento, la mayoría de las veces fallido. En diciembre

de 2009, diez años antes, presenté Los autos perdidos, junto a Héctor Hernández Montecinos, Bruno Vidal, Yaxkin Melchy y Raúl Zurita. Había leído bastante a los chilenos de mitad del siglo XX en adelante, pero no reconocía un verso de los Siglos de Oro. Por esa razón no entendía la poesía o, mejor dicho, las poesías de Armando Uribe. Tenía que pasar por un tránsito de saberes y sensaciones para llegar por tercera ocasión a Santiago y tocar otra vez la puerta. Entonces me puse a leer varios libros, gusaneaba de una página en otra12. Cuando llegué al departamento de Carmen Berenguer, muy cerca del ahora siniestro metro Baquedano, dispuesto a hacerle una entrevista y leer juntos su poema “Fojas 0” para mi tesis de Derecho y Literatura, me dijo: ¿Conoces a Armando Uribe? Yo dije que sí, pero mentía; o si lo conocía de nombre, apenas lo estaba reconociendo en verso. Leí por curiosidad la Carta abierta a Agustín Edwards (2002) y recibí una lección de ética. Ya lo dijo el profesor Joaquín Trujillo (2020) después: se trata de un último patriota y, en mucho sentido, el estertor de la caballerosidad. Popular y aristócrata, descubre la genealogía de su familia y coloca el apellido materno “Arce” para deslindarse de sus predecesores ilustres. En su Carta seguí los nortes políticos del poeta y, con la defensa que hacía del cobre y su lúcida cátedra de derecho minero, entendí que allí estaba la verdadera iuspoética. ¿Qué pensará don Armando Uribe de la iuspoética? Probablemente asumiría que es una pésima ocurrencia, pero al igual que Cayo Cactus en su texto “La inteligencia en llamas: Parte 1. La cuestión política” (2018), prefiero no poner palabras en la boca del poeta, porque eso lo enojaría terriblemente. Sin embargo, cabe decir que allí se califica a Armando Uribe Arce como «iuspoeta» al

12 En una tertulia, el poeta chileno Andrés González me comentó que un amigo le dijo que, en nuestra sociedad posmoderna, los libros se podían leer de diversas maneras. Una de ellas era la técnica de gusanear, es decir, como los insectos que devoran bibliotecas, ir de una página en otra o de un capítulo a otro capítulo sin método u orden. El gusano sólo busca lo que quiere para alimentarse. Vamos gusaneando libros para encontrar pasajes y poemas. Es una lectura elíptica o, si se quiere, desde los estudios literarios, se podría vincular con una lectura de segmentos y sentido fragmentado.

considerar lo que el poeta-abogado plasmó en sus memorias acerca de su participación en el Tribunal Russell II para América Latina. En todo caso, entendí que la iuspoética estaba más en un gesto ético que en el recurso formal. En Memorias para Cecilia (2002), Armando Uribe recuerda un viaje que hizo a México a finales de los años sesenta. Es un momento donde en México los movimientos sociales sacuden las calles y las mentalidades burguesas. Uribe, al parecer, no hace muchos apuntes sobre lo que sucedía en la ciudad. Habla más de la microhistoria intelectual y ofrece unas estampas de algunos escritores que reconstruyen, en cierta medida, la bohemia y el trabajo letrado de aquellos años. Ahora no tengo el libro para hacer la cita exacta de lo que allí el poeta dice por su paso mexicano. De alguna manera, como un ejercicio placentero de la memoria, es más edificante recordar lo que uno lee de un libro que fijar un texto con una cita. Al parecer conoció a Tito Monterroso y sus memorias abonan al lugar común de Juan Rulfo como un escritor ensimismado y extraño. Leo que recuerda más su labor como abogado y su participación en el Tratado de No Proliferación Nuclear, orgulloso de que el propio Alfonso García Robles le reconociera su impronta de estadista en la versión acabada del instrumento internacional. Imagino a Armando Uribe Arce con un gesto de satisfacción. El poeta había hecho justicia prospectiva, como lo vería el iusfilósofo Llambías de Azevedo (1958: 175-182), por la humanidad a través de la palabra: hizo obrar la fuerza iuspoética. Hace unos días Cayo me mandó una foto del Tribunal de Russell II que dice al pie: “TRIBUNALLE RUSSELL II. Per la repressione in Brasile, Cile e America Latina”. El poeta aparece al centro, meditabundo y cruzado de manos y pies; parece imaginar una épica de discursos, concentrado y esperando quizás el final de una época con un cigarrillo entre los dedos. Detrás de él, una butaca vacía y a un lado Cortázar piensa con la mirada baja. Muchos hombres a la redonda escuchan con audífonos la traducción de ese momento, menos Armando Uribe, quien abre sus oídos al sonido real de lo que se está diciendo en esa sala babélica13 .

13 Minutos después de enviar este párrafo a Cayo por WhatsApp, él me contesta con la cita de Memorias para Cecilia: “En una de las sesiones, cuando una víctima

A Armando Uribe puedo imaginarlo por testimonios, memorias y poemas, como sucede con muchos otros poetas. Al parecer no era un hombre tributario de vanidades e ideologías. Eso sí, era un fervoroso católico que mantenía la idea de la resurrección de la carne y, a la vez, un defensor del mandato popular y democrático. No sé si para estas alturas el catolicismo y la democracia son vanidades o ideologías. Uribe, en todo caso, asume esos ritos a caballo entre lo medieval y moderno. En casa de Cayo, meditamos mucho en hacer una llamada telefónica al poeta. Sabíamos que era difícil conectar con su interés, máxime si él ya no quería recibir a nadie. Teníamos su número. ¿Cómo íbamos a abordarlo? Quizás, con suerte, existiría una efímera conversación. Al final, no tuvimos valor y dejamos el tiempo pasar.

II. ¿Qué se siente la escritura final, don Armando?

El pasado 23 de enero murió Armando Uribe en su departamento frente al Parque Forestal. Ese mismo día, años atrás, murieron Parra y Lemebel. Es una casualidad, dicen. Días después, Cayo asistió al velorio y habla de un evento discreto, sin la presencia de autoridades culturales. ¿Uribe Arce fue incómodo para el campo cultural chileno? No lo sé de cierto, pero sospecho que la honestidad desaforada, quijotesca, causa problema con los poderosos. Armando Uribe cuidaba la palabra y en ese cuidado también estaba inserta la denuncia. Una a una, sus noticias a la autoridad, lo hacían un nuncio del “decir justo”. Un poeta dijo que su mejor poema era la defensa del cobre en Chile.

declaraba sobre las torturas en Chile, relatándolas con detalle, confieso que no pude (fue mi única flaqueza) soportar su testimonio. Ilustraba la barbarie que imperaba en mi país. Le anuncie al presidente Lelio Basso que me levantaría un momento y salí a fumar en el corredor contiguo. Al minuto apareció Julio Cortázar y me dijo: «Tampoco pude soportar estos espantos. Esto es peor que la novela de Mirbeau, el escritor de principios de siglo francés, El jardín de los suplicios, connotada justamente por la descripción de las torturas». Entramos de nuevo y seguimos con nuestra función de conciencia”.

De Santiago me traje algunos libros, específicamente leí La fe el amor la estupidez (2006). En la biblioteca de Cayo también había gusaneado otros libros más que no pude conseguir. En uno de ellos, aparecía el personaje de Pinochet entre conjuros castrenses; no lo pude leer. Al regresar, descubrí con alegría en la biblioteca de Jocelyn, Las brujas de uniforme (1998). Como poeta medieval, desde la muerte de Cecilia Echeverría, don Armando ansiaba el encuentro celestial con la amada. Se puede pensar que, desde ese punto de lucidez, el poeta escribe otra poética. Un ethos que apenas se emparenta con No hay lugar (1971), no sólo por tópicos y preocupaciones, sino por el diálogo con el ser amado. Mientras que en la juventud el poeta proclama desde un inicio: “Te amo y te odio. Dirás: Cómo es posible./ No sé. Yo te amo y te odio.” (1971: 13), en la viudez dice: “A ti, Cecilia Echeverría,/ dedico un libro que no lees/ porque estás muerta. Más no digo./ Escribo por la pura, por la pura/ obstinación de estar contigo/ por un momento aunque es estupidez/ creer que, por decirlo, tú estarás/ conmigo en esto, que es literatura.” (2006: 78). El poeta transita de la emoción carnal, visceral, a la resignación. Hay que ver que el único espacio de comunicación con Cecilia es a través de la poesía, de una palabra que trasciende la vida y se vuelve literatura, pero el amparo del poeta no dura mucho y se sabe al poco rato estúpido en su creencia. Es nítido ver el espíritu de Armando Uribe y reconocer cómo, en la mayoría de sus libros de poemas después de la muerte conyugal, él va confeccionando una poética de la espera de la muerte. Este aplazamiento en ciertos momentos, luce tranquilo y sosegado, pero en otros, pío y desesperado. Pero ¿qué quedó de la iuspoética para este entonces? Sólo retazos y una reconsideración personalísima de la justicia divina y escolástica. Gusaneo un poema (2006: 33): En su justicia, con la vara con que yo juzgo, que me juzgue, y en su misericordia, superior a toda vara, confío, Señor Dios Santo, déjeme que busque Su amor, y vea la sagrada cara

(porque mal amo, porque, para, por.)

En generalidades, es una pieza sobre la justicia ultraterrena y también un poema místico que revisita la tradición petrarquista. ¿Quién juzga? Acaso Dios o ella, en ese amor posesivo que se escribe con mayúscula. ¿Quién está sosteniendo la vara más justa? Se realiza la jurisdicción, es decir, se «dice la justicia», pero no se conoce el veredicto. Entre tanto, el poeta solicita a su interlocutor misericordia, mayor a cualquier vara, para operar como un principio de excepción a la ley bíblica que viene de Mateo 7. El poeta «confía» porque es un hombre de fe que se refuerza en la sobrevida que lleva en su departamento que deviene en una larga sala de espera: cada día espejea y cuenta. Le pide a Dios seguir, con suma humildad, el camino de Dante y encontrarse con el rostro angelical y sacro del amor. En la tierra, él mal ama y lo declina entre paréntesis, porque se abren las posibilidades morfológicas del «mal amar» en vida. Pero La fe el amor la estupidez no sólo se sujeta de un idealismo lírico y pulsa el materialismo en ciertas expresiones puntuales: “No tendré que comer. Me comerán/ bichos e insectos subterráneos.” (2006: 75). En ese escenario, bajo tierra, no sólo será «comida de gusanos», sino que se liberará de todo un mundo sensible. El poeta, como si fuera a escriturar su testamento, describe el locus de la trascendencia artística por medio de la simetría de una sextina (2006: 81): ¿Hay poesía una vez muertos? Las apariencias dicen lo contrario. Ya no hay boca ni lengua, ni corazón ni mano que pueda utilizar el ex humano. Y pese a la verdad hay un poema diario que el gusano notario escribe incierto.

Sólo hay una rima asonante: «muertos/ incierto» que otorga una clave para leer todo el poema. Si bien el metro varía, la riqueza rítmica del poema luce entre encabalgamientos. La pregunta puede confundir si se apela a los loci tradicionales de los temas

trascendentales, puesto que no se cuestiona sobre la existencia de la poesía en el mundo de los muertos, sino por la poesía que puede darse bajo tierra. Más que los hechos, son las «apariencias» las que «dicen lo contrario». No hay cuerpo que sostenga la escritura. El cadáver, que es carente de humanidad, queda inhabilitado para escribir por las dos vías: la material y la espiritual. Por eso el prefijo inusual: «ex humano»14, que puede seguir la idea de lo que dejó ser humanidad o lo que ya no es más humanismo. Esa es la verdad fáctica. Empero, dentro de esta imagen escatológica, resonando como una verdad irrefutable, subsiste un «poema diario». Se trata de una escritura constante, de todos los días, pero ahora hecha por un gusano. No es cualquier bicho o insecto como se menciona en los versos sobre la comida, ya que el poeta lo califica de «gusano notario». Reconoce que ese gusano, como si se tratara de un derecho del inframundo o el reverso retorcido del derecho sucesorio, está investido de fe pública. Es, como dice la clásica paronomasia, un notario muy notorio. Ese gusano gusanea el cuerpo del poeta que, para entonces o para estos momentos, se ha convertido en una

14 Al comentar algunas ideas de este texto, el poeta y editor chileno Nicolás López Pérez, me escribió en correo del 20 de febrero de 2020: “1. cuando Uribe habla de ex humano, estoy pensando en un intertexto con la poética de José Ángel (Pepe) Cuevas, un poeta chileno fenomenal (de los que más quiero), donde él habla de nociones como el ex Chile y el ex poeta, de un país que ya no existe, que fue consumido por la ignominia, el oprobio, la mezquindad organizada y el envilecimiento de la ética, 2. en ese comentario, un puente con la noción de posfascismo que Uribe trabaja en la notable ‘carta abierta a Patricio Aylwin’ (1999), una misiva monumental donde cuestiona el rol de la otra cara de la moneda en la política duopólica (la otra cara, herederos y legatarios de la dictadura) como fue la Concertación en su conducción política en los años 90, 3. llegamos al diario y Uribe en su encierro estuvo ejercitando la escritura cada día, hay un libro interesante de eso, se llama ‘hastío o variaciones sobre lo mismo’ (considerado por el poeta como un ‘diario de vejez’). Esto se publicó el 2015 y contiene poemas escritos siete años atrás. En el libro Uribe cuida con prestancia el trabajo del ritmo y la sonoridad que pone a sus poemas como una resurrección de las formas clásicas y va explorando los estados de ánimo que gusanean la realidad que se ve tan lejana detrás de una ventana que da a la polución de Santiago Parque Forestal mediante”.

inmensa hoja en blanco. ¿El gusano escribe poemas ajenos o normas individualizadas? Quizás ambas. Es un «poema incierto» que ya no lo puede sentir nuestro poeta porque está al lado de su amada.

Coyoacán, febrero de 2020.

Fuentes

Cactus, Cayo. (2018). “La inteligencia en llamas: Parte 1. La cuestión política”. Revista Cinosargo. 5 de octubre. Consultado en: https:// www.cinosargo.cl/2018/10/la-inteligencia-en-llamas-parte-i-la. html

Llambías de Azevedo, Juan. (1958). Eidética y aporética del derecho. Buenos Aires: Abeledo-Perrot.

Trujillo Silva, Joaquín (2020). “Nuestro último patriota”. La Tercera. 24 de enero. Consultado en: https://www.latercera.com/opinion/ noticia/nuestro-ultimo-patriota/985346/ Uribe, Armando. (1971). No hay lugar. Santiago: Editorial Universitaria. Consultado en: http://www.memoriachilena.gob. cl/602/w3-article-8627.html --- (1998). Las brujas de uniforme. Santiago: LOM. --- (2002). Carta abierta a Agustín Edwards. Santiago: LOM. --- (2002). Memorias para Cecilia. Santiago: Lumen. --- (2006). La fe el amor la estupidez. Santiago: Editorial Universitaria.

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