Número 09, año III, octubre-diciembre 2021

Page 10

Jugar en la tumba de los dioses Héctor Justino Hernández The gods forgot they made me So I forget them too I listen to the shadows I play among their graves “Seven”, David Bowie

E

va solía contagiarme su entusiasmo por todo lo que nos rodeaba. Como la primera vez que fuimos a un concierto solas y bailó y saltó hasta agotarse. O cuando viajamos hasta Pachuca y entramos a todas las plazas de la ciudad. Debo admitir que cuando se distanció me sentí desplazada, pero no lo tomé como un insulto, porque entendía que su espacio la hacía feliz. Un día me envió un mensaje para que la acompañara a una excursión. Ya entonces no solíamos vernos tan seguido y me entusiasmó que me tomara en cuenta para sus planes. El día que nos reunimos para charlar sobre lo que pensaba hacer, la encontré diferente, con ojeras y la piel gris. Supuse que había dejado de comer y que se estaba pasando con eso, pero me lo callé todo con tal de no molestarla. No estoy segura de lo que la motivó a invitarme. Tal vez un deseo que surgió en ella a partir de un vivo instante de revelación, o tal vez algo más que ahora no me atrevo a sugerir. Me explicó que estaba muy contenta con sus estudios en historia y que se había interesado en investigar algunos signos (restos del pasado colonial, frases, dibujos tallados en piedras) dispersos por el pueblo en las paredes de viejas capillas y ruinosas construcciones. Luego me detalló su plan y de inmediato le dije que era mala idea. No sólo por lo que se dice sobre el cementerio, sino también por la desaparición repentina de la comunidad inglesa, lo cual daba lugar a extraños rumores. Pero ella insistió, debía ser yo quien la acompañara, debía ir con ella por nuestra amistad, debía ayudarla por todo lo que pasamos juntas. Al final, acepté porque parecía resuelta a hacerlo incluso después de haberme negado. Quedamos un domingo, a las diez de la noche, en el parque. Recuerdo que en mi mochila llevaba sólo una linterna y una navaja, por si acaso. Subimos al panteón lentamente. Eva decidió no irse por la calle principal y tomar los callejones aledaños. No había luna, pero un resplandor en las nubes, a lo mejor el reflejo de los focos de las casas, me hizo pensar en las historias de miedo que nos contaba mi madre cuando éramos niñas. En especial, la del lobo que protegía las tumbas y que rondaba el cerro en busca de su amo ya fallecido.

3


Turn static files into dynamic content formats.

Create a flipbook
Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.