FEBRERO
2016 NO. 4
¿A DÓNDE VAN LOS DAMNIFICADOS?
TERREMOTO
LA FAMILIA DE LA CUEVA
MAR VERDE
¿DÓNDE PASARÁS LA ETERNIDAD?
PAISAJE DESPUÉS DE LA TORMENTA
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VIDA DE PESCADOR
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LA MUDANZA
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DÓNDE VAN LOS DAMNIFICADOS
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os desastres naturales que con más entusiasmo se ensañan con Cuba tienen una temporalidad limitada. Huracanes, lluvias intensas y terremotos de menor magnitud que avisan sobre el grande posible ocurren en el lapso de minutos, horas, a lo sumo días. Los medios de prensa –encargados de acompañar a las víctimas y de visibilizar los daños y también sus causas– siguen el paso de la Defensa Civil. Como la Defensa Civil funciona bien en esta isla – que no es isla sino archipiélago– pocos se cuestionan los tiempos de la prensa. La cobertura avanza a ritmo de fases: Informativa, Alerta y Alarma y Recuperación. Cámaras a la calle. Chubasquero en mano del periodista. Y acción. La recuperación casi nunca merece atención pasada una semana. Se pone vieja. Se vuelve monótona. Tan monótona como las cabañas del campismo donde vive la gente de Mar Verde por donde entró el huracán Sandy en 2012, o como los restos idénticos de los cuartos de los pescadores de la base Trocha que fueron arrancados por los vientos ese mismo año. Tan aburrida como la vida de quienes quieren salir del Vedado porque están atrapados en los sótanos cada vez que al mar le da
¿A dónde van los damnificados? Editorial del cuarto número por periodismo de barrio
por desbordarse, o los de Santa Fe, a quienes ni siquiera les quitan la luz cuando anuncian penetraciones del mar. Corrijamos, la recuperación merece la atención de la prensa cuando pasa algo. Cuando se entrega una nueva vivienda, por ejemplo. Pero sucede que todos los días no se entregan nuevas viviendas. Sucede que el periodo de ocurrencia entre un desastre natural y otro es mayor que la capacidad de respuesta económica del país. No tenemos desastres semanales, como podría pensarse, sino apenas una economía deficiente. Pasa entonces mucho tiempo sin que ocurra nada. El hecho de que no ocurra nada también es noticia. Es, obvio, la noticia incómoda. Tan incómoda como la misma fase de recuperación. Esa que hay que cubrir mientras están los camiones recogiendo escombros y despojos de árboles, mientras están los funcionarios gubernamentales en las calles evaluando daños, mientras haya algo que mostrar, algún avance, así sea mínimo. Aunque el avance sea una promesa pública. Y hay que olvidarla convenientemente –la fase de recuperación, no la promesa pública–. Porque si siguiéramos la recuperación, ateniéndonos estricta-
mente al significado de la palabra –y no a alguna suerte de eufemismo que funciona según el objetivo social de la Defensa Civil, pero no de la prensa y mucho menos de los damnificados–, entonces habría que llegar hasta la familia de la cueva, y preguntarse cómo vivieron allí después de Sandy, habría que visitar a Miriam y cuestionarse cómo se tumbaban a mandarria limpia varias casas de mampostería, mientras la gente de la cueva estaba en la cueva, y luego en sus casas hechas con ripio de tabla y de lonas. La recuperación –o la falta de– es la fase en la que se centra Periodismo de Barrio. Es la que nos permite contar la historia de la familia de la cueva, de Mar Verde, de Cangrejitos, de Cayo Granma y de San Pedrito tres años después. Es la que nos permite llegar al Vedado, a Santa Ana y Santa Fe unas horas más tarde. Es la que nos quita el sueño mientras la tierra se contorsiona en Santiago de Cuba.
EN ESTA EDICIÓN TRABAJARON dirección y edición elaine díaz consejo editorial y redacción geisy guia, julio batista, mónica baró, tomás ernesto pérez colaboración jorge carrasco y lian morales heredia diseño y maquetación liván valdés coordinación versión offline paola cabrera
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Terremoto El 17 de enero de 2016, el Centro Nacional de Investigaciones Sismológicas (CENAIS) comenzó a detectar una actividad sísmica anómala por tomás ernesto pérez rodríguez
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“ ¡CAE
ALLÍ UN MURO
SOBRE DOS POBRES VIEJOS QUE NO TUVIERON TIEMPO PARA HUIR!
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José Martí
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propósito del terremoto que sacudió Santiago en 1578 (magnitud estimada: 6.8; intensidad: 8.0), fray Manuel de Machado, guardián del convento de San Francisco, escribió: “el qual temblor hizo mucho daño y derrumbo muchas casas en esta ciudad y en este nuestro convento nos derribo un pedazo de un dormitorio donde los religiosos que moraban este convento estaban recoxidos”. Por su parte, Miguel Pinedo, fiscal de la Audiencia de Santo Domingo, dio fe en una carta de las consecuencias de aquel sismo: “este pueblo de Santiago esta tan destrosado que es cierto ni se halla que comer ni aun hay con lo comprarlo y vale mas caro que en Nombre de Dios”. Cien años después, en febrero de 1678, el llamado Temblor Grande (magnitud estimada: 6.8; intensidad: 8.0), al que siguieron tormentas, provocó daños en numerosas viviendas, en la iglesia de Santa Catalina, en el convento de San Francisco y en la capilla mayor de la catedral, donde una efigie de Jesucristo fue reducida a pedazos.
Santiago de Cuba. FOTO: JULIO BATISTA
“Amenazados por las ruinas, mujeres y niños dejaron sus casas para refugiarse en patios y corrales bajo la inclemencia del tiempo, los temblores más tenues se prolongaron por unos treinta días”, dice la historiadora Olga Portuondo en el libro ¡Misericordia! Terremotos y otras calamidades en la mentalidad del santiaguero (Editorial Oriente, 2014). Ochenta y ocho años después, en junio de 1766, otro terremoto (magnitud estimada: 7.6; intensidad: 9.0) conmocionó la ciudad. “Desde el mismo 12 de junio”, dice Olga Portuondo, “el gobernador había ordenado levantar en las cuatro plazas […] barracas provisionales con velas de las embarcaciones, por estar todas las casas inhabitables e ignorarse cuándo cesarían los temblores”. Julián Joseph Bravo, sacerdote y tercer capellán de la virgen
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de la Caridad del Cobre, describiría así la catástrofe: “temblo la tierra con una trepidación tan estraña, y con un impulso tan terrible, acompañado de un ruido tan estrepitoso, que todos a unos pensabamos ser tragados por la tierra, y sepultados en sus entrañas; la ruina fue universal, todas las casas caidas, los templos padecieron desmayos, las fortalezas arruinadas, las mas altas cerranías desvanecidas en diversas partes”. La imitación de las construcciones del reino de Lima y de otros sitios que sufrían los embates de sismos, hechas con maderas ligadas, se planteó como una necesidad. Nuestra Señora de los Dolores fue elegida patrona contra los terremotos. Ochenta y seis años después, en agosto de 1852, una fuerte sacudida (magnitud estimada: 7.3; intensidad:
9.0) lanzó a los pobladores de Santiago hacia las plazas y calles. El catalán Miguel Estorch, testigo del suceso, escribiría un texto titulado Apuntes para la Historia sobre el terremoto que tuvo lugar en Santiago de Cuba y otros puntos el 20 de Agosto de 1852 y temblores subsiguientes, donde se cuenta que el terremoto “levantaba y dejaba caer la ciudad entera, como pudiera un niño hacerlo con un ligero juguete”. Aquel 20 de agosto, el periódico El Orden publicó una nota de último minuto que decía: “Por todas partes se oye el piadoso grito ¡Misericordia! Por todas partes se ven gentes postradas, implorando la clemencia Divina. Hacia algunos puntos de la ciudad vemos una nube de polvo que anuncia la caída de algunos edificios. Vénse señoras desmayadas, y niños que salen despavoridos de sus escuelas, y
La historia de Santiago de Cuba se puede contar a través de la de sus terremotos padres y madres que corren hacia ellas en busca de sus hijos. […] Háblase ya de varias desgracias; pero nos abstenemos ahora de informar de ninguna, pues en los primeros momentos siempre hay exageraciones, ó solo diremos que muchas debe haber habido, y
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los momentos son angustiosos, pues mientras redactamos este desaliñado párrafo en que damos tan triste noticia, hemos tenido que interrumpirlo por otros sacudimientos de tierra”. En lo adelante, por un tiempo, el estallido de un trueno o el crujir de la madera resultaron insoportables. Ochenta años después, el 3 de febrero de 1932, un sismo (magnitud: 6.75; intensidad: 8.0) causó estragos en Santiago de Cuba. “Horrible, anonadante, el terremoto de esta madrugada”, fue, al día siguiente, el titular del Diario de Cuba. Según cuenta Olga Portuondo, hubo “más de una decena de muertos y 200 heridos, algunos de los cuales, por su gravedad, fallecieron posteriormente”. Y hubo grietas en el suelo, derrumbes, anuncios y cables caídos, personas en ropa interior deambulando por las calles,
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reclusos que escaparon de sus prisiones, comerciantes que amenazaron con alterar los precios de los víveres de primera necesidad y un hombre que les rogó a los bomberos que se encargaran de salvar no a su hijo pequeño, presumiblemente muerto, sino a su esposa, todavía viva. Ochenta y cuatro años después, a partir de la madrugada del 17 de enero de 2016, el Centro Nacional de Investigaciones Sismológicas (CENAIS) comenzó a detectar una actividad sísmica anómala al suroeste de la ciudad de Santiago de Cuba, que produjo, hasta el martes 26, más de 30 sismos perceptibles por la población en varias ciudades del Oriente cubano. La anomalía ha estado dada por el número de terremotos registrados y por sus magnitudes máximas. “El promedio de sismos que se registran diariamente en esta zona es 14 o menos”, nos explica Enrique D. Arango, jefe del Servicio Sismológico Nacional, a quien entrevistamos el martes 19 de enero. “Como promedio”, dice, “las magnitudes oscilan entre 1.0 y 2.5”. Durante los días 17 y 18 de enero, el CENAIS registró 409 y 57 sismos, respectivamente. Las magnitudes máximas oscilaron entre 2.4 y 5.0.
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ay gente que amanece en los parques, gente que –temerosa de que le roben– no abandona su casa y gente que no solo abandona su casa, sino también el municipio y aun la provincia. Algunos, probablemente malintencionados, predicen el día y la hora exactos en que habrá un sismo de gran intensidad y otros, desinformados, se alarman y difunden la noticia, que dan por cierta.
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Hay gente que amanece en los parques. FOTO: JULIO BATISTA
“El terremoto de Oriente parece confirmar la teoría de que se hunde la tierra en el Caribe”, rezaba un titular tras el sismo de 1932. Por esas fechas, según Olga Portuondo, la “Sociedad Geográfica de los Estados Unidos, radicada en Nueva York, expresaba que Santiago de Cuba estaba sobre un sartén, porque se encontraba en el cráter de un volcán milenario”. Desde el comienzo de la actividad sísmica anómala el pasado 17 de enero, tanto la Defensa Civil como los especialistas del CENAIS se han ocupado de indicar cuáles son las precauciones que deben tomarse y de aclarar buena parte de las dudas que inquietan, sobre todo, a los santiagueros. Hoy, tras varias jornadas en que los especialistas han concedido entrevistas, participado en mesas redondas, respondido a
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llamadas telefónicas e incluso visitado algunas comunidades, la mayoría de los santiagueros sabe –debería saber– que las estructuras geológicas a las que se atribuyen los sismos ocurridos en Cuba no son los volcanes, sino las fallas, y que la ciudad de Santiago de Cuba se encuentra próxima a la falla Oriente, la cual constituye un límite de placas y es la principal zona sismogeneradora que afecta el territorio cubano. Bladimir Moreno, director del CENAIS, ha subrayado –en entrevistas divulgadas por la televisión y la prensa– que resulta imposible pronosticar cuándo habrá un sismo de gran magnitud, si bien es casi seguro que va a ocurrir, y ha explicado que “de cada 100 actividades anómalas que se registran solo cinco terminan con un gran movimiento
“El terremoto de Oriente parece confirmar la teoría de que se hunde la tierra en el Caribe”, un titular tras el sismo de 1932
telúrico”, aunque apenas “empieza una actividad sísmica anormal aumenta la probabilidad de ocurrir un terremoto fuerte porque por lo general los grandes sismos tienen premonitores”. “Un terremoto puede ser fuerte por varias características”, dice Tomás J. Chuy, investigador titular del CENAIS. “Porque la magnitud sea grande y afecte un área considerable, o bien puede ser no de una gran magnitud pero sí superficial, caso en el cual también podría afectar un área considerable”. La magnitud de un sismo, nos explica Enrique D. Arango, es la energía liberada en el foco o hipocentro del terremoto, se mide por la escala de Richter y se determina a través de los sismómetros, mientras que la intensidad es la medida de los efectos en las personas, las construcciones y el medio ambiente en general. “Tanto la magnitud como la intensidad reflejan la dimensión del terremoto”, dice. “En el caso de los sismos históricos estos fueron valorados por su intensidad, aunque de manera retroactiva en el tiempo a partir de la revisión de los archivos históricos, por lo cual es una medida un tanto subjetiva o cualitativa. La magnitud es la medida del tamaño del terremoto y es más cuantitativa”. La intensidad de un sismo se mide por diferentes escalas. Desde hace unos diez años, en Cuba se emplea la escala EMS-98 (europea), mucho más completa que la utilizada antes, la MSK, pues “detalla mejor los aspectos de los daños en las edificaciones”. “Últimamente”, dice Arango, “no estamos dando la intensidad, pero la determinamos nosotros a partir de recorridos por la ciudad y el campo. Para esto se hacen encuestas con los parámetros que están incluidos en la escala de intensidad. Por ejemplo, se pregunta cómo se sintió el sismo, si estaba dormida la persona y se despertó, si se
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movieron objetos o si se agrietó alguna pared”. Según Tomás J. Chuy, no se descarta la posibilidad de que un terremoto pueda alcanzar magnitudes de hasta 8.0 en Santiago de Cuba. “Esta es la magnitud máxima de la falla Oriente”, dice. Arango, por otra parte, nos explica que “de acuerdo con el estimado de la energía acumulada desde la ocurrencia de los últimos sismos fuertes, un terremoto en Santiago de Cuba podría llegar a tener una magnitud de 6.75 en la escala de Richter”, o sea, la misma del terremoto de 1932. “Los técnicos que estudiaron los destrozos ocasionados en los edificios por el terremoto de 1932 concluyeron que se debían a la mala calidad de los materiales y a los métodos inadecuados de construcción”, escribe Olga Portuondo en ¡Misericordia! Terremotos y otras calamidades en la mentalidad del santiaguero. En una síntesis del Plan General de Ordenamiento Urbano de la Ciudad de Santiago de Cuba, fechada en mayo de 2014, puede leerse: “Más del 70 por ciento de las edificaciones de la ciudad son susceptibles a daños por sismos de grandes intensidad, y a las inundaciones como consecuencia de eventos hidrometeorológicos”. En este documento, además, se afirma que 72.738 viviendas se hallaban en regular y mal estado técnico-constructivo. “Los códigos de diseño constituyen sin dudas el documento fundamental para garantizar la supervivencia de las estructuras en caso de sismos de gran magnitud”, dicen los autores de “Realidades del código sísmico vigente en Cuba. Retos para su actualización” (Ciencia en su PC, enero-marzo de 2014). De ahí que, en países ubicados en zonas sísmicas, resulte imprescindible “contar con códigos de diseño sismorresistente actualizados, que garanticen que las edificaciones
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sobrevivan a los terremotos de gran magnitud”. En estos momentos, el código sísmico vigente en Cuba es el NC 46:99, de 1999. Según Yelena Berenguer, uno de los autores del trabajo citado, ya existe una nueva propuesta de Norma Cubana de Construcciones Sismorresistentes, que está aprobada pero aún no es oficial. En las conclusiones de “Realidades del código sísmico vigente en Cuba. Retos para su actualización”, Grisel Morejón (CENAIS), Yelena Berenguer (CENAIS), Carlos Llanes (CUJAE) y Zenaida P. Frómeta (Universidad de Oriente), escriben: “En el código sismorresistente cubano NC 46:99 se han detectado problemas en varios métodos, procedimientos y coeficientes; entre ellos el mapa de peligro sísmico, el coeficiente de reducción de las fuerzas sísmicas y los valores límites de deriva; los cuales
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deben ser mejorados en futuras actualizaciones de este código”. Uno de los problemas identificados, según los autores, podría llegar a “provocar el fallo de las estructuras y las consecuentes pérdidas de vidas humanas y materiales”.
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Aymara López –51 años, ama de casa– le ha costado dormir desde la madrugada del 17 de enero. Su hijo mayor, que vive en Boniato y pertenece a un comando de Rescate y Salvamento, está movilizado. “Yo estoy sola con mi hijo chiquito”, dice, “cumpliendo con las normas de defensa orientadas por el Partido y el Gobierno”. Rafael, de 14 años, tiene una lesión cerebral grave, padece un síndrome incurable que le
provoca convulsiones, es ciego, postrado, asmático crónico e inmunodeprimido. Su mochila de emergencia contiene, principalmente, “paños, ropa, alimentos y medicinas que el niño debe tomar para las convulsiones”. La cama del niño permanece en la sala y Aymara, por su parte, se mantiene alerta. “Por las noches lo acuesto vestido, me visto yo y me acuesto tarde”, dice. “Como estoy nerviosa, no me duermo rápido”. La ciudad de Santiago de Cuba, azotada por 20 de los 28 terremotos fuertes reportados históricamente en Cuba, es sin duda la más vulnerable a fenómenos de este tipo. Dentro de ella –dentro de cualquier ciudad–, los más vulnerables son, obviamente, los niños, las mujeres, los ancianos y las personas con discapacidad.
Los niños aprenden cómo protegerse en un sismo. FOTO: OXFAM
Según Tichico Yoel Cobián, presidente municipal de la Asociación Nacional del Ciego (ANCI), el municipio Santiago de Cuba es, en todo el país, el que más asociados tiene: 2.311. “Incluso”, dice, “tiene muchos más asociados que algunas provincias”. Charles Barrientos, presidente municipal de la Asociación Cubana de Limitados Físicos Motores (ACLIFIM), asegura que el municipio Santiago de Cuba, con 3.000 asociados, es el segundo del país en cuanto a la cantidad de personas con discapacidad físico motora. Por su parte, la Asociación Nacional de Sordos de Cuba (ANSOC) cuenta en el municipio Santiago de Cuba con 1.107 asociados, 59 de los cuales son personas oyentes que sirven de apoyo, de acuerdo con María Teresa Suárez, presidenta municipal de la Asociación. Desde mayo de 2015, en las ciuda-
Casi ningún edificio construido en Santiago supera los cinco pisos. FOTO: MÓNICA BARÓ
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des de Santiago de Cuba, Guantánamo y Baracoa está funcionando el proyecto Ciudades Preparadas y Alertas ante el Riesgo Sísmico en el Oriente Cubano, que está concebido para 18 meses y, por tanto, debe terminar en octubre de 2016. Cofinanciada por la Unión Europea, esta iniciativa tiene al CENAIS como contraparte principal e implementadora del proyecto en coordinación con la Defensa Civil; como asociados internacionales, a CARE France y OXFAM Bélgica, con la consultoría técnica de Handicap International; y cuenta con la participación de la ANSOC, la ANCI, la ACLIFIM, la Universidad de Oriente y la Cruz Roja Cubana. El proyecto, al que se han destinado casi 700.000 euros, tiene tres objetivos fundamentales: el fortalecimiento de los procesos de monitoreo y vigilancia del CENAIS, reforzar la capacidad de gestión ante riesgo sísmico por parte
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de decisores locales, y la preparación de las comunidades. Lo que lo distingue de experiencias anteriores es su enfoque inclusivo, que privilegia a las mujeres y las niñas, ancianos y ancianas, y personas con discapacidad. “Para estudiar los sismos de Cuba y tener un dominio más completo de respuesta ante uno fuerte requerimos de más estaciones sismológicas”, dice Tomás Jacinto Chuy. De acuerdo con Benjamin Deblois, Coordinador Humanitario de OXFAM en Cuba, se equipará al CENAIS con cinco nuevas estaciones y 40 acelerógrafos, 30 de ellos para la ciudad de Santiago de Cuba y diez para la ciudad de Guantánamo. “Los acelerógrafos te permiten medir la aceleración de la resonancia y definir dónde la vibración puede crear daños, y permitirán saber luego dónde puedes construir, qué tipo de construcción puedes hacer en qué tipo de suelo”, dice. “Ya
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hemos realizado la compra internacional y estaremos recibiendo los materiales a principios de febrero”. La información recolectada a través de estos equipos incidirá favorablemente en la toma de decisiones. Como parte de un diplomado que asesora el CENAIS y que ya comenzó, en la Universidad de Oriente se impartirá un módulo de gestión inclusiva de riesgo, que abarca “tanto el enfoque de género como el enfoque de personas con discapacidad”. Dirigido principalmente a los decisores locales –60 por ciento de Santiago de Cuba y 40 por ciento de Guantánamo–, el módulo ha implicado procesos de sensibilización a docentes y tiene alrededor de 30 participantes directos, que luego podrían hacer réplicas en sus municipios, en sus consejos populares, “aunque”, dice Deblois, “con esto no ya podemos comprometernos”. El proyecto tiene claro que el reforzamiento de la capacidad de respuesta de los decisores locales no se limita solamente a la instrucción. “También preposicionamos un stock de ayuda humanitaria ubicado en la oficina del Estado Mayor Nacional de la Defensa Civil de la Región Oriental, en Holguín”, dice Deblois, “así, en caso de un terremoto fuerte, se puede recurrir al material almacenado allí, que llegaría muy rápidamente. Todos los materiales que estamos importando para el preposicionamiento están adaptados a las necesidades diferenciadas de las mujeres y las personas con discapacidad”. Entre otras cosas, el stock de ayuda humanitaria –cuyo contenido se negocia con la Defensa Civil, “quien aprueba qué se compra y qué no”– incluiría: cámaras de visión infrarroja, detectores de personas, equipos portátiles de comunicación, sistemas de luces y equipamiento para personas con discapacidad.
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Toda persona debe tener un silbato que indique dónde se encuentra en caso de quedar atrapada En conjunto con Handicap International, se forma a las personas de la Cruz Roja, encargadas, a su vez, de conducir la formación en las comunidades a través de debates, ejercicios prácticos de evacuación, proyección de audiovisuales, y de hacer un mapeo de riesgo. “La idea es poder distinguir entre una mujer, un anciano, una persona con discapacidad”, dice Deblois, “y de algún modo poder focalizar el tipo de ayuda y respuesta que se requiere en cada caso”. El objetivo es que al menos el 10 por ciento de la población residente en cada ciudad se beneficie con el aprendizaje y la preparación. Las personas directamente beneficiadas de esta capacitación, según Deblois, ascienden a 80.321. De ellas, el 51 por ciento son mujeres, el 16.2 por ciento son personas con algún tipo de discapacidad, el 23.6 por ciento son niños y jóvenes, y el 31 por ciento son ancianos y ancianas. “Hoy estamos actuando en los 29 consejos populares de la ciudad de Santiago de Cuba”, dice Sergio Peña, secretario general de la Cruz Roja en la provincia. “No solo enseñamos cómo
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comportarse durante un sismo, sino después del sismo. Igualmente, trabajamos en las escuelas, con un juego que se llama Caminata Sísmica, que se hace sobre una lona grande donde los niños aprenden acerca del sismo y cómo protegerse. Cruz Roja tiene algo parecido, que siempre hemos usado, pero es un poco más abarcador. Es el juego de Riesgolandia, que trae los riesgos según todos los desastres que pudieran ocurrir”. “Este proyecto llena un vacío enorme”, dice Charles Barrientos, presidente municipal de la ACLIFIM. “Se había hablado del pueblo en general, pero no específicamente de la persona con discapacidad”. “Además de las personas con discapacidad que existen en una comunidad, un sismo de gran magnitud, por sí solo, puede provocar muchas más, e incluso las que ya tenían una discapacidad pueden presentar discapacidades múltiples”, explica Tichico Yoel Cobián, presidente municipal de la ANCI. “Por eso, como los terremotos son impredecibles, lo importante es la prevención, saber cómo proceder antes, durante y después”. Un componente esencial, en este sentido, es el Plan Familiar de Prevención ante el Riesgo Sísmico, que debe recoger, por ejemplo, cuáles son los lugares de protección y peligro dentro de la vivienda, por dónde se va a salir, el sitio al que deben dirigirse, quién se ocupará de la persona con discapacidad o de buscar a los niños a la escuela, cuál será el punto de reencuentro. “Junto con la jaba o mochila de emergencia, toda persona, con discapacidad o sin ella, debe tener a mano o encima un pequeño silbato que indique dónde se encuentra en caso de que quede atrapada”, dice Tichico Yoel Cobián. Nancy, de 63 años, es licenciada en Lengua Española y Literatura, fue pro-
fesora de secundaria, siente afición por los diminutivos y, aunque no tiene ninguna discapacidad, cumple al pie de la letra con las medidas de prevención. “Yo soy extremadamente organizada y me gusta todo en cada lugar”, dice. “No se puede vivir por vivir. Hay que vivir metódica y organizadamente”. Su jaba de emergencia contiene: “una colchita, una toalla, artículos de primera necesidad, medicina de primeros auxilios –dipirona, esparadrapo–, confituras que renuevo cada cierto tiempo –galleticas, caramelitos–, pan chiquitico tostado, agua clorada, jabón, detergente, un vasito, una cucharita, azúcar, sal, leche, una almohadita, una colcha, una sombrilla playera por si hace mucho sol, el cargador del móvil y un pitico; en los bolsillitos guardo el carnet de identidad y el tarjetón de los medicamentos”. El silbato, me cuenta, se mantiene siempre en su cartera personal, y cuando ocurrieron los primeros temblores se lo colgó en el cuello. “Cuando hay una fiestecita”, dice, “que estamos alegres, bailando y todo eso, yo sueno el pitico y la gente se ríe. Todo el mundo se ríe. Y yo pienso: ‘Si ustedes supieran la importancia de este pitico’”.
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Desde que era joven y pertenecía a la Cruz Roja, yo aprendí que debíamos tener preparado un bolso, cerca de la cama, por si había un terremoto”, dice Elba Reyes, 65 años, jubilada. Elba se encontraba durmiendo junto a su esposo cuando a la 1:37 de la madrugada del domingo 17 de enero ocurrió el primer temblor perceptible, de magnitud 4.8 en la escala de Richter. “Vi que mi esposo se levantó
rápido de la cama y yo también me levanté”, dice Elba. “Pensé que a su madre le había pasado algo. Él me dijo entonces que había habido un temblor. Urgentemente, puse la mano debajo de una mesita que hay en mi casa, junto a mi cama, y saqué el bolso de emergencia”. La madre de su esposo, que vive con ellos, es una anciana postrada de 105 años. Enseguida fueron a verla y decidieron cambiarle la ropa y ponerla luego en el sillón de ruedas, próxima a la puerta. “Ella preguntó que por qué le ponían tanta ropa, que por qué tenía medias, si era de madrugada”, dice Elba. “Yo le expliqué que por si había que salir de casa, que estaba temblando, que como ella es sorda no había escuchado nada ni tampoco lo había sentido porque estaba dormida, y que la estábamos preparando para que no le pasara nada, protegiendo su vida”. Elba, que perteneció a las Brigadas de Producción y Defensa en el Caney, se siente segura. “En primer lugar, de los conocimientos que tengo para protegerme yo y mi familia, y de lo que va a hacer el Estado, el Gobierno, en momentos difíciles. Estoy segura de que habrá helicópteros, de que sacarán a las personas de los lugares que se pongan escabrosos”. “En una situación como esta, toda nuestra fuerza de voluntarios, que son más de 4.000 en la provincia, se activa para proteger los bienes y las vidas de las personas, que es lo más importante en estos momentos”, asegura el secretario general de la Cruz Roja en la provincia Santiago de Cuba. “Primero que todo, nos encargamos de activar todos los grupos de rescate de la Cruz Roja. Nuestras fuerzas, automáticamente, se ponen a disposición del Consejo de Defensa provincial”.
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Aparte del Grupo Especial de Operaciones y Socorro, que tiene alcance provincial y cuenta con 30 voluntarios, hay un Grupo Municipal de Operaciones y Socorro por cada uno de los municipios, y el de Santiago de Cuba también tiene 30 personas. Además, explica Sergio Peña, existen Grupos Comunitarios de Operaciones y Socorro, que están en cada consejo popular y oscilan entre 5 y 10 personas.
« “Estoy segura de que habrá helicópteros, de que sacarán a las personas de los lugares que se pongan escabrosos” » “Hay grupos iguales en todas las provincias de Cuba, y en estos momentos todos se encuentran localizables”, dice Peña. “Si algo sucede en Santiago, los grupos de nosotros probablemente serán afectados. Hasta puede que colapse nuestra sede, aunque mis recursos de primera instancia están guardados en un contenedor bien protegido, fuera del inmueble que ocupamos. Independientemente de la reserva que tenemos en provincia para la actuación en las primeras horas, existe un preposicionamiento de equipos e insumos en Holguín, a dos horas de aquí, que es la
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primera respuesta que entrará a Santiago de Cuba”. El 26 de enero, cuando lo entrevistamos, el mayor Fabián Rodríguez, jefe del Destacamento Nacional de Rescate y Salvamento, con sede en La Habana, afirma que los 20 hombres designados para prestar ayuda en Santiago de Cuba ya están listos y tienen el equipamiento y el avituallamiento logístico necesario para enfrentar distintos escenarios: escapes de gas y sustancias tóxicas y reactivas, incendios, personas atrapadas bajo los escombros. Cuentan, asimismo, con el equipamiento imprescindible para que puedan subsistir por un tiempo determinado: higiene personal, alimentos, colchones para dormir, etcétera. “Cuando lleguen esos hombres a Santiago de Cuba”, dice el mayor Rodríguez, “no pueden llegar 20 problemas, sino 20 soluciones”. El 26 de enero, los 20 hombres se encontraban en la Variante 2: estrictamente localizables. De aplicarse la Variante 1, en menos de un ahora deberían presentarse en la unidad. “La idea es que, si ocurre un terremoto, los 20 hombres se conviertan en 400”, dice el mayor Rodríguez. “Bajo las órdenes de cada técnico de rescate, que tiene una preparación especializada superior, estarán la Cruz Roja, las FAR, las Brigadas de Producción y Defensa. A un solo técnico de rescate se le pueden asignar hasta 20 hombres. Y el apoyo no es solamente de la capital. Cada una de las provincias está preparada para apoyar en dependencia del evento que sea”. No es extraño que a raíz de un terremoto colapsen las redes eléctricas y la comunicación. En semejante contexto, los radioaficionados desempeñarían un papel fundamental. “Desde la madrugada del domingo se activó la red de emergencia de radioaficionados”, dice Mario Court,
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« “Cada una de las provincias está preparada para apoyar en dependencia del evento que sea” » presidente de la Federación Nacional de Radioaficionados en el municipio Santiago de Cuba. “Aquí en Santiago contamos con un radioaficionado por cada Zona de Defensa. Esto posibilita que, si las vías principales de comunicación se interrumpen, se puedan dar a conocer, de forma rápida y segura, las orientaciones de la Defensa Civil”. En la provincia hay un total de 824 radioaficionados, la mayoría de los cuales se concentra en el municipio cabecera, que tiene 423. “Tenemos un radioaficionado en el puesto de mando del CENAIS y otro en el Consejo de Defensa Provincial, más el resto que está en sus casas”, dice Mario Court. “Incluso, tenemos preparados a los municipios aledaños –principalmente Palma Soriano, San Luis, La Maya– para que puedan servir de relay [repetidor] si es necesario trasmitir alguna información”. “En nuestro país tenemos la preparación técnica, contamos con el equipamiento requerido, estamos preparados desde el punto de vista de la conformación de estrategias para enfrentar la situación”, dice el mayor Rodríguez. “Quedaría por ver, sin embargo, si estamos preparados desde el punto de vista emocional”.
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Vida de pescador Siete años de Santana, el hombre por elaine díaz
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“ DECÍA SIEMPRE LA MAR. ASÍ ES COMO LE DICEN EN ESPAÑOL CUANDO LA QUIEREN. A VECES LOS QUE LA QUIEREN HABLAN MAL DE ELLA, PERO LO HACEN SIEMPRE COMO SI FUERA UNA MUJER
”
Ernest Hemingway, El viejo y el mar
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EL NAUFRAGIO A las tres de la madrugada del 17 de diciembre de 2008 un hombre harapiento, con barba de nueve días, envuelto en un sudario de pescar, descalzo y con el pie izquierdo entumecido, toca la puerta de la habitación de un hotel. El hombre que está dentro se despereza, baja el volumen del televisor, gira el picaporte. El otro, el que espera fuera, señala algún lugar en la playa y suplica: “Please, I need help”. El hombre que está dentro cierra la puerta y marca el número de la recepción del hotel. Pide que se ocupen del otro, del que toca de madrugada. El guardia de seguridad llama a la policía.
Cinco minutos tarda en llegar una sargento de origen colombiano junto a otros oficiales. Andrés Santana, el hombre que pide ayuda de madrugada, se aferra a los cordeles y a un montón de papeles envueltos en una bolsa de nailon. A su lado está Enrique Yenerí, compañero de viaje. Santana mira a los policías, a la mujer, de nuevo a los policías y balbucea: “My boat, accident… Cuba”. Andrés Morales Santana había salido con Enrique Yenerí del puerto de Santiago de Cuba el 24 de octubre de 2008 hacia Pilón, en la provincia Granma. Adrián Morales, el hijo que estaba a punto de cumplir 25 años, no lo acompaña, aunque aparece registrado en el despacho de la tripulación. “Menos mal”, dice Nancy, esposa de Santana, siete años después en la sala del apartamento de la familia en Trocha, “porque si él también se pierde yo me muero”. Y recalca ese me muero, para no dejar dudas de que se trataría de una muerte física, no espiritual.
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Santana y Yenerí se marchan por varias semanas, así debe ser cuando se pretende recuperar la inversión en petróleo, carnada, víveres. El 6 de diciembre, Santana, el bote –que se llamaba así en honor al abuelo comunista que había llegado a Cuba a inicios del siglo XX desde Santa Cruz de Tenerife–, lleva 800 libras de pescado a bordo y la nevera aguanta hasta 1.100. Los dos hombres deciden sacar un último pase en Pilón para completar la carga. Se van a Vueltagrande y corren con suerte. Cuando intentan regresar, al día siguiente, las baterías no tienen fuerzas para arrancar el motor del bote. “Una se había puesto en corte y se robó la corriente de la otra”, dice Santana en su bitácora. Esperan, por si acaso llega algún otro pescador y les presta una batería para darle carga a la suya. Pescan de día. Pescan también esa noche. A Santana, el bote, no le cabe un pescado más. A las ocho de la mañana del día ocho, sin ninguna otra embarcación alrededor que los socorra, improvisan una vela
Andrés Santana y el recorrido de su barco Santana. FOTO: ELAINE DÍAZ
con un pedazo de lona y reman hasta la Unidad Militar de Guardafronteras de Vueltagrande. Uno de los reclutas de guardia, que ve las señales de los pescadores, se tira al agua. Santana explica. El recluta dice que la batería que tienen en la unidad está mala. Santana le pide que llame al Cabo. En Cabo Cruz, generalmente, hay varios barcos pesqueros. El recluta regresa a tierra y llama al jefe de la Unidad de Guardafronteras de Vueltagrande, el mayor Eladio. A la una de la tarde la brisa es más fuerte. El mar, cerca del arrecife, se pone bravo. Santana le dice al recluta que irá a remos hasta un lugar llamado El Rincón, cerca de Punta Inglés, para protegerse del viento. Llegan a las cinco
y fondean frente a la Unidad de Guardafronteras de Cabo Cruz. Hay tres libras de arroz. Diez boniatos. Un paquete de espaguetis y dos de fideos. Un poco de miel y otro de aceite. Cuatro plátanos burros y diez de fruta. Media barra de pan especial y “seis panecitos viejos, duros y verdes del moho que tenían”. Medio saco de carbón. Tres cebollas, algunos dientes de ajo. Y una botella de vino tinto que habían comprado para Navidad. Cocinan. Comen. Esperan. Hasta que Yenerí advierte que el bote se desenganchó. Sacan el ancla, empatan alrededor de 600 metros de soga, le amarran un saco grande de tierra y lo tiran al mar. Pero la zona es fangosa. El
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viento cambia y un nordeste los vuelve a desenganchar, los arrastra. Durante la noche “se veía el resplandor del faro de Cabo Cruz y las luces de Niquero. Estábamos nerviosos pero teníamos la esperanza de que por la mañana pasara algún ferro y nos ayudara. A las doce del día pasaron dos barcos mercantes, prendimos dos antorchas […] para pedir auxilio. Uno de ellos se acercó bastante, pero nada. […] En la mañana del día diez llevábamos 36 horas perdidos. Pasó otro barco, pusimos en la proa una bandera blanca y con un saco hicimos varias señales. Por gusto”. Santana bota todo lo que pesa porque “nadie va a venir a buscarnos”. Hacen una olla de sopa. Habían pescado
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dos sierras esa mañana, una de 20 libras y la otra de 28. Le echan la primera a la sopa y botan la segunda al mar. Entera. Botan también pargos y rubias de siete libras para darle flotabilidad a la chalana. Botan la tierra. Botan la carnada. “Si no han llegado hasta ahora, no van a venir ya”, dice Santana. Ya no habla con Yenerí, se prepara para lo peor, que no es morir ahogado; sino andar a la deriva. “En aquella inmensidad de mar, con la corriente que nos llevaba a rastras, ¿dónde nos iban a encontrar? ¿Cómo?”, me dirá Santana en enero de 2016 en el balcón de su apartamento desde donde se ve, quietecita, la bahía de Santiago. Limpian el bote. Intentan recuperar la soga que tiraron al mar y consiguen halar 200 metros. No hay fuerza para más. Cortan y el resto va al fondo. Echan el hielo de la nevera en tanquetas según se va haciendo agua. Filtran el agua con el colador de café y lavan el colador en el mar cada dos o tres coladas porque se tupe. El hielo tiene restos de carbón, sangre, baba de pescado. Hierven el agua para que no se pudra. Llenan una tanqueta de veinte litros y la mezclan con los dos litros de agua limpia que les quedan. Toman solo seis dedos al día y el resto se usa para cocinar. Navegan “hacia el este para ver si veíamos las luces de Jamaica pues ya era difícil esperar más. Se nos iban a agotar los víveres. […] Avanzamos la tarde del día once y toda la noche; de luces, nada”. Se acaba el carbón. Los hombres desencajan las tablas del piso de la proa y las queman. “Ahí arde mejor porque es donde cae el petróleo que siempre se bota del tanque”. Una semana antes de salir de Santiago, Yenerí había encargado veinte pesos de boniato. El vendedor se apareció con medio saco. Yenerí preguntó para qué quería tanto. Cuando se acaban el arroz y los plátanos, el boniato salva a los hombres.
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« “En aquella inmensidad de mar, con la corriente que nos llevaba a rastras, ¿dónde nos iban a encontrar? ¿Cómo?” » Santana toma el timón y enfila rumbo noroeste guiándose por el sol y la luna. En esa época no hay estrellas. “Mientras estábamos al pairo recordé un grabado de un libro que leí cuando niño”, dice en su bitácora, “los marinos antiguos echaban al agua cuando había tormenta un gran bolso como un colador que era un ancla de deriva y les servía para mantener la embarcación de proa al viento. Con un tramo de cable de cobre que pedí en Pilón para hacer clavos y una cortina de lona hicimos una, la echamos al agua y mejoró la estabilidad del bote”. “La marejada es terrible, una ola moja los fósforos y de tres cajas solo salvamos media”. Yenerí está nervioso. Le dice a Santana que si se acaba la comida, “él no va a morir de hambre, que se va a tirar al agua para que se lo
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Lo peor no es morir ahogado sino andar a la deriva. FOTO: ELAINE DÍAZ
coman los tiburones”. Santana detesta el drama, no soporta los lloriqueos. No obstante, le responde calmado, le dice que en su bote no va a morir nadie, y suena como si tuviera la certeza de que no va a morir nadie. Que llegarán a tierra, no sabe a cuál, pero que van a llegar lo mismo al cayerío sur de Cuba, a la Isla de la Juventud o a las Islas Caimán. Punto. El 14 de diciembre distinguen un barco a apenas treinta metros. Prenden una antorcha con un mechón envuelto en el gancho de pescar, le hacen señas, gritan. El gancho de pescar coge candela. El barco disminuye la marcha, Santana divisa a un hombre en una especie de balcón, vuelve a gritar que necesita una batería para arrancar. Son las doce de la noche. Hacen una columna de humo corta, una larga, y una
corta. Significa auxilio. Gastan un tubo de pasta de diente y escriben HELP en la lona que sirve de vela. El barco no se detiene. Verán ocho más durante toda la travesía. Nadie los auxilia. “Le dije a Enrique que ni una seña más, ni más pérdida de tiempo, ni más gastadera de fósforos”. “Por la noche divisamos una claridad hacia el noroeste […], parecía un barco, al pasar el tiempo seguía aclarando y parecía como un crucero. […] En el fondo apareció un resplandor, tenue pero largo. […] Por encima del resplandor se veían despegar y aterrizar aviones, la luz pequeña se aclaró y ya se distinguían los bombillos. […] En eso pegó el norte y se fue la alegría. Comenzamos a alejarnos, tiramos las anclas, quitamos las velas y vimos cómo se alejaban y se perdían las luces”.
Dos días después, en medio de un “nordeste terrible, con olas del tamaño de un poste eléctrico, a remos nada más”, Yenerí y Santana se acercan a Gran Caimán. Uno tira el ancla, el otro se encarama en la proa a amarrar el bote; a uno las olas le empapan la ropa, al otro lo tiran al mar. Saltan, nadan, llegan a la orilla. Es la madrugada del 17 de diciembre de 2008 y Santana, el bote, ha comenzado a hundirse.
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EL CENTRO DE RETENCIÓN En 1994, durante la llamada ‘crisis de los balseros’, más de 1.200 cubanos salieron de la costa sur del país con la esperanza de llegar hasta Centroamérica o México, y terminaron varados en alguno de los territorios de Islas Caimán. Solo 20 obtuvieron el estatus de refugiado y el resto fue repatriado.
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El éxodo de 1994 le costó diez millones de dólares al gobierno de Islas Caimán, distribuidos en alimentación, traslado aéreo, gastos administrativos, atención médica. Cinco años después, en abril de 1999, el país firmó un memorándum de entendimiento con La Habana que establecía que todos los cubanos que llegaran de manera ilegal podían ser retornados a Cuba, a menos que se les concediera asilo político. Previamente, las repatriaciones se negociaban caso por caso. Para el cierre de 2008, la cifra de arribos de ese año ascendía a 207 cubanos. Cuando Andrés Santana y Enrique Yenerí se encuentren con la policía en la madrugada del 17 de diciembre, las autoridades seguirán el protocolo habitual para inmigrantes ilegales. Si alguna vez han visto a dos
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pescadores cubanos perdidos, no dan noticias de ello. Pasan la primera noche en el hospital, en una camilla del cuerpo de guardia. Desayunan refresco energético, sopa de proteína y vegetales, galletas y un vaso de leche con cereal de avena. Los trasladan hasta el Departamento de Inmigración. Durante el interrogatorio, donde Santana diga “las Tropas de Guardafronteras no nos auxiliaron”, Yenerí acotará “los comunistas nos abandonaron”. Así comenzará un forcejeo político entre los dos hombres que culminará en el silencio. Cuando Santana aborde el avión con destino a La Habana, el martes 14 de abril de 2009, tras casi cuatro meses en el centro de retención para inmigrantes ilegales, hará un mes que no hablan de nada. El centro de retención en Gran Caimán está vacío a finales de diciembre de 2008. Hace apenas una semana deportaron a 60 cubanos. Mantenerlo abierto cuesta. Por eso reubican a Santana y a Yenerí en un calabozo de tránsito de una estación de policía donde no hay tranquilidad, ni tampoco mucho que hacer. Entre el 18 de diciembre de 2008 y el 8 de enero de 2009, por la celda desfilan un joven hondureño que se queja de dolor en el brazo y ofende a los policías, un nicaragüense al que detienen mientras maneja una moto borracho y sin licencia, otro nicaragüense que no se había presentado a juicio la semana anterior, un jamaicano y un sordomudo con trastornos mentales. Los días que está en prisión, el sordomudo se envuelve el pulóver alrededor del cuello, los policías de guardia entran, le quitan la ropa, el sordomudo patea la reja de la celda y se duerme de puro cansancio; el sordomudo intenta ahorcarse atando tiras de ropa vieja, los policías de guardia amenazan con usar el spray; el sordomudo usa enton-
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« Durante el interrogatorio, donde Santana diga “las Tropas de Guardafronteras no nos auxiliaron”, Yenerí acotará “los comunistas nos abandonaron” » ces la sábana, los policías de guardia le esposan los pies, la cintura, las manos. El sordomudo grita, y golpea las muñecas contra la ventana hasta que ve la sangre, los policías de guardia lo sacan de la celda, lo encadenan a una columna, le curan las heridas. El sordomudo se contorsiona y la cadena le rodea el cuello, los policías de guardia aprietan las cadenas y lo devuelven a la celda. El sordomudo le quita la bolsa de nailon al cesto de basura y mete su cabeza dentro, los policías de guardia le quitan la bolsa de nailon y le escriben que coma y duerma tranquilo, que al otro día lo van a liberar. El sordomudo encuentra un plástico e intenta cortarse las venas, los policías de guardia lo esposan abrazado a una columna de manera tal que solo puede estar de pie. A las ocho y diez de la noche del día 30 de diciembre, después de
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siete jornadas, el sordomudo sale de prisión. Yenerí y Santana nunca sabrán por qué el sordomudo tiene tantas ganas de matarse. Tampoco les interesa. Ellos solo quieren dormir en paz. Y hace una semana que no lo consiguen. El 8 de enero de 2009 los dos hombres son trasladados al centro de retención de inmigrantes. Yenerí, con hongos en los pies y dermatitis en los testículos; Santana, con la presión alta. Las reglas de Islas Caimán para la solicitud de asilo político son estrictas y muy específicas. Santana las desconoce. Tampoco es que necesite saberlas. El hombre, de 67 años, solo quiere que lo pongan en un avión de vuelta a Santiago de Cuba lo antes posible. Yenerí tiene otros planes. Si el joven de 31 años alguna vez soñó con largarse de Cuba es irrelevante. Lo cierto es que está en Gran Caimán, que sobrevivió a una travesía de nueve días en el mar y que todo aquello tenía que pasar por ‘algo’. La única razón plausible, a esas alturas, era que él pudiera quedarse allí. El mar le roba el bote a Santana. El mar le regala otra oportunidad de vida a Yenerí. Pero Yenerí también ignora las leyes relativas a la solicitud de asilo político en la isla. Richard no. De Richard sabemos poco. Sabemos lo que está escrito en el diario de Yenerí que Santana guarda. Sabemos, por ejemplo, que es un amigo, que es el padrino de la hija de Yenerí, que es estadounidense. Sabemos que Yenerí lo llamó desde Gran Caimán, que Richard voló hasta la isla, que contrató a una abogada para llevar su caso y que también le ofreció los servicios de la abogada a Santana. Sabemos que Santana los rechazó. Y sabemos que mientras no se solucione el proceso legal de Yenerí, Santana no pondrá un pie en el avión de vuelta a La Habana, aunque siga
escribiéndole cartas a Ricardo Alarcón, entonces presidente de la Asamblea Nacional del Poder Popular cubana. Para iniciar una solicitud de asilo en Islas Caimán el aspirante debe hacer una petición verbal o escrita ante un oficial de inmigración que luego evalúa el caso. Si es aprobado, se conduce una entrevista formal. Existen aspectos específicos del proceso que deben mantenerse en secreto para evitar que aquellos que buscan asilo sean sometidos a represalias si las peticiones son negadas y deben regresar a sus países de origen. Las entrevistas de seguimiento pueden durar días y los solicitantes deben ser lo más específicos posible en su argumentación sobre el tipo de persecución que están sufriendo. Las transcripciones de la entrevista y todas las pruebas obtenidas se envían al jefe de inmigración, quien realiza la determinación final sobre el caso. Si la solicitud es rechazada inicialmente, existe el derecho de apelación. En 2009, según estadísticas publicadas por la oficina del Alto Comisionado de Naciones Unidas para Refugiados (UNHCR, por sus siglas en inglés), solo una persona recibió asilo en Islas Caimán. El 14 de abril, después de cuatro meses, ambos hombres son finalmente escoltados hasta el aeropuerto. En la mañana, oficiales de inmigración le informan a Yenerí que su solicitud de asilo político ha sido denegada. Yenerí responde que si lo retornan a Cuba es muy probable que vaya a prisión. Tiene dos actas de advertencia –no sabemos por qué– y a la tercera le pueden aplicar una pena de hasta cuatro años en la cárcel por peligrosidad. “Eso significa que nunca más podría pescar”, dice. Mientras pesan las maletas en el aeropuerto, un oficial de inmigración separa a Yenerí de la cola y saca su equipaje. Poco después de la última llamada,
otro oficial le pide a Santana que diga a las autoridades cubanas que el hombre ha sido trasladado al hospital. Yenerí nunca toma el vuelo con destino a La Habana. Todavía vive en Islas Caimán. En algún momento, durante los cuatro meses en la isla, escribe en una esquina de la bitácora del viejo: “Gracias a Santana y a su bote, he salvado mi vida, y soy libre”. Luego arranca la hoja donde está el mensaje. O al menos eso dice Santana a las Tropas de Guardafronteras a su regreso, cuando entrega su diario con el pedazo de papel faltante.
« Santana cree que merece La Estrella por encima de cualquier otra persona jurídica o natural interesada »
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LAS CARTAS Cómo llegó La Estrella a Santiago de Cuba sigue siendo un misterio. Algunos dicen que la dejó un barco soviético en el 85. Las referencias oficiales más lejanas son de 2001, cuando el Distrito de Seguridad Marítima la entrega a la Empresa de Camiones de Oriente para el transporte de pasajeros desde Cayo Granma. Su utilidad social se amplía y la cargan con materiales de la construcción, hasta que en un viaje, repleta de bloques de hormigón, se vira. El casco
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sufre averías en el túnel y en la base del timón. Desmontan el motor y La Estrella queda varada en el Cayo. Unos meses después, los trabajadores de la campaña contra el Aedes Aegiptys, taladro en mano, profundizan las heridas en el casco para que no se llene de agua. A mediados de 2009, Santana pide a la Empresa Provincial de Transporte que le otorguen la embarcación que agoniza en Cayo Granma. Con un motor y algunos arreglos, estará en el mar en pocos meses. Allí le dicen que La Estrella no es de su interés, que no consta como medio básico de su patrimonio y le advierten que en 2005 la empresa había intentado cederla a un mecánico residente en el Cayo, un tal Raúl Silva Rabel, y las Tropas de Guardafronteras negaron el traspaso. Santana cree que merece La Estrella por encima de cualquier otra persona jurídica o natural interesada: primero, porque él estaba pescando para el Estado cuando sucedió el accidente; segundo, porque “con diez litros de petróleo y media hora del tiempo de la embarcación que estaba de guardia en Cabo Cruz” se hubiera podido evitar lo sucedido; y tercero, porque lo protege el artículo 26 de la Constitución. El mismo refiere que “toda persona que sufriere daño o perjuicio causado indebidamente por funcionarios o agentes del Estado con motivo del ejercicio de las funciones propias de sus cargos tiene derecho a reclamar y obtener la correspondiente reparación o indemnización en la forma que establece la ley”. Para probar esto último, el Fiscal Jefe municipal le aconseja –en carta fechada el 14 de mayo de 2010– que se auxilie “de los servicios de un abogado para que establezca la acción civil ante el órgano jurisdiccional competente, al amparo de lo dispuesto en [varios] artículos […] del Código Civil”. Santana
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sabe que es la palabra suya contra la de las Tropas de Guardafronteras. Un “no nos fueron a auxiliar en tres días” contra un “los fuimos a buscar pero el bote nunca apreció”. Lo que sigue es papel y tiempo. Tiempo que no le sobra a Santana. Papel para hacer muchas cartas. Cartas a la directora general del grupo empresarial INDIPES, cartas a José Luis Toledo Santander, presidente de la Comisión de Asuntos Constitucionales y Jurídicos de la Asamblea Nacional del Poder Popular, cartas al director de la empresa provincial de transporte, cartas al presidente de la Asamblea Provincial del Poder Popular, cartas a la coronel Walkiria Fernández, jefa de la dirección de atención a la ciudadanía en la provincia, cartas al fiscal municipal y cartas al fiscal provincial, cartas a la empresa pesquera de Santiago de Cuba, cartas al Consejo de Estado. Dice Santana, en declaración jurada, el 9 de junio de 2011: “En julio o agosto de 2009 […] me entregaron [la Empresa Provincial de Transporte] la posesión de la embarcación La Estrella en documentos, donde se alega […] que se me hace entrega por el accidente de trabajo donde había perdido mi embarcación y porque lo había solicitado la Dirección de PESCASAN y el ejecutivo de la Federación de Pesca Deportiva”. Dice Marco Antonio Caballero de la Rosa, Fiscal Jefe Municipal, el 14 de mayo de 2010: “El artículo 151 del Manual de Procedimientos de la Capitanía del Puerto del año 2006 norma el nivel de autorización para el traspaso de embarcaciones estatales a particulares, cuya competencia recae en el Ministerio de Transporte previa autorización del departamento de Capitanía del Puerto de La Habana y el consentimiento del
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capitán del puerto del territorio en que se encuentra enclavada, exigiéndose además la certificación de que la embarcación se encuentra lista para la explotación”. Dice Santana, el 3 de agosto de 2010, en carta dirigida a José Luis Toledo Santander: “Hace como un mes fui citado por el jefe del Destacamento de Tropas Guardafronteras de Santiago de Cuba. […] y se me pidió una copia del acta de entrega de […] La Estrella por transporte provincial, lo cual efectué al día siguiente. Ellos irían a este organismo a verificar si se mantenía esa disposición de hacer entrega de la misma.
[…] Después de esa fecha no he sabido más nada”. Dicen los miembros de una comisión conformada por el Ministerio de la Industria Alimenticia, según recomendaciones del Consejo de Estado, el 2 de febrero de 2011, en entrevista con Santana: “La posibilidad de resolución de este caso se encuentra en manos de Capitanía, quien debe aprobar el traspaso […] del casco abandonado y Guardafronteras, quienes podrían facilitar el motor y la propela. PESCASAN e INDIPES a medida que vayan teniendo en existencia los productos necesarios para la reparación de la embarcación los pondrán a disposición de Morales Santana”.
Dice Santana, el 18 de octubre de 2011, en carta dirigida a la coronel Walkiria Fernández, jefa de atención a la ciudadanía, Santiago de Cuba: “Compañera, no acabo de entender que si ese casco de embarcación no es de nadie, ni es de interés de nadie, cómo es posible que no se me pueda entregar si aquí en Santiago de Cuba se entregaron cuatro el año pasado”. Técnicamente, La Estrella sí es de alguien según las regulaciones actuales. La ley 115 de Navegación Marítima, Fluvial y Lacustre, aprobada el 6 de julio de 2013, en su reglamento, establece que “los ministerios del Transporte o del Interior, según el caso, son los en-
cargados de determinar el destino más útil desde el punto de vista socioeconómico de un buque, embarcación y artefacto naval declarado en abandono”. Casi siempre, el destino final más útil es la Unión de Empresas de Recuperación de Materias Primas donde son desguazados, destinados a chatarra. La repentina premura y atención a las embarcaciones abandonadas surge en un contexto de “avance de inversiones en los puertos del Mariel, Santiago de Cuba, Banes, la cayería Norte y el inevitable aumento en el arribo de embarcaciones de recreo, en la misma medida en que cesen las prohibiciones que concibe el bloqueo norteamericano
a Cuba”, dice Enrique Lussón Battle, vicepresidente del Consejo de Ministros, durante los debates de la Asamblea Nacional del Poder Popular en julio de 2015. “Anualmente circulan alrededor de Cuba, sin entrar, unos 148 mil yates”, puntualiza Lussón. En un artículo publicado por Juventud Rebelde en junio de 2014, el ministro de Transporte, César Ignacio Arocha, informa que existen ocho grandes barcos y más de 250 otras embarcaciones ancladas en varias zonas del país sin que sus propietarios hagan “nada por ellos”. No sabemos si La Estrella está contemplada en esta estadística, pero ya no se encuentra varada en Cayo Granma. Ahora
Cuando uno salva la vida gracias a un milagro siempre debe dar algo a cambio. FOTO: ELAINE DÍAZ
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agoniza en una represa cerca de Palma Soriano. Después de siete años, es probable que su fin sea el desguace.
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EL BOTE Cuando uno salva la vida gracias a un milagro –que no es más que lo que ocurre en medio de una situación donde lo prudente, lo cuerdo, lo que toca es morir– siempre debe dar algo a cambio. Un trueque divino donde el salvado nada tiene que decir. Santana, el hombre, vive; Santana, el bote, muere. Pero Santana, el hombre, se resiste a perder. En 2011 escribe la última carta. La fecha en Santiago de Cuba, la dirige al coronel Víctor López, Jefe de la Capitanía General de la República, y le dice “que quiere olvidar”, “hacer caso a varios compañeros” y dedicarse a construir “una embarcación con la ayuda de ellos”. “Mi necesidad es mucha y mis años restantes pocos”, añade a la solicitud de autorización para construir un nuevo bote. Santana ya no quiere luchar por La Estrella. Su carta, más que de permiso, es de renuncia. En abril de 2013 Alberto Clavijo Delis, director general de la empresa pesquera de Santiago de Cuba, pide al presidente de la Asamblea Provincial del Poder Popular que facilite a Santana los trámites para la compra de cuatro metros cúbicos de madera. Le dicen también que el único que tiene cedro es Yayo Gudeiro. “Yayo Gudeiro fue un combatiente de la Sierra que estaba bajo el mando de Raúl”, dice Santana. En noviembre, Yayo Gudeiro, en carta fechada en la finca La Ibis, Segundo Frente, le dona un motor Lombardine, hecho en Italia. Yayo Gudeiro también le dará dos cedros y un algarrobo. Pero justo cuando van a iniciar los trabajos el primer carpintero muere. En 2014, Santana viaja por primera
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vez a Estados Unidos invitado por sus hijos. Guillermo, Andrés, Iván y Marian lo reciben en el aeropuerto internacional de Miami. Iván habla “con un amigo que tenía contratos con un banco para chapear las casas decomisadas” y el hombre le da trabajo. Santana necesita la plata para terminar el bote, para contratar a otro carpintero. “Un carpintero que vea bien”; porque si a Santana no lo hubieran operado de la vista, si no le fallaran los ojos, levantaría el bote él mismo. A fin de cuentas ya lo hizo una vez. A Santana donde único se le adivina la edad es en las manos. No se queja, ni se cansa. Es un hombre que está acostumbrado al fatalismo en mar y en tierra. Lo lleva con dignidad. Cuenta la historia del naufragio con fastidio, sin pose de víctima. Y el hombre que lo contrata se da cuenta; por eso le sube el salario de siete a diez dólares la hora el segundo día. Trabaja una semana y regresa con 700 dólares a Santiago. No es suficiente. “Por hacer el bote me están pidiendo 12.000 pesos cubanos, más los trabajos que tengo que hacer de soldadura, reparación, tornería. Yo calculo que debo montarme en alrededor de 25.000 pesos más”, dice, “y ya debo 29 mil pesos”. El 13 de enero de 2016 Santana viene nuevamente a La Habana a pelear un poco de ayuda para terminar su bote. Va a la embajada de Japón, tras enterarse de la existencia de un proyecto de cooperación con empresas pesqueras estatales; al Departamento de Atención de la Población en el Ministerio de la Industria Alimentaria, donde reposan todas sus cartas; al Ministerio de Transporte, para averiguar por La Estrella. Dice que esta vez se “va a amarrar en un parque”. Exagera y bromea, claro. Este invierno no habrá santiaguero en ningún parque
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capitalino con una soga amarrada a la cintura y un ancla que descanse en el asfalto. Treinta mil setecientos pesos y siete años después, el hombre solo tiene un esqueleto de madera a medio terminar en Cangrejitos. Santana cumplirá 77 años el próximo 29 de junio. Los hombres de su familia no han sobrepasado los 75. “Ya yo estoy de más en este mundo”, dice, “y lo que me quede por vivir, quiero pasarlo en el mar, pescando”. Quizás esa es la función del bote: mantener al hombre con vida. Probablemente, cuando Santana, el bote, renazca; Santana, el hombre, morirá.
El bote a medio construir. FOTO: ELAINE DÍAZ
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La familia de la cueva La vida en una franja entre el mar y la meseta por lian morales heredia
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LA FAMILIA DE CUEVA
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A Lita
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l día de la tragedia, el mayor de los hijos Gallo se percata de que están a merced de la inexistencia. El mar se acerca. Sube, penetra, golpe tras golpe. La familia en la cueva se ahogará en cualquier momento como ratones en cañería. Gallo hijo, que vivirá dos años allí, siente en la oscuridad los alaridos del meteoro, de olas y rocas gigantescas que vuelan. Recuerda, no sabe de dónde, mugidos de bestias primitivas, algo se despierta en él. Es un hombre, es mortal, tiembla; pero escupe. En Siboney nació el país que vivimos hoy. En Siboney hace muchos siglos había gente, siboney, gente de la piedra preciosa. Después vinieron los cañones, las minas, el ferrocarril, los norteamericanos, la primera guerra imperialista, los grandes músicos, la Generación del Centenario, el cable de fibra óptica. Allí está, también, La Cantera. Una franja entre el mar y una meseta. La franja, de aproximadamente 100 metros de ancho y dos kilómetros de largo; la meseta, de unos 40 metros de altura y cuatro kilómetros de longitud. Al que pasa por allí, lo persigue el recuerdo. Una y otra vez se puede decir a sí mismo que no es real, que la gente de la cueva no es de verdad. Cuando el forastero abandona esa arena, quiere pellizcarse, pero ni eso puede, no tendrá otra cosa en que pensar, hasta que la obsesión lo haga volver. Para ver y creer. Lo mismo, pero más intenso. Y volver da miedo. Hay que tener buenas tripas. Cualquiera se deja enloquecer con la historia de la cueva, que no es historia, es la vida de seres humanos, que no han enloquecido, no saben cómo. La familia de la cueva ahora vive en tres chozas; verlas, hace dudar de su estado de agregación, sólidas no son. El
La Cantera, una franja entre el mar y una meseta. FOTO: LIAN MORALES
padre de la familia está sentado en una piedra velando a las cabras que pastan. Una manguera sale de su vientre y vuelve a él unos cuantos centímetros más lejos, algo fluye en esa manguera. No invita a sentarse, a primera vista se pudiera pensar que da pena invitar a sentarse en un trocito de roca. Hay que acuclillarse, este hombre no esperaba a un periodista.
A
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quella madrugada el mar devoró tanto que se devoró a sí mismo. María Laborde Brron, la madre de la familia, solo recuerda:
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—Oscuro, frío; oscuro, frío. Clamándole al Santísimo. Íbamos a acabar como pescados muertos… Lo que queda de la casa de mampostería de los Gallo son piedrecitas confusas, microscópicas astillas de la casa que demolieron el viento, las olas de diez metros, las moles surgidas del fondo marino y quién sabe qué más. Todo en aquella noche a la desbandada y en aquella primera madrugada en la cueva fue arremetedor. Roberto Gallo no va al sitio donde están los restos de su casa como quien visita la tumba de un hijo, un padre, una mujer. Él va allí como quien visita su propia tumba. Una entidad estatal, Materiales 14, recompensó su trabajo con una casa
categorizada como medio básico en esta zona. Aun si tuviera cómo construirla de nuevo, otra entidad estatal le impide hacerlo allí: Planificación Física. El sitio ha sido declarado como vulnerable por su cercanía al mar. —¿Por qué no le otorgan vivienda, o le posibilitan un sitio para construir, o materiales de construcción, o un subsidio? –pregunto. Roberto es jubilado, enfermo renal grave, tiene un hijo y un nieto esquizofrénicos, mantiene a un sobrino epiléptico. María interrumpe, dice que esperaba que le dieran un apartamento en uno de los asentamientos tipo petrocasas construidos en Micro-3, en el Centro Urbano Abel Santamaría, a unos diez
kilómetros de La Cantera. Ahora espera por un espacio en dos antiguos edificios que recién habilitaron cerca de la playa Siboney. En estos hay 24 apartamentos, ocupados por familias a las que el huracán Sandy les destruyó sus casas. Unas semanas después del ciclón, hermanos de una iglesia de Palma Soriano le erigieron una tienda con pedazos de tela de cultivo semiprotegido y zinc oxidado. Mide unos dos metros de ancho por tres de largo. Allí estuvieron hasta que Lázaro Expósito, primer secretario del Partido Comunista en Santiago de Cuba, ordenó darles otra solución. —El jefe, sí, Expósito, tuve esa dicha, cuando yo me acerco a él, manda un poco de obreros pa’ montarnos esto – dice María. —Lo hizo la Forestal –agrega Roberto Gallo. Dos chozas de corteza de árboles. Nada de cimiento o al menos estacas. Colocadas como cajitas en la arena caliente. Miden unos cuatro metros de largo por tres de ancho. ¿Sol, lluvia, leve brisa, polvo? Ni hablar. Y la palabra viento mueve las sombras, y los recuerdos, que son mucho más fuertes. —Esto fue una facilidad temporal – digo–, pero ustedes se merecen algo mejor. —Así mismo –responde María. —¿No se quejaron, no exigieron? —No. Estamos aquí, esperando. María ha echado mucha guerra en Seguridad Social, llevó los papeles de esquizofrenia de un hijo y del nieto, y le respondieron que no hay lugar donde internarlos. Los casos de Seguridad Social se atienden en el policlínico. El martes 12 de enero, a las diez de la mañana, la psiquiatra no ha llegado, la recepcionista del policlínico explica que no hay psiquiatras, la que viene es para niños. Sí hay psicólogos, que han
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atendido a casos como el de familias hacinadas con niños en una casa inhabitable. María esperaba que el martes viniera la psiquiatra, quien le hizo la carta para la oficina de Seguridad Social del municipio. El nieto ya terminó la escuela especial, tiene 17 años.
« La palabra viento mueve las sombras, y los recuerdos, que son mucho más fuertes » Roberto Gallo se siente abandonado. De su antiguo centro de trabajo le mandaron un jaboncito. ¿Los papeles del cuarto medio básico de la empresa Materiales 14? El ciclón se marchó con todo. Menos con los Gallo, dos chivas y el perro. ¿Gestiones? A la diálisis lo lleva el joven sobrino, que sufre ataques de epilepsia frecuentes y otros trastornos. El costo que sea no es posible para ellos, tienen demasiados problemas inmediatos, multiplicados por día de supervivencia. En el Consejo Popular de Siboney están los papeles donde se declara la casa de los Gallo como derrumbe total. El 24 de diciembre de 2015 se entregaron los dos edificios habilitados por los que estaba esperando María. Pero hay muchas familias necesitadas, más de 24. Gente que arma sus
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casas con los destrozos de cualquier parte. Siboney es el museo de Sandy. La familia de la cueva no puede decir, como una familia damnificada más, que imploró al cielo que los salvara, y que al otro día, cuando pasó la tempestad, todos se horrorizaron al ver la destrucción, la pérdida, la desolación, y agradecieron estar sanos y salvos. Esta familia podrá seguir siendo en cualquier momento la familia de la cueva. Puede que, para ellos, todavía lo peor esté por pasar.
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la ley lo dice, al no tener la propiedad de la vivienda, no tener habitable, no se le puede dar la propiedad, y eso tranca el proceso. Hay gran cantidad de personas con disposición de construir por esfuerzo propio, pero no pueden por ese motivo. Sin embargo hoy tenemos 51 personas que están construyendo su casita con los recursos que tenemos. Se recibe acero, cemento, grava, arena, hay tejas de zinc. Con sistematicidad, cada un mes más o menos, esos son los recursos que más llegan, por ejemplo de acero llegan dos mil y pico de barras, y la venta es buena, inclu-
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enceslao Gómez Castellanos, jefe del Puesto de Dirección del Gobierno Municipal de Santiago de Cuba en Siboney: —En Siboney tuvimos 3.374 afectaciones: 716 derrumbes totales, 793 derrumbes parciales, 1.096 pérdidas totales de techo, 669 pérdidas parciales de techo, otras 100 afectaciones –grietas, etcétera–. Solución completa: 762; de esta cantidad 399 fueron por crédito, 169 por efectivo, 188 bonificados y 6 por subsidio. Tenemos resueltos todos los techos de zinc. En el Punto de Materiales da la bienvenida un “área contra insendio”. En el Punto trabajan cuatro braceros, tres en facturas, un almacenero, un económico y dos técnicos. Y Wenceslao: —Ahora a lo que se está dando tratamiento fundamentalmente es a los derrumbes totales, que ahí sí tenemos problemas con la recuperación. ¿Por qué? Porque la mayoría de las personas que viven acá no tienen documentos legales de su vivienda, y ese es un paso primordial para poder darle atención al derrumbe total. ¿Por qué? Porque, bueno,
La mayoría de quienes viven acá no tienen documentos legales de su vivienda so se está atendiendo ahora a los que tienen licencia de construcción que no son damnificados. Pueden adquirir ese acero, hasta un nivel. La recuperación no es solo para Sandy. Pero se prioriza a los que fueron afectados. ¿Con qué tenemos problemas? Para cerrar más expedientes. Si nos llegaran ventanas, puertas, tanques y más tejas de fibro ya hubiéramos resuelto buena cantidad de casos. —¿Por qué a los que no tienen documentos no se les resuelve la situación? —Qué sucede, aquí hay mucha gente que construyó ilegalmente. Esto, al ser zona de campo, llega cualquiera a un lugar, y pone una casita ahí. Hay
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quien lleva años, pero al no tener habitabilidad, nunca ha podido legalizar su vivienda, y si no tiene propiedad no puede adquirir recursos para hacerla habitable. —Wenceslao, eso es un ciclo sin fin. —Esto se ha debatido en todos los escenarios, estamos esperando por una resolución que debía dictar el Instituto Nacional de la Vivienda para poder darle tratamiento a esa gente. —Y en el caso de los Gallo, ¿no se piensa al menos en algún subsidio para ese caso específico? —No. ¿Por qué? Porque el subsidio también parte de la legalización de la vivienda. Marlene Rivero, especialista en inversión estatal, subsidios y esfuerzo propio en el Punto de Materiales: —A todo el que solicita se le hace la visita. Tenemos menos de una semana para verificar la afectación, nos comunicamos con el Puesto de Dirección y se hace el permiso de construcción, el dictamen del arquitecto de la comunidad, todos los documentos. Iliana Castro Magaña, representante de subsidio de la Dirección Municipal de Vivienda de Santiago de Cuba para Siboney: —Existen muchas personas que no poseen el documento legal, deben ser muchos más los subsidiados, pero la legalidad es primordial. Ahora estamos haciendo un llamado para todo el que solicitó subsidio antes del ciclón, en 2012 y hasta 2014. Están los que lo han solicitado, los que no han sido aprobados, más los que pueden solicitar. Lo fundamental es que tengan el documento legal actualizado. Todos tienen derecho a solicitar subsidio. En Siboney los asentamientos hablan de las cosas elementales, de las cosas sin nombre: El Brujo, El Delirio, El Oasis, Soledad, La Caridad, El Refugio, El
Allí algunos valientes mordisquean con lo que pueden la piedra. FOTO: LIAN MORALES
Carpintero, La Gran Piedra, El Sapo. No es raro que una orquesta de Siboney se llame Salsa Chula. El Punto de Materiales, el Puesto de Dirección del Gobierno y el Consejo Popular están contiguos. Aquí había un bar en el genesiaco 1958. De su techo cayó hacia la muerte Manuel Blanco, dueño del bar. Había también una tienda, una carnicería, una cafetería y un depósito de cocos de Siboney.
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ras el paso del ciclón, incomunicación total en La Cantera, solo hay algunas zarzas de unos centímetros de altura, pero en el camino que conduce allí los árboles caídos, las piedras, los trozos de la naturaleza y la humanidad arrancados por Sandy obstruían el acceso. Se limpiaron montañas de escombros de la vía principal.
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En Siboney se conservan obras de arte invaluables, fragmentos de ladrillos amorosamente tallados, escombros revividos, casitas que son un primor, rompecabezas en cuatro dimensiones. Siempre falta algo, algo en la otredad. —En la cueva –dice María– no teníamos ni un mechón ni un fósforo ni na’. Hasta que amaneció, y en ese momento digo, bueno, deja ver mi casa, que he dejado patos, camas, pero qué va, mi
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vida, casa y cama, nada, nada, todo fue para el mar. —¿Qué hicieron entonces? —Na’, empezamos a decir, bueno, aquí hay que hacer algo, algo hay que hacer. Nos daban comida, allí en el autoservicio, el Consejo Popular, buena atención, hay que ser agradecido. La historia que condujo a María Laborde Brron a la cueva comenzó en Jamaica. Sus ascendientes llegaron a Cuba por Guantánamo, pasaron por Jutinicú antes de terminar en Santiago. Con doce años María llegó a Siboney, trabajó y se jubiló como custodio de la cantera. —Mi suegra y dos tías de mi mujer hablaban inglés –dice Gallo padre–. Yo no entendía ni papa. El 24 de octubre de 2012 un visitante llega a Cuba. Iba para Granma, pero Jamaica lo endereza. Espera la madrugada, el día siguiente. Las montañas lo contienen. Solo queda un lugar donde no hay montañas: el mar. Encaja en la bahía, en la puerta de Santiago. Es bello, es odioso. En los días siguientes, si es que hubo, muchos lloraron en esta ciudad. Los siboneyes perciben la atmósfera espantada, dolorosa, petrificada, dentro de sí. Un desenlace. Un desasosiego, como una tragedia. —Sandy nos trancó el paso –recuerda Roberto Gallo hijo–, ya no había transporte, un camión sin techo evacuó. Una mujer que había estado esperando en la parada, con una niña chiquita, corría con el ciclón detrás para que alguien le abriera la puerta. Muchos con niños chiquitos se salvaron porque subieron para la Academia de Ciencias. Él entró por Mar Verde, dio la vuelta, subió para la Gran Piedra, después entró en Sardinero y se metió con Siboney, parece que tuvo un combate fuerte con la Gran Piedra.
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Dicen que en Chivirico un montón de bóvedas se destrozaron, y estaban los muertos levantados, con to’ los pelos, los cráneos, to’ afuera. Juan Odelín Lugo: —Me sacó el carro, rompió la puerta del garaje, la puerta de la calle, la cerca, voló y cayó más allá de la carretera, más de treinta metros. No desapareció del mapa por caer en un hueco con raíces y demás que lo retuvieron. Pero estaba asegurado, a los dos años el seguro me lo cambió. Esto fue dramático, dramático… Yo saqué a las dos hijitas mías, para una casa que está ahí en la escalera que sube para la Academia de Ciencias. Alexander Matos perdió la casa y ahora exhibe con orgullo su campito de tomate de unos metros en la aridez de La Cantera. —Yo le vendía leche y queso al Estado, tenía más de cincuenta chivos. El ciclón acabó con todos ellos, con todo. Los quemamos, los botamos. Cómo nos los vamos a comer, compay, si no había con qué cocinar ni corriente para guardarlos. Hubo que regalar animales a la gente a ver qué provecho le iban a sacar. No, y gallinas, patos…, los ahogó, los desbarató…, esto se llenó de escombros. Mira, ese tanque –no era mío, ni sé de quién es– vino flotando, pa’ que tú sepas. Lo acomodé en alto para distribuir el agua en la casa, la ponen los viernes, viene llegando los domingos, está casi a punto el lunes y la quitan. Viene del pozo Majayabo. Tuve que vender un caballo también, por una pata que se le jodió, todo esto se llenó de pedruscones y de mar…, no dejó nada. Siboney se cayó, te lo digo yo que soy nativo. Antes de Sandy mi sembrado tenía veinte metros más. Las piedras, la gente, el camino, todo se corrió más para acá, un poquito más lejos del mar. Yo había comprado camiones de tierra
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Roberto Gallo hijo llegando a su casa. FOTO: LIAN MORALES
vegetal, tuve que volver a abrir la tierra pedregosa, cincuenta centímetros y ya es laja completa. Y más camiones. Yo tengo un niño de un año y días, construyo lo más lejos del mar que puedo, y la zapata alta como loco. El Estado me dio una bolsa de cemento y el modulito de tejas de zinc de emergencia. Yo pesco submarino, lucho el pesca’o, saco una pala de arena y una de polvo si hablo en la cantera. Yo tenía un coche colonial. Les dábamos tres vueltas a los muchachos por un peso, aquello era una bola de muchachos pa’ montarse. Aquí no hay diversión, no hay un restaurante las 24 horas, no hay nada.
Uno se disgusta. Tú sabes cuánta gente se ha parado aquí, “dime, el queso que tú haces”, y esto y lo otro, y yo, “compay, el ciclón llegó primero que tú”.
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a cantera se explota. La pedrera…, no. Allí algunos valientes mordisquean con lo que pueden la piedra. Robertico Gallo está unos cuantos tonos más oscuro que hace un mes. —Hicimos una enramada al pie de la cueva, con pedazos de cartón, nailon, lo
que encontramos. Dormíamos en una tabla y en el suelo –dice. Eran Gallo padre, María, el mayor de los hijos, el hijo esquizofrénico, el hijo que vino de Santiago a ayudar, su mujer que vino después, y el nieto y el sobrino de Gallo padre. —Después llegaron tres colchonetas –dice Gallo padre–, de Chávez… Gracias a Hugo Chávez. —Fui a rescatar al perro –continúa Robertico–. Una piedra que estaba terminando de acabar con la última pared por poco me mata. Luché con una puerca en medio de las olas, la traje al hombro, y dos chivas también. Veía las
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piedras volando. Estaba oscuro, pero se veía el mar rojo, había una bola roja que venía como gritando, yo nunca había visto eso, y volví a entrar a la cueva. En la pedrera Robertico y un vecino, trabajando toda una semana, pueden sacar 10 m3 de piedras para enchapar muros; los venden a 700 pesos cubanos, a veces, cuando viene alguien a buscar. Las lomas de piedra sacada se quedan en el descampado. Se las pueden robar. Robertico tiene ojos verdes grisáceos, de tigre lloroso. Se ha lavado, pero sigue lleno de arena, en pie, y desesperado por acabar con el periodista sentado en
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Siboney es el museo del Sandy. FOTO: LIAN MORALES
el único “asiento” y volver a la pedrera. Allí lo único que no es mineral es el hombre. El dolor es constante, inmóvil, telúrico. La pedrera es la escultura del infierno. —A las 4:30 de la tarde ya el mar estaba aquí – dice, clavando sus ojos en los míos, luego en la pedrera–. Desapareció una nave de Materiales 14. Dura treinta minutos más y nos ahogamos todos en la cueva. Aquí donde estamos ahora todo era marabú y lo quitamos. Yo lucho en la pedrera desde las seis de la mañana hasta que se va el sol. Trabajé veintidós años en el restaurante La Rueda, pero como no era rentable nos empezaron a pagar según lo que produjéramos en el mes. Ganábamos muy poco.
María interrumpe. Hace rato se oye de choza en choza preguntando por un peso. —A las tres semanas de Sandy –prosigue Robertico–, dos funcionarias, una de Vivienda y otra de Planificación Física, vinieron a pedirme los papeles de la casa y el carné. Me desperté, estaba intrica’o en la cueva, propenso a que me cayera una piedra en la cabeza. Respondí que se los había llevado el ciclón. Discutimos. Yo digo que el funcionario, el dirigente, tiene que tener buena forma, así como Expósito, que es un tipo chévere con el pueblo, nagüe. Hay gente aquí que tiene dos y tres casas, y hay quien no tiene. To’ eso yo lo valoro, mi cabeza da vueltas. Si no hubiéramos
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« Yo digo que el funcionario, el dirigente, tiene que tener buena forma, así como Expósito, que es un tipo chévere con el pueblo »
hecho nada seguiríamos en las mismas. Robertico trabajó como custodio en Las Pocetas, en la finca El Porvenir, en el Parque Baconao. —Yo soy revolucionario a todas, amo mi patria, a mi Comandante. Siempre traté de ser correcto, denunciar lo malo. Iba y hacía guardia dondequiera aunque estuviese de descanso, tuve problemas laborales, me hacían un número ocho a cada rato. Una vez, subiendo una escalera, me sube la presión, caigo del último peldaño…, sangré toda la camisa. Me pasaba los días orando, para que me dieran esto [la choza], que después tuve que desarmar, con un vecino, porque estaba muy cerca de la pendiente
[la meseta], y toda el agua se metía. Ahora igual se mete el agua por debajo de las tablas. Tuve que poner unos cables para tener luz. Cuando fui a buscar el módulo de platos, el cubo y la colchoneta que estaban dando, aparecía marcado como si lo hubiera cogido. Tremenda guerra para cogerlo. La Iglesia también ayudó. Cuando pasa este tipo de cosas mucha gente se afecta. Nosotros hemos quedado para el final. Ahora la choza de Robertico es una muy original parodia de la Torre de Pisa. En la cueva se ponía en posición fetal, abrazado al colchoncito para protegerlo, le caía una cascada. —Cuando llueve aquí, recojo todo y me quedo paraíto en firme en una pared,
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igual que en casa de mi papá. Escampa y vuelvo a organizar la casa. No son tiempos de pedir tantas cosas. Aquí no te traen un sirope, no hay supermercado. Yo confío en Expósito, pero esto es una escalera, uno dirige a otro y a otro y a otro. Hay gente que ya tiene materiales y que ya construyó y quiere más. En la cueva había mosquitos, unas mariposas que pican, de todo. Amanecía con la cara llena de ronchas. Un día, llega y encuentra que un operario de la Campaña Antivectorial le ha llenado la cueva de cal. Al ver eso se le hacen agua los ojos. Había cólera. Cuando se encuentra con el operario, este le pregunta: “¿Tú no tienes dónde vivir?”. Después recapacita y le dice que puede enfermarse. Félix Alberto Gallo Laborde, el menor de los hijos Gallo, parece el más desesperado: —Es mucho, estamos comiendo candela, me entiende, hierro, estamos obstinados. Iban a hacer una casa, para mi hermano, que llevaba casi dos años en la cueva. ¿Íbamos a ser siete en una casa? [Se refiere a la choza de corteza]. Me decían que estaba estresa’o, me decían “cálmate que te va a dar algo”. Me pasé el ciclón ayudando a los vecinos, salvando pertenencias. El otro día hizo un aire, se dobló to’ esto, tuve que encaramarme en el techo a poner piedras. Los pocos clavos se doblan, se zafan a cada ratico. No tenemos cerraduras, ni pestillos. Gallo padre se mueve lentamente, tiene una voz espectral, de hombre antiguo: —Yo tenía nueve años cuando vendimos en Santiago y fabricamos aquí la casa de mi abuelo, que me crió. Él murió, yo estaba en el Ejército, una hija de él se quedó con la casa. Después la sellaron porque allí mataron a alguien. Ahora la tiene otra gente. Uno no sabe
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pa’ quién trabaja. No cogí ni un caldero. Fui auxiliar de Guardafronteras, una pila de años cuidando la costa noche y madrugada. El ciclón Flora me lo pasé cargando caña al hombro en Río Cauto y en Manatí, Las Tunas, atasca’o hasta los sesos en el fango. Trabajé más de treinta años en esta cantera. Hace unos días a Gallo padre le quitaron la manguera del vientre. Le dio frío, calor, mareo. Ahora la diálisis es por el brazo. Un hermano murió de insuficiencia renal. Martín Gallo, nieto de Roberto, vive en la tienda de viejos pedazos de zinc y tela, apenas tres metros cuadrados. Dos ruedas de carreta lo sujetan todo. Tiene esquizofrenia, diecisiete años y una madre de paradero desconocido. María vuelve de la búsqueda. No encuentra al nieto. Una vez más. —Le da mucha hambre, y a veces se pone agresivo. Antes, aunque fuera un caramelo le traía la mamá, que también está enferma de los nervios. No tengo ni pastillas, están carísimas. Llevo dos años en el peloteo, me vuelvo loca. La psiquiatra del policlínico envió la carta a Seguridad Social. Sigo esperando. No me conviene que ande por ahí, y menos los domingos. Hay gente abusadora. Él se ha ido para la ciudad solo, perdido, capaz que me lo maten por ahí. A veces tira palos, piedras, rompe vasijas, tejas. Ha estado a punto de matarnos. Si no estuviéramos en esta situación, no estaría tan jodido. Si se internara, uno iría a verlo, lo sacaría dos o tres días para acá. La mamá le hizo rechazo. La culpa de los mayores la pagan los muchachos. Yohandry Moreno, el sobrino de Gallo padre, no tiene asistencia social. En las entrevistas siempre dijo que él sí podía trabajar. —Menos mal que Robertico conoce la enfermedad y es el que atiende los ataques de epilepsia de Yohandry.
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María sigue recuperando el aliento: —Gracias a Dios que por lo menos me mandó ese barquito de auxilio. Yohandry es cariñoso, va adonde le den comida. En su casa pasaba hambre. Nos busca una leñita, quiere pescar, pero no puede ponerse en peligro. —También tenemos que mantenerlo –dice Gallo padre–, mi cartera está lisa. Los médicos no pasan terreno, vivimos en la tierra, no tenemos ni televisor ni refrigerador, solo un ventilador que me prestó unos días mi hermano Jesús, que está trasplantado del riñón. También echó su vida en la cantera y vive igual que nosotros. El poquito de leche de llevarme para el hospital tengo que guardarlo el día antes allá lejos. Gallo y su hermano eran del Destacamento Mirando al Mar. Recuerda una vez que sacaron cuatro kilogramos de cocaína. —Era de la buena, nos lo dijeron cuando la analizaron. Si hubiéramos sido otro tipo de gente fuéramos ricos, pero yo no soy eso. —Si no hacían la de mi papá, la de los enfermos –dice Robertico–, que no me hicieran nada. Vinieron por la mañana y al mediodía las terminaron. Las chozas están en un yermo a un centenar de metros del mar, a unos saltos de la cueva. —Aquí no hay amparo para el agua –suspira el padre de los Gallo. A lo lejos, alguien canta. No sé qué rayos. Los alaridos son hoscos, largos, aborígenes, como de una mujer primípara. Pero es un hombre. Parado en medio del camino. Dice que en Siboney hay casas y calles desaparecidas por la naturaleza. Me dice que era una mujer la que cantaba. No hay ser vivo que se acuerde de ella. Hace mucho tiempo, murió.
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No tenemos cerraduras, ni pestillos. FOTO: LIAN MORALES
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Mar Verde Un pueblo al borde suroeste de la ciudad de Santiago de Cuba por julio batista rodrĂguez
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MAR VERDE
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l mar se lo traga todo. Y el 25 de octubre de 2012 las olas provocadas por el huracán Sandy masticaron el Barrio Rojo hasta que de los hogares más cercanos a la playa solo quedó el piso. Aquel era el centro de la vida playera de Mar Verde, 48 viviendas a pocos metros de la orilla, alejado de los ruidos de Santiago de Cuba. En ese lugar la gente vivía en paz: alquilaban casas, criaban animales, pescaban… Justo por allí tocó tierra Sandy, a la una de la madrugada, con vientos sostenidos de 175 kilómetros por hora. A la mañana siguiente, cuando el temporal había cesado, en el Barrio Rojo solo se mantenían seis edificaciones en pie. La catástrofe más demoledora que vivió la comunidad marcó el inicio de una nueva vida para casi todos sus habitantes. Cuarenta familias tuvieron que buscar cobijo y muchos hallaron la solución en las cabañas deshabitadas de lo que había sido primero un medio básico de la Central Termoeléctrica santiaguera Antonio Maceo (Renté), y luego sitio de hospedaje perteneciente a la empresa Baconao. Cuando la gente llegó, no encontró más que cuatro bloques de habitaciones, casi todas sin techo, repletas de basura y arena. Allí se refugiarían durante tres años y tres meses. En aquel sitio Mar Verde comenzaría a reinventarse. Aún las cabañas albergan a las mismas personas.
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ar Verde es una comunidad reconocida oficialmente desde 1981, está ubicada en la playa de igual nombre, forma parte del Consejo Popular Agüero-Mar Verde que abarca
Desde octubre de 2012 han nacido tres varones y una niña; el menor de ellos es Jorge Leandro, de apenas siete meses. Allí también han muerto igual cifra de ancianos. Según confirma Esperanza Galindo, hoy viven en las cabañas 31 familias: 28 en los bloques del campismo, y otras tres en habitaciones más alejadas. En total, 85 personas, el mismo número que llegó hace tres años para reinventarse la vida después de Sandy.
E Mar Verde ocupa apenas 0.321 km². FOTO: JULIO BATISTA
62.4 kilómetros cuadrados y es la circunscripción 47 entre las 277 que integran el municipio Santiago de Cuba. Allí no hay teléfono fijo, no llega el correo, no hay tiendas, agromercados, farmacias, escuelas o bodegas; apenas un consultorio del médico de la familia para auxilios mínimos. Mar Verde está al borde suroeste de la ciudad, justo en el límite costero con el municipio Guamá, y no aparece en muchos mapas comerciales. Los niños del lugar van a la escuela primaria en El Carmen, a la Secundaria Básica y al Preuniversitario en Santiago de Cuba. La bodega más cercana está a dos kilómetros, la farmacia a cinco, y para atenderse en un policlínico los
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habitantes deben desplazarse hasta el reparto Nuevo Vista Alegre, a veinte kilómetros. Un viaje de 40 minutos en guagua separa la playa y la comunidad de la capital provincial. La ruta 204 realiza el recorrido de 16 kilómetros desde la terminal El Serrano en ese tiempo. También puede emplearse la 400, que sigue más allá, hasta Caletón, o subirse a una camioneta particular que cobra 5 pesos. Quienes salen y regresan a Mar Verde diariamente se han acostumbrado a los ómnibus y a sus horarios. La primera ruta directa entra a la playa entre las 5:30 y las 6:00 de la mañana. La última, antes de las 9:00 p.m. A partir de esa hora se depende de la
confronta asignada a Caletón. Aunque la verdad es que tiene poco uso. Después de las 8:00 de la noche raras veces sale o entra alguien, salvo por cuestiones de urgencia. Mar Verde ocupa apenas 0.321 km², está ubicado en tierra de nadie y es un asentamiento eminentemente rural, aunque por la división político administrativa esté atado al municipio cabecera. Allí, el Plan Turquino ha incentivado la producción local de alimentos. Esperanza Galindo, delegada de la circunscripción, explica que en la playa todo gira en torno a la pesca y la cría de animales. Divididos por una carretera serpenteante, la gente del poblado ha nacido y vivido separada en dos mundos: la
playa y la loma. Los de abajo crían y pescan; los de arriba, mayoritariamente, cultivan y también pescan. Pescar es parte indisoluble de este pueblo, se transmite como un gen. De cierta manera, ambos grupos solo están conectados por el mar y el aislamiento. Ese ha sido su denominador común. A media tarde, cuando van saliendo del agua con las sartas de pescados, los hombres del pueblo llegan a la Pista de Baile de la playa, donde ofertan refresco de cola, vino Soroa y siete tipos diferentes de ron. Es una isla de ruido en medio de la nada, el único lugar que parece habitado a esa hora. En las cabañas el paso del tiempo podría medirse en términos de vidas.
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speranza Rodríguez tiene 62 años y a primera vista podrían calculársele diez más. Llegó a la playa hace poco menos de una década, en busca de las brisas que calmaran su constante asma. Vivía en la capital de la provincia, cerca de la calle Aguilera, pero allá no podía respirar. La humedad, la ciudad y su aire cargado le oprimían el pecho. Entonces permutó y entre 2006 y 2012 el Barrio Rojo fue su hogar. Con medio siglo a las espaldas comenzó de cero. Allí volvería a trabajar, cocinando para un grupo de hombres que sacrificaban y limpiaban cerdos cada día. Entre eso y salir en las mañanas al portal pasaba su tiempo. Muchas veces uno de los cuartos de su casa se llenaba de amistades o estudiantes de medicina que trabajan con su hermana, la doctora. Entonces fungía como anfitriona. Hablaba con todos, reía, actuaba como la abuela de una manada. Esperanza, por esa época, se confesaba feliz. Pero llegó Sandy y lo cambió todo. O casi todo. De una casa que colindaba con la costa suroriental de Cuba, pasó a vivir en la cabaña número 48, que posee dos piezas de idéntico tamaño –tres
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MAR VERDE
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metros de largo por tres de ancho–, una cocinita y un baño. Todo su mobiliario se resume con sencillez elemental: un refrigerador, un ventilador, dos camas personales, una pequeña repisa de madera adornada con pedazos de coral que le regalan, la antigua mesa metálica del patio y cuatro sillas de tres modelos diferentes. El jueves 6 de enero de 2016 debía entrar agua. El régimen de abastecimiento surte las tuberías cada diez días, u once. Por lo tanto, los días del agua en Mar Verde son sagrados. Cada dos cabañas hay un tanque de fibrocemento que algunos han logrado bajar para que funcione, pues la escasa presión no consigue llenarlos en las torres donde originalmente estaban ubicados. Tampoco hay horarios fijos. El agua puede llegar lo mismo en la madrugada que en la noche. A diferencia del agua, la vida allí tiene rutinas estrictas. Si se llega en la mañana solo se podrá conversar con las mujeres. En ese tiempo hay que ser breve, la mayoría está atareada cuidando los animales, preparando el almuerzo o cuidando a los niños. Ninguna mira el mar. Únicamente en la tarde es posible encontrar a los hombres. A esa hora regresan de pescar. En Mar Verde menos de una decena de personas está vinculada laboralmente a alguna institución estatal, casi todas en la ciudad de Santiago de Cuba. Cuando llegué ese jueves, Esperanza estaba despierta. Eran poco más de las nueve de la mañana y buena parte de las mujeres esperaban para llenar de agua cuanto cacharro tuviesen a mano. Los vecinos cuentan que se les prometió ayuda con unos tanques plásticos para almacenarla, pero jamás llegaron. Esa sería una de las primeras promesas. Cada diez días, u once, las mujeres de Mar Verde se movilizan. Los cuatro
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En el minúsculo portal de la cabaña, converso con Esperanza. Esa noche dormiré en su casa, en la cama de la sala. Conocer el Mar Verde nocturno implica no salir hasta el día siguiente. A las 9:30 p.m. en el campismo no hay nadie caminando. Puertas y ventanas cerradas. Solo los grillos, algún sonido lejano de televisor y las olas componen la nana que arropa la desolación. “Yo estaba muy contenta, venía y me sentaba frente al mar. Pero ya no quiero ni verlo. Ahora solo quiero vivir,
Por las mañanas en Mar Verde solo hay mujeres, los hombres llegan por la tarde
En la playa las personas no tienen ganas de hablar. FOTO: JULIO BATISTA
bloques son una revolución. Entonces el asentamiento da la sensación de tener vida y, además del viento y las olas, se escuchan voces. El jueves 6 de enero el agua llegaría a las 11 de la noche y tendría a los vecinos despiertos, acarreando cubetas, hasta cerca de las cinco de la madrugada. Eso dejó tiempo para conversar. Desde siempre, el abastecimiento de agua de Mar Verde llegó de Presa Parada, pero la sequía que vivió el territorio oriental de Cuba durante 2015 impidió que el embalse continuara abasteciendo a la población y el gobierno empleó la perforación de un centenar de pozos
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criollos como solución. A partir de ese momento el agua ha sido salobre. Según datos publicados por Celene Batista Milanés en su artículo “La experiencia de la región Suroriental de Cuba en el enfrentamiento al cambio climático”, la salinización de los pozos podría estar relacionada con los trastornos que sufren los ecosistemas costeros de esta zona ante el cambio climático, pues “la intrusión de agua salada como consecuencia de la subida del nivel del mar reducirá la calidad y cantidad de los suministros de agua dulce, disminuyendo sus reservas y disponibilidad para el consumo del hombre, los animales y los cultivos”.
En Mar Verde a casi nadie le alcanza el agua, y cuando se agotan las reservas, se paga por ella. Por 20 pesos los dueños de pozos artesanales abastecen a los clientes. No es lo más rentable, pero es la vía que han encontrado quienes no disponen de grandes recipientes para almacenarla. “Tenemos veces de usar dos pastillas de jabón y la ropa no queda bien, porque el agua tiene mucha sal. Lo otro es tomarla… ¿ya la probaste?”, me pregunta Esperanza. Hasta entonces no lo había hecho. El agua allí hay que engañarla, filtrarla, hervirla, mezclarla con refresco, con azúcar, con limón, con lo
que se tenga… y aun así, la sal se nota. Lo más triste del campismo no es el silencio de las tardes, o la espesa oscuridad de las noches. Lo doloroso de este lugar es la falta de fe. No lo dicen así, pero en las miradas se advierte la amargura y el resentimiento de quienes se sienten olvidados. En la playa las personas no tienen ganas de hablar. Tres años de espera les han sembrado la desconfianza en el rostro. No por eso dejan de recibir a los desconocidos, ni de ofrecer el agua salobre que beben a diario, ni de disculparse porque no está fría o no tienen algo mejor que brindar.
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quiero ver mi vida lejos de aquí”, rezonga Esperanza. Su antigua casa tenía un patio grande con terraza, matas de fruta bomba y una de tamarindo. Ella nunca crió animales, y ahora padece de asma, insuficiencia renal, hipertensión y neuropatía diabética. Después de Sandy, buscando entre lo que fue suyo, tuvo un accidente con una piedra que terminó con la amputación del dedo gordo del pie izquierdo. Su angiólogo le prohibió regresar al mar, o pasear por la arena. Nunca más ha vuelto al sitio donde estaba su casa. No puede y no quiere. Al igual que ella casi todos los habitantes del campismo
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evitan pasar por el antiguo barrio. Caminar por las ruinas es la peor manera de recordar. Hoy Esperanza solo tiene una rutina. De lunes a viernes se despierta a las 5:00 a.m. para sacar del refrigerador la merienda de Alejandro, el hijo de Natacha y Alexander, sus vecinos de la cabaña 47. El niño tiene ocho años, la energía de un escuadrón de milicias y cuando sea grande quiere una careta y una pistola para pescar como todos los hombres. Ya conoce todos los caracoles y su valor para la artesanía. Alejandro va a la escuela primaria en
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Santiago de Cuba y, de tanto levantarse temprano, muchas veces se duerme en clase. Natacha, que físicamente se parece a Esperanza, se queda con las llaves de la cabaña para poder usar el refrigerador. Esperanza la considera su hija. Alejandro llama a su vecina por el nombre que se ha ganado: abuela. A Espe, como le dice Natacha, el ciclón le arrebató su vida anterior y en pago le regaló una familia. Ella lo explica con el mismo fervor con que lee cada noche algún pasaje de la vieja y manoseada Biblia que descansa sobre la repisa: “…mi Señor nunca me deja
« Tres meses después del Sandy el campismo comenzó a ser Facilidad Temporal Estatal »
Restos de antiguas casas en Mar Verde. FOTO: JULIO BATISTA
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desamparada, Él siempre me cuida”. Esta vez, para Esperanza, la Trinidad llegó con nombres más comunes. Esperanza conoce que cerca están construyendo su casa, pero sabe poco de las condiciones: apenas que no está frente al mar, ni cerca de los hospitales. A estas alturas prefiere no saber. No quiere sumar más desengaños. Tres años es demasiado tiempo para acumular promesas incumplidas.
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ún con los sentidos embotados por la tragedia y el miedo crónico de la noche anterior, Hildelbrando Tapia Ávila tuvo que preocuparse por encontrar un sitio para su familia. Al igual que sus vecinos llegaría a las cabañas. Al igual que otras 31 familias, en los siguientes cinco días, él y Odelkis Cisneros harían lo necesario para sobrevivir. Limpiarían y remendarían el espacio con los despojos que Sandy dejó a orillas de la playa. Tres meses más tarde el Gobierno santiaguero otorgaría al campismo la condición de Facilidad Temporal Estatal. Veinte años de vivir frente al mar no habían preparado a Hildelbrando. Cada temporada se formaban y desaparecían ciclones pero en dos décadas Mar Verde solo había sufrido una inundación a causa de las lluvias. El mar, con ellos, era benévolo. Sin embargo, el 26 de octubre en el antiguo vecindario la escena era lamentable. Mucha gente buscaba entre la basura, otros se llevaban de la basura ajena cualquier cosa que sirviera para armar una nueva casa. Se peleaban por la rapiña de la supervivencia. Eran buitres humanos repartiéndose el festín que ofrecía el cadáver del Barrio Rojo.
La cabaña que escogieron no tenía techo. Mientras Odelkis sacaba la arena de su futura casa, Hildelbrando acopiaba retazos de tejas de fibrocemento, pedazos de cinc y cuanto hallaba de sus pertenencias. Cualquier cosa significaba un bien preciado. El gran hallazgo fue la foto del primer año de Claudia, que apareció flotando en su marco y hoy está cada vez más desmejorada por la humedad. En octubre de 2012 la niña tenía 20 meses de nacida. Hoy, con casi 5 años, ha pasado más tiempo albergada en el campismo que en su propia casa. Con lo que encontraron en los días siguientes los nuevos inquilinos cercaron pequeños espacios detrás de sus cabañas. En ellos construyeron corrales improvisados, criaron animales, los vendieron y compraron algunas cosas que el mar les llevó. Luego volverían a criar para seguir manteniéndose. Reprodujeron a menor escala la vida que tuvieron antes. Entonces la Oficina de Planificación Física declaró que los patios eran ilegales y ordenó su derribo. Pero la gente del Barrio Rojo ya había perdido demasiado. La negación de los vecinos fue tajante y, al final, con la intervención de la delegada de la Circunscripción, las autoridades permitieron los nuevos patios hasta que cesara la permanencia de los albergados. Desde entonces han pasado tres años. Nunca más han regresado a preguntar por las cercas. Junto al mar, justo detrás del cuarto bloque de cabañas, se extendía una línea de trincheras en desuso, pertenecientes las Fuerzas Armadas Revolucionarias. Esa también fue una oportunidad que aprovecharon. Hildelbrando cuenta que habló con el Jefe de Sector y “todos los hombres jóvenes empezamos a recuperar las cabillas de esa construcción y a venderlas. Con esa platica aguantamos los
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primeros tiempos, porque hasta dos meses después no se pudo pescar, el ciclón había desbaratado el fondo marino. Así hemos sobrevivido, haciendo un trabajito por aquí, otro por allá, criando algún animalito, arañando como se puede”. Nadie tenía dinero, por eso cuando un vecino mataba algún ovejo, o un macho, se pedían prestadas cinco, seis libras de carne para comer. No podía ser más que eso. Los refrigeradores no funcionan sin electricidad y debían freír la carne para conservarla. La deuda se anotaba y más tarde era pagada puntualmente. Era el inicio de las relaciones en una comunidad a la que se le añadía otro reto: la convivencia directa. Las nuevas condiciones también han sido el catalizador de conflictos. Odelkis Cisneros trabajó como maestra primaria antes de que una crisis de la glándula tiroidea la alejara del magisterio sin terminar la licenciatura. Ella está segura de que después de Sandy todos quedaron afectados. “Nunca tuvimos asistencia psicológica aquí en el campismo. La gente tuvo que adaptarse a vivir muy pegada, como no lo había hecho nunca. Además, todo el estrés del huracán lo guardamos dentro”. Por eso cree ella que cualquier discusión pequeña “se convierte en el fin del mundo”. Hoy Hildelbrando solo tiene una chiva. Había comprado dos, pero una se la robaron y a esta no la pierde de vista. Al lado del corral acomoda sus implementos de pesca: patas de rana, snorkel y careta. Calcula que la lata de caracoles cinturita recolectada en una semana le reportará cerca de 20 CUC por su valor para la confección de artículos religiosos. En Mar Verde no solo de pescado y leche vive el hombre. Allí nada se desaprovecha. A esta gente el mar les quitó todo, y de alguna manera debe restituírselo. Esa es su filosofía.
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“Todo el estrés del huracán lo guardamos dentro”, Odelkis Cisneros. FOTO: JULIO BATISTA
Hilde y Odelkis han visto el sitio donde edifican desde hace dos años el nuevo barrio. Ellos tampoco saben demasiado del lugar. Alguien les comentó que quienes no tuviesen la propiedad de la antigua casa vivirían como arrendatarios los primeros cinco años, y solo cumplido ese tiempo comenzarían a pagar los apartamentos como propietarios. Nadie más pudo confirmar esta información. A Esperanza, la delegada, aún no le han dicho de manera oficial cuál será el costo para los futuros dueños. Ella solo asegura que la mayor parte de ese dinero será subsidiado por el Estado.
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1.320 metros de Mar Verde se construye una urbanización polifuncional en la zona rural de San Agustín, prevista para cerca de 230 viviendas repartidas
en edificaciones de dos plantas, sin patios traseros o balcones. Entre mayo y junio de 2014 comenzaron los movimientos de tierra para acondicionar el espacio, escogido por los mismos habitantes de Mar Verde por encontrarse relativamente cerca de la playa. En septiembre inició el trabajo y tres meses después, el ingeniero Raúl Gata Alvarado, por entonces jefe de obras, anunció al periódico provincial Sierra Maestra: “Para este año teníamos previsto las labores de inicio y desarrollo, […] pero debido al rápido avance del trabajo y a la necesidad de restituirle a cada familia su hogar lo más pronto posible, decidimos terminar para el 31 de diciembre 56 de las 250 viviendas a ejecutar”. No se cumplió. Una segunda planificación apuntaba a diciembre de 2015. Esperanza Galindo comenta que a medida que avanzaba el año “se sabía que esas viviendas no se podían entregar, entonces se
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pulmones, el mar, sus animales o los ocupantes de la cabaña más cercana. Los que nada esperan no corren el riesgo de decepcionarse. En una ocasión el Comandante de la Revolución Ramiro Valdés visitó la obra. Regla Cuesta Milanés vive en la cabaña 53 y como secretaria del Núcleo Zonal del Partido Comunista de Cuba estaba presente en el recorrido. Cuenta que, durante de la inspección, Ramiro comenzó a tocar la pared con el dedo y mientras más raspaba, hurgando, más grande se hacía el hueco. En ese momento, y a voz en cuello, le preguntó al jefe de obras qué habían hecho con los materiales. Con variaciones más o menos efectistas –hay quienes dicen que la pared se desplomó cuando apoyó la mano–, la anécdota es un ejemplo que todos citan. En la
playa, la calidad de la terminación preocupa mucho. En las cabañas sobran historias sobre el desvío de materiales. Hasta sus puertas han llevado el cemento que, supuestamente, debería ser empleado en las futuras viviendas. Entre ellos tampoco escasean las denuncias. La misma delegada lo confirma: “Yo no he coincidido nunca”, dice la delegada, “pero los vecinos me han dicho que han venido constructores proponiendo una bolsa de cemento o una cabilla”. Esperanza Galindo dice también que autoridades como el Jefe del Sector han sido puestas al tanto, pero “aun cuando eso se ha hecho en múltiples ocasiones, ahí se mantiene la situación”. Para la construcción de la comunidad se emplea como base la tipología Sandino, concebida originalmente para
decidió apoyar las obras priorizadas por el 500 aniversario de la ciudad. En Santiago había una revolución de la construcción con las obras que había que entregar el 26 de julio, y se mandaron todos los hombres que estaban trabajando en otros lugares”. En agosto de 2015 los trabajos se reanudaron, pero el atraso era insalvable. Era la segunda vez que se incumplía el plan. Actualmente, según declaraciones ofrecidas por José Ramírez Guevara, Director Técnico del Ministerio de las Construcciones (MICONS) en la provincia santiaguera, se habla de finalizar la comunidad en diciembre de 2016 con una cifra cercana a las 230 casas. En la primera semana de enero apenas 13 biplantas (26 apartamentos) estaban edificadas totalmente. Después de todo este tiempo la gente del campismo se muestra escéptica. Perdieron la capacidad de creer en otra cosa que no sean sus manos, sus
favorecer una ejecución rápida. Sin embargo, las adecuaciones realizadas a esta modalidad inciden en el retraso del proyecto. Según Ramírez, “el Sandino clásico posee columnas finas y paredes de 6 cm de espesor, o sea, que no se les puede dar mucha responsabilidad en cuanto a estabilidad y carga. Eso obliga a que la fortaleza de la edificación descanse en la estructura: columnas, vigas y entrepisos. Por eso tuvimos que diseñar columnas (40×40 cm) y vigas (30×40 cm) de grandes dimensiones, reforzadas con elementos de acero y capaces de soportar la estructura y los elementos sueltos ante cualquier movimiento sísmico; ello también incluye zapatas más profundas y resistentes. Todo lo que se revierte en mayor tiempo de trabajo.
Urbanización polifuncional para habitantes de Mar Verde. FOTO: JULIO BATISTA
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“Por eso la construcción se complejiza, pues todos esos elementos son de fundición in situ, el acero se coloca en el lugar y las placas intermedias también deben fundirse allí. Lejos de ser el Sandino, para lo que fue diseñado, en nuestro caso estamos construyendo casi con sistemas convencionales por las condiciones sismorresistentes que debemos cumplir”. El costo de cada casa en San Agustín supera los 60.000 pesos. Ello representa que, solo para edificar 230, se ha presupuestado una inversión superior a los 13.800.000 pesos. Sin embargo, el funcionario del MICONS asegura que el monto final será mayor, pues el proceso “se encarece mucho debido a los costos indirectos: movimiento de tierras, transporte, mano de obra, redes (eléctricas, hidráulicas y sanitarias, acorde con los requerimientos del Ministerio de Ciencia, Tecnología y Medio Ambiente) y vías. Eso incrementa el costo de las casas”. Otra de las preocupaciones de los futuros inquilinos es continuar alejados de las escuelas, los servicios médicos y sin acceso a la venta de productos agrícolas e industriales. A ellos nadie les ha explicado muy bien, o no les han explicado en lo absoluto, en qué consiste un centro polifuncional. Confirman Ramírez y Galindo que el acceso a los servicios fue algo previsto desde el primer minuto. Ramírez argumenta que durante el diseño polifuncional del nuevo asentamiento se tomó en cuenta las necesidades de sus habitantes. “Allí hay que crear también las facilidades para que el pueblo pueda acceder a diferentes servicios básicos: tienda, consultorios, farmacias, espacios recreativos… porque si haces un asentamiento de este tipo (alejado) y no los garantizas, estás resolviendo un problema de vivienda, pero creas otros”.
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Esperanza Galindo agrega que los reclamos incluyen la construcción de una escuela mixta (primaria y secundaria), los servicios de comunicación con Etecsa y la creación de un Policlínico Principal de Urgencia (PPU). Estos detalles no los dominaba el resto de los entrevistados en el campismo. A ellos solo se les ha dicho que las casas serán de piso de cemento pulido, que deberán pagar sus viviendas, que no podrán tener animales allí y que compartirán el nuevo reparto con desconocidos de las circunscripciones 46 (Boca de Cabaña) y 48 (Punta de Sal).
El costo de cada nueva casa supera los 60.000 pesos Cuando eligieron el sitio, pensaron que allí solo vivirían ellos, los desplazados del Barrio Rojo. El terreno era espacioso y permitía mantener la cría de animales en los futuros patios. “Si hubiese sido así, la gente no tendría reparos en mudarse”, confirma la delegada. Pero después de Sandy, con 15.889 derrumbes totales en la provincia y varias comunidades costeras destrozadas, cada pedazo de terreno y tiempo eran preciosos. El aprovechamiento del espacio disponible primó para edificar construcciones de dos niveles, asegura Ramírez. “Ello siempre se evalúa, pues no contamos con muchas áreas donde construir. Por eso se plantea que debemos crecer verticalmente. En este caso se trata de
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una vivienda de área mínima (45 y 55 m²) y no de alto estándar (110-120 m²). Con tantas tumbadas por el ciclón, no podemos darnos el lujo de construir casas de alto estándar y que personas sigan en los albergues por 10 o 12 años más”. Otra cuestión es la terminación de las biplantas, que tendrán las condiciones elementales para vivir. Sobre este particular Ramírez explica que “no se trata de una vivienda terminada. Es un sistema de vivienda semilla, entregado a un nivel de ejecución alto y que el usuario puede terminar de acuerdo con su gusto y posibilidades. Lo primero es resolver un problema de protección y habitabilidad con una vivienda fuerte, resistente a huracanes y sismos, con carpintería, iluminación, agua y sistema sanitario. A partir de ahí lo demás corre por el propietario de la vivienda. Pero el Estado no se puede responsabilizar con eso ahora”. Aun con los servicios garantizados, para los habitantes de la playa queda la interrogante más importante: sin espacios para criar, ¿de qué vivirán? “Imagínate, qué voy a hacer yo en un segundo piso. Si vivo en el monte es para tener un pedacito de patio donde criar mis ovejos y los animalitos, como hacía antes”, comenta Hildelbrando a la puerta de su cabaña. En la segunda y más reciente visita del Primer Secretario del Partido en la provincia, Lázaro Expósito, el principal obstáculo planteado por los vecinos para la mudanza fue justo ese. La solución propuesta por el dirigente fue la creación de corrales colectivos en las afueras de la urbanización y que entre todos los propietarios contribuyeran al cuidado de los animales. La idea no fue bien recibida. A los habitantes de la playa les costó adaptarse a vivir tan cerca, pero siempre mantuvieron la independencia de
Mar Verde, Cafetería, Tercera Categoría. FOTO: JULIO BATISTA
sus crías. Actualmente no saben hacerlo de otra manera, y por el momento nadie los ha acompañado en el proceso. Según los resultados del macroproyecto Peligros y Vulnerabilidad Costera (2050-2100), en el cual participaron más de 300 expertos e investigadores de 13 organizaciones, el nivel medio del mar (NMM) en el archipiélago ascendió a un promedio de 1,43 milímetros por año en las últimas décadas. Ello representa que para 2050 el 2,45 por ciento de la superficie cubana estará sumergido por un aumento de 27 centímetros del NMM. Medio siglo más tarde las aguas habrán ocupado el 5,80 por ciento del país y el mar subirá 85 cm por encima de su actual nivel. Estos cálculos no incluyen el terreno perteneciente a la cayería.
En Cuba el Decreto-Ley 212, fechado en julio de 1997, regula el uso de las zonas costeras, restringe la construcción de instalaciones y el crecimiento de los asentamientos humanos en las playas. Según el documento, ninguna construcción debe estar en la duna más próxima al mar o, en ausencia de dunas, a menos de 40 metros –tierra adentro– “a partir del inicio de la franja de vegetación natural consolidada más próxima al mar”. En el Barrio Rojo muchas casas estaban construidas a apenas 10 metros del mar. Con un retroceso medio de la línea costera de 1,2 metros por año, las más cercanas hubiesen sido alcanzadas eventualmente. Entonces Mar Verde y su gente solo tendrían una opción: adaptarse a las nuevas circunstancias.
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Esperanza Galindo ha sido la delegada de la circunscripción 47 desde 2010 y comenta que, mucho antes de Sandy, ya existía el proyecto de mudarlos. “Se estaba haciendo un estudio, pues estábamos en la duna de la playa. Pero Sandy llegó primero y ya no era solo sacar a la gente de aquí, porque medio Santiago estaba en el piso”. No se trata solo del antiguo barrio. Esperanza confirma que las cabañas y el viejo centro de elaboración de la playa también serán demolidos una vez que los vecinos sean reubicados. “Nos dijeron lo mismo, que estas construcciones también estaban en la duna y tenían que quitarlas”. Según ella la playa no cambiará su objeto social. La infraestructura destruida será edificada en otra área más alta, y en lugar de cabañas comenzarán a alquilar casas de campaña.
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Experiencias similares en otras comunidades costeras desplazadas por el cambio climático podrían servir de ejemplo para buscar un modelo autóctono que solucione las necesidades particulares de Mar Verde. Como explica María Elena Perdomo López, investigadora titular del Centro de Estudios y Servicios Ambientales de Villa Clara, “es usual que las personas muestren cierto rechazo a los cambios, pues el arraigamiento a las rutinas es inherente al género humano. El grado de resistencia depende del tipo de cambio y de lo bien que se conozca”. Cualquier transformación en sus casos implica la pérdida de la seguridad a la que han estado atadas varias generaciones. Representa, en toda medida, un cambio de mentalidad y toma de conciencia. Por ello, la especialista recalca la importancia de “hacer un trabajo educativo, de persuasión, de convencimiento, que promueva la participación e implicación. Tratar de cambiar la forma de pensar de las personas. Aplicar la legislación sobre las zonas costeras. Hay que considerar en un balance costo-beneficios cuáles serían las mejores opciones, sin perder la perspectiva de que cada caso requiere un tratamiento particularizado; no olvidar la singularidad de los contextos, y que lo más importante son las vidas humanas”.
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a costa suroriental de Cuba está catalogada por los estudios medioambientales como una de las zonas más vulnerables a los fenómenos naturales y las afectaciones por el aumento del nivel medio del mar, según el artículo de la investigadora Celene Batista. Esparcidos a lo largo de tres provincias (Granma, Santiago de Cuba y Guantánamo),
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15 municipios costeros son el asentamiento de 1.030.974 personas que se incluyen en esa condición: vulnerables. Hasta este momento los habitantes de la playa Mar Verde no han contado con el acompañamiento imprescindible. Allí ha faltado, y aún falta, la explicación precisa y el diálogo con los moradores. Ello se traduce en incertidumbre.
A los habitantes de la playa les costó adaptarse a vivir tan cerca unos de otros Esperanza Galindo cree que habrá solución, que al final la gente entenderá y hallará la forma de salir adelante. “Hay que esperar a que terminen de construir, porque quizás las mismas personas que hoy no quieren irse, se deciden cuando vean las comodidades que tendrán. Lo más complicado es el tema de los animales, y quién sabe si hasta eso se resuelva”. Otros preferirían un cambio radical. Irse a la ciudad. Comenzar una nueva vida lejos de la costa, de los animales, de todo cuanto les recuerde el sitio al que no podrán volver. Esperanza Rodríguez, ya con su diabetes avanzada, es uno de ellos. A fin de cuentas, los habitantes del Barrio Rojo son luchadores: sobrevivieron a Sandy y luego al campismo. Mudar la piel y adaptarse, para ellos, se ha convertido en mecanismo imprescindible. Al final, el mar se lo tragará todo. Y Mar Verde no será la excepción.
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La mudanza Mientras unos esperan por viviendas, otros derriban la suya por mรณnica barรณ
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“ LA INDEPENDENCIA DE UN PUEBLO CONSISTE EN EL RESPETO QUE LOS PODERES PÚBLICOS DEMUESTREN A CADA UNO DE SUS HIJOS
”
José Martí, “Carta a J.A. Lucena”, 1885
—Me mudaron porque dicen que les hace falta el lugar. Les hace falta el lugar porque van a hacer un trabajo de no sé qué cosa. Vicente no se conforma. Ni Orestes. Ni Rolando. Agradecen las buenas intenciones de quienes los mudaron a ellos y a otros cientos. Se alegran por los cientos que en pocas horas desarmaron eufóricos sus viviendas, que canjearon montículos de maderas por la llave de un apartamento, o por las llaves de varios apartamentos. Porque era dando y dando: ruinas por llave(s). La mayoría que eran los cientos no tenía la menor idea de cómo era lo que abría la llave prometida. Hubo quienes ni siquiera visitaron la vivienda a la que iban a mudarse antes de destruir la propia. A veces los custodios que las cuidaban no disponían de llave para mostrar, en caso de que aparecieran candidatos exigiendo ver. No podría decirse que no era parte del trato, pero tampoco que
era parte del trato. La inspección previa quedaba en ese limbo de lo que no se prohíbe ni propicia. Muy pocos fueron y echaron su ojeada. A inspeccionar, nadie con quien hablara. La mayoría que eran los cientos tenía el tipo de vivienda que se destruye sin dubitaciones ante la promesa de una llave inaugural, o varias llaves inaugurales. Lo malo conocido era lo suficientemente conocido como para saber que era mejor cualquier bueno por conocer. Vicente no era de la mayoría que eran los cientos. Ni Orestes. Ni Rolando. Sus casas costaron mucha mandarria destrozarlas. Brigadas musculosas que se beneficiaron directamente o ayudaron al beneficio ajeno. Solo Vicente tuvo fuerza para dar golpes de hierro y ablandar el concreto. Toda una vida de canto y baile trae sus bendiciones. Con 61 cumplidos, su cuerpo todavía puede destrozar la casa construida con casi toda una vida de canto y baile. Orestes y Rolando acumulan más experiencia. La sumatoria de ambos da 172 años. A uno le resta salud la próstata; a otro, la columna. Es decir, el tiempo royendo los huesos. Ninguno de los dos pudo alzar una mandarria y reventar una pared. A la casa de Orestes la sacrificaron albañiles amigos de un hijo suyo mediante una especie de saqueo convenido: no cobraron un quilo pero se quedaron los restos. Ninguno de los tres se acostumbra a mirar el tamaño de su ausencia en el lugar. Nadie sabe, con seguridad, qué cosa se va hacer con el lugar. Vicente, Orestes y Rolando son minoría. Pero no los únicos. Hay otro Vicente, otro Orestes, otro Rolando, que se llama Tomás. Hay una Miriam que no se ha mudado porque teme llamarse Tomás. Y hay otros nombres distintos que podrían llamarse Vicente, Orestes o Rolando. También Miriam. Todos, aún,
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Playita es un eufemismo para nombrar las aguas pestilentes. FOTO: MÓNICA BARÓ
son minoría. Por suerte, residen en un país donde se afirma que las minorías importan.
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iete años atrás. El lugar es La Playita. Reparto San Pedrito. Provincia Santiago de Cuba. La Playita es el seudónimo de un desastre. Puro sarcasmo. Aquí no hay playa ni nada similar. Al lugar lo bautizaron así porque suele inundarse con lluvias intensas. Porque es zona baja y lo atraviesa un río de aguas podridas con reputación de zanjón, pero
que es un río y su nombre es Yarayó, aunque desde hace décadas lo traten como cloaca, por las conexiones clandestinas de demasiados hogares al drenaje pluvial. Este es uno de los primeros paisajes que se le descubre a la ciudad si se entra por tierra: tras pasar la Plaza de la Revolución Antonio Maceo, descendiendo por la Avenida Juan Gualberto Gómez, justo frente a la terminal de ómnibus, a menos de un kilómetro del Cementerio Santa Ifigenia. La Playita –circunscripción 37 del Consejo Popular Mariana Grajales, en jerga administrativa– es otro barrio insalubre dentro de ese otro barrio insalubre
que es San Pedrito. Su trama es caótica, desfigurada. Un diálogo contradictorio entre necesidad, pobreza y emprendimiento. La gente sabe resolver el diario. Sea por vías lícitas, no tan lícitas pero toleradas, o incuestionablemente ilícitas. El diario. Esa es la máxima que rige todo el diseño. La espontaneidad como respuesta a problemas coyunturales. Crece un hijo, se casa, nace un nieto: un cuarto de tablas al fondo del patio. Y si hay casa de mampostería y placa libre y se resuelve mejor: un cuarto de bloques en los altos. La población supera la cifra de 1.400. Se acomoda en un aproximado de 500 viviendas. No todas se respaldan con
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título de propiedad. Algunas tampoco parecen viviendas. Desde inicios de los 60, San Pedrito es zona congelada. Congelar es una metáfora para restringir. Y es muy acertada. Quienes habiten bajo congelación no pueden construir, ni permutar, ni vender, ni etcétera. Su movilidad queda reducida. Esa es una política frecuente para enfrentar barrios insalubres, o ilegales, o ilegales e insalubres. Se espera que así no se expandan. Aunque, en ocasiones, la política no responde solo a un optimismo invertebrado sino, además, a una acción simultánea que fundamenta la congelación. Tal fue el caso, una vez, de San Pedrito. Desde siempre, San Pedrito ha carecido de sistema de alcantarillado e instalaciones hidráulicas apropiadas. Una red de zanjas se encarga de las operaciones albañales. Hay un recuerdo que conserva una memoria de 81 años, Miriam Vicet, otra Miriam, que habla de inundaciones en 1948. Ya en esa época había casas. Y antes de esa época. Desde principios del siglo XX, San Pedrito existe y con bulla. Montó una conga que le trajo fama, que era competencia dura. Cuando arrancó 1959, ahí no quedaba de qué asombrarse. Se conocía hasta los tuétanos. Incluso lo premiaron por su contribución a la gesta revolucionaria, fundando en casa de Maíta, Guardado No. 60, la primera delegación de barrio de la Federación de Mujeres Cubanas en la provincia, en agosto de 1960. Vilma Espín, presidenta de las federadas, lo visitó tres veces. En 1963, el trauma Flora aportó al país un mapa siniestro de vulnerabilidades. La zona oriental, por donde el huracán se entretuvo, quedó hecha un harapo. Fue como si algo hubiera agarrado a la isla por la cola y matraqueado con ella hasta descoyuntarla. Fue toneladas de lluvia. Fue inundaciones.
LA MUDANZA
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Fue 1.126 muertos. Fue 11.103 viviendas desaparecidas y otras 21.486 con daños. San Pedrito, en especial La Playita, se convirtió en la Atlantis del Yarayó. Y el Gobierno fue y vio el horror y decidió mudar. El destino iba a ser el Microdistrito José Martí. Un asentamiento que se construía con el sistema Gran Panel Soviético (GPS), gracias a una planta de prefabricación donada por los camaradas de la Unión Soviética a la Cuba post-Flora. La decisión parecía más definitiva que una carta astral. A muchas personas las compulsaron a vender sus muebles, porque los apartamentos nuevos venían amueblados y esos armatostes antiguos no les iban a caber. No les iban a hacer falta. Muchas personas vendieron sus muebles. El padre de Cecilia Oriz, de la calle Antúnez, vendió todo y dejó solo las camas donde dormía su familia, porque ya estaba entrevistado, con planilla hecha y numerito en la puerta. Congelaron la zona. Se paralizaron obras de ampliación y reparación. ¿Para qué construir si van a mudar? El asunto parecía bastante serio. Las federadas organizaron trabajos voluntarios y fueron a limpiar y las niñas ayudaron a sacudir. Cecilia fue a sacudir. Las viviendas las iban a entregar listas para vivir. Era solo mudarse. Ni siquiera había que cargar muebles. Pero la ilusión duró poco. Los encargados del otorgamiento ejecutaron un acto de prestidigitación, no se sabe si por iniciativa propia o por órdenes superiores, y empezaron a cubrir las miles de capacidades con gente que aparecía de cualquier parte. A quienes quedaron atrás en la cola, no les explicaron razones. Al final, lo que cuentan son los hechos. Y el hecho es que los habitantes de San Pedrito no se mudaron a ningún lugar. Aquello no fue más que un reality show. Las viviendas martianas
las limpiaron y sacudieron para otros. Las que le tocaron al barrio se podrían contar con una mano. Nadie se olvida de los elegidos que se marcharon, ni de quienes montaron su tinglado en el terruño disponible, ni de quienes agarraron un pedazo para sembrar hortalizas. Ahí se quedaron con su conga, su Yarayó, su delegación primogénita, sus numeritos en las puertas. Muchos, sin muebles. Congelados todos, con el argumento de que todavía los iban a mudar. Hasta que en 2009, más de 40 años después de aquella premonición de mudanza, los astros se alinean de manera insólita.
« La población supera la cifra de 1.400. Se acomoda en un aproximado de 500 viviendas » El Partido Comunista de Cuba (PCC) barajea la política nacional y en la repartición a Santiago le cae un As. El maestro Lázaro Expósito, un cuadro con la rara cualidad de ser más líder que cuadro, es designado primer secretario en la provincia. Le precede la legitimidad que su trabajo le ganó en Granma, donde ocupaba el mismo cargo desde 2001. Lo respetan primero porque sus resultados son visibles y ponderables, segundo porque su militancia no se agota en reuniones, tercero porque la gente siente que no ha dejado de ser
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parte de la gente. Pero Santiago es, en todos los sentidos, una bola de fuego. Lo que para La Habana es rebeldía, para Santiago es mero desparpajo, un performance. Y a pocas semanas de oficializarse en la ciudad, el As debuta en el juego. Unas intensas lluvias activan el Consejo de Defensa Provincial. Asume el mando. Se inundan comunidades en distintas regiones de Oriente. Se inunda, por supuesto, San Pedrito. Se hunde, o emerge, La Playita. Para no perder la costumbre, habrá periódicos que priorizarán la historia de la sequía aliviada y los embalses recuperados. Sin embargo, para La Playita, por ejemplo, será la historia de más pérdidas, del petróleo manchándolo todo, de las zanjas vomitando inmundicias, del Yarayó desbordando sus aguas podridas, de las costras de fango, de la piel restregada con luzbrillante (querosene) para quitar el petróleo. En medio de la desgracia, el primer secretario se presenta en San Pedrito. Les ve la cara a sus dolores. Conversa, no discursa. No utiliza la calamidad de tribuna. Y sus palabras se acogen con esperanza. A partir de este momento, el año de las inundaciones será el año en que entró Expósito a Santiago y el año en que entró Expósito a Santiago será el año de las inundaciones. En 2010, empezará el proyecto. Se reactivará la mudanza.
V
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icente se hizo el hombre que quiso ser en La Playita. De niño fue un callejero consagrado, sobresaliente. La calle fue su talento. Pero no lo malgastó. La calle, ese oráculo subestimado, retribuyó la lealtad. Le reveló lo que debía hacer con su vida antes de alcanzar
Más de 1.400 personas viven aquí. FOTO: MÓNICA BARÓ
una edad sensata para preguntárselo. Hay muchas materias que la escuela no imparte, muchas respuestas debajo de las piedras. La base de su formación es una música, una cultura, tan esencial como arrabalera: la rumba. “Miraba y me gustaba y me metía y bailaba y así iba aprendiendo cosas”. Y con la rumba, un poco más profundo, lo afrocubano. Y el tambor batá y el cajón y el palo y los caracoles. De ahí resultó Vicente Portuondo, de una simbiosis entre fe y vocación, que agregó al título de
callejero los de bailarín, percusionista, profesor. La casa a la que iba gente buscando sus criterios profesionales, para entonces ya había prosperado de tablas a bloques, se había convertido en la de cuatro hijos y cuatro nietos y se había expandido para acotejar a la familia multiplicada. “Tenía cinco cuartos. Piso de granito. Clósets. Cocina azulejada. Arriba y abajo placa. Patio enlajado”. Era de una enormidad sin pretensiones, humilde como su entorno, pero
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resistente a lo que la naturaleza deparara. Cuando el demonio de Sandy atacó la provincia en octubre de 2012 y eligió el viento como arma de destrucción masiva, Vicente permaneció impasible bebiendo vino. Estaba seguro de las paredes y el techo que lo guardaban. Tampoco hubo inundaciones como las de 1963, ni como las de 2009. Meses antes, al canal del Yarayó le habían ampliado las medidas y extraído sedimentos malignos. El río no estaba curado, pero al menos había
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mejorado su digestión de residuos. Por eso a Vicente le costó entender por qué debía demoler una vivienda que con el huracán no había sentido ni cosquillas. “A mí no me sacaron por Sandy. A mí me sacaron porque a ellos les hace falta el lugar para el proyecto”. En el patio, además, procuraba el sustento familiar criando animales: chivos, ovejos, gallinas, gallos, caballos. Mudarse no suponía un simple cambio de casa sino de vida. Si accedió a irse, fue porque no pudo elegir quedarse. Los dos apartamentos que le otorgaron en el Asentamiento Yarayó II tuvo que lucharlos. Al principio, ellos, los del proyecto, solo querían otorgarle uno de tres cuartos a cambio de sus escombros. Pero no era justo y protestó porque sus escombros serían de cinco cuartos. Había una esposa, un hijo mayor, y una hija con dos hijos y esposo. No se iban a apretujar en tres cuartos. Los del proyecto aceptaron y concedieron el segundo. “Prepárense que en cualquier momento pueden irse”, dice que les dijeron. El cualquier momento sucedió el 29 de octubre de 2015, que lo anunciaron con casi una semana de anticipación para que despejaran el terreno. —La casa uno es el que tiene que desbaratarla. Y en el caso mío yo empecé cuatro o cinco días antes porque, ya le dije, mi casa era arriba y abajo. —Y usted, ¿cómo se sintió? –le pregunto. —Ah, mija, ¿cómo me voy a sentir? Mal. Todavía estoy mal. No me adapto aquí. Estoy adaptado a tener animales para comer. Aquí no puedo tener ninguno. Y me los robaron casi todos el día antes de venir. Me robaron cinco chivas preñadas. Me robaron un caballo. Que el caballo yo vi cuando me lo llevaban y corrí detrás de la gente, pero tuve que dejar que se fuera porque ya yo estaba
« Los pueblos heroicos no sustentan planes en el análisis de sus posibilidades sino en la fe en su capacidad de esfuerzo y sacrificio » durmiendo al aire libre y tenía la cama afuera, el frío… Esto a mí me dejó pérdidas por donde quiera. —¿Y por qué había que demoler? —Lo que se dice es que ahí va una avenida, que creo que llega hasta la tumba del Comandante. Esos son los comentarios. Que la carretera tiene que pasar por ahí, que van a fabricar, que no sé qué. Yo lo que sé es que había que irse obligado. A pesar de las inconveniencias, Vicente fue uno de los primeros en ocupar el edificio donde vive. Se lo entregaron totalmente nuevo. Tanto, que no lo terminaron. Entiéndase que Santiago de Cuba es una provincia en fase de recuperación. Las ráfagas de Sandy acribillaron el fondo habitacional. El 51 por ciento de lo que fuera. Afectaron 171.380 viviendas, derrumbaron 15.889 de las 171.380 (“Ciudad que retoña”, Bohemia, No. 6, marzo de 2013). Hay un programa constructivo
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acelerado que responde a esa contingencia, que apoyan brigadas de otras provincias y hasta Ecuador y Venezuela. Hay un Plan General de Ordenamiento Urbano, aprobado en mayo de 2014, publicado, en síntesis, por el Instituto de Planificación Física, que fija la meta de crear 29.400 en la provincia con plazo hasta 2025. Entiéndase que no se puede perder tiempo en nimiedades como pegar lozas, nivelar pisos, colocar puertas. No importa que la producción de materiales indispensables para las obras no concuerde con lo planificado. De Santiago nunca se espera menos que heroísmo. Los pueblos heroicos no sustentan planes en el análisis de sus posibilidades sino en la fe en su capacidad de esfuerzo y sacrificio. Esfuerzo y sacrificio han permitido recuperar 62 por ciento del fondo habitacional en tres años. Porcentaje que, según el periódico Sierra Maestra, incluye “105.800 soluciones para derrumbes parciales y totales”. De todas esas soluciones, las que registró la Oficina Nacional de Estadísticas como “viviendas terminadas” por el sector estatal civil en su último anuario de la ciudad fueron 2.254, en 2013; 2.685, en 2014. Las de 2012, por curiosidad: 1.417. Y al concluir 2015, el presidente de la Asamblea Provincial del Poder Popular, Reinaldo García, informó que 2.632. Entiéndase que ninguno de estos números debería aparecer en la historia de Vicente. Aunque lo montaron en el mismo tren de los damnificados, nunca mereció ese boleto. Y de Flora, ya hacía bastante que se había recuperado. No es que Vicente sea un hombre ingrato. Es un hombre que aceptó una ayuda en contra de su voluntad. En lugar de preguntarse si su inconformidad clasifica como ingratitud, habría que preguntarse si la ayuda clasifica como ayuda. Hay que disculparle que no
salte de alegría en un solo pie. A sus 61 años, cuando ya no cuenta con el recurso de los aplausos, ni el socorro de sus animales, debe volver a construir. “A esto hay que hacerle muchas cosas. Te la dan con este piso, pero este piso no sirve, es cemento que le derriten ahí, le pasan la cuchara y lo pulen un poquito. Los cuartos vienen sin marcos, sin puertas, sin clósets. Es una casa para resolver y sacarnos del lugar”. De tan nueva que la dan, la dan hasta sin acceso al agua. En enero de 2016, cuando ya casi todos los edificios del asentamiento se encuentran pintados y ocupados, es que se rompe para el hueco de la cisterna. “Es desde las cinco de la mañana: pa-prrrr-ta-pa-pa-
pa…”. Las ventanas de la sala de Vicente, en planta baja, se abren a una loma de arena. Las paredes exteriores de su vivienda muestran grietas y golpes. En la pintura, arañazos. “Esto es una falta de respeto”. Una vez cada no se sabe cuánto, mandan un camión abastecedor de agua. Dos veces, desde el 29 de octubre. No obstante, ya esas viviendas las avalaron colocándoles habitantes y pasaron a engrosar la fila de terminadas en 2015. —Hay muchas personas que sí se favorecieron porque nunca fabricaron y vivían sin nada –reconoce Vicente–. Es como se dice: en casa del ciego, el tuerto es rey. Pero ese no fue el caso mío. —¿Y la zanja a usted no le afectaba?
Una brigada ganándose la llave. FOTO: MÓNICA BARÓ
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—Mija, nosotros estábamos adaptados a la zanja. El problema es que esa zanja es un río. Ahí antes la gente se bañaba, pescaba. Y lo hicieron el desagüe de la ciudad. Pero la zanja para mí… Casi yo me sentía mejor que en esto. Nunca me enfermé, nunca padecí de nada, y desde que estoy aquí no se me quita el catarro. Si Vicente se hubiera llamado Ramona, no hablaría de la mudanza con amargura. Ramona Guevara es de la mayoría que eran los cientos. Desbarató unas horas antes de mudarse, el mismo 21 de noviembre de 2015. “En La Playita vivía muy mal. Casa de tablas, en lo más bajo, como a una cuadra del río”. Le entregaron tres llaves.
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Los asentamientos lucen bonitos, pero no todo es lo que parece. FOTO: MÓNICA BARÓ
Una para su hijo, que tenía un cuarto en el patio con su esposa y dos niños. Otra para su exesposo. Otra para ella y su hija. “Aquí me siento muy bien porque nunca imaginé tener esto. Pensé morirme en mi casita vieja sin poder comprar nada, porque todo se perdía en las inundaciones”. Su principal preocupación es un muro que queda a pocos metros de su puerta, donde se sientan hombres a beber y hablar cosas que ella preferiría no escuchar. Por eso piensa ir a ver a Expósito, para que mande a enterrar unas cabillas en el muro y nadie más pueda sentarse. Sin embargo, a Vicente le tocó llamarse Vicente. Su principal preocupación no
son las conversaciones despelotadas que el ron estimula. —Algo que me está golpeando a mí fuerte es esto que voy a decir: la propiedad de mi casa la tengo ahí, más de setenta años, por mi mamá. Ahora me dan dos casas. Yo pienso que yo pague una sola, que yo no tenga que pagar las dos. —Pero si la suya estaba pagada, ¿por qué tendría que pagar las que le dieron? —No… pero hay que pagar. Es obligado así. Todo esto yo tengo que pagarlo, me dicen. Entonces voy a ir adonde tenga que ir, porque si pago, pagaré una de las dos. Si a mí me quitaron una casa más grande. ¡Qué pasa compay!
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E
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l Quilombo es la idea original del asentamiento donde reside Vicente. Lo denominaron Asentamiento Yarayó I, pero nadie se identifica con esa denominación. El Quilombo sugiere más espíritu, más carácter. Algo con mayores posibilidades de despertar sentido de pertenencia. Un intento quizás por reconocerse en lo nuevo. Porque la gente todavía no se apropia del espacio. Como si no pudiera creer la realidad donde pisa. Las viviendas permanecen demasiado desnudas. El cemento es pornográfico. Permanecen, además,
amnésicas. No revelan conflictos, pérdidas, romance. Les falta acumular historia, obvio. Pero les falta, sobre todo, la predisposición a la historia. A casi dos años de ser habitados, muchos apartamentos en El Quilombo lucirán como lucen hoy muchos apartamentos en el Abejita Laboriosa a casi dos años de ser habitados. Es la misma ajenidad. Sus habitantes usan las casas como un traje al que no le cortan la etiqueta. En San Pedrito quedan hogares vulnerables que palpitan con más energía. Conozcamos a María Antonia. Un término medio entre la minoría y la mayoría que eran los cientos. Se siente bien, pero está inconforme: desde hace
siglos se advierte que somos criaturas complejas y contradictorias. “Porque nos entregaron esto con defectos y no ha venido más nadie”. María Antonia vive y muere poniendo parches en el piso que se rompe. “El problema del agua. Hoy estamos secos. Sí, tenemos cisterna, pero no hay motor”. Y no pueden pasarse el día entero cargando tanquetas. “No digo que estoy mal, porque me siento feliz”. El problema son las situaciones que no han arreglado desde que se mudaron hace dos meses. “No, antes de tumbar nosotros no vinimos a ver”. A ellos les dijeron se mudan y ellos se mudaron. “Porque necesitaban el terreno”. Y todavía queda gente allá abajo que no se ha ido porque no acepta las ofertas que le han hecho. “Esa gente está pidiendo lo que necesita. Porque en la vida real, ellos se van a quedar con el terreno de nosotros y nosotros tenemos que volver a pagar esto”. No es que sea una mujer ingrata. María Antonia Bandera es una mujer que aceptó una ayuda que no fue incondicional. “No, todavía no me han dicho cuánto es. Pero yo sé que tengo que pagar. Y mi casa estaba pagada y era más grande”. No se equivoca. Deberá volver a pagar. Mariela es otra de esas criaturas complejas y contradictorias. “Sí, yo nací en La Playita y tengo 49 acabados de cumplir. Así que imagínate cuántos ciclones pasé allí”. Los ciclones en La Playita eran lo más malo, lo más malo del mundo. “Bien afectados estuvimos bastante tiempo”. Su familia creció hasta doce y su casa hasta cuatro cuartos. “Aquí nos dieron tres viviendas”. Y a un hermano suyo ya le habían dado una en 2012, antes de Sandy, con piso de losas, baño y cocina de losas, clósets. “A nosotros no. A nosotros nos mataron como a los machos. Esto es una mierda lo que han dado. Y tenemos que
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pagarla”. Si hubiera sabido esto, ella no hubiera roto su casa. “Pero ya cuando tú rompes tienes que ir para donde te metan”. Se desesperaron. Llevaban dos meses: que se van hoy, que se van mañana, y con todo empaquetado. “Demoler la casa fue lo más grande. Mi hermano desde las cuatro de la mañana trajo una brigada que se favoreció de los materiales. Nos desbarató la casa y se llevó los bloques, unos pisos buenos que mi papá había puesto…”.
Que se necesita ese pedazo y a todo el mundo había que mudarlo, los motivos no los dijeron El papá de Mariela es Orestes. Orestes Guillart es una miniatura de 89 años con bastón, sombrero y botas de niño, que todavía sonríe cuando le sacan fotos. Mariela lo trata a ratos como un muñeco. Lo manda a callar, le prohíbe esforzarse. Lo quita, lo pone. Siempre, como una reliquia. Es su manera de cuidarlo. Las preguntas para Orestes, ella las responde o completa. Explica que hasta el final su papá no quería romper su casa. “Su casa que él la hizo. No quería, no quería, no quería. Él nunca quiso venir para acá”. Pero los hijos lo convencieron de asumir el sin remedio. “Mi mamá y mi papá eran propietarios, pero si el Estado necesita… El Estado es el que manda”.
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—¿Y por qué estaban haciendo la mudanza? –pregunto a Mariela. —Ay no sé… No sé si es por la cercanía de nosotros del cementerio… Cuando se muera Fidel Castro eso tiene que estar verde desde allá hasta acá. Yo pienso
En el asentamiento Abejita Laboriosa no han hecho los canales que evacúan el agua pluvial que por eso es que nos mudaron. Eso es lo que comentan las personas. —Que es para hacer la avenida. —Para hacer la Avenida Patria. —Pero nunca se lo dijeron así en ninguna reunión. —No. Nunca nos dijeron por lo que era. Que se necesita ese pedazo y a todo el mundo hay que mudarlo, pero los motivos, nunca los he sabido. El hermano de Mariela que trajo la brigada que desbarató la casa que construyó su padre, trabaja como pintor en la Avenida Patria. Eduardo ha hecho mucho por esto. Integró el Contingente Héroes del Moncada, el Contingente Ho Chi Ming. “Yo sí tengo qué contar”. Su ruta como pintor y auxiliar de albañilería es la ruta de las construcciones monumentales en Santiago de Cuba. Entregó el Mausoleo José Martí en el Cementerio Santa Ifigenia, la Plaza de
la Revolución, el Teatro Heredia, la Sala Polivalente. Y ya entregó también la Avenida Patria. Nunca ha hecho ni ha entregado nada él solo, pero siente muy suya cada obra. Eduardo ha sentido mucho por esto. Ahora con la mudanza siente gratitud, y con la Avenida Patria, orgullo. “Gracias a la Revolución, tengo lo que tengo. Jamás en la vida yo iba a pensar tener un apartamento”. Ya hizo su clóset, el de su mamá, porque a él le tocó con sus padres. “Poco a poco. Hay que sacrificarse”. —Y en la Avenida Patria, ¿hace cuánto que trabaja? —Desde que empezó la Avenida Patria. Yo empecé en la Plaza de la Revolución. —¿En qué año? —En el 2015. Hace un año. —¿Y qué pinta? —Las fachadas de lo que es toda la Avenida Patria, desde la Plaza de la Revolución hasta después del cementerio, hasta la barca de oro, que es el tramo siete. El tramo uno es la Plaza de la Revolución. —¿Y cada qué tiempo pinta? —Ahora mismo estamos repintando lo que se hizo hace nueve meses, un año. Ya yo empecé de allá para acá. —Está pintando por segunda vez. —Por segunda vez. —Las fachadas. —Las fachadas. Lo que hicimos, lo estamos haciendo de nuevo. Eso se llama re-pin-tar. —Y esa avenida ¿para qué la hicieron? —Esa Avenida Patria tiene mucho sentido. El día de mañana, cuando suceda lo que va a suceder, van a venir cientos de presidentes, porque están interesados en conocer Cuba. Cuando suceda lo que va a suceder. Que Dios me lo libre, porque yo soy fidelista. El día de mañana, cuando él caiga, como cayó Hugo Chávez, un ejemplo, esto va
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a ser lo más grande. Entonces por eso se empieza la Avenida Patria hasta el Cementerio de Santa Ifigenia. Eso va a ser lo más grande de la vida. Como Lenin en la Unión Soviética. La casa que construyó Orestes comprando bloque por bloque y con un crédito del banco no era lo más grande de la vida, pero era su casa. Y una parte de su vida lo justamente grande como para no querer derribarla. Orestes era operario de máquinas soviéticas empleadas en la construcción y conocía los métodos y proporciones que garantizan la solidez de una obra. “Manejar el equipo y graduar el agua para poder hacer un concreto con calidad. La fundición para la placa y los pisos. Ese era el trabajo mío”. Hoy mira a quienes construyen asentamientos como El Quilombo y se ríe. “Hacen las cosas como quiera”. Tampoco consigue adaptarse. A él le gusta estar amplio. “Yo tenía lugar para 17 machos. Mis pollos. Gallinas”. Y aquí no los puede tener. “Vamos a ver cuando acaben esto cómo es la cosa, si se puede tener un corral fuera, que tú lleves la comida allí y los atiendas”. Extraña su patio. “Sí, sí, cómo no”. No quería demoler. “No, hija, no. Fíjate que desde que me mudaron, allá no he vuelto más que un día”.
a sacar?”. Que si tienes que buscar codeudor… Y nadie me quería servir de codeudor. Ahora, después de varias protestas, arriesgándome a otro infarto e incomodándome por la situación que estoy viviendo, es que me han permitido ajustar 50 pesos de mi propia chequera para el pago de la vivienda. —¿50 pesos mensuales? —Sí, por encima de 50. No me especificaron. —Y su chequera, ¿de cuánto es? —Es de 200 pesos. —Y tiene que pagar el refrigerador. —Ajá. Estoy pagando el frío. Lo que me quedan son 143. Ahora cuando me ajusten la vivienda no sé si que me quedo en 80 o 90.
Fernando Salazar se mudó de La Playita para el Asentamiento conocido como Abejita Laboriosa en marzo de 2014. Vive con su esposa, su hija menor y un nieto que nació aquí. Como es un hombre enfermo, le dieron planta baja. Pero la ubicación en vez de traerle alivio lo que le trajo fue problemas. Cuando llueve, en su casa se cuela una mezcla de agua estancada y orine, más lo que no es orine, si coincide el mal tiempo con un horario pico del proceso digestivo del vecindario. —Como no han hecho los canales que evacúan el agua pluvial, de allá atrás viene toda esa agua rodando y se hace un embalse detrás de mi edificio. A mí me entra por los tragantes del baño y
el patio. Y al señor de al lado le entra más cantidad. —¿Eso cuando pasó? —En el último aguacero que cayó fuerte. Y no me entró caca porque fue por la madrugada y en el edificio a esa hora es difícil que una persona vaya a hacer caca. Pero sí entró orine. Aquí esto estaba… ¡Imagínate! Ácido vivo. Cuando me levanté: todo corriendo y con la escoba aproveché y busqué un poco de luz brillante y fui echando… Fue tremendo para sacarlo por la puerta. Tuve que meter mis manos ahí porque yo no dispongo de guantes. No estaba esperando que esta sorpresa me cogiera así a bocajarro. —Pero cuando se mudó para acá no pasaba eso.
La zanja a primera vista. FOTO: MÓNICA BARÓ
*** —Entonces tenemos que pagar 10.000 pesos, como si esto estuviera enchapado y pintado. —¿Y usted era propietario? —Sí. Y nos dijeron que los propietarios íbamos a pagar la mitad del precio. Pero no cumplieron. —Tienen que pagar los 10.000 pesos. —Diez mil pesos valoraron así: ¡pum! Y yo digo: “Señor mío, aguanta un momento, yo soy jubilado, ¿de dónde voy
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—No hubo aguaceros. Ya fueron dos aguaceros fuertes. —¿Y pasó en los dos? —Sí. En el segundo no me dio tiempo porque no tenía bloques, ni cemento, ni arena disponibles. Ahora ya hice un muro por si acaso viene otra lluvia, se quede todo dentro del baño. La realidad de Fernando obliga a conceptualizar de nuevo lo que es bajo costo, mediante una pregunta que permita valorar más socialmente los beneficios: ¿para quién es bajo el costo? “Hay que tener cuidado de cómo va a ser el futuro de nuestra patria. ¿Qué les estamos dejando a nuestros hijos? A nadie le gusta que lo engañen”.
A
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Cecilia, la que fue a sacudir con las federadas, le hubiera encantado llamarse Vicente, Orestes o Rolando. Lo que ella no consigue entender es por qué todavía no la han mudado. A ella, a su familia, al resto de sus vecinos. Cecilia no tuvo la dicha de ser de la mayoría que eran los cientos. Su casa no entorpece ningún proyecto de avenida. Es una de las enumeradas de San Pedrito que soltaron pájaro en mano por cien volando. Se inunda en tempestades y no precisamente de aguas pluviales. Sus pisos y paredes son un campo de batalla entre remiendos y musgos. La manosea una zanja poblada de ratas insomnes que socavan los cimientos. Pero, al parecer, no es nada que no se pueda continuar postergando. En 2012, Sandy ubicó la vivienda de Cecilia en la cifra de las 171.380 desafortunadas. Otra vez, la respuesta fue que esperara. Que esperara por el proyecto San Pedrito. Que no le iban a entregar materiales para que pusiera
techo y reparara porque la iban a mudar y sería un despilfarro en medio de tanta necesidad. Que mientras, resolviera con unas lonas de nailon y unos palos rollizos. Que ya la intercalarían entre las personas que fueran mudando. Y Cecilia se animó. Creyó que el estatus de damnificada de Sandy traería el beneficio que anhelaba desde los once años, cuando fue a sacudir aquellos muebles
« En la casa, honestamente, cuesta respirar a cualquier hora » que nunca fueron suyos y por los que perdió los de caoba que acomodaban su casa. Si había que esperar un poco más por la mudanza, esperaría. Sabía bien cómo hacerlo. Tres años y tres meses después, Cecilia permanece en el mismo lugar, con 58 años y la esperanza quieta en la mirada. Pero Cecilia es cada vez menos Cecilia. En 2013, su hija perdió una barriga de gemelos con siete meses de gestación. “Los médicos dijeron que podía haberla afectado el lugar donde vivíamos, pero no se sabe”. En abril de 2015, enterró a su esposo con los pulmones minados de cáncer. “Pasó dos años y ocho meses con su enfermedad en esta humedad, que fue lo que lo acabó de matar”. Y en septiembre de 2015 nació su nieto, tras librar una batalla con la muerte. Yeny sufrió preeclampsia y hematoma retroplacentario: presión arterial
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Detalle de la zanja. FOTO: MÓNICA BARÓ
alta y desprendimiento prematuro de la placenta. Sin embargo, las complicaciones no acabaron en el parto. Con cinco meses, Alex ha estado hospitalizado en dos ocasiones. “Cuando cae la tarde, ya el niño se nos pone malo, empieza a tupirse y con falta de aire”. En la casa, honestamente, cuesta respirar a cualquier hora. La pestilencia ácida de la zanja se siente incluso detrás de la lengua, en la garganta, hasta en los lagrimales. Allí se han acostumbrado al asco. Después de unas horas, cualquier persona que no sea alérgica podría acostumbrarse, sin que un ataque de tos tranque su sistema respiratorio y le obligue a marcharse. Después de unos años, cualquier persona podría volverse alérgica. Pues es un hecho que nadie se transformará en anfibio. El Doctor Enrique Molina, en su artículo “Contaminantes biológicos del
aire interior de la vivienda: factores contribuyentes, afecciones relacionadas y medidas correctivas”, publicado en 2015, en la Revista Cubana de Higiene y Epidemiología, explica que los mohos, desencadenantes comunes de alergias, se reproducen por medio de pequeñas esporas que se transportan continuamente en el aire libre y en interiores, y que cuando se adhieren a superficies húmedas, comienzan a crecer y a alimentarse de esas superficies. Asimismo, entre los síntomas y afecciones asociada a la exposición a tales esporas, identifica “reacciones alérgicas, como irritación de los ojos o la piel, rinitis, tos y estornudos, manifestaciones de asma”. Orientación del Doctor: eliminar la fuente de la humedad. “Cuando tú ves ese verde que se está dando en una pared, ¿qué te dice eso? Esa es la humedad que tenemos abajo.
Donde quiera se da una matica”, dice Cecilia mientras me muestra ese jardín exuberante que es su casa. “Todo esto es hueco. Ya hemos tapado, pero persisten los huecos. Por todos esos entra agua”. Y una vez comprendida la delicadeza de paredes y suelos, me invita a apreciar los techos: prodigios de la ingeniería post-Sandy. Desde 2012, lo que les cubre las cabezas son los mismos troncos y lonas que otorgaron, láminas de cinc recuperadas del desorden que dejó el huracán, unas tablas de madera para ataúdes que les regaló un pariente. “Esto es para guarecerse del sol y el sereno. Pero llueve y se moja todo”. En la casa hay capucha para cada caja que guarda cada cosa. Para completar el cuadro, los troncos han empezado a desmoronarse en un polvo amarillento y las tablas para ataúdes a incrementar la población de insectos. “Sueltan un
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bichito negro, que es una puntica así, con una guasasita verde, que pica. Al niño me lo están picando”. Lo mejor de la casa, según Cecilia, es el frente. El frente del pedazo que le corresponde a Aleida, una de sus dos hermanas, que por su ubicación privilegiada en el campo de visión de cuanto transite por la Avenida Patria, clasificó en el plan de reparación por el 500 aniversario de la ciudad. Lo mejoraron con tres ventanas de aluminio, una puerta de aluminio, y esmalte rosa pálido. “Tú ves el frente y qué te vas a imaginar lo que hay aquí adentro. Por eso yo digo que estamos viviendo detrás de la fachada”. Pero lo que más ha perturbado a Cecilia y a sus iguales ha sido la demolición de las viviendas de la acera del frente, del otro lado de la Avenida Patria, o Crombet, como aún se le llama.
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—En toda esa avenida desbarataron casas que valían… Aquello partía el alma. ¡Acabaditas de hacer! Y las que no, estaban por terminar. Sin necesidad. Porque esa gente se llenaba cuando ya nosotros estábamos ahogados. —Y las quitaron. —Sí, las quitaron para agrandar la avenida. Todo lo desbarataron. Y mira las condiciones en que nosotros vivimos. Van cambiando, van cambiando las formas de hacer las cosas y se van quedando las personas.
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l proyecto San Pedrito se define como una transformación integral, o también como un programa de reordenamiento urbanístico, donde intervienen instituciones múltiples con el fin mejorar las condiciones de vida de una población estimada en 16.000. Madelín Méndez, jefa del Puesto de Dirección del proyecto, expresidenta del Consejo Popular Mariana Grajales, apunta que “había una deuda pendiente con esta comunidad y felizmente la estamos realizando”. Los primeros en intervenir para saldar la deuda fueron los especialistas de la Dirección Provincial de Planificación Física. En 2010 realizaron un diagnóstico para valorar las vulnerabilidades del territorio, los cacharreados sistemas sanitarios, el fondo habitacional, las vías de circulación. Lo típico en esos estudios. Trazaron planes, objetivos, acciones, distribuyeron informes, y arrancó el trabajo. Entre 2010 y 2012 la gente empezó a ver y escuchar los cambios. Se instalaron miles de líneas de teléfono y se iluminaron espacios públicos. Se emprendió una labor de saneamiento del
río, rehabilitación de redes de drenaje pluvial, creación de alcantarillados. Y, por supuesto, se reactivó la mudanza. Una noticia publicada en Granma en noviembre de 2011, bajo el título “San Pedrito comienza a cambiar su imagen”, hablaba de las primeras 12 familias mudadas, o reubicadas, y aseguraba que “mediante el esfuerzo concentrado del país” el reparto transformaría la imagen infraestructural de sus 9.845 viviendas clasificadas entre regular y mal estado. Dos datos que no necesariamente han estado relacionados. De acuerdo con Méndez, el reparto contaba con más de 10.715 viviendas cuando el levantamiento, es decir,
que si a esa cifra se le restan aquellas 9.845, el resultado importante es que la mayoría se encontraba en mal estado. Para ahorrar molestias: 870 buenas. Sin embargo, el estado constructivo no siempre ha funcionado como indicador determinante en las mudanzas. El proyecto se organiza en seis zonas. El orden de las zonas indica la prioridad. La zona uno corresponde a La Cañada, hermana menor de La Playita. De ahí eran las 12 familias contentas de las que hablaba Granma. En la cañada habitaban unas 800 personas. Se fueron 500, quizás 600, “el número exacto no lo puedo dar”, para 349 apartamentos. Este último número sí es exacto. Y se
quedaron entre 70 y 80 viviendas, “que no afectan al proyecto, que están del otro lado de donde realmente se va a hacer la gran inversión”. Esas las van a rehabilitar. ¿Y no se inundan? “No se inundan”. La zona dos corresponde a La Playita. De ahí eran Vicente, Orestes, Rolando. De La Playita se fueron más de mil personas para 425 apartamentos. Y se quedaron unas 95 viviendas que no reubicarán: “están en un plan de reposición o rehabilitación, o esperando decisiones finales del Gobierno”. Más otras diez, que sí deben reubicarse, pero sus moradores no han accedido. “Casitos muy puntuales que necesitamos mudar
para que los constructores puedan desarrollar lo que quieren en esa área”. —Y esas diez, ¿por qué no las han mudado? —Sí, esas están siendo atendidas por las comisiones para mudarlas. —¿Para qué fecha? —Estamos esperando la entrega de nuevas viviendas para poder hacer la entrega a cada morador. —¿A esas personas les darían casas? Porque supe que no querían apartamentos. —Eso no puedo respondértelo. Eso está en manos de la dirección del Gobierno, que está evaluando la atención que se le va a dar a cada caso.
La vida de varias generaciones cambia de un día a otro con la mudada. FOTO: MÓNICA BARÓ
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—Y si esas personas no quisieran mudarse, ¿se podrían quedar ahí? —No. El proyecto no permite que alguien se quede, porque hay una inversión que se va a hacer en esa área. Debe haber un acuerdo con esa familia para solucionar los problemas del Gobierno y de ese morador. La zona tres del proyecto, la más extensa, que es por donde marcha ahora la mudanza, abarca desde la Avenida Crombet (o Patria) hasta Los Pinos. Abarca las calles Bacardí, Frías, el triángulo de San Pedrito. Abarca la franja de Cecilia y sus iguales de la zanja. Lamentablemente, antes de Cecilia y sus iguales de la zanja, hubo que reubicar en
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Miriam Zamora puede contar los orígenes de los nombres de cada calle. FOTO: MÓNICA BARÓ
2014 a los vecinos del triángulo, a los de las casas acabaditas de terminar. Yarielis Ferrer, jefa de Departamento de Planeamiento Municipal de la Dirección Provincial de Planificación Física, precisa que esas viviendas habían sido rehabilitadas, pero “hubo que reubicarlas por la Avenida Patria, porque por ahí pasaba y se afectaban”. Los dos carriles de Patria costaron 25 viviendas recién rehabilitadas, más las otras que tuvieron que entregar a quienes habitaban en las 25. Las zonas cuatro, cinco y seis aguardan su turno. Corresponden a sitios disímiles del barrio. Menos urgentes. Aunque igual Sandy alteró un poco el
orden y obligó a anticipar beneficios por “situaciones emergentes”. En total, en San Pedrito se deben reubicar y reponer 1.917 viviendas hasta 2017. Esa es la meta del proyecto. Según Ferrer, 1.527 se reubicarán y 390 se repondrán (se van a demoler y construir en el mismo emplazamiento). De las que se están reubicando, 1.400 fueron catalogadas en mal estado. El resto, entre bueno y regular. Y en La Playita, Méndez dice que de las 408 reubicadas: 146 malas, 169 regulares y 93 buenas. No son muchas. Si se piensa en la cifra de malas, las viviendas buenas que desbarataron no son muchas. Sin embargo, si se piensa en las personas
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damnificadas por Sandy que todavía aguardan por un techo seguro, las viviendas buenas que se desbarataron no son ni muchas ni pocas: son un absurdo. —Mi yo dice que es aquí –afirma Miriam, otra más que sacudió muebles junto a las federadas–. Cuento con 62 años y quiero seguir dando frutos. Yo soy activa. Voy para aquí, voy para allá. Y quiero estar en mi lugar, donde me siento cómoda para desplazarme. El lugar de Miriam, aún, es La Playita. La Playita es una sombra mutilada de lo que fue. El terreno: desolación y ruinas. Casas a medio tumbar, cascarones rotos. Golpes de mandarria como
premoniciones. La vida silvestre apoderándose del abandono. Y el río, un coágulo verdinegro de fecales, donde la luna inescrupulosa se refleja. El Yarayó continúa siendo esa gran comunión intestinal de la ciudad. Su olor es tenaz. Al rato, se tolera. La nariz deja de resistirse y siente que así es el aire original. Sin embargo, para Miriam todo eso es una realidad desenfocada. Para Miriam Zamora, cronista popular de San Pedrito, integrante del proyecto De la Ciudad, las Calles y sus Nombres, lo central es su barrio. De eso es de lo que puede contar y para ella poder contar lo es todo. Miriam Zamora puede contar los orígenes de los nombres de cada calle. El fusilamiento de los 53 expedicionarios del vapor Virginius y de Perucho Figueredo. El puente que mandó a erigir don Emilio Bacardí y su apoyo a la causa independentista. La ruta del Yarayó que seguían los pescadores hasta la bahía. Los nombres de los muertos que la tiranía batistiana dejó en la Avenida Crombet. El paso de Flora y las pérdidas y la recuperación. Los mandatos de todos los secretarios del Partido en la provincia. Que no son más que un montón de historias. Cosas que no se pueden tocar. Porque estrictamente el pasado no existe. Pero no solo con bloques se construye un país. Por eso le preguntaba a Miriam, una y otra vez: ¿Por qué usted no quiere mudarse? Y una y otra vez ella me contaba las mil y una historias. Se erguía, adornaba la voz, como si hubiera un auditorio en su sala y no fuera tarde en la noche. “Y es verdad que patria es humanidad”, dice citando a Martí, “porque si tú no amas a tu patria, no tienes el sentido de pertenencia que imbrica el lugar donde naciste, no te quieres a ti misma, no te conoces ni tienes un objetivo para luchar en la vida”. Y otra vez don Emilio Bacardí, los
muertos en Crombet, el fusilamiento de Figueredo. Y otra vez la pregunta torpe: ¿Por qué no se quiere ir? Hasta que entiende que no la entiendo, desviste la voz, se quita la sonrisa desatornillada de la cara y contesta: “No. No es que no quiera irme. Yo no me resisto al desarrollo. Si aquí se va a hacer algo que afecta mi vivienda, yo puedo cruzar para otras que se hagan cerca. Porque donde conozco la historia es aquí. Lo demás sería tirarle piedra al morro”. Y tampoco le gustan las edificaciones nuevas. —Son muy estrechas. Mira el espacio que yo tengo. Yo trabajo costura, vivo de eso y lo pongo al servicio de lo que haya que hacer. Nunca he afectado a mi Revolución pidiéndole ayuda económica. Con mis manos es que sobrevivo. Yo hago cosas que sean de fácil adquisición, modelos que puedan agradar a la gente. —Porque usted hace ropa. No remienda. —No, no remiendo. Yo hago ropa. Los remiendos no me gustan. Porque digo que eso es atraso. Yo transformo. Un pitusa que se rompió, trato de que te quede no como un pitusa emparchado sino como un modelo. Y todas las telas que tú estás mirando ahí son del campo socialista. —¿Del campo socialista? —Sí. De cuando la Unión Soviética ayudaba a Cuba. —¿Conserva telas de esa época? —Sí. Tengo un cuarto con sacos de retazos múltiples, porque no boto nada. —¿Pero eran de ropas suyas? —No… son telas nuevas, recorterías, porque yo hacía canastillas, trajes de novia… Antes las telas eran liberadas y las compraba en la tienda. Mira: este tejido es uno de los mejores del campo socialista. Y mira: esto es campo socialista, combinado con una modificación
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actual que hice, porque se están usando estos contrastes… —¿Y cuánto cobra por los modelos? —Bueno, como está la vida. Yo adecuo que lo que haga me alcance para una botella de aceite, una libra de carne. Todo yo lo suplo con la costura. Aunque no quiere resistirse al desarrollo, a Miriam le cuesta entender por qué debe demoler. “Esto me ha costado dinero, porque tú sabes que hacer una casa de placa no es fácil. Y que tenga que trasladarme hacia otro lugar, con diferentes condiciones… Esto no es bajo costo”. Miriam construyó para que durara. Trabajó en construcción industrial y se instruyó en los métodos para evitar hundimientos en terrenos húmedos. “Hice los dados que eran de mi tamaño, subí 1.25 y fundí en seco. La cimentación con grado de oscilación en balsa, como se suele decir, pero en balsa de los arquitrabes. Amarré, hice una balsa y no me hundo porque todo el peso lo reciben el arquitrabe, la balsa y los dados”. La casa es su patrimonio familiar. La comparten hijos, nietos, un hermano. Tiene dos niveles y soportaría un tercero: “Porque la esperanza del pobre es el techo”. Quienes quedan en La Playita guardan más o menos la misma esperanza. Amado, Ana Rafaela, Leonardo, Ricardo, Josefa, Zurelis, Magdalena, Enélides… Unos exigen casas para poder dividir o fabricar en la placa cuando crezca la familia. Otros, que les otorguen algo equivalente a lo que perderían. Otros, más apartamentos para solucionar sus problemas de hacinamiento. Todos son propietarios. Amado Palacios, mecánico industrial, miembro de la Asociación Nacional de Innovadores y Racionalizadores, inventor de un sistema para proteger motores eléctricos que ha sido implementado en varias empresas, desde sus casi dos
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metros de estatura, argumenta: “Yo me he sacrificado para atender a mi familia. Toda mi vida he luchado para esto. ¿Por qué razón debo irme ahora para un apartamento chiquitico? Mire el tamaño que yo tengo. ¡Que no entro! Mire los pies largos que tengo… Y mis hijos son iguales”. Su vivienda es impecablemente nueva. Piso de granito, baño y cocina enchapados, dos cuartos. Sencilla, pero amplia y fuerte. “Si la cosa es para mejorar la vida de las personas, ¿por qué tengo que sacrificarme? ¿No es para mejorar? Denme algo que mejore lo mío. Porque yo no puedo echar para atrás. Yo quiero irme, porque estoy a favor del desarrollo. Yo soy revolucionario y todo el mundo aquí es revolucionario, pero no puedo empeorar mi vida”. —Se nos ha dicho hasta de expropiación –acota Miriam, que acompaña. —¡Hasta esas cosas nos han dicho! –agrega Disnaidis Lovaina, esposa de Amado–. ¿Cómo van a decirnos ese tipo de cosas? No nos pueden decir eso. De hecho, sí pueden. El artículo 25 de la Constitución de la República de Cuba autoriza la expropiación de bienes “por razones de utilidad pública o interés social y con la debida indemnización”. Y tampoco es algo atípico en el mundo. —¿Y qué explicaciones les han dado para la mudanza? —Ellos dicen que hay que irse porque esto se va a seguir inundando –responde Disnaidis. —Es un proyecto de mejorar la comunidad –precisa Amado. —Aunque a lo mejor no es tanto así –continúa Disnaidis, suspicaz–. A lo mejor el mejoramiento está en cambiar toda esta zona, como está cerca del cementerio… Y esto realmente afea. Dicen que es para evitar las inundaciones, pero aquí nadie es bobo. Hicieron una avenida muy linda y es lógico que quieran hacer otra reestructuración.
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De repente, Miriam comienza a cantar: “Qué profunda emoción, recordar el ayer, cuando toda Venecia me hablaba de amor…”. Y seguido exclama: ¡Esta es nuestra pequeña Venecia! Esto era un canal. Yarayó lindo. Agua azulita. La gente tenía botecitos y se echaban a la mar a pescar almejas y… Los argumentos que los otros venecianos exponen son bastante similares. Ana Rafaela Arada: “Nos querían dar una sola vivienda y como nosotros tenemos condiciones, no accedimos. Porque nos decían que no teníamos cantidad de personas, y sí, no tenemos cantidad de personas, pero sí condiciones para que cuando mis tres hijos crezcan puedan dividir y tener lo suyo”. Ricardo Ribeaux: “Yo les dije a los compañeros del Gobierno que si mi vivienda molestaba para el proyecto, yo no iba a frenar el desarrollo de la ciudad. Dije que estaba en disposición de irme, pero que no aceptaba apartamento. Quedé en que me hicieran una vivienda con las características de la mía. No estoy pidiendo nada más que lo mismo que tengo”. Leonardo Sánchez: “Esto es hereditario. Es mío por derecho. Y como dice la Constitución, uno tiene sus deberes y derechos. Yo no me opongo, pero sí exijo mis derechos”. A Miriam también le inquieta la cuestión del pago. “Es de por vida dice la gente. Nunca llegas a ser dueño de tu vivienda. Porque si me muero, el que venga sigue pagando. Y los salarios son bajos. Muy bajos. Entonces no entiendo. No entiendo”. Pero incluso sin entender, está dispuesta a derrumbar su patrimonio familiar, marcharse a otra vivienda e incrementar la deuda que ya tiene con el banco por su refrigerador. Lo único a lo que no está dispuesta Miriam Zamora es a abandonar San Pedrito. De ninguna manera quiere llamarse Tomás.
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Tomás era de la mayoría que eran los cientos. Pero Tomás no era una casa precaria. Tomás era sus trece matas de aguacate y sus doce matas de mangos. Era sus tamarindos, ciruelas, plátanos, guayabas, naranjas, lechugas. Tomás no habla de la mandarria que destrozó su casa. Habla de sus matas cortadas, de sus cultivos arrasados, de tanto esmero vuelto nada. En un cuarto piso, entre cuatro paredes, con sus ataques de asma, no sabe ser feliz. Le faltan sus raíces. Y Miriam se lo nota en la cara cuando lo visita y se asusta. Así como Tomás se hace en la siembra, ella se hace en la historia. “Y eso es lo que sucede. Como yo conozco la riqueza que tiene San Pedrito, me gustaría morirme en mi tierra, donde yo puedo hablar con claridad de qué pasó aquí, qué pasó allá. Me ennnnnnncanta… Y que sí, que se mejore la vida, pero con igualdad”.
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a ofrecer los datos elementales acerca de la obra. Que alcanza 2.7 kilómetros de longitud. Que es una ampliación de las Avenidas Juan Gualberto Gómez y Flor Crombet ya existentes y no un vial rigurosamente nuevo. Que se rehabilitaron las viviendas ubicadas en el trayecto. Que se colocaron señalizaciones, luminarias, un separador entre los dos carriles. Que comienza en la Plaza de la Revolución Antonio Maceo y culmina en Santa Ifigenia. En “Avenida Santiago”, una noticia publicada por Juventud Rebelde en junio de 2015, se cita al arquitecto Omar López, director de la Oficina del Conservador de la Ciudad, explicando que “tiene el sentido de una avenida para
la Patria; de ahí todo lo que se está haciendo para darle la sobriedad, la elegancia y monumentalidad que debe tener una vía histórica como esta”. Fuera de esto, no se ha explicado mucho más. Yarielis Ferrer también confirma que es “en saludo al 500 aniversario”, y que es una inversión aparte del proyecto San Pedrito. “Que muchas viviendas de San Pedrito se beneficiaron con eso, es verdad, pero fue un proyecto aparte”. —¿Y en qué consistió ese proyecto? —Esa fue una propuesta del General de Ejército Raúl Castro. Una propuesta de hacer una avenida que uniera la Plaza de la Revolución con el Cementerio Santa Ifigenia.
Miriam guarda muchos recuerdos de la época de la Unión Soviética. FOTO: MÓNICA BARÓ
o existe confirmación oficial de que la Avenida Patria fuera concebida para acoger la procesión que acompañaría el féretro del Comandante Fidel Castro hasta la necrópolis Santa Ifigenia. No existe confirmación oficial de que lo enterrarán en Santa Ifigenia. Su destino final no es de dominio público. Lo que se ha publicado al respecto no son más que especulaciones, rumores, hipótesis. Nada que se respalde en evidencias sólidas o fuentes autorizadas para responder esa incógnita. La cobertura de medios de prensa estatales –como Granma, Juventud Rebelde, Cubadebate o Sierra Maestra– sobre la Avenida Patria sostiene que su construcción es parte del programa por el 500 aniversario de la ciudad y se limita
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—¿Cuándo se hizo la propuesta? —En 2014. Y en 2014 a finales se empezó a construir. —Y en el territorio de La Playita, ¿qué se piensa hacer? —Como eso es zona inundable, nosotros propusimos que en la parte cercana al canal se hicieran áreas deportivas, parques, pero nosotros proponemos, no decidimos. Lo único que se puede afirmar, sin margen de error, es que Fidel morirá algún día. Es un ser vivo y todos los seres vivos nacen, se desarrollan, se reproducen –o no– y mueren. Es tan mortal como el más anónimo de los mortales. Más allá de ese dato básico que aporta la biología, nada más
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se puede afirmar. Lo otro, queda a la imaginación.
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Ven, ven a ver a mi papá…”, me dice Mileysi en medio de su relato envolvente sobre mudarse a Los Pinos y me hala por el brazo hasta el hombre que es su padrastro, pues como la genética no siempre hace familia, Mileysi dice que es su papá. El Asentamiento Los Pinos es el alter ego de El Quilombo. Calle central de casi un kilómetro de largo, pendiente de asfalto, que asimilaría tres automóviles sin peligro. Edificios monocordes de cuatro y cinco niveles. Unos frente a otros: concreto versus metal. Y más de lo mismo: tanques botándose, paredes veteadas, caños tupidos, pisos con estrías, desniveles, cero losas. Incluso un chorro provocando arcoíris en la calle. Que si no fuera por la sequía que enfrenta la provincia, podría haber resultado hasta simpático. “Yo le estoy diciendo a ella que la casa de nosotros tenía de todo”. El padre, sentado en una butaca roja, absorto frente al televisor, asiente. “Mira este piso. Mira aquello. Todo rústico. Desastre vivo”. Transmiten una de esas series norteamericanas donde hay persecuciones, patadas, música tensa, bonitas en pantalones ajustados. “Sí, Yarayó cuando se llenaba, pero nosotros vivíamos bien”. Leer los subtítulos a la distancia de la butaca demanda un esfuerzo de examen oftalmológico. “Ahora aquí estamos mejor en un aspecto, pero veo que es lo mismo. ¿Tú sabes por qué?”. El padre voltea la cabeza un instante y luego se recoge como caracol en el centro de su cuerpo. “Porque tienes que empezar a pagar una casa.
Y mi papá echó la vejez allá abajo construyendo con sus propios esfuerzos. Ahora él no tiene condiciones para hacer nada. No tiene ni chequera”. La butaca roja es una maceta. El hombre, un árbol que se marchita. —Entonces, ¿cuándo fue que empezó a construir? –le pregunto. —Hace rato de eso –responde sin quitar los ojos de la pantalla. —¿Y qué fue lo que hizo? ¿Qué construyó? —Hice la casa. —Hizo una vivienda de tres cuartos, con su cocina, baños, sala y comedor –aclara Mileysi–. La hizo él criando puercos. Y de pronto, alguna palabra que lo saca de su recogimiento. —Yo no me siento satisfecho con que me hayan desbaratado lo mío para meterme aquí, mija. Desde que me mudé estoy triste, porque yo estaba cómodo allá, criaba mis animales… Y ya no hay fuerza para echar piso, ni poner cocina. Ya no hay fuerza. —¿Y cómo se sintió cuando tuvo que demoler? —Todavía no me he repuesto. Desde que nos mudamos hace un mes yo no he salido. Estoy sentado viendo el televisor y pensando en la vida. Que ya uno está en un lugar tranquilo, llevando su vida, para que vengan: quítate tú, para ponerme yo. —¿No podía decir que se quería quedar? —No, nadie dijo nada. Querían ese terreno porque por ahí pasan carreteras, pasa esto, el cementerio… Una pila de barbaridades que hablaron. —¿Quiénes? —Todos los que mandan, mi vida. “Y si no quieres irte de aquí te vamos a citar para el tribunal”. —¿Le dijeron eso? —No a mí solo. ¿Pero qué vamos a hacer? Tribunal, ¿para qué? Si de todas formas, el que tiene el poder o el
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mando es el Estado. Dice que hay que irse, hay que irse. —¿Y cómo es su nombre? Todavía no sé su nombre. —¿Mi nombre verdadero? Rolando. —Rolando qué. —Maceo Santaclara. —¿Maceo? —Maceo. Familia del Maceo del machete. Mariana Grajales es mi bisabuela. —¿En serio? —Palabra. Yo no voy a mentirle. Mi papá era sobrino del general Antonio y yo soy sobrino del general Antonio en segundo lugar. —¿Cómo se llamaba su abuelo? —Tomás. Mi bisabuela le decía a ese sobre todo: empínate. –De acuerdo con un relato de José Martí, Mariana le dijo eso a otro hijo, pero no cuesta creer que también se lo dijo a Tomás. —¿Y qué más le contaron? —La historia que yo sé es esa nada más… Y así mija… ¡Qué cará! Ya está de más que uno haga comentarios, porque todos esos comentarios son cuentos. Si fueras a resolver algo… Pero no se resuelve nada. —Por lo menos la gente se entera. —Eso sí. Que se enteren: yo no quería mudarme de mi casa. Porque tú no sabes, mija, tú no sabes el sacrificio y la lucha que nosotros pasamos para construir. Para que entonces usted venga a última hora a decir que hay que irse. Vamos a mudar no: vamos a demoler. Es muy distinto que mudar. Vamos a demoler porque esto hace falta para embellecer el país, que esto está muy atrasado, que qué se yo qué… Rolando Maceo vuelve a ser el hombre en la butaca roja. La butaca roja, una maceta. “La cuestión es que ya estamos aquí. Y aquí, hasta esperar la muerte, o lo que sea. Nadie sabe. El mundo da mucha vuelta y yo he visto muchas cosas”.
“Yo no quería mudarme de mi casa” FOTO: MÓNICA BARÓ
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¿Dónde pasarás la eternidad? Los nombres no importan en Cayo Granma por geisy guia delis
¿ DÓNDE
PASARÁS LA ETERNIDAD ?
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A Mermelada, Tiburón, Quintón, Zuki, Diana y sus cachorros
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livia tiene seis años y no le gusta el mar. Pero sí disfruta que le hagan ofrendas. Los pescadores que atracan en el muellecito de su casa y los niños que vienen a pescar mojarras y sardinas para carnada deben pagar peaje. Los mejores caracoles, los corales de abanico, las flores raras y los mangos de Toledo más dulces que lleguen a la isla le pertenecen sin cuestionamientos a la reina del Cayo. Extiende ambas manos. Con ojos muy grandes y sonrisa pícara espera impaciente los obsequios. Su majestad no sabe nadar. Y eso es un problema, porque Olivia está rodeada de agua, en un trozo de tierra que se quedó como atragantado en el gaznate de la salida de la bahía de Santiago de Cuba, entre El Morro y La Socapa. En esa nuez de Adán del Mar Caribe que es el Cayo Granma viven también unos 1.026 súbditos contados a dedo y por familias, quienes han perdido sus nombres para ser rebautizados con irrepetibles apodos.
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a la existencia del personaje, salvo el legado oral transmitido por varias generaciones. La hipótesis de Noel se remonta a cuando esa porción de tierra no estaba poblada y la gente –pescadores en su mayoría– vivía en el caserío del litoral vecino: La Socapa. Los hombres que salían a la mar erigieron una ermita a San Rafael, protector de enfermos y pescadores, en el punto más alto de la isla, que es donde está hoy la única iglesia
en América Latina consagrada al médico divino. “Vamos al cayo de la ermita”, supone Noel que decían al principio. Luego, por vagancia o por apocopar, “vamos a Cayo Ermita”. Hasta que finalmente, por facilismo y asociación, mutó a Cayo Smith. “Es más fácil decir así, ¿verdad?”. Cayo Ermita dejó de ser Cayo Smith en 1964, cuando el pueblo y el gobierno decidieron darle un nombre menos estadounidense y a tono con el nuevo
« Las teorías sobre el nombre del islote varían según a quién se le pregunte »
contexto revolucionario. Así pues, se designó que fuera Cayo Granma, por el yate de igual nombre en el que desembarcaron Fidel Castro y 82 expedicionarios en playa Las Coloradas el 2 de diciembre de 1956. —¿Por qué los pescadores trajeron el santo para acá y lo pusieron en la colina? ¿No podían dejarlo en La Socapa? –pregunto a Noel. Son las 8:30 de la mañana y El Maestro me dice que lo estoy exprimiendo.
Unas 1.026 personas viven en este pedazo de tierra. FOTO: GEISY GUIA
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as teorías sobre el nombre del islote, o de cómo se fue poblando, varían según a quién se le pregunte. Cayo Smith, afirman los nativos, era un lugar de veraneo para los ricos, “los potentados de Santiago”, que iban con sus yates a descansar de la ciudad. Dicen que Smith era uno de esos americanos y que a los efectos era dueño del cayo; pero Noel Santiesteban, El Maestro, explica que a pesar de buscar en los registros históricos nunca encontró ese apellido u otra referencia documental
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Que a sus 63 años la memoria le falla. Que él ha tenido que hacer de historiador porque allí no hay ninguno y se siente dueño del cayo. El Maestro le ha dado clases a casi todo el islote en la única escuela que ha existido desde siempre. Durante 45 años ha impartido muchas de las asignaturas en la primaria y ahora que sus pies no le responden a causa de una enfermedad, hace que algunos de sus exalumnos lo lleven en la silla de ruedas hasta El Paraíso,
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Olivia (izquierda), la Reina del Cayo, y su hermana Keira. FOTO: GEISY GUIA
restaurante donde pasa las tardes entre amigos y cerveza y desde donde vigila el otro palmo de tierra que le pertenece. El Maestro cuenta que en 1870 Máximo Gómez, en un intento por demostrar que la pacificación no había llegado al Oriente de Cuba, como intentaban hacer creer las autoridades en Santiago, incendió el poblado de La Socapa y tiroteó el fuerte militar de El Morro. En dos ocasiones Gómez le daría candela a ese lugar y atacaría a los españoles. “No hay una sola alusión a esos hechos, ni una pequeña tarja en ese lugar”, aclara El Maestro. De tanto recibir tiros de uno y otro lado, los pescadores terminaron por mudarse a una tierra un poco más tranquila. Así dicen algunos que comenzó a poblarse el Cayo. —¿Quién es este hombre, Olivia? No lo digas al revés. —Gómez Máximo.
—¿Y este? —Antonio Maceo. El padre de Olivia va sacando de a poco los billetes de diez y cinco pesos, mientras sonríe con orgullo ante cada respuesta correcta. A José Luis Acosta todos le llaman Luisito Cadeca, a falta –como de tantas otras cosas– de una Casa de Cambio de divisas. Nació en el cayo y desde hace 20 años, después de que su casa se quemara en un accidente, vive en los restos de un palacio de pioneros que había mandado a construir el comandante Juan Almeida Bosque. De las 258 viviendas del islote, solo seis son de mampostería; el resto es de madera. Lo que más disfruta Luisito Cadeca es bucear, a pulmón. Lo hace cuando está estresado o para capturar jaibas, una especie de cangrejos que abunda en la isla y que es motivo incluso de un festival local, el Carijai. En el fondo del mar
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también hay otras cosas: platos rotos, botellas de barcos hundidos, botones de los uniformes del ejército español. Un día, buscando cobos, a unos quince metros de profundidad, Luisito encontró una virgen. Al verla pensó que se había terminado el buceo para él. Hay quienes afirman que empezó a dar saltos y a gritar en medio del mar: “¡Soy rico, soy rico!”. —Di la verdad, que era oro 18 –le grita un vecino desde el muelle. —Ojalá –le responde al curioso–. Era bronce fosfórico, un material que parece oro porque no se pone prieto. Me dieron 40 CUC por ella. Yo no quería venderla. Cadeca no es católico. Apenas lee la Biblia para relajarse y aprender. “Demasiadas religiones, no sé a quién hacerle caso”. No quería vender la virgen porque le pareció sagrada. Se la llevó a su esposa al Caney, un pueblo a las afueras de la capital provincial. Luisito
« De las 258 viviendas del islote, solo seis son de mampostería; el resto es de madera » quería que protegiera a Olivia, pero curiosamente la niña empezó a enfermarse y no salía del hospital. La madre pensó que la virgen estaba maldita y le pidió a Cadeca que se la llevara. Él la trajo al cayo y Olivia mejoró, luego volvió a llevarla al Caney y otra vez regresaron las enfermedades. Hasta que decidió venderla. Al otro día, la niña salió del hospital. —Hay cosas y hay cosas –dice Luisito Cadeca, muy serio–. Parece que a mí solo me tocaba encontrarla. El comprador hoy me ve y me besa la mano y me dice que yo no sé lo que le he vendido. Pero bueno, así es la vida. El aire de mar le hace bien a Olivia, a quien una vecina llama Gardenia, dice que por lo silvestre que es la niña. Por eso la trajeron definitivamente a Cayo Granma, junto a Keira, su hermana. Gardenia es flaquita y pequeña. Desde que nació ha tenido problemas cardiológicos. Keira es alta y muy fuerte, tiene unos rizos rubios que siempre andan enmarañados. No le gusta tomarse fotos si Olivia está en ellas, se pone celosa. A ella no la cargan quienes visitan la casa, no le alborotan el pelo ni le traen presentes. Tampoco la llaman los pescadores desde el muelle. Tiene cuatro
años y entiende que su hermana es especial, es diferente. Los días de clases a Olivia Gardenia la despiertan a las cuatro de la mañana. No puede asistir a la escuela local porque allí no tienen maestros especiales para los niños con síndrome de Down. No se deja peinar. Bajo protesta intenta permanecer despierta mientras la bañan y alistan para coger la lancha de las seis, en la que trabaja su mamá. El Enlace IV es el único transporte que pueden usar los del cayo para ir a Santiago y los de Santiago para llegar al cayo. Es una hora de ida y otra de vuelta. Si alguien se queda dormido, o debe atender un imprevisto y se le va la lancha de la mañana, tiene que esperar hasta las doce del mediodía. Olivia termina a las 4:30 de la tarde en la escuela. Los de la ciudad que trabajan en
la isla se marchan a las cinco y llegan a las seis al muelle de La Alameda. Es entonces cuando la reina del cayo regresa a su tierra. Por Ernestino Cantillo nadie lo conoce, mas todos saben quién es Cucho el Sepulturero, el zacateca, el dueño del cementerio o el enterrador de la comarca. Para ir a verle a La Socapa hay que montarse en algún bote con motor. Toma tan solo dos minutos llegar al muelle que está frente a su casa. En 2002, Cucho se quedó con el 60 por ciento de su salario en la fábrica textil Celia Sánchez Manduley, que cuando fue inaugurada por Fidel Castro era la más grande de América Latina. Con 43 años, fuerte todavía, tomó la decisión de trabajar como ayudante de enterrador en el cementerio cercano a su casa. Ahora es el responsable de cargar con la documentación, pero hace también
Luisito Cadeca sale a bucear a pulmón todas las mañanas. FOTO: GEISY GUIA
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especialmente entre los pescadores”. Bárbara me confirma que sus pacientes son longevos, aunque ha podido reconocer un extraño patrón. “Mueren de viejos, pero cuando fallece uno, en el mismo mes mueren dos o tres más. Lo tengo estudiado y no me falla”. Cucho el Sepulturero clasifica a los difuntos más comunes en ahogados, putrefactos y ahorcados. Siempre pregunta la causa de muerte y en su funesta estadística las enfermedades más letales son cáncer de pulmón, de próstata y de mamas. Cuando comenzó a trabajar le tenía miedo al cementerio, pero ya después de un tiempo hasta a dormir se ha quedado, escondido detrás de alguna cripta para cuidar que no le profanen las
tumbas. “Una vez vinieron hace como tres años unas gentes a hacer trabajos espirituales y abrieron bóvedas. Me preparé y dormí tres noches ahí para sorprenderlos, pero no di con ninguno. Por lo general a fines de año vienen a hacer trabajos, y hay quienes lo hacen hasta con los huesos de los muertos”. Al principio, Cucho soñaba con el cementerio y los muertos. Durante ocho meses las calaveras le impresionaban muchísimo, hasta que poco a poco “el roce con los fallecidos” se hizo normal y les perdió el miedo, a los muertos y a la muerte. “Después de la muerte no existe nada. Yo he visto gente que en vida tenían miles de pesos, casa, carro, y han ido a parar al hueco con la peor ropa; esos nunca jamás van a recuperar
En Enlace IV trasladan materiales de construcción, alimentos, mascotas, enfermos y fallecidos.
Los gases de la refinería y las partículas de polvo de la fábrica de cemento hacen mella en la buena salud de los isleños.
FOTO: GEISY GUIA
todo lo demás por 475 pesos al mes. Abrir un hoyo, exhumaciones, atender las tumbas permanentes y rechazar a los que intentan comprarle huesos. Han sido varias las propuestas. Según nos cuenta, el primer entierro se registró en los libros en 1921, pero le han dicho que desde antes el cementerio había sido usado como fosa común para algunos franceses y esclavistas blancos que con la Revolución de Haití en 1804 vinieron a fondearse en la bahía de Santiago. Al parecer hubo accidentes y ahogamientos mientras el gobernador de la ciudad no les permitía la entrada a Santiago de Cuba. Cuentan
también que algunos, tras varios días de espera, decidieron desembarcar y establecerse en el cayo, lo que da pie a otra teoría de la conformación de su población. En promedio, cada año solo hay entre diez y catorce enterramientos o fallecidos del cayo, La Socapa y Caracoles. “Las personas duran bastante. Yo saco el promedio de la edad al morir”, dice Cucho, “y en 2015 fue de 74, el de los cubanos está por encima de los 75. El histórico aquí en la zona está por los 72. Es que hubo dos fallecidos menores de 60 años que afectaron el promedio. En total, por lo que dicen los libros oficiales,
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lo que tenían”. Cucho vive solo, le hacen compañía dos perros y dos gatos. El cementerio está sobre una colina frente al mar. Tiene un pequeño muelle, a donde antes llegaban en procesión los botes cuando moría alguien en Cayo Granma. Pero ahora está muy caro el petróleo, no alcanza para bordear la isla y hacer el atípico cortejo fúnebre. Desde que el señor encargado de traer el féretro en un bote particular murió hace algunos años, en la misma lancha de los viajes a Santiago (Enlace IV) montan a fallecido y familiares. En ella trasladan igualmente el pan de la bodega, los materiales de construcción, mascotas, enfermos, los alimentos para el comercio, mudanzas y todo lo que necesiten transportar las personas del cayo.
FOTO: GEISY GUIA
en todo este tiempo se han enterrado 978 personas”. La doctora de Cayo Granma se llama Bárbara Acosta y tiene 38 años. En cinco años en el islote ya conoce a todo el mundo y dice que la hipertensión y el asma son las principales enfermedades del lugar. Aunque el aire de mar es ideal para los asmáticos, los gases de la refinería y las partículas de polvo de la fábrica de cemento hacen mella en la buena salud de los isleños. Pero lo que más le preocupa es el alcoholismo. “Tanta ociosidad y falta de opciones culturales y recreativas está haciendo del consumo del alcohol un mal hábito,
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no pueden estar más de diez minutos en los muelles, y cuando yo sentí que estaban pitando en el cayo, yo sabía que la lancha me estaba llamando a mí, porque yo tenía pacientes con cólera. Y yo sentí que se habían olvidado de que yo estaba en Ciudamar, tenía miedo de que un paciente se me fuera a morir. No lo pensé y me tiré al mar”. En menos de veinte minutos cruzó a nado el mar turbio y revuelto. Llegó muerta, dice, y así mismo fue a la lancha a atender a la pequeña de nueve años que le habían traído en muy mal estado desde Caracoles. Esa tarde se hizo capitana de barco, pidió permiso para llevar a la paciente hasta una sala de urgencias de la ciudad por la única vía posible, el mar. “Ya yo sabía desde antes manejar la lancha, porque en lugares como estos hay que aprender de todo”. La Loca es madre de tres hijas y quiere ser máster en Urgencias Médicas. Por ahora es uno de los personajes del libro
Cada año solo hay entre diez y catorce enterramientos o fallecidos. FOTO: GEISY GUIA
Para ir a Caracoles o a Júcaro hay que pasar frente al cementerio. Tan solo cincuenta centímetros separan la cerca del trillo. En ese angosto camino, me cuenta Cucho, se han producido varios sustos. “Había un muchacho que no era de por aquí y estaba enamorado allá atrás en La Socapa y había otro vejigo que no le gustaba que viniese a noviar a este lugar. Entonces se escondió de noche detrás de una bóveda, se echó alcohol en la boca y sopló una fosforera. Cuando el muchacho pasó, vio una bola de candela que se apagó, pegó una carrera y nunca más volvió”. Explicaciones lógicas, con argumentos sólidos, me va dando Cucho detrás de cada broma. “En otra ocasión, cuando había un buen restaurante por aquí, a un borracho se le fue la lancha de
las once y se quedó dormido arriba de una tumba. Cuando vio a un hombre pasar de madrugada le preguntó: ‘Socio, ¿qué hora es?’. Te puedes imaginar que el otro pensó que era un muerto”. Cucho se ríe brevemente y vuelve a la carga. “Donde mejor se duerme es en un cementerio. ¿Tú crees que de noche alguien va a venir a molestarte?”. El enterrador de la comarca respeta su trabajo. Tras el paso del huracán Sandy, hace tres años, las olas entraron dos metros en el camposanto, bañaron la tierra pero no la removieron ni descubrieron los restos humanos. En su casa, Cucho no podía parar de pensar en eso. Cuando Bárbara hizo lo que hizo también fue por respeto a su trabajo. La doctora tiene apodo, le dicen La Loca.
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Dos días después del mismo huracán, el cayo era caos. El mar se llevó las casas en pilotes y el resto subsistió en muy malas condiciones. Las cisternas se contaminaron. Cientos de objetos, pertenencias y recuerdos volaron hasta la bahía y allí se quedaron. El 27 de octubre, a las seis de la tarde, acompañó a uno de sus pacientes que estaba deshidratado y con diarreas hasta Ciudamar, un sitio a cinco minutos en lancha desde el cayo y desde donde se puede ir por carretera hasta Santiago. Los árboles caídos interrumpían todas las calles de la ciudad y hasta allá arriba no llegaba ningún vehículo. El paciente decidió irse a pie hasta el hospital y ella se quedó por si la necesitaban. “Por leyes de Capitanía, en tiempos de desastres, las embarcaciones pequeñas
La noche más larga, que relata el paso de Sandy por Santiago.
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a casa en la que vive Olivia con su padre Cadeca es una de las pocas que siguen estando en el mar después de Sandy. La construcción aguantó, pero media casa se perdió con los vientos. A la bisabuela de Gardenia le dieron un apartamento en la zona urbana de El Salao, a consecuencia de los daños del huracán. Esos edificios están a más de 30 kilómetros del mar. En el cayo hubo 38 derrumbes totales. La mayoría de esas personas, que hoy viven en facilidades temporales, tenían sus viviendas con los pilotes en el agua; y a casi todas el gobierno provincial les ha prometido un apartamento, porque en el cayo no se puede construir y no es seguro estar tan cerca de la costa.
La casa de Olivia, Reina del Cayo. FOTO: GEISY GUIA
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“Yo solo espero que la casa que me den esté cerca del mar, porque vivo de la pesca. Si no tengo dinero para alimentar a mi familia y tiro un cordel desde el quinto piso de un edificio, ¿qué puedo pescar? Nada. Parado aquí en el portal, yo echo el anzuelo y tengo la comida segura”, me dice Luisito, y sé que eso es tan solo una parte de lo que le preocupa de una futura mudanza. Ya han pasado tres años desde el ciclón y aunque a todos en casa les gusta el ruido del mar, incluso cuando está embravecido, es un verdadero riesgo estar a más de dos metros fuera de los 2,2 km² de tierra firme de Cayo Granma. “Hay gente a la que le dieron casa en Santiago y está esperando a que alguien quiera hacer una permuta para regresar al Cayo”, dice Susú, la manicura. “Cada cierto tiempo vienen por aquí los del gobierno haciendo un censo para ver cuánta gente se quiere mudar, porque dicen que aquí hay potencial turístico. Pero nadie se quiere ir”.
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Rebeca Cunill sí quiere marcharse. Su casa, la azul marino de la calle principal, tiene más de 120 años, es de madera y fue concebida sobre la técnica de Ballom Frame. Valiosa arquitectura que apenas se realiza en nuestro país y que es herencia de las técnicas constructivas de los estadounidenses. En el año 2000 comenzaron las primeras obras de un proyecto de colaboración entre la Junta de Andalucía de España y la Oficina del Conservador de la ciudad de Santiago de Cuba, que abarcaba la restauración de esta y otras 16 viviendas de Cayo Granma. Seis años después, esas acciones de conservación fueron distinguidas con el Premio Internacional de Arquitectura y Urbanismo en Guadalupe y fueron reconocidas en el Salón Nacional de Arquitectura. La arquitecta Aleida Márquez atiende en la oficina del conservador el área patrimonial del Castillo del Morro, donde está ubicada el cayo. Me explica que la intención de la rehabilitación era buena, “reparar desde el frente hasta el fondo de la casa, manteniendo la antigua fachada”. Pero las intenciones no fueron suficientes. Al comienzo había que trasladar, en la lancha pública, el cemento, los bloques, la mano de obra especializada. No obstante, la gente estaba contenta. En menos de cinco años les repararían sus paredes centenarias, pensaron. Pero el quinquenio estimado al inicio se ha convertido en quince años y aún faltan viviendas por concluir. Una terminación áspera que les consumió el triple del tiempo inicial y de los recursos a la oficina del conservador. “El frente y las ventanas tienen comején. La madera original que teníamos era de cedro y en más de un siglo nunca cogió bichos. La que nos pusieron era pino verde, y ya ves, no ha durado ni siete años”, me dice Vivian
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Desde 1965 la zona está “congelada”: no está permitido construir. FOTO: GEISY GUIA
González, hija de Rebeca, mientras me va mostrando la casa. En esta familia, rara avis, no hay apodos. Instalaciones sanitarias e hidráulicas deficientes, techos que gotean y paredes removidas unos centímetros del lugar en el cual deberían estar, son problemas comunes en la casa rosada de los hermanos Hernández y en la verde de Juana Oria, ambas, en la calle principal 24 de Febrero.
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Hasta el pasado año estuvieron los obreros trabajando en la reconstrucción del cayo, cuando demandaron sus servicios en el remozamiento de la ciudad de Santiago por su 500 aniversario fundacional. Ahora, en 2016, deben regresar a Cayo Granma para terminar lo que empezaron. Aleida explica además que la rehabilitación de estas casas antiguas debe ir acompañada de un plan de
reordenamiento territorial, “porque si el cayo necesita madera no puede ser que su reserva más cercana esté en el otro extremo de la provincia, en la Gran Piedra. Luego esos árboles necesitan pasar por un proceso de secado, que a veces no toma todo el tiempo que necesita y que no se certifica. A eso se suma que cuando hacemos un pedido de una madera específica y no hay, debemos tomar la que sea que
nos ofrezcan porque luego no sabemos cuándo tendremos otra oportunidad de abastecernos”. La casa de Rebeca fue el puesto de comercio del cayo antes de 1959. Tras las expropiaciones, pasó a ser propiedad de su padre, quien se la dejó en herencia. Rebeca sabe que debe mudarse a la ciudad de Santiago, por la vejez y porque necesita estar cerca de un hospital. En 2010 la contraparte andaluza retiró su apoyo y presupuesto al proyecto de restauración del cayo, para el que se había destinado un cuarto de millón de euros. Desde esa fecha, según Aleida, las acciones de conservación fueron asumidas por la oficina del conservador de Santiago de Cuba. Los conservadores son solo una parte del engranaje necesario para preservar la historia que esconde cada habitación y baldosa de esta porción de tierra. Para 2016, se aprobó un nuevo proyecto destinado a la reparación de 19 inmuebles. Esta vez se implementará la modalidad de construcción por esfuerzo propio.
La causa es Tatica, la mujer más vieja de la isla. Con sus 92 años, comienza a barrer el portal de su casa y termina dándole la vuelta a casi todo el pueblo. A causa de un descuido –nadie se percató de que era mediodía y Tatica estaba barriendo desde hacía cuatro horas–, en una ocasión a la señora le dio un desmayo y medio cayo fue al consultorio 44 con anciana en brazos y rezando para que no hubiese pasado nada. Cuando se repuso, uno de sus hijos le juró que le iba a botar todas las escobas que encontrara a su paso.
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Ver a tantas personas emparentadas me hizo pensar en algo que me comentó Cucho. “Allí había casos de juruminga”–léase incesto–. Me explican que como el transporte siempre ha sido un problema, nadie sale a la ciudad en la noche. Con pocas opciones recreativas a partir de las 8:00, muchos primos terminaron casándose entre sí. “Todos nos conocemos, porque todos somos familia”, dicen en el pueblo. Una decena de Felisolas, otro tanto de Almeida-Esteris, o de Cunill, van componiendo una madeja intrincada en el árbol genealógico. En Cayo Granma hay profesiones escasas o nulas. No hay jardineros, ni veterinarios. Tampoco hay acomodador de cines o taxistas, porque no hay cines ni taxis. Otros trabajos abundan, como las
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esde 1965, la zona del Cayo está congelada. No se puede construir ni una casa. Las puertas permanecen abiertas, las ventanas no tienen rejas. “Aquí no hay ladrones. El único policía es el Jefe de Sector”. En el embarcadero hay un banco bautizado como El Asiento de los Vagos, que es casualmente donde he esperado la lancha en estos días. El cayo tiene una sola calle, hecha de lajas superpuestas. Debería ir bordeando el islote como la loma de La Farola en Guantánamo, pero se empezó a hacer y no se terminó. El resto son senderos de tierra. Hay uno en particular que debe ser vigilado, el trillo de la escuela.
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« Lo mejor del cayo es la tranquilidad que se respira »
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manicuras. Hay al menos tres, “que eso en este pueblo es mucho y me hacen la competencia. Quien viene a arreglarse conmigo es porque de verdad le gusta lo que le hago”. Al menos una veintena de dibujos diferentes habla de la especialización de Susú, cuyo verdadero nombre es María Antonia Cavado Almeida. “Aquí las mujeres son muy presumidas”. No importa cuántas veces se pregunte ni a quién, le darán todo el tiempo la misma respuesta: “lo mejor del cayo es la tranquilidad que se respira”, la ausencia de autos u otros artilugios que puedan hacer ruido o contaminar. El hecho de que en menos de ocho minutos y 30 segundos usted puede atravesar todo el pueblo y llegar a donde quiera sin tener que subirse a una camioneta, a una guagua de rutina incierta. En este islote las casas se pintan del mismo color de las barcas, rojo brillante con blanco, verde, amarillo. Casi no hay árboles, ni bicicletas. Te puedes encontrar a un adolescente que carga dos tiburones pequeños, o a un joven que presume a la espalda su pesca, un castero de 200 libras. Me dicen que los hombres de este lugar no son muy altos. Los blancos, mestizos y negros se confunden con el bronceado y la piel desnuda que la sal y el sol van cocinando sin prisa. Me sorprende que todos sepan desde dónde soplan los vientos, que los mayores afirmen que hay cambio climático porque en diciembre “ya la brisa del Norte no te levanta al pasar por El Paraíso”. Desde cualquier cima se ve el otro cayo blanco, el definitivo, el de Cucho, donde Noel, El Maestro, separó una parcela en lo alto y de frente hacia la terraza de su restaurante favorito, para vigilar. También me abruma saber que llegué tarde, porque hasta hace dos meses los verdaderos gigolós de Cayo Granma eran los perros.
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¿Dónde pasarás la eternidad? El enigma filosófico del cayo
Teresa sufre mucho desde que perdió sus perros. FOTO: GEISY GUIA
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livia y Keira tienen un pastor alemán. Se llama Canyo y cuando Luisito Cadeca sale a bucear se pone nervioso y quiere saltar al mar porque cree que su dueño se ahoga. Canyo es nuevo en el cayo y se salvó por los pelos de morir a manos de los de Zoonosis. Los once perros de María Teresa Esteris no tuvieron la misma suerte. Teresa Mermelada sufre mucho, sufre más desde aquel día. Ella cuida a su nieta, porque su hija se fue de joven a trabajar a Varadero. Nunca regresó. Conoció a María cuando la niña tenía apenas quince
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días de nacida, se la envió su hija para que la cuidara porque nada bueno puede crecer en el ambiente de una prisión femenina. Su nietecita rubia, María Luisa, va como Olivia a una escuela en Santiago para niños con lento aprendizaje, en la que está becada toda la semana. Teresa trabaja en la ciudad limpiando una casa para “tratar de complacer” a su nieta, porque en Cayo Granma no hay mucho “trabajo para sobrevivir”. El consuelo de Teresa eran sus perros. Sus favoritos eran Diana y Mermelada – que se llamaba así porque le gustaba mucho el dulce–. La acompañaban en las noches a pescar en una extraña balsa que improvisó con pomos plásticos
inflados o llenos de poliespuma y apilados en dos sacos de nailon. La pesca es para vender porque ella es vegetariana, no le gusta el sabor de ninguna carne. Tal vez por eso tiene piernas tan flacas que le hacen parecer un muñeco de palitos. Perros grandes eran cinco: Mermelada, Tiburón, Quintón, Zuki y Diana, que había acabado de parir unos seis cachorritos a los que no les había puesto nombres. “Yo me fui en la lancha a trabajar y cuando vine supe que Zoonosis estuvo en la isla regando trozos de mortadela envenenados. Me los mataron. Lloré mucho. Eran unos perros muy buenos y muy amantes a mí”.
La misma seguridad que hay en el cayo hizo que la gente de allí nunca amarrara a sus mascotas. Sabían que ningún auto las atropellaría y que era imposible perderse. Los canes, con los mismos problemas de aislamiento que sus dueños, se volvieron promiscuos y se reproducían a sus anchas en la isla. Los acusaron de ser los causantes de enfermedades diarreicas. Zoonosis llegó sin aviso en una lancha, a petición de la delegada y de varias personas de la comunidad, dispersó la carnada y fueron cayendo indistintamente perros callejeros y mascotas. “Yo no estaba aquí, si no hubiese sido una desgracia”.
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Teresa habla rápido. Es viuda desde hace catorce años. Todos los viernes va al cementerio de Cucho a visitar a su madre. En su casa, que no tiene cerradura, solo un hilito que cualquiera puede halar para abrir la puerta, los únicos muebles son una mesa y una silla plástica. Sus adornos son fotografías de amigos extranjeros que conoció en el cayo. Una credencial de un festival de cine rompe lo homogéneo. Teresa es una actriz natural. Hace dos años fue la protagonista del documental Iceberg de Juliana Gómez Castañeda. El póster tenía la imagen de Teresa y Diana en la balsa. Para la inauguración la invitaron a La Habana. En el cine 23 y 12 esa noche fue una reina, una diosa. Cada una de las flores que le arrojaron en la premier están colocadas en una botella en la vitrina de la sala. Ella espera una segunda parte, tiene ganas de contar que le asesinaron a sus perros. Mientras tanto, en la cocina, le sirve leche a un nuevo cachorrito. Salvo pocas excepciones, todos los cayomiteros con los que hablé me dijeron que “nunca se irán del cayo, que siempre han vivido ahí y que no hay mejor lugar para ser feliz”. Luisito Cadeca lleva a todos lados una medalla que guarda en su billetera. También la encontró en el mar, y en ella se lee una pregunta, que más que un versículo religioso parece un enigma filosófico: “¿Dónde pasarás la eternidad?”.
Paisaje después de la tormenta Contado con imágenes por jorge carrasco
El Vedado, barrio cool, barrio codiciado, barrio de privilegio, no es el mismo para todo el mundo. Unos quieren entrar. Otros quieren salir. Los que viven más cerca del Malecón, en los sótanos, detestan el Vedado. Allí las viviendas con peligro de inundación han perdido valor. Cuando el mar entra por el litoral, los vecinos pueden pasar días atrapados en los edificios hasta que drena el agua, sin electricidad, gas manufacturado, ni agua potable por la contaminación de las cisternas
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n las zonas más bajas del Vedado, los días 17 y 23 de enero pasados, el mar avanzó al menos 500 metros Malecón adentro. El Centro de Pronósticos del Instituto de Meteorología de Cuba atribuye este fenómeno al movimiento, al este de la Isla, de varias ondas prefrontales muy activas acompañadas de frentes fríos. Los efectos de El Niño y las lluvias asociadas han contribuido también a la inundación de las partes bajas de la capital. Por eso el agua casi tocó la calle Línea el mes pasado, y las afectaciones no fueron alarmantes porque
en la zona predominan los edificios altos, y todo el que vive allí está constantemente sobre aviso. El 17 de enero se inundaron 17 sótanos y se contaminaron 17 cisternas en los barrios cercanos a la avenida Malecón. Eduardo Brey, director adjunto de la Empresa de Saneamiento Básico de La Habana, calcula que el día 23 aumentaron los sótanos y las cisternas inundados, porque el agua subió un poco más. El domingo 24, sobre la una de la tarde, su equipo de camiones de alta presión drenaba el agua del sótano ubicado en el Centro de Negocios de 1ra y B.
La línea marca hasta dónde llegó el agua en casa de Yunia. FOTO: JORGE CARRASCO
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Yunia Martínez el Vedado la tiene hasta el último pelo. Y la tienen hasta el último pelo los periodistas, que ya le han preguntado quinientas veces hasta dónde se inundó su casa y no le acaban de resolver el problema. —Ay, ya yo no tengo ni deseos de hablar de eso –dice con cara de cansancio. Su apartamento está en el sótano del edificio Sofía (no. 458 de calle 5ta). Allí vive hace 20 años con Feliberto Martínez, su padre. No es la primera vez que tienen que hacer los bultos y sacarlos
para las casas altas. Feliberto Martínez quiere que todo el mundo sepa que una vez Juan Contino, expresidente de la Asamblea Provincial del Poder Popular de La Habana, les prometió a él y a todos los vecinos de la zona que vivían en sótanos que los iban a sacar de ahí, y que podrían mudarse a un sitio menos peligroso. —Más nunca lo vi. –A Feliberto no se le olvida la promesa. Pérdidas materiales no tuvieron esta vez. Antes de que el agua empezara a subir los vecinos ayudaron a los Martínez a sacar sus cosas del sótano. Todos
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en el edificio parecen estar acostumbrados a la escena. Una vez que el agua ha bajado, se sientan a esperar que de un momento a otro reestablezcan la corriente y vengan a limpiar las cisternas. Los efectos personales de los Martínez todavía están arrinconados en el portal. En su casa, la que se ve en la foto, el agua podría haber tapado a una persona. —¿Por qué no se van de aquí? –le pregunto a Yunia. —Para permutar esto tengo que dar de vuelto por lo menos 10 mil dólares. ¿Y con qué dinero?
Los camiones de alta presión de la Empresa de Saneamiento de La Habana dragan el sótano del Centro de Negocios de 1ra. y B. FOTO: JORGE CARRASCO
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uando el agua entra por el Malecón habanero en olas de hasta seis metros de altura –como esta vez–, hay quien se encierra hasta el día siguiente y hay quien recorre el Vedado en bote. El 23 de enero, entre las cinco y las seis de la tarde, un hombre encontró una estrella de mar a dos cuadras del Hotel Cohíba.
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icen que en la calle 1ra alguien cogió un pez vivo en la sala de su casa el 17 de enero. En un solar de la calle A (no. 55, entre 3ra y 5ta) le hago el cuento del pez a Marta, una mujer negra con los pies hinchados que tiene la escoba en la mano desde que el agua terminó de bajar, bien temprano el domingo 24. —¿Un pescado? Se puso de suerte el hombre. Que lo cocine y se lo coma – suelta Marta, y toma un descanso. Ya que se les iba a inundar el solar, lo más seguro es que ella hubiera deseado, por lo menos, correr con la misma suerte que el señor del pescado.
Trabajan en equipo en el solar. FOTO: JORGE CARRASCO
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sa ciudadela es la más vieja de la zona y fue un sitio para guardar caballos antes de la Revolución. Una caballeriza. Esto lo cuenta Teresita, la delegada del Poder Popular (la única rubia de la foto), que no vive ahí, pero que fue a ayudar a limpiar el churre que arrastró el agua. Trabajan en equipo en el solar. En equipo sacan a cubos el agua contaminada de la cisterna, para después
Un hombre se encontró una estrella de mar. FOTO: JORGE CARRASCO
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llenarla de nuevo con agua potable. Lo hacen ellos mismos, porque no quieren esperar por los camiones de la Empresa de Saneamiento Básico, que están priorizando el Centro de Negocios de 1ra y B. Marta, la de la lycra naranja, la del cuento del pescado, quisiera salir de ahí (permutar, vender, le da lo mismo), porque las inundaciones no hay quien las aguante. Pero, ¿quién va a querer meterse en una antigua caballeriza que se inunda casi todos los años?
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anta Fe es un último párrafo en las noticias de los medios locales. Una zona preterida. Incluso cuando las partes bajas de su litoral han sido paulatinamente despobladas por las inundaciones costeras, incluso cuando la economía local está destrozada, incluso cuando la línea de costa sigue retrocediendo, puedes pasarte la mañana googleando sobre eso y encontrar bien poco. La evolución de su zona costera se puede resumir diciendo que los eventos meteorológicos han sido allí tan fuertes que los oleajes han socava-
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do sus calles. Nadie ha retirado de la costa los restos del vial y de las casas que se han derrumbado a través de los años. El área de baño y de sol está llena de cimientos y escombros. Las condiciones estéticas de la playa son deprimentes. Durante el Período Especial, los manglares comenzaron a diezmar en Santa Fe, cuando sus pobladores tuvieron que talarlos para hacer carbón y cocinar los alimentos. Las grandes extracciones ilegales de arena y piedras han provocado un déficit de sedimento que deja a la playa mucho más
vulnerable ante los posibles eventos meteorológicos. El domingo 24 de enero, a las tres de la tarde, el mar le tumbó a Carlos un pedazo de la casa, y nadie ha ido aún a saber qué pasó. La Puntilla es una playita de pocos kilómetros casi al final de Santa Fe, en el municipio Playa. Entre una casa y la otra hay, en La Puntilla, espacios vacíos donde una vez hubo otras casas. El mar se las ha ido tragando. En algún momento hubo también una discoteca para los pobladores de la playita. En 2015 tuvieron que demolerla porque lo que quedaba de ella no era mucho.
Una vez, este sitio estuvo lleno de casas. FOTO: JORGE
Una vez, este sitio estuvo lleno de casas.
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En las casas de La Puntilla abundan los carteles de Se Vende. Carlos también tiene puesto uno en la cerca del patio. —Tenías que haber venido anoche. Más o menos a las nueve esto parecía aquí una guerra. Desde hacía años Carlos no había visto cosa igual en La Puntilla. El mar despegó el piso del portal y tumbó la mitad del muro del frente. El patio está lleno de piedras y arena que el agua arrastró. Como a nadie le preocupa La Puntilla, nadie quitó la electricidad mientras el mar entraba. Cuando empezó a llo-
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ver un transformador explotó, y así se fue la corriente, que es lo único que a Carlos le importa ahora. Detrás de él, vive Dania, en una casita más humilde. El domingo pasado, el agua les llegó hasta la rodilla a ella y a sus dos hijos, uno de nueve años y otro de catorce. Dania ha tenido más suerte que su vecino y pronto podrá salir del litoral. —Ya tengo la casa vendida. – Se nota aliviada–. Yo me hubiera ido desde antes, pero ahora fue que se dio la posibilidad. Saliendo de la casa de Dania, Carlos se asoma al muro y grita:
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—Oye, ¿ustedes pueden hacer algo para que venga la corriente? La Puntilla y los Bajos de Santa Ana son quizás los lugares más desatendidos después de fenómenos naturales como los de finales de enero. La televisión cubana llega hasta el Vedado, pero hasta Santa Fe casi nunca llega. Allí fue donde el huracán Wilma lo barrió prácticamente todo en 2005. Por eso la gente ha desistido de construir cerca de la costa. La experiencia dice que una construcción cerca de la costa no dura mucho, aunque esté construida sobre pilotes. En el litoral de Santa Fe, comunidad costera, todo lo que es de hierro
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Dania consiguió vender su casa.
En este kiosco las filtraciones mojan toda la mercancía
FOTO: JORGE FOTO: JORGE
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eventualmente se pondrá herrumbroso. El salitre se lo come todo, desde una ventana hasta un aire acondicionado. En este kiosco, que se ha ido consumiendo con el tiempo, cuando caen tres gotas las filtraciones mojan toda la mercancía. Caminando a un par de kilómetros de La Puntilla se llega a los bajos de Santa Ana, donde los patios son de mangles y charcos salados, y ya casi no quedan casas. En una de las pocas que tienen la suerte de seguir en pie, Teresa Marcial y su esposo Martín Pérez (80 y 81 años) viven desde la década del 70. Ellos han visto al mar tragarse en los últimos años la mitad del vecindario, que ahora parece un barrio fantasma.
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—Desde la vez de 2005, esta es la más fuerte que he visto –dice Teresa. Los días 17 y 23 pasados Teresa y su esposo se autoevacuaron. No tuvieron pérdidas materiales porque los vecinos los ayudaron a levantar las cosas en bloques. —Me fui para la casa de mi hermana. Yo no puedo ver la tormenta, porque me pongo mal y me sube la presión – dice Teresa. —¿Alguien ha venido a ayudarlos? —Nadie ha venido a saber de nosotros. Martín, ¿alguien vino aquí mientras yo no estaba? —No, nadie vino –contesta él. Martín Pérez parece más tranquilo que Teresa Marcial. A Martín Pérez no le da miedo que vuelva a entrar el mar. A Teresa Marcial sí.
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