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Sistema de acción política y sistema de reglas de la baraja española
Alan García Perez
INTRODUCCIÓN
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CONCEPTOS GENERALES
Alan García Perez
Autonomía y primacía de la política
Un objetivo de este libro es comprobar el alto nivel de autonomía de «la política» y su importancia en los acontecimientos humanos, y hacerlo con el estudio de las ideas, los proyectos y las decisiones de Francisco Pizarro, conquistador del Perú. Seguimos la línea teórica que en los últimos decenios ha ido afirmando, cada vez con más fuerza, la idea de que la acción política como instinto de poder, voluntad de dirección o conflicto de grupos y élites, es independiente de los factores económicos, religiosos o tecnológicos.
Y es que, a lo largo de la historia de la filosofía y de la sociología se buscó explicar los hechos políticos y los procesos sociales desde un punto de vista providencial, como ejecución de la voluntad y de los propósitos divinos. Era la tesis de San Agustín y con ella se interpretó la conquista por varios cronistas, como Sarmiento de Gamboa y Garcilaso de la Vega. Después cobró enorme importancia la explicación economicista de que la acumulación de la riqueza económica o de la propiedad de los medios de producción es lo que determina y explica el porqué de las decisiones políticas. Tal fue el aporte del marxismo. Pero esa tesis reductiva dejaba de lado factores básicos como la dimensión psicológica, el afán por el prestigio y el instinto por la dirección social, así como la habilidad desplegada por el actor para tales objetivos. Por ello, en los últimos años, la acción política y la ciencia del poder han comenzado a ganar independencia respecto a otros factores y ya no son definidas como un efecto necesario, un epifenómeno o, como peyorativamente se la llamó, una «superestructura» de la economía.
La acción política como competencia, distribución y ejercicio del poder para dirigir las sociedades y decidir en su nombre logrando la obediencia del conjunto social, ha ido cobrando cada vez mayor autonomía. Esa es la tesis central de este libro. La tecnología militar, la riqueza europea y el conocimiento con valor económico eran importantes en el siglo XVI, pero hubiera sido imposible cumplir la conquista solo con ellas o lo hubiera sido con un mayor costo humano y en un plazo mucho más largo. La toma del Perú fue posible por la capacidad política de Pizarro, su acertada e inmediata identificación del poder existente en los grupos y personas, su capacidad para interpretar, planificar y anticipar sistemáticamente los
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Pizarro, el Rey de la Baraja hechos y además, por su astucia; valores políticos de tanto poder en la historia como la acumulación de recursos económicos y medios productivos o como el avance tecnológico.
El lector responderá que sin los caballos, la pólvora y el hierro, Pizarro no habría logrado su objetivo. Es posible, pero tal cual demuestran otros fracasados esfuerzos de conquista, como los de Pascual de Andagoya o Alonso de Ojeda, todos esos factores no fueron suficientes sin un verdadero hombre político actuando en la escena. En todo caso, eso también comprueba que la economía, la tecnología y la capacidad política son valores equivalentes e independientes y que ninguno es un simple reflejo de los otros.
Fue la extraordinaria capacidad de Pizarro para constituir una élite y dentro de ella un «núcleo duro»; su habilidad para mantener confundido al adversario y para desplazar simbólica y psicológicamente sus responsabilidades sobre el oponente lo que le dio inmensa ventaja. Un lector economicista o marxista dirá que la elite de la propiedad y de la riqueza es siempre la dueña de las decisiones, pero eso solo será cierto si no existe en la escena un político profesional como Pizarro, Lenin o muchos otros en la historia y si otros factores como la cultura y la religión no tienen más fuerza que la economía en la situación concreta.
Ahora bien, es cierto que en las decisiones políticas existe siempre una gran tensión entre dos elementos: de un lado la toma de las decisiones o el dirigir los objetivos de la sociedad, que es la labor de un grupo o excepcionalmente de una persona y, del otro lado, la capacidad de presión y movilización que pertenece a todos, pues como Talcott Parsons señaló, el poder, como el dinero, es un medio circulante del que participan todos en mucha, mediana o pequeña cantidad. Así, la tensión entre quien dirige y la voluntad generalizada de quienes tienen una cuota mayor o menor del poder es un tema fundamental de la ciencia de la política. Pizarro administró mejor que Atahualpa y que otros jefes indígenas o españoles esa tensión gracias a las alianzas que logró o a la desunión que multiplicó, y de allí su rápido triunfo.
Pero continuemos por ahora reivindicando el rol creador de la política por sí misma. Doscientos años antes de Cristo un rehén aqueo, prisionero en Roma, estudió y describió la autonomía de la política y de las instituciones políticas para generar movimientos
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sociales independientemente de las condiciones económicas. Fue Polibio quien, en los textos de su «Historia general», explicó cómo cada una de las instituciones políticas tiene, por su propia organización o estructura, un proceso de vida y de autodestrucción que obliga a su desaparición y a su sustitución por una institución distinta en una sucesión circular indetenible.
Polibio explicó que, a la figura de un «rey filantrópico» que toma decisiones generosas y acertadas en nombre de toda la sociedad, sucede inevitablemente la imagen o presencia del «tirano», como poder individual rodeado de intereses familiares y grupales que pervierte la figura del reinado. Ante esta situación, un grupo esclarecido, selecto, a veces religioso, tal vez militar, político o intelectual, asume la responsabilidad de derrocar al tirano constituyéndose como una «aristocracia iluminada» que gobierna en beneficio a todos. Pero el destino de esta institución es convertirse en, o aparecer ante la sociedad como una oligarquía de intereses particulares, sectoriales, lo que lleva, en consecuencia, a una insurrección general de protesta, tras la cual nace la «república democrática», que pretende ser expresión y decisión de todos en beneficio del conjunto social. Sin embargo, esta institución por su pluralidad culmina en la anarquía, en la llamada «oclocracia» o gobierno de la plebe y del desorden. En esta circunstancia una nueva personalidad decidida e iluminada asume nuevamente el rol del monarca generoso y ordenador. Después de esto, el ciclo recomienza.
Según Polibio, esta sucesión de instituciones explica muchos de los hechos y problemas políticos, independientemente de la propiedad de las tierras o de la acumulación de la riqueza bancaria de las ciudades griegas y sociedades antiguas que él estudió. Y sus estudios históricos comprueban que la política en sí misma, como inteligencia y capacidad de creación de espacios de poder o como la perversión de las instituciones por su propia estructura, es independiente de la economía y de los designios divinos.
Continuando esa perspectiva, Wilfredo Pareto, en su célebre ensayo «Rise and fall of the elites» de 1901, formuló en el siglo XX su novedosa teoría de las élites. Según Pareto, como las decisiones y la dirección no pueden tomarlas ni ejercerlas todos al mismo tiempo, deben ser algunos, unos pocos, los que asuman ese papel, constituyendo una élite que dirige la sociedad hasta ser desplazada por