Contra la mayonesa A Zabdiel, por las risas y las tortas que se comió por mí.
Casandra Gómez
N
o existe peor temor para mí que llegar a un convivio y ver en la mesa un plato de pambazos (xalapeños, no orizabeños), sandwichitos cortados en rectángulos o aquel famoso preparado de coditos con jamón. Llevo más de 15 años explicando por qué no me gusta ese menjurje de huevo y aceite batidos que invade la mayoría de los alimentos con su grasa; abriendo la torta para limpiar con una servilleta, sin éxito alguno, el pan y el jamón atestados de mayonesa; soportando el olor del pescado enlatado al mezclarse con este aderezo, que incluso, me atrevo a decir, apesta más que el parque con olor vinagroso que José Emilio Pacheco describe en Morirás Lejos. Qué decir de la repulsión que me provoca pasar al lado de un puesto de elotes y observar los dientes de las personas que sonríen para presumir la mayonesa, el queso rallado y el chile en polvo revueltos en su boca. Como casi todo odio, el mío surgió de un amor exacerbado por este aderezo. Durante mis primeros años, formé parte de ese gran porcentaje de la población mexicana que comía tacos de mayonesa y, estoy segura, que habría sido capaz de comerla a cucharadas. La gran tragedia sucedió después de ponerle mayonesa a una sopa instantánea. Me recuerdo intentando integrar el aderezo con el caldo pintado de chile piquín transgénico; la mayonesa flotaba junto a los dos camarones pequeñísimos que presumía mi sopa. Al probarlo pude sentir cómo la grasa se disolvía en mi boca mientras intentaba masticar los fideos plastificados. A partir de ese día inicié mi batalla campal con los meseros distraídos que olvidaban traer mi hamburguesa sin mayonesa. Algunos creen que la mayor disputa entre Francia y España fue protagonizada por Pepe Botella y Napoleón Bonaparte, pero la verdadera batalla inició antes. Han pasado más de trescientos años y no existe un consenso sobre quién creó este aderezo. Unos dicen que surgió en Menorca, España; otros, que fue el chef del Duque de Richeleu quien lo llevó a España durante la invasión de Francia a Mohón (ahora Menorca). Aunque, como muchas otras cosas, al mexicano le tiene sin cuidado si la mayonesa es menorquina o parisiense. De la misma forma que decretamos ponerle catsup a la pizza o salsa picante al sushi, la mayonesa se convirtió en el compañero incondicional del mexicano.
23