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Participemos en la liturgia

Suele pasar que cuando los fieles se encuentren con un seminarista o sacerdote, le preguntan: ¿Por qué han tomado la decisión de seguir los pasos de Cristo al modo de los Apóstoles? Otra pregunta es: ¿qué se estudia en el seminario, durante el proceso formativo hacia el sacerdocio? Junto a los Evangelios de estos domingos, que nos recuerdan el llamado del Señor y sus enseñanzas, reflexionaremos sobre la teología, un tema muy familiar a quien se reconoce cristiano, pero sobre todo a quienes siguen más de cerca los pasos del Señor.

III Domingo del Tiempo Ordinario (Mt 4, 12-23)

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Arrancado de las tinieblas del pecado y sumergido en la luz de Cristo a través del bautismo, el cristiano debe realizar las obras de la luz: «Si antes eran tinieblas, ahora son luz en el Señor. Por tanto, compórtense como los hijos de la luz» (Ef 5, 8). El paso de las tinieblas a la luz es la conversión, la entrada en el reino de Dios (Evangelio). Sabemos lo que es convertirse y hacer penitencia. Indica un cambio radical de nuestra vida, un cambio en la escala de los valores que el mundo propone y de nuestras preocupaciones diarias que no son ciertamente las propuestas por el evangelio en el sermón de la montaña. El Reino de Dios está presente o desaparece, se acerca o se aleja en relación con nuestra voluntad de conversión. La conversión, a su vez, nunca es una operación cumplida de una vez por todas, sino una tensión cotidiana, como la fidelidad no es un dato que se pueda adquirir con una promesa, sino una realidad que hay que vivir minuto a minuto.

Por otra parte, el cristiano, incluso después del bautismo, nunca es pura luz: es una mezcla de luz y de tinieblas; por eso su vida es lucha. Pero Cristo lo reviste de las armas de la luz (Ef 6, 11-17). Así el cristiano está seguro de que después de haber «aquí abajo participado en la suerte de los santos en la luz» (Col 1, 12) «brillará como el sol en el reino del Padre» (Mt 13, 43) y «a su luz verá la luz» (Sal 35, 10).

IV Domingo del Tiempo Ordinario (Mt 5, 1-12a)

En un mundo como el actual, ¿todavía tiene sentido el discurso de la montaña? ¿Qué sentido tiene hacer resonar este texto en una sociedad de consumo que mide la felicidad y la bienaventuranza en el metro del tener, del éxito y del poder? Y en el tercer mundo subdesarrollado y oprimido, ¿qué sentido tiene repetir: «Bienaventurados los pobres…Bienaventurados los perseguidos…»? ¿No es acaso una bofetada a su miseria, o un intento de

Apuntes misioneros

narcotizar o de adormecer «la cólera de los pobres»?

Sin embargo, no podemos anular esta bienaventuranza sin anular a Cristo. El primer pobre, en efecto, es Él, que siendo rico se hizo pobre por nosotros. Por lo tanto, en esta bienaventuranza hay una llamada a seguir a Jesús que no encontró lugar en el hospedaje, que no tenía una piedra sobre la cual reposar la cabeza, que murió pobre y desnudo en una cruz. Y lo hizo para darse todo a los demás. La multitud que escucha y sigue a Jesús no está constituida por escribas, fariseos, levitas, sacerdotes del templo, poderosos custodios del orden. Sigue a Jesús la muchedumbre anónima del pueblo razo, que vive de su trabajo, la gente que por los poderosos de la época era engañada y oprimida.

El Señor nos ha llamado a todos, desde el inicio de nuestras vidas y en cada momento ¿soy consciente de ese llamado? ¿De qué modo el Señor me llama a lo largo de la vida y del día? ¿Cuáles podrían ser esas pequeñas invitaciones del Señor?

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