Lágrimas negras

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Gabriel Astengo

Editorial Voces de Hoy


Lágrimas negras. Historias reales de la vida de un hombre Primera edición, 2010

Edición y diseño interior: Josefina Ezpeleta Diseño de cubierta: Pedro Pablo Pérez Santiesteban

© Gabriel Astengo, 2010 © Editorial Voces de Hoy, 2010

ISBN: 978-0-557-37224-9

Editorial VOCES DE HOY Miami, Florida, EE.UU. www.vocesdehoy.net

Este libro no podrá ser reproducido, ni total, ni parcialmente, sin el previo permiso por escrito del editor. Todos los derechos reservados.


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Historias reales de la vida de un hombre Hay melodías que se impregnan en la sangre para dejar que sus notas fluyan por nuestra propia historia, canciones que entonamos en los momentos de alegría y tristeza, como aferrados al perpetuo recuerdo. Pero también ellas mismas se encargan de marcar con creces diferentes épocas de nuestras vidas, haciéndose presentes con la misma intensidad. Tal es el caso de la conocida canción Lágrimas negras del famoso compositor cubano Miguel Matamoros, tema musical que ha influido con elevado sentido en la vida de Gabriel Astengo, autor del presente libro. Gabriel nos presenta cuatro historias reales que han marcado su vida para siempre. Justo en la primera historia que abre las páginas del libro es donde la popular canción Lágrimas negras, sirve de hilo conductor para dejarnos conocer parte de sus días. Astengo deja al descubierto el yo interior del hombre combatiente, del amigo, del actor, del músico y del cantante. Junto a su historia entraremos a descubrir el protagonismo de su vida y de aquellos que


en los momentos narrados representaron para él, pilares indiscutibles. Hoy tenemos la posibilidad de entrar a descubrir otra faceta de este hombre que despunta en los caminos de la literatura, haciendo galas de buena narrativa a través de una voz con matices sencillos y elocuentes, donde el sentimiento real constituye la génesis de cada historia. ―Lágrimas negras‖, ―El joven y el guerrero‖, ―Los Trovadores‖ y ―El caló de Charolito‖ son las cuatro obras que protagonizan las páginas del presente libro, que ya se suma a nuestro amplio catálogo para regocijo de los lectores. Gabriel Astengo en esta ocasión toma su guitarra para deslizar sobre cada cuerda el lápiz de las anotaciones que acumuló durante años, para que hoy tengamos la oportunidad de conocer las historias reales de la VIDA de un hombre. PEDRO PABLO PÉREZ SANTIESTEBAN Editorial Voces de Hoy


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Una historia a cuatro tiempos

Introducción Tenía que llegar a tiempo, algo que siempre ha sido muy difícil para mí. Al fin, la última luz de tránsito a vencer: color verde y chillar de gomas, ya casi llegaba y se iban aproximando los minutos que me separaban de las 7 de la noche. Yo tenía que estar allí, más que un compromiso convencional, era una cita impostergable con mi propia conciencia. A duras penas logré encontrar estacionamiento en la acera frente al Koubek Center, ya que su parqueo se encontraba repleto. Bajé del auto y con paso presuroso me dirigí al interior de dicho centro. Al llegar, ni un solo asiento desocupado, así que me conformé con quedarme de pie cerca de la puerta de entrada. Miré mi reloj, las 7 en punto. Lo había logrado, sí señor, ¡a tiempo exacto por primera vez en mi vida!


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Era la noche del viernes 13 de julio de 2007 en la que se efectuaría el concierto del joven violinista Ángel Enrique Pardo Núñez, hijo de dos entrañables hermanos de luchas y duros años de prisión política en Cuba: Emelina Núñez y Ángel Pardo. Aunque Ángel Enrique había nacido en tierras del exilio, sus padres le habían inculcado desde pequeño su amor por la patria lejana e irredenta. Aquel joven que era una promesa musical, estaba representándonos a todos los que escogimos un día ―vivir sin patria, pero sin amo‖; era el triunfo del talento y el esfuerzo, pero sobre todo de la honestidad y la perseverancia ante las miles de adversidades que nos deparara un injusto destierro. Y comenzó la presentación de Ángel Enrique. Un número tras otro y aquel joven interpretaba de manera magistral, para su escasa edad, todos los géneros que figuraban en el programa: La tarde, La bella cubana, entre otros, se escuchaban impecables, hasta que llegó la pieza final, Lágrimas negras, de Miguel Matamoros. ¡Ah!, Lágrimas negras y la mente, traicionera siempre, se marchó muy lejos en las alas del recuerdo.


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Primer tiempo Muelle de Luz, La Habana, octubre de 1965 Se aproximaba la embarcación que habría de transportarme en breves minutos al ultramarino pueblo de Regla. Al llegar la lancha al muelle, esperé la salida del último de los pasajeros y de un salto penetré en su interior. En el transcurso del viaje pude apreciar en la bahía los numerosos barcos soviéticos que fondeaban en su nueva colonia del Caribe. Llevaba varios meses en la clandestinidad, cambiando constantemente de refugio, para no ser capturado por la tenebrosa Seguridad del Estado castrista. Muchos estudiantes como yo se encontraban prófugos del régimen. Dejé mis meditaciones, cuando la lancha al llegar, golpeara levemente las gomas de caucho que protegían las tablas del embarcadero de Regla. Al salir de la pequeña embarcación me encontré con mi querido profesor Miguel Alejandro Herrera Govín, un combatiente vertical contra todas las dictaduras que habían azotado a Cuba. El ―Profe‖ hacía un rato que me esperaba para presentarme a un íntimo amigo suyo, nada menos que al Maestro Miguel

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Matamoros, fundador e integrante del fabuloso Trío Matamoros. Ya yo conocía a Siro Rodríguez, el cual era la segunda voz del trío y aunque nacido en el barrio de Tívoli en Santiago de Cuba, hacía muchos años residía en la calle Damas esquina a Paula, en la Habana Vieja. Además de conocerlo desde niño, con los años se había forjado una gran amistad entre nosotros. Yo tocaba algo de guitarra por aquellos tiempos y dicha práctica me servía de terapia en mi larga permanencia en los escondites que tuve que utilizar para no ser detectado por las fuerzas represivas del gobierno. Me ―encantaba‖ la trova tradicional, pero tenía problemas para poder ejecutar en mi instrumento musical el verdadero sabor de la llamada ―síncopa cubana,‖ tan imprescindible en el son, tanto habanero como oriental y quién mejor que Miguel Matamoros, su creador, para enseñármela correctamente. Después de caminar varias cuadras tuvimos que subir una lomita para llegar a casa del Maestro. Don Miguel ya sufría de una enfermedad de la visión que a la postre lo dejaría totalmente ciego. Al llegar a la puerta de su casa el ―Profe‖ Herrera gritó: —Buenas tardes, ¿se puede?


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—Entra pa’cá tocayo —respondió una voz fuerte y aguda; era la del Maestro Miguel Matamoros. —Mira, aquí te traigo un alumno mío que te admira mucho y quiere consultarte algo. Después de saludarle con el debido respeto y de intercambiar algunas frases de cortesía, Don Miguel me preguntó: —Bueno muchacho, ¿en qué puedo servirte? Yo le expliqué la razón de mi visita y el Maestro con su propia guitarra tuvo la paciencia de explicarme exactamente cómo distribuir sobre todo en los bordones, los tiempos fuertes y débiles del cadencioso son cubano y Lágrimas negras fue la muestra. Al terminar la explicación del Maestro, su esposa Mercedes nos regaló una taza de café cubano. Antes de retirarnos, el Maestro me obsequió unas maracas que él mismo confeccionaba y me invitó a volver a visitarlo cuando quisiera. ―Le caíste bien a Miguel‖, me decía el ―Profe Herrera‖, ―él no es muy fácil que digamos‖. En otras ocasiones visité de nuevo al Maestro antes de que los esbirros de la tiranía me detuvieran y enviaran a prisión.

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Segundo tiempo Prisión de La Cabaña, agosto de 1969 ―¡Patio!‖, gritaba el ―llave‖ de turno en aquella calurosa tarde. Hacía solo unos minutos que Lionel Rodríguez había terminado de leernos la prensa controlada y yo, guitarra en mano, me dirigía hacía la Galera 16 cuando casi tropiezo con nuestro compañero José Misrahí que, puesto de cabeza, parecía un faquir hindú. Según él, esto estimulaba los folículos capilares y lograba el crecimiento de nuevo cabello. Misrahí era médico y había sido capitán del Ejército Rebelde en Las Villas; no hace mucho lo vi y está tan calvo como siempre. Un poco más lejos y a pesar del hambre, Tony Lamas hacía planchas entre dos ―wilayas‖1 y encima de estas, ―el Chino‖ Aquit y Huber Matos platicaban en voz baja. Al fin llegué donde me proponía y me encontré a mi amigo Laureano Pequeño preparándose un agua con azúcar, a la cual llamábamos jocosamente ―un suero‖. Los presos en La Cabaña le llamaban así a las literas de ―tres pisos‖ o tres camas. (N. del E.) 1


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Después de darle una palmada de afecto le dije: —Pequeño, ¿qué crees de este acorde ‖alterado‖ que pretendo añadir a Lágrimas negras para modernizarla un poco? Laureano, después de analizar el acorde con su calma asiática y su incomparable paciencia para con sus compañeros, me respondió: —Bueno chico, está un poco duro auditivamente, pero armónicamente sí ―cabe‖. Me quedé tranquilo después de la observación del ―Peque‖. él era una autoridad en esto y tenía buen oído musical. Yo no podía darme el lujo de fallar, en la próxima ―descarga‖ musical tenía que rivalizar con la voz grave y potente del ―Negro― Isasi con su feeling y con las baladas de Angelito de Fana. No podía chotearme, todo tenía que estar bajo total control. Al final, todo aquel esfuerzo musical fue en vano. Llegó en septiembre la huelga de hambre. La guarnición comunista hizo una gran requisa y después de caernos a palos como era habitual, nos confiscó las guitarras y se jodió la ―descarga‖. Después nos separaron, nos enviaron a diferentes prisiones a lo largo de toda la Isla.

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Tercer tiempo Sitio del Niño, El Salvador, mayo de 1983 El batallón había regresado de operaciones esa tarde después de golpear duramente a la guerrilla marxista, causándoles numerosas bajas en el norteño departamento de Chalatenango. Terminaba de rasurarme cuando sonó el teléfono en mi habitación de la instalación militar, levanté el auricular y escuché: —Gabriel, preséntate inmediatamente en el Casino de Oficiales, es una orden. —Okey —respondí resignado. La llamada en cuestión me la hacía el Coronel Juan Carlos Carrillo Shlenker, Comandante del Batallón de Reacción Inmediata Atlacalt; buen jefe Juan Carlos, y mejor amigo. Ya no podría darme un saltito hasta Santa Tecla como tenía pensado. ¡Así, que ni modo…! Me apresuré en vestirme y al salir, mi chofer ―Motorola‖, después de cuadrarse militarmente, me trasladó rápidamente hacia el Casino de Oficiales. Al entrar, el Coronel Carrillo, eufórico por el éxito de la Operación en Chalatenango, me gritó:


CentroamĂŠrica, 1984.

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—Ya mandé al Capitán Zamora a buscarte una guitarra y quiero que nos cantes esa canción que dice: ―Tú me quieres dejar, yo no quiero sufrir…‖ —¡Ah!, sí, Lágrimas negras —respondí. —¡Esa, esa! —corearon todos mis compañeros oficiales. Imposible negarme ante aquellos hombres que cada día luchaban y morían por la libertad y la democracia de América y el mundo. Segundos más tarde, llegaba el ―Tigre‖ Zamora con una hermosa guitarra valenciana y una vez más en mi agitada vida comencé con: ―Aunque tú, me has echado en el abandono…‖ Ni en El Salvador podía yo escapar de la ―dichosa‖ Lágrimas negras.


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Cuarto tiempo Miami, Florida, 28 de abril de 2006 Hacía solo unos minutos acababa de filmar mi última escena en la producción ―Soñar no cuesta nada‖ en los estudios de Venevision Internacional, en la cual desempeñaba el papel del Dr. García, un respetable ginecólogo. Sumamente preocupado para no llegar una vez más con retraso, corría mi auto hacia el oeste por toda Bird Road; antes de llegar a la 87 Ave. hice un rápido giro a la izquierda y penetré al estacionamiento del Restaurant La Carreta, donde me esperaban mis compañeros del Trío Las Tres Voces, Luis Ochoa y Tomás Choy, para tomarnos nuestro acostumbrado café a la diableé, mezcla del oscuro néctar con una línea de ron. Dicha infusión nos calentaba las cuerdas vocales, o al menos eso imaginábamos, para justificar un poco la conciencia. Después de excusarme por mi imperdonable manía de llegar ―pisando la base‖, entramos al local, donde consumimos apresuradamente el afrodisíaco ―néctar negro de los dioses blancos‖. Más tarde decidimos movernos en un solo auto y en el camino, el ―Chino‖ Choy, me preguntó:

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—¿Dónde es la cosa hoy? —Es una sorpresa que una señora le quiere dar a su esposo, ya que hoy es su cumpleaños y no es lejos de aquí —respondí. Al llegar al lugar, afinamos rápidamente las guitarras y nos dirigimos hacia la entrada de la residencia, donde nos topamos con un hombre de baja estatura y barba canosa, que parecía esperarnos. —Disculpe, ¿se encuentra la señora Yolanda? —Sí, yo soy su esposo —me dijo. —Pues en este mismo instante se acaba de fastidiar la sorpresa —le contesté. Todos reímos y ahí mismo le comenzamos a cantar Las mañanitas al señor. Al terminar la canción, todos pasamos hacia un shelter con techo de guano, para allí continuar nuestra presentación. Una tras otra fueron saliendo de nuestras gargantas una diversidad de conocidas y populares melodías, que todos coreaban junto a nosotros. Al fin llegamos a la inevitable Lágrimas negras y al terminarla, luego de agotarse los aplausos, se me acercó un individuo que me miraba como dudando. No sé por qué ese rostro me era familiar. —Oiga, perdone, pero… ¿usted no fue preso político?


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—Sí señor —le contesté. —¿Usted no es Gaby? —Sí —respondí asombrado. —Yo soy Eraise, Eraise Martínez ¿no me recuerdas? No podía creerlo, mi compañero de la cárcel de Morón y de La Cabaña, el buen Eraise. No pude casi articular palabras y nos abrazamos con gran afecto. Sin reponerme aún de la sorpresa, me dice Eraise: —¿Y tú no conoces a este que le estamos celebrando el cumpleaños? ¡Es Laureano Pequeño! Casi me desmayo de la sorpresa, ¡mi querido amigo el ―Peque‖, el hombre del gran oído musical, el entrañable compañero de los días difíciles de La Cabaña… Aquello fue el acabose y como si esto fuera poco, fueron apareciendo más sorpresas del coro que hacía solo unos minutos cantaba con nosotros: Tommy Fernández Travieso, Raúl Cay, Rafaelito Izquierdo y otros queridos hermanos que se encontraban junto con sus familias en esa fiesta de Laureano. Todos fueron identificándose, uno a uno. ―Era mucho para un solo corazón,‖ como reza la popular frase. Nos fundimos todos en un abrazo colectivo.

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Increíble, habían pasado 38 largos años sin vernos, pero ahí estábamos todos. Ya no había esbirros que nos golpearan o confiscaran nuestras guitarras. Yo no creo que pueda plasmar en estas páginas la inmensa emoción de aquel momento inolvidable e impredecible. Todos estábamos más viejos físicamente, pero el amor a Cuba y los fuertes lazos de amistad que nos unían, perdurarían eternamente jóvenes por siempre. Hasta mis compañeros del Trío, tan exactos para medir el tiempo de trabajo, siguieron cantando junto a nosotros mucho más de lo acostumbrado. ¡Qué noche aquella! Lamentablemente meses después, nuestro querido hermano de luchas y anhelos, Laureano Pequeño, moriría víctima del cáncer.


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Final Las últimas notas de Lágrimas negras, interpretada magistralmente por Ángel Enrique y los aplausos continuados que siguieron a esta, me sacaron de aquel océano de recuerdos. Mi vista recorrió todo el auditorio y vi muchas caras conocidas de los días difíciles días de la prisión y el destierro. Recordé también a mi querido amigo, el periodista Agustín Tamargo, ya desaparecido, cuyo tema preferido era también Lágrimas negras. Los aplausos se prolongaban y no sé por qué, sentí una extraña sensación, de que además de los presentes, ahí se encontraban Pedro Luis Boitel, Mario Chanes de Armas, Eusebio Peñalver, Márquez Trillo, Laureano Pequeño y muchos de nuestros hermanos que ya partieron, aplaudiendo también al joven Ángel Enrique. En definitiva, él representaba nuestra continuidad histórica. ¿Se dan cuenta por qué tenía yo que estar allí? Qué lejos estaba el Maestro Miguel Matamoros de pensar que sus Lágrimas negras entrelazaran tantas historias reales en una sola. Miami, julio 25 de 2007

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Eran los días finales del mes de abril de 2007 y en una apartada iglesia del suroeste de Miami, un hombre de sienes plateadas y mirada triste contemplaba un numeroso grupo de personas, que a su llegada, se iban concentrando poco a poco en la entrada del templo. Se iba a celebrar esa tarde una misa en honor de un patriota cubano caído en la Sierra del Escambray muchos años atrás. Continuaba llegando público hasta repletar el amplio espacio y todos esperaban pacientemente para entrar. El hombre de las canas de pronto dejó de observar aquella escena y sus recuerdos fueron agolpándose uno a uno y llenando por completo toda su mente. Corrían los primeros meses de 1959 y un joven sentado en un pequeño muro de una estrecha calle de la Habana Vieja, acariciaba la pelambre de un cachorro de labrador, cuando de pronto una voz lo interrumpió en su quehacer, preguntándole: —Oye muchacho, ¿me quieres vender el perro?


El joven y el guerrero

El joven, sorprendido ante la inesperada propuesta, alzó el rostro y se encontró frente a él a un hombre de mediana estatura, relativamente joven, que con uniforme militar de color verde olivo y grados de capitán, le sonreía y observaba, esperando una respuesta. El muchacho se quedó por unos momentos pensativo, pero reponiéndose rápidamente de su asombro, le respondió al militar: —Bueno, no te lo vendo, pero sí te lo cambio por un clip de tu fusil. —Trato hecho, pero con la condición de que no juegues con las balas, ya que es sumamente peligroso —le advirtió el Capitán. —Sí —contestó el joven presuroso y ocurrió el intercambio. Desde ese momento comenzó a forjarse una gran amistad entre ambos. El oficial del Ejército Rebelde en cuestión visitaba varias veces por semana a su hermana, una laboriosa y humilde mujer, nombrada Regla, la cual ganaba su sustento lavando y planchando ropa, en esa humilde barriada de la Habana Vieja. Aquella señora conocía al joven desde niño y ambos se profesaban un gran cariño. En numerosas

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ocasiones, durante las visitas del Capitán a su hermana, almorzaban juntos los tres, oportunidad que aprovechaba el joven para pedirle al oficial que le narrara algunos episodios de la lucha insurreccional recientemente librada. En aquellas anécdotas llamaba profundamente la atención que aquel militar jamás denigraba a los vencidos de aquella lucha fratricida y muy por el contrario, se dolía de la sangre derramada entre hermanos. —Quiera Dios esto no vuelva a ocurrir jamás en Cuba —repetía con tristeza el capitán. Lamentablemente no fue así. Unos meses más tarde, la Revolución Cubana fue traicionada en sus ideales originales y muchos de aquellos hombres que habían combatido la dictadura anterior, empuñaron de nuevo sus armas y se lanzaron a la lucha, ahora contra una incipiente tiranía que respondía a foráneos intereses. Entre aquellos hombres se encontraba el aguerrido capitán. El joven, por su parte, comenzó a combatir dentro de las filas estudiantiles contra la dictadura prosoviética. Fueron años difíciles y sangrientos, toda Cuba se hallaba en pie de guerra. El Escambray volvía a tronar dignidad y rebeldía.


Oswaldo RamĂ­rez al centro, con sombrero, rodeado de combatientes.

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Un día el joven aquel supo que su amigo el Capitán, por su experiencia y coraje, había sido nombrado Comandante en Jefe de todas las fuerzas rebeldes que luchaban en el Escambray, combatiendo al totalitarismo comunista. Estando en la clandestinidad, el estudiante se enteró que el propio tirano le había ofrecido a su amigo el reconocimiento de su grado militar y el respeto a su vida, si este descendía de las montañas, para dialogar con él. El joven se llenó de orgullo cuando supo la respuesta de su amigo al traidor de la Revolución Cubana: ―Si Castro quiere dialogar conmigo, que suba al Escambray, que aquí lo espero‖. De más está decir que el tirano comunista no aceptó la contraoferta. Algunos años después, aquel heroico guerrero, caería en Aromas de Velázquez, en esas mismas montañas que tantas páginas de gloria le vieron escribir. Un tiempo después, el joven era capturado por las fuerzas represivas del régimen y con solo dieciocho años de edad, condenado a nueve años de prisión política. De pronto, una palmada en la espalda hizo que el hombre de las sienes plateadas escapara de sus recuerdos; era su entrañable amigo y compañero de


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luchas y prisión, el Doctor Gerardo Rodríguez Capote. —Vamos, que ya la misa va a comenzar —le dijo. Ambos entraron a la iglesia y al terminar la ceremonia religiosa, el joven de la historia, ya viejo, pudo al fin abrazar a los hijos y viuda de su amigo el guerrero. Desgraciadamente, Regla su hermana, había fallecido uno meses atrás. Habían pasado cuarenta y ocho largos años y un ciclo histórico se cerraba. El guerrero legendario se nombraba Oswaldo Ramírez y el joven de esta historia real era yo. Miami, Florida, abril de 2007.

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El autor de estas lĂ­neas en una protesta estudiantil en 1964.


Los trovadores

El trío que burló al régimen castrista

La trayectoria del trío Los Trovadores comienza a mediados de la década del 60, cuando sus futuros integrantes se conocieron en la Prisión de La Cabaña, específicamente en la Galera de Tránsito No. 15, mientras aguardaban ser ―juzgados‖ por los tribunales del régimen castrista. Los hermanos Antonio y Rogelio Gutiérrez Valdés habían sido capturados cuando intentaban abandonar el país, de manera ilegal, según las leyes del estado comunista. Por su parte, Gabriel Astengo Acosta estaba acusado de conspirar dentro de las filas estudiantiles, para tratar de derrocar al gobierno marxista que subyugaba al país. Los hermanos Gutiérrez Valdés fueron condenados cada uno a 3 años de prisión y Astengo Acosta, a 9 años, por supuesto, en causas jurídicas diferentes. En su estancia en La Cabaña se inició una gran amistad entre los tres. Los hermanos Gutiérrez Valdés eran músicos profesionales y habían formado parte del trío Los Emperadores hasta que fueron arrestados.

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En la Galera No. 15 escucharon la voz de Gabriel y decidieron todos que si alguna vez se volvían a encontrar fuera de la prisión, conformarían un nuevo trío de voces y cuerdas, aunque fuese solamente para entretenerse ellos mismos. Después de sus respectivos ―juicios‖ los jóvenes fueron separados y trasladados para diferentes prisiones a lo largo de Isla. Pasaron nueve largos años y en 1975, cuando Gabriel cumplió su condena, fue a visitar a sus antiguos compañeros, que residían en la guanabacoense Villa de Pepe Antonio. Fue un encuentro muy emotivo e inolvidable. Los hermanos Gutiérrez Valdés convencieron a Gabriel de matricular con ellos en el Conservatorio de Guanabacoa, donde ambos estudiaban Teoría, Solfeo y Armonía, entre otras asignaturas musicales. No fue fácil para Gabriel poder matricular por sus antecedentes de preso político rebelde y no quedó más remedio que falsificar una serie de documentos, incluidos los antecedentes penales, para poder entrar en dicho centro de estudio. Comenzaron los ensayos, en gran parte supervisados por su profesor de Guitarra y Armonía, Dagoberto Casañas, un respetado y querido amigo ya


Los trovadores

fallecido, el cual a su vez era un discípulo eminente del legendario guitarrista Guyún.2 El trío Los Trovadores quedó conformado entonces por Antonio (tercera voz y requinto), Rogelio (segunda voz y segunda guitarra) y Gabriel (primera voz y tercera guitarra), siendo el promedio de edad 27 años aproximadamente. Había gran parecido físico entre los tres y tenían más o menos la misma estatura, condiciones que en un futuro cercano les sería de gran utilidad, sobre todo con los productores de programas televisivos. El nuevo trío tenía su propio sello y no imitaba a otros; todos los integrantes aplicaban sus conocimientos musicales a cada tema que incorporaban al repertorio, como si se tratara de una lección de Armonía. Todo este esfuerzo en el orden musical era utilizado solo para la propia satisfacción de sus integrantes, sin esperar nada a cambio, ya que se sentían sumamente escépticos de ser aceptados como trío profesional, por sus antecedentes anti-castristas.

Se refiere el autor a Vicente González Rubiera (Santiago de Cuba, 27 de octubre de 1908 – La Habana, 1987), más conocido por Guyún. (N. del E.) 2

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Por otra parte, el Ministerio de Cultura del régimen había suspendido las evaluaciones artísticas desde hacía casi 8 años, para de esta forma, no incorporar al profesionalismo a nuevas agrupaciones musicales y así ahorrarse de pagar un salario decoroso a estos artistas por su trabajo. Imagínense ustedes la cantidad de talentos que se fueron acumulando a lo largo de esos 8 años en que estuvieron ―congeladas‖ las referidas evaluaciones en un país que siempre se ha destacado por ser eminentemente musical. Una tarde en la que el trío se encontraba ensayando, se presentaron en el local de la práctica dos destacados personajes del ambiente artístico, el cantante Nelo Sosa y el compositor Juan Arrondo, quienes quedaron impresionados con la calidad del trío e inmediatamente invitaron a sus integrantes a participar en una actividad musical en la Casa de la Trova de Guanabacoa. Se trataba de la conmemración de un aniversario más del nacimiento de la ya desaparecida Rita Montaner, una inolvidable y polifacética artista originaria de esa villa. El recién creado trío Los Trovadores se presentó con dos canciones: Estoy perdido, de Álvaro Carrillo


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y el joropo venezolano Alma llanera, de Pedro Elías Gutiérrez. Aquella presentación fue un suceso que jamás habían imaginado sus integrantes, todo un éxito. Los aplausos prolongados y la demanda del público solicitando más interpretaciones hicieron comprender a Tony, Yoyi y Gaby, los integrantes del trío, que tenían un grupo que contaba con la calidad y el carisma necesario para poder imponerse. Hasta ese momento no habían tenido conciencia de eso. Después lo demás ya es historia. Durante los años 76, 77 y 78, al trío le solicitaron participar en programas de radio y televisión, grabaciones en la EGREM3 y en diversas actividades musicales a lo largo de todo el país. En esos mismos años fueron triunfadores indiscutibles de tres Festivales Nacionales consecutivos. Mientras esto sucedía, los integrantes del trío se asombraban de que el régimen castrista no interviniera para interrumpir su vertiginoso ascenso artístico. Más tarde se enterarían del por qué de todo aquello. Empresa de Grabaciones y Ediciones Musicales, empresa discográfica cubana, fundada en 1964. (N. del E.) 3

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En este último año de 1978 obtuvieron no solo la mayor calificación en el género de tríos, sino además la más alta a nivel general, incluidas todas las agrupaciones participantes. Los jurados de estos Festivales Nacionales estaban compuestos por profesores de gran prestigio musical, como Adolfo Guzmán, Rafael Somavilla, Tony Taño, Rembert Egües y otros. El trío además, fue seleccionado para representar a Cuba en el Festival Internacional de Dresde, en la ya desaparecida Alemania comunista. Asombrados de su buena suerte, ya habían averiguado que el avión que los llevaría hacia Alemania haría escala en Madrid, donde pensaban pedir asilo político, en la primera oportunidad que tuviesen. Lamentablemente el viaje no pudo efectuarse, porque cuando menos lo esperaban, explotó la ―bomba― del escándalo. La Seguridad del Estado del régimen, al investigar las vidas de los componentes de la revista artística antes del viaje, descubrió el pasado anticastrista de los integrantes del trío, y ahí, como dicen ―ardió Troya‖. Vinieron las purgas de los funcionarios regionales, provinciales y nacionales, por haber permitido la ascensión del trío, sin haber investigado antes a sus integrantes.


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Después se enterarían que buena parte de estos funcionarios purgados conocían el pasado de los jóvenes componentes del grupo. Lo que había sucedido es que se habían ido percatando de quiénes eran estos después de que el trío ya estaba cosechando triunfos y preferían entonces guardar silencio, no por ser buenas personas, sino para evitar ser ―tronados‖ por no haber hecho un buen trabajo investigativo. A nivel regional, provincial y nacional, repito, fue conformándose una ―conspiración de silencio‖ para no asumir ninguna responsabilidad al respecto. Este silencio duró prácticamente 3 años, mientras el trío se hacía popular a nivel nacional. Y todo terminó cuando sucedió la intervención de la Seguridad del Estado castrista. El propio régimen con sus mecanismos de terror y control se había enredado en su propia madeja paranoica y eso había beneficiado increíblemente a los integrantes del trío, en su ascensión hacia la popularidad. Ahora entendían el ―por qué‖ de su ―buena suerte‖. Para evitar que el escándalo trascendiera más de lo debido y llegara a oídos de la población —algo que no pudieron evitar—, el Ministerio de Cultura los citó

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a una reunión para ―darles la oportunidad‖ de integrarse en otros tríos profesionales, pero tenían que desintegrar al trío Los Trovadores. El encargado de comunicarles la noticia fue nada menos que el poeta Jesús Orta Ruiz, ―El Indio Naborí‖. Los jóvenes entendieron que era táctico desintegrar el grupo, al menos por el momento. Aunque con la tristeza de separarse, se sentían satisfechos, ya que habían logrado su propósito de ser considerados artistas profesionales y lo más importante de todo, haberse burlado del régimen, que se consideraba infalible en materia de control político. Es muy importante señalar que jamás en sus tres años de duración, el trío Los Trovadores, a pesar de las presiones, se prestó para ninguna indignidad artística, ni cantó una sola canción dando loas a la dictadura, algo que para los tres, fue gran motivo de orgullo por el resto de sus vidas. Se habían salido con la suya, poniendo en ridículo al sistema, sin sacrificar sus principios. Fue una dulce y callada venganza a sus años de prisión política. En el caso de Gabriel, pasó a formar parte del trío Los Tres Soles y su entrada en ese trío ayudó indirectamente a que otros compañeros trovadores pudiesen


El autor y sus compaĂąeros del trĂ­o el dĂ­a de su salida al exilio: 1ro. de diciembre de 1979.

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activar de nuevo sus agrupaciones, como querían. Me refiero a los tríos Los Cancilleres y Voces de Oro. Por su parte los hermanos Gutiérrez Valdés, se integraron a su vez, a otras agrupaciones musicales. Un año más tarde, en 1979, y motivado por el acuerdo migratorio que se produjo entre la administración del Presidente Jimmy Carter y el régimen comunista de Cuba, según el cual, se permitía emigrar a los ex prisioneros políticos cubanos junto a sus familias, los integrantes del trío Los Trovadores pudieron salir hacia el exilio. Esta es la verdadera e inédita historia de Los Trovadores, el trío que burló al régimen castrista. Miami. agosto 17 de 2007.


El caló de Charolito

Es posible que muchas personas nacidas en Cuba no dominen este antiquísimo dialecto —el caló4—, utilizado en las provincias de La Habana y Matanzas, sobre todo en las zonas urbanas. Es una mezcla de palabras africanas, árabes —traídas por los andaluces, hace varios siglos— y otras de origen puramente criollo. Era casi patrimonio de las clases más desposeídas de nuestro país. Por ejemplo, los miembros de la orden Abakuá, sociedad fraternal y religiosa, creada por descendientes de esclavos africanos, lo utilizaban corrientemente para comunicarse entre sí. Como los argentinos tienen su lunfardo, sobre todo en sus tangos, los cubanos tenemos el caló. En mi caso personal soy nacido en el puerto habanero y más específicamente, y a mucha honra, en el barrio de Belén, cuna de santos, escritores y poetas,

En nuestro idioma castellano se conoce por ―caló‖ el lenguaje de los gitanos españoles y lo más probable es que se tomara este mismo vocablo para adjudicarlo a este lenguaje usado por una minoría. (N. del E.) 4

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Catedral de la Habana, Habana Vieja.

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El caló de Charolito

donde nació José Martí;5 pero también cuna de chulos, maleantes y putas, lugar donde murió Yarini;6 lo mejor y lo peor de la sociedad, como en todos los puertos del mundo. Pero volviendo al tema… voy a contarles cómo, por conocer desde pequeño esta ―lengua‖ suburbana que aprendí con Charolito, me salvé de que me entarabillara, perdón, de que me capturara la policía castrista, allá por el año de 1964. Por aquella época me encontraba viviendo en la clandestinidad, luego de que un grupo de estudiantes del Instituto de La Habana nos expresáramos públicamente en contra de la dictadura pro-soviética de Castro y por ende, perseguidos por los órganos represivos de su régimen. Pues resulta, que motivado por la canina, digo, por el hambre, había salido del gao, perdón otra vez, que esto se pega, quise decir de la casa donde estaba escondido, me dirigía a una pequeña cafetería, ubicada en la confluencia de las calles Compostela y Teniente Rey, frente a la antigua Droguería Sarrá, para Apóstol de Cuba (La Habana, 28 de enero de 1853 – Dos Ríos, Oriente, 19 de mayo de 1895). (N. del E.) 6 Se refiere a Alberto Yarini (1882-1910), el chulo más famoso de Cuba. (N. del E.) 5

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comprarme algo que calmara la sinfonía de mis tripas vacías, cuando de pronto, me topé con mi amigo Charolito, que limpiaba zapatos en esa esquina. Charolito en realidad se nombraba Hermenegildo; nadie supo nunca su apellido. Era huérfano de madre y su padre era un trabajador portuario, que murió muy joven, tras un accidente en el muelle La Machina, cuando estaba manipulando una carga que se desprendió y terminó aplastándolo. A partir de ese momento todo el barrio lo adoptó como hijo. Él y yo éramos dos diablillos inseparables, terror de los comerciantes y vecinos del área, por nuestra certera puntería en pos de vidrieras y parabrisas. Cuando fui a saludarlo, me hizo un guiño y me dijo: —Oye asere, el acoy que se achanta a la orilla de su me y que tiene los encorios macris y el cagua nichardele, es tremendo embori zizigamba, así que pírate ya. Después de oír esto, mire a mi lado y vi a un tipo de aspecto lombrosiano que me observaba detenidamente. Poniendo cara de ―yo no fui‖, inmediatamente salí que jodía de aquel establecimiento, con las tripas chillando de vacías, pero al menos con el consuelo de no haber caído preso de la porra chivateril comunista, al menos en ese instante. De lejos Charolito me


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seguía con la vista y en su cara tan negra como un totí, brillaban sus dientes blanquísimos en una amplia sonrisa de satisfacción por haber alertado y salvado al amigo de la infancia. Ahora, les traduzco lo que me había dicho Charolito en caló: ―Oye mi amigo, el tipo que está sentado a tu lado y que tiene los zapatos blancos y el sombrero negro, es delator de la policía, así es que vete rápido‖. Tuve suerte también porque que el chivato7 en cuestión era de las provincias orientales y no entendía el caló. Con los años supe que le decían Pancho ―El Jabao‖ y había sido anteriormente casquito8 de la dictadura de Batista; un perfecto ejemplo de camaján cubano, siempre de instrumento de los que detentan el poder y jamás del lado de los oprimidos. Estos chivatos de hoy en Cuba son de la misma estirpe que la de los llamados ―voluntarios‖ al servicio del colonialismo español, los ―porristas‖ del machadato o los ―ciudadanos cívicos‖ del batistato. Unos meses después de este incidente, fui finalmente apresado por los órganos represivos del En Cuba se les ha llamado ―chivatos‖ a aquellos que cooperan con el régimen, delatando a opositores al mismo. (N. del E.) 8 Nombre que recibían los soldados del ejército en la etapa en que Fulgencio Batista era presidente de Cuba. (N. del E.) 7

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régimen castrista y condenado a nueve años de prisión. En todos esos años Charolito jamás dejó de preocuparse de mi suerte y de ayudar a mi madre a conseguir en el mercado negro habanero, los escasos alimentos que me llevaba los días de las contadas visitas que me podía hacer a la prisión. Más tarde me enteré que había caído en desgracia y enviado a prisión bajo la arbitraria ―ley de peligrosidad‖, por haberse negado a participar en la guerra de Angola, campaña neocolonialista llevada a cabo por el régimen cubano, sirviendo de instrumento al imperialismo soviético en sus intereses geopolíticos, en tiempos de la llamada ―guerra fría‖. Miles de cubanos, en su mayoría de la raza negra, utilizados como carne de cañón, perdieron sus vidas o quedaron mutilados en ese ajeno conflicto armado. En una visita que me hicieron unos viejos amigos del barrio, a la Casa del Preso, donde estuve ocupando el cargo de Secretario de Prensa e Información del Presidio Político Histórico Cubano, supe que Charolito hacía solo unos meses había muerto allá, en el mismo barrio que nos vio crecer y mataperrear juntos. Me imagino con tristeza, cuánto habrá sufrido en todos estos años de vivir bajo un régimen totalitario y discriminativo.


El autor en el Congreso del Presidio Pol铆tico Cubano.

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Es increíble que hoy en ese kafkiano país que se nombra Cuba, los negros cubanos carezcan de la suficiente representación en los círculos de poder, cuando componen más de la mitad de la población nacional. El gran consuelo que me queda y del que estoy más que seguro, es que en Cuba quedan muchos Charolitos como reserva moral de la nación. Un día no lejano vendrá, en que se hará justicia para todos esos hermanos en nuestra patria. Ya ven cómo es la vida, comencé este escrito como un artículo explicativo sobre el caló y sin proponérmelo, se terminó como una anécdota de la vida real. Gracias por vuestra atención, aseres.


Lágrimas negras. Historias reales de la vida de un hombre

Sobre el autor Gabriel Astengo nace en La Habana, Cuba, un 24 de marzo de 1947. Siendo muy joven comienza a luchar en las filas estudiantiles en contra de la traición a que fueron sometidos los ideales originales de la Revolución Cubana. En 1964 funda junto a un grupo de estudiantes y jóvenes militares el Directorio Revolucionario Nacionalista 13 de Marzo, para combatir, por medio de la lucha armada, la nueva tiranía pro-soviética entronizada en el país por Fidel Castro. Luego de permanecer en la clandestinidad cerca de dos años, fue detenido a los diecisiete años de edad, pero logró evadirse. Finalmente fue capturado por las fuerzas represivas del régimen castrista en Febrero de 1966 y condenado a nueve años de prisión. Al cumplir su sanción totalmente, inicia su carrera artística fundando e integrando el trío Los Trovadores en 1975. En 1979 sale hacia el destierro, arribando a Venezuela, donde permanece por breve tiempo. Meses más tarde viaja hacia Estados Unidos donde se establece definitivamente junto a su familia.

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En 1980 funda, junto al legendario comandante revolucionario Huber Matos, la organización Cuba Independiente y Democrática (CID), quedando a cargo de las transmisiones de la cadena radial La Voz del CID, la cual emitía sus señales hacia Cuba y el mundo. En el año 1982 marcha hacia tierras centroamericanas para enfrentar la intervención castro-soviética en el área, donde permanece por varios años, regresando a Estados Unidos en 1986, luego de cumplir sus objetivos. En ese mismo año se reintegra a su carrera artística como cantante y actor. Ha participado en diversas producciones de Univision, Telemundo y Venevision; entre algunas de ellas, las telenovelas ―Prisionera‖, ―Anita no te rajes‖, ―Olvidarte jamás‖, ―Soñar no cuesta nada‖, ―Dame chocolate‖ e ―Inocente de ti‖. En abril de 2003 fue escogido para formar parte del ejecutivo de la organización Presidio Político Histórico Cubano, quedando a cargo del Departamento de Prensa e Información de esa prestigiosa agrupación. En estos momentos forma parte del grupo cibernético Peña de Cuba, donde colabora con diversos artículos, como escritor y periodista independiente.


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ร ndice Historias reales de la vida de un hombre / 5 Lรกgrimas negras / 7 El joven y el guerrero / 23 Los Trovadores / 30 El calรณ de Charolito / 41 Sobre el autor / 49

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Otros títulos publicados por la Editorial Voces de Hoy Holguín durante la Guerra Grande, Cuba 1868-1878, de Beatriz R. Suárez Font. Huellas de un camino, de Ricardo M. del Toro Tamayo. Una hoja en el tiempo, de Teresa Cifuentes-Plá. El mundo lleva alas, antología poética. Bosque de bojs, Me lo contaron las vicarias y Ecos de mis antojos, de Josefina Ezpeleta. Thaormine la culpable. Diario de una alcohólica, Perdida en el tiempo y Retazos, de Estrella Fresnillo-Díaz. Clavelina, la princesita que quería volar, de Marlene de la Victoria López Huerta. Cin y 1 poemas de amor y El corazón te llama. ¿Dónde estás?, de Elías Ramos. Plagio de lo humano, Frente al espejo, Amparo, la hija de Jacinta y Recaredo y El juego de la memoria, de Pedro Pablo Pérez Santiesteban. De la Loma al verso, de Josefina Ezpeleta y Pedro Pablo Pérez Santiesteban. Cuentos de Merssy. Volumen 1, de Merssy Álvarez. Prefiero a Juanita, de Narciso Julián. Piedras sagradas e Impronta, de Carmenluisa Pinto. Zahir, el príncipe negro, de Fabio Figueroa. Univision: un hogar lejos del hogar. Impacto de la televisión en español en los Estados Unidos, de Rubén Soto. Vitrales de sentimientos y Cuba, cuna de José Martí. El hombre amor, de Blanca M. Segarra.


Lágrimas negras. Historias reales de la vida de un hombre

Cuarto creciente. Volumen 1, de Nely Morosini. Tras el cielo cristalino, existo, de Silvia Lafuente. Destrucción de un país, de Olivia Sifontes. Eidos, de Alain González. Clarita, de Ana Palacios. El pececito de la fortuna y el cojo dormilón, de Blanca Mendieta. The Blue Album for Piano, de Leonardo Curbelo. Impronta, de Carmen Luisa Pinto.

Títulos de próxima aparición Editorial Voces de Hoy Parto cubano, de Aylem Collazo Amador y Amelia Amador Martínez. Dos aleteos de un zunzún / The Flutters of a Hummingbird, de Josefina Ezpeleta y Bárbara Laplace. Traducción de Olga Ma. Geraci. Pesadilla, de Iván J. Valle Rodríguez. Apuntes, de Pedro Pablo Pérez Santiesteban. Fernando, de Olivia Sifontes. Mi experiencia con Dios, de Ramona Melo. Puerta abierta al manicomio, de Asunción Muñoz Vignau. La Cueva de los Cristales, de H. de los Santos. Historias de una exiliada, de María Elena Palicios y Josefina Leyva. Cuba nunca ha sido nación, de Manuel González Beceña.

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Lágrimas negras. Historias reales de la vida de un hombre

Nota de la editora Lágrimas negras (1930), pieza musical que da título a este libro y a la primera de sus historias, es un bolero son de la autoría de Miguel Matamoros (Santiago de Cuba, 8 de mayo de 1894 – 15 de abril de 1971), compositor, guitarrista y director del famoso trío Matamoros, que formara en 1925 con Siro Rodríguez y Rafael Cueto. A continuación, la letra de esta obra emblema de la trova cubana, para que los que no la conozcan, puedan aprendérsela y para que los que muchas veces la han escuchado y cantado, la disfruten de nuevo: Aunque tú, Me has echado en el abandono. Aunque ya, Han muerto todas mis ilusiones. En vez de maldecirte con justo encono, En mis sueños te colmo, En mis sueños te colmo de bendiciones. Sufro la inmensa pena de tu extravío, Siento el dolor profundo de tu partida Y lloro sin que sepas que el llanto mío Tiene lágrimas negras, Tiene lágrimas negras como mi vida.

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