Pastiche Dianna Castañeda
Cuando Eurídice salió del infierno por primera vez, Orfeo no volvió la vista atrás, no perdió ni un segundo en detenerse. Corrieron desnudos hacia el paraíso de ninfas y nueces, manaron de sus mieles, tocaron el olimpo, se amaron vorazmente. La caída fue muy dura, pero supo reponerse; quizá una pesadilla, quizá la tosca muerte la regresó al inframundo. Hades la sentó de nuevo en su banquete, le repitió las condiciones de su suerte. Pero Orfeo ya no era el mismo, algo se había ido para siempre. La miraba desde la pradera, no podía cruzar el Aqueronte, había olvidado la moneda, la lira y la canción favorita del cerbero. El río de almas era ahora un río de dudas arrastrándolo hacia el estero. Ella lo supo todo de repente: amar es un arte que se ejerce de frente, sin protagonismos; era su turno de dar lo mismo. Burló la astucia de Caronte 16