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2 El diálogo
explícito. Es decir, sí se considera la educación católica como un acto de formación y de evangelización, quien educa está llamado a anunciar el nombre, la doctrina, la vida, las promesas, el Reino, el misterio de Jesús de Nazaret, Hijo de Dios (cf. n. 22). Con todo ello, vale la pena recordar que la educación, en cualquiera de sus formas (estatal, privada, confesional, etc.) no puede ser proselitista, pero sí dirigida a la formación integral del ser humano.
En el caso de las instituciones católicas, la Instrucción que se citó al inicio de este artículo, aclara que “la institución educativa, incluida la católica, no pide la adhesión a la fe; pero puede prepararla. Mediante el proyecto educativo es posible crear las condiciones para que la persona desarrolle la aptitud de la búsqueda y se la oriente a descubrir el misterio del propio ser y de la realidad que la rodea, hasta llegar al umbral de la fe” (n. 28).
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Aunado a esta preocupación por
El diálogo forma parte de la dimensión constitutiva de todo ser humano. En esto coinciden todos los antropólogos y sociólogos. El individuo necesita dialogar. Todo su ser corporal, su ser espiritual y su obrar apunta hacia la comunicación. Para el educador católico, el diálogo se fundamenta y se desarrolla en la dinámica dialógica trinitaria, en el diálogo entre Dios y el hombre, y en el diálogo entre los mismos hombres.
De ahí que las instituciones educativas católicas, por su naturaleza eclesial, compartan el diálogo como un elemento constitutivo de su identidad. En otras palabras, practican la gramática del diálogo, no como un expediente tecnicista, sino como modalidad profunda de relación. Las instituciones católicas, reconociéndose como comunidades educativas, permiten que la persona se exprese y crezca humanamente en un proceso de relación dialógica, interactuando de manera constructiva, ejercitando la tolerancia, comprendiendo los diferentes puntos de vista, creando confianza en un ambiente de auténtica armonía.
“Ahora más que nunca, se necesita mostrar y demostrar la presencia cristiana en la realidad multiforme de las distintas culturas”.
2017). El deber de la identidad, porque no se puede entablar un diálogo real sobre la base de la ambigüedad o de sacrificar el bien para complacer al otro. La valentía de la alteridad, porque al que es diferente, cultural o religiosamente, no se le ve ni se le trata como a un enemigo, sino que se le acoge como a un compañero de ruta, con la genuina convicción de que el bien de cada uno se encuentra en el bien de todos. La sinceridad de las intenciones, porque el diálogo, en cuanto expresión auténtica de lo humano, no es una estrategia para lograr segundas intenciones, sino el camino de la verdad, que merece ser recorrido pacientemente para transformar la competición en cooperación.
Ahora bien, el Papa Francisco ha dado tres indicaciones fundamentales para favorecer el diálogo. Ellas son: el deber de la identidad, la valentía de la alteridad y la sinceridad de las intenciones (discurso en el Cairo,
No olvidemos, finalmente, que si nuestras instituciones educativas se cierran al diálogo estarán destinadas a aislarse, aunque sus proyectos educativos hayan sido inspirados en la doctrina cristiana. Igualmente, si nuestras instituciones se preocupan solo por dialogar, olvidando la identidad que las caracteriza, terminarán en meras instituciones arrastradas por las modas de turno. La virtud busca el equilibrio.
Al comienzo de este nuevo tiempo que el Señor en su infinita misericordia nos concede, tenemos la tendencia de revisar, pero también de proponernos, desde aquella capacidad humana de autorregulación, nuevas actitudes que suponemos nos van a traer frutos y resultados positivos para nuestra vida o nuestra familia.
Nos ponemos en las manos de Dios, como siempre, para que esta nueva oportunidad que Él nos está regalando, un año nuevo, sea la ocasión de continuar creciendo y logrando todos aquellos proyectos que hemos iniciado y que queremos alcanzar, claro está, si están en la voluntad de Dios. No debemos olvidar en esta carrera del año 2023 y ante la cual muy seguramente al finalizar diremos: “pasó volando” que, aunque el Señor no se presente en cosas estrepitosas, siempre está en lo humilde, en lo sencillo, en el silencio y en todo aquello que creemos que es una obligación que suceda.
En algunas ocasiones tenemos la falsa creencia que la salud, la vida y las cosas ya establecidas deben seguir sucediendo; y ante tal situación, olvidamos que suceden porque son una bendición de Dios. Por eso que una de las actitudes que asumamos este año, sea la de agradecer en todo momento por lo rutinario, por lo que siempre sucede, ya que viene directamente de Dios; y aunque le demos ese apelativo de rutinario, debemos empezar por reconocer que han sido realidades que tenemos por generosidad de Dios, pero también gracias al trabajo permanente que realizamos, en cualquier ámbito, y que nos han permitido alcanzarlas como virtud, por eso son permanentes de nuestra vida.
Dado lo anterior, y tratando de enfocarnos en agradecer y vivir según la voluntad de Dios, puede aparecer la tentación de un pensamiento que tiene que ver con la frase: “¿para qué seguir luchando si las cosas van a seguir igual?”, porque reconocemos que hay males en el mundo que no van a cambiar.
Ante esta situación, debemos recordar que pareciera que la humanidad ha