Edición 223 Periódico Estudiantil Nexos

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ISSN: 2322-74GX - Año 34 - Edición 223 - 4000 ejemplares - Medellín, Mayo 2021-www.eafit.edu.co/nexos


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Asociación Cultural Periódico Estudiantil Nexos MAYO 2021

ÍNDICE

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Receta para un sueño Mariana Arango Trujillo

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Están putas con la pandemia Juliana Heredia

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El Cacique Juan J. Mesa

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Lo que queda después de la locura Natalia Torres Jaramillo

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Una semilla en La Perla Andrés Carvajal López

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Un yipao entre callejones y lienzos David Ochoa Soto

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A-UCI-LIO Maria Camila Gómez Ortiz

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Entre balas y espantos Nicole Rubinstein Ángel

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Crónica de la Libertad Susana Blake

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Armas disfrazadas de aerosol Jimena Delgado

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Las mujeres que pintan Gigantes Susana Estrada Pérez

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El tarro de galletas Juliana Villegas Gómez

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Conectando ideas Presidenta: Sara Gálvez Mejía sgalvezm@eafit.edu.co

Editora: Silvia Natalia Rojas Castro snrojasc@eafit.edu.co

Director de Desarrollo Humano: Andrés Osorio Zápata aosorioz@eafit.edu.co

Directora de Mercadeo Digital Laura Osorio Vásquez losoriov1@eafit.edu.co

Director de Relaciones Públicas Pablo Sierra Saldarriaga psierras@eafit.edu.co

Vicepresidente Financiero: Sebastián Arango Lazcano sarangol@eafit.edu.co

Equipo editorial Andrés Carvajal Andrés Vélez Nicole Rubinstein Eliana Tabares Diego Arcila David Ochoa Susana Blake Idárraga Salomé Arango Juan José Mesa Thomas Martinod Jimena Delgado Susana Estrada Natalia Torres Jaramillo Juliana Heredia Mariana Arango Trujillo Roberto Saldarriaga

Equipo de Desarrollo Humano Miguel Gómez Manuela Vahos Mariana Uribe Ana María Cardona Andrea Herrera Valentina Vásquez María Alejandra Amaya Manuel Bedoya Valentina Muriel Simón Jaramillo Susana Mojíca Marialejandra Domínguez Manuela Solera Lucy Ortega

Equipo Mercadeo Digital Verónica Hoyos Maria Isabel Muñoz Matilda Lara Andrea Betancur Manuela Buriticá Gina Criollo Valentina Alzate Narly Álvarez Jimena Delgado Catalina Serna Estefanía Roncancio Alejandra Cardona Gabriela Pupo Diana Holguín Manuel Gutierrez

Equipo de Relaciones Públicas Laura Arango Nelly Hernández Tomás Quintero Alejandra Agudelo Susana Mojíca Andrés Vélez Valentina Motoa Edier Múnera Manuela Diez Isaac Plaza José David Bustamante Sofía Trujillo Elisa Villegas Juan Londoño Maria Alejandra Juana Hernández Lozano Sofía Bedoya

Portada Ilustración de Federico Fernández Gärtner fergartner@yahoo.es @fedefergartner

Diseño y montaje Pablo Agudelo @pabloagart Preprensa e impresión Casa La Patria

Fundado el 13 de agosto de 1987 por Jorge Restrepo, Jaime Cadavid, Claudia Patricia Mesa y Gustavo Escobar. Carrera 49 No. 7sur-50 / Bloque 29 oficina 517 EAFIT edicionnexos@gmail.com / Teléfono: 261 93 02 (574) 2619500 extensión 9302

Los artículos firmados son responsabilidad de los autores y no representan expresamente el pensamiento editorial del periódico. Este periódico se imprime en papel Earth Pack, el cual es fabricado a través de fibras naturales de caña de azúcar, no tiene componentes químicos que afecten el medio ambiente.


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EL JARDÍN EN VILO Sara Gálvez Mejía

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esde una muy temprana edad a todos nos dicen que es importante esforzarnos y trabajar duro para conseguir aquello que deseamos, pues es a través de nuestros méritos y cualidades que logramos alcanzar los objetivos. Pero, al crecer en Colombia aumenta la frustración cuando nos damos cuenta de que en la mayoría de los casos no es así. Vemos que no eligen al que más sabe, al mejor preparado o al más idóneo, sino al que es amigo o familiar de alguien poderoso. Nuestro país adolece de clientelismo y nepotismo, males que permean todas las esferas de la sociedad, incluyendo el sector de la cultura. A esto hay que sumarle el grave golpe que la pandemia le ha dado a este sector. Durante meses salas de cine, bibliotecas públicas, museos y teatros permanecieron completamente cerrados; se cancelaron importantes festivales de exposición cultural y lo mismo ocurrió con conciertos y recitales. A la fecha algunas de estas actividades se han ido reanudando, aunque no en su máxima capacidad, mientras otras no se han podido retomar en lo absoluto. El escenario es entonces difícil para todas nuestras entidades e instituciones culturales, sin embargo, hay una en específico que se encuentra librando una ardua pelea por mantenerse a flote. Se trata del Jardín Botánico Joaquín Antonio Uribe. Esta es una institución insignia de la ciudad, un espacio público de los medellinenses donde confluyen la investigación científica, la conservación de la flora y fauna y la educación ambiental. Es también escenario de eventos culturales como la Fiesta del Libro y la Cultura. Desde el año 2005 las diferentes administraciones municipales han contratado con el Jardín Botánico los servicios de mantenimiento de las zonas verdes de la ciudad, servicio que le suponía a esta institución una entrada de varios millones de pesos al año, recurso valioso para su subsistencia. Sin embargo, el pasado mes de febrero los concejales de Medellín Daniel Duque y Daniel Carvalho dieron a conocer que la actual administración decidió retirar este contrato al Jardín Botánico para concedérselo a la empresa pública Metroparques. El motivo que aduce el alcalde Quintero para tan repenti-

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sgalvezm@eafit.edu.co

Pablo Patiño |

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@saragalvez03

@pat_patinson

Ilustración: Felipe Raad | no cambio es la ayuda que necesita Metroparques, pues se encuentra en apuros económicos. No obstante, en su denuncia, los concejales revelaron que esta actividad no estaba incluida en el objeto social de la empresa hasta el año pasado y, por tanto, no tiene el conocimiento botánico especializado necesario para ejecutarla. Por esta razón tuvo que subcontratar con otra empresa cuyo nombre es Reforestadora El Líbano, la cual de paso contrató a los trabajadores del Jardín que se quedaron sin empleo, pero al mismo tiempo disminuyó su salario y sus beneficios. Esto resulta contradictorio porque los recursos que el alcalde alegó que serían usados para ayudar a una empresa estatal, en realidad están siendo redireccionados a un particular. Entonces, hay que ir más a fondo para entender qué es lo que está pasando realmente con los contratos que otrora pertenecieron al Jardín. Resulta que la representante legal de esta empresa es la madre y esposa de dos políticos de un partido que apoyó firmemente a Quintero durante su periodo de campaña. Esto fue constatado por ambos concejales a partir de documentos públicos y publicaciones en las redes sociales de ambos sujetos donde impulsan las aspiraciones de Quintero a la alcaldía. Así es como, nuevamente, todo se reduce a nepotismo, clientelismo

y favores políticos. Es triste y cuestionable que para la administración esto pese más que una institución cuya labor ambiental y cultural es tan importante. Además, si tenemos en cuenta el discurso reiterado del alcalde en el que sostiene que quiere convertir a Medellín en una “Ecociudad” como parte del Plan de Desarrollo Medellín Futuro, entonces, ¿cómo planea hacerlo si una de las instituciones ambientales más importantes de la ciudad no puede sostenerse económicamente? Es ya preocupante el lugar que ocupa la cultura en la lista de prioridades del gobierno nacional y local. Para el año 2021, el Ministerio de Defensa cuenta con un presupuesto de 39 billones, frente a 440 mil millones asignados al Ministerio de Cultura. Esto mismo se repite a pequeña escala, según la Encuesta Nacional de Presupuesto de los Hogares que realiza el DANE cada diez años, el 3.1% de los ingresos de un hogar se destinan a la cultura y entretenimiento. Pero este dato hay que mirarlo teniendo en cuenta nuestro contexto, donde el 37% de la población vive en la pobreza y lucha por garantizar sus necesidades básicas, sencillamente no se tienen recursos para invertir en cultura y es por esto que hay que buscar salvaguardar las instituciones culturales que ofrecen sus

@raadcaricaturas

servicios de manera gratuita. Nos encontramos en riesgo de perder una de ellas, pues aunque el Jardín ha recurrido a ofrecer sus servicios de mantenimiento ambiental y de zonas verdes a particulares para hacer frente a esta desfinanciación, es posible que tenga que empezar a cobrar su entrada, que actualmente es gratis para los estratos 1, 2 y 3. Así pues, lo que ha hecho esta alcaldía es darle una bofetada en la cara a la ciudad. Es decirnos que pagar un favor está por encima de preservar un espacio público, cultural y de educación. Es decirnos que es más importante que un particular se enriquezca, sin importar que esto ocurra en detrimento de los intereses de los medellinenses. Por esto, nuestro deber es salir en defensa de lo público. Es no abandonar a estas entidades en su lucha. Es no permitir que nos arrebaten estos lugares que producen conocimiento. Queremos invitarlo a que vaya al Jardín Botánico. Vaya y consuma en sus restaurantes. Si puede contratar sus servicios, hágalo. Quiéralo y cuídelo porque, al fin y al cabo, también es suyo.


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Receta para un sueño Mariana Arango Trujillo | marangot1@eafit.edu.co |

@mariangot_

“El hombre que se levanta por encima de su dolor para ayudar a un hermano que sufre, trasciende como ser humano”. Viktor E. Frankl

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l bus de Sabaneta a mediados de febrero de 2020 estaba repleto, el sofoco no provocaba ni hablar. Una mujer se reía como hiena afónica con la voz al otro lado de la línea del celular, un joven se escurría entre el laberinto de personas para bajarse en la siguiente parada y una mujer, en el último asiento, golpeaba su morral al son de Óscar D´León. Llorarás y llorarás / sin nadie que te consuele / así te darás de cuenta… que si te engañan duele. El intento de tambor estaba hundido, era su compañía durante el trayecto. El bus frenaba con brusquedad y la gente se quejaba, pero la mujer agigantaba su sonrisa y daba otro concierto.

mente. “Veía en Edwin a mi hijito que se me había ido. Lo quiero mucho”. No tiene un autor o teórico preferido, porque suele ponerle “peros” a las teorías que tanto ha leído en sus 59 años de vida y sus tres semestres de Psicología; sin embargo, habló de Viktor Frankl, filósofo y psiquiatra austríaco. “Tenemos que encontrar un equilibrio porque el mundo no es teórico”, el mundo es práctico y necesita personas auténticas que den conciertos de salsa en un bus y que vibren por sus hobbies. “Ma, por qué no estudias Culinaria”, le dijo uno de sus hijos cuando su mamá se graduó. “No, hijo. Amo la cocina, pero quiero estudiar Psicología para descubrir hacia dónde vamos y cuál es nuestro destino”, le contestó.

La música paró. El conductor recibió una llamada, el manoteo cesó. Los puestos se liberaban y era como si ella absorbiera la energía de los que se bajaban, qué va, la de todos los que hubiera visto ese día. Su cabello como la espuma que dejan las olas en la orilla, nariz respingada, líneas de expresión custodiando boca y frente. Compró la única galleta que quedaba en mi caja de ventas y mientras la degustaba hacía comentarios gastronómicos con experiencia. “EAFIT” decía en grandes letras blancas el buzo al que le caían migajas ¿Se lo habrá pedido prestado a su hijo? “Todos me dicen Astrid en la U”, comenta en la entrevista. Su nombre completo es María Astrid Medina. Le gusta bailar salsa y muy poco los exámenes en línea: “Nos dan cinco minutos, pero eso es lo que me demoro abriéndolos”. Su comida preferida es el salmón, una de sus películas favoritas es Nise, el corazón de la locura (que vieron el semestre pasado) y no le da pena bailar sentada en el bus. Tiene 59 años, es esposa desde los 19, mamá desde los 20, estudiante de carrera profesional desde los 58 y soñadora desde siempre. “Es súper curiosa”, “qué mujer tan tesa”, “es muy segura de sí misma”, son comentarios de sus compañeros, ahora de tercer semestre, de Psicología. — — ¿Cómo fue tu p r imer d ía en la Universidad? —— Fue una locura, iba preparada para ser observada, pero no me imaginé que iba a ser tan rápido. El portero dijo: “Señora, acompañantes al lado izquierdo” y yo le respondí “No, señor, es que yo vengo con ellos”, refiriéndome a los estudiantes y él seguía entendiendo que yo era acompañante. “¡Soy estudiante!”, le dije al fin. El portero no sabía en qué hueco meterse, fue muy divertido. —— ¿Por qué escogiste Psicología? —— Siempre me ha intrigado saber por qué somos tan distintos, qué mueve el mundo y a qué vinimos. Mi mamá se murió antes de conocer las respuestas, se me fue muy rápido. Mi papá nos había abandonado y no ver a mi mamá feliz me partía el alma. Yo quería darle

Astrid leyó hace poco el libro El destino de las almas del Dr. Michael Newton. Con la lectura ratificó su lema de vida: “Ver al otro como a nosotros mismos porque el dolor del prójimo también duele”. Astrid ha caminado en el amor a pesar de los tropiezos y pérdidas. La más reciente ocurrió el jueves 18 de marzo cuando a las 11 a. m. la llamaron a decirle que Bercid tenía leucemia. —— ¿Cuánto puede durar un duelo? — pregunta su otra hermana, Nadia. —— El tiempo es el mejor amigo del duelo, aunque el dolor se tatúe en el alma —, responde Astrid.

Ilustración: David Londoño Mesa | una mejor vida, pero no fue posible… ese sueño lo guardé en el baúl de los recuerdos. Astrid está desempolvando su sueño luego de 35 años, lo que llevaba sin estudiar. Antes de pensar en teorías del psicoanálisis, pensaba en rollos de carne: “Me llamaban de todas partes para hacer comida para eventos y gracias a eso mis hijos pudieron estudiar”. Ama las recetas casi tanto como a sus hermanos o a sus cuatro hijos, todos profesionales: Mabel Rocío, docente en Literatura; Héctor Fabio, periodista y comunicador; Paola, administradora; y su varón que trece días después de nacer se convirtió en ángel. —— ¿Cómo se relaciona el amor que tienes por las personas con tu gusto por cocinar? —— Creo que la cocina y la psicología son un arte. Disfruto hacerles a mis hijos y hermanos platos especiales que les suban el ánimo. Intento detectar sus emociones, comprenderlas y expresar mi amor. A sus 56 años decidió soñar despierta. Entró al Liceo Concejo de Sabaneta José María Ceballos Botero a estudiar en las noches, ese año (2018) vio factorización en octavo y álgebra en noveno. Un día la rectora entró al salón

@david_lonodono_mesa

a informar sobre una beca al mejor bachiller de la institución y Astrid agradecía por ella aun sin tenerla. Al siguiente año cursó décimo y once, y a finales de 2019 fue la mejor bachiller: ganó la oportunidad de estudiar lo que quisiera, donde quisiera. “Usted es una verraca, hermanita. Se lo merece todo, estoy muy orgullosa de verla triunfar”, le decía Bercid, su hermana del alma, al verla con toga y birrete. “Mi familia siempre me ha apoyado con mi sueño de ser psicóloga”, comenta Astrid. A pesar de que sus cuatro hermanos están distribuidos en Bogotá, Quindío y Chile, se reúnen para honrar a su mamá y comer tamales, frijoles o alguna especialidad de Edith; chef y dadora de vida. Bercid, desde Chile, le mandaba $100.000 pesos colombianos de vez en cuando “para pasajes y para que no le hicieran falta en la U”. Ahora la que hace falta es ella. “La vida es un ratico”, dice Astrid. Tiempo después de perder en brazos a su pequeño bebé adoptó dos niños abandonados; Edwin Andrés de 9 años y María Alejandra de 6 meses. Luego los llevó a Bienestar Familiar y allí Astrid peleó para que fueran adoptados “junticos, porque son hermanitos”. Ahora tienen 35 y 25 años, respectiva-

En alguna ocasión hablaban Astrid y Bercid o flaca, como le decía ella, sobre la muerte. Astrid le dijo que “la vida es aprender y la muerte es trascender”, a lo que Bercid respondió: “Si me diagnostican una enfermedad, abro mis brazos, cierro mis ojos y me voy”. Y eso hizo. Bercid también era muy hábil para la cocina y se entendían a la perfección: hacían lasañas, pastas, bandeja paisa, pechuga rellena, entre muchas otras recetas de su mamá. Volvieron a llamar a las 2 p. m., la flaca se había ido. Abrió sus alas, cerró sus ojos y se fue. Sus últimas palabras el 24 de diciembre a las 10 a. m.: “Hermanita, cumpla su sueño, gradúese y sea psicóloga”. Se abrazaron. Un hombre sin sueños cojea, como la psicología sin Freud. Astrid se limpia las lágrimas, sonríe a pesar del dolor, pero no cojea. Cursa tercer semestre y ya le está “cogiendo el tirito a la virtualidad”, aunque no ve la hora de volver a ver a las ardillitas, las flores, sus amigos, ir al psicólogo, aprender de él y sanar sus heridas. “Voy a ser psicóloga graduada de la Universidad EAFIT. Voy a tener un consultorio en el que las personas no tengan que preocuparse por la plata, sino por mejorar de verdad. Lo lograré por mi familia y por mí”. Astrid conoció el mundo onírico sin estar dormida y gratinó luego de 35 años aquel empolvado sueño que ahora es el mejor plato del menú.


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LO QUE QUEDA DESPUÉS DE LA LOCURA Natalia Torres Jaramillo | ntorresj@eafit.edu.co |

@torresjnatalia

Tras la valiosa resignificación de sus espacios y la transformación de una comunidad, el antiguo manicomio aún conserva misteriosas historias.

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ra 1880 y el Ferrocarril de Antioquia había comenzado su construcción hacía casi diez años. Medellín se reducía prácticamente a la Candelaria y recibía nuevos rostros todos los días, rebosando así su capacidad; algunos contentos, en busca de nuevas oportunidades; otros desplazados, con la esperanza cargada en hombros; y algunos pocos, distantes de sí mismos, enajenados. Hubo casas destinadas para aquellos últimos y adecuadas a sus condiciones. Eran sometidos a procedimientos despiadados y pocos lograban ver la luz del sol. El problema no fue una maldad predominante, o al menos así me gusta pensarlo, sino un completo desconocimiento. Los tratamientos aún eran imprecisos; la ignorancia viene acompañada de la impaciencia. Sus brazos estaban atados a sus cuerpos constantemente, ocultos bajo sus mangas blancas. Se llamaban “casas de locos” en ese entonces y en total albergaban 39 pacientes cuyos diagnósticos difícilmente pasaron por las manos de profesionales médicos. Al poco tiempo, María de Jesús Upegui, fundadora de las Hermanas Siervas del Santísimo, incitó el traslado de los alienados mentales a un lugar que dignificara sus vidas. Fue entonces cuando se construyó, a las afueras de la ciudad en el tope del cerro Aranjuez, el Manicomio Departamental de Antioquia. Sus puertas abrieron en 1888: unas rejas palaciegas que daban pie a un ancho camino de piedra delimitado por dos hileras de vegetación. Estas conducían finalmente a la entrada frontal del edificio. Dentro de los primeros pacientes se encontraba el poeta y autor del Himno de Antioquia, Epifanio Mejía. Sin embargo, durante más o menos treinta años no se guardó registro de los enfermos en el lugar más allá de su momento de ingreso y, de ser afortunados, el de salida. Por esta razón solo se conocen algunos detalles del caso del escritor de Yarumal, los que prevalecieron en el tiempo a través del habla popular. Se dice que a sus más allegados les contó sobre algunos episodios de locura en

sin dejar atrás su historia. El terreno restante fue dividido entre una unidad de viviendas y tres colegios. A diario los jardines se rodean de personas de toda la ciudad, sus pasillos albergan los pasos de los amantes de la cultura, de los vivos. Pero no están solos; aquellas paredes absorbieron muchas de las almas que alguna vez por ellas divagaron. Cuerdos. Locos. Inocentes. Culpables. Las absorbieron porque, quizá, aún no era su tiempo de irse y hallaron una forma de seguir viviendo. Carlos Mario Gil, guía de Comfama y conocedor de la historia del lugar, cuenta que durante uno de sus recorridos se le acercó un hombre sensible, como él los llama, capaz de percibir sucesos inexplicables.

Ilustración: Sofía Betancur Silva | los que deseaba matar a sus hijos. Él mismo insistió en ser internado y pasó en el manicomio sus últimas décadas de vida. Se oyen cantidades de historias alrededor de lo que allí sucedía. En algunas se afirma que el trato inhumano continuó por años, en otras se desmiente. Se sabe que los enajenados tenían permitido realizar actividades en los jardines del lugar, tales como la siembra y cosecha de sus propios alimentos, a modo de tratamiento para sus males. Tiempo después, se hizo cargo del psiquiátrico el doctor Lázaro Uribe Cálad, quien estabilizó el trato a los pacientes y bajo cuya guardia ingresaron hasta 800 más. Algunas de las causas más frecuentes de hospitalización eran el alcoholismo, las mujeres de “vida desordenada” y los indigentes desorientados. Todos internados en un mismo lugar, uniformados con la misma batola blanca que cubría su cuerpo desde el cuello hasta los tobillos. La mayoría entraba para finalmente salir rumbo al cementerio. Tenía un área total de 13.140 metros cuadra-

@soda.re dos, de los cuales 5.610 estaban ocupados por el edificio que tenía 132 celdas. Uribe estuvo a cargo de la dirección hasta que en 1960 se construyó el Hospital Mental de Bello, lo que supuso nuevamente un traslado de los alienados y un abandono total del manicomio. Lastimosamente Aranjuez, como muchos otros lugares de Medellín, fue testigo de la violencia de la ciudad y por veinte años el lote sirvió como ‘tiradero de muertos’ de bandas criminales. Casi un siglo después de la inauguración del manicomio, Comfama decidió invertir en una restauración de las ruinas y, por medio de un minucioso trabajo de sensibilización con la comunidad de la zona, abrió sus puertas al público formando un puente entre dos extremos de una guerra. Hoy en día el edificio luce sus rejas color verde sobre los múltiples ventanales que adornan su fachada. Es ‘epicentro de cultura’ y se sitúa frente a la Calle de la Paz, bautizada como tal por la conciliación que allí se llevó a cabo. Cuenta con una biblioteca, un teatro, y muchos más espacios que han resignificado la esencia del lugar

—— “En uno de los salones del segundo piso se suicidó una señora. Carlota”, me dijo y me señaló el lugar exacto. “Aquí hay una señora que permanece de pie con batola de paciente”, afirmó cuando bajamos al auditorio. Él no tenía por qué saber esos datos, yo aún no se los había mencionado. Además de esas dos figuras fantasmales, divaga una niña vestida de blanco por los pasillos del segundo piso. También hay quienes afirman haber escuchado gritos, haber sido levantados por entes sobrenaturales o, incluso, haber capturado imágenes inexplicables. –Tomé una fotografía de la fachada del edificio en la noche porque me gustaban las sombras de los árboles que se proyectaban en la pared– afirmó Juan Sebastián Salazar, compañero de Carlos, mientras mostraba una imagen capturada con su celular del edificio en la noche. No tardó mucho tiempo en darse cuenta de lo que pretendía señalar, pues a través de la ventana del medio se asomaba lo que parecía ser la silueta de una mujer vestida de blanco. Actualmente se hacen recorridos por el edificio de Comfama, así como exposiciones de arte y fotografía en las que se ha expuesto la historia del Manicomio de Aranjuez. Este es un pasado que no ha buscado ser enterrado, al contrario, ha subsistido para unir y sanar a una comunidad. Algún día, con suerte, las almas que aún penan podrán ir a un lugar mejor.


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A-UCI-LIO Maria Camila Gómez Ortiz |

@camigomez2699 |

@camg.fotografia

“Vendrán cosas peores, vamos a tener muchas muertes a la entrada de los hospitales, grandes pérdidas en nuestras familias y la alta demanda de servicios en salud será alarmante, no vamos a ser capaces, menos con recursos tan limitados”.

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legué al mismo tiempo que la ambulancia, me paré a unos metros de la entrada de lo que normalmente son urgencias pediátricas, que ahora es una entrada habilitada para posibles casos de covid-19. De allí sacaron a un hombre en camilla y todos volteamos a verlo animados por un morbo fatalista. El hombre tenía bata de hospital, oxígeno y se notaba su deterioro: tenía la piel de un color pálido casi amarillento, posiblemente por falta de sol; aun así, volvía a casa tras superar el virus. Mi espera se hizo larga; llamé ansiosa un par de veces al médico que, pensé, sería el Moisés que me conduciría al lugar del que tantas familias desean salir para nunca volver: la UCI. Mientras esperaba, vi acercarse a un habitante de calle que curiosamente se detuvo justo antes de pasar frente a la clínica, revisó sus bolsillos, sacó su mascarilla y se la puso, cruzó y en la esquina volvió a quitársela. Me reí un poco antes de caer en cuenta que estaba por entrar a un lugar al que hasta los más valientes temen pasar. El doctor se disculpó por la demora, pero, como todos los internistas ahora, está ocupado robándole almas al virus. Me explicó que era imposible entrar a la UCI y me dirigió a la oficina de comunicaciones. Hace mucho no estaba en una clínica, nunca en tiempo de pande-

mia. Sentía que me convertía en un soldado en trinchera. Pocas veces fui tan consciente de mi cuerpo y sus movimientos como ese día, procuraba no tocar nada y el ambiente en general se sentía tenso, sabía que todos allí teníamos una única cosa en mente: covid-19. En el trayecto hacia el cuarto piso, entró al ascensor una enfermera con unas bolsas, con ella ingresó alguien en una camilla, lucía similar al primer hombre de la ambulancia, pero no tenía oxígeno. Me alarmé inconscientemente y llevé mi mano a la mascarilla, para adherirla aún más a mi nariz e impedir el paso del aire. La Unidad de Cuidados Intensivos es la última esperanza de recuperación que tienen las personas que se complican a tal punto que necesitan atención de personal y tecnologías especializadas, que solo están presentes en los hospitales de tercer y cuarto nivel de atención, es decir, de alta complejidad. En este caso, la Clínica León XIII tiene su UCI con el 100% de ocupación, rebasando sus posibilidades y llevando al límite el esfuerzo humano y profesional. A pesar de contar con la UCI más grande del departamento, con 145 camas y algunas adicionales que han conseguido habilitar, son un reflejo de la situación crítica del resto de hospitales del departamento e incluso del país. En ese sagrado recinto, donde la vida y la muerte se debaten a dia-

rio, con paredes blanquísimas, camas apiladas que deben mantener la distancia requerida, camillas atravesadas por una ampliación improvisada, el ambiente frío por el aire acondicionado y todo silencioso, salvo por algunos murmullos de médicos y muchos pitidos intermitentes de las máquinas respiratorias. En general, parece ser el lugar más aséptico del mundo, pero en realidad es la cúspide de la congregación del virus. El personal médico va y viene, se mueven con rapidez por lo apremiante de la situación, usan gafas como de motero, de esas grandes y gruesas, guantes, mascarillas, gorros, batas, muchas batas, tan cubiertos que lo único que se logra entrever son sus ojos cansados y sus posturas fatigadas. Muchas personas han pasado por las diferentes UCI del mundo a causa del coronavirus, algunas no logran salir con vida y las que sí, afirman no volver a ser las mismas. Leidy Katherine Ortega, una mujer eufórica de 28 años, estuvo a punto de vivir una tragedia familiar. Luego de un viaje a Coveñas en Semana Santa, volvió a casa y comenzó a tener una sensación de desasosiego que describe como similar a la muerte, primero ella y luego tres de sus cuatro pequeños hijos. Yo, que no he tenido covid-19, sentí curiosidad ante la fatali-

dad de su respuesta, por lo que le pregunté: — ¿Qué sentías exactamente? — Comenzó como un malestar en el cuerpo, uno muy fuerte. Luego, era una terrible sensación de ahogo, al respirar sentía fuego en la nariz, era horrible y tenía fiebre. Me tocó sacar fuerzas, porque mis hijos estaban mucho peor que yo. Uno a uno fuimos quedando regados en la UCI de un hospital infantil. — ¿Entonces toda la familia estaba en UCI? — Sí, primero mi hijo mayor se puso muy mal y mi esposo se fue con él. No lo recibían en ninguna UCI porque no tenían cama y eso que yo tengo los recursos económicos, pero ni eso vale. Yo me quedé con los otros niños hasta que uno a uno se fue enfermando y terminamos todos en una sala pediátrica UCI una semana entera. Aurora López de Torres de 79 años, vivió algo parecido, pero con el agravante de su avanzada edad. Estuvo doce días hospitalizada con oxígeno, agradece “a Dios y a la virgencita seguir aquí”, aunque al igual que Leidy lamenta todos los días las secuelas, físicas y psicológicas del virus: “Yo me siento muy triste, no soy la misma, mi salud no es igual, me canso mucho y me asfixio”.


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adecuadamente el lenguaje, que no fuera a poner tapabocas sino mascarilla. En medio de la charla tocaron la puerta y nos trajeron tinto. Me pareció paradójico, porque nadie se atrevería a quitarse la mascarilla en ese lugar, menos después de escuchar tan devastadoras noticias. Como si me negara a creer, le pregunté: — ¿Entonces, vendrán cosas peores? — ¿Peores? — sonrió a la luz de la obviedad de mi duda y respondió: “Claro que vendrán cosas peores, vamos a tener muchas muertes a la entrada de los hospitales, muchas pérdidas en nuestras familias y la alta demanda de servicios en salud será alarmante, no vamos a ser capaces, menos con recursos limitados, de esto vamos a salir, pero salimos aporreados”. No importaba a cuántos otros profesionales de la salud les preguntara lo mismo, el panorama es igual y son las mismas sugerencias. Así lo reafirmó Ligia Victoria Delgado, Médica Intensivista del Hospital San Vicente Fundación: “Nos enfrentamos a un virus raro, dinámico, que muta y cambia, fortaleciéndose con los días; aquí lo que nos queda es cuidarnos, quedarnos en casa, lavarnos las manos, guardar el distanciamiento y usar la mascarilla”. Lo de siempre, pero ahora sonaba más serio.

Ilustración: Maria Paula Toro | Encontrar un testimonio del personal de salud en pleno brote del virus, y lo que sería su mutación, fue como buscar atención de un comandante en tiempos de guerra. Los departamentos de comunicaciones de varios hospitales y clínicas reconocidas me explicaban que no era fácil pretender su atención para una nota periodística mientras había vidas por salvar. Era la entrevista o una vida, cientos de ellas. De todas formas, apelando a la relevancia del tema, las voces de algunos médicos lograron resolver varias preguntas.

A los días volví a la Clínica León XIII, esta vez con menos temor. Me esperaba el Director de Salud, Carlos Alonso García, quien era como lo imaginé: su cara era de médico, de los querendones. Con su acento paisa marcado soltaba datos, cifras y parte de la información que ya sabía; con el tiempo la conversación se fue saliendo de mis preguntas y su tono apasionado nos fue envolviendo. Explicaba, a la vez que sus manos se mecían con la elocuencia de sus palabras, cómo esta pandemia podría convertirse en una sindemia, suma de dos o más epi-

@lapiz_de_cristal

demias o brotes, ya que se espera la llegada de otro virus. — ¿Otro virus? — le pregunté consternada, mientras recordaba la película Guerra Mundial Z y algunos versículos del apocalipsis. — Sí, un primito del covid-19, pero más letal. Todos nos mirábamos aterrados, abriendo más los ojos y subiendo las cejas. Sonaba entusiasmado, no por las malas predicciones que nos daba, sino porque le apasiona hablar de ciencia. Me encomendó con insistencia que usara

Al salir no estaba muy segura de cómo sentirme. Imaginaba el virus en el aire, casi podía verlo de forma tangible en la comida, la gente, los carros y todo lo que habita el mundo. Pensaba en cuántas personas perderían a alguien por el virus y si a mí me pasaría. Sentí unas tremendas ganas de salir a vivirlo todo al mismo tiempo, pero a la vez, solo quería llegar a mi casa, llenarla de provisiones y no irme de allí jamás. Como bien lo dijo el doctor Carlos: “Ahora somos más conscientes de la vida y la muerte, de lo mucho que perdimos y lo que nos queda por perder”.

Agradecimientos especiales: a todo el personal médico y administrativo de la IPS Universitaria y del Hospital San Vicente Fundación. Su entrega, responsabilidad y sacrificio para enfrentar la pandemia no tiene límites.


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ARMAS DISFRAZADAS

DE AEROSOL Jimena Delgado | mjdelgadod@eafit.edu.co |

@jimenadelgadod

En el lugar más peligroso del mundo se come sancocho de leña, se transforman muros perforados por balas en graffitis que dejan boquiabierto a cualquiera, se usan aerosoles para dar vida a quienes creen no tenerla y se parcha al ritmo del hip hop y el rap.

Medellín, San Javier, 2002.

zamos otras dinámicas”, cuenta Ciro Censura, quien lleva como tatuaje la historia que la 13 le hizo vivir.

–– Aló. –– Tráigalo, no sabemos muy bien qué hacer con él, pero improvisamos.

El Perro y Jeihhco no creían que tantas personas quisieran seguir los pasos de un lugar que había sido poblado por desplazados, hijos de nadie; entonces, se empezaron a repartir grupos de visitantes y agendar toures a toda hora. Con los años llegaron a crear, junto a más parceros del combo, todo un colectivo que repara víctimas, enseña arte, da motivos para seguir avanzando y potencia a la comuna 13. Este es Casa Kolacho, un referente para todo aquel que recomienda parches que sí o sí hay que hacer en Medallo.

–– Nada de eso mi pana, organice algo y me cuenta. La vuelta tiene que quedar bien hecha. –– Hágale tranquilo, usted tráigalo que yo me encargo. Eso sí, asegúrese que venga como civil, nada de escoltas, ni pistolas. –– Uy, quieto... Ahí sí necesito más tiempo para tramarlo. Después lo vuelvo a llamar. La respuesta esperada, luego de aquella conversación tomó una semana en llegar a Jeihhco y El Perro. El congresista demócrata que venía directo de los Estados Unidos, el mismo que se oponía al Plan Colombia, ese que tanto se había interesado en el conflicto colombiano, ahora estaría en sus manos. Según la Corporación Jurídica Libertad, en 2002 se realizaron 12 operaciones militares. Una acción armada ocurrió en cada mes del año y en conjunto dejaron un total de 600 víctimas de homicidio, desaparición forzada, desplazamiento intraurbano y privación arbitraria de la libertad. Un año en el que por las cañerías corría más sangre que agua; una época en que las balaceras arrumaban a familias enteras al cuarto más profundo de la casa para tapizar sus paredes con colchones, hacer cambuche y esperar que la fachada no quedara como un colador; en medio de un momento histórico en que uno iba caminando por las lomas de la 13 y veía al paraco quitarse el brazalete de las AUC y ponerse insignias militares, al igual que el tombo cambiandose su uniforme por el de paraco. En medio de un mierdero político y social, inició uno de los movimientos culturales que más enorgullecen a los habitantes de San Javier, por ser símbolo de resiliencia y perseverancia. El Perro, un artista que usa como galería los muros de la ciudad, de estatura promedio y un clásico estilo

Ilustración: Jonathan Madrid Santana |

@jonathanmadrid.03

callejero a la hora de vestir; y Jeihhco con caderas, brazos y piernas anchas, capaz de crear versos en segundos para rapear de la mejor forma; ambos pelados que llevan por nombre sus apodos en vez del nombre que registra su cédula. Al enterarse de que un hombre –de corbata, lengua extranjera, proveniente de un país soñado– estaba intrigado por su realidad llena de arte, deporte y solidaridad entre tanto horror; cranearon que lo mejor era llevarlo a eso que la guerra opacó. A los lugares que los noticieros no se atrevían a mostrar, a lo que nadie externo se interesaba por ver.

parceros y profes de universidades que no conocieran el barrio a profundidad para empezar a cambiar su perspectiva. Así fue como un grupo de unos cuantos empezaron por ver pinturas estampadas en ladrillos ubicados en sectores de Independencias 3, El Salado y 20 de Julio. Dieron un vueltón por las ONG que ayudaban a cada víctima de las operaciones militares ilícitas del gobierno de Uribe. Caminaron durante casi ocho horas por el lugar más peligroso del mundo y terminaron en una escuelita llamada El Buen Refugio, voleando tapa a un fogón de leña para hacer sancocho de almuerzo.

No eran cuerpos apilados en territorios cercanos al barrio 20 de Julio, tampoco eran madres preguntando por el paradero de sus niños. Eran graffitis hechos por todo el barrio que susurraban historias de esperanza, pues diferente a la creencia popular, el dolor no es el único relato que permea toda la comunidad.

Con los días, los profesores llevaron a sus alumnos a ese mismo recorrido, en el que amenazas e insultos escritos en paredes eran tapados con diseños coloridos que dejaban boquiabierto a cualquiera que se pusiera a ver en detalle. “Por ejemplo un graffiti que quedaba en la esquina de un billar, que decía: muerte a Sebastián. Le pintamos 5 de nuestros compañeros asesinados con un letrero a la memoria y así hicimos en muchos otros lugares. Así visibili-

Pensaron que para el trayecto que se les venía encima era mejor llamar a

Sentado en la entrada de una casa con paredes anaranjadas y graffitis hasta el techo, está Ciro Censura. El politólogo que usa camisetas que llegan a las rodillas, pantalonetas anchas, gorras que cubren su calva y zapatos gordos. Mismo personaje que se unió a dar recorridos porque sus parceros se veían atareados, y que dio un alto sentido político a los grafitis que ayudaron a desarrollar toda una iniciativa social; contó cómo las obras de arte son anécdota vieja para los habitantes de la comuna, incluso mucho más antigua que las escaleras eléctricas que tanto caracterizan esa zona de la ciudad. “Desde el año de tantas operaciones militares, 2002, venimos trabajando como colectivos sociales y artísticos. Antes éramos la Élite Hip Hop, un colectivo de más de 60 artistas que empezamos a generar escuelas populares, hacer conciertos y actividades en la época de fronteras invisibles, hacer eventos en épocas de conmemoración, al igual que muchas cosas más”. Luego de recitar las historias como si de un poema se tratara... o más bien de un rap. Ciro saca una papa del paquete azul que tiene entre manos; se la come; alza la mirada, con los ojos particulares de quien ha visto la guerra de cerca y espera la próxima pregunta, mientras recuerda todo aquello que alguna vez le tocó vivir y que lo motivó a hablar para que las 600 víctimas no se siguieran multiplicando con el paso de los años, ante un gobierno que se olvidó de su pueblo.


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Están putas con la pandemia Juliana Heredia | jherediab@eafit.edu.co |

@juliheredia8

Para las personas que viven el día a día, sobrevivir a la pandemia ha sido un reto muy difícil de superar. Este es, por supuesto, el caso de las trabajadoras sexuales de La Veracruz. Los encierros, las restricciones y el abandono del Gobierno las pone en una situación compleja, o al menos así lo describen varias de ellas. —¿Van a entrevistar a las grillas? — me preguntó el taxista. —Sí, señor. —¿Y no le tiene miedo al covid? —. Lo mismo me pregunto cuando veo a tanta gente caminando en el centro como si no hubiera una pandemia. Entre bares de mala muerte, moteles y discotecas se encuentra una iglesia católica. Muchas personas pasan por La Veracruz, y no precisamente a escuchar la palabra del Señor. Algunos buscan un rato de placer y otras lo proporcionan por una tarifa determinada. El centro sigue siendo caótico, aún en medio de la pandemia. El fantasma del covid parece no existir en aquel lugar. Iba detallando los rostros de quienes estaban en medio del caos, noté cómo algunos tenían mascarilla, y otros resaltaban por la ausencia de esta. Entre la multitud distinguí mujeres de todas las edades: algunas maquilladas impecablemente y otras luciendo un rojo escandaloso en los labios; unas con vestimentas sencillas, mientras otras lucían sus impresionantes curvas con diminutos vestidos de lentejuelas. El toque de queda que se aproximaba no les impidió salir a trabajar. Una de ellas estaba al lado de un muro con una sombrilla protegiéndose del picante sol del medio día, su jornada había comenzado hace poco. Aparentaba más de 50 años, tenía las comisuras de sus labios inclinadas hacia abajo y una mirada cansada y desconfiada. Se podría pensar que su trabajo estaría afectado por las restricciones de movilidad, pero durante todo este tiempo ella ha seguido con su vida como si nada. Con una tranquilidad fingida, aseguró que jamás tuvo altercados con la policía, ni siquiera cuando incumplió las restricciones impuestas por la Alcaldía. Sin embargo, ahí mismo frente a la iglesia, las trabajadoras sexuales se manifestaron en enero porque están putas por el abandono estatal y exigen mejores garantías para ejercer su labor en la pandemia. No me dijo su nombre y tampoco se lo pregunté. Seguí con mi travesía y ella en busca de un cliente, sin que le importara quedarse hasta después del toque de queda en la calle para conseguir lo del día. Me crucé también con dos mujeres venezolanas. Una de ellas, Raquel, había comenzado la jornada a las 7 de la mañana, usaba una ombliguera rosada y se le alcanzaba a ver una pequeña barriguita. —¿Cómo haces con los toques de queda? —A nosotras nos afecta porque trabajamos al día y pagamos hotel diario, que son 20 mil pesos. Entonces si de aquí a las cinco no lo he hecho, ahí toca ver cómo hago con el señor del hotel porque igual le tengo que pagar. La gente ofreciendo artículos tecnológicos, las grabaciones antojando de “el mejor arroz chino” y la música de los bares ambientaban la conversación. —¿Qué tal te ha ido en la pandemia? —Como a todos, pues nos ha ido fuerte. Yo me fui exactamente cuando empezó la pandemia, crucé la frontera y ahí ya pusieron la cuarentena en Venezuela. Por otro lado, Bárbara, la mujer a su lado, describió la pandemia como algo catastrófico.

Ilustración: Daniel Ospina Castrillón | —Todo se paraliza, entonces para uno trabajar, enviarle a la familia, para pagar el arriendo, todo se le vuelve a uno difícil. Varias personas fijaron sus miradas en nosotras, curiosas por la charla. Mientras tanto, se oía la voz de Anuel AA en una canción que no logré identificar. —¿Cómo te ha ido hoy? — le pregunté. —Está regular. En un día, mínimo, si está bueno, cien, ciento y algo. Un día malo tienen que ser como 60 mil pesos dos ratos, dos servicios—. Dijo eso último entre risas y tapándose la cara. Tenían hasta las cinco para hacer suficiente dinero. “Pa’ la casa. A buscar comidita y pa’ la casa”. Esquivando vendedores ambulantes, encontré a una mujer recostada contra El hombre a caballo de Botero. Ella mediría alrededor de 1,55 y a la distancia, con el tapabocas puesto, parecía de unos 27 años. Grande fue mi sorpresa al enterarme que Leidy tenía apenas 18. —Voy a ser madre de una hermosa bebé. Tengo una vida común y corriente, feliz, con un esposo que me valora, me quiere. Yo me dedico a la generación de la dama de compañía. Este trabajo la verdad no me gusta. Es muy duro, de corazón, no se lo deseo a ninguna mujer— decía mientras negaba con la cabeza. Me contó que inició en la prostitución cuando tenía 9 años, bajo la influencia de sus amiguitas que lograron convencerla de que ganaría mucho dinero. —¿Qué tal la cuarentena? — le pregunté. —Horrible, es muy duro, tuvimos días sin comer, días sin pagar arriendo. Yo le pido a Dios que no vuelvan a cerrar porque esto es muy duro. La situación económicamente se va yendo pa’l suelo.

@doc.avi

El otro año que cerraron, pasamos mucha hambre, necesidad. Por ahí recibí un mercadito de la fundación Putamente Poderosas, gracias a ellas, mi familia y yo comimos— relataba con tristeza mientras recordaba los tiempos de hambre que pasó durante el encierro. En sus gestos se notaba lo agradecida que está con esta organización, que se encarga de darles voz a las mujeres dedicadas al trabajo sexual y se asegura de que sean escuchadas. Su objetivo es resignificar la palabra puta que tan comúnmente se utiliza para discriminar y ofender a las mujeres. —¿Has tenido problemas con la policía? —Sí, incluso le metí un palazo a un policía en la frente. Leidy iba con la hija de 5 años de su esposo a donde un amigo que le daría comida. La niña tenía tres días sin comer. “Uy, esta gonorrea maldita, ándate pa’ la casa que todo está cerrado”, le gritó el patrullero mientras le tiraba la moto a la niña. Leidy le respondió con un palazo en la frente y, como solo tenía 17 años, fue llevada a la correccional de menores. —Hay días que ni siquiera hago ni pa’ tomar un tinto, no, muy duro, mami. Pero mientras que tenga vida y salud yo, mi madre, mis hermanos y mi hija, vaya y venga. Leidy usaba un vestido negro escotado que resaltaba su figura y su vientre de 7 meses. Su cabello era largo y oscuro, y en su cuello colgaban tres collares de cordón negro. Viéndola de cerca, sí parece una niña. Su rostro no tenía nada de maquillaje y sus ojos trasmitían amabilidad. Se quedó en el mismo lugar donde la encontré, aguantando el sol y buscando la plata del sustento diario.


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Una semilla

Andrés Carvajal López | acarvajall@ea

El Centro Cultural Altavista, reconocid bahareque, se prepara para retomar a aniversario, continuando con la tra

A

llí, en lo alto de una montaña que pinta de verde el paisaje suroccidental de la ciudad, a la que solo se puede acceder por una calle angosta y deteriorada en la que no caben dos integrados al mismo tiempo. Allí, donde el paisaje está adornado por casitas de guadua, concreto y, en el mejor de los casos, ladrillo, que parecieran no aguantar la más tenue de las tempestades. Allí, unas cuantas cuadras más arriba de una virgen que hace las veces de peaje, registrando la entrada y salida de quienes cruzan la última frontera de la ciudad, se encuentra la Corporación Cultural Altavista. Mencionar a Altavista puede producir muchas reacciones negativas entre los medellinenses. Resulta común obtener respuestas que evocan aquel pasado violento que marcó la historia del territorio y hasta el habitual comentario que confunde al corregimiento con Bellavista, una famosa cárcel a la que, según se advierte, hay que ir con todas las precauciones para no tener ningún percance. La verdad es que quedarse con la imagen que proyectan las noticias sobre este territorio no le hace justicia a esa cierta apacibilidad que se respira en el lugar. Quizá sea la vasta vegetación que aporta esa frescura parcial o tal vez sea el mosaico nublado que contienen los intensos rayos de sol del mediodía. Pero de lo que no cabe duda es que “La Corpo”, como cariñosamente la llaman sus miembros, ha cumplido un papel fundamental en la reconstrucción del tejido social de dicha región, aportando una alternativa de esparcimiento cultural a personas de todas las edades. La institución destaca –entre muchas otras que tienen una motivación similar– no solo porque en julio llegará a los 20 años de creación, sino también por la peculiar arquitectura de su sede principal, que combina una estética rústica con pequeños detalles artesanales que la hacen única en su tipo. La casa se roba todas las miradas porque fue edificada a partir de técnicas de bioconstrucción, es decir, que se emplearon métodos como los que solían usar nuestros antepasados para erigir sus viviendas, con la utilización de bahareque y tapia que, a su vez, resultan ser materiales amigables con el medio ambiente. “La Corporación toma dos bases: la primera es que quiere ser una con su entorno, y la otra es la tradición. El corregimiento es rico en tierra, por eso quisimos aprovechar este material para construir la casa y, también, quisimos adoptar esas técnicas ancestrales para hacerlo”, comenta Juan David Monsalve, representante legal y socio de la organización.

Esta vivienda cuenta con dos plantas que fueron aseguradas con columnas de concreto para garantizar su estabilidad, pero cuyos muros, ventanas y decorados están hechos de una mezcla de barro apisonado y componentes vegetales secados al sol; lo cual aporta a esa esencia cultural, a esa gran apuesta por el desarrollo artístico que en este recinto se hace evidente hasta en las paredes, luciendo distintas figuras inspiradas por el arte prehispánico y por la filosofía zen. La idea de crear un espacio para incentivar las manifestaciones culturales en el corregimiento nació de Jairo Alberto Valencia, docente de una institución educativa de la región que logró identificar una necesidad latente entre los niños y jóvenes de principios de los 2000 por realizar actividades lúdicas, deportivas y, especialmente, culturales en su tiempo libre, como medida de contención para hacerle frente a las problemáticas que había en el entorno. Al terminar la jornada académica, el profesor solía reunirse con algunos de sus estudiantes para acompañar su proceso de formación artística y social. Pronto se corrió la voz de lo que estaba sucediendo en el corregimiento y el grupo comenzó a crecer hasta congregar cerca de cien participantes en cada reunión. A partir de este punto se empezaron a organizar ventas de empanadas, se ofrecían shows de payasos y hasta de malabares para recolectar fondos que permitieran comprar instrumentos musicales y otros elementos para llevar a cabo nuevas actividades. De este modo, La Corpo pasó sus primeros años como un colectivo de voluntarios que se reunían para inculcar y acompañar el desarrollo de capacidades artísticas en los más jóvenes de la comunidad. A pesar de esto, cada vez se hacía más evidente la necesidad de tener un sitio propio para congregarse, en vista de que no siempre se podía contar con un lugar fijo. “La corporación en sus inicios era muy nómada. Los espacios que nos prestaban no sabíamos si en verdad teníamos disponibilidad para ocuparlos completamente. Por eso, en 2009 nos pusimos como meta comprar un espacio propio”, recuerda Juan David. Y fue esa motivación de querer tener una morada lo que llevó a los miembros de la organización a poner todos sus esfuerzos en función de encontrar la anhelada estabilidad. Por fortuna, ese mismo año tuvieron la oportunidad de ejecutar un proyecto en conjunto con la Secretaría de Cultura de Medellín, lo cual supuso unas buenas utilidades que, sumadas a los ahorros que ya tenían, fueron suficientes para adquirir un pequeño lote con una casa prefabricada en la parte alta del barrio La Perla, justo frente al colegio que los vio nacer.


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a en La Perla

afit.edu.co |

@andrescarvajallopez

do por su llamativa fachada de tapia y actividades a la espera de su vigésimo ansformación social del territorio.

Nada más llegar a su nuevo espacio, los miembros empezaron a imprimirle ese toque cultural a la que solía ser una vivienda común y corriente, adecuándola para que fuera un lugar óptimo en el que se generara una verdadera transformación en Altavista. De hecho, la casa nunca estuvo pensada como un proyecto que limitara el acercamiento con la comunidad, sino como un sitio en que se pudiera implementar el modelo de maloca, que es el punto de encuentro en el que las comunidades indígenas llevan a cabo todo tipo de encuentros públicos, como las cuestiones políticas, rituales y festivas. También fue en ese momento que la corporación empezó a pensarse a futuro, a trazar unas metas que poco a poco empezarían a ver la luz y, sobre todo, a adoptar un carácter más organizacional que le permitiera establecerse como un proyecto sólido, capaz de ser autosostenible para garantizar una remuneración a sus colaboradores, con el objetivo de no depender de la disponibilidad de las personas y de llevar un proceso más constante. La mira estaba puesta en hacer posible un espacio para la educación popular en el corazón de la montaña, un proyecto que estuviera motivado por la reivindicación del patrimonio campesino, por la memoria histórica y por su incidencia en los jóvenes del territorio, dinamizando los procesos sociales mediante la danza, el teatro, la música, la literatura y las manualidades, entre otros. Una de las personas que fue partícipe de esa planeación estratégica es Alba Liliana Agudelo, docente y artista que acompaña el proceso de la institución hace una década. “Cuando yo llegué estaba todo por hacer. Yo tuve la posibilidad de soñar lo que podía ser en un futuro, este futuro que ahora estamos viviendo. Pero lo que más me llamaba la atención era que estos seres, teniendo la posibilidad de montar un restaurante o un centro comercial, deciden darle su vida a un proyecto para la transformación de su territorio”, apunta Alba.

Ilustración: Ana María Alzate Zuluagao @me.hago.bolita

generaban el desplazamiento. Pero esos también nos enseñaron, esos que no lo lograron nos hicieron darnos cuenta de que las transformaciones tienen que darse desde aquí”, concluye Alba. Con el paso del tiempo, el lugar tuvo varias intervenciones arquitectónicas para albergar cada vez más personas de diferentes edades y alrededor de diferentes iniciativas. Se construyeron más salones, se edificó una segunda planta y, en 2018, se logró anexar la vivienda contigua para completar la totalidad del espacio que ocupan hoy en día, gracias a que un extranjero quiso hacer su aporte vendiendo la casa vecina a un muy buen precio. Sin embargo, este nuevo espacio se encontraba en mal estado, tenía problemas de humedad y constantemente se inundaba por el deterioro de su estructura. “Ahí nos fuimos con toda por el proyecto de construcción y derribamos la casa que había. Nos repartimos las funciones y cada uno se encargó de convocar personas de todas las organizaciones de la ciudad para que nos ayudaran. No estábamos pidiendo dinero, simplemente que se sumaran las manos”, dice Juan David. Fue así como cada fin de semana la comunidad, los miembros de la corporación y cualquiera que se quisiera sumar al proyecto llegaba al lugar para aportar a la edificación, bien fuera pisando barro, acomodando la esterilla o esculpiendo detalles en las paredes.

El lugar se vestía de fiesta a medida que más voluntarios se teñían de lodo. Los tonos terrosos empezaron a cubrir la estructura durante los dos meses de construcción y el conjunto iba adoptando una figura cada vez más auténtica, no por la forma irregular de sus paredes, sino porque cada metro cuadrado tenía impresa la esencia de todos los que contribuyeron a la terminación de la obra. Esta maloca logra condensar todas esas emociones y percepciones que pueden habitar en una misma comunidad, representando de manera prístina la plasLos años transcurrían y el proceso seguía cada ticidad y diversidad propias del arte. vez más firme, impulsado por los resultados que se podían ver a simple vista en los cientos de La Corporación Cultural Altavista se prepara jóvenes que la casa había visto crecer y ahora es- para retomar sus actividades tras un año entaban liderando sus propios procesos de cambio revesado a causa de la pandemia, que detuvo dentro y fuera del corregimiento. Sin embargo, varios procesos que se adelantaban en sus insno todos los que tuvieron la oportunidad de pasar talaciones. No obstante, los ánimos están más por La Corpo lograron escapar de esa espiral de altos que nunca para acoger de nuevo a las perviolencia que azotaba Altavista, principalmente sonas de la comunidad y enseñarles los nuevos durante la compleja situación de orden público espacios que se construyeron durante el confique tuvo lugar sobre los últimos años de la dé- namiento, cosechando los frutos de esa semilla cada pasada. “Algunos que antes hacían teatro y que alguna vez se sembró en el corregimiento caminaban pregonando mensajes de vida en las y ahora se ve florecida gracias a los cuidados calles luego eran los que amenazaban, los que de tantas generaciones.


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Entrebalasyespantos Nicole Rubinstein Ángel | nrubinstea@eafit.edu.co |

@nicole_rubinstein

Ser finquero durante el conflicto armado no era fácil: junto con las amenazas de guerrilla y paramilitares, estaban las brujas que trabajaban con estos grupos armados. En una noche fría, Carlos recuerda su pasado en el Magdalena Medio y las brujas que abundaban en la zona.

Ilustración: Diego Cárdenas Gómez |

L

os gritos comenzaron hacia las dos de la mañana; era una mujer. Su llanto sonaba tan fuerte que se podía sentir a unos cuantos centímetros de la ventana. Carlos trató de tranquilizarse con la idea de que tal vez se trataba de la esposa embarazada de uno de sus jornaleros en trabajo de parto, pero era un llanto tan desgarrador que pensó que se había metido la guerrilla a la finca. Recordando esa noche, que parecía más oscura de lo normal, Carlos admite que rezó todas las oraciones que conocía hasta que por fin el sonido paró a eso de las seis. — ¿Y todos los que estaban en la finca lo oyeron? — Sí, todos — respondió Carlos—. A la mañana siguiente hablé con mis trabajadores sobre lo que había sucedido la noche anterior. La señora que estaba en embarazo no había tenido al bebé, entonces esa explicación quedó descartada. Además, me aseguraban que no había sido la guerrilla la que causó ese sonido. — ¿Entonces qué era? Sus ojos se ensombrecieron un poco, como si estuviera reviviendo la escena. — Me dijeron que fue una bruja de la guerrilla que vino para hacer maleficios. Recuerdo muy bien que uno de ellos se mantenía con una bolsita llena de sal amarrada al cinturón, que para que las brujas no lo mataran. Carlos es un hombre robusto, de sonrisa amable y con un talento innato para contar historias. Durante el conflicto armado tenía dos fincas ganaderas en una

de las zonas más activas y disputadas por la guerrilla y el paramilitarismo. Ser ganadero y terrateniente era una labor difícil, pero Carlos era fuerte: sabía cómo mediar en desacuerdos y negociar soluciones, así que vivía en relativa paz. Sin embargo, hay cosas que no se pueden resolver a través del diálogo, menos cuando no solo lo perseguían las balas, sino también los espantos. *** Por siglos, las personas alrededor del mundo han acudido a la magia negra para conseguir lo que desean. Colombia no es la excepción. Estas prácticas son tan comunes en el país que han sido abordadas en una gran cantidad de libros y crónicas periodísticas. La Bruja narra la historia de Amanda Londoño y cómo fue contratada por varios presidentes para hacer maleficios. En su relato, ella menciona que “medio pueblo estaba metido en esas vainas”. Durante el conflicto, muchos bloques paramilitares y guerrilleros usaron maleficios y ritos chamánicos como estrategia militar. Personajes famosos como ‘Raúl Reyes’, ‘Martín Sombra’ y ‘El Negro Acacio’ recurrieron a la ayuda de brujas para definir sus pasos a seguir dentro de la guerra. Los combatientes suelen acudir a la brujería para lanzar maleficios en contra de sus enemigos, pero además persiguen la protección: participan en un rito conocido como “cruzarse”, que consiste en beber la sangre de un gato negro sin ojos con la ilusión de mantenerse a salvo durante el combate.

*** La sala de su casa actual estaba fría a pesar de la fogata que ardía en la chimenea. Se podía ver la neblina empañando las vidrieras de las puertas que dan a la terraza. Era la noche perfecta para que la bruja de la historia se apareciera por ahí justo en ese momento. — ¿Entonces al final pudo confirmar que era una bruja? — No, no pudimos encontrar rastro de ella, pero tenía que ser una bruja. Lo que pasó unos años después me confirmó que sí había varias en la zona. Imagínate que una vez intentaron hacerme un amarre. Su voz se tornó baja y seria, algo inusual por la forma en que habla. En sus ojos se podía ver que estaba recordando la violencia que presenció durante los años de la guerra, sobre todo lo que se había negado a creer hasta que le sucedió. — Yo estaba intentando vender la finca, porque ya en esa época se estaba volviendo peligroso tener tierras por allá. Como no había sido capaz, mi hija me habló de un señor que hacía exorcismos y él fue el que me dijo que me estaban haciendo brujería. Hizo que me tomara un brebaje con avellana para limpiarme por dentro, recuerdo que me generó mucho malestar y daño de estómago después. Dijo que si revisaba en mi casa encontraría el amarre y lo encontré: era una bolsita que tenía pelo y cenizas de cementerio. Era por ese amarre que no había podido vender la finca. Todos los amigos y familiares de Carlos saben que es alguien que cree firme-

@undibujolibre

mente en Dios. Cada vez que sale de la casa y se monta en el carro, reza tres padrenuestros y tres avemarías. Sus historias de guerra, brujas y espantos parecían darle una explicación a esta práctica, lo cual tiene mucho sentido. ¿Quién no querría un poco de protección extra tras vivir algo así? ¿Se considera a sí mismo una persona supersticiosa? La verdad no —dijo riendo —, pero es que por allá pasaban unas cosas que no se podían explicar. Una de mis fincas estaba construida sobre lo creíamos era un cementerio indígena, porque nos encontrábamos narigueras y otras cosas de oro. De hecho, los trabajadores siempre me decían que los jueves y viernes santos las ánimas le mostraban a uno dónde estaban enterradas las guacas, pero nunca encontramos una. Lo que sí nos daba susto era empezar a cavar y encontrarnos esqueletos, porque en esa época cualquier hueco servía para enterrar un cuerpo. Cuando piensa en los días del conflicto, Carlos no olvida el peligro invisible que también rondaba por la zona, aquel que venía con los gritos en la noche, los cuentos sobre espíritus y esa horrible bolsita con pelo humano y cenizas de cementerio. No hay mucha información sobre todas las cosas que ocurrieron entre las filas de los grupos armados, pero, aunque no muchos se atreven a admitirlo, es bien sabido que hubo un estrecho vínculo entre nuestra historia de violencia y algo oscuro que está mucho más allá de nuestro entendimiento.


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Las mujeres que pintan Gigantes Susana Estrada Pérez | estsusi@gmail.com |

@sep_1125

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s indiferente si llueve, hace sol, truena o relampaguea porque a los peatones, conductores y, en general a todos los transeúntes, se nos hace imposible ignorar a los Gigantes en el ladrillo. Unos son orinados, despicados para armar porros de marihuana, utilizados para vender casas, escribir amenazas o solo para ensayar firmas. Pero también existen Gigantes que expresan con pinceladas y aerosoles el dolor de la sociedad; esos que se han reproducido como ratones por las calles de Antioquia. Se pueden observar desde Támesis hasta Rionegro, Marinilla, Guatapé, Santa Elena y Medellín al cruzar por El Poblado, la estación del metrocable la Aurora, también a través de las amplias ventanas en las calles que recorre el tranvía de Ayacucho y en las afueras del Parque Comfenalco en Guayabal. Todos tienen algo en común: la denuncia y el sello femenino. Tatiana Mejía Peláez, diseñadora gráfica e ilustradora, es una de las muchas artistas que visten a los Gigantes con una gama de colores extensa y una pasión inmensurable por defender las causas en las que creen. Su nombre artístico es Titania, reside en el Suroeste antioqueño y denomina su arte como artivismo. Sobre sus obras, comenta: “traducen el deseo y la necesidad de proteger los territorios, donde sus habitantes aplican sus conocimientos, memorias ancestrales y cultura, en pro de la defensa de estos lugares sagrados, biodiversos y multiculturales, que están siendo amenazados en nuestra Colombia profunda”. En Támesis, la anaconda-jaguar realizada por Titania está denunciando. Su boca escupe críticas en tonalidades diversas de colores; critica la relación destructiva que tiene el hombre contra la naturaleza. En su trasero pintado de rojo están tatuadas las siglas AGC: la multinacional minera Anglogold Ashanti que destruye el pulmón verde en Antioquia. La Jaguaconda, como la llamó Titania, es un ejemplo de cómo el arte habla con la boca cerrada. Los Gigantes se han tomado Medellín: en el Teatro Pablo Tobón Uribe, el Museo Casa de la Memoria y en las calles de Manrique se aprecian con mayor exactitud y van apareciendo ante el ojo humano a manera de espectáculo, transformando su observación en un juego visual. Están envueltos en un mar de colores pasteles, brillantina y pepitas que ilustran en su mayoría figuras femeninas, las cuales cautivan por su misticismo; llevan largas cabelleras adornadas por pinceladas estelares: lunas, estrellas y hasta los anillos de Saturno como accesorio. Esta es la pro-

Cortesía Tatiana Mejía | puesta artística de Pirañas Crew, colectivo feminista de grafiti, conformado por las artistas Antro, Ámbar, Inocua, Paprika, Karen Iu, Latoya, Rula, Regia, Lochi, Lieke y Nepo. En un pedazo de madera a gran escala, en un muro del barrio Colombia, conformado tan solo por dos carreras y cuatro manzanas, se encuentran retratadas las “Puticas”, como a Titania le gusta llamarlas, hacen parte de los “seres anónimos” que la sociedad invisibiliza a propósito, a la vez que se lucra de ellos. Los helados se derriten bajo el sol de mediodía mientras este Gigante en madera se levanta con sus plataformas extravagantes y coloridas, con ropa corta y cabellos rosados, azabache y caoba, que sin duda generan un deleite visual gracias a la explosiva gama de colores propia del “surrealismo-criollo”, como lo denomina la artista: vibrante, inusual y con sello colombiano. Son las seis de la tarde y las once Pirañas ya se unieron a la llamada. Ámbar tiene brazos con escamas tornasol, cuello abrazado por conchas, labios rosa y tiara de perlas doradas, o al menos así está retratada en su tarjeta de presentación en el Instagram del colectivo. “El arte ha servido para reivindicar lo que es el espacio público, la relación mujeres-espacio público. Digamos que esa dicotomía entre espacio privado y espacio público, muy antigua del feminismo, todavía no se ha diluido, sigue muy presente”, opina Ámbar. Las desapariciones, violencia y múltiples feminicidios diarios en Medellín, generan un clima de inseguridad para las mujeres; recurren al gas pimienta, tasers o inclusive a las llaves de la casa entre los nudillos, porque no se sienten protegidas. Es por esto que las artistas a través de los Gigantes pretenden reclamar el espacio que la inseguridad les ha arrebatado, “estar en la calle, persistir en la calle durante muchas horas, que es lo que implica la creación de un

@undostresportita

mural, es una forma también de prestar el cuerpo para la causa feminista, así se está recuperando el derecho de habitar la calle”, concluye. —A inicios de 2013 el colectivo nace de una tesis acerca de trabajar con las adolescentes sobre derechos sexuales y sexualidades libres —afirma Antro con seguridad—, comenzamos a cuestionarnos cómo desde distintas propuestas artísticas se busca mostrar las experiencias de las jóvenes de las periferias de la ciudad. Uno de los componentes más fuertes en la estética de Pirañas es la referencia a elementos mágicos, o de otros mundos, donde la mujer se muestra endiosada, acompañada de elementos de la naturaleza. Su sexo también está un poco iluminado, para jugar con esa ambivalencia del género. Estas representaciones se anteponen al retrato clásico de musas posando en sus lechos para los pintores del Renacimiento. La protesta social ahora es la inspiración que deja que las ideas broten a través del pincel. “Traemos el misticismo, la imaginación y las emociones que se extraen desde el feminismo”, añade Antro. Las burbujas de Teams se van activando a medida que las Pirañas se sumergen en sus historias, las gotas de lluvia golpean las ventanas y se advierten truenos desde la distancia cada que alguna enciende su micrófono. En el barrio Santander un Gigante retrata a una joven de cabeza grande y mejillas rosadas inmersa en un libro, bajo ella se extiende un oleaje azul pastel en el cual nada una Piraña, a su derecha la frase “la mejor esquina de Medellín” y a su izquierda “los niños reclamamos más espacios de creatividad e imaginación”. En su paleta de colores incluyen elementos asociados con lo femenino porque no buscan quitarles su connotación, sino que “se trata de empoderarse desde allí, ya que como mujeres nos pertenece”. Es así como en Medellín, con el paso de los años, el arte se ha sometido a un proceso de feminización. Cada vez son más las artistas que se suman a la manifestación de realidades y a la protesta social a través del muralismo y el grafiti. Son mujeres monumentales que utilizan a los Gigantes para levantar sus voces a gran escala. Comenzó el toque de queda. Llueve como si el mar estuviese en el cielo. La conexión es inestable. El río Medellín se desbordó, y aun así, las Pirañas permanecen a flote y las “Puticas”, a pesar del frío y la lluvia, siguen ligeras de ropa.


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EL CACIQUE Juan J. Mesa |

grafiasdeunsofiante.com

Enredado entre las calles del Centro, un brujo trabaja para la gente.

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a Facultad de Derecho de la Universidad de Antioquia dictaba algunos de sus cursos en la Antigua Escuela de Derecho. Los abogados insisten que fue esa –y no la Escuela de Medicina– la cuna de la Universidad, auspiciada por Simón Bolívar en 1827. En aquel edificio neoclásico, diseñado por el belga Goovaerts hacia los años en que Neruda publicaba Imperial del Sur, yo recibía el curso de Semiótica. Una mañana de marzo me hallé atrapado en un tumulto frente a la Iglesia San José –en aquellos días el tranvía de Ayacucho apenas se reconstruía y el paso peatonal quedó reducido a escasos metros– cuando una mano rozó mi pierna. Sorprendido, la extrañeza me hizo recibir, sin apenas fijarme, el contenido que albergaba. Cuando alcancé las escaleras de la estación Parque Berrío revisé entre mi puño: al desdoblarlo asomó una hoja rectangular que decía, en una tipografía elemental y roja: Amores Rebeldes. Doblego y amarro a la persona que ama para que se tienda a sus pies hasta que usted lo desee. El resto del panfleto contenía números telefónicos y una dirección hacía el edificio Los Katíos. Me reí, pero guardé el volante como separador entre las páginas de Viaje a pie. La hechicería me era del todo extraña, apenas había leído La Bruja de Castro Caycedo para tener noticia de trabajos y encantamientos que se hacían en los pueblos de Antioquia. Cuando conocí las historias d’embrujos y espíritus enconados me maravillé; el uso de sal trasnochada y caléndula para curar males de ojo me resultó pintoresco. Sin embargo, siempre lo pensé como fábula, palabras dedicadas al orbe de la ficción. Juan Diego César, de otros cro-

nistas que escribieron en los tiempos de la Conquista, contó la leyenda de los Catíos. Como en las épicas de Micenas y Esparta, hubo en las tierras de la Colombia andina un rey mítico: Anbaibe, quien curó la soledad del dios Chocó al ofrecerle desposar a su sobrina, la princesa Mile. El rey de los Wayú tuvo dos hijos varones: Nutibara y Quinunchú. Nutibara, el mayor entre ellos, se hizo monarca de los Catíos. Cuando los españoles invadieron el continente, Nutibara, que regía desde’l actual Frontino, ensambló una hueste para defender su reino. En las puertas del templo de la diosa Dabeiba, el Cacique se enfrentó en un duelo contra el mariscal español Francisco Cesar luego de que su hermano hubiera muerto en una escaramuza anterior contra los invasores. La pica de Nutibara venció el broquel del español, pero el ejército de la península traicionó el juramento y conquistó a los Catíos.

El consultorio estaba adornado de abundante parafernalia: junto a la ventana posaban estanterías de frascos y polvaredas; al suelo lo cubría una alfombra marrón de patrón carmín. En las paredes colgaban varios cuadros: un tetragramatón tallado en madera con una nube copiosa de comentarios y anotaciones, una serie de rostros fotografiados de indígenas Catíos y Embera, y un afiche dibujado de las Sefirot. En mis hombros cargaba una bolsa de tela verde.

Hace unas semanas hurgué en mi carpeta de Memorias por aquel panfleto que había guardado en 2017. Fue así como, una mañana de marzo, cuatro años después de la primera, volvía al Centro.

-¿Se me nota? -respondí con una risa nerviosa.

Katíos, mi rumbo, era un edificio antiguo y opaco. Al entrar por la pesada puerta ferrosa noté un aroma mohoso y un pasillo alargado con losa de falso azulejo. Las ventanas temblaban cuando pasaban los vagones del Metro. No había recepción y nadie se fijó en mí cuando entré, por lo que continué mi camino hacia las escaleras. Subí dos niveles, pisando un par de veces cada escalón de madera, hasta alcanzar el despacho 304. Me detuve frente a la puerta. Yo iba en busca del Cacique del Amor (su volante exhibía además la imagen de un indio Piel Roja y agregaba: Los secretos de la Selva: atrae, seduce y conquista al instante).

-Frótese las manos con el aceite que está junto a la lámpara. Muy bien, ahora siéntese por favor -El Cacique, como me pidió que lo llamara, vestía un sobrio traje negro. Las mangas de su camisa estaban remangadas y llevaba dos anillos en la mano izquierda. Su nariz estaba perforada y noté que tenía sombra en los párpados. -Viene por un problema de amor ¿cierto? -me dijo.

-Los jóvenes siempre consultan por amor. Aunque usted no tiene pinta de alguien que haría un ligue. En cualquier caso, no puedo ayudarlo; en Semana Santa no le trabajamos a otras personas. -No es sobre otra persona -me apresuré a contestar -Es sobre mí. -¿Cree que le hicieron un amarre? -Preguntó. -No, no realmente. -¿Entonces? ¿De qué se trata? -No estoy seguro -Sentí mucha confusión en ese momento. El Cacique me miraba fijamente y ya dejaba ver en su rostro una mueca de impaciencia. La verdad es que yo había emprendido todo este lance persiguiendo una historia para narrar, una anécdota

que después engalanaría. Pero al estar sentado dentro de aquella habitación sentí miedo: miedo a perder, a verme vacío. El Cacique tomó aire, encogió los hombros y habló: -Bueno, empecemos por otro lado. ¿Trajo algo de esta persona? ¿Fotos, una prenda? -Si -De mi bolsa de tela saqué tres fotografías que tenía guardadas en La Odisea y un buzo holgado de color rosado. Los puse sobre la mesa. La primera de las fotos era un rostro durmiente en picada que reposaba en un regazo; la segunda era un desnudo casi íntegro tomado en un espejo –el mesón del baño cubría las piernas–; y la última era un retrato en primer plano donde relucían unas cejas cuidadas y una sonrisa incólume. El Cacique observó en silencio los enseres. Luego de unos segundos desenfundó un cuadernillo bordado y arrancó una hoja; me la extendió junto a una pluma. Me pidió que escribiera. Yo copié su nombre, su fecha de nacimiento, el año en que nos habíamos conocido y la cuenta incalculable de las veces que lloramos. A continuación, detallé cómo derramaba una gota de un frasco púrpura sobre cada fotografía. Con la punta de su dedo corría el líquido en la superficie trazando una cruz. Pronunció palabras que no pude comprender y las primeras dos imágenes que yo había traído, al igual que el papel donde acababa de escribir, las colocó en un cenicero de cristal; esparció sobre ella un par de hojas de tabaco y encendió un fósforo. Lo mantuvo en el aire y antes de arrojarlo me miró: -El fuego. El fuego consume los excesos y quema lo impuro. Deje que las llamas purguen la culpa


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pachaba quincenalmente a Medellín con una cartera de billetes y una lista. Eran los insumos de su trabajo, que debe suplir desde el mercado de Cisneros: especias asiáticas, polvo de plata, talismanes moriscos, tallos de davana, molido de golpar, queroseno, cirios y sellos franceses. Sus albores en la brujería fueron arduos. Su tía lo mandaba a dar vueltas por cada rincón de haciendas y pesebreras buscando amuletos de amarre, normalmente bolsas de tela con materia envueltas en cabello. Iba de finca en finca averiguando si un animal había muerto y si él podía tener el cadáver. De los pequeños, me cuenta, todos los huesos se molían, a excepción del cráneo; los más grandes eran desollados para trabajar sobre sus pieles. Si bendecían una finca, entonces él cavaba los huecos donde debía aparecer la guaca. La brujería está lejos de desaparecer, así me dice El Cacique, de hecho, ha aumentado considerablemente. En su niñez su tía era la única bruja de Concordia, y en cada pueblo era normal que solo trabajaran hasta media docena. La competencia por los clientes era mordaz. El Cacique llegó a dedicar, por órdenes de su tía, semanas enteras de rezos para maldecir a otras adivinas. Durante el apogeo del narcotráfico las brujas fueron celebridades entre mafiosos y combatientes, pero lo más importante pasó en las ciudades. En las capitales había poco trabajo, y era por encargos excepcionales que un brujo las visitaba. No obstante, hubo una época en que campesinos y desplazados llegaron por miles, y con ellos la tradición supersticiosa. En los pasajes de Medellín, Bogotá, Cali surgieron centenares de adivinos, chamanes, brujos, encantadores. Como El Cacique, muchos de los que practicaban los ritos de la magia en los pueblos tomaron rumbo a las ciudades.

Ilustración: Nicolás Sanabria | y hagan cenizas lo que no debe perdurar. Las brasas anticipan a la tierra fértil. -Hubo silencio y ambos miramos cómo papel, tinta y lámina se hacían indistinguibles. Sin regresar la mirada el Cacique comenzó a recoger sus instrumentos. -Arrójela al aire en un lugar a donde usted nunca pueda volver. -Intuí

que hablaba de la tercera fotografía. -Eso es todo, ya terminamos. Guardé en mi bolsa lo que no había sido incinerado y al ponerme de pie agregué: -Gracias. ¿Cuánto le debo? -El Cacique sonrió y luego de una sutil carcajada me dijo: -Nada.

@insomnia.illust

Nunca me reveló su verdadero nombre, a pesar de que le hice la pregunta varias veces. Era el menor entre doce hijos de una familia cafetera de Concordia. Dejó la escuela luego de hacer segundo año de primaria, y aunque tampoco quiso revelarme su edad, intuyo por lo taimado de su rostro y las arrugas, que debe tener más de cincuenta. De niño su tía lo des-

Las fuerzas peninsulares sometieron a los pueblos andinos. Ellas impusieron su religión, trajeron sus vestidos y enseñaron su lengua. Pero el Cacique Nutibara enarboló la maldición antes de caer traicionado; miró la cara pálida de Francisco César y dijo: -Tus hijos, y los hijos de aquellos, soñarán con las espigas de Karagabí. Y a la sombra de tus barcos y tesoros, bella Dabeiba convertirá el oro en sangre.


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UN YIPAO ENTRE CALLEJONES Y LIENZOS David Ochoa Soto | dochoas@eafit.edu.co |

@esetal_ochoa

El fuerte olor a café, el ruido de los turistas que suben y bajan por las escaleras eléctricas de la comuna 13 y el calor intenso de mediodía acompañan el recorrido por el Museo del Café Yipao.

D

onde fue fundada aquella nación liberada por el criollo Simón Bolívar, toma lugar un protagonista sin voz ni voto: un pequeño grano que arribó a los puertos americanos a manos de las muchedumbres españolas que se tomaron las costas, las cordilleras, los llanos, los valles y las vidas de los indígenas colombianos. Este protagonista, que no nace en la región, llega en el siglo XVI como un simple aporte a la agricultura de las colonias españolas; pero con el tiempo se convierte en la imagen internacional de los colombianos que, arrasados por las luchas libertadoras, encuentran en este afrodisíaco producto una reconstrucción cultural y económica, y la posibilidad de dejar atrás el papel de territorio dominado por la corona española para apropiarse del título de país exportador de café.

cuatro vueltas con la cuchara dentro de la jarra y por último la prensa separa el líquido de los restos viscosos del grano molido. Al terminar deposita en seis pocillos, de una hermosa porcelana blanca y amarilla, la bebida con notas ácidas, dulces e insonoras. Ahora los visitantes disfrutan en sus paladares una ópera preparada por una cantante llamada “Laura”, de tan solo 30 años, mientras comparten la historia de un café que no se limita a su método de preparación o a su impacto en la comuna 13, sino que se remonta a la labor de los cafeteros que abrieron la puerta del extranjero a los colombianos sobrevivientes de las luchas libertadoras.

Soportado por columnas, vigas y la revolución de vida de los habitantes de la comuna 13 de Medellín, que hasta hace poco fue vista como campo de batalla, está el Museo del Café Yipao. Las paredes convertidas en lienzos, el paisaje de aquel bosque de ladrillo y lata, los escalones, pintarrajeados y agujereados, que fueron reemplazados por la tecnología de las escaleras eléctricas y los grupos de visitantes curiosos adornan el exterior de aquel lugar. Aquí se deforman los significados tradicionales, “el gramo” no es de droga y los únicos “fierros” son las cafeteras utilizadas para materializar la experiencia completa de esta bebida negra. La entrada a su primer nivel se asemeja a la ruptura formada por un grupo de rocas en una montaña que da paso a una cueva. Al entrar en esta caverna la primera imagen es un mural de colores vivos. Se lee “Yipao” en letra cursiva y hay imágenes de plantas que parecen salir del muro para abrazar a los turistas que descansan en una alargada y fina banca de madera.

Ilustración: Maria Isabel Giraldo |

— ¿Qué es “Yipao”? —se escucha en el español mal hablado de un extranjero.

mentos para la preparación artesanal de tan exquisita bebida y algunos otros productos hechos a base de este grano afrodisíaco. En el fondo del primer nivel se alcanza a ver un marco en la pared que lleva a una pequeña cocineta, una barra mostradora y la figura de una mujer preparando un oloroso café artesanal a un grupo de visitantes que realiza una de sus paradas en el mal llamado “Graffiti Tour”.

— Es una unidad de medida. Así como los paisas compramos racimos de bananos y llenamos baldados de agua, los cafeteros crearon el término “yipao” para indicar que necesitaban un Jeep lleno de costales de café —exclama una voz femenina desde el interior del lugar.

— Esta técnica de preparación se llama “Prensa Francesa” —exclama Laura, detrás de la barra mostradora. Continúa— Lo primero es poner a calentar el agua que vamos a utilizar. ¿Quiénes quieren tomar café? —se detiene y recorre el lugar con su mirada.

Al lado opuesto del salón se encuentra otro banquillo, este un poco más corto, y una estantería abarrotada de bolsas de “Café Del Filo”, algunos recordatorios como agendas y organizadores, instru-

Fueron varias las manos alzadas. — Listo, son seis —dice entre dientes. Sigue con su explicación— Entonces en este caso necesitaremos 300 mililitros de agua —Toma una jarra, la llena con

@migiraldoh

agua hasta la línea que indica la medida que mencionó en voz alta y la descarga sobre un pequeño calentador negro con forma cuadrada. — En las cordilleras andinas que recorren el territorio colombiano yacen las historias de campesinos cafeteros que toman su machete, carriel, sombrero y poncho antes de salir a recolectar la cosecha — hace una breve pausa, toma una de las bolsas de “Café Del Filo” y continua. — El proceso en estas fincas de arquitectura colonial terminaba, en aquellos días del siglo XVIII, con la carga de las mulas que bajaban hasta una plaza de mercado donde todos los esclavos cargaban y transportaban las mercancías, mientras que sus amos establecían cuál era la mejor oferta de trueque. Fueron tres cucharadas de café. El agua caliente la deposita haciendo círculos con el chorro que cae de la jarra, tres o

Si se suben un par de los escalones que hay afuera del negocio, se encuentra la entrada al segundo nivel. Su escenografía parece salida de contexto: se pasa de callejones y rejas de un barrio de la ciudad a una antigua cantina de un pueblo antioqueño. Las estanterías ya no solo contienen productos del café como en el primer piso. Ahora, las cajoneras amarillas, rosadas y azules, se adornan con sombreros, carrieles y poncho, piezas de la vestimenta clásica de don Ramón, el honrado cafetero que siembra y recolecta en Santa Bárbara los costales de grano que se venden y se preparan en el museo, y sus antepasados. Y para completar la cantina, se encuentra una barra de madera a lo largo de una ventana que permite ver el paisaje urbano de fauna y flora. La barra tiene unos banquillos altos, de una madera muy fina y con un muy buen acabado. Al fondo del segundo nivel está Manuela replicando en el mostrador de la cantina lo que Laura hace en el primer nivel. En este segundo nivel hay unas escaleras en forma de caracol que llevan al tercero. Arriba se encuentra un salón recién terminado, con un color blanco cegador en sus cuatro paredes, permeado del fuerte olor que produce el café y una sorpresa en el medio para los nuevos visitantes. En este tercer nivel están Andrés y Viviana, los dueños del negocio. — Este museo es la forma de mostrarle a todos que el café, más que un producto, es una experiencia — dictamina Andrés. — Y es la forma de regalarle a esta comunidad la oportunidad de ser algo más que un grupo de víctimas. El museo es un lugar abierto para todo el público, una parada turística en el grafitour y un regalo de esta familia campesina de Andes, Antioquia para la comuna 13 — agrega Viviana, bajo el calor de mediodía e inmersa en el fuerte aroma a café, para darle fin al recorrido.


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Crónica de la Libertad Susana Blake | susanablake2810@gmail.com

“Usted formó mi corazón para la libertad, para la justicia, para lo grande, para lo hermoso (…) No puede usted figurarse cuán hondamente se han grabado en mi corazón las lecciones que usted me ha dado”.

L

“¿Se acuerda usted cuando fuimos al Monte Sacro, en Roma, a jurar sobre aquella tierra santa la libertad de la Patria? Ciertamente no habrá olvidado usted aquel día de eterna gloria para nosotros: día que anticipó, por decirlo así, mi juramento profético a la misma esperanza que no debíamos tener”. Bolívar no vio en el Viejo Mundo una imagen a ser imitada en América: su extensa visión descubrió que Europa no había resuelto el gran problema del hombre en libertad; mirando en adelante, desde la cima de tal reflexión, se consagró a dar solución a tan elevada cuestión en el Continente que designó como el de la Esperanza y la Libertad.

os caminos de los grandes hombres a menudo encuentran cómo entrecruzarse. Unos, a veces separados por lenguas y océanos enteros, influyen en el destino de otros y despiertan con misteriosos artificios los ánimos que habrán de llevarlos a proezas que antes no se hubieran adivinado. Bolívar, cuyo primer nombre no es preciso siquiera mencionar, vio su destino dictado, también, por la voz definitiva de otro gran hombre: Napoleón. Recordando al mismo Ramón de Zubiría, autor del Breviario del Libertador, Adriano y David dedicaron sus vidas a estudiar las grandes ideas y pensadores de la Historia. A sus treintaicinco años, podían hablar juiciosa y apasionadamente de literatura, filosofía, y un poco de historia occidental. En sus manos, cualquier pregunta recibía buen y extenso tratamiento; así sucedía en clases y conversaciones amistosas. Su caracterización del Libertador, por tanto, no podía escapar del acostumbrado rigor en sus discursos.

En 1806 se acercaba, ya más maduro y decidido, vigoroso e inspirado, a su tarea Libertadora. Regresó a América, a Caracas, un hombre nuevo al Nuevo Mundo: ya no lo traían a casa ensueños de amor, sino una nueva pasión que lo envolvía entero: la lucha emancipadora del pueblo suramericano. Ocho meses de viaje oceánico lo devolverían a una tierra que, como él, convulsionaba con nuevos ánimos, con entusiasmo revolucionario.

Huérfano en la niñez y desde temprano de carácter indomeñable, Bolívar fue moldeado por manos ilustres y expediciones, como es común en los grandes caracteres de la Historia. Solo la fortuna misma propició que América llegara a situarse según sus designios. En enero de 1803, luego de ver morir por fiebres epidémicas a María Teresa, la que fue su esposa durante apenas ocho meses, juró no casarse de nuevo. Cosa curiosa, aquella fatal suerte originó –él mismo habría de reconocerlo cuando mirara hacia el pasado– el sentimiento que luego lo condujo a sí mismo, a su obra vital: “si no hubiera enviudado quizá mi vida hubiera sido otra; no sería el general Bolívar, ni el Libertador (…)”. Viudo de diecinueve años, partió en su segundo viaje a Europa: España, Francia, Italia. Empezaba a despertar su interés por los asuntos públicos al tiempo que en Napoleón despertaba el deseo de ser más que el primer ciudadano de la República: como lo narró exaltado Stefan Zweig, para los albores del siglo XIX ya el corso “ambiciona ser señor y soberano sobre sus súbditos, calmar el ardor febril de su frente con el anillo áureo de una corona imperial”. —— ¿Han visto ustedes, en la Piedra de Bolívar, situada en La Albarrada, la insignia de la Junta Bolivariana, allí, debajo de las fechas que marcan las llegadas y partidas de Bolívar a Mompox? Hace más de quince años, cuando aún hacía parte de la Juventud Comunista Colombiana, Adriano había partido tras los pasos de Bolívar: con el ala joven del Partido había emprendido, casi doscientos años después, La Campaña Admirable. El 2 de diciembre de 1804, Bolívar, de escasos veintiún años, vio a Napoleón, de treintaicinco, ser coronado en la No-

En clases, como en ávidas y amistosas conversaciones, Adriano y David repasan el legado político de Bolívar a la vez que se asombran –y a sus estudiantes– de la amplia formación filosófica de la que dan cuenta algunos vestigios de su vida.

Ilustración: Maria Camila Duque Lopera | tre Dame de París. La pompa y la corona merecieron su desprecio; lo magnífico del acto, diría luego, residió en la exaltación popular que celebraba las gestas de Napoleón. Allí, Bolívar halló “el último grado de las aspiraciones humanas”; y aunque él mismo se hallaba lejos de imaginar tal fortuna para sí, pensó en su patria sometida y alcanzó a anticipar la gloria, el honor, la supremacía de quien fuese su libertador. Para entonces, Bolívar ya había conocido algo del continente que más tarde erigiría monumentos suyos en casi cada plaza municipal: enviado a los quince años a Madrid para perfeccionar su educación, su navío había arrimado en el camino a puertos de México y Cuba. Pudo notar desde temprano la vasta distancia entre las naturalezas de Europa y América: la una, decrépita, “encorvada por el peso de los años, de las enfermedades y del hálito pestífero de los hombres”; la otra, “una doncella cuyos divinos atractivos, gracias maravillosas y virtudes” permanecían intactas todavía. Pero las gracias de la joven América se veían oscurecidas por el yugo del sometimiento, y Bolívar, ya maduro, ansiaba ser quien propiciara el florecimiento del pueblo robusto, deseoso de Libertad. Si le preguntaba por la influencia de los maestros en el carácter bolivariano, David refería la carta de Bolívar que contenía tal relación, con su respectiva

@maria.duque_

fecha y contexto. Conocía el Breviario como si le fuera propio, y lo era: se había apropiado de las cartas, los caracteres, los momentos y las expresiones que había narrado, de manera fiel y aún con gran belleza literaria, de Zubiría. De Bolívar nació la pujanza para la Libertad de América; sin embargo, él mismo, orgulloso de saberse a la altura de los maestros insignes que le guiaron, reconoció que otros hombres y mujeres, otras tierras y otros tiempos, gracias e infortunios, fueron decisivos para que él gestara, madurara y finalmente resolviera el conflicto emancipador en su espíritu, en su propio cuerpo y, al fin, en su propia tierra. Todo el movimiento de su vida, desde su nacimiento en la alta sociedad caraqueña en 1783; su crianza a veces extraviada; su elevada educación por fuera de las aulas de escuelas; su matrimonio y temprana viudez; las navegaciones y el paso por salones de grandes figuras de la época; su presencia en las glorias imperiales y su conocimiento simultáneo del aliento revolucionario que comenzaba a calentar el cuerpo de Europa; todo este movimiento acumulativo, creciente, alcanzó su altura suprema en el ascenso al Monte Sacro, en Roma, donde, acompañado por su maestro y amigo, Simón Rodríguez, juró luchar sin descanso por la liberación de su tierra y del pueblo que de ella brotaba.

—— En una carta de 1825, dirigida al general Santander, Bolívar responde a quienes describían su educación como fragmentaria: arguye haber estudiado a Locke, Condillac, Montesquieu, Rousseau, Voltaire, los clásicos de la antigüedad y los modernos, así como filósofos, historiadores, oradores y poetas. —— Y no olvides, Adriano, que en La Quinta de San Pedro Alejandrino, que los samarios llaman simplemente La Quinta de Bolívar, está una parte pequeña pero grandiosa de su biblioteca. Yo fui hace menos tiempo que tú, pero recuerda: ¡allá está El Contrato Social de Rousseau que perteneció, antes que a Bolívar, al mismísimo Napoleón! En su búsqueda por la independencia, Bolívar desarrolló las virtudes del hombre político y, con ellas, levantó los cimientos para que las repúblicas del sur alcanzaran la unidad, la libertad y la grandeza que solo puede resultar de ambas. A falta de unidad, como de libertad, la grandeza se ha sustraído de la Historia latinoamericana posterior. Con pesar nos vemos acechados por el recuerdo de las palabras míticas pronunciadas por Humboldt en un diálogo con Bolívar: Una noche, en París, preguntó Bolívar –según cuenta Mancini– al Barón von Humboldt “si la América estaba ya preparada para la independencia”. El Barón respondió: “podría, pero faltan elementos y quizá caudillos maduros para semejante empresa”.


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E l ta r r o d e

g a l l e ta s Juliana Villegas Gómez | jvilleg2@eafit.edu.co

Y

o sí había oído algo de eso por el radio. En el programa de por la mañana una vez llevaron a uno pa’ que contara, pero no le entendí mayor cosa. Tenía la canilla del lavadero abierta y no alcanzaba a oírle casi. Después, una de las patronas me salió con el mismo cuento. Que ya no me podía pasar más ropa sucia que porque le daba miedo eso de juntarse con una y estar moviendo las cosas de un lado pa’l otro. Como si no me conociera y no supiera que una es aseada. Desde hacía ¡uf!, me madrugaba sagradito los días martes, dejaba el aguapanela montada pa’ los muchachos y me subía casi hasta el cerro de La Dolorosa, que era por donde vivía la doña. Volvía cargada como mula cafetera, con la canasta toda pesada, llena de trabajo. Ni siquiera cuando estaba esperando a Nátali dejé de irle, y eso que a la final el pie derecho se me abrió y se me puso morado, lo más de gordo. Le recibí el pago y la cuelga que me dio por adelantado, que porque no sabía cuándo me iba a volver a llamar. Enrollé los billetes y me los eché por dentro del corpiño. Y de ahí derechito pa’l tarro de galletas del escaparate. Ese tarrito de Sultanas, ahí donde lo ve, totiado y todo, me ha servido hasta de costurero. Dios mediante esa va a aparecer cuando vea que la ropa no se lava tan fácil. A lo mejor ella puede creer que eso es más o menos lo mismo y que ropa es ropa, porque toditica se ve igual, pero cuando una detalla, cada cual es distinta y una va aprendiendo a distinguirlas. Cómo le dijera yo, vea, es como si cada eslá, cada calzón o cada bata se echara una historia con la mugre que trae. Con decirle que ese olor a sobaco de las camisas y esas manchas de jugo de mora son jodidas y hay que saberlas lidiar. Pa’ eso, los hervores de vinagre con sal son benditos. Pero por allá en la parte alta de la vereda qué van a entender de eso. A la semana, la viejita de cabeza torcida pa’ un lado, que mantiene de ruana tejida, también le dio por las mismas: que dizque ella andaba con una tos de perro muy fea, entonces que era mejor que no arrimara más por allá. Oiga. Ni siquiera me dejó entrar a guardarle la ropa en la cómoda. Me hizo señas desde la ventana del segundo piso pa’ que le dejara todo en el zaguán y me fuera. Y yo que pensaba que

Ilustración: Sofía Betancur Silva | ella andaba amañada conmigo. Empujé la reja que sonó como un chillido de rata y le dejé la mano de enaguas y de combinaciones junto a la manguera que tenía pa’ regar las matas. Antes de irme le voltié la canasta pa’ que viera que no me le traía nada y no desconfiara de una. Me vine con las manos vacías. Al mediodía volvieron los muchachos de la escuela. Eso parecían un reloj de iglesia. Siempre llegaban precisito cuando el sol dentraba por la ventana de la cocina y la monjita del radio terminaba de rezar el ángelus. Venían secos de la risa y hablando hasta por los codos, parecían pollos hambrientos en un gallinero. Agarraron las tajadas que acababa de fritar y se las mandaron a la boca antes de que les sirviera la sopa de legumbres. ¡Y dele!, ellos también con las mismas: que dizque iban a cerrar la escuela y que estaban en vacaciones. Nos encerramos todos cuatro en la casa, no hubo de otra. Al principio, eso nos sentíamos apretu-

jados apretujados, como vacas lecheras en establo. La casa se volvió una pelotera. Los muchachos se peliaban a toda hora por cualesquier cosa. Eso gritaban, lloraban, me ponían quejas, que amá esto, que amá aquello. Usté no se imagina el trajín, pero a la larga nos terminamos acostumbrando a la voluntad de Dios. El día menos pensado, con Nátali nos repartimos los destinos. Ella se encargaba de la loza y yo del resto del oficio. Y mis muchachos mantenían por la vereda. A cada rato me los encontraba pisando gusanos en los sembrados. Se nos volvió la vida, cómo le dijera yo, como lenta, más pa’ una que estaba enseñada a andar de aquí pa’llá recogiendo y lavando ropa. Algo así como una vida pasito, como a la noche, donde la única bulla que se oye es la de los grillos y a veces ni eso. Haga de cuenta que nos la pasábamos como si aguardáramos algo o como si nos estuviéramos escondiendo del diablo.

@soda.re

La lidia de conseguir la platica se volvió pior. A toda hora me asomaba al tarro de Sultanas a contarla y eso parecía un delantal de bolsillos rotos. Al menos antes me bandiaba a punta de agua y jabón, pero ahora, no hacía más que picotiar la menuda. El pensado era caminar al pueblo a empeñar el televisor, pero me daba guayabo con los muchachos. La última vez que volví de la compraventa me los encontré sin almorzar, comiendo pan dulce. Lo remojaban en agua. ¡Ay juelita! Esa sí que me dio pesar y me hizo chillar toda la noche. Por eso fue que al otro día me subí corriendito pa’ donde la patrona a decirle que sí, que me iba de interna y desde por allá vería cómo mandaba la plata pa’l tarro de galletas. Si Dios quiere, arranco el domingo. La cosa va a ser todo el tiempo encerrada sin poder salir ni a darle vuelta a mis muchachos, que porque si salgo, dizque, cuando una menos lo piense, me pica el virus ese y ya no puedo volver a dentrar. ¿Si ve usté?




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