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Etimología
El término suicidio tiene dos componentes latinos: Sui (de sí, a sí) Cidium (acto de matar proveniente del verbo Caedere que equivale a cortar, matar) se entiende así a la acción de quitarse la vida. El fenómeno suicida abarca la ideación suicida (desear, pensar, anhelar), el intento suicida (no fue consumado) y el suicidio consumado (intervenir por sí mismo sobre su propia vida). Es importante decir que esta raíz etimológica es muy tardía, apareciendo por primera vez hacia el siglo XII con el teólogo francés Gauthier de Saint Víctor.
El suicidio es definido, más tarde, por la Organización Mundial de la Salud (OMS) como el acto deliberado de quitarse la vida sin importar que tipo de métodos se usa. Esta autodeterminación por lo general tiene un detonante emocional o existencial. Ya en la antigüedad griega y romana, el suicidio fue aceptado e incluso visto por algunos como un medio honorable de muerte y el logro de la salvación inmediata. Los estoicos y otros influenciados por ellos vieron el suicidio como el triunfo de un individuo sobre el destino.
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La Iglesia Católica, por su parte, encuentra en san Agustín (354-430 d.C.) el oponente más fuerte a cualquier forma de auto-asesinato (cf. Ciudad de Dios 1: 4-26). Apeló al V mandamiento y la prohibición del asesinato. San Agustín estuvo de acuerdo con la postura de Sócrates que afirma que nuestras vidas le pertenecen a Dios, por lo que no tenemos derecho a acabar con ella.