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El reto de educar-dialogar

las ideas y en los descubrimientos que los hombres y mujeres de todos los tiempos han aportado a lo largo de la historia. El patrimonio de la humanidad no es solo cultural, histórico, científico, religioso, etc. Lo conforman también los fracasos, las tristezas, los logros, las alegrías, las rupturas, las esperanzas. Enseñar implica ser capaz de transmitir lo bueno y lo menos bueno de los seres humanos, con la finalidad de que aquel que es educado, crezca y desarrolle la necesaria madurez humana, afectiva, social y que se comprometa verdaderamente a mejorar el mundo. Si esto fuera así, gozaríamos de nuevas generaciones con los pies en la tierra, conscientes del bien o del mal que podrían llegar a hacer, y con la mirada en el Trascendente.

“Para el educador católico, el diálogo se fundamenta y se desarrolla en la dinámica dialógica trinitaria, en el diálogo entre Dios y el hombre, y en el diálogo entre los mismos hombres”.

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La educación, para que cumpla sus objetivos, es, como decíamos antes, testimonio por parte de cualquier educador. Testimonio, parafraseando a san Pablo VI, “silencioso, es decir, manifestado en su capacidad de comprensión y de aceptación; en su comunión de vida y de destino con los demás; en su solidaridad con los esfuerzos de todos en cuanto existe de noble y bueno; en su fe en los valores que van más allá de los valores corrientes; y en su esperanza en algo que no se ve ni osarían soñar” (cf. Evangelii nuntiandi, n. 21).

Ahora bien, en el caso del educador católico, el testimonio no solo deber ser silencioso, debe ser también

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