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Asociación Cultural Periódico Estudiantil Nexos MARZO 2021
Viernes de Letras José Joaquín Duque | jjduque@serviciosnutresa.com
El Grupo Literario Letras cumplió, en 2020, veinte años de encuentros ininterrumpidos en el bloque 12, todos los viernes al mediodía o, por la pandemia, los sábados a la 1:30 p.m. José Joaquín Duque, uno de sus integrantes más antiguos, nos regala este texto que rememora su primera vez en el grupo, para mostrarnos que las emociones y el significado del mismo, aun 20 años después, perduran en los encuentros semanales. José Joaquín Duque Grupo Letras Universidad EAFIT
A
fuera llueve o hace sol. El tráfico es pesado. Estudiantes van y vienen por los corredores. Abro la puerta. Entro: ahí están ellos. Saludo. Tomo asiento. He llegado a Letras. Así, suena simple; es más, es simple, y si nos ven entrar o salir, incluso participar, se diría que es una clase más, pero no, no del todo, hay que concentrarse un poco, dejarse llevar para ver la realidad o la fantasía, pues allí, en un ambiente de intimidad y camaradería, más que una clase se va a un territorio extraño e ilusorio, que reemplaza la tiranía del mundo real. Allí la tierra gira distinto. A la luz del meridiano, en un salón de Desarrollo Artístico, se inicia un ritual: los minutos pasan empinados y, poco a poco, en un momento impreciso, hay como “esa apertura de libro, esa especie de invasión de
lo fantástico”, que nos lleva a otras latitudes; no se sabe, no hay regla definida, no hay destino preestablecido, porque para cada uno puede ser distinto. Una ficción tan natural, que parece real. Me invitó una amiga, escritora de verdad, respetada como de las mejores de Letras; pero eso no la protegía de las críticas, pues igual le “daban madera” como a todos cuando leía sus textos. El grupo, comprobé, era entonces, y es todavía, uno de esos meridianos imposibles que solo se pueden dar, creo yo, en la literatura. Pero me adelanté mucho. Alexandra me recomendó que le escribiera a Lucía Donadío, la directora, quien, supe después, le quitó las mariposas amarillas. “Bueno, no me las quitó en el sentido estricto de la palabra” dijo Alex, “me las
prohibió en los textos, eran intocables, son de Gabo —le dijo— y por eso mudé mi amor a las libélulas”. Yo medio le entendí, le entendí que su profesora tenía algo así como una guillotina para excluir los animales literarios, (deben quedar pocos, pensé). Pero bueno, Alex eligió las libélulas y su cuento me pareció tan bueno como si tuviera las mariposas amarillas de Gabo, pero yo sé que exageraba, no sé si Gabo, Alex o yo, alguien exageraba, y al final pensé que la que exageraba era la profesora que clasificaba los animales literarios en desuso, como si fueran caramelos repetidos. Solo escribes a este email y dices que
quieres pertenecer al grupo, adjuntas algún texto tuyo y ya, no más, la profe te contesta si pasaste o no, así de sencillo, dijo mi amiga… Lo hice. Acompañé el correo con lo más pulido de mi endeble producción literaria, un cuento ingenuo de un tipo que se roba la cabeza de un esqueleto en un cementerio. Pero en el momento en que leía mi desmembrado texto caí en la cuenta de mi error: si las mariposas ya eran de Gabo, los cuervos, debían ser de Poe, los murciélagos de Stocker y las ballenas de Melville. Entonces, ni qué decir de los repetidísimos esqueletos míos. Doble error.